A pesar de que cada uno de estos cuatro territorios tenía sus propio ordenamiento jurídico, y era pues una realidad política e histórica diferente, existía entre sus habitantes un sentimiento especial de hermandad o de parentesco, más tarde de identidad, entre navarros, guipuzcoanos, vizcaínos y alaveses. Varios fueron los testimonios de antropólogos, historiadores, literatos o políticos que describieron esta realidad tangible.
El antropólogo Julio Caro Baroja recordó las luchas internas en el Potosí del siglo XVII entre vascongados y navarros en un lado y castellanos en el otro, por cierta prepotencia económica y administrativa de los primeros hacia el resto, e incluso los vizcaínos miraban con malos ojos a los castellanos haciéndoles culpables de la decadencia del Imperio español.
El filólogo del euskera, el jesuita guipuzcoano Manuel de Larramendi, autor de un pionero Diccionario trilingüe castellano, vascuence, latín, publicado en 1745, habló de afinidad cultural manifiesta entre los habitantes de las Provincias Vascongadas, denominadas así desde aquella época. Su lema Irurac Bat (las tres hacen una) fue asimilado como símbolo de la Real Sociedad Vascongada Amigos del País, en 1764.
El pamplonés Francisco Fernández de Mendívil se refería en 1756 a los fuertes vínculos y poderosas congruencias que había entre vascongados y navarros, en el espacio territorial, en la lengua, en las costumbres, en la antigua alianza y en los principios de la religión.
ROMERÍA VASCA, POR JULIO AURELIOA |
En 1789, Cadalso consideró en la número XXVI de sus Cartas marruecas que el Señorío de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava y el Reino de Navarra tenían tal pacto entre sí que algunos llamaban a estos países las Provincias Unidas de España.
Y algo parecido hizo ver el liberal navarro Pascual Madoz, en 1849, aunque con otros límites geográficos y por otras razones. Así pues, consideró que se conservaba un mismo tipo en la conformación y facciones de los habitantes de ambos sexos, y hasta en la legua y en el traje, entre los montañeses de Navarra, los vizcaínos y guipuzcoanos, los baigorranos y bearneses, y los hecheses del alto Aragón. Consideraba que existían otras características de estos singulares pueblos que los diferenciaban entre sí, accidentalmente, pero no en su esencia. Esos aspectos comunes existen como los hay en personas de la misma familia, donde hay un tipo común, aun cuando haya diversidades fisonómicas individuales.
El general navarro Francisco Espoz y Mina fue un liberal en las guerras carlistas y un héroe guerrillero en la Guerra de la Independencia española de 1808-1814. Dejó escrito en sus Memorias, que los guipuzcoanos, vizcaínos y alaveses, en el interés de derechos y "nacionalidades", siempre han marchado unidos con los navarros, y no podían dejar de adoptar el mismo partido de éstos en la Guerra de la Independencia española.
Entre estos testimonios existen diferencias y matizaciones, pues Madoz restringía la afinidad común a los hombres de la Montaña de Navarra, mientras que Cadalso refirió solo a los que hablan vascuence, es decir, los de la Montaña de Navarra y Navarra Media.
Mayor alcance tuvo lo escrito por Espoz y Mina, en el interés de derechos y nacionalidad, que según él siempre habían mantenido unidos los derechos y nacionalidades de los cuatros territorios. No era cierto, pero cuando Madoz murió en 1836, dejando sus Memorias, ya había comenzado a creerse que esto había sido así.
DANTZARIS, POR VALENTÍN DE ZUBIAURRE |
Pero al igual que existieron textos que apuntaban en esa dirección, también existen otros en sentido contrario:
En el siglo XIII, antes de que se consiguiera la unidad política de España, el erudito y cronista navarro Rodrigo Jiménez de Rada había afirmado que Castilla, Portugal, Navarra y Aragón eran independientes, pero partes de un todo superior que es algo más que la geografía o que el eco histórico de lejanas latinidades: una comunidad de sentimientos, de intereses y de cultura. Para Jiménez de Rada, solo los que forman esos pueblos españoles tienen derecho a ocupar el suelo peninsular, hijos de un mismo padre, cada uno es dueño de una parte de la herencia. Se refería a que los cuatro pueblos hermanos debían unirse para expulsar al invasor musulmán de los dominios heredados.
Una vez consumada la Reconquista y comenzada la expansión española por Europa y América, en el siglo XVI, se mantendría ese mismo sentimiento de hermandad entre pueblos.
En el Catálogo de los obispos de Pamplona, de 1614, recordaba el obispo de Pamplona, Prudencio de Sandoval, aquel cambio de dinastía de 1234, con Teobaldo I, y aseguraba que desde aquellos días los reyes de Navarra fueron tomados por más franceses que españoles. Y es que hasta entonces, los reyes navarros eran tan finos españoles como los de Toledo, según afirmaba Sandoval.
No era para menos, ya en pleno siglo XIII, los estudiantes navarros y los de los tres territorios vascongados, que estaba en la universidad de Bolonia, formaban parte de una denominada natio hispanica. Y entre los mercaderes de Brujas, que se denominaban nación española, abundaban principalmente vizcaínos.