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02/06/2023

Estatuas de los Reyes Visigodos en Vitoria


Las estatuas de los Reyes Visigodos en Vitoria-Gasteiz tienen su origen en el Palacio Real de Madrid, durante el reinado de Felipe V. Formaban parte de una serie de estatuas de todos los reyes de España desde el Reino hispano-visigodo hasta el último de los reyes Habsburgo que había planificado Martín Sarmiento. Tras ser talladas en piedra caliza en Colmenar de Oreja por varios artesanos, las 108 esculturas fueron colocadas como parte de la ornamentación del recién reformado palacio en estilo barroco francés de la época.

Tras la llegada de Carlos III a la Corte madrileña, hijo del anterior, el arquitecto Sabatini ordenó la retirada de las estatuas de todos los reyes de España, que fueron guardadas. En 1787, comenzó un proceso de distribución de estas estatuas por varias ciudades españolas: Madrid, Aranjuez, Burgos, Logroño, Pamplona, El Ferrol y Vitoria.

En 1821, el capitán general de la Real Armada española Ignacio María de Álava, natural de Vitoria, realizó las gestiones oportunas que trajeron a su ciudad natal las estatuas de los reyes godos Ataúlfo, Theudio, Sigerico y Liuva. Esta preferencia estuvo basada en la antigua creencia de que la ciudad de Vitoria fue fundada por el rey hispano-visigodo Leovigildo en el año 581 con el nombre de Victoriacum.

Las estatuas fueron transportadas en carretas, teniendo un peso de trece toneladas, incluyendo el embalaje. Fueron ubicadas en el parque de La Florida, fundado un año antes, alrededor de la plaza del quiosco de música. Son las más antigua de la capital vasca.

ATAÚLFO

THEUDIO

SIGERICO

LIUVA

PLAZA DEL QUIOSCO DE LA MÚSICA EN EL PARQUE DE LA FLORIDA

28/12/2016

Vascones y el Reino Hispano-visigodo


En 408, pueblos bárbaros conocidos como alanos, suevos y vándalos pasaron a la Hispania romana. Durante tres años camparon en libertad hasta que firmaron un tratado por el cual se establecían bajo el poder nominal de Roma en determinadas zonas y con ciertas condiciones que garantizaran la seguridad de los hispanos. Se trataba de algo provisional, Roma intentaba ganar tiempo mientras se reforzaba.

En 417, envió a sus aliados visigodos a Hispania con el objetivo de acabar con los invasores. En dos años eliminaron a los alanos y a los vándalos. Roma, impresionada por la fortaleza militar y por la posibilidad de que los visigodos se adueñaran de la península, decidió retirar la misión y establecerlos en la provincia gala de la Aquitania, en el suroeste de Francia.

En 420, Roma ya intervino directamente en la región, aunque el general comisionado para la misión, el comes Hispaniarum (conde de las España) Asterio, no consiguió un éxito definitivo. Aun así, el emperador Honorio felicitaba a los soldados acantonados en Pamplona por sus recientes victorias, al igual que establecía las condiciones concretas del hospitium, servicio al que estaban obligados los pamploneses y por el que debían alojar y sostener a sus expensas a estos efectivos militares.

mapa tribus barbaras hispania
TRIBUS BÁRBARAS EN HISPANIA

Las sucesivas intervenciones visigodas en Hispania les habían convertido en el auténtico poder fáctico. En 441 y 443, los visigodos de Merobaudes derrotaron a los bagaudas de Arecellitani, en Araciel, despoblado de las cercanías de Corella (Navarra). Los bagaudas fueron un grupo de elementos de baja posición social que agrupaba a pequeños propietarios descontentos por la presión fiscal de la administración romana, así como a colonos y a esclavos que habían huido de sus señores. Otra rebelión mayor tuvo lugar en 449, liderada por Basilio; sus efectivos se vieron incrementados por la devastación de Vasconia por el rey suevo Requiario, quien se dirigía hacia Aquitania para casarse con la hija del rey visigodo Teodorico I. Un ejército visigodo acabó con esta revuelta por la fuerza de las armas en el 454.

Cuando los visigodos derrotaron a los suevos a orillas del río Órbigo, entre León y Zamora, ya mantenían guarniciones en algunas de las principales ciudades como Sevilla, Mérida, Astorga y Pamplona como última etapa antes de los Pirineos.

Con la llega al trono del rey Eurico, en 466, los visigodos fueron ocupando el poder que les iba dejando un Imperio romano en descomposición interna y, ya en 472, controlaban todo el territorio al norte del Ebro.

Cuando el emperador Alarico II fue derrotado por el rey franco Clodoveo, en 507, el pueblo visigodo se instaló definitivamente en la Hispania romana hasta la desaparición del Reino Hispano-visigodo en 711. Durante este periodo de tiempo, los enfrentamientos entre visigodos y vascones fueron constantes, mientras que estos últimos ya hacían su presencia a ambos lados de los Pirineos.

GUERREROS HISPANO-VISIGODOS

Varias son las referencias escritas a los términos Vasconia y vascones en ese plazo de tiempo. La primera de ellas se refiere a una región del norte de Hispania de límites inciertos y que se correspondía con parte de una antigua circunscripción tributaria del Alto Imperio romano. El Anónimo de Rávena, obra bizantina de mediados del siglo VII, se refería al territorio de los vascones rodeado de montañas por tres de sus lados y por el norte, por el océano: posiblemente se refería a un establecimiento de estas gentes al norte de Pamplona, quizás englobando áreas de Guipúzcoa, Vizcaya y Huesca.

En este hábitat, San Isidoro de Sevilla caracterizó en sus obras a los vascones como pueblos montañeses errantes (montiuagi populi), situándoles en una amplia franja de terreno en las tierras altas del Pirineo. Las fuentes francas como San Gregorio de Tours, Fortunato y Fredegario siempre destacaron el carácter pirenaico de los vascones. Se trataba de poblaciones con una economía pastoril y primitiva sometida a un inestable equilibrio. Cualquier crisis de subsistencia o un desfase poblacional que presionara sobre sus escasos recursos traería consigo graves problemas, que se resolverían depredando los territorios vecinos. Los habitantes del resto de Navarra y de Álava no pueden ser tratados como vascones, al no entrar en esta caracterización de poblaciones montañosas.

MAPA DE AQUITANIA, WASCONIA Y CANTABRIA

Una vez que el poder se estableció en el Reino Hispano-visigodo, el primer acontecimiento sucedido en Navarra fue en 541, cuando los reyes francos Childeberto I y Clotario I atravesaron los Pirineos con el objetivo de tomar Zaragoza, ciudad clave en todo el territorio. Tras sitiarla sin éxito, su retirada, en muchos aspectos un preludio de Roncesvalles, fue un completo fracaso, aunque no consta la actitud de los vascones durante el desarrollo de los acontecimientos.

Esta intervención franca fue el inicio de una serie de continuos enfrentamientos en zona peninsular durante más de un siglo. En algún momento llegaron incluso a controlar la antigua Cantabria, desde la Rioja a Santander, lo que implicaba a las actuales provincias Vascongadas y Navarra como áreas inmediatas a la frontera. No se conoce el momento exacto en que se produjo esta expansión, pero si que fue durante el reinado de Sisebuto (612-621), el mérito de derrotar al duque Francio y restaurar la soberanía visigoda. La constante influencia y ocasional presencia franca está verificada por el hallazgo de varias necrópolis (Aldaieta y Alegría en Álava, Finaga y Malmasín en Vizcaya, Pamplona y Buzaga en Navarra).

En todo el valle del Ebro, Leovigildo se dedicó a eliminar los focos de poder local que estaban respaldados por los francos. Primero intervino en Cantabria en el año 574 y, siete años más tarde, sometió a los vascones fundando la plaza fuerte de Victoriacum (Vitoria), desde la que podía controlar futuras perturbaciones.

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EXPANSIÓN DEL REINO HISPANO-VISIGODO

Una nueva intervención visigoda se produjo en 621, durante el reinado de Suíntila cuando los vascones invadían la provincia Tarraconense, que comprendía todo el valle del Ebro y las montañas cercanas, hasta que fueron completamente derrotados y se rindieron de forma incondicional. Los vascones aceptaron el pago de tributos, entregaron rehenes y tuvieron que construir la ciudad de Ologicus (Olite) para garantizar su propio control.

La inestabilidad volvió en los años siguientes, pues una lápida de Villafranca de Córdoba está dedicada a Oppila, un noble godo que murió en 642 durante una emboscada de los vascones cuando transportaba suministros al ejército.

En los siguientes sucesos, los vascones aparecieron como grupos turbulentos procedentes de las montañas, pero que carecían de iniciativa propia, actuando bajo el control de alguno de los pretendientes a la corona del reino visigodo. Una inestabilidad motivada por las ambiciones personales de los miembros de la alta nobleza que se disputaban el poder. Las sublevaciones eran habituales en las provincias Tarraconense y Narbonense (sureste de Francia), y los usurpadores querían contar en todo momento con quienes habían demostrado continuamente su belicosidad y buen hacer con las armas.

RELIEVE ECUESTRE DE LEOVIGILDO

En 653, un grave conflicto estalló en la provincia Tarraconense, en los momentos finales del reinado de Chindasvinto. Froy, dux de la Tarraconense, trató de canalizar todo el descontento de una parte importante de la nobleza. Contaba para ello con el apoyo de toda su provincia, así como con el de los vascones. Tras unos primeros éxitos que le llevaron a sitiar Zaragoza, los aliados fueron finalmente derrotados por Recesvinto, que acababa de suceder a su padre.

El aviso fue importante, pero no sirvió de mucho y la situación se repitió en 672, ahora con la presencia de los francos, que trataron de medrar en estas aguas cuando tuvo que desplazarse a la zona de Cantabria para efectuar operaciones contra los vascones. En éstas estaba cuando Ilderico, conde de Nimes, sublevó la provincia de Narbona. El conde visigodo Paulo fue enviado para someterlo y, efectivamente, eso hizo pero utilizó la victoria en su propio provecho. Apoyado por los rebeldes recién derrotados, a los que sumó otros nobles de la Tarraconense, y el de francos y vascones, se declaró rey y se enfrentó a Wamba abiertamente. Éste tuvo que actuar con celeridad, y en apenas siete días logró castigar a los vascones y conseguir su sumisión, tras lo cual se desplazó a la Narbonense, donde puso fin al alzamiento.

Ambos hechos parecer estar coordinados, una primera revuelta de los vascones, que se negaban a entregar los tributos debidos, llevó al rey hasta la región. Inmediatamente, y mientras tenía las manos atadas, se produjo un segundo conflicto más importante, pues ya implicaba a la nobleza goda y a elementos externos.

Provincias episcopales sedes obispales Reino Hispano-visigodo
SEDES EPISCOPALES Y PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS

Un calco de estos acontecimientos se produjo en 710, tras la muerte de Witiza. Un sector de la nobleza visigoda eligió a Rodrigo, duque de la Bética, mientras otra facción optó por Agila II, posiblemente un hijo del difunto rey. Éste contaba con los mismos apoyos que Paulo: las siempre rebeldes provincias de la Tarraconense y la Narbonense, los francos y los vascones.

Cuando se produjo el desembarco sarraceno en Tarifa, Rodrigo se encontraba reprimiendo una rebelión en Pamplona, ciudad perteneciente a la región Tarraconense y, por tanto, al bando witizano, seguramente tras haber sometido Zaragoza. Siempre se trató de una guerra civil entre dos parte de un mismo reino Hispano-visigodo.

El bando witizano pactó con los musulmanes del norte de África una intervención bélica en la guerra civil para derrotar a las tropas de Rodrigo. A cambio, estos recibirían el botín de guerra que consiguiesen como recompensa. Y así fue como tras haber cruzado el estrecho de Gibraltar y conquistar Toledo, vencían a Rodrigo en la batalla de Guadalete. Su entrada fue imparable y dos años más tarde sitiaron Zaragoza.

GUERREROS HISPANO-VISIGODOS

17/10/2016

Vasconia visigoda


Durante el establecimiento del Reino Hispano-visigodo, la mayor parte del territorio de las actuales Euskadi y Navarra fue integrado en el mismo, especialmente los de la actual Álava y gran parte de Navarra, pues eran las de mayor peso demográfico, económico y cultural. Sólo permaneció al margen de la estructura estatal visigoda la vertiente norte de las actuales provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, poco pobladas y mucho más atrasadas en los aspectos cultural y económico.

El hecho de que no existiese un poder político firme y estable en estas zonas no significa ni unidad étnica de los habitantes ni unidad política, pues si no existió una estatalidad visigoda claramente establecida en el Reino Hispano-visigodo, menos aún existió un poder único y centralizador vascón.

códice virgiliano concilio toledo
CONCILIO DE TOLEDO

Las zonas llanas de la futura Navarra se dedicaron a la agricultura administradas por grandes propiedades, no sin mano de obra esclava. La Romanización fue más intensa en los Valles del Aragón, Arga y Ega. Al norte de estos territorios vivían sociedades aferradas a sistemas sociales gentilicios, que practicaban el pastoreo y una agricultura quizá en la fase de recogida simple de alimentos; es decir, en una fase posiblemente muy similar a la que habían conocido los cántabros antes sus contactos con Roma.

Esta situación explica las frecuentes irrupciones depredadoras que durante los comienzos de la Edad Media realizaron al sur. La crisis política junto a la crisis económica y social que afectaron al mundo romano a partir del siglo III provocaron el desmoronamiento del aparato político-administrativo romano, la desaparición de las formas romanizadoras, el afianzamiento del elemento rural vascón y de sus formas triviales.

La ciudad de Victoriaco (Vitoria) fue refundada por Leovigildo, mientras que Ologicus (Olite) fue fundada por Suintila. La ciudad de Pompelon (Pamplona) fue la más importante del dominio godo en la zona, aportando esta diócesis, sus obispos a los concilios nacionales y provinciales: III de Toledo (589), II de Zaragoza (592), XII de Toledo (681), XIII de Toledo (683) y XVI de Toledo (693); mientras que los vascones al norte de los Pirineos enviaron sus obispos a Dax y Olorón a los concilios de Agde (506), Orleans (541 y 549), Mâcon (549), París (573 y 614) y Burdeos (662).

De igual manera que en la Antigüedad fue una importante ciudad hispanorromana, Pamplona fue durante esos siglos una importante ciudad hispano-goda, fortaleza resistente contra las expediciones de saqueo llevadas a cabo por bandas guerreras provenientes de las zonas montañosas septentrionales, entre las que estaban los vascones. Así lo demuestra el De laude Pampilone, un escrito descriptivo y laudatorio de la ciudad.

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LÍMITE HISPANO-VISIGODO EN LA CORNISA CANTÁBRICA

Además de Pamplona, las ciudades de Calagurris y Cascantum, al sur del Ebro, y Tarazona en el centro de Tarraconensis, mantuvieron sus obispados, continuando con su herencia cristiana.

Algunas otras ciudades del valle del Ebro como Vareia, Curnonium, Ergavia y Graccuris, del centro y oeste como Andelos, Tarraga y Araceli, y del este del como Iluberri y Cara debieron subsistir, aunque de menor su importancia y dependiendo administrativamente de otras ciudades con obispados.

Pero los godos no habían pretendido ocupar el territorio euskaldún, como los romanos en parte, sino simplemente reprimir las rebeliones de aquellas tribus inquietas. Estas, en ocasiones, se lanzaban a las llanuras alavesas y a las zonas costeras cantábricas en un intento de conquista considerado por historiadores (Caro Baroja, Sánchez Albornoz o Menéndez Pidal por ejemplo) como el primer episodio de la Vasconización del actual País Vasco, es decir, las antiguas tierras de las tribus celtas de várdulos, caristios y autrigones.

Todo este proceso se produjo en los siglos VI y VII, tras la caída del Imperio romano de Occidente. Por el otro lado del Pirineo la Vasconización también se produjo hacia el norte, es decir, hacía el territorio dominado por los francos. Descendiendo a los llanos del Adour y del Garona, vasconizaron la región francesa que a partir de entonces se llamaría Gascuña (Vasconia). De modo efectivo, esta influencia se consolidó hasta Bayona, puerto vasco por excelencia durante la Edad Media.

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LA CONVERSIÓN DE RECAREDO, POR MUÑOZ DEGRAIN

De esta primera colonización de las tres provincia Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, los lingüistas aseguran que provienen los muy escasos topónimos en –ain y que de una segunda colonización, en torno el siglo X, vienen los nombres en –uri y algunos en –oz, también muy escasos. Mientras, en el sur de Francia hasta el Garona se imponían los sufijos en –ac, muestra de la lengua de oc. Estas grandes diferencias toponímicas prueban la diferencia esencial entre el núcleo vascón del norte de Navarra y las zonas vasconizadas (Vascongadas) en la Edad Media.

Resulta muy interesante ver las poblaciones del País Vasco cuyos nombres demuestran que las colonizaciones vasconas de los siglo VI y X tuvieron escasa incidencia en ellos, siendo muy superior la toponimia de base celtíbera y mayor aún, la posterior, romanizante o latina y de base castellana. Por ejemplo en Álava, de 420 poblaciones sólo hay 2 con sufijo –uri, 3 con –ain y 1 con –oz. En Guipúzcoa, de 90 poblaciones hay 5 terminan en –ain, y en Vizcaya, de 119 sólo hay 3 en –uri, de la colonización del siglo X. En cambio, en Navarra hay 69 con sufijo –ain y 48 con oz.

Por otra parte, la palabra "vasco" no aparece en Francia hasta las crónicas de San Gregorio de Tours, en el siglo VI, y en España hasta las cartas del obispo Tajón de Zaragoza. Para los francos no hubo más vascos que los de España, como se comprueba en las cartas del poeta bordelés Ausonio a San Paulino de Nola, en las cuales se reconoce la victoria vascona sobre los francos del duque Bladastes, seguida de la invasión de Aquitania, es decir, parte de la región que los romanos llamaron Novempopulania.

reino hispano-visigodo siglo vi mapa
REINO HISPANO-VISIGODO (569)

21/12/2015

Expediciones militares en la Vasconia visigoda


Durante el establecimiento del Reino Hispano-visigodo en los primeros siglos de la Edad media, la mayor parte del territorio de las actuales Euskadi y Navarra fue integrado en el mismo, especialmente los de la actual Álava y gran parte de Navarra, pues eran las de mayor peso demográfico, económico y cultural. Sólo permaneció al margen de la estructura estatal visigoda la vertiente norte de las actuales provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, poco pobladas y mucho más atrasadas en los aspectos cultural y económico. Estos territorios experimentaron una menor la influencia visigoda, pues consiguieron mantener su lengua primitiva frente a la penetración de latín. El poder visigodo no fue fácil de establecer, especialmente en la cornisa Cantábrica, de poca romanización y sinuosa orografía.

El hecho de que no existiese un poder político firme y estable en estas zonas fue debido a la inexistencia de una unidad política y étnica de sus habitantes, pues si no existió una estatalidad visigoda claramente establecida en el Reino Hispano-visigodo, menos aún existió un poder único y centralizador vascón.

REINO HISPANO-VISIGODO HASTA LEOVIGILDO

Los visigodos nunca lanzaron campañas de conquista en las zonas de poco interés económico y pobladas por tribus casi prehistóricas. Fueron los vascones los que atacaron y saquearon las ciudades hispano-godas, y que tuvo como consecuencia operaciones de castigo por parte de los godos, nunca expediciones de conquista.

Cuando el emperador Alarico II fue derrotado por el rey franco Clodoveo en el 507, el pueblo visigodo se instaló definitivamente en la Hispania romana hasta la desaparición del Reino Hispano-visigodo en el año 711. Durante este periodo de tiempo, los enfrentamientos entre visigodos y vascones fueron constantes, mientras que estos últimos ya hacían su presencia a ambos lados de los Pirineos.

A partir del reinado de Leovigildo (568-586) los vascones se dedicaron a las expediciones de saqueo por el valle del Ebro, debiendo ser combatidos en varias ocasiones por los hispano-visigodos. Los vascones vivían en parte de los saqueos en otras tierras.

En el 581, Leovigildo dirigió un ejército contra Vasconia, un foco de tensión, arrebatando buena parte del territorio a sus moradores. Para mayor control, refundó la ciudad de Victoríaco (Vitoria), como una ciudad fuerte desde la que pacificar la frontera norteña.

LEOVIGILDO Y RECESVINTO

La primera intervención de Suintila (621-631) tras ocupar el trono del Reino Hispano-visigodo fue la de sofocar a los flamígeros vascones. Las acciones se iniciaron en junio del 621, dando lugar a una victoria incontestable de los godos en 625. Aplastaron la rebelión y obtuvo numerosos rehenes que posteriormente fueron empleados en la construcción de una gran fortaleza en la zona de Navarra a la que llamaron Oligicus (Olite), para que sirviera de guarnición visigoda.

La inestabilidad volvió en los años siguientes, pues una lápida de Villafranca de Córdoba está dedicada a Oppila, un noble godo que murió en el 642 en una emboscada de vascones cuando transportaba suministros al ejército.

En los siguientes sucesos, los vascones se vieron involucrados en las guerras civiles del Reino Hispano-visigodo, fenómeno que también se repitió entre los vascones del norte del Pirineo, en las luchas de poder en el reino de los francos. Los vascones aparecieron como grupos turbulentos procedentes de las montañas, pero que carecen de iniciativa propia, actuando bajo el control de alguno de los pretendientes a la corona del Reino Hispano-visigodo. Una inestabilidad motivada por las ambiciones personales de los miembros de la alta nobleza que se disputaban el poder. Las sublevaciones eran habituales en las provincias Tarraconense y Narbonense (sureste de Francia), y los usurpadores querían contar en todo momento con quienes habían demostrado continuamente su belicosidad y buen hacer con las armas.

En el año 653, al comienzo del reinado de Recesvinto (653-672), surgió un foco de rebelión desde la agitada provincia Narbonense, liderado por el noble godo Froya, aspirante al trono. Los rebeldes eran refugiados y prófugos de reinados anteriores, además de los siempre combativos vascones.

Las columnas del ejército rebelde se internaron por la provincia Tarraconense, devastando el valle del Ebro y sitiando la ciudad de Zaragoza. Aldeas, campos, iglesias fueron saqueados y cientos de asesinatos daban idea de lo que pretendieron aquellos sublevados. En socorro de Zaragoza acudió Recesvinto con su ejército real, sofocando la revuelta en pocos días. La lucha fue muy favorable a los godos, ya que los rebeldes, entre los que se encontraban vascones, fueron masacrados y su líder decapitado, consiguiendo escapar sólo unos pocos hacia las montañas pirenaicas.

El 673, los vascones aprovecharon el débil inicio de reinado de Wamba (672-680) para lanzar ataques sobre el valle del Ebro y la cornisa Cantábrica. En esta ocasión se debieron exceder bastante de lo que habitualmente se les consentía, ya que el propio Wamba se puso al frente del ejército real iniciando una campaña de represalia y sometimiento contra bandas de salteadores vascones que se encontraban en la zona de la actual La Rioja. A esta sublevación se unieron algunos nobles de las zonas de la Narbonense gala y la Tarraconense hispana, que proclamaron como rey al general y noble godo Paulo, por lo que estalló una guerra civil, quedando fraccionado el reino visigodo de Toledo durante un tiempo.

Desde su base militar de Cantabria, el legítimo rey Wamba atacó con fuerza a los vascones que en tan sólo siete días fueron reducidos, como siempre, en sus montañas. Para evitar males mayores, los jefes vascones entregaron rehenes, tributos y la promesa de no participar en el futuro conflicto.

Ambos hechos (653 y 673) parecer estar coordinados: primero, los vascones se negaban a pagar los tributos correspondientes, iniciando una revuelta a la que obliga al rey a marchar hasta la región; inmediatamente, se producía un segundo conflicto más importante, pues ya implicaba a la nobleza goda y a elementos externos.

MÁXIMA EXPANSIÓN TERRITORIAL DEL REINO HISPANO-VISIGODO

De todas formas, estas rebeliones civiles con participación de vascones siempre fueron de menor envergadura comparadas con las que realizaron contra bizantinos y suevos. El principal rival de los visigodos fue el Imperio bizantino, que mantuvo posesiones peninsulares hasta el 625. El otro gran rival fue el independiente Reino suevo, que se extendía por Galicia, norte de Portugal y parte de Asturias, hasta su sometimiento en 585. Córdoba fue otro foco de rebelión al que tuvieron que luchar varios reyes visigodos, el último fue Leovigildo en 577. Este mismo también sofocó rebeliones en otras ciudades meridionales y mantuvo una guerra civil en la Bética contra su hijo Hermenegildo.

En cuanto a los pueblos primitivos del norte, los cántabros también fueron sometidos en 574 por Leovigildo, mientras que los astures y otros pueblos del norte, como los rocones, fueron derrotados en las campañas de 612 y 621 por Sisebuto.

Cuando se produjo la invasión musulmán en Tarifa en 711, el Reino Hispano-visigodo se encontraba dividido en una guerra de sucesión al trono, entre los partidarios de Rodrigo y los de Agila. Aguila, hijo de Witiza, controlaba las provincias orientales: la Tarraconense y la Septimania. Rodrigo, duque de la Bética, controlaba Toledo y el occidente peninsular.

En el momento del desembarco sarraceno, el rey Rodrigo emprendía una lucha en Pamplona, una ciudad de la Tarraconense, partidaria de Agila. Este pretendiente a la Corona hispano-goda negoció la entrada de los musulmanes para derrotar a Rodrigo, y que supuso el fin del Reino Hispano-visigodo.

28/04/2015

Herencia visigoda del Cristianismo en Pamplona


La presencia del Cristianismo durante el Reino Hispano-visigodo fue bastante más que un barniz superficial, sostenido por la fuerza de sus monarcas y sus guarniciones, frente a los cultos paganos tradicionales de los vascones. La etapa visigoda fue una continuación de la expansión de Cristianismo, capaz de adentrarse en amplios estratos de la población rural, más aún si se tiene en cuenta el peso que la fe tuvo en la siguiente etapa de la historia navarra, durante los siglo VIII al X, y el fervor en la defensa de la liturgia visigótico-mozárabe a finales del siglo XI.

Estas ideas sobre la evangelización del mundo rural y la creación del entramado parroquial son defendidas por Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza o R. Jimeno entre otros historiadores.

La aristocracia fundaría, como en el resto de la Hispania, dueñas de las numerosas villas que cubrían el espacio situado desde las cuencas pirenaicas hasta el Ebro, se hizo en su mayoría cristiana a lo largo del siglo IV. Fueron protagonistas de la defensa de los pasos del Pirineo frente a los bárbaros durante dos años, a partir del 406.

Estos poseedores de la fe cristiana extendieron la religión cristiana al resto del pueblo, que los imitaba. A ellos se debe la fundación de iglesias propias en sus latifundios, que se originó en España entre los siglo IV y VII. Edificaban la iglesias, las dotaban económicamente, adoptaban la advocación con las que pasaban a denominarse y extendían la fe entre su clientela.

Con todo, entrado el siglo V, subsistían paganos entre estos propietarios, como lo demuestra el tauribolio de Arellano, de los siglos IV y V, reconvertido en capilla funeraria y por lo tanto cristianizado en época visigoda.

crismon trinitario monasterio leyre visigodo cruz
IGLESIA Y VIRGEN DE SANTA MARÍA DE LEYRE Y CRUZ VISIGODA

Según explica R. Jimeno en Orígenes del Cristianismo en la tierra de los vascones, sitúa la creación de las iglesias rurales entre los siglos V y VII, de tal forma que el cenit de la sacralización del espacio se produjo en el siglo VIII, resultado de analizar las advocaciones titulares más antiguas de las iglesias de la "Navarra primordial", donde registra más de un millar de templos.

Agrupando los datos se sintetizan las advocaciones en algunos de las siguientes conclusiones:

1. Las iglesias que están dedicadas a la Virgen suponen casi un 20% (231)

Un culto que se irradió desde la catedral de Pamplona, cuya primera construcción se fija, según los resultados arqueológicos, en los siglos V y VI, a la vez que se dedican en Hispania los primeros templos marianos conocidos. El culto fue creciendo en el siglo VII y tuvo un notable desarrollo a partir de la dominación musulmana. Las iglesias dedicadas a la Santa Cruz o a Jesucristo añaden un 4,58% más, lo que supone una cuarta parte del total.


2. Las iglesias que aportan santos del círculo evangélico y apostólico suponen un 26, 23% (305)

A San Pedro (92), San Esteban (82), San Juan Bautista (71) y San Andrés (60). Su culto estaba extendido en toda la Iglesia y se difundieron a partir del siglo VI en Hispania.


3. Las iglesias que recogen el legado hispanorromano y visigodo

Los mártires hispanos suman 88 iglesias, mientras que la principal aportación visigoda es el culto a San Martín, que después de la Virgen es la advocación más extendida con 126 iglesias (un 10,89%).

La monarquía merovingia fue la gran difusora del culto a San Martín, pero contra lo que pudiera suponerse, el culto se fraguó en el siglo V, cuando los visigodos controlaban las Galias y fueron quienes lo trajeron a Hispania, tal y como se acredita por la inclusión de sus fiestas en los calendarios visigodos.

Entre los mártires hispanorromanos destacan San Vicente (23 iglesias), que llega en el siglo VI desde Zaragoza, al mismo tiempo que San Lorenzo (14 iglesias) o Santa Eulalia (13 iglesias), etc. En conjunto son 214 iglesias, un 18,38 del total.


4. Las iglesias dedicadas a San Miguel, aporta 82 iglesias, un 7,09%

Su culto se implanta en Navarra en el siglo VIII y se concentra sobre todo en el sector occidental de la Navarra primordial, por influencia de Aralar.


5. El resto de las iglesias supone un 23, 72%. Están dedicadas a 57 advocaciones restantes

crucifixion catedral pamplona juan oliver
CRUCIFIXIÓN, POR JUAN OLIVER

De acuerdo con este esquema, el proceso de creación de la red parroquial estaría muy avanzado en el siglo VIII, de tal forma que en los siglos siguientes de la Edad Media tan solo se completaría. DE ser así la importancia de la herencia visigoda hubiera sido muy grande.

Probablemente, el periodo comprendido entre los siglos V y VIII marca el inicio de la creación de la red parroquial, como señala R. Jimeno, y no se completó hasta el siglo XII.

La influencia de los visigodos, a través de sus calendarios y su santoral, fue muy grande en la elección de las advocaciones, aunque la construcción de las iglesias tuviera lugar mucho más tarde.

Otra herencia de la iglesia visigoda fue la legislación canónica, el conjunto de normas conciliares que se reunió en la Colección Canónica Hispana. Estuvo vigente durante buena parte de la Edad Media, especialmente en los siglos altomedievales, y constituyo un elemento cohesionador de la Iglesias locales, las diócesis españolas, en torno a una misma disciplina, con independencia de su pertenencia a uno u otro reino medieval.

La Colección, forjada a lo largo del siglo VII entre Sevilla y Toledo, reunió la legislación precedente (concilios orientales, africanos, galos y españoles), la sueva (Capitula Martini) y la gran aportación de la iglesia visigoda, los cánones de 17 concilios de Toledo, junto con otros coetáneos.

El texto de la Colección se insertó en el Códice Vigilano o Albeldense (976), elaborado en este monasterio riojano, muy unido a las corte de Nájera, en el que reúnen los textos básicos (históricos, literarios y jurídicos) que definen las señales de identidad del naciente reino pamplonés y las raíces jurídicas sobre las que se asienta, que no son otras que la legislación civil y canónica visigoda.

La corte pamplonesa consideraba vigente la Colección Canónica Hispanay que, por tanto la iglesia pamplonesa se sentía parte de la iglesia hispana. La práctica repetición de los contenidos del Albeldense en el Códice Emilianense (992) demuestra que no es una recopilación individual de un monje, sino un acervo de carácter oficial, copiado tanto en Albelda como en San Millán. La elaboración del texto en estos monasterios riojanos refleja la vigencia del derecho eclesiástico visigodo en La Rioja y en todo el reino de Pamplona a finales del siglo X.

Los monarcas pamploneses actuaron en la Iglesia siguiendo pautas propias de la tradición visigoda, en la designación regia acabo siendo de hecho la vía usual de nombramiento de obispos. Tal parece que ocurrió con la consagración de obispos para las sedes de Aragón, Deyo, Calahorra y Tobía, efectuada por el obispo de Pamplona, sin duda a instancia del rey Sancho Garcés I, en torno al 922. Parece también que Sancho III el Mayor se reservó la designación de los obispos-abades de Pamplona y Leire desde el año 1024. La figura de los obispos-abades también existió en Nájera y san Millán o Albelda, en Burgos y Cardeña, y en Aragón y Sasabe.

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IGLESIA DE SAN NICOLÁS EN PAMPLONA

La liturgia es otro terreno donde la herencia visigoda fue manifiesta, puesto que hasta finales del siglo XI en el reino pamplonés estuvo en vigor la liturgia mozárabe o visigoda. Y no de forma superficial u ocasional, sino plenamente enraizada y considerada como un acervo propio, como se demuestra en la defensa que de ella se hizo cuando el papa Alejandro II urgió la implantación del rito romano.

El Reino de Pamplona aporto hombres y textos para demostrar que el rito mozárabe no era herético. Los obispos españoles enviaron a Roma a tres de ellos, un castellano (Jimeno de Oca) y dos pamploneses (Munio de Calahorra y Fortún de Álava). Llevaron tres libros litúrgicos para que fueran examinados, dos de los cuales eran navarros, el Liber ordinum de Irache y el Liber missarum de Santa Gemma (cerca de Estella).

El rito romano se implanto en Navarra en 1076, pero todavía dos décadas más tarde no se había implantado la nueva liturgia en ciertas localidades del valle de Roncal y sus vecinos se resistían a admitir a los clérigos que practicaban el nuevo rito, como ocurrió en Garde (1098) y Navarzato (1102). Pedro I tuvo que intervenir para que aceptaran el cambio: "mandauit ut sicut fuerat factum in lege Toletana, ita et permansisset in lege Romana".

Otro punto de identidad entre todas las diócesis españolas era la escritura visigótica (minúscula o cursiva), con la que se escribían los libros litúrgicos, las obras teológicas o espirituales (entre las que destaca el Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana, los códices riojanos, etc.), o se redactaban los documentos.

Son muchos los factores que aportan muestras de la raíces visigodas y, en conjunto, pregonan que la Iglesia navarra altomedieval funcionaba como una iglesia local que se sentía ligada a las restantes de España, insertas todas ellas en el trono común forjado en la época visigoda. La Iglesia navarra no solo recibió contenidos de ese acervo común, sino que también contribuyo a su transmisión y defensa.