28/04/2021

El linaje de Aitor, por Jon Juaristi


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EL LINAJE DE AITOR, POR JON JUARISTI

El linaje de Aitor. La invención de la tradición vasca
Jon Juaristi, Editorial Taurus, Madrid (1998), 343 páginas

El linaje de Aitor trata la historia y la literatura vascas, así como el proceso de gestación de los elementos culturales que componen aquello que se llama "tradición".

Jon Juaristi repasa a todos aquellos artífices de esta supuesta tradición que se dedicaron a confeccionar, a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, ideales aldeanos y tradiciones ancestrales por motivos literarios, identitarios e incluso políticos. Todos estos escritores de literatura mitológica e historiografía legendaria eran defensores del mantenimiento del régimen foral en Vascongadas y Navarra, por lo que eran llamados "fueristas", también "euskalerriacos" y más tarde, a algunos, considerados como proto-nacionalistas.

De todos estos escritores, Navarro Villoslada, podría ser el más famoso literato del siglo XIX, siendo Miguel Unamuno y Pío Baroja los del XX. En cambio, Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, posee un perfil más político que literario.

Otros menos conocidos, pero muy influyentes en la literatura e historiografía mitológica vasca fueron Antonio Trueba, José María de Goizueta, Vicente de Arana, Arturo Campión, Delmas, Araquistaín, Sotero Manteli, Becerro de Bengoa, etc. La mayoría eran más cronistas, romanceros o legendistas mixtificadores que verdaderos novelistas, representantes de unas ideas ya caducas. El más divertido fue sin duda el suletino Augustin Chaho. Un editor, iluminista, filocarlista, prenacionalista y creador de la mítica figura bíblica de Aitor, patriarca de la etnia vasca que trajo el vascuence a Euskal Herria tras el diluvio universal y que hace diferenciar del tradicional Túbal. Los capítulos dedicados a Chaho y a Unamuno y Baroja son especialmente brillantes.

La historia funciona en El linaje de Aitor como paradigma de verdad: el pecado original del fuerismo es su incapacidad para forjar una historia nacional que otorgara legitimidad a sus presupuestos ideológicos. En este sentido, el ejercicio de la historia aplicado a la literatura fuerista sí consiste en la desmitificación.

Pero Juaristi no pretende desmitificar el nacionalismo vasco, sino efectuar un estudio de la construcción de identidades colectivas, separando literatura de historia. Repasa no sólo la obra de estos autores, sino las circunstancias literarias, políticas y sociales de sus vidas, la génesis de esa "materia de Vasconia" de la que se nutren sus obras, sus antecedentes mitológicos como el Tubalismo, el Vasco-cantabrismo, o el Vasco-iberismo, y sus consecuencias.


ÍNDICE

Prólogo

Introducción

I. Sujeto colectivo y visión del mundo: la sociedad tradicional vasca y los fueros

II. Grupo privilegiado e ideología: el movimiento fuerista

III. La literatura fuerista

IV. Chaho, el precursor

V. La generación isabelina

VI. La generación de la Restauración

VII Nacionalismo vasco y literatura fuerista: el legendismo en la obra de Sabino Arana Goiri

VIII. El fin de siglo

Apéndice: Cantares apócrifos vascos del siglo XIX

Bibliografía

Índice onomástico

Índice de personajes de ficción, legendarios, etc.

Índice de obras

Índice de publicaciones periódicas

Agradecimientos

25/04/2021

Pedro López de Ayala


Canciller y cronista de Castilla, una de las personalidades más destacadas de la política y las letras del siglo XIV

PEDRO LÓPEZ DE AYALA

Pedro López de Ayala era natural de Vitoria, Álava, donde nació en 1359.

En 1359, siendo capitán de la flota castellana, participó en el saqueo de los puertos de Valencia y Cataluña. También se vio envuelto en la guerra civil entre Enrique de Trastámara y Pedro I el Cruel, siendo partidario del segundo hasta que huyó a Francia y poniéndose partidario del Trastámara. Uno de sus servicios fue su participación en la batalla de Nájera de 1367 contra el Príncipe Negro, Juan de Avís.

López de Ayala, que no era partidario de una guerra de Castilla contra los portugueses, se esforzó por disuadir de ello al rey, pero no rehuyó la lucha cuando se produjo, empuñando el estandarte de la Orden de la Banda, a raíz de la cual fue hecho prisionero durante seis meses.

BATALLAS DE NÁJERA Y ALJUBARROTA

En 1375, fue nombrado alcalde mayor de Vitoria y, al año siguiente, de Toledo. Su padre murió ese mismo año, momento en el que Pedro se convertía en señor de Ayala. Fue miembro del Consejo de Castilla y embajador en Aragón y en Francia.

Ya al servicio del siguiente rey, Juan I, luchó en la batalla de Aljubarrota (1385), en la que los portugueses infligieron una severa derrota a las tropas castellanas. Pedro fue hecho prisionero durante un año, estuvo encerrado en una jaula de hierro hasta que el propio rey de Castilla pagó su elevado rescate.

En las Cortes reunidas en Guadalajara en 1390 se opuso al proyecto del rey de desmembrar su reino entre él y su hijo don Enrique. Ese mismo año Pedro pasó a ser miembro del Consejo de Regencia de la minoría de edad de Enrique III.

En 1398, a sus 66 años de edad fue nombrado canciller mayor del Reino de Castilla. Ejerció tan alto cargo hasta su muerte en 1407, en Calahorra.

RIMADO DE PALACIO

Como literato su gran aportación a las letras castellanas fue el Rimado de Palacio, de contenido religioso, moralista y satírico. Son unos 8.200 versos escritos, entre 1385 y 1403, en su mayor parte en cuaderna vía y donde pasó revista a la sociedad de su tiempo describiendo con ironía a sus contemporáneos de la jerarquía civil y religiosa:
"Si estos son ministros, sonlo de Satanás
ca nunca buenas obras tú fazer les verás"

Atacó sus hipócritas valores políticos, sociales y morales, y mezclando cuadros realistas y disquisiciones moralizantes. Tampoco salen muy bien parados los judíos. Se quejó amargamente de cómo se acumulan los impuestos sobre los pobres pecheros y cómo ello provoca una gran crisis demográfica.

El Rimado de Palacio es en realidad una mezcla heterogénea de diversos materiales poéticos a los que su autor ha dado cierta unidad con estrofas de transición de unos temas a otros.

HISTORIA DE LOS REYES DE CASTILLA

Escribió las crónicas de los reinados castellanos de Pedro I, Enrique II y Juan I de Castilla, y una que quedó incompleta del reinado de Enrique III de Castilla, recogidas todas bajo el título de Historia de los reyes de Castilla. Entre otros muchos acontecimientos, relató los frecuentes enfrentamientos de la Marina castellana contra ingleses y otros enemigos por la hegemonía en el Atlántico. En esta obra se mostró como un historiador de bastante mayor rigor que sus contemporáneos ya que sólo le preocupan los hechos y las circunstancias que los rodean, ignorando las escenas pintorescas y las pompas caballerescas típicas de la época. Vivaz en los retratos, logró desterrar por siempre la sequedad de los viejos cronicones.

La instrucción del canciller Ayala era muy extensa para lo que se acostumbraba en la época. Aparte de la Biblia, conocía la obra de Tito Livio, Valerio Máximo, San Agustín, Boecio, San Gregorio, San Isidoro, Egidio Romano, Vegecio, Boccaccio y alguna de las versiones de la Estoria de España de Alfonso X el Sabio. Conocía además las colecciones jurídicas de su tiempo, como Juan Andrés, Giovanni Andrea, el Decreto de Graciano, etc.. Tradujo las obras de muchos de estos autores.

lópez ayala sepulcro palacio jequena
SEPULCRO DE PEDRO LÓPEZ DE AYALA

21/04/2021

Aportación lingüística del Latín al Euskera


1. FORMACIÓN DE LAS LENGUAS ROMANCES HISPÁNICAS

El antiguo latín que se hablaba durante la época de romanización en la Hispania peninsular sufrió una continua evolución, dando lugar a las diferentes lenguas romances como el gallego, el leonés, el castellano, el aragonés y el catalán, además del mozárabe, que pronto se perdió.

Las áreas geográficas en las cuales se hablaban estos romances no correspondían siempre a la extensión del territorio que representan estos topónimos. Por ello, para darles mayor precisión geográfica e histórica, se formaron los compuestos galaico-portugués, astur-leonés, navarro-aragonés, etc.

El primer testimonio escrito del castellano y el vascuence son las llamadas Glosas Emilianenses. Fueron escritas en el Monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla (La Rioja), a finales del siglo X.

Pero el desarrollo del primero es coetáneo al de otras variantes romances, como el gallego y el catalán, y aún del aragonés y del leonés.

De las lenguas romances señaladas, el castellano fue extendiéndose, no por imposición de ningún poder superior, sino por una muy superior capacidad expansiva debida, al parecer, a sus características fonéticas y léxicas, flexibilidad sintáctica, simplicidad y aspecto innovador. Estas cualidades permitieron que llegase a ser la lengua común de todos los pueblos que conformaron la realidad conocida en el futuro como España. El hecho por el cual el castellano fuese la lengua del reino que mayor expansión geográfica alcanzó durante los últimos siglos de la Reconquista influyó de manera muy positiva en su hegemonía sobre las demás.

La lengua primaria de Vascongadas y el uso lingüístico básico y fundamental, es decir, el euskera ha sido el centro de organización de la vida vasca desde los orígenes, que se confunden con la génesis del pueblo. Pero el euskera, a lo largo de su historia, ha convivido siempre estrechamente con otras lenguas y la sociedad vasca ha estado definida habitualmente por una pluralidad lingüística.

Durante la Edad Media no ha habido "lenguas nacionales", ya que no existían naciones. Los romances surgieron sobre una base latina, en un largo proceso evolutivo en el que intervinieron distintos factores históricos y literarios, entre otros. En todos los territorios que estuvieron bajo la férula de Roma, el latín era generalizado en su uso como lengua culta, la de la iglesia, la del pensamiento, la de ciertas formas de poesía e historia, y solo a partir de cierto momento, se puede decir que aquello ya no es latín, sino romance.

Durante siglos, las lenguas vernáculas convivieron con el latín. Luego todos los pueblos adoptaron o aceptaron, el romance como la lengua común, conservando los vascos el euskera como su lengua primitiva.

LOS INTELECTUALES DE MI ALDEA, POR VALENTÍN DE ZUBIAURRE

2. IDIOMA CASTELLANO MEDIEVAL EN VASCONGADAS

Algunos de los hábitos articulatorios y ciertas particularidades gramaticales del euskera ejercieron poderosa influencia en la formación del idioma castellano por dos motivos:

1. el Condado de Castilla se fundó en un territorio de influencia vasca, donde parte de sus habitantes hablaban el euskera, en un momento en el cual este romance estaba en formación.

2. la participación de vascos y navarros en la Reconquista y repoblación peninsular en el Reino de Castilla.

Por tanto, el castellano fue una lengua románica surgida en la Reconquista con una acusada influencia del euskera, que cualquier otro romance no consiguió.

Su origen se encuentra en el habla de los vascos romanizados de Cantabria, norte de la provincia de Burgos, franja occidental de Álava colindante con la provincia de Burgos y los habitantes de la comarca vizcaína de las Encartaciones. Estas tierras en la época romana estaban habitadas por las tribus celtas de várdulos y autrigones. Su cercanía con la meseta, que desde épocas neolíticas fue foco cultural de las nuevas técnicas y costumbres, conseguiría que se irradiara el latín y la cultura romana con más fuerza. De la Romanización de los autrigones y várdulos surgiría el actual pueblo de Castilla y su lengua, el castellano. Pero esta lengua romance se diferencia de las demás gracias a la gran aportación que ejerció sobre ella el pueblo vasco y el euskera.

PESCADORES DE BERMEO, POR AURELIO DE ARTETA

3. LENGUA ROMANCE DE NAVARRA: EL NAVARRO-ARAGONÉS

El navarro-aragonés era una lengua romance hablada en el valle del Ebro durante la Edad Media, anterior al castellano, con reductos actuales en el Pirineo aragonés, conocidos como aragonés y préstamos en el castellano de las actuales La Rioja, Comunidad Foral de Navarra (primordialmente la variante hablada en La Ribera de Navarra), Aragón y Comunidad Valenciana, con diferentes gradaciones.

Tuvo su origen en el latín vulgar, sobre un acusado sustrato vascón. Evolucionó del latín vulgar en la zona comprendida entre la Rioja Alta y la Ribagorza, provincia de Huesca, zonas bajo influencia vasca. La lengua recibió, en su período medieval, la denominación entre los lingüistas de navarro-aragonés, por abarcar los romances afines aragonés y navarro, así como el riojano.

La expansión del Reino de Navarra sobre tierras musulmanas y cristianas, con la consiguiente repoblación con cristianos de Navarra, llevaría consigo el idioma por todo el territorio conquistado. La anexión por el Reino de Navarra de los condados aragoneses supuso una importante influencia de la lengua navarro-aragonesa sobre los territorios posteriores de la Corona de Aragón.

Como es natural, por su extensión geográfica y la diferente evolución histórica de Navarra y Aragón, con períodos de unión y separación monárquica, el navarro-aragonés no presenta uniformidad absoluta. Menéndez Pidal e Yndurain ya señalaron algunas diferencias. Éstas han sido realzadas más tarde por Alvar y otros lingüistas navarros.

En todo caso, se trata sólo de matizaciones dentro de la unidad lingüística general. Estas diferencias se centran en las grafías qu > co, quo (coatro, quoatro), gu > go, gu (jegoa, yegua), representadas en aragonés comúnmente por qua, gua, y en la forma de escribir el sonido actual ñ, que en navarro era yn, inn e ynn (seinnor, seynnor), mientras que en aragonés se usaba ny, nni, ng, nn.

A estas diferencias se añade a veces la conservación del grupo mb y la forma del sufijo -mente, las cuales, aun siendo características del navarro, no son privativas de él, pues existen también en aragonés, junto a las soluciones comunes m, -miente, -mientre, -mient, -ment.

Son, pues, pocas las diferencias. Por lo tanto, se puede seguir diciendo que el navarro-aragonés representa la unidad general básica de la lengua romance hablada y escrita en Navarra y Aragón conjuntamente desde el siglo X al XV.

CHISTULARIS

4. LENGUAS ROMANCES EN EL PAÍS VASCO

Al caer el Imperio Romano, el antiguo latín evolucionó en los territorios de la Hispania post-romana, dándose una sucesión de varios idiomas románicos en el norte de España, desde el este, con el gallego, hasta el oeste, con el catalán, en el que participó el Románico vasco.

María Teresa Echenique considera que siempre hubo un cierto bilingüísmo vasco/romance en la zona de habla euskérica, lo que facilitaría los contactos. Echenique habla de un continuum en los idiomas románicos del norte de España en el que participaría el románico vasco. De hecho, hasta época reciente se documenta en el País Vasco un romance que ha sido calificado de "criollo", en el que se mezclan palabras en castellano y en euskera, incluso cuando los hablantes consideran que están hablando castellano.

El castellano es una lengua romance del grupo ibérico, originada en el Condado de Castilla, en las actuales provincias de Burgos, Vizcaya y Álava, y más tarde Reino de Castilla, que incluía aproximadamente la actual Provincia de Burgos, la totalidad de la Comunidad Autónoma de Cantabria y parte de las Comunidades Autónomas del País Vasco y La Rioja, cuyo centro es la zona de la Bureba, donde se halla el corredor de la Bureba, paso obligado para acceder desde el norte peninsular a la meseta ibérica. En esta área se supone que se hablaba euskera habitualmente en el siglo V, cuando se empezó a considerar una lengua bárbara y el latín como lengua propia de la cristiandad.

El latín era hablado y escrito por las clases cultas, como lengua de Estado transmisora de cultura escrita. En cambio, el euskera lo mantenían popularmente en zonas rurales, era solamente un "habla", pues no se manifestaba escrito, y se reforzaba por las repoblaciones con "navarros" durante la Reconquista. Por ello, no es extraño que los primeros textos en lengua romance que se conocen, los Cartularios de Valpuesta, del siglo IX (Burgos), como las Glosas Emilianenses, de finales del siglo X (La Rioja), incluyan nombres personales y frases en euskera.

Hoy está claro que parte del actual País Vasco forma parte de la cuna del español o castellano y no sólo la Álava castellana u occidental, sino también las Encartaciones de Vizcaya.

Como ha demostrado en una voluminosa tesis doctoral I. Echeverria Isusquiza:
"Las Encartaciones parecen corresponder, a la llegada de los romanos, a la parte ya indoeuropeizada de la Península, de modo que, lejos de ser éste un espacio castellanizado más o menos recientemente, su lengua romance habría surgido sin interrupción de la evolución lingüística de ámbito ya indoeuropeo a la llegada de los romanos."
REMEROS DE ONDARROA, POR CARLOS SÁENZ DE TEJADA

5. PRIMEROS TEXTOS EN ROMANCES HISPÁNICOS

La primera constancia escrita del navarro-aragonés y del vascuence está en las Glosas Emilianenses, surgido en el Reino Navarroaragonés, a principios del siglo XI. Son pequeñas anotaciones manuscritas realizadas en las lenguas latín, romance y euskera medieval, entre líneas o en los márgenes de algunos pasajes del códice latino Aemilianensis 60. Su nombre se debe a que fueron compuestas en el Monasterio de San Millán de la Cogolla (Millán o Emiliano procede del latín Aemilianus), perteneciente a la región de La Rioja y, por aquel entonces, parte del Reino de Navarra.

Se consideró como primer testimonio escrito de un dialecto romance hispánico, embrión o ingrediente básico del complejo dialectal que conformó el castellano, es decir, la lengua que ya hablaba por entonces el pueblo llano. Son más de mil glosas de las cuales unas cien están en romance, además, dos de ellas están escritas en lengua euskera.

Las dos breves glosas en lengua vasca son el testimonio escrito no epigráfico más antiguo del euskera del que se tiene noticia. La aparición de restos en euskera y la abundante toponimia de la región en dicha lengua son muestras de que estas glosas debieron ser escritas en zona de contacto lingüístico vasco-románico.


Los Cartularios de Valpuesta son una serie de documentos que van desde el año 804 hasta el 1200, y que serían el primer testimonio escrito del que se tiene noticia de un dialecto romance hispánico (si bien no hay consenso entre los expertos acerca de su autenticidad).

Escritos en el Monasterio de Santa María de Valpuesta (Burgos), se trata de manuscritos en los que se copiaron las escrituras originales (privilegios, derechos, títulos de propiedad y en general, documentos) de los archivos de la corona, de obispados, monasterios, iglesias, localidades o de personas privadas, con objeto de conservar, previamente autentificados, sus respectivos derechos, en caso de pérdida de sus originales. En estos primeros textos en latín se entreven algunas palabras con fonética claramente castellana; pero los primeros textos escritos plenamente en castellano no aparecen hasta el 1200.

El estatuto de autonomía de Castilla y León los menciona en su preámbulo como uno de los primeros testimonios escritos en lengua castellana. Por ello, Valpuesta (sito en el valle de Valdegovía, Burgos) al igual que San Millán de la Cogolla, se atribuye el título de "Cuna del Castellano".

La presencia de patronímicos vascos es abundante: Anderkina ("pequeña señora"), Enneco ("mi pequeño"), Ozoa ("el lobo"). Se utiliza el euskera en expresiones: mie ennaia ("mi hermano"). Palabras de parentesco: eita (padre), ama (madre), ennaia (hermano), amunnu (abuela). Palabras de respeto como Anderazu ("anciana señora" con el significado de "doña") que se encontrarían posteriormente, en los textos riojanos del siglo XI. Así como topónimos vascos de la zona: Margalluli, Yrola, Zopillozi, etc.


Las Glosas Silenses son comentarios en lengua romance peninsular realizados por copistas medievales en los márgenes de un texto en latín. Datan de finales del siglo XI y, al igual que las Glosas Emilianenses o los Cartularios de Valpuesta, su finalidad es aclarar los pasajes oscuros del texto latino. Se encontraron en el archivo del monasterio de Santo Domingo de Silos, de donde procede su nombre, en la región española de Castilla y León. Sin embargo, estas glosas pueden ser sólo copias cuya versión original fuera muy anterior, probablemente poco posterior al manuscrito latino que contiene las glosas de San Millán, que puede ser también el lugar original de su procedencia.

VASCOS DE ROMERÍA, POR JOSÉ ARRUE

17/04/2021

Retratos e ilustraciones de Juan Sebastián Elcano


Ya que no se conoce la existencia de algún retrato de Juan Sebastián Elcano, el primero modelo de referencia fue el dejado por Tomás López Enguídanos. Fue un grabador calcográfico valenciano del siglo XVIII, que compuso la serie de los Retratos de los españoles ilustres con un epítome de sus vidas, ambiciosa empresa llevada a cabo por la Imprenta Real y la Calcografía Nacional entre 1791 y 1819.

Basándose en el dibujo preliminar de Enguídanos, el grabado de Luis Fernández Noseret realizó este otro definitivo Juan Sebastián de Elcano, que pertenece a la Biblioteca Nacional. En su parte inferior incluye el epítome:
"JUAN SEBASTIAN DE ELCANO. Hábil piloto y argonauta inmortal por haber sido el primero que dio la vuelta al mundo. Nació en Guetaria y murió en la mar del Sur en 1526."
elcano españoles ilustres retratos
JUAN SEBASTIÁN EÑCANO, RETRATOS DE LOS ESPAÑOLES ILUSTRES


A su vez, basándose en el grabado de L. Fernández Noseret y J. López de Eguíndanos, se realizó este retrato de Juan Sebastián Elcano al óleo, que acoge el Museo Naval de Sevilla.

elcano retrato óleo museo sevilla
JUAN SEBASTIÁN ELCANO, MUSEO NAVAL DE SEVILLA


Ilustración de Juan Sebastián Elcano pertenecientes al libro Las glorias nacionales: grande historia universal de todos los reinos, provincias, islas y colonias de la Monarquía Española, desde los tiempos primitivos hasta el año de 1852.

JUAN SEBASTIÁN ELCANO, LAS GLORIAS NACIONALES


Este otro óleo de Juan Sebastián Elcano fue realizado por el también guipuzcoanos
Ignacio Zuloaga por encargo de la Diputación Foral de Guipúzcoa para el IV Centenario de la Primera Vuelta al Mundo (1522-1922). Forma parte de la Colección del Palacio Foral de la Diputación.

JUAN SEBASTIÁN ELCANO, POR IGNACIO ZULOAGA


El desembarco de Elcano en Sevilla
 es un óleo sobre lienzo realizado por
Elías Salaverría Inchaurrandieta. También es llamado La ofrenda de Elcano porque refleja el momento del desembarco del almirante Juan Sebastián de Elcano junto a sus tripulantes de la nao Victoria en el puerto de Sevilla, el 8 de septiembre de 1522. Los marinos aparecen portando velas encendidas en la mano con la intención de acudir a las iglesias de Nuestra Señora de la Victoria y de Nuestra Señora de la Antigua, en acción de gracias.

Fue un encargo solicitado por la Diputación de Guipúzcoa en 1922 para conmemorar el IV Centenario de la Primera Vuelta al Mundo (1522-1922).

EL DESEMBARCO DE ELCANO EN SEVILLA, POR ELÍAS SALAVERRÍA


Muerte de Juan Sebastián del Cano es un cuadro de F. Guevara. Expresa el momento de la despedida del marino de Guetaria a sus compañeros, aquejado de una enfermedad irreversible, durante la expedición a las islas de las Especias dirigida por Jofre García de Loaisa.

MUERTE DE JUAN SEBASTIÁN DEL CANO, POR F. GUEVARA


Mapa del atlas náutico de 1543 realizado por Battista Agnese. Este cartógrafo
gustaba de incorporar los nuevos hallazgos geográficos en sus mapas; en este incluyó la trayectoria del viaje de circunnavegación de Magallanes, aplicando en hilo de plata y luego deslustrado. Después trazó la ruta desde Cádiz a Perú con estadías a través del itsmo de Panamá. Este era la ruta del oro que surcaban barcos cargados con los tesoros americanos y custodiados por grandes galeones fuertemente artillados. Pertenece a la Biblioteca Nacional francesa en París.

RUTA MAGALLANES-ELCANO, POR BATTISTA AGNESE


Ilustración de la portada del libro de Lázaro de Flores titulado Arte de Navegar, editado en Madrid en 1673. En torno a la representación de la nao Victoria figura un poema de Melchor de Galarza que rinde homenaje a Elcano:
"Con instrumento rotundo,
el imán y derrotero,
un Vascongado el primero
dio la vuelta, a todo el Mundo."

ARTE DE NAVEGAR, POR LÁZARO DE FLORES


Escudo de armas Elcano concedido por el emperador Carlos V que contiene en la parte inferior especias: clavo, canela y nuez moscada; en el centro un castillo y en la parte superior un yelmo y un globo terráqueo con una orla que lleva escrita la inscripción latina "Primus circumdedisti me" (Primero en circunnavegar me).

ESCUO DE ARMAS DE ELCANO

14/04/2021

Vascones en Cohortes romanas


Se tiene constancia de la presencia de vascones en los ejércitos de los distintos pueblos que dominaron la península Ibérica durante la Antigüedad.

Los vascones que habitaban en la actual Navarra hicieron su presencia en la historiografía por primera vez durante la expedición cartaginesa de Aníbal, en el año 218 a.C., de la mano del autor latino Silio Itálico.

Existe información sobre la incorporación de contingentes de vascones y de sus vecinos cerretanos en las filas de los ejércitos cartagineses que el general Aníbal reclutó a su paso por los Pirineos, para luchar contra los romanos en la península Itálica. Estos mercenarios participaron en Guerras Púnicas, en la batalla del lago Trasimero, el año 217 a.C., y en la de Cannas, el 216 a.C.

Durante cerca de ciento cincuenta años no vuelven a aparecer fuentes históricas referidas a la tribu de los vascones. Sus élites comprendieron las ventajas de una pacífica integración en el Imperio romano.

HISPANIA AÑO 100 D.C.

Entre los años 83 y 72 a.C., se desarrolló la Guerra Sertoriana, en una península Ibérica que estaba en pleno proceso de Romanización. Fue uno más de los numerosos conflictos políticos que desangraron Roma. Entonces, los vascones tomaron partido por el emperador Sila y por Pompeyo, un prestigioso general enviado desde Roma para terminar con las ambiciones del sublevado Sertorio.

En el invierno de los años 75 a 74 a.C., Pompeyo invernó en territorio vascón y erigió la ciudad homónima de Pompaelo (Pamplona) sobre un poblado indígena. En estos años el territorio vascón fuer atacado sin éxito por Sertorio, que intentaba privar a su enemigo de sus aliados. En San Sebastián de Cintrúenigo (Navarra) se han documentado indicios de destrucción, así como materiales (monedas y proyectiles) de indudable origen sertoriano. Más al norte, el castillo de Irulegui también presenta estas trazas de violencia. La zona de Jaca y Huesca fue el centro de su principal resistencia.

Julio Cesar escribió sobre los vascones que formaban parte de las tropas romanas de Afranio, que luchaban en tierras de Lérida. Aquellos vascones procedían de Calagurris (Calahorra), Osca (Huesca), Jacca (Jaca) y Pompelone (Pamplona), ciudades fundadas por romanos y habitadas mayormente por vascones.

Tras la invasión romana de la península Ibérica, los vascones toman partida en el ejército romano cuya presencia está reconocida al menos desde el siglo I a. C., tanto en cohortes como en las legiones y en los pretorianos. Los cronistas romanos hablan sobre ellos.

Festo Avieno, escritor de Periplo Marsiliota, describió a los vascones como "hombres inquietos". Silio Itálico elogió el valor de esta tribu escribiendo que despreciaban el casco y la loriga en las luchas y que eran célebres por su ligereza.

COHORTE PRETORIANA

Hubo presencia de vascones en las filas de las cohortes pretorianas, cuerpo privilegiado y restringido principalmente a itálicos y a ciudadanos de las provincias más romanizadas. El pretor Casius Longinus tuvo su guardia personal formada por berones, que le salvaron la vida en un intento de apuñalamiento en el 48 a.C. El emperador Octavio Augusto tuvo una guardia pretoriana formada por vascones calagurritanos, que fueron licenciados tras vencer a Marco Antonio. La costumbre de guardias personales formadas por hispanos fue muy común entre los generales, debido a su fidae y devotio hacia su jefe.

Suetonio aportó la información sobre la participación de vascones durante las Guerras Cántabras. Vascones calagurritanos formaban la guardia personal del emperador Augusto, en una guerra en la cual, los romanos intentaban someter a las tribus del norte formadas por cántabros y astures.

A principios del año 68 d.C. Servio Sulpicio Galba, gobernador de la provincia hispana Tarraconense, decidió levantarse contra Nerón, uniéndose a la rebelión encabezada por Vindex en la Galia. Las tropas a disposición de Galba en Hispania eran muy escasas limitándose a la legión VI Victrix, 2 alas de caballería y 3 cohortes auxiliares. Por ello decidió reclutar nuevas tropas con las que logró levantar una nueva legión, la legión VII Galbiana, y varias unidades auxiliares. Entre éstas últimas se encontraban al menos dos cohortes de vascones.

Estos mismos guerreros fueron referidos por Tácito cuando escribió que las cohortes de vascones I Vasconum y II Vasconum civium Romanorum aseguraron la victoria de Galba sobre los britanos y sobre los germanos. Este realizó una crítica en cuanto el modo de luchar: "atacan por la espalda al enemigo desprevenido".

En palabras de Tácito:
Repentinamente, gracias a un inesperado socorro se trocó la fortuna. Las cohortes de vascones conscriptas por Galba, llamadas en auxilio, llegaron entonces. Guiados por el fragor de la batalla acometieron al enemigo por la espalda causando en él gran espanto, mayor del que pudiera prometer su escaso número.

EXTENSIÓN GEOGRÁFICA DEL IMPERIO ROMANO

Cuando la Cohors II Vasconum civium Romanorum estuvo destinada en Germania, Tácito narró en el año 70 d.C. su valerosa intervención salvando la dificil situación en la que se encontraba el legado Vócula, acampado cerca de Novesio (hoy Neuss, Bajo Rhin), quien fue atacado por los sublevados durante las revueltas del Imperio del 69 d.C.

Gracias a que se han encontrado varias estelas sepulcrales se pudo conocer que esta cohorte estuvo de guarnición en Britania en tiempos de Trajano en 105 d.C., para luchar contra las fuerzas de Civilis durante la Revuelta de los Batavos. Medio siglo después, en 156, esta cohorte estuvo destinada en la Mauritania Tingitana.

Otra cohorte destinada en Britania entre los siglos I y III d. C. fue la I Fida Vardullorum equitania. Formada por várdulos. El que esta tuviese el cardinal I hace suponer la existencia de más cohortes, y que tuviese en nombre Vardullorun, las diferencia de las Vasconum, como dos etnias de guerreros diferenciadas. De hecho, han sido encontradas lápidas mortuorias de la época romana, con nombres eusquéricos y celtas, cerca de Londres, en la antigua Londinium romana.

Probablemente como recompensa a ésta y otras acciones los miembros de las cohortes vasconas e indoeuropeas peninsulares recibieron la ciudadanía romana. Hay diplomas e inscripciones que así lo atestiguan, entre ellas una en época de Trajano que la denomina I Fida Vardullorum Civium Romanorum.

La fidelidad y colaboración demostrada por los vascones a sus invasores romanos quedó una vez más de manifiesto en los enfrentamientos contra los bárbaros, percibidos como los destructores del orden romano. Cuando suevos, vándalos y alanos invadieron las Galias hacia el año 400, los aristócratas hispanorromanos Dímelo, Vereniano, Lagodio y Teodosiolo movilizaron a los pobladores cercanos a los Pirineos, entre ellos los vascones, para proteger los pasos occidentales contra la entrada de bárbaros en Hispania.

ARRANES ARBIZKAR EN EL BRONCE DE ASCOLI

Una placa inscrita de bronce del año 89 a. C., conocida como Bronce de Ascoli, narra los méritos de la Turma Salluitana en la toma de Ascoli. En este bronce aparece el nombre éuskaro Arranez Arbizkar, caballero vascón de la legión romana del año 90 a. C. aproximadamente, que tuvo la ciudadanía y militancia romana.

10/04/2021

Tomás de Ayalde e Ibarrola


Teniente general de la Armada española que estuvo presente en los combates del cabo Espartél en 1782 y de Trafalgar en 1805, y en la Guerra de la Independencia española en 1808-1814.

TOMÁS DE AYALDE E IBARROLA

Tomás de Ayalde e Ibarrola nació en Usurbil, Guipúzcoa, en 1761. Desde muy joven se interesó por los oficios marítimos.

En 1776, a la edad de quince años, ingresó en la Real Armada español como cadete de la Compañía de Guardiamarinas de Ferrol, siendo de la misma promoción que otros almirantes vascos como Anselmo de Gomendio, Ventura Barcaiztegui o Cosme Damián de Churruca.

En 1779, acabó los estudios académicos y embarcó en el navío Miño, tras ser oficial de la Armada con el rango de alférez de fragata.

Tuvo su bautismo de fuego a bordo del navío Septentrión junto a José de Gardoqui en el combate del cabo Espartel, en la que se enfrentaron una flota hispano-francesa comandada por el almirante Luis de Córdova y una británica dirigida por el almirante Richard Howe, el 20 de octubre de 1782. A finales de ese año, ascendió a alférez de navío. Aquella batalla naval se desarrolló durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos que enfrentaba a España y Francia contra Inglaterra.

Tras la firma del Tratado de París en 1783, Ayalde fue destinado a la fragata Asunción para tomar parte de la Comisión de Filipinas, colaborando con el almirante vasco Ignacio María de Álava en la realización de mediciones hidrográficas del archipiélago. Como tantos otros almirantes que se habían formado en las Academias Navales de Guardiamarinas, era un marino científico y guerrero náutico. Llevada la noticia de la paz a la gobernación filipina, regresó al Departamento Naval de Cádiz, siendo nombrado ayudante del arsenal en agosto de 1784, de donde pasó al servicio de batallones.

NAVÍO SEPTENTRIÓN DURANTE EL COMBATE DEL CABO ESPARTEL

En 1785, Ayalde fue enviado al control de las rutas del Caribe, a las órdenes del comandante José Quevedo, embarcado en el navío Astuto. Tras pasar por Cartagena de Indias, Veracruz y La Habana, regresó a Cádiz con caudales y mercancías. La realización de este cometido oceánico se compensó con el ascenso de teniente de fragata en 1787.

En 1788, embarcó en la fragata Rosario la escuadra de Tejada para participar en la campaña de Liorna y Nápoles, regresando a Cádiz en la Guadalupe. Después trasbordó al San Hermenegildo de transporte para el Departamento Naval de Ferrol, destinado de ayudante del subinspector. En este puesto y siendo ya teniente de navío estuvo hasta 1791, que abandonó para llevar tropas á Pasajes en la fragata Elena.

Desde Cádiz, efectuó el corso por el Cabo de San Vicente y la costa de África. Y regresó al Ferrol, donde fue nuevamente ayudante del subinspector del arsenal.

En 1793, en el navío San Hermenegildo, formaba parte de la escuadra del general Lángara en el Departamento Naval de Cartagena, en plena Guerra de la Convención francesa. En agosto de ese año, junto a una escuadra inglesa realizaron la toma de la ciudad y puerto de Tolón, al sur de Francia, manteniendo acciones de guerra en las que demostró un valeroso comportamiento.

En 1794, pasó al navío Reina Luisa residencia de Lángara, con cuya escuadra recogió al príncipe de Parma en Liorna. Volvió al navío San Hermenegildo que, con la escuadra de Gravina, pasó a Rosas contribuyendo a su defensa, y de allí a Barcelona para tomar el mando del bergantín Vigo. Condujo a Rosas tropa y marinería, efectuando luego cruceros y transportes entre Palamós y Rosas. En Barcelona, Ayalde fue ascendido a capitán de fragata entregó el mando del bergantín y embarcó de segundo del navío Reina Luisa, de la insignia de Lángara, en el puerto de Mahón.

En 1795, tomó el mando de la fragata Dorotea de la escuadra de José de Mazarredo para llevar caudales al cónsul de Argel.

COMBATE ENTRE LA FRAGATA MAHONESA Y FRAGATA INGLESA

El 13 de octubre de 1796, al mando de la fragata Mahonesa perteneciente a la escuadra de Mazarredo, mantuvo un combate con la fragata inglesa Terpsícore de 40 cañones. Tras tres horas de lucha, tuvo que rendirse con 22 muertos y 28 heridos, tras lo cual fue enviado prisionero a Gibraltar. Un canje de prisioneros que permitió la liberación de Ayalde, y su posterior proceso de juicio en el Departamento Naval de Cádiz. Se le condenó a medio año de suspensión de sueldo y empleo, sirviendo de aventurero en el navío del comandante general de la escuadra.

Entre 1798 y 1803, se desarrolló la Segunda Guerra de Coalición, que volvía a enfrentar a la flota hispano-francesa contra la de Inglaterra. Ayalde estuvo el mando del navío Concepción, de la flota de Mazarredo, y con él se unió en Cartagena á la francesa de Bruix. Esta flota combinada tenía como objetivo realizar una operación anfibia de invasión a Gran Bretaña desde Brest. En este puerto al norte de Francia se mantuvo durante bantante tiempo, junto a otros almirantes vascos como Churruca o Moyúa, entro otros, esperando a la orden de Napoleón Bonaparte de emprender el ataque sobre la costa sur de Inglaterra que nunca llegó.

En mayo de 1800, Ayalde estaba de regreso en Cádiz. En mayo de ese año, tuvo la misión de comprobar un crucero sobre Argel al mando en el navío Princesa de Asturias, y después tomar parte de la campaña de Nápoles con el marqués del Socorro, para el transporte de autoridades reales.

La firma del Tratado de Amiens de 1803 permitió un alto el fuego momentáneo entre las armadas española, francesa e inglesa. Un año antes, Ayalde consiguió ascender a capitán de navío, sin embargo, durante los dos próximos años estuvo destinado en la subdirección del personal del Departamento Naval de Cádiz.

ESCUDO DE ARMAS DE AYALDE Y COMBATE DE TRAFALGAR

En 1804, se le adjuntó el mando del San Leandro, como teniente de navío. La máxima autoridad de este buque fue un viejo amigo de la etapa del Caribe: el comandante José Quevedo. Había comenzado la Tercera Guerra de Coalición. A partir de abril de 1805, continuaba a bordo del San Leandro en Cádiz, junto a navíos como el Santa Ana o el Santísima Trinidad, bajo las órdenes del almirante alavés Ignacio María de Álava, a la espera de la vuelta de la Flota Combinada hispano-francesa.

El 21 de octubre, Ayalde tomó parte en el combate de Trafalgar como teniente del navío San Leandro, al mando del capitán José de Quevedo, una embarcación de 74 cañones de artillería y 606 marinos.

A las 12 de la tarde, inició la refriega entre los navíos San Justo y el Redoutable, muy cerca del Santísima Trinidad. Tras la orden de virar hacia el puerto de Cádiz del vicealmirante francés Villeneuve, quedó en una posición muy difícil para su defensa. Sin embargo, pudo cañonear al Temeraire de Elias Harvey por estribor cuando se acercaba en auxilio del Victory de Nelson. Pero el Temeraire logró escaparse del San Leandro con facilidad ante su desafortunada posición tras lanzarle una letal andanada. Después de una larga y dificultosa maniobra para enderezar el rumbo, sobre las 4 de la tarde, el San Leandro orientó la proa en defensa del Príncipe de Asturias, para cubrir su retaguardia. Tras la victoria de las armas inglesas, fue uno de los pocos navíos que consiguió entrar en Cádiz horas después, junto al del comandante Gravina. De los 606 marineros a bordo, tuvo 8 muertos y 22 heridos.

Tras el combate, se desencadenó una terrible tormenta, con intensa lluvia, olas de más de tres metros y pésima visibilidad, que hizo encallar al navío Neptuno. Ese mismo día, a altas horas de la noche, la reunión de mandos decidió organizar una flotilla de salvamento para rescate de marinos heridos y náufragos así como buques apresados y encallados, especialmente en el caso del navío Neptuno. Antonio de Escaño asignó a Ayalde formar parte de su escuadra formada por lanchas y falúas.

En aquellas condiciones logró represarse al navío Neptuno del comandante Cayetano Valdés el día 23, pero aquel buque fue arrastrado por la tempestad. Finalmente, encalló esa misma noche sobre las rocas de la costa, frente al castillo de Santa Catalina en el Puerto de Santa María, comenzando a destrozarse por el intenso oleaje. Los heridos aún estaban dentro y la desesperación comenzó a adueñarse del resto de los tripulantes. Desde el litoral, Ayalde consiguió acercarse en una falúa en plena tormenta, sorteando las enormes olas y manteniendo la disciplina entre los tripulantes de la embarcación. Ya junto a un costado del Neptuno, fue rescatando a los marinos abordo, ayudado en la difícil misión por el capitán de fragata Pedro Cabrera y el teniente de fragata Francisco Michelena en varias lanchas. Mientras tanto Ayalde, permaneció el resto de la noche sobre el barco, organizando el traslado de unos hombres heridos y desesperados, hasta que en la madrugada el Neptuno terminó abriéndose con terrible ruido desde sus cuadernas. La tarea fue tan difícil que, al regreso del salvamento, entre la lluvia y las olas, la propia falúa de Ayalde se resquebrajó, debiendo pasar sus colaboradores a los botes restantes.

TORMENTA DEL COMBATE DE TRAFALGAR

Se pudo rescatar a casi toda la marinería, hallándose entre los hombres de la tripulación del Neptuno el comandante Cayetano Valdés y su segundo Joaquín Somoza.

El parte de salvamento está expuesto en la Relación o resumen de las faenas de mar dirigidas por oficiales de Marina de la escuadra y departamento, en los días 20 a 27 de octubre, que conserva el Archivo y Biblioteca del Museo Naval de Madrid:
"El navío Neptuno, mal fondeado en Rota, desarboló y el temporal le hizo varar en las inmediaciones del Castillo de Santa Catalina del Puerto. Abriose desde luego la mayor parte de su costado de babor, quedando enteramente inutilizados los víveres. La horrible resaca del mar en las piedras y en las playas hacían imposible pudiesen llegar a su bordo los marineros valencianos del Puerto de Santa María, que con la mayor intrepidez y evidentes riesgos de sus vidas se arrojaron para tomar un cabo y llevarlo a tierra con el fin de alar una jangada y salvar las vidas de sus compañeros: pero siendo insuperable la dificultad, determinó el capitán de fragata D. Pedro Cabrera, que con el teniente de fragata D. Francisco Michelena se hallaba destinado por el general del Departamento en la costa para socorrer a los náufragos, se trajese por la tierra una lancha en una carreta, la cual se echo al agua y se embarcaron en ella los marinos más prácticos y atrevidos; pero, sin embargo de sus extraordinarios esfuerzos, sólo pudieron llegar a la voz del navío... 
La gran dificultad que se ofrecía era sacar al comandante y segundo que como otros de la tripulación se hallaban gravemente heridos, pues aun cuando se habían hecho por Cabrera los mayores esfuerzos por sacarlo en la jangada, su estado no lo permitió; al fin llegó por fortuna el capitán de navío D. Tomás Ayalde, ayudante general de la Escuadra, en la falúa del Departamento, que temerariamente arrostrando el riesgo de perecer entre las olas, atracó a bordo del Neptuno, donde viendo en confusión los marineros que habían quedado en el buque resueltos a arrojarse al mar, se mantuvo aquella noche a su bordo entreteniéndolos y alentándolos a la constancia. En estas apretadas circunstancias llegaron de Cádiz dos barcas de tres que despachó el capitán del puerto con un oficial de Marina cada una, y con toda dificultad se atracaron a bordo y se embarcaron a todo riesgo el comandante Don Cayetano Valdés y su segundo D. Joaquín Somoza, y varios oficiales y demás heridos, y fueron conducidos a Cádiz sin haberse ahogado de este navío más que un solo hombre que se echó a la mar; y se perdió la tercera barca de auxilio en que fue Ayalde."

Por su brillante comportamiento en el combate de Trafalgar y su posterior comportamiento en el rescate fue ascendió a brigadier de la Armada. Al año siguiente se le asignó el mando del navío del Príncipe de Asturias. Allí permaneció hasta el final de la guerra contra Gran Bretaña en 1808. En junio de 1807, fue nombrado mayor general de la Escuadra de Cádiz.

EPISODIO DE TRAFALGAR, POR FRANCISCO SANS CABOT

En 1808, dio comienzo 
de la Guerra de Independencia española que supuso una alianza con Gran Bretaña y el enfrentamiento directo con el ejército imperial de Napoleón Bonaparte, que había invadido España y Portugal. Durante este conflicto, Ayalde realizó importantes acciones de defensa costera, por ejemplo, en el combate y rendición de la escuadra francesa del almirante Rosilly, el 15 de junio de 1808. Su aportación al control de la costa andaluza resultó decisivo en la guerra.

En noviembre de aquel año, se puso al mando del navío San Leandro. Con este buque zarpó en abril de 1809, dando escolta a una expedición convoy de 19 barcos a La Guaira y Veracruz, en el Virreinato de la Nueva España. Otra expedición posterior al mando del general llevaba en conserva al navío San Ramón, pero tuvieron que quedarse en Puerto Rico por el mal estado de los navíos, enviando la plata y el cargamento en dos fragatas inglesas.

A inicios de 1811, se encargó de las fuerzas militares de la isla de León, en Cádiz, mientras la Junta Suprema Central está organizada desde las Cortes parlamentarias en aquella ciudad. Un año después, los diputados oficializaron la primera Constitución española, y Ayalde fue nombrado vocal de la Junta de Defensa en septiembre.

Una vez que Cádiz fue liberado de los invasores franceses, en mayo de 1813, Ayalde se encargó del Arsenal de la Carraca, con el cargo de subinspector hasta la conclusión de la Guerra de la Independencia, cuando consiguió el ascenso a jefe de escuadra, en octubre de 1814.

Ante el inicio de los procesos de emancipación de las provincias americanas, Ayalde fue nombrado comandante general del Apostadero de la Habana, durante el Trienio Liberal de 1820-23, mostrándose a favor de la causa constitucionalista. En febrero de 1822, fue nombrado vocal del Almirantazgo.

Cuando volvió a establecerse el Régimen absolutistas de Fernando VII, Ayalde sufrió algún tipo de persecución, quedando sin cargos en la Real Armada en los primeros años de la Década Ominosa. Incluso, obtuvo la Gran Cruz de San Hermenegildo por sus servicios a la Armada española, pero fue retirada por la pérdida de la fragata Mahonesa en 1797. Al menos, en 1829, recibió la Cruz de San Luis de Francia.

APOSTADERO DE LA CARRACA (CÁDIZ), SIGLO XIX

En julio de 1825, fue reincorporado al Departamento Naval de Cádiz con el rango de teniente general en las labores de dirección de forma interina, y de forma definitiva en 1835, tras la muerte de Cayetano Valdés. Desde esta ciudad, en 1833, pudo ver el nacimiento de una España liberal y constitucional, tras el fallecimiento de Fernando VII y la llegada al trono de Isabel II.

En enero de 1836, se reconocieron sus servicios a la Armada española mediante la Gran Cruz de Isabel la Católica. Meses después, en noviembre, el teniente general Tomás de Ayalde fallecía de enfermedad a la edad de 75 años y 60 de meritorios servicios al Ejército español. Murió en Cádiz, después de que sus ideales de la Ilustración terminaran dirigiéndose hacia los postulados del Liberalismo.

La Armada perdió a un excelente almirante que había asistido a todos los hechos navales de más relieve durante los reinados de Carlos III, Carlos IV y Fernando VII. Sus compañeros aseguraban que siempre fue un caballero y un excelente marino que honró al Cuerpo General de la Armada.