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14/04/2021

Vascones en Cohortes romanas


Se tiene constancia de la presencia de vascones en los ejércitos de los distintos pueblos que dominaron la península Ibérica durante la Antigüedad.

Los vascones que habitaban en la actual Navarra hicieron su presencia en la historiografía por primera vez durante la expedición cartaginesa de Aníbal, en el año 218 a.C., de la mano del autor latino Silio Itálico.

Existe información sobre la incorporación de contingentes de vascones y de sus vecinos cerretanos en las filas de los ejércitos cartagineses que el general Aníbal reclutó a su paso por los Pirineos, para luchar contra los romanos en la península Itálica. Estos mercenarios participaron en Guerras Púnicas, en la batalla del lago Trasimero, el año 217 a.C., y en la de Cannas, el 216 a.C.

Durante cerca de ciento cincuenta años no vuelven a aparecer fuentes históricas referidas a la tribu de los vascones. Sus élites comprendieron las ventajas de una pacífica integración en el Imperio romano.

HISPANIA AÑO 100 D.C.

Entre los años 83 y 72 a.C., se desarrolló la Guerra Sertoriana, en una península Ibérica que estaba en pleno proceso de Romanización. Fue uno más de los numerosos conflictos políticos que desangraron Roma. Entonces, los vascones tomaron partido por el emperador Sila y por Pompeyo, un prestigioso general enviado desde Roma para terminar con las ambiciones del sublevado Sertorio.

En el invierno de los años 75 a 74 a.C., Pompeyo invernó en territorio vascón y erigió la ciudad homónima de Pompaelo (Pamplona) sobre un poblado indígena. En estos años el territorio vascón fuer atacado sin éxito por Sertorio, que intentaba privar a su enemigo de sus aliados. En San Sebastián de Cintrúenigo (Navarra) se han documentado indicios de destrucción, así como materiales (monedas y proyectiles) de indudable origen sertoriano. Más al norte, el castillo de Irulegui también presenta estas trazas de violencia. La zona de Jaca y Huesca fue el centro de su principal resistencia.

Julio Cesar escribió sobre los vascones que formaban parte de las tropas romanas de Afranio, que luchaban en tierras de Lérida. Aquellos vascones procedían de Calagurris (Calahorra), Osca (Huesca), Jacca (Jaca) y Pompelone (Pamplona), ciudades fundadas por romanos y habitadas mayormente por vascones.

Tras la invasión romana de la península Ibérica, los vascones toman partida en el ejército romano cuya presencia está reconocida al menos desde el siglo I a. C., tanto en cohortes como en las legiones y en los pretorianos. Los cronistas romanos hablan sobre ellos.

Festo Avieno, escritor de Periplo Marsiliota, describió a los vascones como "hombres inquietos". Silio Itálico elogió el valor de esta tribu escribiendo que despreciaban el casco y la loriga en las luchas y que eran célebres por su ligereza.

COHORTE PRETORIANA

Hubo presencia de vascones en las filas de las cohortes pretorianas, cuerpo privilegiado y restringido principalmente a itálicos y a ciudadanos de las provincias más romanizadas. El pretor Casius Longinus tuvo su guardia personal formada por berones, que le salvaron la vida en un intento de apuñalamiento en el 48 a.C. El emperador Octavio Augusto tuvo una guardia pretoriana formada por vascones calagurritanos, que fueron licenciados tras vencer a Marco Antonio. La costumbre de guardias personales formadas por hispanos fue muy común entre los generales, debido a su fidae y devotio hacia su jefe.

Suetonio aportó la información sobre la participación de vascones durante las Guerras Cántabras. Vascones calagurritanos formaban la guardia personal del emperador Augusto, en una guerra en la cual, los romanos intentaban someter a las tribus del norte formadas por cántabros y astures.

A principios del año 68 d.C. Servio Sulpicio Galba, gobernador de la provincia hispana Tarraconense, decidió levantarse contra Nerón, uniéndose a la rebelión encabezada por Vindex en la Galia. Las tropas a disposición de Galba en Hispania eran muy escasas limitándose a la legión VI Victrix, 2 alas de caballería y 3 cohortes auxiliares. Por ello decidió reclutar nuevas tropas con las que logró levantar una nueva legión, la legión VII Galbiana, y varias unidades auxiliares. Entre éstas últimas se encontraban al menos dos cohortes de vascones.

Estos mismos guerreros fueron referidos por Tácito cuando escribió que las cohortes de vascones I Vasconum y II Vasconum civium Romanorum aseguraron la victoria de Galba sobre los britanos y sobre los germanos. Este realizó una crítica en cuanto el modo de luchar: "atacan por la espalda al enemigo desprevenido".

En palabras de Tácito:
"Repentinamente, gracias a un inesperado socorro se trocó la fortuna. Las cohortes de vascones conscriptas por Galba, llamadas en auxilio, llegaron entonces. Guiados por el fragor de la batalla acometieron al enemigo por la espalda causando en él gran espanto, mayor del que pudiera prometer su escaso número."

EXTENSIÓN GEOGRÁFICA DEL IMPERIO ROMANO

Cuando la Cohors II Vasconum civium Romanorum estuvo destinada en Germania, Tácito narró en el año 70 d.C. su valerosa intervención salvando la dificil situación en la que se encontraba el legado Vócula, acampado cerca de Novesio (hoy Neuss, Bajo Rhin), quien fue atacado por los sublevados durante las revueltas del Imperio del 69 d.C.

Gracias a que se han encontrado varias estelas sepulcrales se pudo conocer que esta cohorte estuvo de guarnición en Britania en tiempos de Trajano en 105 d.C., para luchar contra las fuerzas de Civilis durante la Revuelta de los Batavos. Medio siglo después, en 156, esta cohorte estuvo destinada en la Mauritania Tingitana.

Otra cohorte destinada en Britania entre los siglos I y III d. C. fue la I Fida Vardullorum equitania. Formada por várdulos. El que esta tuviese el cardinal I hace suponer la existencia de más cohortes, y que tuviese en nombre Vardullorun, las diferencia de las Vasconum, como dos etnias de guerreros diferenciadas. De hecho, han sido encontradas lápidas mortuorias de la época romana, con nombres eusquéricos y celtas, cerca de Londres, en la antigua Londinium romana.

Probablemente como recompensa a ésta y otras acciones los miembros de las cohortes vasconas e indoeuropeas peninsulares recibieron la ciudadanía romana. Hay diplomas e inscripciones que así lo atestiguan, entre ellas una en época de Trajano que la denomina I Fida Vardullorum Civium Romanorum.

La fidelidad y colaboración demostrada por los vascones a sus invasores romanos quedó una vez más de manifiesto en los enfrentamientos contra los bárbaros, percibidos como los destructores del orden romano. Cuando suevos, vándalos y alanos invadieron las Galias hacia el año 400, los aristócratas hispanorromanos Dímelo, Vereniano, Lagodio y Teodosiolo movilizaron a los pobladores cercanos a los Pirineos, entre ellos los vascones, para proteger los pasos occidentales contra la entrada de bárbaros en Hispania.

ARRANES ARBIZKAR EN EL BRONCE DE ASCOLI

Una placa inscrita de bronce del año 89 a. C., conocida como Bronce de Ascoli, narra los méritos de la Turma Salluitana en la toma de Ascoli. En este bronce aparece el nombre éuskaro Arranez Arbizkar, caballero vascón de la legión romana del año 90 a. C. aproximadamente, que tuvo la ciudadanía y militancia romana.

25/12/2019

Primeras delimitaciones fronterizas de la Cordillera de los Pirineos


La frontera pirenaica, que divide Francia de España hasta la desembocadura del Bidasoa, ha permanecido inalterada en la mayor parte de tiempo desde la Romanización de la península Ibérica, hace más de dos mil años. Es un caso verdaderamente excepcional en Europa.

Tras la conquista , las tierras más o menos eusquéricas al noroeste de los Pirineos, quedaron englobadas en la provincia de Aquitania, en la Galia romana, mientras que las del suroeste quedaron enmarcadas en la Tarraconense de Hispania. Las tierras de la actual Navarra, sólo parcialmente vascona, quedaron incluidas en el convento de Zaragoza, por otra parte, las tierras del actual País Vasco fueron adscritas al convento jurídico de Clunia, al sur de la actual provincia de Burgos.

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MAPA TARRACONENSE DE HISPANIA

Los habitantes de ambos lados de este escenario Pirenaico no llegaron a formar una comunidad concreta y definida. Más bien al contrario, pues Lapurdum (Bayona) fue una ciudad romana fortificada para contener las incursiones de los montañeses del sur.

Según Caro Baroja, la Romanización de Álava y Navarra fue tan intensa como en otras zonas de España, incluso en las propias Vizcaya y Guipúzcoa lo fueron también mucho más de lo que se creía. Cohortes enteras de vascones hispanos combatieron bajo estandarte romano en Italia o Inglaterra.

La pobreza y marginalidad de estas tierras facilitaron que sus gentes no se incorporaran en masa al modo de vida romano y mantuvieran su inestabilidad y su tendencia al bandolerismo y las incursiones violentas en zonas vecinas más ricas; pero su fama de irreductibles y belicosos no estaba para el historiador Lacarra del todo justificada.

El llamado País Vasco francés nunca alcanzó a tener una identidad diferenciada dentro de Francia ni a establecer unos lazos particulares con el País Vasco español, ya que con otras muchas tierras formó parte del ducado de Gascuña (nombre que parece deberse a inmigrantes vascones peninsulares en el siglo VI) inserto a su vez en el reino carolingio de Aquitania. Este ducado estuvo en manos de la Monarquía de Inglaterra entre 1154-1204 y 1259-1453. Alfonso VIII de Castilla, soberano legítimo de las tres provincias vascas, intentó en 1204-05 apoderarse Gascuña porque era la dote de su esposa, Leonor de Inglaterra; no sólo fracasó ante la lejana Burdeos sino que también Bayona se le resistió con éxito.

A comienzos del siglo XIII el rey navarro, Sancho VII el Fuerte, aprovechó hábilmente las circunstancias para obtener la sumisión de algunos señores ultrapirenaicos, con lo que se iniciaba el dominio formal y la integración de la luego llamada Merindad de Ultrapuertos (Baja Navarra) que permaneció en manos de la Monarquía de Pamplona y luego de la Monarquía Hispánica hasta su cesión definitiva a Francia por Carlos I en 1529-30.

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MAPA HISPANIA ROMANA

27/09/2016

Romanización de los vascones


Tradicionalmente se ha considerado a los vascones como un pueblo primitivo, aislado del resto de pueblos que le rodeaban y que no participó de la civilización romana, por ser una tierra de bajo interés económico para el Imperio. Los hallazgos arqueológicos en tierras vascas y navarras continuamente desmienten estas teorías, demostrando que la romanización, en todos los aspectos, fue muy superior a otras tierras de aquel imperio.

La Romanización fue un proceso efectuado desde el siglo II a.C. hasta el siglo IV d.C. Tal labor no consistió únicamente en agrupar a la población del valle medio del Ebro en unidades superiores, sino el desarrollar un mundo urbano, unido por magníficas vías de comunicación. El territorio que hoy ocupa Navarra se encontraba mayoritariamente descompuesto en el momento de la conquista por Roma. En el año 196 a. C. llegaron los romanos a tierras donde habitaban las tribus vasconas, entonces apenas existían ciudades, vivían dispersos por el territorio, relacionados mediante pequeñas aldeas y sin poseer puntos comunes de referencia.

La acción de Roma posibilitó la agrupación en torno a núcleos urbanos bien ubicados, a partir de los cuales pudiera entrar la civilización y efectuar un auténtico cambio de mentalidad, influyendo en la identidad de los individuos. Dentro de la ciudad, el individuo se realizaba como persona, en el ejercicio de sus derechos cívicos, se sentía protegido por sus murallas, rendía la memoria a sus antepasados y daba culto a los dioses.

La mayor transformación que experimentó esta tierra se produjo entre el siglo I a.C. y el II d.C., período durante el cual la mayor parte del territorio vascón se romanizó intensamente, cubriéndose de explotaciones y poblaciones romanas. La romanización de Álava y al menos dos tercios de la actual Navarra fue tan intensa como la zona que más de la península, lo que explica la posterior aparición de lenguas romances autóctonas en tiempos medievales.

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RESTOS ARQUEOLÓGICOS ROMANOS EN IRUÑA VELEIA

En época de Augusto, Estrabón recogió el nombre de solo tres ciudades romanas: Pompaelo (Pamplona), Oiasso (Irún) y Calagurris (Calahorra). Siglo y pico después. Ptolomeo ya hacía referencia a dieciséis: Oiasso, Pompelón, Itourissa, Biturís, Andelos, Nemanturísta, Kournónion, Grakousrís, Kalagorsíca, Báskonton (o Káskonton), Ergaouía, Tárraga, Mouskaría, Sétia y Alaouna.

Todas estas ciudades siguieron el modelo romano: eran entes autónomos, gestionados por una oligarquía local y contaban con amplios territorios. Aquellas ciudades ofrecían monumentalidad y esplendor: las magníficas termas de Pamplona, la infraestructura hidráulica de Andelos, y su templo dedicado a Apolo, las amplias calles de San Clara, las villas decoradas con ricos mosaicos que llenaban el territorio de los vascones, etc. Pocas zonas del norte peninsular reúnen tan amplia cantidad de restos romanos como las actuales Navarra y Álava.

El sufijo -ain, tan habitual en la toponimia vasco-navarra es una derivación del latino -anus, que servía para designar la propiedad de la tierra. Hoy en día, se encuentran topónimos con el sufijo -ain, como Amatriain (Emeterius), Astrain (Asterium), Ballariain (Valerius), Barañain (Veraniaunm), Bariain (Vareius), Beriain (Verianum), Brutain (Brutus), Cemborain (Cembulo), Eristain (Evaristus), Indurain (Induro), Guendulain (Guendulo), Laquidain (Licinius), Maquirriain (Macerianum), Marcalain (Marcellus), Mariain (Marius), Marsain (Marsaeus), Muniain (Munio), Senosiain (Sinesius), Paternain (Paternanum), Urabain (Urbicus), Urbicain (Urbicus), etc. Costumbre que continuó en la Edad Media, como Beslascain, de Belasco.

Muy abundante en Álava es la toponimia con el sufijo -ano, como Amillano (Emilius), Atano y Ataun (Atilius), Arriano (Arrius), Ciriano (Cyritus), Galdacano (Galdus), Liquiniano (Licinio), Legutiano (Legutius), Libano (Libius), Lubiano (Lubianum), Luquiano (Lucianum), Miñano (Minianum), Sendadiano (Sendadianum), Sollano (Sollius), etc. O terminaciones en -ana, como Añana (Annius), Barberana (Barbarus), Casterana (Castor), Leciñana (Licinio), Subijana (Subius), etc.

Las terminaciones -ona y -ango son de origen euskérico, incorporadas a nombres latinos originales, como Abiango (Avianus), Berango (Veranius), Durango (Duranius), Cuartango (Quartus), Mallona (Maius), Lemona (Lemonius), Letona (Letius), etc. Y de la misma manera, ocurre con los sufijos -az, -ez, -iz, como Albéniz (Albanus o Alba), Apellániz (Ampelius), Apraiz (Apricano), Estíbaliz (Estivus), Gasteiz (Gasteius), Gordéliz (Gordelius), Marquínez (Marcus), Petríquiz (Petrus), etc.

El latín dejó su impronta léxica en la toponimia de la costa vasca como Portugalete (Portuondo), Forua (Forum), Getaria (Cetaria), Irún (Oiasso), Easo (Oeaso, San Sebastián), etc.

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CALZADAS Y CIUDADES DE LA HISPANIA ROMANA

Lo más espectacular de la acción de Roma fue la red viaria que vertebró el territorio vascón y unió sus ciudades, y las integró al resto de ciudades hispanas. Fue una de las redes de calzadas más densas de toda Hispania, mantenida y renovada permanentemente por las autoridades romanas. Por la actual Navarra circulaban dos de las vías principales del norte de Hispania:

1. la vía León-La Junquera, que atravesaba, paralela al Ebro, toda la Ribera.

2. la vía Astorga-Burdeos (via Asturica Augusta-Burdigala), que tras cruzar la Llanada alavesa, entraba por la Barranca, y tras dejar Pamplona se dirigía a Burdeos por Valcarlos.

La red secundaria no se quedaba muy atrás; desde Zaragoza y con destino a Pamplona partía una de las vías más antiguas de Hispania, la cual tras atravesar las Cinco Villas de Aragón, cerca de Egea de los Caballeros, se dividía en dos: una para cruzar la Navarra Media a partir de Santa Cara y la otra para transitar por Sangüesa con destino a Pamplona y terminar en Irún. Dos vías más completarían el trazado. Según Estrabón, existía, paralela al Pirineo, una calzada que con origen en Tarraco (Tarragona), a través de Ilerda (Lérida) y Osca (Huesca), alcanzaba Pamplona para luego unirse en Logroño a la gran vía que procedía de León, mencionada anteriormente. Y por último desde Alfaro y el Ebro, partía una calzada que ascendía por la Navarra Media con destino también en Pamplona.

Este entramado de calzadas convirtió a Pamplona en un núcleo fundamental de comunicaciones, ya que todas las vías de la zona del valle medio del Ebro menos una pasaban por esta ciudad, y cuyo desarrollo permitió en la capitalidad del futuro reino de Navarra. El otro gran beneficio fue su contribución a la integración, no solo del territorio de los vascones, sino del todo el valle del Ebro y la Hispania romanizada.

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VILLA DE LAS MUSAS DE ARELLANO

Los territorios de las tribus indoeuropeas caristios, várdulos y autrigones, asentados en el actual País Vasco, también experimentaron una notable romanización, aunque en menor intensidad que las tierras vasconas.

En territorio autrigón, se construyó el Portus Amanum, en Castro-Urdiales, en el que Vespesiano fundó la colonia para veteranos de Flaviobriga; y la villa de Otañes.

En territorio caristio, destaca la importante cantidad de yacimientos encontrados en la ría de Guernica y sus alrededores, tales como estructuras portuarias, edificios, hornos, explotaciones mineras y varios tipos de asentamientos. También se hallan testimonios numismáticos en la ría y el casco urbano de Bilbao, Tritium Tubolicum, en Motrico, así como en otras localidades como Sopelana, Plencia y Bermeo.

En territorio várdulo, se construyeron el puerto y ciudad de Oiasso (Irún), y el fondeadero de Fuenterrabía. Son sobresalientes los hallazgos que se han encontrado en Irún, diversas estructuras constructivas como la estructura de madera del muelle y el varadero de la ciudad de Oiasso, una necrópolis, unas termas, un pequeño templo en los cimientos de la actual ermita de Santa Elena, y numerosos restos numismáticos, vítreos y cerámicos. Otras prospecciones dibujan un núcleo urbano de 12 a 15 hectáreas, con una planta reticular, en donde había almacenes, tiendas y talleres. Se cree que también poseía un foro y un teatro.

Oiasso era la base comercial de las rutas marítimas desde las que partía la distribución de mercancías hacia el interior, al valle del Ebro y a las grandes calzadas romanas que pasaban por la actual Navarra. Las ánforas halladas en Oiasso demuestran que, incluso al final del Imperio romano, el aceite y el vino de Bizancio llegaban regularmente a los puertos atlánticos. Además de dedicarse al comercio marítimo y ser uno de los principales puertos del Mare Externum, se dedicaba también a la minería.

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MUSEO DE OIASSO

En Oyarzun, topónimo proveniente de Oiasso, al pie de las peñas de Aya se encuentran las minas de Arditurri, tratándose de tres kilómetros de galerías romanas junto a las explotaciones modernas. Estas minas se dedicaban a la extracción de plata, la cual era exportada por los romanos desde el puerto de Oiasso. El hallazgo de galerías de drenaje, notable ejemplo de ingeniería hidráulica romana, indica que había detrás toda una estructura administrativa.

Es posible que el hidrónimo Bidasoa tenga su origen en Via ad Oiasso, tratándose este último de un camino que bordearía la ría y comunicaría la ciudad y el puerto con el interior peninsular.

Otras industrias mineras se desarrollaron en Lantzen en Navarra, Banka y Baigorri Baja Navarra, Escoriaza en Álava, y Somorrostro y Triano en Vizcaya, donde se extrajeron minerales como el hierro o la plata, para exportarlos a diferentes partes del Imperio romano. También se extrajo mármol rojo en Ereño. Existió producción de cerámica en Pamplona, y de vino en las villas navarras de Falces y Funes; industria de salazón en la Getaria guipuzcoana (topónimo proveniente del latín Cetaria, "salazón"); y termas romanas en la navarra Fitero. También en la ría de Guernica y en la del Nervión se han encontrado restos romanos de puerto y necrópolis.

Los romanos dejaron guarnecidas las plazas de Pamplona y Bayona desde las que no irradiaron latinidad, manteniendo en amistosa ocupación las tierras llanas desde el Ebro hasta una línea más al norte de Tafalla y Aoiz. Eran campos apropiados para el cultivo de cereales, vides y olivos, y no se preocuparon de dominar la abrupta montaña, erizada de riesgos, limitándose a conservar abiertas las vías de comunicación con las Galias. Esta idea es confirmada por Menéndez Pidal, por Carlos Clavería en su Historia del Reino de Navarra, o por Juan Carlos Elorza en su Historia del Pueblo Vasco. Este último historiador estimaba en más de ciento ochenta las inscripciones romanas en Álava, la más importante la de Veleia, cerca de Vitoria, y de doscientas cincuenta en Navarra; en cambio, entre Vizcaya y Guipúzcoa no pasan de veinticinco.

Como ejemplo de esta falta de aislamiento y del comercio existente se encuentra el hallazgo de diversas monedas acuñadas en tierras vasconas por la administración romana, ya desde los primeros años de su dominación, y que han sido encontradas en diferentes partes de la geografía vasca (denario vascón) datado en la segunda mitad del siglo II a.C.).

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TERMAS DE LA VILLA DE BEIRE

La romanización dejó huella en la organización social y religiosa del territorio. Aparece la estructura de las clases sociales: por un lado, grandes terratenientes y altos magistrados; y por otro, siervos, esclavos y colonos. Entre ambas, se encuentran los hombres libres, los dueños de los "fundi" y los labradores sujetos al pago de "stipendia". En cuanto a la religión, junto a las divinidades propias (Selatse, Lakubegis) aparecerán dioses romanos.

Respecto a la Cristianización del pueblo vasco, existen dos corrientes: una asegura una relativa rápida cristianización, y otra de una tarea lenta en relación a otros pueblos hispanos. Lo cierto es que el proceso de cristianización de los vascones se produjo, por lógica, a través de las calzadas del Imperio romano, y a un ritmo más lento que en otros casos. Por ejemplo, se tiene noticia de la existencia de martirios y de un obispado en Calahorra en el siglo V, y también en Pamplona, si bien en la zona norte no se alcanza una completa cristianización hasta la fase inicial de la Reconquista.

Donde aparecen muestras de romanización, aparecen muestras de cristianismo. Realmente, no es tan importante la cuestión de si fue antes o fue más tarde, sino que lo importante es que el Cristianismo se convertiría en uno de los pilares y señas de identidad de lo vasco, igual que el resto de pueblos hispánicos. Los romanos utilizaron criterios geográficos y étnicos para delimitar las fronteras políticas de los pueblos bajo su gobierno. La cordillera pirenaica sirvió como frontera política entre Hispania y Galias. Tras las reformas llevadas al comienzo de la era cristiana por Augusto, los aquitanos quedaron englobados en la provincia de Nevompopulania de las Galias, al norte pirenaico, mientras que al sur autrigones, caristios, várdulos, berones y vascones quedaron adscritos a la provincial Tarraconenese de Hispania Citerior.

Pero entre estos últimos se hizo una distinción administrativa en tiempos de Claudio, también en el siglo I d.C., que supuso la introducción de los conventus iuridici. Como pueblos diferenciados que eran los várdulos, caristios y autrogones, de raigambre indoeuropea quedaron englobados en el conventus cluniensis (convento cluniense), con capital en Clunia (Coruña de Conde, Burgos); los vascones y berones quedaron adscritos al conventus caesaragustanus (convent caesarugustano), con capital en Caesaraugusta (Zaragoza).

El último escalón de la estructura territorial estaba formado por las entidades locales. Estas instituciones fueron las elegidas por Roma para efectuar la asimilación de los pueblos indígenas. A través de las ciudades se pretendía transformar el espacio haciendo desaparecer las entidades tribales (gens y nationes). Había que romper los vínculos de solidaridad que unían a los particulares con estas viejas instituciones y hacerlos partícipes de una nueva relación interpersonal como era la ciudadanía. En los textos fueron apareciendo cada vez menos referencias a ilergetes, vascones, celtíberos o berones, mientras que aumentaban las referidas a los pampilonenses, calagurritanos o ilerdenses. Surgió así un mundo nuevo de ciudades.

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NECROPOLIS ROMANA DE ITURISSA

En Navarra, en localidades como Cara, Andelo, Cascatum y Pompaelo se comprueba ya desde el siglo I a.C. una continuidad de hábitats, pasándose de la ciudad indígena a la romana. La transición entre las antiguas estructuras políticas y sociales se hizo sin trauma. La presencia de Roma no hizo sino acelerar un proceso hacia el urbanismo ya iniciado mucho antes. Estas zonas de la ribera del Ebro y la depresión pamplonesa, conocidas como ager vasconum (campo de los vascones), quedaron plenamente insertas en la dinámica del imperio. La epigrafía (inscripciones en materiales duros) nos ofrece una amplia nómina de personajes ejerciendo labores religiosas, administrativas y militares en la provincia Tarraconense.

No ocurrió de la misma forma en el saltus vasconum (montañas de los vascones), expresión aplicada a las zonas más montuosas al norte de Pamplona. Se trataba de áreas apegadas a sus costumbres ancestrales y de difícil asimilación, ya que sus primitivos medios de vida no los hacían especialmente aptos para integrarse en la economía del imperio. No obstante, como parte del mismo, estaban obligados al pago de impuestos y a mantener el orden interno, que garantizara el libre tránsito de personas y bienes por la importante vía de comunicación que se extendía desde Astorga a Burdeos. Para asegurar el control del territorio de fundaron ciudades como Oiasso, Iturisa y Ilumberri (Lumbier).

El ager vasconum contó con una activa economía agrícola hasta el final del imperio y sólo hechos aislados como la invasión de francos y alamanes, que se produjo hacia el año 270, frenaron temporalmente la actividad. Aunque las fuentes escritas no se refieren a este hecho, los restos de incendios, incluida Pompaelo, fechados en esos momentos, así como los tesorillos que se van encontrando indican una situación complicada en esa época.

Tras este paréntesis violento, las gentes retomaron sus actividades. Sin embargo, este resurgimiento sólo se produjo en el campo, las ciudades fueron perdiendo importancia. La aristocracia urbana se trasladó a sus propiedades en el campo, conocidas como villae, que se convirtieron en unidades autosuficientes que no precisaban del exterior. A la vez, el complejo entramado administrativo y económico basado en las ciudades se fue difuminando. Esta aristocracia latifundista se hizo cada vez más autóctona respecto a las directrices imperiales, y reforzó su posición sobre los particulares a través de mecanismos de dependencia social como el colonado.

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RESTOS AQUEOLÓGICOS ROMANOS DE IRUÑA VELEIA

En esta situación cada vez más inestable aparecieron las menciones de autores como Avieno, Ausonio, o Paulino de Nola el carácter inquieto de los vascones, y que se han interpretado por algunos autores como reflejo de su conciencia étnica y su carácter independentista. En el fondo fueron sólo movimientos sociales protagonizados por gentes que no aceptaban las nuevas relaciones interpersonales que se estaban implantando y que suponían una merma considerable de su capacidad de decisión sobre sus propias vidas. En zonas norteñas, los habitantes de las montañas se encontraban incluso en una situación mucho peor. La reforma del ejército les privó de un modo digno de ganarse la vida y las leyes imperiales eliminaban la movilidad social y obligaban a continuar el oficio paterno. La pérdida de importancia de las ciudades les hizo más difícil obtener mercancías antes usuales y que su economía primitiva de carácter pastoril no podía sustituir. En esta tesitura optaron por conseguirlas por cualquier medio, y el bandolerismo fue una opción más. Éste se veía además favorecido por su constante movilidad como pastores trashumantes.

El logro fundamental de Roma no fueron sus conquistas militares, sino el modo por el cual supo gobernar y dar estabilidad a un imperio plurilingüe y plurirracial, entendiendo que la única manera de consolidar y unir los territorios conquistados era hacer partícipes a todos los súbditos de los beneficios del conquistador, hasta tal punto que al final del proceso se identificaban unos y otros. Roma siempre recompensaba la paz, la estabilidad y la colaboración, por un lado, respetaba las particularidades de cada pueblo, por otro, permitía la total incorporación e integración en el mismo sistema político y estructura comercial.

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VILLA DE LAS MUSAS DE ARELLANO

Cicerón, en diálogo con Ático, afirmaba que todo hombre tiene dos patrias: la patria geográfica es aquella en la que ha nacido; y otra, la patria jurídica es la adquirida en razón de la ciudadanía, fue la llamada communis, la patria romana. Ambas son compatibles, según Arpinate, siempre y cuando la fidelidad a la patria romana esté por encima del amor por la patria geográfica.

Fueron 3 elementos los que se forjaron en la relación de Roma con esta parte del valle del Ebro:

1. la conquista facilitó la creación de un único pueblo, vascón, a partir de 3 tradiciones históricas y culturales muy distintas. Su aceptación del nuevo marco político romano y su plena colaboración, facilitó el surgimiento de una sociedad pluricultural que vivirá en total armonía, ya que las ventajas y novedades de los demás eran asumidas por los otros con total normalidad.

2. la romanización contribuyó a desarrollar el territorio con la creación de un entramado urbano, que aportó prosperidad social y económica de todo el Valle Medio del Ebro, y convirtió a Pamplona en punto central de referencia para sus habitantes.

3. la entrada de nuevas ideas y la aceptación de la cultura romana, que facilitó la densa red de carreteras, no se impusieron mediante la ruptura con su pasado, sino mediante la combinación de ventajas que suponía una civilización más avanzada. La romanización no fue agresiva en esta zona de Hispania, permitiendo la pervivencia de determinados particularismos.

Con las migraciones de los pueblos germanos hacia 275, se inició una época crítica para Vasconia, y el paso de otros pueblos por el Pirineo influyó en la ruptura definitiva de los vínculos con Roma (407-408).

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BRONCES DE ASTURIAGA

21/02/2015

Evangelización de Pamplona por San Fermín


A finales de la Edad Antigua, Pamplona era entonces Pompelon, una pequeña aglomeración urbana fundada por los romanos, presidiendo en el centro de la tierra navarra, sobre una pequeña meseta a las orillas del Arga, una llanura rodeada de montañas. Los vascos habitantes de esta llanura conocían esa población romana con el nombre de Iruña, es decir, "la ciudad". Según Estrabón:
"Sobre la Jaccetania, hacia el Norte, habitan los vascones, en cuyo territorio se halla Pompelon."

Pompelon tenía para los romanos un valor estratégico, pero asimismo realizaba otra importante misión: reunía las ásperas montañas pirenaicas, tras las cuales se extendían los ubérrimos campos de Aquitania, con la comarca de las riberas colindantes con el Ebro. Pompelon era un punto de confluencia en el trazado de las vías romanas que atravesaban Navarra.

SAN FERMÍN

Los más antiguos cuentos del folklore vasco, unos cuentos de contextura esquemática que resuenan todavía desde un fondo de siglos, establecen la separación de dos mundos radicalmente distintos: el mundo cristiano y el mundo anterior a la evangelización. Hay en algunos de esos seculares cuentos, procedentes casi todos de una edad pastoril, alusiones claras a las primeras iglesias cristianas y al conjunto de prevenciones y de resistencias que su emplazamiento exaltaba entre los gentiles. El vasco introdujo en su milenario idioma el adjetivo "gentil" (jentillak, los gentiles), expresando así el mundo idolátrico de sus antepasados, desconocedores del cristianismo o refractarios a su introducción.

Todos los habitantes de la tierra vasca eran entonces gentiles, lo mismo, que fuesen pastores en el campo que los avecindados en las aglomeraciones urbanas. Pompelon y sus habitantes pertenecían al mundo del paganismo. Entre esos habitantes se contaba Firmo, alto funcionario de la administración romana en la ciudad, y su esposa Eugenia, matrona de ilustre ascendencia. Todo hace imaginar, sin embargo, que Firmo y Eugenia, aunque paganos, eran creyentes, que sus almas sentían aspiraciones mucho más allá de sus efigies tutelares predilectas. Firmo y Eugenia ofrendaban, sacrificaban en los altares de su culto con la sencilla fe del pueblo que creía en sus dioses con una pasión que durante casi medio milenio hizo frente al cristianismo, que avanzaba con fuerza arrolladora. En la fe pagana del pueblo había ardor y había vitalidad. Esto explica los mártires.

SAN FERMÍN

En la vida de Fermín, el hijo de Firmo y Eugenia, nos movemos en un mundo de conjeturas, pero la mención del nombre de la madre evoca la gran receptibilidad de las mujeres paganas a la nueva doctrina destinada a toda la humanidad, sin excluir de la esperanza a los más humildes y despreciados, y que traía un positivo consuelo a los desesperados y a los vacilantes.

Las viejas hagiografías describen a Firmo y Eugenia dirigiéndose al templo de Júpiter para ofrecer sacrificios, y detenidos en el camino a la vista de un extranjero que con dulce y grave palabra explicaba al pueblo la figura y la doctrina de Cristo. Al llegar aquí hay que imaginarse el amoroso ardor de aquellos humildes y eficaces apóstoles, mucho más cercanos que nosotros en el tiempo a la figura de Jesús.

Firmo y Eugenia invitaron a su hogar al extranjero, hondamente impresionados por el discurso de éste. Honesto, que así se llamaba el apóstol, explicó a aquéllos los fundamentos de la religión cristiana, y cómo venía de Tolosa de Francia, de donde le había enviado el santo obispo Saturnino, discípulo de los apóstoles, con la concreta misión de difundir en Pompelon la fe de Jesucristo. Las convincentes palabras de Honesto en la intimidad del hogar de Firmo conmovieron todavía más a éste, que no solamente dio a aquél esperanzas de convertirse al cristianismo, sino que, además, manifestó deseos de conocer a Saturnino.

El santo obispo de Tolosa no tardó mucho en acceder a los deseos de Firmo. Una cosa es la gran devoción de Pamplona y Navarra a San Saturnino, pero tiene sobre todo importancia ese recio resumen de su obra apostólica que acostumbran añadir los navarros a la mención del mártir y que vale por la mejor biografía: "San Saturnino, el que nos trajo la fe".

Cuentan que Saturnino evangelizó en Navarra más de cuarenta mil paganos, entre ellos a Firmo, Fausto y Fortunato, los tres primeros magistrados de Pompelon, y que, a impulsos de aquella ardorosa predicación, se construyó rápidamente la primera iglesia cristiana, que pronto resultó insuficiente.

SAN FRANCISCO JAVIER Y SAN FERMÍN

Todos estos preliminares, un poco largos, resultan necesarios para explicar la figura de Fermín, el hijo de Firmo y Eugenia, niño de diez años de edad, que Honorato se encargó de modelar en el espíritu al quedar a la cabeza de la grey de Pompelon, vuelto ya Saturnino a Tolosa. La historia de Fermín, a esa grande e imprecisa distancia histórica, resulta demasiado lineal, pero no por eso menos reveladora del ardor de aquellos heroicos confesores de Jesucristo, íntimamente comprometidos a confesarla dondequiera y en cualquier situación que fuese. Honesto, dedicando con afán sus esfuerzos al alma que él adivinó excepcional del niño Fermín, obtuvo que éste, ya para los dieciocho años, hablara en público con admiración de todos los oyentes. Firmo y Eugenia enviaron entonces a Fermín a Tolosa, poniéndole bajo la dirección de Honorato, obispo y sucesor de Saturnino. Este, no menos admirado del talento y de la prudencia de Fermín, venciendo su modestia, le ordenó presbítero, consagrándolo después obispo de Pamplona, su ciudad natal.

El celo evangelista de Fermín en su tierra navarra emparejaba con el de su antecesor Saturnino. Al conjuro de la palabra entusiasta de Fermín los templos paganos se arruinaban sin objeto y los ídolos se hacían pedazos: en poco tiempo el territorio fue llenándose de fervorosos cristianos.

Las devociones fundamentales de San Fermín eran precisamente las devociones fundamentales, dicho sea sin ánimo de paradoja: la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen María. Invocando a la Santísima Trinidad, la devoción de las devociones, operaba milagros tan prodigiosos que los gentiles en Navarra y en las Galias llegaron a mirarle como un dios. Vamos a dejar a un lado la leyenda. Digamos en lenguaje actual que el amor de Dios inflamaba el alma de Fermín en una caridad milagrosa.

Fermín, después de ordenar suficiente número de presbíteros en su tierra, pasó a las Galias, cuyas regiones reclamaban el entusiasmo del joven obispo, pues a la sazón ardía en ellas furiosa la persecución. La indiferencia ante la persecución constituía en Fermín otra manera de predicar y no precisamente la menos eficaz. Los paganos de Agen, de la Auvernia, de Angers, de Anjou, en el corazón de las Galias, y también en Normandía, quedaban admirados de aquella presencia que daba sereno testimonio de Cristo, indiferente a todos los peligros. El ansia tranquila del martirio movía a Fermín.

SAN FERMÍN

Esta ansia dirigió a Fermín hacia Beauvais, donde el presidente Valerio sostenía una crudelísima persecución contra todo lo que tuviera nombre de cristiano. Fermín, encerrado muy a poco de llegar, hubiese muerto en la prisión, víctima de durísimas privaciones y sufrimientos, de no haber acaecido la muerte de Valerio, circunstancia que el pueblo creyente aprovechó para ponerlo en libertad. La fama de su entereza moral y su gesto de comenzar a predicar públicamente a Jesucristo tan pronto como salió de la cárcel movieron en aquella ocasión eficazmente el corazón de muchos paganos, que juntamente con los viejos cristianos, contagiados todos ellos del entusiasmo de Fermín, edificaron iglesias por todo el territorio.

A Fermín, infatigable, se le señala en la Picardía y más tarde, de regreso de una correría por los Países Bajos, otra vez en la ciudad de Amiéns, capital de aquella región, en donde había de encontrar gloriosa muerte. La cercanía intuida del martirio acrecentó más todavía su santa indiferencia y el entusiasmo de Fermín, ya incontenible en su empeño de predicar a Jesucristo. Por otra parte, la fe de Fermín seguía operando prodigios asombrosos, comparables a los de los primeros apóstoles.

El pretor de Amiéns, alarmado de aquel ascendiente, llamó a su presencia a Fermín; pero, prendado de su persona y de la sinceridad de sus palabras, mandó ponerle en libertad. Pero, como Fermín insistiera en predicar al pueblo la fe en Cristo, el pretor, volviendo de su acuerdo, ordenó encerrarlo en la prisión. La agitación del pueblo creyente, mal resignado con esta medida, determinó un miedoso y cruel impulso del pretor: mandó cortar la cabeza a San Fermín en la misma cárcel. Era el año 553. En medio de la consternación de los cristianos un tal Faustiniano, convertido por San Fermín, tuvo el valor de atreverse a rescatar el cuerpo decapitado para enterrarlo provisionalmente en una de sus heredades, y más tarde, con todo sigilo, trasladó los restos de aquel gran devoto de María a una iglesia que el mismo San Fermín había dedicado a la Santísima Virgen.

12/01/2015

Transmisión romana del Cristianismo a los vascones


La transmisión de la fe y la cristianización del territorio de los vascones y, en concreto, de Pamplona provinieron del valle del Ebro y tienen que enmarcarse en un contexto hispánico, que define desde sus propios orígenes una sólida conexión entre la Iglesia local de Navarra y el conjunto de la Iglesia española.

La difusión del Cristianismo entre los vascones respondió a dos presupuestos:

1. la correspondencia entre romanización y cristianización
La nueva fe se propagó más fácilmente allí donde la civilización romana había arraigado más profundamente, es decir, en lo que Tito Livio llamó ya en el siglo I a.C. ager vasconum, la parte meridional del territorio vascón, que era la más cultivada.

2. la diferencia entre el medio rural y urbano
El Cristianismo se propagó rápidamente por las ciudades, pero su difusión en zonas rurales fue bastante lenta, de tal forma que coexistieron con otros cultos durante bastante tiempo.

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MUSEO Y YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE ARELLANO

Según los estudios de J. Goñi, J. Caro Baroja, J.J. Sayas o R. Jimeno, el Cristianismo se extendió desde la costa mediterránea a los largo del rio Ebro, a través de la vía romana que lo remontaba desde Tarraco a Briviesca y Astorga. Por eso, las primeras noticias de la presencia cristiana provienen de zonas meridionales y orientales de Navarra, e induce a creer que vino del centro del valle del Ebro.

Durante el siglo IV, Calahorra, considerada ciudad celtíbera por Tito Livio, y vascona por Estrabón y Ptolomeo, se convierte en la primera sede episcopal de la zona. Pero, dentro del actual territorio de Navarra, el primer indicio de Cristianismo es la pilastra de Gallipienzo, fechada a finales del siglo IV, y la primera comunidad cristiana corresponde a Cascante, en el año 465. Cascate se correspondía a la diócesis de Calahorra, que abarcaba la cuenca medio-alta del Ebro.

Pamplona era la ciudad más importante al norte del eje del Ebro, cruce de dos importantes vías romanas, se convirtió en foco de cristianización desde finales del siglo III, a la vez que otras ciudades hispanas situadas en grandes calzadas.

Una generación más tarde, en el siglo IV, el cristianismo llega al pie del Pirineo, ya que tal proceso es gradual, en especial en áreas rurales. El proceso de cristianización coexiste con los cultos paganos. El poeta Prudencio (348-410) habla del paganismo pasado de los vascones. Las predicaciones en los siglos VI y VII de San Prudencio, San Millán y San Amado denotan la presencia del paganismo. Lo mismo indican algunos ensañamientos contra obispos o poblaciones cristianas en el siglo V y VII, protagonizados por gentes salidas del territorio vascón, como los registrados en Tarazona (449) o Zaragoza (653).

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MUSEO Y YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE ARELLANO