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27/03/2025

Tratado fronterizo de los Pirineos de 1659


El Tratado de los Pirineos, también llamado Paz de los Pirineos, fue pactado por las coronas de las Monarquías española y francesa el 7 de noviembre de 1659 para poner fin a un conflicto iniciado en 1635, durante la Guerra franco-española de 1635-1659. La firma tuvo lugar en la isla de los Faisanes, sobre el río Bidasoa, lugar que hace frontera entre ambos reinos.

Francia inició este enfrentamiento contra España como consecuencia de las victorias obtenidas por los Reales Tercios de Infantería durante el transcurso de la Guerra de los Treinta Años contra los rebeldes holandeses, en 1620, y contra los suecos en Nördlingen, en 1634.

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ENCUENTRO ENTRE FELIPE IV DE ESPAÑA Y LUIS XIV DE FRANCIA

En 1640, Francia comenzó a interferir en la política española, apoyando a los catalanes durante la sublevación de Cataluña, al tiempo que España apoyaba la Revuelta de la Fronda, en 1648. En las negociaciones de la Paz de Westfalia, en 1648, que pusieron fin a la Guerra de los Treinta Años, Francia se anexionó los territorios de Alsacia y Lorena, cerrando el llamado Camino Español que unía las posesiones españolas en Italia y en Flandes a través de Suiza y el Franco Condado. Todo esto llevó a una guerra abierta entre Francia y España.

Después de diez años de guerra, Francia venció a la Armada española en la batalla de las Dunas, en 1658. La paz se firmó un año después en la isla de los Faisanes, siendo los signatarios Luis de Haro, representante de Felipe IV de España, y el cardenal Mazarino, representante de Luis XIV de Francia.

En la frontera del norte, Francia recibió el condado de Artois y una serie de plazas fuertes en Flandes, Henao y Luxemburgo, entre las que se encontraban Metz, Toul y Verdún. Los franceses devolvieron a España el Charolais, situada en el Franco Condado, y las conquistas de Italia. En la frontera catalana del sur, se concertó la cesión a Francia del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y una parte de la Cerdaña, situados en la vertiente septentrional de los Pirineos y que las tropas francesas habían ocupado en apoyo de los sublevados catalanes. La frontera con España se fijó desde entonces siguiendo los montes Pirineos, salvo en lo que se refiere al diminuto enclave de Llivia.

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ISLA DE LOS FAISANES EN EL RÍO BIDASOA

El tratado también preveía la boda entre Luis XIV de Francia y María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España, cuya dote se fijó en medio millón de escudos de oro, a cambio de renunciar a sus derechos sucesorios al trono de España. Esta compensación no se pagó nunca, sirviendo de excusa a Luis XIV para anular el tratado e iniciar nuevas hostilidades, siendo uno de los factores que llevó a la Guerra de Sucesión Española en 1702.

La Paz de los Pirineos se completó un año después por el Tratado de Llivia de 1660, que acordó el paso a soberanía francesa de treinta y tres pueblos y lugares del valle de Carol y el Capcir, quedando el enclave de Llivia bajo dominio español. De esta forma se fijó de un modo más preciso la división de la Cerdaña entre España y Francia.

02/01/2023

Organización defensiva de Navarra previa a la Guerra de Francia de 1635


Cuando comenzó la Guerra hispano-francesa del siglo XVII, Enrique IV estaba sólidamente asentado en el trono de Francia. Navarra tuvo que reorganizar su defensa fronteriza ante la amenaza de este rey de invadir el territorio e incorporarlo a sus estados. Sus declaraciones de pretendiente a los derechos navarros y sus preparativos militares constituían una seria alarma al lado sur de los Pirineos. Por ello, las autoridades navarras lo advertían a la Corte de Madrid, insistiendo en la situación de descontento de los soldados, faltos de pagas, lo que podía facilitar entendimientos con los franceses.

Esta situación preocupante le hizo plantearse al virrey Cardona el levantamiento de una línea defensiva sobre las torres de Lesaca, Donamaría, Garzain, Irurita, Arrayoz y Arizcun, como en tiempos pasados, y convertir a sus jefes (cabos de armería) en capitanes de guerra. Pero todo ello no era suficiente para que la Corte siguiera confiando en los navarros, a los que el Consejo de Guerra les permitió llevar armas.

pamplona ciudadela baluartes
CIUDADELA MODERNA DE PAMPLONA

En cualquier caso, los años del reinado de Enrique IV hasta su asesinato en 1610 transcurrieron en medio de una alarma constante, pues los esfuerzos del rey galo por reconstruir el reino con frecuencia se confundían desde España con preparativos militares que hacían temer un ataque que nunca llegaba. En previsión del cual se pidieron recursos y medios a Madrid para continuar los trabajos de fortificación y para contentar a los hombres con sus sueldos.

Fueron años en los que no faltaron choques y roces fronterizos con los franceses, de menor importancia, como el sucedido en 1599 entre los vecinos de Hendaya y los de Fuenterrabía o los derivados en 1609 por los pastos de la isla situada en medio del río Bidasoa. Mayor entidad tuvieron los relacionados con los arbitrajes de los "comunales", sobre todo en los montes de Alduides, en el valle del Roncal y en el Soul. Incidentes de menor cuantía, que al final no inquietaban tanto como las iniciativas de ciertos señores franceses, cuya autoridad en las zonas fronterizas galas y sus aspiraciones personales suscitaban iniciativas militares inquietantes. Sirvan como ejemplos el del gascón monseñor de La Force y el de los aristócratas Condé y Rohan, relacionados con el problema hugonote.

En los inicios del siglo XVII, las tres Compañías de Guarnición en Pamplona, Tafalla-Sangüesa y los puestos fronterizos fueron reunidas en la capital, donde se designaban a los que debían trasladarse a proteger los puertos. A la hora de disponer de los efectivos de la guarnición, dos grandes obstáculos eran la falta de pagas y la abundancia de bajas. Una realidad que en los años siguientes movió al Consejo de Guerra a corregirla con la puesta al día de las dotaciones humanas y materiales y la creación de un depósito de provisiones de respeto en la ciudadela.

También por esos años se planteaba otro problema relacionado con el alojamiento de cuatro Compañías de las Guardas de Castilla de hombres de armas que habían sido destinadas a Navarra y alojadas en diversos lugares, especialmente en la Ribera. Es cierto que los navarros no estaban obligados a proporcionarles nada que no quisieran y siempre debería ser pagado a su justo precio, pero el retraso en las pagas obligaba a los soldados a recurrir a trabajos, a la mendicidad o a la violencia para sobrevivir. Toda esta situación iba en perjuicio de la relación entre civiles y militares, entre otras cosas porque bastaba la presencia de un contingente, por pequeño que fuere, en unas comunidades de recursos limitados como eran las navarras para desequilibrar peligrosamente la vida.

escopetero piquero Compañía Guarias Castilla
ESCOPETERO Y PIQUERO

Ante semejante situación, en 1612, un representante de las Cortes navarras solicitó que las Compañías de Guardas fueran retiradas del reino. En su lugar, se colocarían otras tantas de remisionados, como se designaba a aquellos hidalgos de la tierra que recibían un renta y que estaban obligados a tener armas y monturas para acudir a servir al rey cuando fueran requeridos para ello. Esta propuesta significaba una vuelta a los sistemas tradicionales de tropas autóctonas, y suponía un gran alivio para quienes soportaban los alojamientos de los guardas. Pero el Consejo de Guerra fue contrario a su debido tiempo, de modo que se recomendaba al virrey que buscara con urgencia medios para reunir fondos y mandara a sus hombres que no cometieran desórdenes en los alojamientos donde estaban destinados.

La decisión del Consejo puede demostrar la cautela con que se procedía en aquellos años, pues se habían producido situaciones complejas en las regiones fronterizas, donde no faltaban aventureros dispuestos a enriquecerse o urdir planes más o menos fantasiosos. En consecuencia, las tropas reales siguieron acantonadas en Navarra, tropas que en 1613 sumaban 674 plazas efectivas, constituidas por las de tres compañías, las de la ciudadela, las de los puertos, los entretenidos y 8 oficiales de infantería. Unas cifras que disminuirían en los años siguientes debido al mal estado de las fortificaciones navarras y vascas y a la falta de paga y las enfermedades.

La muerte de Enrique IV y la postura hispanófila de la regente María de Médicis, así como el desplazamiento hacia La Rochela del problema hugonote, dieron unos años de tranquilidad en la frontera navarra. Pero tras la llegada al poder de Richelieu, resurgió la amenaza de invasión francesa. Este primer consejero de la Corte francesa deseaba retomar los planes de Enrique IV sobre ese reino y apoderarse del Franco Condado, al que también consideraba pertenencia francesa.

puerta Santa María Fuenterrabía Hondarribia
PUENTE DE SANTA MARÍA EN FUENTERRABIA

Navarra y las Provincias Vascongadas se prepararon para la defensa fronteriza según las instrucciones recibidas desde Pamplona: se reparó el puerto de Pasajes, se dotó de pólvora al Señorío de Vizcaya y a los puertos de Guipúzcoa, se armó con artillería a las embarcaciones vascas, y se entregaron algunas patentes de corso a capitanes vascos para asaltar los barcos mercantes y navales franceses. Estas medidas de organización naval fueron muy bien recibidas en 1624 por los Consejos de Guerra y Estado.

En 1625, la Armada inglesa fracasó en su intento de capturar el puerto marítimo de Cádiz, produciéndose la ruptura entre las Coronas española e inglesa. Por otra parte, se recrudeció el problema de la Valtelina, en el que Francia estaba particularmente interesada. Sin embargo, las resistencias internas al poder de Richelieu y el éxito galo en Italia desviaron la presión francesa de la frontera navarra durante varios años.

Pero como la amenaza de ruptura flotaba en el ambiente, el Consejo de Guerra recomendó el alojamiento estratégico en Navarra de varias Compañías de las Guardias de Castilla. De manera que, en 1632, la compañía del condestable fue alojada en Allo, la del duque de Lerma en Tafalla, la de Esquilache en Obanos, la del marqués de Tovar en Barasoain y la del conde de Saldaña en Catarroso. Este contingente fue el principal elemento del dispositivo militar en Navarra con vistas a la inminente Guerra con Francia, declarada en 1635.

Esta acción defensiva vino a reforzar las descuidadas guarniciones vasca y navarras. Según las inspecciones efectuadas por el virrey Luis Bravo de Acuñala en 1632: la guarnición de la ciudadela, que era de 400 hombres, sólo estuvo atendida por 100 durante el verano de 1732; además existían deficiencias en hombres y medios, tanto en Navarra como en Guipúzcoa.

LUIS BRAVO DE ACUÑALA

De manera que, en estos años, las autoridades navarras se preocuparon en prevenir un posible ataque francés desde el otro lado de los Pirineos. Los primeros cinco años de la década de 1630 resultaron especialmente interesantes en el caso de Navarra por la existencia de dos documentos de organización defensiva de gran interés. El primero fue un muestreo de 1632, donde se analizó las diversas zonas fronterizas con Francia, se calcularon las plazas realmente cubiertas y las que serían necesarias, y se evaluaron las fuerzas francesas situadas al otro lado de los Pirineos. El otro documento fue una relación de los varones entre 18 y 60 años que podían ser movilizados en 1635 (el año de la declaración de guerra) en el Reino navarro.

Fue una relación de las ciudades, villas y lugares, especificando en cada caso el número de personas, los mosquetes, los arcabuces y las picas. De todos estos datos se puede deducir lo siguiente:
"El elemento civil que podía empuñar las armas en Navarra superaba ligeramente al que podía alinearse en Francia a lo largo de las fronteras de Labort, Baja Navarra, Soul y Béarn. Su armamento también podía equiparse en cantidad al francés y lo superaba claramente en calidad, como lo atestiguas innumerables testimonio de los soldados de los tercios, buenos conocedores del material europeo.
Navarra en ningún sentido estaba abandonada. Todo lo contrario, se contaba con ella para el dispositivo defensivo de España… No solamente la ciudad y la ciudadela de Pamplona sino el conjunto de las poblaciones del Reino… constituían potencialmente una colectividad en pie de guerra donde cualquier intento de invasión podía hallarse erizado de múltiples dificultades."

La aportación del reino en este orden de cosas tenía su importancia, sobre todo porque los apuros de la hacienda real eran los causantes de los retrasos en las pagas de las tropas reales, de que las deficiencias en las fortificaciones no acabaran de corregirse y de que las obras de acondicionamiento y mejora se eternizaban. Una situación muy generalizada en el resto del dispositivo militar de los Austrias, tanto en el interior como en el exterior, pues el que se cubriera en su totalidad el presupuesto militar anual era algo realmente insólito; lo normal era que se cubriera una parte solamente, que podía ser un tercio de lo presupuestado, la mitad o los dos tercios, de modo que siempre los soldados estaban faltos de sus ingresos en mayor o menor medida.

En 1604, el virrey navarro Juan de Cardona solicitó al Consejo de Estado que remediase la situación de las guarniciones de Pamplona y Fuenterrabía, pues la mayor parte de sus efectivos estaban enfermos y desuniformados. Pero como la situación no cambiaba, volvió a insistir en términos parecidos en 1607, lamentando que en esas circunstancias era imposible exigirlas a los hombres disciplina, moral y orden.

En 1610, el castellano de la ciudadela, Manuel Ponce de León, escribió en varias ocasiones pidiendo la mejora de las condiciones en que estaban sus hombres y los había "forzado de lo mucho que veo padecer a la gente de este presidio". Según su relato ni siquiera había camas suficientes, por lo que los soldados dormían en el suelo "de que se han seguido las enfermedades y muertes de ellos".

El Consejo de Guerra opinaba que era conveniente arbitrar remedio, pero no se produjo ningún cambio en los siguientes años. Ya en 1629, todavía denunciaba el virrey marqués de Fuentes, explicando que como en los últimos cinco años los hombres sólo habían recibido un socorro, los soldados se habían empleado en diversos oficios con los que poder servir. Precisamente, en el año 1629, los hombres cobraron por primera vez su paga íntegra y luego, como consecuencia de las recomendaciones de la Junta de Reformación y la puesta en marcha de la Unión de Armas en 1632, las fuerzas de infantería destinadas en Navarra recibieron en ese año cinco pagas y una en 1633.

Guardias centiles tercios infantería españoles
GUARDIAS CENTINELAS

08/10/2021

Evolución de la fortaleza de Fuenterrabía antes del Sitio de 1638


El recinto fortificado que las tropas atacantes francesas contemplaron en el verano de 1638, previo a su sitio, había sido levantado en su mayor parte hacía ya un siglo.

A pesar de tan gran lapso de tiempo transcurrido, de los progresos en la potencia, alcance y precisión de la artillería y de la endémica falta de dinero de la hacienda real para las adecuaciones y mantenimientos necesarios, la plaza poseía un sólidos muros.

El apoyo francés a la causa de Juana la Beltraneja frente a Isabel la Católica en la Guerra de Sucesión de Enrique IV supuso el fin de la tradicional alianza castellano-francesa en la baja Edad Media. Desde entonces, Guipúzcoa se convertía en tierra de frontera frente a un estado que estuvo en guerra con la Monarquía hispánica durante buena parte de la Edad Moderna por la supremacía en Europa. El sitio puesto por los franceses a Fuenterrabía en 1476 en el marco de aquella guerra sucesoria señaló el comienzo de una época de gran transcendencia en la historia de la ciudad por lo que suponía su consideración de plaza fuerte y primer bastión en la defensa del reino castellano ante las acometidas desde el otro lado del Bidasoa. 

Los progresos experimentados paralelamente en el manejo de la pólvora y las armas de fuego trajeron como consecuencia nuevos modos de fortificar las poblaciones para hacer frente al creciente poder del cañón, provocando en Fuenterrabía un cambio muy importante en su fisonomía urbana que perdura hasta la actualidad como uno de los rasgos característicos de la población.

PLANO DE LA PLAZA CON AMPLIACIONES POSTERIORES AL SITIO DE 1638 EN SOMBREADO

Inmediatamente después del sitio de 1476, se acometieron importantes obras en las defensas de la plaza que desembocaron, antes de que finalizase el siglo, en la construcción de un nuevo recinto formado por una barrera en la que se levantan cubos de planta circular en los frentes oeste y sur, todo ello al exterior de una muralla medieval que continuaba en pie y mantenía toda su funcionalidad, especialmente en los otros frentes.

Durante los primeros años del siglo XVI continuaron las obras en las fortificaciones pero fue a partir de la conquista castellana de Navarra en 1512, el incremento de la tensión bélica y el inicio de enfrentamientos armados en este sector de la frontera cuando las autoridades militares impulsaron con especial relieve los trabajos de fortificación de la plaza.

En el cuarto de siglo que va del período de ocupación francesa de la plaza (1521-1524) a mediados de siglo, se hizo levantar, en una primera fase, dos nuevos cubos de planta circular, por los arquitectos Leiva y Santa María, y buena parte de los lienzos de las murallas adyacentes. Pero fue especialmente en una segunda fase, desde 1530, cuando se produjeron los cambios más importantes con la erección de los dos baluartes "clásicos" de San Nicolás y la Reina, la finalización de las cortinas y la conversión del antiguo castillo en una auténtica plataforma artillera en lo alto de la población desde la que dominar el contorno. Un fortuito derrumbe de un tramo de muro en el ángulo sureste de la plaza en 1572 propició la construcción del baluarte de San Felipe para la defensa de este sector, siendo éste el último gran elemento de las fortificaciones construido antes del sitio de 1638.

A pesar del gran esfuerzo económico que había cambiado la fisonomía de las defensas de la ciudad, éstas presentaban importantes carencias según el experto arquitecto Tiburcio Espanochi ya a finales del mismo siglo XVI. Y su valoración cobró especial sentido tras los sucesos de 1638 y las reformas propuestas con posterioridad. Espanochi consideraba necesario engrandecer los baluartes de San Nicolás y la Reina para obtener mayor y más cómoda capacidad artillera y levantar otro baluarte por delante del cubo de la Magdalena. Aunque apreciaba la consistencia de la fábrica de las murallas, calificándola de "eterna" y "bonsissima", llamó la atención el dominio que sobre la plaza tienen las colinas del frente oeste y el cómodo alojamiento cubierto de los fuegos de la plaza que ofrecían a los atacantes los vallecillos existentes entre ellas, permitiéndoles batir directamente el recinto magistral de la plaza sin tener que vencer otros obstáculos previos.


FUENTERRABÍA SIGLO XVII

06/10/2020

Batalla de Guetaria de 1638


El Frente de Mar consiguió rechazar el intento de desembarco de la Armada francesa durante la batalla de Guetaria, el 23 de agosto de 1638. Aquel combate estuvo englobada en la Guerra hispano-francesa de 1635-1659
.

En esta contienda, el cardenal Richelieu planeó llegar con el ejército de Luis XIII hasta Madrid, o como mínimo conquistar la Provincia de Guipúzcoa. Por tierra, emprendió el Sitio de Fuenterrabía de 1638
 de 1638, con un ejército de 20.000 soldados. Por el mar, Guetaria fue el puerto elegido para arribar una flota de 50 barcos. Para el arzobispo de Burdeos era de vital importancia tomar un puerto de la costa guipuzcoana, para bloquear por mar a Fuenterrabía y controlar todo el golfo de Vizcaya.

El 24 de julio de 1638, se lanzó un ataque sorpresa con brulotes sobre la flota española comandada por el almirante Lope de Hoces, que se encontraba precisamente en Guetaria cuando trataba de socorrer a Fuenterrabía. Solo sobrevivió un galeón español.

guetaria getaria frente mar batalla defensa costa armada francesa
PANORÁMICA DE GUETARIA

Pero, cuando las tropas del arzobispo de Burdeos intentaron desembarcar para tomar la villa, se encontraron con una rada bastante protegida por su sistema de murallas y artillería que se emplazaba en el Frente de Mar. Así, los escuadrones de mosqueteros de las milicias vecinales de Guetaria y los refuerzos llegados de Zarauz y otros pueblos vecinos consiguieron que la flota gala huyese en retirada.

La villa quedó destrozada por la artillería de los galeones franceses, pero ni un solo soldado francés llegó a acercarse a sus murallas.

Poco después, el 7 de septiembre, el asedio a Fuenterrabía fracasó. Y, en 1659, se firmó el Tratado de los Pirineos entre ambas naciones.

13/06/2020

1638 El gran asedio de Hondarribia, por varios autores


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1638 HONDARRIBIKO SETIO HANDIA.
1638 EL GRAN ASEDIO DE HONDARRIBIA

1638 Hondarribiko setio handia. 1638 El gran asedio de Hondarribia
Álvaro Aragón, César Fernández Antuña, Juan Ramón Guevara, Carlos Rilova e Ignacio Garrido; Editorial Gustav-Eko Koadernoak K.E., (2011), 133 páginas, escrito en eusquera


10/09/2019

Alarde de Fuenterrabia - Hondarribia de 1638 y su desfile militar


El 1 de julio de 1638, la villa de Fuenterrabia - Hondarribia sufrió su asedio más famoso en el marco de la Guerra de Fracia de 1635-1659. Las tropas francesas del rey Luis XIII cercaron la villa al mando del príncipe de Condé. En los primeros días del asedio, los hondarribiarras, reunidos en la parroquia, juraron a la Virgen de Guadalupe que si por su intercesión lograban librarse, se lo agradecerían anualmente yendo en procesión a su Santuario situado en el promontorio de Olearso. La ciudad resistió durante 69 días, levantándose triunfal el sitio el 7 de septiembre de 1638.

Por la exitosa resistencia, el rey Felipe IV concedió a la ciudad el título de "Muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel".

El Alarde de Fuenterrabia es la renovación anual del voto que los hondarribiarras hicieron a la Virgen de Guadalupe en agradecimiento por la liberación del asedio sufrido en 1638. Desde el año 1693, esta fiesta totalmente de carácter histórico, religioso y militar se celebra cada 8 de septiembre.

Está precedida de una procesión cívico-religiosa. Posteriormente, los barrios forman compañías de infantería que realizan el desfile militar, además hay gastadores, un escuadrón de caballería y hasta una batería de artillería. Actualmente las uniformidades y la música de pífano y tambor se remontan a la época de la Guerras Carlistas.

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ALARDE DE FUENTERRABÍA - HONDARRIBIA

11/06/2018

Organización defensiva de Navarra durante la Guerra de Francia de 1635


1. EL PLAN DEFENSIVO EN LA FRONTERA

Cuando en 1635 se produjo la declaración de guerra, Richelieu debería estar bien informado de las fuerzas navarras, como en Navarra se tenía información del lado francés, lo que puede explicar que no se decidieran los franceses a lanzar por este sector fronterizo ningún ataque serio. Por su parte, el Consejo de Guerra había organizado un plan defensivo de las zonas fronterizas que presentó al rey proponiéndole:
"Mandar a la provincia de Guipúzcoa tenga dispuestas, armadas y lo más copiosas de gente que les sea posible las campañas de su coronelía y que ese coronel las visite muy de ordinario disciplinándolas al manejo de las armas y se presume llegará el número de esta infantería a 4.500 soldados de toda satisfacción.
"La provincia de Álava a todas facciones que se ofrecen y el señorío de Vizcaya socorren cada una con su tercio de más de 1.000 hambres como lo hicieron en año de 1638. Y por ser la ocasión que es espera más urgente, les ha de mandar Su Majestad cumplan cada tercio a dos mil infantes. Y que el reino de Navarra haga lo mismo con los cuatro tercios de a 1.000 hombres que tiene formado de sus hijos, con lo que daría, en total 4.000."
"Con lo que se ajustaría un ejército de 12.500 infantes y si sucediese que el enemigo hiciere la entrada por el dicho reino, le socorra la provincia con 2.000 infantes: mil Álava y mil el Señorío de Vizcaya, porque con el resto que les queda, se puedan defender de la armada."

Pero la guerra impondría su realidad desarrollándose en torno a ella los acontecimientos, que iban a iniciarse en Navarra. Aunque en 1644 el conflicto basculó hacia el frente catalán, esta frontera oriental franco-española quedó en un segundo plano. Por lo pronto, en 1635 había en Navarra 843 plazas fijas que pagaba la hacienda real, 119 que costeaba el reino y 119 remisionados. Además, se retomaba una propuesta realizada el año anterior por el Consejo de Guerra sobre la conveniencia de intervenir en Francia bien con una correría o bien con la conquista de forma permanente de una plaza. Esta última idea fue retomada por el virrey Valparaiso, alardeaba de poder disponer de un contingente de 15.634 hombres.

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MAPA DE LA FRONTERA HISPANO-FRANCESA

2. LA INVASIÓN ESPAÑOLA

El 24 de septiembre de 1636 comenzaba el ataque. Las tropas españolas dirigidas por Valparaíso cruzaron el Bidasoa y en las jornadas siguientes se apoderaban de Ciboure, Socoa y San Juan de Luz, con la siguiente alarma de toda la población francesa entre la frontera y Bayona. Una penetración de 20 kilómetros que se detuvo cuando muchos soldados guipuzcoanos consideraron que los objetivos estaban cubiertos y regresaron a casa dando por concluido su compromiso militar.

Fue el comienzo del fin, pues las peticiones de hombres y víveres formuladas por Valparaíso no pudieron ser atendidas con la rapidez necesaria. Ante el éxito inicial, el rey solicitó al Reino un apoyo de 1.000 efectivos. Navarra los concedió con reservas y por sólo dos meses, pero no llegó a realizarse el reclutamiento. La prematura llegada de las lluvias otoñales, el agotamiento del tiempo establecido para la compaña por las Cortes navarras y algunas réplicas francesas convirtieron en una retirada precipitada lo que pudo haber sido una seria advertencia para Francia, cuya réplica se esperaba.

EXPEDICIÓN DE LOS TERCIOS DE INFANTERÍA ESPAÑOLES

3. LA REACCIÓN FRANCESA

Al año siguiente, en 1637, cuando desde Burguete se avisa de los movimientos de tropas y preparativos franceses, se solicitó el levantamiento de 900 hombres, que las Cortes permitieron que se reclutasen en las cinco merindades, pero sin que saliesen del Reino. Los ataques que realizaron los franceses en los meses siguientes alarmaron a los navarros, que solicitaron al virrey no sacar más hombres por considerarlos necesarios para su defensa. Panorama que explicaba que desde los inicios de 1638 Navarra y Guipúzcoa estuvieran alertas y que se hubieran tomado disposiciones preventivas:
"Para consuelo de la Junta de Ejército (creada por Olivares a raíz de la declaración de guerra de Francia en lugar de la de Estado), se podía comunicar a Madrid que desde febrero ya estaban de guarnición 400 soldados en Burguete, 300 en Maya de Baztán y otros 300 en Vera de Bidasoa. Además, Pamplona contaba con 20 cañones de batir, 5 culebrinas, 17 falconetes y 8.000 balas de artillería de diversos calibres, más otras 20.000 que llegaron en primavera a sus almacenes. Completaba esto al existencia de 1.000 quintales de pólvora, 400 arcabuces, 2.500 mosquetes y 2.400 picas.
El 26 de marzo llegaba… a Pamplona… que había sido nombrado virrey… el marqués de los Vélez…
Pero… el 8 de julio de 1638 circula una noticia… los franceses han invadido la provincia de Guipúzcoa."
La noticia no podía ser más preocupante, sobre todo para los guipuzcoanos, ya que la presencia de tropas francesas no sólo amenazaba Fuenterrabía, a la que pusieron cerco, sino también a otros puertos de la costa, como eran Pasajes, San Sebastián, Zarauz, Zumaya y Deva. Un peligro al que había que añadir los destrozos causados por la flota francesa, provocando tal conmoción estos hechos en el país que a la leva convocada para socorro de Guipúzcoa acudieron hombres de todas partes de la península, menos de Cataluña.

CAMINO A RONCESVALLES EN LA FRONTERA HISPANO-GALA

4. LA RECUPERACIÓN DE LAS PLAZAS OCUPADAS

El virrey navarro, marqués de los Vélez, movilizó 6.000 hombres y dejó una guarnición en los puertos y en Pamplona. El 19 de agosto entró en campaña para la recuperación de Fuenterrabía, lo que consiguió el 11 de septiembre tras derrotar a los franceses en toda línea.
"Esta vez, ante una urgencia militar bien evidente (Pamplona era el objetivo inmediato si caía Fuenterrabía), el sacrificio de los fueros que prohibían combatir fuera de las fronteras tuvo compensaciones políticas importantes. El éxito de la campaña sancionó la fidelidad de navarros y vascos del mismo modo que el fracaso en la recuperación de Salses, al año siguiente, en el Pirineo catalán, hizo insalvable el abismo abierto entre Barcelona y Madrid. Las Cortes navarras y la Diputación, lo mismo que muchos particulares, exhibieron su participación en el socorro de Fuenterrabía como mérito y prueba de fidelidad durante muchos años."
Un éxito significativo, pero no adormeció al virrey, cuya preocupación por mantener al punto las defensas del Reino y de Guipúzcoa no decayó, procurando cerciorarse de su estado y avanzar en lo posible su mejora. Igualmente, comunicó a Madrid sus previsiones para primavera de 1639: basar la defensa en Maya, donde se colocarían 2.000 hombres de infantería; y Burguete, que se defendía por 3.000 o 4.000 milicianos castellanos y navarros, dejando en Pamplona su guarnición con otros 3.000 hombres de los presidios y navarros. Presiones acertadas que dieron resultado, pues a finales de julio fueron rechazados 8.000 franceses que quisieron entrar por Maya.

SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1635

5. LA GUERRA EN CATALUÑA

Al producirse la sublevación catalana cambiaron las pretensiones de Madrid sobre Navarra y, como sucedería en Aragón, el nuevo virrey marqués de Tabara (nombrado en octubre de 1640) recibió el encargo de convertir al reino en abastecedor de tropas y recursos para el frente catalán, tarea en la que Tabara se empleó con diligencia, pues le llegó dinero y el reino respondía de momento a esas exigencias; además, avanzaba la financiación de la ciudadela pamplonica (aunque para su conclusión aún faltaba unos años) y se tomaron en 1641 más previsiones defensivas que nunca.

Pero no tardaron en agravarse las discrepancias en el enfoque de la situación entre el reino y Madrid. Por lo pronto, la Diputación mostraba al conde-duque de Olivares su disconformidad con la pretensión de alojarse en Navarra los 600 caballeros y 800 infantes irlandeses que habían estado en la jornada de Fuenterrabía.

Fue el primer desencuentro de varios que se sucedieron en los meses siguientes, agravados por la actuación de los virreyes. Las demandas de hombres continuaron y los navarros las atendían en función de sus posibilidades, procurando rebajar las cifras solicitadas, como sucedió en 1642. Este año, el rey pidió 1.500 hombres para la guerra en Cataluña, pero sólo se le concedieron 1.200, que en el verano de ese año partieron para Cataluña desde Alcañíz. Sin embargo, este contingente fue licenciado por enfermedad nada más pasar el invierno, solicitando nuevamente Felipe IV un nuevo contingente en enero de 1643. A esta grupo armado se sumó otro más realizada un año después, en febrero de 1644, de 2.000 hombres, aunque sólo se votaron 1.000, que el virrey no pudo tener dispuestos hasta mayo.

Entre una y otra petición se produjo la llegada a Navarra de gran parte de los españoles que regresaban tras la derrota en Rocroi, que era preciso atender y que la Diputación solicitó que fueran alojados en la Bureba o en La Rioja, a las que consideraba menos agobiadas por las demandas reales. Esta petición no prosperó ni siquiera con la mediación del virrey conde de Oropesa, que intercedió a favor del reino. Madrid libró 3.000 ducados para la atención de estos soldados, alegando que esos veteranos podían ser una excelente ayuda y fuerza de contención por si Francia hacía alguna intentona en aquella parte del Pirineo.

REVUELTA DE LOS SEGADORES

6. LOS DESACUERDOS ENTRE REY Y REINO

Mientras, las relaciones entre el virrey y el reino habían empeorado y el clima se había enrarecido bastante, de manera que el diputado Miguel de Itúrbide solicitó a la Diputación credenciales que el permitiera ir a Madrid para presentar las quejas en persona. Dicha demanda fue atendida aunque no dio los resultados esperados y tuvo un dramático desenlace para Itúrbide, que se iría significando cada vez más en su posición a la conducta y proyectos virreinales.

Entre los contenciosos existentes entre Oropesa y la Diputación estaba el castigo impuesto por aquél a ocho desertores navarros del frente catalán, castigo considerado por la Diputación como denigrante y vejatorio, por lo que pedía una rectificación del virrey pública y reparadora del honor de los castigados. Además, como el conseguir hombres se iba haciendo cada vez más difícil, el virrey decidió descontentar al reino en vez de a su rey, por lo que designó jueces especiales para que procedieran a la leva de un tercio en la merindades, decisión que fue considerada por la Diputación como el intento de "reducir el reino al último estado de miseria". Las alarmantes noticias llegadas desde Francia y los preparativos militares de Condé pusieron al reino en una comprometida situación que llevó a la Diputación a solicitar "que no enflaquezca más el cupo de soldados del Reino".

FELIPE IV Y LUIS DE GUZMÁN Y PONCE DE LEÓN

7. LA VISITA DE FELIPE IV

La designación de los jueces especiales fue otro de los resentimientos acumulados que explican que en la reunión de Cortes de 1646 lo primero que se abordó fueron los agravios recibidos. Pero la petición de que Oropesa fuese designado virrey de Valencia y el anuncio de que el rey visitaría Navarra facilitaron la distensión ambiental y mejoraron las relaciones entre rey y reino. Felipe IV llegaba a Pamplona el 23 de abril de 1646 para visitar la tierra y para la jura del heredero en las Cortes, a las que se hizo otra petición de 1.000 soldados para Cataluña.

La reunión de tal contingente fue uno de los cometidos del nuevo virrey, Luis de Guzmán y Ponce de León, que llegó a Pamplona a mediados de junio. Se trataba de un cometido nada fácil, que provocó la resistencia de la Diputación, al tiempo que tuvo que enfrentarse con el descontento generado entre los navarros por la larga suspensión del comercio con Francia. Por esos motivos, el virrey propuso un cambio en el procedimiento administrativo: enviar las órdenes a la Diputación, que retrasaba o entorpecía su cumplimiento alegando la falta de capacidades y disposiciones directamente al reino, que reunido en Cortes bajo la presidencia del virrey, pensaba éste sería más accesible a los objetivos de la Monarquía.

Así se abría un nuevo motivo de disputa y como en la Junta de Guerra no existía la certera de que la propuesta del virrey fuera conveniente, se le recomendó hiciera la leva sin reunir Cortes y a base de voluntarios.

CONDE DUQUE DE OLIVARES GASPAR DE GUZMÁN Y EL CARDENAL RICHELIEU

8. EL FIN DE LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS

El fracaso del Conde en Lérida y la "tranquilidad" de la frontera navarra explicaban que en Pamplona se hicieran menos preparativos militares que en años anteriores. La firma de la paz con Holanda a principios de 1648, mediante el Tratado de Westfalia, permitió el restablecimiento comercial con la nueva república (algo muy bien recibido en Navarra y en otros lugares de la Monarquía) y que Felipe IV pudiera concentrar más efectivos en Cataluña para luchar contra la subversión.

Sin embargo, Francia mantuvo su intención de guerra y el telón de fondo de esos años volvió a ser la negociación del servicio de armas. La resistencia de los navarros hacia este servicio fue en aumento, obligando a Felipe IV a negociar y a hacer concesiones crecientes:
"A la voluntariedad del servicio de soldados (en el sentido de pactar sus condiciones) conseguida en estos años, se sumaría a partir de las Cortes de 1652 la voluntariedad del servicio de dinero, en el sentido de la discrecionalidad con que el reino fijaría su cuantía. Hasta entonces, el servicio de cuarteles y alcabalas había sido casi perfectamente previsible y últimamente se mantenía invariable. Cada vez que el rey reuní a las Cortes navarras recibía tantos años de "cuarteles y alcabalas" (en el siglo XVII, a rezón de 2.350.000 y 452.100 maravedíes, aproximadamente, por cada uno) como los transcurridos desde la última reunión. La cuantía de cada "tanda" de cuarteles y alcabalas permanecía fija por lo menos desde la conquista castellana, y el número de tandas por año concedidas en Cortes no variaba desde finales del siglo XVI.
"Esto comenzó a cambiar a partir de las Cortes de 1652-1654, que fueron las primeras en no pagar todos los años de cuarteles y alcabalas adeudados desde la anterior reunión de 1646."
FIRMA DEL TRATADO DE WESTFALIA (1648)

9. LOS ACUERDOS ENTRE REY DIPUTACIÓN Y CORTES

A mediados de 1654, los tres estados (Rey, Diputación y Cortes) acordaron conceder, de los años que se debían de cuarteles y alcabalas, sólo cuatro (1646, 1647, 1648 y 1649), juntamente con 20.000 ducados para reclutar un tercio de 500 plazas. Con posterioridad se seguiría esa práctica, ya que las siguientes Cortes reunidas en 1677-78, 1684-85, 1688, 1691-92 y 1695 votaron un año de cuarteles y alcabalas (24.210 ducados), pero ofrecieron crecidas sumas para gastos militares (170.000 ducados), lo que se tradujo en un incremento de los ingresos reales.

Pero esta realidad dejaba a criterio del reino la cuantía de los servicios, lo que aumentaba su carácter voluntario y endurecía la negociación, en la que las Cortes tenían un instrumento para presionar al monarca, que hubo de aumentar sus donativos ampliando su "generosidad". El dinero aportado por las Cortes era adelantado por la Diputación, que luego recaudaba a través de censales contra los recursos del Vínculo (la hacienda del reino) o repartimientos generales.

Por otra parte, la concesión de esas cantidades tenía su razón de ser en la permanente oposición a Francia existente en gran parte de la segunda mitad del siglo XVII, que obligó a mantener un estado de alerta y prevención.

Por ejemplo, la noticia de un invasión francesa en 1655 conmocionó a Pamplona y, al evaluar las fuerzas para la defensa, se repetía lo desfavorable de la situación, pues no se pueden oponer más que las tres compañías de Pamplona y la de la ciudadela, sin otro elemento de contención que la guarnición de Burguete, falta de víveres y municiones y con los efectivos muy escasos. Por eso, el virrey movilizó a todos los varones de la ciudad que pudiesen combatir, agrupándolos por barrios e impulsando la reparación de las murallas.

DERROTA DE ROCROI DE 1643

10. EL REINADO DE LUIS XIV DE FRANCIA

Con la llegada de Luis XIV al trono francés el peligro de invasión era bastante tangible, ya que el rey galo se titulaba rey de Francia y de Navarra, pues mantenía sus derechos. Era una situación algo especialmente alarmante, ya que había desencadenado la Guerra de Devolución en defensa de unos derechos más que discutibles de su esposa María Teresa para apoderase de varias plazas en Flandes. Por tanto, también podrá hacer lo mismo en el caso navarro y abrir otra vez el frente en ese lado de los Pirineos.

Así se explican las sucesivas aportaciones del reino:

En las Cortes de 1662 se aprobaron ocho años de cuarteles y un tercio.

En las Cortes de 1677-78, tras el juramento de Carlos II, se acordó el compromiso de servir con 600 hombres armados, vestidos y mantenidos con sus pagos durante seis meses y un año de cuarteles.

En las Cortes de 1684 se concedió también un año de cuarteles y 40.000 ducados para las bonificaciones de Pamplona.

En cualquier caso, la actividad bélica promovida por Luis XIV que afectaba a España se centraba de manera especial en el lado catalán y el desarrollo de los hechos se produjo allí.

22/04/2018

Hondarribia: El gran asedio de 1638




El 1 de julio de 1638, Hondarribia fue atacada por el Ejército francés que cruzaba el río Bidasoa con 18.000 soldados de infantería y 2.000 de caballería al mando del príncipe de Condé.

17/11/2016

Fuenterrabía, "muy Noble, muy Leal, muy Valerosa y muy Siempre Fiel"



En 1638, el rey Felipe IV otorgó a la ciudad de Fuenterrabía (Hondarribia) el título de "Muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel", por la heroica resistencia ofrecida al Ejército francés durante el asedio de mismo año, en el ámbito de la Guerra de los Treinta Años.

25/07/2016

Sitio de Fuenterrabía de 1638



El Sitio, que duró sesenta y nueve días, fue horroroso. Se abrieron dos brechas en las murallas, volaron siete minas, hubo nueve asaltos. De los setecientos hombres con armas, al mes sólo quedaban trescientos. Un informe oficial habla de que la población fue azotada por dieciséis mil balas de cañón y cuatrocientas sesenta y tres bombas de mortero. En Europa se utilizaron por primera vez los morteros durante el asedio a Hondarribia en 1638. Estas armas de tiro curvo, lanzaban bombas que explotaban una vez llegadas a su objetivo y causaron grandes estragos. Hasta entonces, los cañones únicamente lanzaban proyectiles que no estallaban, tan sólo destruían por la fuerza de su impacto.

08/07/2016

Sitio de Fuenterrabía de 1638


El Sitio de Fuenterrabía es la denominación del asedio que las tropas francesas efectuaron entre junio y septiembre de 1638 a la plaza fortificada de Fuenterrabía, puerto cantábrico guipuzcoano en la desembocadura del río Bidasoa, fronteriza entre España y Francia. Este enfrentamiento está englobado la Guerra franco-española de 1635-1659, al mismo tiempo que en otros territorios del centro de Europa se libraba la Guerra de los Treinta Años entre ambos contendientes y sus aliados.

El cardenal Richelieu envió Ejército francés formado por una caballería de 2.000 jinetes y una infantería de 18.000 soldados, de los cuales 7 u 8.000 serían buenos soldados, el resto milicias inexpertas, entre ellas los 1.000 del contingente de Labourd. Estaba dirigido por el comandante en jefe Enrique II de Borbón-Condé, el príncipe de Condé, un gran político, sin experiencia en asuntos militares.

Este contingente estuvo apoyado por una armada de entre 20 y 30 barcos de guerra que llevaban a 7.000 marineros, al mando del arzobispo de Burdeos, Henri d´Escoubleau de Sourdis. Otros mandos fueron De la Force, Conde de Gramont, Bernard de Nogaret de la Valette d´Epernon, Saint-Simon, y Espenan.

Ambas fuerzas sumaban unos 27.000 sitiadores, de los cuales 11.000 murieron, que asediaron el puerto y ciudad de Fuenterrabía durante más de dos meses, disparando 16.000 proyectiles dentro de la ciudad amurallada. Otros cálculos aseguran que las bajas francesas, entre muertos y heridos, fueron de 4.000, más unos 2.000 prisioneros. Pero no hay datos para las bajas españolas. Además, sitiaron de Irún, Oiarzun, Lezo, Rentería y Pasajes.

SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638

Las fuerzas defensivas dentro de Fuenterrabía se calculan en unos 1.300 hombres capaces de empuñar las armas entre presidiarios de la guarnición, paisanos de la villa, y vecinos de municipios guipuzcoanos que habían llegado en su apoyo. Al mando estaba su alcalde y jefe de la plaza fortificada Diego de Butrón y Eguía, mientras que el encargado de las fortificaciones era el jesuita y matemático Diego Isasi.

Las tropas del ejército de auxilio español se estiman en 15.000 soldados de infantería y 500 de caballería al mando del almirante de Castilla, el comandante en jefe Juan Alfonso Enríquez de Cabrera. Otros mandos fueron Domingo de Egia, Miguel Pérez de Egea que murió el 10 de agosto, el marqués de Mortara; Carlo Andrea Caracciolo marqués de Torrecusa, y el ingeniero maestre de campo Antonio Gandolfo. Además, como refuerzos entraron 160 provinciales el 6 de julio y 150 irlandeses el día 13 del mismo mes.

El sitio duró 69 días desde el 1 de julio hasta el 7 de septiembre. Las penalidades sufridas por los sitiados, mujeres, muchachos y soldados, fueron incontables. Se abrieron 2 brechas en las murallas, volaron 7 minas, hubo 9 asaltos. De los 700 hombres con armas, al mes sólo quedaban 300. Un informe oficial habla de que la población fue azotada por 16.000 balas de cañón y 473 bombas de mortero.

En Europa se utilizaron por primera vez los morteros durante este asedio. Estas armas de tiro curvo, lanzaban bombas que explotaban una vez llegadas a su objetivo y causaron grandes estragos. Hasta entonces, los cañones únicamente lanzaban proyectiles que no estallaban, tan sólo destruían por la fuerza de su impacto.

SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638


Fueron grandes las proezas efectuadas por las tropas y vecinos, que se defendieron con lanzas, cubriendo las brechas abiertas en las murallas por los proyectiles enemigos, anulando el efecto destructor de las minas y contrarrestando los asaltos. Las bombas incendiaron multitud de casas, los víveres escaseaban y las municiones empezaban a agotarse.

A finales de julio, a punto de cumplirse el primer mes de asedio, se leyó a los sitiados una carta del almirante de Castilla, informando de que estaba reuniendo un ejército numeroso que acudiría en su defensa. Los de la villa contestaron que se dieran prisa, pues andaban escasos de pólvora, munición y víveres, y no sabían el tiempo que podrían resistir. También se consiguió hacerles llegar una carta del rey Felipe IV, asegurando que estaba orgulloso de su valor, y prometiéndoles perpetuar su memoria y resarcirles de todos los daños.

El 31 de agosto los franceses intentaron el asalto, utilizando escalas que los defensores repelieron lanzando pez ardiendo. En septiembre, la situación se hizo insostenible. Los muros habían caído, y el enemigo superaba el foso, los defensores eran pocos y se hallaban indefensos por falta de plomo.

Los franceses realizaron una oferta de rendición. El alcalde Diego de Butrón ofreció su plata para hacer balas y amenazó con la muerte al que hablase de entregar la plaza: "el primero que averigüe que anda hablando de entregarnos, yo mismo lo he de coser a puñaladas". Pero la respuesta oficial la dio el gobernador de la plaza diciéndoles que intentasen el asalto, que ellos no necesitaban de ayudas forasteras y que Fuenterrabía en sí misma tenía bastante para su defensa. Siguiendo su ejemplo, todos rivalizaron en valor y sacrificios. Dentro de ella sólo quedaron como supervivientes trescientas personas, la mayor parte mujeres y niños. La ciudad estaba virtualmente destruida, pero no se rindió.

Nuevamente se repitieron los asaltos. Como no había brazos suficientes para cerrar las brechas, una cuadrilla de muchachos, con escopetas y mosquetes, defendieron una de las paredes de la fortaleza, subidos sobre piedras, cuando no sobre cadáveres.

Llegó el día 7 de septiembre, día 69 del asedio, víspera de la virgen de Guadalupe, y apareció sobre el monte Jaizkibel el Ejército español de auxilio, comandado por el almirante de Castilla, que, embistiendo con ímpetu a las tropas de Condé, asentadas en lo alto y al lado este del monte, las arrolló y puso en precipitada fuga, desbaratándolas completamente. Al oscurecer entraron en Fuenterrabía y se encaminaron a la parroquia, donde se cantó el Te Deum en acción de gracias.

El almirante de Castilla, en carta a su mujer, describía la batalla empleando estos sencillos términos, que se han hecho célebres:
"Amiga: como no sabes de guerra, te diré que el campo enemigo se dividió en cuatro partes: una huyó, otra matamos, otra prendimos, y la otra se ahogó. Quédate con Dios, que yo me voy a cenar a Fuenterrabía."
Al día siguiente el almirante avistó la ciudad en ruinas, donde ninguna casa quedaba intacta, y muchas estaban hundidas. Los enfermos y heridos se hallaban tendidos en rincones y zaguanes. Sus rostros demacrados componían la estampa de la verdadera magnitud de la tragedia. La falta de munición se hizo acuciante al final del asedio: se había consumido todo el hierro y el plomo de la villa, por lo que se echó mano del peltre que había en las casas, y se llegó a disparar con plata.

SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638

La derrota, considerada desastrosa por los franceses, fue atribuida por Henri d'Escoubleau de Sourdis a uno de sus generales, Bernard de La Valette, duque d'Épernon, que se había negado a dirigir un ataque ordenado por él mismo, en la creencia de que no podía tener éxito.

Fue una gesta de armas que bien honra a los guipuzcoanos, y en concreto a los naturales de Fuenterrabía. La Corte madrileña de Felipe IV y el pueblo español en general acogieron con alegría esta grata noticia, que fue celebrada con grandes fiestas en todo el reino. La ciudad recibió el título de la "Muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel".

Se escribieron obras de teatro, romances y versos sobre el suceso, así se manifestó, en la gran difusión que encontraron las Relaciones relativas a este sitio. Una de ellas, compuesta por el mismísimo Calderón de la Barca, hablaba irónicamente de la paliza que habían dado al francés. La defensa de Fuenterrabía era comparada con las de Sagunto y Numancia, para construir un nuevo mito del que la decadente monarquía sentía urgente necesidad.

Incluso el escritor Francisco de Quevedo contó una chanza al respecto:
"Huyeron los hugonotes,
y se dexaron las bragas,
y no las dexaron limpias,
pues descubrieron la caca."
El hecho se celebra todavía todos los días 8 de septiembre con un desfile denominado El Alarde.

Algunos defensores vascongados conocidos por su actuación en el Sitio de Fuenterrabía de 1638 fueron:

Diego de Butrón y Leguía, natural de Fuenterrabía, era alcalde de su ciudad durante el asedio. Ofreció toda su plata para la fabricación de balas, además de animar a los vecinos defensores a la lucha y prohibirles hablar de rendición. Alcanzó una gran fama en toda España, y al año siguiente el rey Felipe IV le nombró gobernador militar de Fuenterrabía, y miembro de la prestigiosa Orden de Santiago.

Domingo de Osoro y Landaberde, natural de Deba, era sargento mayor durante el sitio, pero llegó a ser maestre de campo en 1651 y gobernador de la plaza de San Sebastián en 1660.

Miguel de Itúrbide, natural de Garzáin, era descendiente de familia noble del Baztán que había tomado parte del ejército de Flandes. Participó en el socorro de 1638 y en la guerra de Cataluña, donde fue herido. Terminó siendo diputado por la ciudad de Pamplona en las Cortes de 1644 y caballero de la Orden de Santiago.

Juan de Beaumont y Navarra, natural de Fuenterrabía, era nieto del Condestable de Navarra, conde de Lerín. Fue uno de los oficiales que tomaron parte activa en la defensa de su ciudad. Casó con Magdalena de Justiz, de esta ciudad, y del matrimonio nació Luis de Beaumont y Navarra, sargento mayor en 1655 y maestre de campo en 1692.

Cristóbal de Gazteluondo, natural de Oñate, tomó parte de una expedición al mando de Álvaro Enriquez del Castillo, encargado en jefe del descubrimiento y conquista de las provincias de los mutilones, javalosos y otras, en el Virreinato del Perú. De vuelta a España, se distinguió en el sitio de Fuenterrabía, donde estuvo de maestre de campo del Tercio de esta ciudad fortificada.

SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638