En 1375, Castilla se recuperaba de las heridas de su guerra civil. Carlos II de Navarra, llamado el Malo, veía alejarse su sueño de ceñir la corona francesa. Había luchado contra el rey de Francia, Carlos V, mediante una compañía de miliares. Era la primera de las Compañías militares navarras organizadas en este tiempo, paralizada en 1366, tras la paz firmada con Francia. Aragón intentaba quedar a salvo de las luchas de unos y otros.
Este cuerpo militar fue reunificado bajo el mando de Luis de Evreux, y estaba formado por mercenarios, la mayoría de ellos provenientes de Navarra y Gascuña. Fue la Compañía Navarra, aunque es un término moderno, informal y en cierto modo no demasiado académico de llamar a estos mercenarios. Esta compañía protagonizó una de las hazañas más extravagantes de la Edad Media: la conquista del Reino de Albania; además lucharían contra otros españoles, los aragoneses que controlaban Atenas y Tebas a finales del siglo XIV.
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COMPAÑÍA NAVARRA |
La actual Albania, país de la costa Adriática, era en el siglo XIV una pieza más en el mosaico de señoríos, ducados y principados que componía un Imperio bizantino en decadencia. Desde tiempo atrás, la mayor parte de esas plazas y en especial las ciudades costeras, puntos estratégicos de las vías comerciales, eran feudo de la aristocracia mercantil italiana (florentinos, venecianos, genoveses), cuyos principales linajes habían emparentado con la familia imperial bizantina y actuaban como virreyes en esas tierras. Albania, cuya capital era entonces Durazzo, también había estado bajo control italiano, concretamente de los Anjou de Sicilia. Pero, en 1368, los sicilianos perdieron el territorio a manos de un caudillo local, Carlos Topia, emparentado con la propia casa real siciliana. Venecia se apresuró a apoyar a Topia para perjudicar a Sicilia. Así los sicilianos no conservaron en Albania más que el título (el ducado de Durazzo) y la difícil aspiración de volver un día. Esa era la situación cuando la titular del ducado, Juana de Durazzo, fue a casarse con Luis de Evreux. Este era conde de Beaumont-le-Roger y duque de Durazzo por su matrimonio con Juana, también era hermano de Carlos II de Navarra. Luis, deseoso de aventuras y poder, no lo dudó: él recuperaría Durazzo, la capital del Reino de Albania.
Carlos II de Navarra apoyó su hermano Luis en su intento de retomar Durazzo y el Reino de Albania, concediéndole la dirección de la Compañía Navarra. Asimismo, Carlos V de Francia ayudó a Luis con 50.000 ducados para una aventura que, por otro lado, devolvería a sus parientes Anjou el dominio de Albania. En 1372, la compañía creció gracias al reclutamiento efectuado por un famoso capitán de la época, Ingeram de Coucy, quien reclutó en Gascuña a 500 lanceros y otros 500 arqueros a caballo, la mayoría de Gascuña, que se unirían a la hueste. Aunque estos soldados fueron reclutados para servir en Albania se organizaron en Nápoles.
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LUIS DE ÉVREUX DE NAVARRA Y ALFONSO IV DE ARAGÓN |
Un capitán navarro, Juan de Urtubia, escudero del rey, anduvo buscando voluntarios en el sur de Francia. En febrero de 1374, Urtubia recibió del rey de Navarra unos 1.000 florines de oro aragoneses y los derechos sobre los molinos del puente de Tudela, a modo de recompensa por su trabajo. Varios cientos de voluntarios navarros u gascones continuaron se alistaron en la Compañía Navarra motivados por una excelente soldada: 30 florines de oro al mes por cabeza. Entre la tropa se encontraban numerosos ingenieros, que eran soldados especializados en asedios y máquinas bélicas. Las listas de soldados enrolados se conservaron en Pamplona.
A partir de febrero de 1375, empezaron a zarpar los navarros desde el puerto de Tortosa con rumbo a las costas albanesas. Urtubia partió con 50 hombres. Los nombres de otros capitanes eran el también navarro Garro y los gascones Mahiot de Coquerel y Pedro de la Saga. Su objetivo era la ciudad de Durazzo.
Durazzo ya no era ni la sombra de lo que había sido. Aquel viejo emporio griego y romano era ahora una ciudad empobrecida rodeada de pantanos, con un ambiente malsano y pocos recursos. Pero seguía siendo un punto esencial en el tráfico mercantil del mar Adriático, de manera que valía la pena el esfuerzo.
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JUAN DE URTUBIA |
En 1376, la Compañía Navarra tomaba la ciudad, controlando del Reino de Albania y restituyendo su ducado de Durazzo. Lo que sucedió a continuación es que Luis de Evreux falleció y su compañía militar se quedó sin señor. Y aún peor, la viuda, la duquesa Juana de Durazzo, contrajo nuevo matrimonio y perdió interés por aquel reino. Así, aquella hueste de navarros y gascones se vio aislada en un país lejano, sin contacto con Navarra ni con una ninguna otra corona europea. Un ejército fantasma en un territorio sin dueño.
La Compañía Navarra rompió su juramento de fidelidad a la duquesa de Durazzo y se apresuró a buscar un nuevo patrón. En 1377, se puso al servicio de Pedro IV de Aragón, que tenía en Tebas y Atenas a sus almogávares. La Grecia aragonesa ya no era ni sombra de lo que fue, porque los descendientes de la hueste almogávar se hallaba divididos entre los partidos de Aragón y los que preferían servir a la Corona siciliana. Aragón no era un patrón fiable.
Pero había más gente interesada en contratar los servicios de los navarros. Aquellas tierras eran un mosaico de señoríos mal cohesionados. En Corinto gobernaba un magnate florentino, Nerio I Acciajuoli, mercader florentino casado con una princesa bizantina. En Acaya mandaba el príncipe Jaime de Baux, que aspiraba al título imperial de Bizancio. Por medio andaba también la Orden Militar de los Hospitalarios, cuyo gran maestre era el veterano aragonés Juan Fernández de Heredia, y que desde su base de Rodas trataba de controlar los Santos Lugares. Todos ellos pensaban, cada cual por su cuenta, que era preciso reunificar el fragmentado mosaico bizantino. Y uno de los mayores obstáculos para ello eran precisamente los últimos almogávares de Grecia. Jaime de Baux contrató a Nerio de Corinto y a los hospitalarios al mismo tiempo. Así, la hueste navarra encontró nuevos patrones. Y todos iban a emplearlos para lo mismo: expulsar a los aragoneses. Se avecinaba una guerra entre españoles en el extremo oriental de Europa.
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ESCUDO DE CARLOS II DE ÉVREUX |
En la primavera de 1378, Juan de Urtubia partió con cien hombres desde Durazzo hacia la Morea, siguiendo la llamada de Gaucher de La Bastide, prior de los Caballeros Hospitalarios en Toulouse y comandante del Principado de Acaya. Neiro había puesto a su disposición varios barcos y un cierto número de guerreros. Mahiot de Coquerel y la compañía navarra gobernaron Morea bajo los auspicios de Jaime de Baux.
En 1379, Juan de Urtubia estaba en Corinto con más de 100 soldados, al servicio de Jaime de Baux, quien reclamaba el trono de Acaya. Los navarros desembarcaron en Glarentza (Kastro-Kyllini), atravesaron el Peloponeso y llegaron a las llanuras de Beocia. Lo que encontraron allí los navarros fue un absoluto caos: los bandos aragoneses, enfrentándose entre sí, luchaban a su vez contra la población local rebelde y contra florentinos. Todos los descontentos con el dominio aragonés se sumaron a la hueste de Urtubia. Incluso algunos señores vecinos se apresuraron a aportar tropas, como el duque de Eubea y el marqués de Bodonitza, dos italianos. Cuando Juan de Urtubia se plantó ante Tebas, tenía a sus órdenes un ejército de considerables dimensiones.
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Mientras, en Tebas, los aragoneses no salían de su asombro al ver lo que se les venía encima. Los líderes de la ciudad, Bernardo Ballester y Luis Fadrique de Aragón, estaban ausentes. Ballester viajaba precisamente a Aragón para negociar con el rey Pedro IV. Los otros notables locales, Fuster, Falguera, Guardia, Savall, Ibáñez, Rodar, Lluria, andaban en discordia. Su situación era simplemente desesperada. Y lo peor era que, si caía Tebas, todo el poder aragonés en la región caería después, empezando por la vecina Atenas. El vicario de esta última ciudad, Galcerán de Peralta, viendo el riesgo, dejó Atenas y corrió en socorro de los sitiados. Era una apuesta a una sola carta: si ganaba, Tebas y Atenas estaban salvadas; si perdía, las dos ciudades caerían a la vez.
Urtubia tomó parte del sitio de Tebas, con el apoyo del arzobispo de la ciudad, Simón Atumano. Fue una batalla tremenda. Los aragoneses de Galcerán perdieron; el propio vicario cayó preso de los navarros. Pero lo peor estaba aún por llegar. Dentro de Tebas, las querellas que dividían a la ciudad estallaron en una espiral incontrolable. Los enemigos del poder aragonés abrieron las puertas a los navarros. La matanza fue atroz: no solo porque los navarros entraron en la ciudad a sangre y fuego, sino también porque con ellos iban florentinos, venecianos y griegos dispuestos a saldar viejas deudas, mientras en el interior de las murallas los propios bandos tebanos ajustaban cuentas entre sí. Los supervivientes huyeron adonde pudieron. Tebas quedó prácticamente despoblada.
Aquella no fue la última batalla de Urtubia y los navarros en Grecia. Después de Tebas vino Livadia, la otra gran capital de la región, y luego la misma Atenas. A la altura de 1381, Urtubia pudo incluso plantearse crear su propio principado. El proyecto lo frustraron los vencidos aragoneses, que regresaron con refuerzos para recuperar su territorio. Urtubia volvió a verse solo en tierra lejana, necesitaba nuevamente un aliado, y esta vez lo encontró en la Orden del Hospital: el gran maestre Juan Fernández de Heredia y su lugarteniente, el prior Gauchier de la Bastida, gascón y amigo de Urtubia, contrataron los servicios de los navarros. Su objetivo era impedir que los aragoneses reconstruyeran su dominio. El apoyo de los hospitalarios bastó para frenar a los de Aragón. Las cuatro barras abandonaron Grecia después de casi un siglo de dominio en Atenas y Neopatria, cuando las llevaron los almogávares. Y el cerebro de la operación, Nerio Acciajuoli de Corintio, pudo hacerse con el control de Tebas y Atenas.
Llegados a este punto, la compañía navarra tomó un papel diferente. Algunos de los hombres que habían servido bajo el mando de Urtubia pasaron de nuevo bajo el mando de Mahiot en Morea. La compañía se organizó como un virreinato en Acaya, bajo el mando de tres capitanes: Mahiot, Pedro Bordo de San Superano y Berard de Varvassa.
No se sabe qué pasó después con Juan de Urtubia, posiblemente estuviera muerto. En enero de 1382, la Compañía Navarra firmó la paz con Venecia y entre los signatarios no se encontraba Urtubia. Sí estaban los caballeros Berard de Varvassa, Juan de Ham Subsion, Lorenzo de Salafranca y Juan de Espoleto, pero no hay rastro del capitán. Del otro caudillo de la compañía inicial, el gascón Mahiot de Coquerel, desempeñó el gobierno de Acaya y Lepanto.
Cuando, poco después, Jaime de Baux subió al trono del Imperio bizantino, un grupo de caballeros navarros obtuvieron títulos imperiales por el apoyo prestado en Acaya, así como tierras en el Peloponeso.
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ALMOGAVARES EN LA DEFENSA DE ATENAS |
Tras la muerte de Jaime en 1383, la Compañía Navarra era el poder gobernante en la Grecia franca, y sobre ellos recayó la responsabilidad de reorganizar el estado y de proteger el nuevo príncipe. Mientras la compañía rehusaba reconocer a los herederos de Jaime de Baux sin pruebas que fueran costosas de suministrar, mantuvieron el poder en Acaya y fueron autorizados por los barones del reino para negociar un tratado con la República de Venecia, que se alcanzó el 26 de julio de 1387. En 1386, Pedro de San Superano sucedió a Mahiot como líder de la Compañía.
Se desconoce el paradero del resto de la Compañía Navarra, porque no fundaron un espacio político propio al estilo de los almogávares, sino que se disolvieron entre los fragmentos territoriales de Bizancio. Probablemente, los últimos caballeros gascones y navarros de la Compañía terminaron implicados en las querellas de la región. Su antiguo patrón, el florentino Nerio I Acciajuoli, estaba casado con la hija de un príncipe bizantino, Teodoro Paleólogo.
Cuando murió Nerio, hacia 1394, sus posesiones pasaron a otro italiano, Carlo Tocco, conde de Cefalonia. Teodoro Paleólogo quiso arrebatar el premio al heredero y sitió Corinto. Entonces, el italiano llamó en su socorro a Paleólogo y, de paso, invadieron la región de Morea. Los navarros que por allí quedaban, bajo las órdenes de Pedro de San Superano, se limitaron a obedecer a Tocco, que era su jefe. Seguramente, nunca fueron conscientes de que estaban contribuyendo a que Bizancio, el último vestigio del Imperio romano de Oriente, cayera en manos musulmanas.