El Sitio de Fuenterrabía es la
denominación del asedio que las tropas francesas efectuaron entre junio y
septiembre de 1638 a la plaza fortificada de Fuenterrabía, puerto cantábrico
guipuzcoano en la desembocadura del río Bidasoa, fronteriza entre España y
Francia. Este enfrentamiento está englobado la Guerra franco-española de 1635-1659, al mismo tiempo que en otros territorios del centro de Europa
se libraba la Guerra de los Treinta Años entre ambos contendientes y sus
aliados.
El cardenal Richelieu envió Ejército francés formado
por una caballería de 2.000 jinetes y una infantería de 18.000 soldados, de los
cuales 7 u 8.000 serían buenos soldados, el resto milicias inexpertas, entre
ellas los 1.000 del contingente de Labourd. Estaba dirigido por el comandante
en jefe Enrique II de Borbón-Condé, el príncipe de Condé, un gran político, sin
experiencia en asuntos militares.
Este contingente estuvo apoyado por una armada de
entre 20 y 30 barcos de guerra que llevaban a 7.000 marineros, al mando del
arzobispo de Burdeos, Henri d´Escoubleau de Sourdis. Otros mandos fueron De la
Force, Conde de Gramont, Bernard de Nogaret de la Valette d´Epernon,
Saint-Simon, y Espenan.
Ambas fuerzas sumaban unos 27.000 sitiadores, de los
cuales 11.000 murieron, que asediaron el puerto y ciudad de Fuenterrabía
durante más de dos meses, disparando 16.000 proyectiles dentro de la ciudad
amurallada. Otros cálculos aseguran que las bajas francesas, entre muertos y
heridos, fueron de 4.000, más unos 2.000 prisioneros. Pero no hay datos para
las bajas españolas. Además, sitiaron de Irún,
Oiarzun, Lezo, Rentería y Pasajes.
SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638
Las fuerzas defensivas dentro de Fuenterrabía se
calculan en unos 1.300 hombres capaces de empuñar las armas entre presidiarios
de la guarnición, paisanos de la villa, y vecinos de municipios guipuzcoanos
que habían llegado en su apoyo. Al mando estaba su alcalde y jefe de la plaza
fortificada Diego de Butrón y Eguía, mientras que el encargado de las
fortificaciones era el jesuita y matemático Diego Isasi.
Las tropas del ejército de auxilio español se estiman
en 15.000 soldados de infantería y 500 de caballería al mando del almirante de
Castilla, el comandante en jefe Juan Alfonso Enríquez de Cabrera.
Otros mandos fueron Domingo de Egia, Miguel Pérez de Egea que murió el 10 de
agosto, el marqués de Mortara; Carlo Andrea Caracciolo marqués de Torrecusa, y
el ingeniero maestre de campo Antonio Gandolfo. Además, como refuerzos entraron
160 provinciales el 6 de julio y 150 irlandeses el día 13 del mismo mes.
El sitio duró 69 días desde el 1 de julio hasta el
7 de septiembre. Las penalidades sufridas por los sitiados, mujeres, muchachos
y soldados, fueron incontables. Se abrieron 2 brechas en las murallas, volaron
7 minas, hubo 9 asaltos. De los 700 hombres con armas, al mes sólo quedaban
300. Un informe oficial habla de que la población fue azotada por 16.000 balas
de cañón y 473 bombas de mortero.
En Europa se utilizaron por primera vez los morteros
durante este asedio. Estas armas de tiro curvo, lanzaban bombas que explotaban
una vez llegadas a su objetivo y causaron grandes estragos. Hasta entonces, los
cañones únicamente lanzaban proyectiles que no estallaban, tan sólo destruían
por la fuerza de su impacto.
SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638
Fueron grandes las proezas efectuadas por las tropas y
vecinos, que se defendieron con lanzas, cubriendo las brechas abiertas en las
murallas por los proyectiles enemigos, anulando el efecto destructor de las
minas y contrarrestando los asaltos. Las bombas incendiaron multitud de casas,
los víveres escaseaban y las municiones empezaban a agotarse.
A finales de julio,
a punto de cumplirse el primer mes de asedio, se leyó a los sitiados una carta
del almirante de Castilla, informando de que estaba reuniendo un ejército
numeroso que acudiría en su defensa. Los de la villa contestaron que se dieran
prisa, pues andaban escasos de pólvora, munición y víveres, y no sabían el
tiempo que podrían resistir. También se consiguió hacerles llegar una carta del
rey Felipe IV, asegurando que estaba orgulloso de su valor, y prometiéndoles
perpetuar su memoria y resarcirles de todos los daños.
El 31 de agosto los
franceses intentaron el asalto, utilizando escalas que los defensores
repelieron lanzando pez ardiendo. En septiembre, la situación se hizo
insostenible. Los muros habían caído, y el enemigo superaba el foso, los defensores
eran pocos y se hallaban indefensos por falta de plomo.
Los franceses
realizaron una oferta de rendición. El alcalde Diego de Butrón ofreció su plata para hacer balas y amenazó con
la muerte al que hablase de entregar la plaza: "el primero que averigüe que anda hablando
de entregarnos, yo mismo lo he de coser a puñaladas". Pero la
respuesta oficial la dio el gobernador de la plaza diciéndoles que intentasen
el asalto, que ellos no necesitaban de ayudas forasteras y que Fuenterrabía en
sí misma tenía bastante para su defensa. Siguiendo su ejemplo,
todos rivalizaron en valor y sacrificios. Dentro de ella sólo quedaron como
supervivientes trescientas personas, la mayor parte mujeres y niños. La ciudad
estaba virtualmente destruida, pero no se rindió.
Nuevamente se
repitieron los asaltos. Como no había brazos suficientes para cerrar las
brechas, una cuadrilla de muchachos, con escopetas y mosquetes, defendieron una
de las paredes de la fortaleza, subidos sobre piedras, cuando no sobre
cadáveres.
Llegó el día 7 de septiembre, día 69 del asedio, víspera de la virgen
de Guadalupe, y apareció sobre el monte Jaizkibel el Ejército español de
auxilio, comandado por el almirante de Castilla, que, embistiendo con
ímpetu a las tropas de Condé, asentadas en lo alto y al lado este del monte,
las arrolló y puso en precipitada fuga, desbaratándolas completamente. Al
oscurecer entraron en Fuenterrabía y se encaminaron a la parroquia, donde se
cantó el Te Deum en acción de gracias.
El almirante de
Castilla, en carta a su mujer, describía la batalla empleando estos sencillos
términos, que se han hecho célebres:
"Amiga: como no sabes de guerra,
te diré que el campo enemigo se dividió en cuatro partes: una huyó, otra
matamos, otra prendimos, y la otra se ahogó. Quédate con Dios, que yo me voy a
cenar a Fuenterrabía."
Al día siguiente el
almirante avistó la ciudad en ruinas, donde ninguna casa quedaba intacta, y
muchas estaban hundidas. Los enfermos y heridos se hallaban tendidos en
rincones y zaguanes. Sus rostros demacrados componían la estampa de la
verdadera magnitud de la tragedia. La falta de munición se hizo acuciante al
final del asedio: se había consumido todo el hierro y el plomo de la villa, por
lo que se echó mano del peltre que había en las casas, y se llegó a disparar
con plata.
SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638
La derrota, considerada desastrosa por los franceses,
fue atribuida por Henri d'Escoubleau de Sourdis a uno de sus generales, Bernard
de La Valette, duque d'Épernon, que se había negado a dirigir un ataque
ordenado por él mismo, en la creencia de que no podía tener éxito.
Fue una gesta de armas que bien honra a los
guipuzcoanos, y en concreto a los naturales de Fuenterrabía. La Corte madrileña
de Felipe IV y el pueblo español en general acogieron con alegría esta grata
noticia, que fue celebrada con grandes fiestas en todo el reino. La ciudad
recibió el título de la "Muy noble, muy leal, muy valerosa y
muy siempre fiel".
Se escribieron obras de teatro, romances y versos
sobre el suceso, así se manifestó, en la gran difusión que encontraron
las Relaciones relativas a este sitio. Una de ellas, compuesta
por el mismísimo Calderón de la Barca, hablaba irónicamente de la paliza
que habían dado al francés. La defensa de Fuenterrabía era comparada con las de
Sagunto y Numancia, para construir un nuevo mito del que la decadente monarquía
sentía urgente necesidad.
Incluso el escritor Francisco de Quevedo
contó una chanza al respecto:
"Huyeron los hugonotes,
y se dexaron las bragas,
y no las dexaron limpias,
pues descubrieron la caca."
El hecho se celebra todavía
todos los días 8 de septiembre con un desfile denominado El Alarde.
Algunos defensores vascongados conocidos por su actuación en el Sitio de Fuenterrabía de 1638 fueron:
Diego de Butrón y Leguía, natural de Fuenterrabía, era alcalde de su ciudad durante el asedio. Ofreció toda su plata para la fabricación de balas, además de animar a los vecinos defensores a la lucha y prohibirles hablar de rendición. Alcanzó una gran fama en toda España, y al año siguiente el rey Felipe IV le nombró gobernador militar de Fuenterrabía, y miembro de la prestigiosa Orden de Santiago.
Domingo de Osoro y Landaberde, natural de Deba, era sargento mayor durante el sitio, pero llegó a ser maestre de campo en 1651 y gobernador de la plaza de
San Sebastián en 1660.
Miguel de Itúrbide, natural de Garzáin, era descendiente de familia
noble del Baztán que había tomado parte del ejército de Flandes. Participó en
el socorro de 1638 y en la guerra de Cataluña, donde fue
herido. Terminó siendo diputado por la ciudad de Pamplona en las Cortes de 1644
y caballero de la Orden de Santiago.
Juan de Beaumont y Navarra, natural de Fuenterrabía, era nieto del Condestable de
Navarra, conde de Lerín. Fue uno de los oficiales que tomaron parte activa en
la defensa de su ciudad. Casó con Magdalena de Justiz, de esta
ciudad, y del matrimonio nació Luis de Beaumont y Navarra, sargento
mayor en 1655 y maestre de campo en 1692.
Cristóbal
de Gazteluondo, natural de Oñate, tomó parte de una expedición al
mando de Álvaro Enriquez del Castillo, encargado en jefe del
descubrimiento y conquista de las provincias de los mutilones,
javalosos y otras, en el Virreinato del Perú. De vuelta a España,
se distinguió en el sitio de Fuenterrabía, donde estuvo de maestre
de campo del Tercio de esta ciudad fortificada.
SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638