10/07/2016

Historiografía mitológica y tubalista por los apologistas vascos


Durante la Modernidad, las Provincias de Guipúzcoa y Álava y del Señorío de Vizcaya eran unos territorios integrados en el Reino de España, cuyos habitantes protagonizaron la colonización y evangelización del continente americano, así como la administración y defensa de las posesiones de ultramar. En aquellos siglos, los 200.000 habitantes de estas tierras e incluso de la Navarra pirenaica no se hacían llamar vascos, sino vizcaínos. La integración de sus gentes con el resto de España se materializó desde una relación de limpieza de sangre, nobleza originaria, hidalguía universal y próspera industria.

La mitología vascongada pudo fomentar creencias y valores que legitimaron un determinado papel social y conductas dirigidas por los estamentos próximos a los monarcas españoles. Así, los defensores de los privilegios forales vascos argumentaron durante siglos su legitimidad basándose en mistificaciones histórico-legendarias: el Tubalismo y el Vascocantabrismo. Así lo han demostrado investigadores contemporáneos que hicieron avanzar mucho en esta materia, como los Otazu, Aranzadi, Martínez Gorriarán, Jon Juaristi o Mikel Azurmendi, cada cual desde una perspectiva diferente.

El Tubalismo actuó como ideología para probar que los vascongados eran los españoles primigenios y nunca conquistados y mezclados, demostrable mediante la conservación del vascuence, la lengua primigenia. Para probar que estos primogénitos de Túbal nunca habían sido conquistados, se tuvo que aludir a la etnia prerromana que mayor resistencia desplegó contra las legiones romanas: los cántabros. La reivindicación vascocantabrista además de ser falsa es inútil, pues los cántabros también fueron vencidos militarmente por las legiones romanas.

Esa independencia en tiempos de la Romanización, fue continuada de un mantenimiento de su libertad en la Edad Media, perpetuando esa independencia originaria y fundando el Señorío de Vizcaya. Finalmente, presentaba su relación al Reino de Castilla como un pacto de igual a igual, jamás de subordinación de súbditos hacia su rey.

NOÉ, MÍTICO ABUELO DE TÚBAL

La creencia del mito Túbal, mítico nieto de Noé y primer poblador de España, contribuyó a la justificación del cuasi-monopolio que las élites vascas practicaron dentro del Imperio de la Monarquía de los Austrias. A la consolidación de la fornida y masiva intervención vizcaína en los asuntos de la Corona le correspondió un esfuerzo cultural por cotejarla con un modelo cognitivo ultrarreligioso cuyas predicaciones resultaron válidas para negociar un ascenso social, político y económico en las estructuras de la Monarquía hispánica.

El modelo simbólico tubaliano ayudó durante el periodo del Renacimiento, la Reforma y Contrarreforma, a que los vascos no quedaran encerrados entre montañas, pues valiéndose de las minas de hierro, gran capacidad maderera, cierta industria siderúrgica, exceso demográfico y pobreza material, agudizaron el ingenio hasta abrirse anchos caminos imperiales.

En la coyuntura de los siglos XVI y XVII, la causa del mito tubaliano fue una gran imaginación con la que determinada "clase" social de vizcaínos logró elaborar un nuevo modelo cultural que los ensalzase como unos hispanos especialísimos. La élite vizcaína supo inventar un conjunto social, el conjunto de los vizcaínos, como emanación de la mano de Dios.

Las restricciones de vecindad venían siendo muy estrictamente aplicadas por las Juntas, fomentando la xenofobia contra el forastero en las aldeas; y los vascos emigrados empezaban a gozar de prerrogativas en la Corte, en Flandes, en América y en Filipinas al poder justificar de manera ágil su limpieza de sangre. Incluso, hasta los aldeanos no propietarios comenzaban también a creerse nobles y a obrar como tales, aunque fuesen renteros.

Así como en sus inicios, las Juntas municipales habían obrado en nombre de la comunidad de vecinos aforados y hasta en Hermandad en base a unas leyes forales concedidas por el rey, también las Juntas provinciales actuaban ya mimetizando un municipio ampliado. La tierra se abría a nueva roturación, asentando a nuevas familias en torno a un nuevo estilo de trabajo y surgiendo el caserío. Bilbao comenzó a crecer rápidamente, San Sebastián prosperó.

La Corte aparecía rebosante de secretarios reales de origen vizcaíno; en Italia, Flandes y América se asentaban con peso propio virreyes vizcaínos, pero también inquisidores, obispos, bachilleres, hacenderos, mercaderes, generales, soldados, frailes, monjas, mozos y criados. Por tierra y mar, del Atlántico al Mediterráneo, el transporte era cosa de vizcaínos. El vascuence los prestigiaba, y no es que este idioma fuese prestigioso, pues fue el castellano era la única lengua acompañante del Imperio, pero el pronunciamiento de algunas palabras era la prueba de su noble raigambre.

MAPA DE LOS TERRITORIOS VASCONGADOS

El mito de los vascos como cántabros descendientes de Túbal, primeros pobladores de España, se constituía como crisol de una auténtica etnia. El "nosotros, los cántabros" o "vizcaínos" fue dicho por primera vez de una nueva manera por las élites cultas, el "ethos" fue concebido como una comunidad de origen con etiqueta de calidad, y popularizado a las gentes analfabetas. Curiosamente, el reino de Navarra no participó en dicha creencia ni consumió de ella, pese a que los navarros montañeses si fuesen tomados como vizcaínos o cántabros ilustres.

Este mito vasco-cántabro supuso una novedosa y definitiva narración cristiana de orígenes, que marcaba como sensatas y diferentes a determinadas costumbres y usos de determinados habitantes, atribuyendo el etnónimo de "vizcaínos" a múltiples gentes originarios de diversos lugares. Se constituyeron como una sola clase de gente, cerrando puertas a forasteros que pasaban por allí sin intención de instalarse, o poniendo barreras a extranjeros y extraños que buscaban asilo tras un destierro, unas mejores condiciones de vida, o un refugio tras una humillación. Todas estas gentes consideradas como vizcaínas que cerraban el camino a los llegados de afuera y que consideraban peligrosos, se suponían a sí mismas con derecho a tener todas las puertas del mundo abiertas y poder colonizarlas.

A este invento semántico y su correspondiente utilidad social no le correspondió ningún progreso moral porque se continuaban incrementando notorias formas de crueldad como vía para mejorar el "nosotros, los vizcaínos". Aquellos fundadores de identidad no posibilitaron ampliar el cerrado círculo de gentes cerradas al otro-diferente y aquel gran invento para seguir sobreviviendo con éxito en el interior del Estado hispano no constituyó ningún alarde de imaginación moral, si bien la religión católica aportó para ello viejos materiales semánticos y prácticas organizativas muy poderosas.

CALLE TUBAL EN TAFALLA

En este contexto de protagonismo y privilegios, de exenciones fiscales e hidalguía común a todos los vizcaínos, surgieron desde el siglo XVI en algunos clérigos y gentes de letras los primeros síntomas de encastillamiento vascófilo, la invención de una identidad singular basada en una mitología y creencias divinas. En este siglo destacaron Juan Martínez de Zaldivia, Esteban de Garibay y Andrés de Poza, denominados Padres Fundadores, que modificaron radicalmente la perspectiva cultural de las gentes de España, inventando un artificio mito-poético que les proporcionaba una matriz común para justificar su singularidad.

Los Padres Fundadores, los primeros escritores vascos, decidieron en el siglo XVI romper con la tradicional oralidad del eusquera e ingeniar una identidad vasca. Se trata de una élite autóctona que construyó una identidad cántabra o vizcaína, y que los mismos vascos consumieron con gusto el producto.

Juan Martínez de Zaldivia escribió un libro de 27 cortos capítulos: Suma de cosas cantábricas y guipuzcoana (1564).

Esteban de Garibay escribió un enorme Compendio historial de las Chronicas y universal Historia de todos los reyes de España (1571), distribuido en 40 libros.

Andrés de Poza escribió una Antigua Lengua de las Españas (1587), desarrollado en 17 capítulos, así como un Tratado de la Nobleza en propiedad, escrito por encargo de las Juntas de Vizcaya.

Los tres, considerados apologistas, creyeron describir la realidad basándose en los hechos del pasado. Zaldivia subrayaba un hecho tan raro como que todos los guipuzcoanos reclamaban ser hidalgos nobles. Garibay, insistía en que la legitimidad del poder hispano manaba de la fuente original de la nobleza cántabra. Poza afirmaba que la persistencia de una lengua tan rara pero pura como el vascuence y unas ancestrales costumbres determinaban un territorio como "especial". Los dos primeros se expresaron mediante discursos históricos, mientras que el tercero bajo discurso filológico y jurídico.

En el siglo XVII, continuaron la labor de invención de esta historiografía mitológica apologistas como Lope Martínez de Isasti, Baltasar de Echave, Bernadino de Iñurigarro, Miguel de Zabaleta o Miguel de Abendaño, entre otros. Su narración se basa en la limpieza religiosa como base de la pureza racial, la foralidad y el pactismo inmemorial, el carácter irredento, el origen étnico desde el patriarca Túbal, la hidalguía universal y las condiciones nobiliarias, y la continuidad del euskera. Estas son algunas biografías de siglo XVII que explican la mitomanía vascófila contemporánea, son extraordinariamente aleccionador para enmarcar aquel contexto historiográfico y social en el que acabó floreciendo el nacionalismo vasco con el discurrir de los años.

LAUBURU SOBRE PIEDRA

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