24/04/2018

Diego de Henares Lezama


Teniente gobernador de San Sebastián de los Reyes del Virreinato de Nueva Granada, a finales del siglo XVI

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DIEGO DE HENARES LEZAMA

Diego de Henares Lezama era natural de Baracaldo, Vizcaya, donde nació en 1540.

En 1560, llegó a Mérida, en el Virreinato de Nueva Granada, actual Venezuela. En 1564, participó bajo mando de Diego de Losada en una acción para castigar la rebelión de los indios caracas en la ciudad que lleva su nombre y que produjeron el despoblamiento de ciudad de Caraballeda.

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PLANO DE LA FUNDACIÓN DE CARACAS Y DIEGO DE HENARES

En 1566, Diego de Losada refundó la villa de Santiago de León de Caracas, donde anteriormente Francisco Fajardo fundó y abandonó el anterior asentamiento español. 


Diego de Henares fue nombrado alcalde de Caracas, teniendo que afrontar un ataque de más de 5.000 indígenas. En 1577, realizó una una planificación urbana de la ciudad basada en una estructura cuadricular. En la actualidad se conserva un plano urbano realizado por él mismo.

Finalmente, fue nombrado teniente gobernador de San Sebastián de los Reyes, en el Virreinato de la Nueva Granada, hasta 1593. Tuvo que defenderse de los indios caribes de la zona para posibilitar la cría de ganado en sus tierras, lo que logró con éxito.

SELLOS DE DIEGO DE HENARES LEZAMA

17/04/2018

Hondarribia: El gran asedio de 1638




El 1 de julio de 1638, Hondarribia fue atacada por el Ejército francés que cruzaba el río Bidasoa con 18.000 soldados de infantería y 2.000 de caballería al mando del príncipe de Condé.

13/04/2018

Martín de Orbea e Ibarra


General de la flota de Nueva España del siglo XVII y caballero del hábito de Santiago

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MARTÍN DE ORBEA E IBARRA

Martín de Orbea e Ibarra
era natural de Éibar, Guipúzcoa, donde nació en 1591. Fue hermano de Domingo Orbea, tesorero real del emperador Carlos V y de Santiago Orbea, tesorero general del Reino de Aragón.

En la Junta General de Villafranca de 1619, fue propuesto por la villa de Éibar para obtener el cargo de capitán de mar y guerra en la escuadra que construía la provincia Guipúzcoa por el hecho de llevar Orbea nueve años de servicios.

En 1624, estaba integrado en el tercio del maestre de campo Pedro Osorio de los galeones de España. Entonces, con cargo de capitán de mar y guerra, tomó parte de la escuadra hispano-portuguesa formada por 52 barcos y 12.000 hombres al mando de Fadrique de Toledo, que que salió de Cádiz para el socorro del Brasil. En esta expedición, luchó en la recuperación de Bahía de Todos los Santos, tomada por la Armada holandesa, donde prestó señalados servicios.

Cuando fue ascendido a almirante, condujo al virrey de Méjico, saliendo de Cádiz en 1635, empleando en el viaje 63 días.

En 1638, con el grado de general, dirigió una flota que transportaba azogue al Virreinato de la Nueva España, y de regresó llevaba caudales para la Corte.

Este distinguido general continuó sirviendo durante varios años más al mando de flotas dirigidas a diversos puertos con misiones de interés.

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RECUPERACIÓN DE BAHÍA DE TODOS LOS SANTOS, POR BAUTISTA MAINO
Y ESCUDOS DE ARMAS DE ORBEA Y DE IBARRA

12/04/2018

Reacción al Vascocantabrismo: el Montañacantabrismo


Ante la aparición de las manipuladas tesis vascocantabristas, varios eruditos elaboraron una antítesis como reacción, la tesis montañacatabrista. Esta sostenía que los territorios correspondientes a la Cantabria de las fuentes romanas se encontraban al oeste de los actuales Provincias vascas, es decir, la actual Comunidad Autónoma de Cantabria, tradicionalmente llamada La Montaña.

Ambas tesis estaban argumentadas en pasajes de la Biblia y en las crónicas de la Alta Edad Media, que mezclaban información histórica, citas bíblicas, mitos y leyendas. Sin embargo, los defensores de la tesis montañacantabrista prestaron mayor atención a las descripciones geográficas de los autores grecolatinos, que basaban sus escritos en la observación, siendo estas fuentes más científicas que las leyendas bíblicas o las imaginaciones toponímicas.

El primero en hacerlo fue el cronista del Reino de Aragón, Jerónimo Zurita, que desmontó la confusión en su libro Cantabria, Descripción de sus verdaderos límites, de 1578, basándose con rigor en las fuentes grecolatinas. A él se debe el impulso de una corriente historiográfica "montañés-cantabrista" que inició la defensa de la territorialidad de Cantabria.

Otra aportación fue la del francés Arnaut d´Oihernart, mediante su Notitia utrisque Vasconiae, tum Ibericae, tum Aquitanicae, publicado en París en 1638. Demostraba la ubicación de los cántabros en lo que entonces se conocía como las Montañas de Burgos.

CANTABRIA (CUATRO VILLAS), VIZCAYA Y GUIPÚZCOA

El avance de las ciencias históricas hizo que en el ilustrado siglo XVIII el mito vascocantabrista no gozase del prestigio anterior, aún así contó con férreos defensores. Uno de los más insistentes fue el jesuita guipuzcoano Manuel de Larramendi, que, en su Corografía de Guipúzcoa, sostuvo la herencia de los cántabros fue exclusividad de las tres provincias vascas. Mantuvo un debate epistolar con un pariente suyo que escribió en la carta que:
"Las tres provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava no estaban comprendidas en la antigua famosa Cantabria; y que ésta solamente comprendía las Montañas de Burgos, o las de Santander, y las de Asturias de Santillana."
Ante la posibilidad de que el establecimiento de esta doctrina causase disgusto entre los vascongados por perder tan altos antecesores, un dogmático Larramendi contestó en carta, fechada en octubre de 1732, con estas palabras:
"Se engañan los que piensan que esta opinión ha de dar alguna pesadumbre especial a los Bascongados de las tres provincias: antes se alegrarán de tener esta nueva ocasión de refrescar la persuasión común del mundo, de que todas fueron la porción principal de la antigua Cantabria."
Las tesis vascocantabristas recibirían el más duro golpe de la pluma de Enrique Flórez, una de las figuras más eminentes de la ciencia histórica de la Ilustración española, quien publicó en Madrid en 1768 La Cantabria. Disertación sobre el sitio y extensión que en tiempos de los romanos tuvo la región de los cántabros. Esta obra zanjaría para siempre la polémica, aunque fue atacada incluso por los fueristas decimonónicos.

LA CANTABRIA

Las Juntas Generales de Guernica reaccionaron con rapidez protestante ante la Corte de Carlos III porque la publicación de Flórez "vierte expresiones indecorosas y opuestas a las prerrogativas, exempciones y antigüedad de este ilustre solar". Pero ello, exigieron a los consejeros reales a que "examinen o hagan examinar el referido libro y que hallándose en él alguna cosa opuesta e indecorosa a este Señorío se represente a su majestad".

El fundador de la Sociedad Vascongada de Amigos del País, Javier María de Munive e Idiáquez, y el socio José Joaquín de Landazuri, recopilaron información para tratar de combatir el libro de Flórez, que tanto estaba dañando las bases del edificio mitológico sobre el que estaba construido el privilegiado régimen foral vascongado del que los aristocráticos socios de la Sociedad Vascongada eran eminentes beneficiarios.

Lo que ocurrió es que Landazuri llegó a conclusiones que no encajaban en la doctrina mitológica oficial:
"No ignoro en que es el sentir de muchos grandes autores el que Túbal pobló en estos payses vascongados pero tampoco se me oculta el que las pruebas que nos dan para tan hermoso suceso son ineficaces para persuadir tan arduo empeño."

La reacción del líder de los llamados "caballeritos de Azcoitia" fue la desautorización a Landazuri y la censura a los resultados de su investigación. Ante esto, Landazuri dejó de pertenecer a la Sociedad Vascongada para seguir investigado por su cuenta.

Otro de los defensores del Vascocantabrismo que reaccionó frente a la obra de Flórez fue José Hipólito Ozaeta y Gallaiztegui. En su publicación de 1779 La Cantabria vindicada y demostrada según la extensión que tuvo en diferentes tiempos. volvió a reivindicar la Cantabria prerromana para las tierras vascófonas. A su vez, Ozaeta y Flórez fueron duramente rebatidos por Manuel Risco en su libro, también del mismo año, El R. P. M. fray Henriquez Flórez, vindicado del Vindicador de la Cantabria, don Hipolyto de Ozaeta y Gallaiztegui.

En 1808, el manifiesto que emitieron los bilbaínos al alzarse en armas contra el Ejército francés, al estallar la Guerra de la Independencia, utilizó una vez más el nombre de cántabros como inmejorable garantía de españolía, heroísmo y fidelidad.

Incluso en ámbitos institucionales, el error se mantuvo durante todo el siglo XIX, como lo demuestra la ley del 29 de septiembre de 1847 de formalización de las regiones, finalmente inaplicada, que englobaba a las tres provincias vascongadas y Navarra, con capital en Pamplona, y cuyo nombre era Cantabria.

Pero serían los literatos del Fuerismo romántico quienes hicieron resurgir el mito vascocántabro. Eran nostálgicos de un Régimen foral desaparecido que pretendían reivindicar recobrado las glorias de sus antepasados cántabro-vascos. De la misma manera, los diputados liberal-fueristas que defendieron el mantenimiento de los regímenes forales entre 1838 y 1876 apelaron a la descendencia de los cántabros como justo título para conservar una independencia política jamás perdida.

DANTZA VASCA

Fue en el siglo XX, cuando una sucesión de historiadores y antropólogos científicos, vascos y no vascos, se dedicaron a zanjar por siempre el debate fuerista en torno a la ascendencia cántabra de los vascos.

En 1895, apareció la Historia General del Señorío de Vizcaya, escrito por Estanislao de Labayru y Goicoechea, que zanjaba con este texto la cuestión:
"Decir Cantabria era en cierto sentido denominar la nación euskalduna, y llamar pueblo bascos era señalar la progenie cantábrica. De tal suerte se universalizó este concepto, que pasó por hecho incontestable y principio incontrovertible... Zurita, Ohienart, Flórez, Risco, Aureliano Fernández Guerra y otros han prestado un servicio eminente a la historia deslindando y poniendo en claro la multitud de opiniones que sobre el particular existía, alumbrando el horizonte y destruyendo el caos que cada día se agrandaba por la tenacidad en sustentar lo que no tenía razón de ser; como si para las verdaderas glorias del solar basco hubiera sido preciso que Augusto en persona combatiera a Euskaria y que por necesidad los bizcaínos fuesen los cántabros temidos y no domados por las armas romanas, hasta que en la época del referido emperador se vieron batidos y deshechos."

El historiador vasco Carmelo de Echegaray, en su prólogo a la reedición de 1901 de la obra del apologista del siglo XVI Andrés de Poza, expresó:
"... sería pedir demasiado a Poza si le exigiéramos que se adelantara a su tiempo, y se eximiese de la preocupación, arraigada entre sus paisanos hasta época muy próxima a nuestros días, de estimar como punto de honor e indudable deber de patriotismo, el defender la inclusión de la tierra vascongada en la Cantabria que peleó contra el poder de Roma."

El historiador y político bilbaíno Gregorio Balparda enterró definitivamente la errónea tesis vascocantabrista en una conferencia que pronunció en el Ateneo de San Sebastián el 8 de noviembre de 1919:
"Con sólo abrir cualquier libro vascongado anterior al siglo XIX veréis que la tradición de este país es, no la de que seamos vascos, sino la de que somos cántabros, y que, como cántabros, tuvimos abierto, cuando el mundo entero estaba pacificado, el templo de Jano, haciendo venir a luchar primero y a pactar después con nosotros a César Augusto, y que, como cántabros, aducíamos la prueba de una predestinación y casi de un presentimiento cristianos en aquel lábaro o lauburo, símbolo de un pueblo indómito que moría cantando en la cruz. Desde Lope García de Salazar... todos nuestros historiadores coinciden en lo mismo. En cuanto a vosotros, los guipuzcoanos, no tenéis que ir más allá de la portada de las primeras ediciones en el siglo XVI de vuestro gran historiador, porque en ella veréis la jactancia con que se titula su autor, Esteban de Garibay, vecino de Mondragón, de la nación cántabra... Desgraciadamente esta tradición, en cuya defensa tanto empeño pusieron nuestros antepasados, es hoy tan insostenible como eso de que seamos vascos; serenamente juzgado, hay que reconocer que la escuela santanderina, representada por numerosos escritores, desde el padre Francisco de la Sota hasta Aurelio Fernández Guerra, a la que Llorente se había inclinado, ha dejado la cuestión definitivamente resuelta en nuestra contra."

Parecidas palabras empleó el escritor y filósofo, también bilbaíno, Miguel de Unamuno:
"Causa fundamental de largas consecuencias erróneas y de embrolladas opiniones ha sido el haberse confundido durante mucho tiempo a los vascos con los cántabros... El empeño en hacernos cántabros viene de que quieren muchos como un honor aplicarnos cuantos rasgos de inaudita barbarie cuentan los romanos de los cántabros, y todo cuando se cuenta de la guerra cantábrica, exornándolos los escritores vascongados con mil detalles que dicen son legendarios, como lo referente al monte Hernio, que confunden lastimosamente con el antiguo monte Vinio. Pero consta por testimonio de A. Floro que Augusto se dirigió contra cántabros y astures, que incomodaban con frecuentes incursiones a los vacceos, cargonios y autrigones, es decir, que aquí nada entran los euscaldunes si no es como protegidos de Roma."

El gran historiador cántabro Menéndez Pelayo en sus Obras Completas, publicadas en Madrid en 1956, escribió sobre este tema:
"El amor patrio y el amor regional es para nosotros cosa tan digna de respeto que la miramos con indulgencia, aun en sus mayores exageraciones. Para nosotros, especialmente cuando no se trata de un libro de historia, es cosa de todo punto indiferente que los vascongados se crean, o no, hijos y descendientes legítimos de los antiguos iberos; que se atribuyan o no parte en la guerra cantábrica, donde la tuvieron ciertamente, aunque fue en el concepto de auxiliares y amigos de los romanos."

El eminente antropólogo vasco Julio Caro Baroja cerró por completo las tesis vascocantabristas en su libro Ser o no ser vasco, publicado en 1984, de la siguiente manera:
"El tubalismo, cosa más que problemática, se unió al vascocantabrismo, cosa más falsa al parecer. Pero hasta el siglo XIX hubo quienes creyeron que el cántabro fiero, invencible, había sudo el vasco."

MIGUEL DE UNAMUNO Y JULIO CARO BAROJA

El célebre lingüista Antonio Tovar publicó en Madrid en 1980 su obra Mitología e ideología sobre la lengua vasca, con la intención de erradicar los errores de estos escritores del siglo XVIII:
"Estas ideas las vamos a ver reaparecer muchas veces. Se basan en la identificación de cántabros con vascos, y se atribuía la posibilidad de salvar su lengua a los últimos defensores de la libertad indígena contra los romanos. Se imaginaba, con poco conocimiento de la historia, que los cántabros no fueron nunca domeñados, y los eruditos vascos van a mantener esta patriótica idea... Mucho tiempo habría de pasar hasta que los historiadores, ya en la siglo XVIII, corrigieran esta identificación de cántabros y vascos."

El historiador contemporáneo Mikel Azurmendi resumió este episodio en su obra Y se limpie aquella tierra. Limpieza étnica y de sangre en el País Vasco (siglos XVI-XVIII):
"Queda así más que dudoso que se tratase de buscar la verdad a través de la más abierta discusión, percibiéndose más bien que se trataba de apagar cualquier discusión razonada con tal de granjearse la estima de los paisanos reafirmando bajo apariencias de argumentación sesuda la misma perspectiva identitaria de siempre. Y porque Landazuri no se doblegaba a ello, se convirtió en un estorbo al que se arrincona y, sin airear su razonamiento, se apuñala científicamente. Se puede afirmar, en consecuencia, que los caballeritos no se interrogaron seriamente sobre el fundamento de la hipótesis de Flórez, sino que sólo la combatieron estando prácticamente unánimes en supeditar su interés historiográfico al interés identitario."

Finalmente, la reivindicación vascocantabrista fue, en cualquier caso, un esfuerzo vano, pues si con ella lo que buscaron algunos vascos fue presumir de ancestros heroicos, pudo tener cierta lógica; pero si el objetivo era reclamar privilegios mediante la demostración de una continuidad en la inconquistabilidad e independencia nunca perdida, ni con los cántabros valía la pena el esfuerzo, pues al fin y al cabo acabaron igualmente conquistados, sometidos a Roma y en buena medida exterminados.

Así pues, deberían recordar los reivindicadores de identidades ancestrales que los vascos han presumido durante siglos de ser los descendientes de los cántabros. De los vascones se olvidaron por no tener un currículum tan apetecible. Sólo muy recientemente se empezó a apelar al parentesco vascón: poco más de un siglo.

A pesar de todo ello, el mito ha traspasado los siglos e incluso hoy continúan resonando sus ecos. Aunque su falsedad se evidente, no conviene olvidar ni desdeñar el peso de ciertos mitos en la política actual. El 31 de julio de 1995, el PNV celebró su centenario con una declaración firmada por todos los delegados presentes. El embriagador aroma de la inconquistabilidad impregnaba su punto 4º:
"La libertad y la justicia son bases de nuestra convivencia. Jamás aceptaremos tiranía ni servidumbre, como jamás las aceptaron nuestros mayores."
MITOLOGÍA E IDEOLOGÍA SOBRE LA LENGUA VASCA, POR ANTONIO TOVAR Y
Y SE LIMPIE AQUELLA TIERRA, POR MIKEL AZURMENDI

05/04/2018

Reinado de Sancho I Garcés: dinastía Jimeno en Pamplona


En el año 905, abdicó el último rey de la dinastía Íñigo, Fortún Garcés, por presiones de los nobles. En su lugar se coronaba a un joven y decidido caudillo, Sancho I Garcés, de la dinastía Jimeno, quien tras eliminar los derechos patrimoniales de los hijos del rey, los hizo recaer sobre su nieta Toda. Al estar Sancho I casado con Toda, ocupó Pamplona destronó a Fortún Garcés y se proclamó rey de Pamplona en el 905. La causa fue el descontento de los nobles pamploneses ante el modo en que Fortún estaba llevando los destinos del reino y decidieron prescindir de él, de acuerdo con algunos miembros de su propia familia.

Sancho Garcés era hijo de García Jiménez y de su segunda esposa, Dadildis de Pallars. A la muerte de García I Íñiguez en el año 870, fue gobernante de la Valdonsella y pronto comenzó a intervenir en todos los territorios circundantes.

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SANCHO I GARCÉS

La dinastía Jimeno sustituyó a la Íñigo, que comenzó con Sancho I Garcés, quien fortaleció la vinculación con el Condado de Aragón, con la Monarquía de León y con los Condados de Castilla y Álava, mediante constantes enlaces matrimoniales. Durante todo el siglo X, fueron numerosas las ocasiones en las que navarros, leoneses y castellanos combatieron juntos contra los musulmanes.

Sancho I pasó de una posición defensiva a una política expansiva, y trató de vincular a los Banu Qasi a su órbita de influencia. Lope ibn Muhammad ya tuvo que rechazar una expedición conjunta de asturianos y pamploneses en el 900 en Tarazona. En el 904, debió afrontar la defensa del castillo de Grañón (La Rioja) contra los intereses de Alfonso III de Asturias, y tuvo además un conflicto menor con Raimundo I de Pallars-Ribagorza.

En el año 907, una alianza de navarros y aragoneses logró derrotar al valí Banu Qasi y darle muerte. A su sucesor, su hermano Abd Allah, no le fue mejor, ya que en el 913 perdió Calahorra (La Rioja) por el leonés García I, y a punto estuvo de tomar Arnedo. Abd Allah había trasladado parte de sus efectivos militares para contener al leonés, desprotegiendo la frontera norte. Esta situación fue aprovechada por Sancho I quien no dudó en tomar el castillo de San Esteban de Monjardín. Un año después los navarros consiguieron la conquista de Calahorra, pero se perdió al poco tiempo.

Reino Pamplona Rioja Sancho Garcés
EXPANSIÓN PAMPLONESA POR LA RIOJA DURANTE EL REINADO SANCHO I

En el año 915, Sancho I capturó a Abd Allah, lo que supuso la cesión de varias fortalezas como Falces y Caparroso, la entrada hacia La Rioja y la entrega de rehenes de importancia, como su sobrino Fortún ibn Musarrif y su hija Urraca.

Sancho I también salió victorioso en la defensa de la frontera occidental ante los ataques del valí de Huesca, Muhammad al-Tawil. La línea defensiva formada por las fortalezas de Uncastillo, Luesia, Sibrana y Biel fue un límite insuperado por la expedición del año 911. Ante esta superioridad, Al-Tawil se alió con el rey pamplonés frente a los tuyibíes zaragozanos.

Ante los buenos resultados, la alianza entre navarros y leoneses se renovó de una manera más coordinada y efectiva, en el 918. Los reyes cristianos hispánicos atacaron conjuntamente, tomando importantes plazas que se repartieron: Calahorra, Arnedo y Viguera para Sancho I, y Nájera para Ordoño II.

La conjunción de fuerzas militares hispanas y la desintegración del poder Banu Qasi ocasionaron la reacción del emir Abd al-Raham III. En el 919, las fuerzas cordobesas se precipitaron sobre León en dos ocasiones, mientras tanto, una gran coalición entre Sancho I, el conde Pallars y los Banu Tawil arrebataron Monzón (Huesca) a los Banu Qasi.

SEGUNDA BATALLA DE VALDEJUNQUERA

Los cordobeses continuaron su campaña al año siguiente. Tras recuperar varias plazas, se dirigieron a Pamplona, derrotando en el camino a las aliadas fuerzas de León y Navarra en la batalla de Valdejunquera del 920. Los supervivientes se refugiaron en las fortalezas de Muez y Viguera, pero tras un fuerte asedio ambas fueron tomadas y sus guarniciones ejecutadas. Aunque se detuvo el avance a Pamplona, los campos de Navarra y de Álava sufrieron un expeditivo pillaje.

El contrataque cristiano comenzó en el 923. Mientras Sancho I sitiaba Viguera, Ordoño II lo hacía con Nájera, Muhammad fue apresado y ejecutado junto a un numeroso grupo de notables por orden del rey pamplonés. Este último se quedó con todas las conquistas. El esfuerzo común de ambos reyes revertió en provecho de uno sólo debido a un enlace matrimonial entre Ordoño II y Sancha, hija de Sancho I, y a un acuerdo diplomático en virtud del cual el pamplonés acataba la superior autoridad del leonés y quedaba al frente de estos territorios como subordinado suyo.

En la primavera del 924, Abd al-Rahman III puso en marcha un contundente ejército de castigo. Al llegar al valle del Ebro, se unieron los tuyibíes y juntos entraron, en julio, en Navarra, procediendo a la destrucción sistemática de todo cuando encontraron, incluida Pamplona, que fue abandonada por sus habitantes, refugiados en las montañas. Regresaron por el sur, arrebatando Tudela a los Bau Qasi, cuya dinastía fue enviada a Córdoba para su integración en el ejército. Su poder en la zona había terminado.

CASTILLO DE SAN ESTEBAN DE MONJARDÍN

Paralelamente la expansión en La Rioja, Sancho I aparecía como soberano de Aragón desde el 921, y desde la muerte del conde Galindo II Aznárez, al año siguiente, y ante la ausencia de descendencia masculina, el rey pamplonés acaparó todo el poder en el territorio.

Todas estas incorporaciones territoriales convirtieron a Sancho I en el rey de Pamplona, Aragón y Nájera, tres territorios diferenciados.

Sancho I necesitaba repoblar de cristianos la ciudad de Nájera. Para dotarla de una buena base demográfica dotó a este estratégico enclave de una serie de ventajas económicas que compensaran la peligrosidad de este territorio fronterizo. Los nuevos pobladores se fusionarían con los numerosos ciudadanos mozárabes que vivían allí desde la conquista musulmana. En esta ciudad estableció su Corte, reorganizando en torno a ella el Reino de Pamplona.

Durante su reinado se comenzó a acuñar moneda, siendo el primer reino cristiano que usaba tal regalía. Así mismo, surgió el sistema de tenencias, que se perpetuaría en Navarra y Aragón hasta principios del siglo XIII.

península Ibérica Al-Ándalus Reinos cristianos hispánicos
PENÍNSULA IBÉRICA PRINCIPIOS DEL SIGLO X

01/04/2018

Cuando Navarra recuperó el pulso, por Jaime Ignacio del Burgo



Cuando Navarra recuperó el pulso. 1512-1515-1516
Jaime Ignacio del Burgo, Ediciones Académicas, 2011

El historiador navarro Jaime Ignacio del Burgo presentó su libro contra la manipulación nacionalista vasca de la historia: Cuando Navarra recuperó el pulso. 1512-1515-1516.
"En este libro se desmontan las grandes falacias con que la propaganda abertzale ha bombardeado a la sociedad navarra a lo largo de 2012."
En él desmiente los tres principales presupuestos del nacionalismo vasco con respecto al V Centenario de la Anexión de Navarra 1512-2012: que Navarra fue la encarnación de Euskal Herria; que en 1200 Castilla mutiló la unidad nacional vasca; y que en 1512 se acabó el Reino de Navarra. Y el texto se caracteriza por su brevedad, fácil lectura, concisión de los asuntos tratados y carácter divulgativo.

El autor trata de rebatir los principales argumentos que con ocasión del aniversario de 1512 ha manejado el nacionalismo vasco, siendo un punto de vista alternativo. Las afirmaciones que se intentan desmontar son básicamente las de que Navarra es la encarnación medieval del estado vasco de Euskal Herria, que ese estado fuera violentamente mutilado en el año 1.200 separando las Provincias vascas de Navarra o que el Reino de Navarra siquiera desapareciera como tal en el año 1512.

Del Burgo aporta numerosas evidencias respecto a la formación del Reino de Pamplona y luego de Navarra, las fechas en las que las Provincias vascas y otros territorios estuvieron unidos a Navarra, la forma en que estos territorios se unieron y se separaron, su lengua, las circunstancias de guerra civil y de tronos que preceden y explican la situación del reino en 1512 o la forma en la que éste se incorporó a la corona de Castilla y después a España.

Aclara hechos como el sobredimensionamiento de la toma del Castillo de Maya, como el absurdo de su inscripción conmemorativa; y por supuesto, la batalla de Noáin, que es la historia de los cañones del escudo guipuzcoano. También explica la razón por la que que son desmochados los castillos navarros, lo cual se hizo tanto a los castillos navarros como a los castellanos, o tanto a los beaumonteses como a los agramonteses, en un cambio del equilibrio de poder entre la corona y la nobleza feudal en toda España que nada tiene que ver con la opresión de los navarros.