La presencia del Cristianismo durante el Reino Hispano-visigodo fue bastante más que un barniz superficial, sostenido por la fuerza de sus monarcas y sus guarniciones, frente a los cultos paganos tradicionales de los vascones. La etapa visigoda fue una continuación de la expansión de Cristianismo, capaz de adentrarse en amplios estratos de la población rural, más aún si se tiene en cuenta el peso que la fe tuvo en la siguiente etapa de la historia navarra, durante los siglo VIII al X, y el fervor en la defensa de la liturgia visigótico-mozárabe a finales del siglo XI.
Estas ideas sobre la evangelización del mundo rural y la creación del entramado parroquial son defendidas por Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza o R. Jimeno entre otros historiadores.
La aristocracia fundaría, como en el resto de la Hispania, dueñas de las numerosas villas que cubrían el espacio situado desde las cuencas pirenaicas hasta el Ebro, se hizo en su mayoría cristiana a lo largo del siglo IV. Fueron protagonistas de la defensa de los pasos del Pirineo frente a los bárbaros durante dos años, a partir del 406.
Estos poseedores de la fe cristiana extendieron la religión cristiana al resto del pueblo, que los imitaba. A ellos se debe la fundación de iglesias propias en sus latifundios, que se originó en España entre los siglo IV y VII. Edificaban la iglesias, las dotaban económicamente, adoptaban la advocación con las que pasaban a denominarse y extendían la fe entre su clientela.
Con todo, entrado el siglo V, subsistían paganos entre estos propietarios, como lo demuestra el tauribolio de Arellano, de los siglos IV y V, reconvertido en capilla funeraria y por lo tanto cristianizado en época visigoda.
IGLESIA Y VIRGEN DE SANTA MARÍA DE LEYRE Y CRUZ VISIGODA |
Según explica R. Jimeno en Orígenes del Cristianismo en la tierra de los vascones, sitúa la creación de las iglesias rurales entre los siglos V y VII, de tal forma que el cenit de la sacralización del espacio se produjo en el siglo VIII, resultado de analizar las advocaciones titulares más antiguas de las iglesias de la "Navarra primordial", donde registra más de un millar de templos.
Agrupando los datos se sintetizan las advocaciones en algunos de las siguientes conclusiones:
1. Las iglesias que están dedicadas a la Virgen suponen casi un 20% (231)
Un culto que se irradió desde la catedral de Pamplona, cuya primera construcción se fija, según los resultados arqueológicos, en los siglos V y VI, a la vez que se dedican en Hispania los primeros templos marianos conocidos. El culto fue creciendo en el siglo VII y tuvo un notable desarrollo a partir de la dominación musulmana. Las iglesias dedicadas a la Santa Cruz o a Jesucristo añaden un 4,58% más, lo que supone una cuarta parte del total.
2. Las iglesias que aportan santos del círculo evangélico y apostólico suponen un 26, 23% (305)
A San Pedro (92), San Esteban (82), San Juan Bautista (71) y San Andrés (60). Su culto estaba extendido en toda la Iglesia y se difundieron a partir del siglo VI en Hispania.
3. Las iglesias que recogen el legado hispanorromano y visigodo
Los mártires hispanos suman 88 iglesias, mientras que la principal aportación visigoda es el culto a San Martín, que después de la Virgen es la advocación más extendida con 126 iglesias (un 10,89%).
La monarquía merovingia fue la gran difusora del culto a San Martín, pero contra lo que pudiera suponerse, el culto se fraguó en el siglo V, cuando los visigodos controlaban las Galias y fueron quienes lo trajeron a Hispania, tal y como se acredita por la inclusión de sus fiestas en los calendarios visigodos.
Entre los mártires hispanorromanos destacan San Vicente (23 iglesias), que llega en el siglo VI desde Zaragoza, al mismo tiempo que San Lorenzo (14 iglesias) o Santa Eulalia (13 iglesias), etc. En conjunto son 214 iglesias, un 18,38 del total.
4. Las iglesias dedicadas a San Miguel, aporta 82 iglesias, un 7,09%
Su culto se implanta en Navarra en el siglo VIII y se concentra sobre todo en el sector occidental de la Navarra primordial, por influencia de Aralar.
5. El resto de las iglesias supone un 23, 72%. Están dedicadas a 57 advocaciones restantes
CRUCIFIXIÓN, POR JUAN OLIVER |
De acuerdo con este esquema, el proceso de creación de la red parroquial estaría muy avanzado en el siglo VIII, de tal forma que en los siglos siguientes de la Edad Media tan solo se completaría. DE ser así la importancia de la herencia visigoda hubiera sido muy grande.
Probablemente, el periodo comprendido entre los siglos V y VIII marca el inicio de la creación de la red parroquial, como señala R. Jimeno, y no se completó hasta el siglo XII.
La influencia de los visigodos, a través de sus calendarios y su santoral, fue muy grande en la elección de las advocaciones, aunque la construcción de las iglesias tuviera lugar mucho más tarde.
Otra herencia de la iglesia visigoda fue la legislación canónica, el conjunto de normas conciliares que se reunió en la Colección Canónica Hispana. Estuvo vigente durante buena parte de la Edad Media, especialmente en los siglos altomedievales, y constituyo un elemento cohesionador de la Iglesias locales, las diócesis españolas, en torno a una misma disciplina, con independencia de su pertenencia a uno u otro reino medieval.
La Colección, forjada a lo largo del siglo VII entre Sevilla y Toledo, reunió la legislación precedente (concilios orientales, africanos, galos y españoles), la sueva (Capitula Martini) y la gran aportación de la iglesia visigoda, los cánones de 17 concilios de Toledo, junto con otros coetáneos.
El texto de la Colección se insertó en el Códice Vigilano o Albeldense (976), elaborado en este monasterio riojano, muy unido a las corte de Nájera, en el que reúnen los textos básicos (históricos, literarios y jurídicos) que definen las señales de identidad del naciente reino pamplonés y las raíces jurídicas sobre las que se asienta, que no son otras que la legislación civil y canónica visigoda.
La corte pamplonesa consideraba vigente la Colección Canónica Hispanay que, por tanto la iglesia pamplonesa se sentía parte de la iglesia hispana. La práctica repetición de los contenidos del Albeldense en el Códice Emilianense (992) demuestra que no es una recopilación individual de un monje, sino un acervo de carácter oficial, copiado tanto en Albelda como en San Millán. La elaboración del texto en estos monasterios riojanos refleja la vigencia del derecho eclesiástico visigodo en La Rioja y en todo el reino de Pamplona a finales del siglo X.
Los monarcas pamploneses actuaron en la Iglesia siguiendo pautas propias de la tradición visigoda, en la designación regia acabo siendo de hecho la vía usual de nombramiento de obispos. Tal parece que ocurrió con la consagración de obispos para las sedes de Aragón, Deyo, Calahorra y Tobía, efectuada por el obispo de Pamplona, sin duda a instancia del rey Sancho Garcés I, en torno al 922. Parece también que Sancho III el Mayor se reservó la designación de los obispos-abades de Pamplona y Leire desde el año 1024. La figura de los obispos-abades también existió en Nájera y san Millán o Albelda, en Burgos y Cardeña, y en Aragón y Sasabe.
IGLESIA DE SAN NICOLÁS EN PAMPLONA |
La liturgia es otro terreno donde la herencia visigoda fue manifiesta, puesto que hasta finales del siglo XI en el reino pamplonés estuvo en vigor la liturgia mozárabe o visigoda. Y no de forma superficial u ocasional, sino plenamente enraizada y considerada como un acervo propio, como se demuestra en la defensa que de ella se hizo cuando el papa Alejandro II urgió la implantación del rito romano.
El Reino de Pamplona aporto hombres y textos para demostrar que el rito mozárabe no era herético. Los obispos españoles enviaron a Roma a tres de ellos, un castellano (Jimeno de Oca) y dos pamploneses (Munio de Calahorra y Fortún de Álava). Llevaron tres libros litúrgicos para que fueran examinados, dos de los cuales eran navarros, el Liber ordinum de Irache y el Liber missarum de Santa Gemma (cerca de Estella).
El rito romano se implanto en Navarra en 1076, pero todavía dos décadas más tarde no se había implantado la nueva liturgia en ciertas localidades del valle de Roncal y sus vecinos se resistían a admitir a los clérigos que practicaban el nuevo rito, como ocurrió en Garde (1098) y Navarzato (1102). Pedro I tuvo que intervenir para que aceptaran el cambio: "mandauit ut sicut fuerat factum in lege Toletana, ita et permansisset in lege Romana".
Otro punto de identidad entre todas las diócesis españolas era la escritura visigótica (minúscula o cursiva), con la que se escribían los libros litúrgicos, las obras teológicas o espirituales (entre las que destaca el Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana, los códices riojanos, etc.), o se redactaban los documentos.
Son muchos los factores que aportan muestras de la raíces visigodas y, en conjunto, pregonan que la Iglesia navarra altomedieval funcionaba como una iglesia local que se sentía ligada a las restantes de España, insertas todas ellas en el trono común forjado en la época visigoda. La Iglesia navarra no solo recibió contenidos de ese acervo común, sino que también contribuyo a su transmisión y defensa.