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08/01/2025

Incorporación de Navarra a la defensa fronteriza de España (1512-1640)


Tras la anexión de 1512, Navarra es el límite occidental de España con Francia, frontera que adquiriría una gran importancia estratégica debido a su posición estratégica. Salvo concretas excepciones, la importancia del frente navarro no fue tanta como al final resultó la frontera pirenaica de Cataluña. Una vez solventadas las diferencias con Castilla, la peculiar incorporación de Navarra a esta, posibilitó la coordinación en los proyectos militares de la Corona, gracias a la mediación de sus virreyes, que también eran capitanes de frontera, y que consiguieron atraer efectivos humanos y monetarios. Esta colaboración consistía en la movilización de tropas, la vigilancia de la frontera, la aportación de vituallas para las tropas, la construcción de fortificaciones y en actividades de guarnición.

La Corona tuvo especial interés en nombrar oficiales de tropas y altos mandos a naturales del virreinato, tratándose de nobles que gozaran de prestigio entre sus vecinos, ya que posteriormente la contratación de efectivos militares sería más fácil y fidedigna si era realizaba por nobles navarros que por extraños. Estas necesidades de recursos humanos y técnicos de índole militar se alcanzaron a las Provincias Vascas, especialmente a Guipúzcoa, donde la defensa de Fuenterrabía, San Sebastián y otras plazas constituyeron siempre un objetivo principal.

ÍÑIGO DE LOYOLA HERIDO EN LA DEFENSA DE PAMPLONA

Tras la anexión y la paz con Francia, fueron tres las compañías militares que se establecieron en territorio navarro: una en la frontera, otra en Pamplona, y otra en Sangüesa y Tafalla. El castillo "nuevo" de Pamplona, un cuadrado con torres circulares en las esquinas, quedó obsoleto en la segunda mitad del siglo XVI. Felipe II ordenó la remodelación de la ciudadela acorde a las tendencias poliorcéticas y adelantos arquitectónicos de los ingeniero militares de la época.

La participación militar estaba regulada por las leyes establecidas del reino y los usos y costumbres tradicionales, tratándose de métodos de reclutamiento de origen medieval, efectuados por el virrey que también era el capitán general, y que incluía a toda la población útil comprendida entre los 18 y los 60 años de edad.

La tradición navarra siempre había considerado que la ley foral que ordenaba la movilización de sus habitantes estaba referida exclusivamente cuando un ejército enemigo extranjero invadía el territorio o asediaba una villa o castillo, además el rey debía mantener los gastos de manutención de las tropas levantadas. Pero lo virreyes hicieron otras interpretaciones a esas restricciones alegando otras necesidades defensivas y la obligación que tenían los súbditos de contribuir a su rey y con sus propios recursos en los proyectos militares fuera de sus fronteras. Así ocurrió en los sucesos bélicos de 1543, 1558, y ya en el siglo XVII, en 1636-37, 1638 y 1640.

SOLDADOS DE INFANTERÍA EN LA FRONTERA NAVARRA

En este contexto, la expedición contra San Juan de Luz, dirigida en 1558 por el virrey, el duque de Alburquerque, logró la movilización de caso 4.000 navarros a costa de los pueblos que los proporcionaban. Los capitanes que dirigieron aquellas tropas fueron elegidos por el rey de entre los caballeros navarros que mejor estuviesen considerados, de esta forma los soldados obedecerían sus órdenes por arriesgada que fuese su misión.

En este suceso de 1558, el virrey no pretendió contravenir el Fuero General de Navarra, tan sólo aplicar la obligación que tenían los varones entre 20 y 60 años de servir a su rey con armas y provisiones para tres días, mientras que las Cortes navarras especificaban que el servicio militar era de carácter voluntario en caso de guerra defensiva y acarreando el rey los gastos.

A pesar de ello, las Cortes de Sangüesa recibieron una disculpa formal y un ofrecimiento de compensación económica, con la promesa de no volverlo a repetir.

Pero cuando dio comienzo la guerra contra Francia de 1635, la Cortes ordenó la obligación que tenía Navarra de contribuir con hombres para ayudar al reino. El conde-duque de Olivares y su Unión de Armas incluía a los territorios forales en la aportación de voluntarios, cuyas demandas se oficializaron entre 1636 y 1642.

En cuanto a reclutamientos generales, estos fueron excepcionales. En el invierno de 1636-37, el virrey marqués de Valparaíso levantó casi 10.000 hombres para un ataque sobre Francia. Continuó, en 1638, con otra movilización de otros 4.000 realizada por el marqués de Vélez en ayuda del sitio de Fuenterrabía. Y en octubre de 1640, el nuevo virrey duque de Nochera levantó dos tercios de unos 1.000 hombres cada uno, que se incorporaron al ejército castellano destinado a sofocar la sublevación de los catalanes.

SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1638

Más frecuentes fueron las movilizaciones municipales que a nivel particular organizaron los alcaldes de las villas pirenaicas en la vigilancia fronteriza de forma permanente, y cuyas milicias defendían de ataques enemigos los pastos y los montes limítrofes con Francia. Estos enfrentamientos en ocasiones desembocaron en guerras particulares con sus vecinos al otro lado de los Pirineos. Pero su actividad proporcionaba al rey una buena información y un eficaz servicio de vigilancia fronteriza.

Las villas de la Zona Media y la Ribera fueron destinadas a alojar las tropas de tránsito, cuyos itinerarios y lugares de acogida eran decididos por la Diputación, previa solicitud del virrey.

Durante el tránsito de tropas se producían quejas de la población cuando sufrían las consecuencias de la presencia de tropas en el territorio: requisición de animales de tiro y carga así como de carruajes, prestación de jornadas de trabajo en fortificaciones y acarreo de animales, embargo de cereales a bajo precio para asegurar el abastecimiento de las tropas.

Los alojamientos y requisas llevadas por las tropas provocaron enfrentamientos directo entre paisanos y soldados, situaciones que fueron considerables tras la guerra contra Francia en 1618 y desde el comienzo de la guerra de los Treinta Años en 1635. Aunque ni fueron generales a todo el territorio navarro y ni degeneraron hasta las sublevaciones de los campesinos de Cataluña en 1640.

13/09/2024

Plan de defensa territorial para Guipúzgoa y Navarra en el siglo XVI


Desde que los Reyes Católicos iniciaron una nueva política exterior expansionista, que culminó con la unión de Navarra a la Monarquía española en 1512, dio comienzo un vasto programa de fortificaciones para proteger el territorio peninsular de posibles agresiones externas. Este plan alcanzó prácticamente a todas las zonas de la periferia y que tuvo su mayor esfuerzo con los reyes Carlos V y Felipe II.

Durante el reinado del emperador Carlos V, la amenaza francesa se cernía sobre Navarra, el Rosellón y las Provincias Vascongadas, por lo que allí se dirigieron los esfuerzos de fortificación, que fueron continuados por su hijo Felipe II, quien además inició la fortificación de las plazas de los Pirineos centrales.

La amenaza de los piratas berberiscos y de los turcos obligó a Carlos V a fortificar el litoral del Mediterráneo, e igual política siguió Felipe II. Durante el reinado de este último, se realizaron la mayoría de las plazas fuertes y fortificaciones en las fronteras y costas americanas de su creciente impero.

PAMPLONA, 1521

Tras su incorporación a la Monarquía de España en 1512, el Reino de Navarra fue fortificado para rechazar los previsibles intentos franceses de invasión. Las primeras obras se realizaron en Pamplona, donde estuvieron trabajando a lo largo del siglo Luis Pizaño, Juan Bautista Calvi, Juan Bautista Antonelli, el Fratín, Cristóbal de Rojas y Antonio Herrera.

Posteriormente se fortificaron Estella, Tudela, Olite, Lumbier y Sangüesa. Logroño fue fortificada por Juan Bautista Calvi.

La ausencia de una flota francesa capaz de atacar con éxito el litoral del Cantábrico y la fachada del Atlántico motivaron la práctica ausencia de fortificaciones en estas zonas durante el siglo XVI. Carlos V no realizó obras de fortificación en estas costas, ya que la amenaza provenía de los ataques piratas de Barbarroja, y estos se circunscribían al Mediterráneo. Además, en aquellos años Francia no disponía de una flota de guerra capaz de oponerse a la española al mando de Andrea Doria, por lo que no se temían ataques marítimos. No obstante, se trabajó con ahínco en las Provincias Vascongadas para frenar las amenazas territoriales de la vecina Francia.

BILBAO, SIGLO XVI

En la costa gipuzkoana, durante el reinado de Carlos V, las fortificaciones de las plazas de Fuenterrabía y San Sebastián fueron proyectadas por el Prior de Barletta y por Benedito de Rávena. Posteriormente, el Fratín comenzó las obras en Fuenterrabía, que fueron continuadas por Leonardo Turriano y el capitán Luis Pizaño, a mediados del siglo XVI.

Las obras de San Sebastián fueron comenzadas por el capitán Luis Pizaño a mediados del siglo XVI y continuadas por el Fratín y Spanocchi. Además, Spanocchi realizó las trazas de las plazas de Guetaria, Pasajes, Higuer y Beovin.

En Cantabria, Vespasiano Gonzaga, capitán general de Navarra, visitó las fortificaciones de Santander, donde se encontraba el Fratín trabajando como ingeniero, no solo en esta ciudad sino también en el puerto de Santoña. Por último, Cristóbal de Rojas fue el autor del proyecto y construcción del Fuerte de San Martín, en el puerto santoñés.

SAN SEBASTIÁN-DONOSTIA, SIGLO XVI

11/01/2024

Fortificaciones defensivas navarras en la Modernidad


Pamplona se convirtió en un elemento clave en la cadena defensiva del territorio español que la Monarquía quiso establecer en los Pirineos desde Fuenterrabía hasta Figueras durante el siglo XVI. De hecho, Pamplona, Puente la Reina, Estella y Lumbier fueron las fortalezas que se mantuvieron en pie tras las derribadas en la conquista de 1512.

Tras los sucesos militares de 1512 y 1521, quedó de manifiesto la importancia estratégica de la capital navarra, por lo que no se tardó en cerrar las murallas y en construir el Castillo Nuevo al sur de la ciudad. Pero aquel castillo pronto se quedó anticuado, no muy apropiado para resistir con éxito las innovaciones bélicas que se estaban produciendo. En 1571, Felipe II decidió la edificación de una moderna ciudadela de Pamplona en sustitución del castillo, encargando la planificación al ingeniero Jacobo Palear Fratín.

Esta nueva fortaleza se convirtió en el principal bastión defensivo de Navarra. Tenía cinco baluartes con todos sus bastiones revestidos de piedra y amplios fosos, algunos llenos de agua; asentada sobre roca, era el único obstáculo que podía impedir a los franceses llegar a Madrid si invadían la península.

CIUDADELA DE PAMPLONA

El virrey Vespasiano Gonzaga fue el encargado de comprar las tierras donde debía edificarse la fortaleza, la que consideraba iba a ser "la más insigne fábrica fortificada del mundo". De los cinco baluartes previstos, se construyeron en primer lugar los dos que iban a ceñir los muros de la ciudad y en 1584 se empezaron los que estarían fuera; ya en el siglo XVII, el progreso de la construcción se vería afectado también por los pagos, que interrumpían las obras en ocasiones.

Desde inicios del siglo XVII, estaba clara la convicción de que Pamplona y su ciudadela habían de ser la salvaguardia de Castilla frente a la invasión de un ejército francés. Por eso, en 1611, el Consejo de Guerra decidió la colocación de 400 hombres de guarnición permanente en la fortaleza, convencido de que los franceses desistirían de cualquier tentativa contra ella. Además, había recursos para armar hasta 15.000 hombres, de modo que los paisanos navarros y los de las vecindades de La Rioja y Guipúzcoa podrían ser útilmente empleados en caso de movilización.

PLANO DE PAMPLONA Y SU CIUDADELA DE 1845

Mientras, durante estos años, las obras continuaban con retrasos y reformas hasta que en 1646 llegó a su conclusión. Durante la visita que hizo Felipe IV aquel año quedó tan impresionado por el aspecto de la ciudadela que decidió impulsar su financiación.

En cuanto al armamento depositado en la ciudadela, su volumen es un indicador indirecto de la importancia que la Corona le atribuyó como bastión defensivo. Debía proporcionar armas a los efectivos que llegaran de Vizcaya, Guipúzcoa, La Rioja y Castilla, hasta el punto de poder dotar a 15.000 hombres si fuese necesario.

Pero, la ciudadela de Pamplona no protegía totalmente el reino. Se necesitaban otros apoyos, dada la tendencia francesa a recurrir a la zona del Bidasoa, a los pasos de Irún y Behovia, para sus ataques e invasiones sobre la península. De manera que los ingenieros Fratín, Gandolfo, Tejeira y Alberti consideraron que era necesario reforzar adecuadamente la frontera, dando prioridad a dos lugares, Maya del Baztán y Burguete, mientras Lumbier quedó en un plano bastante más secundario y, pese a la guerra con Francia de 1635, su guarnición de unos 300 hombres permaneció inalterable.

FORTALEZA DE ARTAJONA

En Maya existía un castillo sobre un peñasco; sus dimensiones eran tan reducida que la guarnición entraba con suficiencia, por lo que "se le ha ayudado de fuera con otra fortificación pequeña de tierra y fagina en la forma que el sitio lo ha requerido… que es por donde se puede arrimar el enemigo a él con las zarpas."

Pero todavía en 1638, la fortificación estaba sin rematar y, como ocurría con la ciudadela pamplonica, los recursos y víveres andaban siempre escasos. Cuando se produjo el enfrentamiento con Francia en 1635, esta adquirió una posición de vanguardia. En 1640, se destinó un contingente permanente que estaba compuesto por cuatro compañías con 279 hombres en total.

Según el escrito del historiador Gallástegui:
"era, este de Maya, uno de los muchos casos de respuesta del reino a los estímulos de la Corona: en Pamplona se habían librado las patentes de capitanes a favor de los hombres del Valle de Baztán (ahí estaban sus apellidos para atestiguarlo) que habían podido realizar sin dificultades sus reclutas en su vecindad, a favor de suministros regulares librados por Hacienda a lo largo del verano de 1640."
En cuanto a Burguete, su nueva fortificación era de forma irregular para adaptarse al sitio elegido donde debía construirse, y tampoco podía darse por concluida en 1638, año en que la amenaza francesa constituía más que una temible posibilidad. Su situación era comparable en las carencias a las de Maya y Pamplona y también, a causa de la guerra, se cuidó su construcción y se reforzó su guarnición elevándola a cinco compañías que, en conjunto, en 1640 no superaron los 301 hombres, pues dos de ellas tenían muy escasos efectivos.

CASTILLO DE JAVIER

02/01/2023

Organización defensiva de Navarra previa a la Guerra de Francia de 1635


Cuando comenzó la Guerra hispano-francesa del siglo XVII, Enrique IV estaba sólidamente asentado en el trono de Francia. Navarra tuvo que reorganizar su defensa fronteriza ante la amenaza de este rey de invadir el territorio e incorporarlo a sus estados. Sus declaraciones de pretendiente a los derechos navarros y sus preparativos militares constituían una seria alarma al lado sur de los Pirineos. Por ello, las autoridades navarras lo advertían a la Corte de Madrid, insistiendo en la situación de descontento de los soldados, faltos de pagas, lo que podía facilitar entendimientos con los franceses.

Esta situación preocupante le hizo plantearse al virrey Cardona el levantamiento de una línea defensiva sobre las torres de Lesaca, Donamaría, Garzain, Irurita, Arrayoz y Arizcun, como en tiempos pasados, y convertir a sus jefes (cabos de armería) en capitanes de guerra. Pero todo ello no era suficiente para que la Corte siguiera confiando en los navarros, a los que el Consejo de Guerra les permitió llevar armas.

pamplona ciudadela baluartes
CIUDADELA MODERNA DE PAMPLONA

En cualquier caso, los años del reinado de Enrique IV hasta su asesinato en 1610 transcurrieron en medio de una alarma constante, pues los esfuerzos del rey galo por reconstruir el reino con frecuencia se confundían desde España con preparativos militares que hacían temer un ataque que nunca llegaba. En previsión del cual se pidieron recursos y medios a Madrid para continuar los trabajos de fortificación y para contentar a los hombres con sus sueldos.

Fueron años en los que no faltaron choques y roces fronterizos con los franceses, de menor importancia, como el sucedido en 1599 entre los vecinos de Hendaya y los de Fuenterrabía o los derivados en 1609 por los pastos de la isla situada en medio del río Bidasoa. Mayor entidad tuvieron los relacionados con los arbitrajes de los "comunales", sobre todo en los montes de Alduides, en el valle del Roncal y en el Soul. Incidentes de menor cuantía, que al final no inquietaban tanto como las iniciativas de ciertos señores franceses, cuya autoridad en las zonas fronterizas galas y sus aspiraciones personales suscitaban iniciativas militares inquietantes. Sirvan como ejemplos el del gascón monseñor de La Force y el de los aristócratas Condé y Rohan, relacionados con el problema hugonote.

En los inicios del siglo XVII, las tres Compañías de Guarnición en Pamplona, Tafalla-Sangüesa y los puestos fronterizos fueron reunidas en la capital, donde se designaban a los que debían trasladarse a proteger los puertos. A la hora de disponer de los efectivos de la guarnición, dos grandes obstáculos eran la falta de pagas y la abundancia de bajas. Una realidad que en los años siguientes movió al Consejo de Guerra a corregirla con la puesta al día de las dotaciones humanas y materiales y la creación de un depósito de provisiones de respeto en la ciudadela.

También por esos años se planteaba otro problema relacionado con el alojamiento de cuatro Compañías de las Guardas de Castilla de hombres de armas que habían sido destinadas a Navarra y alojadas en diversos lugares, especialmente en la Ribera. Es cierto que los navarros no estaban obligados a proporcionarles nada que no quisieran y siempre debería ser pagado a su justo precio, pero el retraso en las pagas obligaba a los soldados a recurrir a trabajos, a la mendicidad o a la violencia para sobrevivir. Toda esta situación iba en perjuicio de la relación entre civiles y militares, entre otras cosas porque bastaba la presencia de un contingente, por pequeño que fuere, en unas comunidades de recursos limitados como eran las navarras para desequilibrar peligrosamente la vida.

escopetero piquero Compañía Guarias Castilla
ESCOPETERO Y PIQUERO

Ante semejante situación, en 1612, un representante de las Cortes navarras solicitó que las Compañías de Guardas fueran retiradas del reino. En su lugar, se colocarían otras tantas de remisionados, como se designaba a aquellos hidalgos de la tierra que recibían un renta y que estaban obligados a tener armas y monturas para acudir a servir al rey cuando fueran requeridos para ello. Esta propuesta significaba una vuelta a los sistemas tradicionales de tropas autóctonas, y suponía un gran alivio para quienes soportaban los alojamientos de los guardas. Pero el Consejo de Guerra fue contrario a su debido tiempo, de modo que se recomendaba al virrey que buscara con urgencia medios para reunir fondos y mandara a sus hombres que no cometieran desórdenes en los alojamientos donde estaban destinados.

La decisión del Consejo puede demostrar la cautela con que se procedía en aquellos años, pues se habían producido situaciones complejas en las regiones fronterizas, donde no faltaban aventureros dispuestos a enriquecerse o urdir planes más o menos fantasiosos. En consecuencia, las tropas reales siguieron acantonadas en Navarra, tropas que en 1613 sumaban 674 plazas efectivas, constituidas por las de tres compañías, las de la ciudadela, las de los puertos, los entretenidos y 8 oficiales de infantería. Unas cifras que disminuirían en los años siguientes debido al mal estado de las fortificaciones navarras y vascas y a la falta de paga y las enfermedades.

La muerte de Enrique IV y la postura hispanófila de la regente María de Médicis, así como el desplazamiento hacia La Rochela del problema hugonote, dieron unos años de tranquilidad en la frontera navarra. Pero tras la llegada al poder de Richelieu, resurgió la amenaza de invasión francesa. Este primer consejero de la Corte francesa deseaba retomar los planes de Enrique IV sobre ese reino y apoderarse del Franco Condado, al que también consideraba pertenencia francesa.

puerta Santa María Fuenterrabía Hondarribia
PUENTE DE SANTA MARÍA EN FUENTERRABIA

Navarra y las Provincias Vascongadas se prepararon para la defensa fronteriza según las instrucciones recibidas desde Pamplona: se reparó el puerto de Pasajes, se dotó de pólvora al Señorío de Vizcaya y a los puertos de Guipúzcoa, se armó con artillería a las embarcaciones vascas, y se entregaron algunas patentes de corso a capitanes vascos para asaltar los barcos mercantes y navales franceses. Estas medidas de organización naval fueron muy bien recibidas en 1624 por los Consejos de Guerra y Estado.

En 1625, la Armada inglesa fracasó en su intento de capturar el puerto marítimo de Cádiz, produciéndose la ruptura entre las Coronas española e inglesa. Por otra parte, se recrudeció el problema de la Valtelina, en el que Francia estaba particularmente interesada. Sin embargo, las resistencias internas al poder de Richelieu y el éxito galo en Italia desviaron la presión francesa de la frontera navarra durante varios años.

Pero como la amenaza de ruptura flotaba en el ambiente, el Consejo de Guerra recomendó el alojamiento estratégico en Navarra de varias Compañías de las Guardias de Castilla. De manera que, en 1632, la compañía del condestable fue alojada en Allo, la del duque de Lerma en Tafalla, la de Esquilache en Obanos, la del marqués de Tovar en Barasoain y la del conde de Saldaña en Catarroso. Este contingente fue el principal elemento del dispositivo militar en Navarra con vistas a la inminente Guerra con Francia, declarada en 1635.

Esta acción defensiva vino a reforzar las descuidadas guarniciones vasca y navarras. Según las inspecciones efectuadas por el virrey Luis Bravo de Acuñala en 1632: la guarnición de la ciudadela, que era de 400 hombres, sólo estuvo atendida por 100 durante el verano de 1732; además existían deficiencias en hombres y medios, tanto en Navarra como en Guipúzcoa.

LUIS BRAVO DE ACUÑALA

De manera que, en estos años, las autoridades navarras se preocuparon en prevenir un posible ataque francés desde el otro lado de los Pirineos. Los primeros cinco años de la década de 1630 resultaron especialmente interesantes en el caso de Navarra por la existencia de dos documentos de organización defensiva de gran interés. El primero fue un muestreo de 1632, donde se analizó las diversas zonas fronterizas con Francia, se calcularon las plazas realmente cubiertas y las que serían necesarias, y se evaluaron las fuerzas francesas situadas al otro lado de los Pirineos. El otro documento fue una relación de los varones entre 18 y 60 años que podían ser movilizados en 1635 (el año de la declaración de guerra) en el Reino navarro.

Fue una relación de las ciudades, villas y lugares, especificando en cada caso el número de personas, los mosquetes, los arcabuces y las picas. De todos estos datos se puede deducir lo siguiente:
"El elemento civil que podía empuñar las armas en Navarra superaba ligeramente al que podía alinearse en Francia a lo largo de las fronteras de Labort, Baja Navarra, Soul y Béarn. Su armamento también podía equiparse en cantidad al francés y lo superaba claramente en calidad, como lo atestiguas innumerables testimonio de los soldados de los tercios, buenos conocedores del material europeo.
Navarra en ningún sentido estaba abandonada. Todo lo contrario, se contaba con ella para el dispositivo defensivo de España… No solamente la ciudad y la ciudadela de Pamplona sino el conjunto de las poblaciones del Reino… constituían potencialmente una colectividad en pie de guerra donde cualquier intento de invasión podía hallarse erizado de múltiples dificultades."

La aportación del reino en este orden de cosas tenía su importancia, sobre todo porque los apuros de la hacienda real eran los causantes de los retrasos en las pagas de las tropas reales, de que las deficiencias en las fortificaciones no acabaran de corregirse y de que las obras de acondicionamiento y mejora se eternizaban. Una situación muy generalizada en el resto del dispositivo militar de los Austrias, tanto en el interior como en el exterior, pues el que se cubriera en su totalidad el presupuesto militar anual era algo realmente insólito; lo normal era que se cubriera una parte solamente, que podía ser un tercio de lo presupuestado, la mitad o los dos tercios, de modo que siempre los soldados estaban faltos de sus ingresos en mayor o menor medida.

En 1604, el virrey navarro Juan de Cardona solicitó al Consejo de Estado que remediase la situación de las guarniciones de Pamplona y Fuenterrabía, pues la mayor parte de sus efectivos estaban enfermos y desuniformados. Pero como la situación no cambiaba, volvió a insistir en términos parecidos en 1607, lamentando que en esas circunstancias era imposible exigirlas a los hombres disciplina, moral y orden.

En 1610, el castellano de la ciudadela, Manuel Ponce de León, escribió en varias ocasiones pidiendo la mejora de las condiciones en que estaban sus hombres y los había "forzado de lo mucho que veo padecer a la gente de este presidio". Según su relato ni siquiera había camas suficientes, por lo que los soldados dormían en el suelo "de que se han seguido las enfermedades y muertes de ellos".

El Consejo de Guerra opinaba que era conveniente arbitrar remedio, pero no se produjo ningún cambio en los siguientes años. Ya en 1629, todavía denunciaba el virrey marqués de Fuentes, explicando que como en los últimos cinco años los hombres sólo habían recibido un socorro, los soldados se habían empleado en diversos oficios con los que poder servir. Precisamente, en el año 1629, los hombres cobraron por primera vez su paga íntegra y luego, como consecuencia de las recomendaciones de la Junta de Reformación y la puesta en marcha de la Unión de Armas en 1632, las fuerzas de infantería destinadas en Navarra recibieron en ese año cinco pagas y una en 1633.

Guardias centiles tercios infantería españoles
GUARDIAS CENTINELAS

09/11/2020

Vinculación de la Capitanía general de Guipúzcoa al Virreinato de Navarra


La relación de los conflictos jurisdiccionales entre los capitanes generales de Navarra y la Provincia guipuzcoana, sobre todo en el ámbito judicial, decidió resolverlos el rey Felipe II vinculando el cargo de capitán general de Guipúzcoa al de virrey de Navarra, que también era capitán general de este reino. Y así, en 1572, en Vespasiano Gonzaga de Colona recayeron ambos cargos, designación bien aceptada por la Provincia. El rey dejó como delegados en Fuenterrabía un teniente de capitán general y un alcaide de la fortaleza de esa plaza que fueron quienes suscitaron los escasos conflictos de competencias que se plantearon en los primeros años.

Sin embargo, las tensiones continuaron y no se refirieron sólo a las derivaciones de la ausencia del capitán general, sino que se extendieron al terreno económico y otras de mayor alcance potencial, como el intento de fragmentar territorialmente la provincia protagonizando en 1577 por unos vecinos de Rentería, valle de Oyarzun y la villa de Fuenterrabía de separase de la Hermandad de Guipúzcoa. Al plan se opusieron San Sebastián y las villas mayores, y al no ser apoyado por todas las corporaciones implicadas no prosperó, pero puso en evidencia las diferencias de intereses reinantes.

VESPESIANO GONZAGA DE COLOMA Y EL VIRREINATO DE NAVARRA

La reiteración de solicitudes de la provincia de que se separaran los cargos de capitán general y virrey dio fruto en 1579. Año en que precisamente comenzaba una intensa actividad en la frontera guipuzcoana por los movimientos de tropas francesas y desde entonces hasta 1590 las relaciones entre las autoridades militares y la provincia fueron bastante cómodas y menos conflictivas, un clima que cambió con la llegada a la capitanía general de Juan Velázquez, donde permaneció hasta 1598, en donde se reprodujeron las alarmas fronterizas y no faltaron problemas de relación entre las autoridades de los dos ámbitos.

El siglo XVII se inició de nuevo con la unión de los cargos de capitán general y virrey navarro, que salvo breves períodos se mantuvo hasta 1662, pese a las peticiones de separación formuladas por la Provincia. Las designaciones de estos cargos eran facultad reconocida del soberano y estaban motivadas por el deseo de afrontar en las mejores condiciones la guerra y su incidencia en el territorio de Guipúzcoa, que desde 1635 se agravó como consecuencia de la declaración de guerra francesa. Fueron años en que la provincia negoció con Felipe IV para la salvaguardia de sus atribuciones militares, que consiguió en sucesivas cédulas reales que constituyeron el cuaderno foral de 1696:
"La conservación de estas antiguas libertades, plasmadas en el nombramiento de los coroneles y el gobierno de sus propias tropas, estaban sustentadas en el propio pacto de sujeción a la superior autoridad del monarca, que veía así limitada su potestas por estos condicionamientos. Las relaciones de fidelidad seguían estando presentes, pero en esta doctrina, ahora ya foral, estas relaciones políticas ante ambos poderes, aunque reconocidos desiguales, se sustentaban en los vínculos de sujeción directa de la entidad provincial al poder emanado de la figura del monarca y no al de sus delegados, como sucedió igualmente en otros ámbitos del gobierno."
SIERRA DE ARALAR

11/06/2018

Organización defensiva de Navarra durante la Guerra de Francia de 1635


1. EL PLAN DEFENSIVO EN LA FRONTERA

Cuando en 1635 se produjo la declaración de guerra, Richelieu debería estar bien informado de las fuerzas navarras, como en Navarra se tenía información del lado francés, lo que puede explicar que no se decidieran los franceses a lanzar por este sector fronterizo ningún ataque serio. Por su parte, el Consejo de Guerra había organizado un plan defensivo de las zonas fronterizas que presentó al rey proponiéndole:
"Mandar a la provincia de Guipúzcoa tenga dispuestas, armadas y lo más copiosas de gente que les sea posible las campañas de su coronelía y que ese coronel las visite muy de ordinario disciplinándolas al manejo de las armas y se presume llegará el número de esta infantería a 4.500 soldados de toda satisfacción.
"La provincia de Álava a todas facciones que se ofrecen y el señorío de Vizcaya socorren cada una con su tercio de más de 1.000 hambres como lo hicieron en año de 1638. Y por ser la ocasión que es espera más urgente, les ha de mandar Su Majestad cumplan cada tercio a dos mil infantes. Y que el reino de Navarra haga lo mismo con los cuatro tercios de a 1.000 hombres que tiene formado de sus hijos, con lo que daría, en total 4.000."
"Con lo que se ajustaría un ejército de 12.500 infantes y si sucediese que el enemigo hiciere la entrada por el dicho reino, le socorra la provincia con 2.000 infantes: mil Álava y mil el Señorío de Vizcaya, porque con el resto que les queda, se puedan defender de la armada."

Pero la guerra impondría su realidad desarrollándose en torno a ella los acontecimientos, que iban a iniciarse en Navarra. Aunque en 1644 el conflicto basculó hacia el frente catalán, esta frontera oriental franco-española quedó en un segundo plano. Por lo pronto, en 1635 había en Navarra 843 plazas fijas que pagaba la hacienda real, 119 que costeaba el reino y 119 remisionados. Además, se retomaba una propuesta realizada el año anterior por el Consejo de Guerra sobre la conveniencia de intervenir en Francia bien con una correría o bien con la conquista de forma permanente de una plaza. Esta última idea fue retomada por el virrey Valparaiso, alardeaba de poder disponer de un contingente de 15.634 hombres.

navarra reino frontera límite españa francia pirineos
MAPA DE LA FRONTERA HISPANO-FRANCESA

2. LA INVASIÓN ESPAÑOLA

El 24 de septiembre de 1636 comenzaba el ataque. Las tropas españolas dirigidas por Valparaíso cruzaron el Bidasoa y en las jornadas siguientes se apoderaban de Ciboure, Socoa y San Juan de Luz, con la siguiente alarma de toda la población francesa entre la frontera y Bayona. Una penetración de 20 kilómetros que se detuvo cuando muchos soldados guipuzcoanos consideraron que los objetivos estaban cubiertos y regresaron a casa dando por concluido su compromiso militar.

Fue el comienzo del fin, pues las peticiones de hombres y víveres formuladas por Valparaíso no pudieron ser atendidas con la rapidez necesaria. Ante el éxito inicial, el rey solicitó al Reino un apoyo de 1.000 efectivos. Navarra los concedió con reservas y por sólo dos meses, pero no llegó a realizarse el reclutamiento. La prematura llegada de las lluvias otoñales, el agotamiento del tiempo establecido para la compaña por las Cortes navarras y algunas réplicas francesas convirtieron en una retirada precipitada lo que pudo haber sido una seria advertencia para Francia, cuya réplica se esperaba.

EXPEDICIÓN DE LOS TERCIOS DE INFANTERÍA ESPAÑOLES

3. LA REACCIÓN FRANCESA

Al año siguiente, en 1637, cuando desde Burguete se avisa de los movimientos de tropas y preparativos franceses, se solicitó el levantamiento de 900 hombres, que las Cortes permitieron que se reclutasen en las cinco merindades, pero sin que saliesen del Reino. Los ataques que realizaron los franceses en los meses siguientes alarmaron a los navarros, que solicitaron al virrey no sacar más hombres por considerarlos necesarios para su defensa. Panorama que explicaba que desde los inicios de 1638 Navarra y Guipúzcoa estuvieran alertas y que se hubieran tomado disposiciones preventivas:
"Para consuelo de la Junta de Ejército (creada por Olivares a raíz de la declaración de guerra de Francia en lugar de la de Estado), se podía comunicar a Madrid que desde febrero ya estaban de guarnición 400 soldados en Burguete, 300 en Maya de Baztán y otros 300 en Vera de Bidasoa. Además, Pamplona contaba con 20 cañones de batir, 5 culebrinas, 17 falconetes y 8.000 balas de artillería de diversos calibres, más otras 20.000 que llegaron en primavera a sus almacenes. Completaba esto al existencia de 1.000 quintales de pólvora, 400 arcabuces, 2.500 mosquetes y 2.400 picas.
El 26 de marzo llegaba… a Pamplona… que había sido nombrado virrey… el marqués de los Vélez…
Pero… el 8 de julio de 1638 circula una noticia… los franceses han invadido la provincia de Guipúzcoa."
La noticia no podía ser más preocupante, sobre todo para los guipuzcoanos, ya que la presencia de tropas francesas no sólo amenazaba Fuenterrabía, a la que pusieron cerco, sino también a otros puertos de la costa, como eran Pasajes, San Sebastián, Zarauz, Zumaya y Deva. Un peligro al que había que añadir los destrozos causados por la flota francesa, provocando tal conmoción estos hechos en el país que a la leva convocada para socorro de Guipúzcoa acudieron hombres de todas partes de la península, menos de Cataluña.

CAMINO A RONCESVALLES EN LA FRONTERA HISPANO-GALA

4. LA RECUPERACIÓN DE LAS PLAZAS OCUPADAS

El virrey navarro, marqués de los Vélez, movilizó 6.000 hombres y dejó una guarnición en los puertos y en Pamplona. El 19 de agosto entró en campaña para la recuperación de Fuenterrabía, lo que consiguió el 11 de septiembre tras derrotar a los franceses en toda línea.
"Esta vez, ante una urgencia militar bien evidente (Pamplona era el objetivo inmediato si caía Fuenterrabía), el sacrificio de los fueros que prohibían combatir fuera de las fronteras tuvo compensaciones políticas importantes. El éxito de la campaña sancionó la fidelidad de navarros y vascos del mismo modo que el fracaso en la recuperación de Salses, al año siguiente, en el Pirineo catalán, hizo insalvable el abismo abierto entre Barcelona y Madrid. Las Cortes navarras y la Diputación, lo mismo que muchos particulares, exhibieron su participación en el socorro de Fuenterrabía como mérito y prueba de fidelidad durante muchos años."
Un éxito significativo, pero no adormeció al virrey, cuya preocupación por mantener al punto las defensas del Reino y de Guipúzcoa no decayó, procurando cerciorarse de su estado y avanzar en lo posible su mejora. Igualmente, comunicó a Madrid sus previsiones para primavera de 1639: basar la defensa en Maya, donde se colocarían 2.000 hombres de infantería; y Burguete, que se defendía por 3.000 o 4.000 milicianos castellanos y navarros, dejando en Pamplona su guarnición con otros 3.000 hombres de los presidios y navarros. Presiones acertadas que dieron resultado, pues a finales de julio fueron rechazados 8.000 franceses que quisieron entrar por Maya.

SITIO DE FUENTERRABÍA DE 1635

5. LA GUERRA EN CATALUÑA

Al producirse la sublevación catalana cambiaron las pretensiones de Madrid sobre Navarra y, como sucedería en Aragón, el nuevo virrey marqués de Tabara (nombrado en octubre de 1640) recibió el encargo de convertir al reino en abastecedor de tropas y recursos para el frente catalán, tarea en la que Tabara se empleó con diligencia, pues le llegó dinero y el reino respondía de momento a esas exigencias; además, avanzaba la financiación de la ciudadela pamplonica (aunque para su conclusión aún faltaba unos años) y se tomaron en 1641 más previsiones defensivas que nunca.

Pero no tardaron en agravarse las discrepancias en el enfoque de la situación entre el reino y Madrid. Por lo pronto, la Diputación mostraba al conde-duque de Olivares su disconformidad con la pretensión de alojarse en Navarra los 600 caballeros y 800 infantes irlandeses que habían estado en la jornada de Fuenterrabía.

Fue el primer desencuentro de varios que se sucedieron en los meses siguientes, agravados por la actuación de los virreyes. Las demandas de hombres continuaron y los navarros las atendían en función de sus posibilidades, procurando rebajar las cifras solicitadas, como sucedió en 1642. Este año, el rey pidió 1.500 hombres para la guerra en Cataluña, pero sólo se le concedieron 1.200, que en el verano de ese año partieron para Cataluña desde Alcañíz. Sin embargo, este contingente fue licenciado por enfermedad nada más pasar el invierno, solicitando nuevamente Felipe IV un nuevo contingente en enero de 1643. A esta grupo armado se sumó otro más realizada un año después, en febrero de 1644, de 2.000 hombres, aunque sólo se votaron 1.000, que el virrey no pudo tener dispuestos hasta mayo.

Entre una y otra petición se produjo la llegada a Navarra de gran parte de los españoles que regresaban tras la derrota en Rocroi, que era preciso atender y que la Diputación solicitó que fueran alojados en la Bureba o en La Rioja, a las que consideraba menos agobiadas por las demandas reales. Esta petición no prosperó ni siquiera con la mediación del virrey conde de Oropesa, que intercedió a favor del reino. Madrid libró 3.000 ducados para la atención de estos soldados, alegando que esos veteranos podían ser una excelente ayuda y fuerza de contención por si Francia hacía alguna intentona en aquella parte del Pirineo.

REVUELTA DE LOS SEGADORES

6. LOS DESACUERDOS ENTRE REY Y REINO

Mientras, las relaciones entre el virrey y el reino habían empeorado y el clima se había enrarecido bastante, de manera que el diputado Miguel de Itúrbide solicitó a la Diputación credenciales que el permitiera ir a Madrid para presentar las quejas en persona. Dicha demanda fue atendida aunque no dio los resultados esperados y tuvo un dramático desenlace para Itúrbide, que se iría significando cada vez más en su posición a la conducta y proyectos virreinales.

Entre los contenciosos existentes entre Oropesa y la Diputación estaba el castigo impuesto por aquél a ocho desertores navarros del frente catalán, castigo considerado por la Diputación como denigrante y vejatorio, por lo que pedía una rectificación del virrey pública y reparadora del honor de los castigados. Además, como el conseguir hombres se iba haciendo cada vez más difícil, el virrey decidió descontentar al reino en vez de a su rey, por lo que designó jueces especiales para que procedieran a la leva de un tercio en la merindades, decisión que fue considerada por la Diputación como el intento de "reducir el reino al último estado de miseria". Las alarmantes noticias llegadas desde Francia y los preparativos militares de Condé pusieron al reino en una comprometida situación que llevó a la Diputación a solicitar "que no enflaquezca más el cupo de soldados del Reino".

FELIPE IV Y LUIS DE GUZMÁN Y PONCE DE LEÓN

7. LA VISITA DE FELIPE IV

La designación de los jueces especiales fue otro de los resentimientos acumulados que explican que en la reunión de Cortes de 1646 lo primero que se abordó fueron los agravios recibidos. Pero la petición de que Oropesa fuese designado virrey de Valencia y el anuncio de que el rey visitaría Navarra facilitaron la distensión ambiental y mejoraron las relaciones entre rey y reino. Felipe IV llegaba a Pamplona el 23 de abril de 1646 para visitar la tierra y para la jura del heredero en las Cortes, a las que se hizo otra petición de 1.000 soldados para Cataluña.

La reunión de tal contingente fue uno de los cometidos del nuevo virrey, Luis de Guzmán y Ponce de León, que llegó a Pamplona a mediados de junio. Se trataba de un cometido nada fácil, que provocó la resistencia de la Diputación, al tiempo que tuvo que enfrentarse con el descontento generado entre los navarros por la larga suspensión del comercio con Francia. Por esos motivos, el virrey propuso un cambio en el procedimiento administrativo: enviar las órdenes a la Diputación, que retrasaba o entorpecía su cumplimiento alegando la falta de capacidades y disposiciones directamente al reino, que reunido en Cortes bajo la presidencia del virrey, pensaba éste sería más accesible a los objetivos de la Monarquía.

Así se abría un nuevo motivo de disputa y como en la Junta de Guerra no existía la certera de que la propuesta del virrey fuera conveniente, se le recomendó hiciera la leva sin reunir Cortes y a base de voluntarios.

CONDE DUQUE DE OLIVARES GASPAR DE GUZMÁN Y EL CARDENAL RICHELIEU

8. EL FIN DE LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS

El fracaso del Conde en Lérida y la "tranquilidad" de la frontera navarra explicaban que en Pamplona se hicieran menos preparativos militares que en años anteriores. La firma de la paz con Holanda a principios de 1648, mediante el Tratado de Westfalia, permitió el restablecimiento comercial con la nueva república (algo muy bien recibido en Navarra y en otros lugares de la Monarquía) y que Felipe IV pudiera concentrar más efectivos en Cataluña para luchar contra la subversión.

Sin embargo, Francia mantuvo su intención de guerra y el telón de fondo de esos años volvió a ser la negociación del servicio de armas. La resistencia de los navarros hacia este servicio fue en aumento, obligando a Felipe IV a negociar y a hacer concesiones crecientes:
"A la voluntariedad del servicio de soldados (en el sentido de pactar sus condiciones) conseguida en estos años, se sumaría a partir de las Cortes de 1652 la voluntariedad del servicio de dinero, en el sentido de la discrecionalidad con que el reino fijaría su cuantía. Hasta entonces, el servicio de cuarteles y alcabalas había sido casi perfectamente previsible y últimamente se mantenía invariable. Cada vez que el rey reuní a las Cortes navarras recibía tantos años de "cuarteles y alcabalas" (en el siglo XVII, a rezón de 2.350.000 y 452.100 maravedíes, aproximadamente, por cada uno) como los transcurridos desde la última reunión. La cuantía de cada "tanda" de cuarteles y alcabalas permanecía fija por lo menos desde la conquista castellana, y el número de tandas por año concedidas en Cortes no variaba desde finales del siglo XVI.
"Esto comenzó a cambiar a partir de las Cortes de 1652-1654, que fueron las primeras en no pagar todos los años de cuarteles y alcabalas adeudados desde la anterior reunión de 1646."
FIRMA DEL TRATADO DE WESTFALIA (1648)

9. LOS ACUERDOS ENTRE REY DIPUTACIÓN Y CORTES

A mediados de 1654, los tres estados (Rey, Diputación y Cortes) acordaron conceder, de los años que se debían de cuarteles y alcabalas, sólo cuatro (1646, 1647, 1648 y 1649), juntamente con 20.000 ducados para reclutar un tercio de 500 plazas. Con posterioridad se seguiría esa práctica, ya que las siguientes Cortes reunidas en 1677-78, 1684-85, 1688, 1691-92 y 1695 votaron un año de cuarteles y alcabalas (24.210 ducados), pero ofrecieron crecidas sumas para gastos militares (170.000 ducados), lo que se tradujo en un incremento de los ingresos reales.

Pero esta realidad dejaba a criterio del reino la cuantía de los servicios, lo que aumentaba su carácter voluntario y endurecía la negociación, en la que las Cortes tenían un instrumento para presionar al monarca, que hubo de aumentar sus donativos ampliando su "generosidad". El dinero aportado por las Cortes era adelantado por la Diputación, que luego recaudaba a través de censales contra los recursos del Vínculo (la hacienda del reino) o repartimientos generales.

Por otra parte, la concesión de esas cantidades tenía su razón de ser en la permanente oposición a Francia existente en gran parte de la segunda mitad del siglo XVII, que obligó a mantener un estado de alerta y prevención.

Por ejemplo, la noticia de un invasión francesa en 1655 conmocionó a Pamplona y, al evaluar las fuerzas para la defensa, se repetía lo desfavorable de la situación, pues no se pueden oponer más que las tres compañías de Pamplona y la de la ciudadela, sin otro elemento de contención que la guarnición de Burguete, falta de víveres y municiones y con los efectivos muy escasos. Por eso, el virrey movilizó a todos los varones de la ciudad que pudiesen combatir, agrupándolos por barrios e impulsando la reparación de las murallas.

DERROTA DE ROCROI DE 1643

10. EL REINADO DE LUIS XIV DE FRANCIA

Con la llegada de Luis XIV al trono francés el peligro de invasión era bastante tangible, ya que el rey galo se titulaba rey de Francia y de Navarra, pues mantenía sus derechos. Era una situación algo especialmente alarmante, ya que había desencadenado la Guerra de Devolución en defensa de unos derechos más que discutibles de su esposa María Teresa para apoderase de varias plazas en Flandes. Por tanto, también podrá hacer lo mismo en el caso navarro y abrir otra vez el frente en ese lado de los Pirineos.

Así se explican las sucesivas aportaciones del reino:

En las Cortes de 1662 se aprobaron ocho años de cuarteles y un tercio.

En las Cortes de 1677-78, tras el juramento de Carlos II, se acordó el compromiso de servir con 600 hombres armados, vestidos y mantenidos con sus pagos durante seis meses y un año de cuarteles.

En las Cortes de 1684 se concedió también un año de cuarteles y 40.000 ducados para las bonificaciones de Pamplona.

En cualquier caso, la actividad bélica promovida por Luis XIV que afectaba a España se centraba de manera especial en el lado catalán y el desarrollo de los hechos se produjo allí.