29/02/2020

Coronel de los Tercios de Guipúzcoa


El documento más antiguo que se encuentra de nombramiento de coronel de la gente de Guipúzcoa está fechado en 19 de junio de 1521. Al paso por Logroño, los capitanes de los tercios de Guipúzcoa reunidos en la iglesia de Santa María de la villa de la Guardia nombraron por coronel a Juan Manrique, hijo primogénito del duque de Nájera, y por maestre de campo a Juan Pérez de Anciondo, vecino de Tolosa, repostero de la reina. Este acto se verificó en escritura otorgada ante Martín de Otazu, escribano de esta última villa.

Se verificó por los capitanes de la provincia y no por los junteros debido a rapidez necesaria en la ejecución de un plan de socorro de la villa de Fuenterrabía, ya que no había tiempo suficiente para organizar una Junta general o particular para hacer el nombramiento.

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REAL TERCIO VASCONGADO

Años más tarde, el 3 de enero de 1524, la Junta particular reunida en San Sebastián nombró a Juan Ortiz de Gamboa, natural de Zarauz, coronel de los 2.000 hombres levantados para la recuperación de la plaza de Fuenterrabía ocupada por los franceses.

El historiador Esteban de Garibay lo escribió así:
"Aunque la Villa de Fuenterrabia era poseída de franceses, el castillo de Beovia habiéndole cobrado de su poder por la orden sobredicha, estaba por Alcaide el dicho Capitán Ochoa de Asua, con algunos soldados, los más de ellos jubilados por ser de edad. Los franceses, deseaban tomar a su poder el castillo de Beovia, porque además del daño y estorbo que en el Paso Real de Francia para estos reinos les causaba, sentía a aprobio, que teniendo ellos Fuente-rrabia, viese tornado a poder de los españoles media legua de aquella Villa esta fortaleza, guardada con tan poca gente, por la espalda y a favor que los naturales de Irún Uranzu, en cuyo distrito cae aquella fortaleza, les hacían."

En 1542, la provincia nombró a Felipe Lazcano por coronel de los 3.000 hombres que envió al ejército de Navarra para la entrada en Francia.

En 1557, eligió a Juan de Borja, señor de la casa solar de Loyola, por coronel de los tercios destinados a la batalla de San Juan de Luz.

En 1615, la Junta provincial nombró a Alonso de Idiáquez, duque de Ciudad Real, para el recibimiento del rey Felipe III.

En 1625, nombró a Martín de Aróstegui, para la defensa de la provincia amenazada por el ejército francés.

En 1631 a Diego de Isasi fue asignado para el mismo objeto y nuevamente en 1636 para la ocupación de los pueblos de Hendaya, Urruña y otros de Francia.

En 1639, a Martín de Arrese Girón, marqués de Casares, fue elegido por la Junta para la defensa de la frontera con Francia, y a Domingo de Isasi con igual objeto, en 1681.

En el siglo XVIII, no aparece más nombramiento de coronel que el del marqués de Valmediano, y por su impedimento del marqués de Santa Cruz, en 1794, con motivo de la Guerra de la Convención con la república francesa. En el XIX, tampoco ha ocurrido otro que el del conde de Villafranca de Gaytan, verificado en 1825 por la Diputación extraordinaria mediante delegación de las Juntas Generales.

alonso idiáquez tercios guipúzcoa coronel
ALONSO DE IDIÁQUEZ BUTRÓN Y MÚGICA

25/02/2020

Linaje Olazabal de Irún


Los Olazabal fueron un ejemplo de surgimiento, persistencia y transformación de las élites locales de Irún, un grupo de poder que ha permanecido a lo largo del tiempo.

La casa-palacio de este preclaro linaje llegó a adquirir renombre en Irún, tanto por la cuantía de las rentas que poseía y la extensión de su propiedad en territorio de la villa, como por los servicios que han prestado sus descendientes a los Reales Tercios y Armadas de la Monarquía española durante tres siglos.

Como prueba de la importancia que adquirió esta suntuosa morada está el alojamiento del príncipe de Condé que hizo en 1719, con gran acompañamiento de señores y oficiales. En 1808, se hospedó en ella el príncipe Fernando VII y la princesa de Sajonia, y en 1819 la reina de España, María Josefa Amalia.

ESCUDO DE ARMAS DE OLAZABAL


Juan Martínez de Olazabal vivió a finales de la Edad Media. Era propietario de ferrerías, y con él comenzó a posicionarse su linaje en la escala social.

Generaciones más tarde, los intereses económicos de Guipúzcoa ya no estaban en las ferrerías, sino en el comercio de Indias. En este mercado un Olazabal comenzó a hacer fortuna, ese fue Juan Antonio de Olazabal y Emparan, sirviendo  en la Armada del mar Océano y en la Armada de la Carrera de Indias. Combatió en diversos combates navales durante la Guerra de los Treinta Años, contra Francia y Holanda. Primero estuvo a las órdenes de su paisano el general Sancho de Urdanibia, cerca de las islas de la Tercera en 1633, después sobre el Pan de la Cabana contra la Armada de Holanda en 1638, y guardó el puesto de la Caleta en 1641 para evitar el desembarco de las tropas de Pie de Palo. En 1642, se le concedió la plaza de ayudante de la armada de Francisco Messia.

Tras abandonar su brillante carrera militar, se retiró a Irún para fundar el mayorazgo. Sus herederos fueron aumentando el patrimonio y manteniéndose en el poder mediante diferentes estrategias, adaptándose a los distintos momentos políticos y sociales para conseguir permanecer en el poder.

Juan de Olazabal Astigar fue caballerizo real, secretario del rey Felipe IV y contador general del Consejo supremo de la Santa Inquisición. Al servicio de la monarquía, estaba muy bien situado y tuvo una vida muy interesante desde todos los puntos de vista, incluso el cultural.

Desde 1673 a 1677, fue secretario del marqués de Carpio en la embajada de Roma. En 1679, tomó el hábito de Alcántara en Roma. Cuando el marqués paso al Virreinato de Nápoles, fue enviado a la ciudad de Linz en comisión, con varios regalos para el emperador de Alemania y los duques de Lorena y Baviera. Por el buen desempeño de la comisión, recibió magníficos presentes de las personas agasajadas. Al volver a España, en junio de 1688, tuvo que pelear contra tres navíos de Francia y se comportó valientemente.

De él surge la figura de Domingo Ignacio Olazabal, un personaje muy interesante cuyo hijo inició la rama Arbelaiz de este linaje. Domingo Ignacio fue, además, el primer alcalde del Irún independiente y el gran promotor de la casa consistorial, de cuyas obras se ocupó.


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PALACIO DE OLAZABAL EN ZUMAIA

Ya en el siglo XVIII, destacó Juan Antonio de Olazabal Recalde. Sentó plaza de guardia marina en 1749, y sirvió a la Real Armada española durante treinta años, tomando parte en muchos sucesos navales. Destacó en el combate del cabo de San Vicente contra la capitana y almiranta de Argel. Estando propuesto para capitán de navío, se retiró a su casa falto de salud. Desde Irún, desempeñó diferentes cargos de importancia, como fueron el de inspector de la fábrica de anclas de la Real Armada, el de director de la real fábrica de Tolosa y de Placencia, y otros más que prueban su valía. Su hermano Pedro Ignacio de Olazabal Recalde fue agraciado por el rey, en 21 de abril de 1786, con la cruz y pensión de Carlos III, vacante por fallecimiento del marqués de Andía, y en agosto fue nombrado caballerizo de campo del rey.

También marino de prestigio fue Juan José de Olazaba Beroiz, conseguido heroicamente en el combate del cabo de Finisterre, en julio de 1805, contra la Armada británica. Allí dirigió un piquete de cien hombres a bordo del navío San Rafael, y tomó parte después en otras acciones de guerra. Fue caballero de la Orden de San Fernando y de la de San Hermenegildo, brigadier de los ejércitos nacionales, jefe de la primera Brigada de Andalucía, coronel del Regimiento de Infantería del infante Carlos, condecorado con las cruces del tercer ejército por su participación en las batallas de Bailén, Bubierca, Aranjuéz, Almonacid, Chiclana (de la Guerra de la Independencia española), y el escudo de Torralba, etc.

Fue alcalde de la villa de Irún en varias ocasiones, se hizo cargo del mayorazgo hasta su muerte en 1818. Su sobrino, Juan José de Olazabal Gaytán, recibió a los reyes Fernando VII y a Carlos IV, para felicitarlos por el matrimonio del infante Carlos María.

Ramón de Olazabal Arteaga entró de cadete en el batallón de las Navas en 1851. Tomó parte en la batalla de Wad-Ras en África en 1860, con el Tercio de Guipúzcoa. En 1872, se incorporó al Batallón de cazadores de Alcolea, y el mismo año entró en el Cuerpo de Miqueletes de Guipúzcoa, alcanzando el grado de coronel por los servicios prestados en combate contra los carlistas. En 1874, fue nombrado jefe del citado cuerpo. Recibió varias heridas durante su carrera militar y murió en su casa de Irún en enero de 1892.

Jose Joaquín Olazabal y Arbelaiz, también desciende de Irún, fue autor de un mapa de Guipúzcoa que se publicó a mediados del siglo XIX.


VISTA DE IRÚN Y EL ALTO DE OLAZABAL, SIGLO XIX

23/02/2020

De Túbal a Aitor, por Iñaki Bazán


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DE TÚBAL A AITOR, POR IÑAKI BAZÁN

De Túbal a Aitor. Historia de Vasconia
Iñaki Bazán, La Esfera de los Libros, Madrid (2002), 749 páginas

De Túbal a Aitor. Historia de Vasconia recoge en un único volumen la historia completa de Vasconia. En las páginas de este libro se analiza el largo proceso político, histórico, económico y social de Vasconia, que engloba esencialmente los territorios de la actual Comunidad Autónoma del País Vasco, la Comunidad Foral de Navarra y el País Vasco francés (Labourd, Baja Navarra y País de Soule).


Esta historia de Euskal Herria ha sido redactada por cinco investigadores de la Universidad del País Vasco: el medievalista Iñaki Bazán, también coordinador del volumen, el arqueólogo Eliseo Gil Zubillaga y los "contemporaneístas" Juan Madariaga, José Luis de la Granja y Santiago de Pablo.

El título, De Túbal a Aitor, anuncia ya un propósito de desmitificación, en la medida que incluye los dos grandes inventos político-culturales sobre los que se asentaron las ideologías previas al nacionalismo.

La leyenda de Túbal, nieto de Noé, que aportó el idioma (euskera), la ley (fuero) y la religión (monoteísmo precristiano), contribuyó a legitimar ideológicamente la defensa del sistema foral en el seno de la Monarquía hispánica hasta el siglo XVIII. Esta leyenda fue sustituida por la de Aitor, imaginario patriarca de los vascos, en la coyuntura histórica en que la foralidad quedaba limitada y subordinada por el Estado liberal constitucional del siglo XIX, dando lugar a una reivindicación en clave nacionalista.

De Túbal a Aitor profundiza en cuestiones tan controvertidas como: la presencia romana, el reinado de Sancho III el Mayor, la lucha de bandos entre oñacinos y gamboínos, la conquista de Navarra, la hidalguía universal, las Guerras Carlistas, la abolición foral, la revolución industrial, el surgimiento del movimiento obrero y el nacionalismo, la II República y la Guerra Civil con sus corolarios del Estatuto de autonomía y el primer Gobierno vasco, la oposición al Franquismo y el nacimiento de ETA, la Transición democrática y como colofón el Estatuto de Guernica.


Todo reposa sobre una falsa evidencia, y en este sentido De Túbal a Aitor analiza el mito, pero desde su propio diseño acepta su contenido central: la existencia de una Vasconia que a pesar de no haber estado nunca unificada políticamente, de haber albergado ya en la prehistoria distintos pueblos con distintas lenguas y de no haber alentado tampoco mayoritariamente el propósito de una construcción nacional unitaria, es una porque en ella se habló y habla el euskera, aun cuando ni en los albores de la historia al parecer, ni por supuesto en la era contemporánea, fue el idioma hablado por la mayoría de los integrantes de la llamada sociedad vasca.

El lector encontrará una aproximación a los primeros pasos fundacionales de Vasconia, una historia que pone de relieve las principales líneas que marcaron el devenir de los acontecimientos y sus claves interpretativas, y ofrece al lector una visión lo más fidedigna y real de lo que hoy se conoce como las señas de identidad de Vasconia, alejándose de mitos o ideas preconcebidas que desembocan en la elaboración de historias partidistas y preñadas de tópicos históricos, alejados de cualquier realidad documental.

Son destacables la excelente síntesis de José Luis de la Granja para el periodo 1876-1937, seguida en calidad historiográfica por la de Iñaki Bazán para el milenio que culmina en el "esplendor foral" del siglo XVI y por la de Santiago de Pablo, para la etapa que se inicia en 1937.

Una obra de referencia imprescindible, explicada por cinco especialistas en la materia, para entender qué es Vasconia. Está estructurada en tres grandes apartados:
1. el político-institucional
2. el demográfico y social
3. el cultural y la vida cotidiana

Jone Guindo, La Esfera de los Libros:
"Exponer los hechos, trascenderlos y explicarlos aportando las claves que permitan entender lo que realmente ha acontecido a lo largo de más de 150.000 años de Historia. Es el ambicioso propósito de los cinco autores de la obra De Túbal a Aitor (La Esfera de los Libros)."

Arturo Arnalte, El Mundo:
"En la coyuntura que vive Euskadi, la Historia mueve tales pasiones que los autores de De Túbal a Aitor alertan: La historia de Vasconia se debate de forma burda entre una ciudadanía que carece de elementos de juicio y formación adecuada para interpretarla."

18/02/2020

Mausoleo de Miguel López de Legazpi en la Iglesia de San Agustín en Manila



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TUMBA DE MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI

Miguel López de Legazpi murió el 20 de agosto de 1572 de un ataque cerebro-vascular en una situación económica precaria. Todavía no sabía que el rey Felipe II había firmado una real cédula por la que le nombraba gobernador vitalicio y capitán general de Filipinas, y le destinaba una paga de dos mil ducados.

La personalidad de Legazpi marcó el carácter de la conquista de Filipinas. Fue lo menos violenta posible porque evitó el enfrentamiento inútil contra sus nativos, optando siempre por la vía diplomática. Después de siete años consiguió rendir el archipiélago a su personal manera, convenciendo más que conquistando, y sirviéndose de la hostilidad que los filipinos sentían hacia los portugueses, mucho más violentos en sus formas.


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IGLESIA DE SAN AGUSTÍN EN MANILA

La iglesia de San Agustín es la más antigua de Filipinas, está en el barrio de Intramuros de la capital Manila, y en ella se encuentran los restos de Miguel López de Legazpi y su nieto Salcedo. Es un excelente edificio colonial español con siglos de historia, compuesto por una impresionantes iglesia, un claustro y un museo. Es el único edificio que pudo mantenerse levantado tras la destrucción acometida por el Ejército estadounidense en el barrio de Intramuros.

El museo contiene mucha historia española-filipina, ya que expone pinturas y reliquias religiosas de antiguos periódicos filipinos escritos en español (lengua oficial hasta comienzos del siglo XX), y un apartado especial dedicado al cosmógrafo Andrés de Urdaneta y el "Tornaviaje".

LÁPIDA DEL PANTEÓN DE LEGAZPI EN LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN

En una capilla junto al altar se encuentran los restos del adelantado vascongado Miguel López de Legazpi. La inscripción que hay en la cripta dice:
"In Memoriam
Aquí yacen los restos mortales del Adelantado Legaspi y su nieto Salcedo, Lavezares, Beato P. Pedro de Zuniga y otros héroes de la conquista. Los que aventados por los ingleses en 1762. Confundidos y revueltos fueron colocados por los P. P. Agustinos en esta capilla."

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TUMBA DE MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI

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MUSEO DE LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN

13/02/2020

Escultura a Juan Sebastián Elcano, por Antonio Palao


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ESCULTURA DE JUAN SEBASTIÁN ELCANO

Esta escultura Juan Sebastián Elcano se encuentra en el puerto guipuzcoano de Getaria, villa natal del primer marino en dar la vuelta al mundo entre los años 1519 y 1522. Fue ubicada en la plaza que lleva su nombre, para sustituir a la escultura marmórea de Alfonso Giraldo Bergaz con motivo de la destrucción durante el asedio que sufrió Getaria en la primera Guerra Carlista. Aquella otra primigenia escultura fue promovida por el también marino de esta villa Manuel de Agote y Bonechea, en 1800.

En el año 1859, las Juntas Generales de Getaria decidieron encargar esta imagen al escultor aragonés Antonio Palao. Está realizada en bronce y se inauguró el 28 de mayo de 1861.

escultura juan sebastián elcano getaria gipuzcoa
ESCULTURA DE JUAN SEBASTIÁN ELCANO

Cuando en 1936 estalló la Guerra Civil, fue trasladada a San Sebastián con objeto de fundir su bronce, pero acabó formando parte del conjunto de ermita y monumento en memoria de los caídos del crucero Baleares levantado en el Paseo Nuevo de San Sebastián. Terminada la dictadura franquista, la estatua volvió a su originario emplazamiento de Getaria.

La mano izquierda de la estatua de Elcano señala la dirección que siguió para dar la vuelta al mundo: el oeste.

PEDESTAL DE LA ESCULTURA DE JUAN SEBASTIÁN ELCANO

07/02/2020

La hidalguía nobiliaria de Blas de Lezo


La familia del almirante Blas de Lezo formaba parte de la pequeña nobleza local de la villa de Pasajes. Su familia había ganado expediente de nobleza en 1657 cuando se falló un juicio contradictorio contra los Ayuntamientos de San Sebastián y Pasajes, que le negaban ciertos derechos. Su tatarabuelo, Pedro de Lezo, había sido regidor alcalde de Pasajes a principios del siglo XVII, y entre sus antepasados se encuentra el religioso Domingo de Lezo, catedrático de filosofía y obispo electo del Perú, y que murió en Sevilla en 1574. Otro dato interesante, y que sin duda influiría en el ambiente marino de la familia, es que su abuelo Francisco de Lezo y Pérez de Vicente fuese capitán de mar y propietario del galeón Nuestra Señora de Almonte y San Agustín. Estas credenciales demuestras que la familia Lezo-Olavarrieta estaba bien situada socialmente en la villa de Pasaia de finales del siglo XVII.

La verificación de su pertenencia a una clase acomodada puede corroborarse con un simple vistazo a la casa donde nació. Aunque no se trate de un edificio esplendoroso por su arquitectura o dimensiones, el simple hecho de ubicarse sobre el margen de la mar le otorga una preeminencia indudable que coloca a sus dueños entre gente de posición.


Durante el Medievo, la nobleza había sido la vertebradora de toda la sociedad, pero se había anquilosado en la Modernidad hasta convertirse en lo que Gregorio Marañón calificaría como "instrumento inútil"; o en frase de Ramiro de Maeztu, la nobleza española había transformado "a los caballeros cristianos en señores, y en señoritos después". De toda esta capa de población sería la alta nobleza la que más beneficio lograría sacar al sistema aristocrático, construyendo su preeminencia sobre la debilidad real.

Hacía mucho tiempo que había caído en el olvido el sabio consejo de Carlos V a su hijo Felipe II de no permitir que nadie se engrandeciese demasiado a la sombra del rey. De esta manera, el rey había delegado el ejercicio de su poder en los validos, con lo que el clientelismo y la corrupción se extendieron por todo el reino. La nobleza media constituiría un serio grupo de presión repartiéndose los cargos públicos en torno al eje de la pertenencia a uno de los Colegios mayores de Salamanca, Valladolid o Alcalá. Mientras tanto, la pequeña nobleza local permanecía instalada en sus privilegios asentados sobre una estructura municipal corrupta. La decadencia había llegado a todas partes.


Del carácter que Blas de Lezo más tarde manifestaría no parece deducirse que este sentimiento de decadencia hubiera calado demasiado. A veces, las muestras de excesivo celo en la defensa del honor han de interpretarse como manifestación de inseguridad sobre la posición que se ocupa. No parece que fuese el caso de Blas de Lezo, por una razón esencial. El origen remoto de la nobleza se encuentra en su función con respecto a la totalidad de la sociedad. Durante la Reconquista, eran los guerreros los que se ocupaban de garantizar la defensa frente a toda amenaza exterior y precisamente ese servicio la comunidad era lo que les otorgaba su posición de privilegio y nobleza. Ese fue exactamente el caso de Blas de Lezo. El sentimiento de pertenencia a una clase llamada al servicio por los demás fue un ideal que permaneció en su mente durante toda su vida.

Las relaciones de la familia Lezo Olavarrieta con el resto de la nobleza local se infiere de la misma partida de bautismo de Blas, en la que figuran como padrinos Joseph de Lezcano y María teresa de Olavarrieta, siendo relevante del primero que consta como caballero de la Orden de Santiago. De este último hecho no hay que extraer consecuencias apresuradas, sino ponerlas en contexto. En Guipúzcoa era ancestral la reivindicación de hidalguía para todos sus habitantes. Vieja tradición que hace que todo hijo de esta tierra se considere hidalgo. Mientras que en Castilla la separación total con el pueblo hacia que los nobles no se relacionasen con sus inferiores, en el norte del Reino de España la situación era diferente. De esta manera existía en Guipúzcoa un sentimiento de comunidad, rasgo distintivo que no se encontraba en el resto del Reino.

Esta idea de comunidad sería muy importante en una vida como marino. Dentro de un barco de la Real Armada, todos dependen de todos, con el papel de cada uno marcado por una férrea disciplina, la conciencia de pertenecer al grupo resulta indispensable.

03/02/2020

Guipúzcoa en la Edad Media: formación territorial y vinculación a Castilla


En la Edad Media, el territorio de Guipúzcoa experimentó distintos avatares según se sucedieron las contiendas entre los reyes castellanos, aragoneses y navarros, pasando de formar parte del Reino de Navarra a la Corona de Castilla, más tarde dividida entre ambos reinos para terminar integrada en Castilla.

Asimismo. sufrió la crisis del Feudalismo, dando lugar a la Guerra de Bandos entre los Parientes mayores y menores. Simultáneamente, se fue produciendo el proceso de fundación de villas. Todo ello llevó a la creación de la Hermandad guipuzcoana, núcleo de las Juntas generales y de la futura Diputación guipuzcoana y a un nuevo ordenamiento jurídico.

Es el territorio más pequeño de las tres provincias vascongadas, zona montañosa con múltiples y pequeños valles, rápidas corrientes de agua y con una sola parte llana y rica que es la que linda con Francia, entre San Sebastián, Irún y Fuenterrabía, comarca predilecta de los romanos y zona de tránsito y ambiciones de poder a lo largo de la historia fronteriza.

Durante los siglos VIII, IX y X, la mayor parte de la actual Guipúzcoa, la más occidental, perteneció al Reino de Asturias, mientras que la parte más oriental se integró en el naciente Reino de Pamplona, en el siglo IX.

En esta época, la propiedad colectiva de origen gentilicio se fue transformando en propiedad privada, dentro de una organización de la sociedad de tipo feudal. Fueron surgiendo grupos familiares poderosos, los futuros Parientes mayores, en cuyo poder quedó la mayor parte de las tierras y rentas. También se produjo un descenso desde las zonas altas montañosas a los valles. La población aproximada del territorio era de unas 14.000 personas y se agrupaban en aldeas o barrios, denominándose valle a un conjunto de estos barrios.

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MAPA HISTÓRICO DE GUIPÚZCOA

La primera referencia escrita a este territorio aparece como "Ipuzcoa", con c o con k según el documento, en los Votos de San Millán, o en los diplomas de Sancho III de Pamplona. En la Crónica General de Alfonso X se llama "Lipúzcoa".

Durante el reinado Sancho III, y siendo el señor de Ipuscua García Acenáriz, esta provincia estaba en torno y vasallaje del Reino de Pamplona, tal y como hicieron del testamento que Acenáriz y doña Galga, su esposa, habían otorgado en 1025 a favor del monasterio de San Juan de la Peña.

Esta integración, resultante de la actividad política de Sancho III, duró hasta 1076, año de la muerte de Sancho IV el de Peñalén. Y tras el cual, la vinculación política de Guipúzcoa cambió de orientación hacia el oeste, hacia el Señorío de Vizcaya.

En 1076, la mitad occidental del territorio guipuzcoano pasó a vincularse políticamente hacia el rey castellano Alfonso VI, mientras el resto se incorporaba al dominio del rey navarro-aragonés Sancho Ramírez. Ese cambio de dirección política adquirió carta de naturaleza, pues fueron los señores de Vizcaya quienes gobernaron Guipúzcoa en nombre de los reyes castellanos.

En 1078, Orbita Aznárez, navarro y primer eslabón conocido del futuro linaje alavés de Guevara, era senior de Guipúzcoa. Y, en 1082, el conde de Vizcaya, Lope Iñiguez, reunía ya en su persona las tenencias de Álava y Guipúzcoa.

De nuevo se situó en la órbita navarra en 1123, bajo el reinado de Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona. Así continuó hasta 1134, cuando fallecido Alfonso I el Batallador se separaron los reinos de Pamplona y Aragón.

El restaurador del reino de Pamplona, García IV Ramírez, retomó la soberanía sobre Álava, Guipúzcoa y Vizcaya a través de su tenente, Ladrón Íñiguez de Guevara. Esta soberanía la mantuvo Sancho VI el Sabio, que tuvo por tenente en Guipúzcoa a Vela Ladrón de Guevara.

En 1179, se adjudicaron las tierras riojanas a Castilla y las guipuzcoanas y alavesas a Navarra, por tratado suscrito entre el castellano Alfonso VIII y el navarro Sancho VI el Sabio. Este último concedió el Fuero de San Sebastián, en 1180, según el modelo de los de Jaca y Estellla.

Durante este periodo hasta 1200, los navarros sólo fundaron San Sebastián, centrando su atención en el sector oriental guipuzcoano, por razones de estrategia política y económica de Sancho VI, buscando una salida al mar, y por intereses del obispado de Pamplona. San Sebastián, llamada Easo, fue donada por Sancho III de al monasterio de Leyre (1014), y recibió el fuero de Estella (1150) y el de Jaca (1174).

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ESCUDO DE GUIPÚZCOA

Guipúzcoa, al igual que Álava, pasó a formar parte del Reino de Castilla en el año 1200 con título de Provincia. Ese año, el rey castellano usó una estrategia contraria a la alavesa y, en lugar de asegurarse la lealtad de la nobleza, se aseguró la lealtad de la población que estaba sometida a la nobleza, de ahí que los reyes castellanos creasen numerosas villas (aldeas con jurisdicción civil y penal).

Sin embargo, las fuentes coetáneas narran el hecho como el resultado de una expedición de conquista. Por ejemplo, el cronista navarro Rodrigo Jiménez de Rada, estricto contemporáneo de los hechos, los narró del siguiente modo:
"Por su parte el noble rey Alfonso de Castilla volvió a atacar el condado de Treviño y Álava y, después de largo asedio, inició el asalto de Vitoria (...) Y de esta forma conquistó el rey Alfonso Vitoria, el condado de Treviño, Álava y Guipúzcoa con las fortalezas y castillo de estas tierras, salvo la ciudad de Treviño, que la obtuvo más tarde a cambio de Inzura (...) Conquistó San Sebastián, Fuenterrabía, Belascoaga, Zaitegui, Aizcorroz, Arlucea, Arzorocia, Victoriano, Marañón, Auza, Ataun, Irurita y San Vicente."

Según Martínez Díez:
"La incorporación (a Castilla) más que obra de las armas lo fue de las negociaciones, pero no con las provincias, que no tenían entidades políticas o administrativas, sino con sus tenentes."

Alfonso VIII incorporó Álava y Guipúzcoa de forma definitiva a su reino. Navarra no pudo oponerse, no sólo a la potencia militar de su adversario, sino tampoco a la decisión de las pueblas guipuzcoanas de tomar partido por el castellano. Según el cronista e hidalguista Esteban de Garibay:
"... los guipuzcoanos deseaban volver a formar parte de Castilla por desafueros que según tradición antigua se conserva entre las gentes hasta hoy día, habían recibido los años pasados de los reyes de Navarra".

Según las capitulaciones de 1200, los guipuzcoanos pasaban a ser vasallos del rey de Castilla integrándose voluntariamente. Hay otra versión que señala que Guipúzcoa se confederó a Castilla, por lo que sus habitantes no eran vasallos reales.

Pero la unión con la Corona respetaba el sistema político de cierta autonomía en el funcionamiento de las Juntas Generales guipuzcoanas, en el respeto a los fueros y a los usos tradicionales, bajo la supervisión del corregidor, delegado del rey. Además, el monarca tenía un especial interés en tener libre paso a los territorios de Aquitania, Condado de Gascuña, cedidos a su esposa doña Leonor por su hermano Enrique II de Inglaterra.

JURA DE LOS FUEROS DE GUIPÚZCOA POR ALFONSO VIII

Desde el punto de vista espacial y social, en la Guipúzcoa vinculada a Navarra la población se asentaba de manera bastante dispersa en valles y montañas constituyendo circunscripciones que eran agrupaciones de aldeas y tierras llamadas Prebostazgos o Realengos rurales. Sus habitantes estaban vinculados a los señores feudales mediante fuertes lazos parentales y de vasallaje. El pueblo llano deseaba la disolución de estas relaciones socioeconómicas imperantes basadas en los vínculos feudales de parentesco y dependencias de linajes dominantes en los valles.

Mediante la fundación de villas este sistema feudal se diluiría. La fundación de una villa aforada por el rey llevaba implícito un nuevo ordenamiento jurídico para sus vecinos, los cuales podrían romper la relación de vasallaje y dependencia con respecto a sus señores feudales o parientes mayores. Esto dio lugar a una sociedad más flexible, orientada al comercio, la artesanía y la pesca y solares familiares individuales.

Y es que el rey castellano se aseguró la lealtad de la población, sometida a una fuerte nobleza y su sistema feudal, ante la promesa de la creación de nuevas villas aforadas con jurisdicción civil y penal. Con ello, además, se contribuía desde la villa a disolver las relaciones socio-económicas dominantes en Guipúzcoa, entre las que no podía encontrarse cómoda una sociedad más orientada al comercio y necesitada de vínculos sociales más flexibles.

tolosa oria gipuzkoa edad media tinglado mercado edad media
RÍO ORIA A SU PASO POR TOLOSA

Con Guipúzcoa en la Corona de Castilla, se fundaron 24 núcleos urbanos, reorganizando la estructura socioeconómica y territorial.

Entre 1203 y 1237, Alfonso VIII y Fernando III de Castilla fundaron las siguientes villas: Fuenterrabía (1203), Getaria y Motrico (1209), Zarautz (1237). El interés por los puertos era indudable, así como la de delimitar los extremos oriental y occidental, frente el Reino de Navarra en Fuenterrabía y ante el Señorío de Vizcaya en Motrico.

De 1256 a 1383, Alfonso X, Fernando IV, Alfonso XI, Enrique II y Juan I fundaron una veintena de villas: Deba (1343), Zumaia (1347), Orio (1379), etc. Los intereses fueron tanto económicos, para la creación de rutas comerciales (Salvatierra-San Sebastián, la actual Nacional I) y la prosperidad de puertos mercantiles (Orio), como defensivas, en Rentería, por ejemplo, las gentes huían de los abusos de los señores feudales del valle de Oyarzun. Además había un interés en delimitar la separación entre las tierras realengas y las del Señorío de Vizcaya fundando villas en la cuenca del Deba.

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ENTREGA DE LA CARTA PUEBLA DE ORDIZIA POR
ALFONSO X
, POR G. HOMBRADOS OÑATIVIA

A finales del siglo XIV, Guipúzcoa estaba ya estructurada territorialmente como una red de villas, desde sus puertos en el litoral hasta los renovados ejes de expansión interior, conectados por caminos, con una nueva dinámica económica y social. Cobraba importancia la actividad de las ferrerías junto con la ganadería.

Ser miembro de una villa implica poseer unas obligaciones de vecindad como el pago de impuestos municipales, y unos derechos, como la posibilidad de disfrutar de las tierras comunales; el vecino era juzgado por el alcalde y las autoridades reales según el Fuero municipal, librándole de arbitrariedades; se beneficiaba de las exenciones fiscales y penales que la carta foral señala; podía ser fiador y testigo en los juicios; aprovechaba la protección física que otorgaba su condición de vecino de una urbe delimitada territorialmente mediante una muralla y dotada de instituciones de gobierno. Por todo ello, la condición de vecino fue enormemente apetecida por quienes no la poseían.

Por otra parte, la crisis del feudalismo se reflejó en las guerras entre linajes nobiliarios: las Guerras de Banderizos. Las luchas entre los bandos de Oñaz y Gamboa llegaron hasta el punto de quemar Arrasate-Mondragón en 1448. Para luchar contra la violencia de los Parientes Mayores, las villas municipales crearon la Hermandad provincial por petición de ésta última, el rey Enrique IV mandó destruir todas las casas-torre.

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MAPA DE GUIPÚZCOA Y VILLAS FUNDADAS EN LA EDAD MEDIA

Durante los siglos XVI y XV, las Hermandades surgieron como agrupaciones de villas en defensa de las agresiones de la nobleza feudal en tiempos de la crisis bajomedieval. De forma progresiva se fueron constituyendo sus Juntas Generales provinciales, competentes en la toma de decisiones como la fiscalidad y responsables de la creación de un Derecho territorial. Estas dos instituciones fueron el soporte de la soberanía castellana en aquella tierra.

Desde su voluntaria incorporación a la Corona de Castilla el año 1200, acataba la legislación real de Castilla. A partir de 1463, tras varios intentos fallidos, se adoptaron los Cuadernos Ordenanzas de la Hermandad de Guipúzcoa. Para ejecutar las decisiones de las Juntas Generales se creó la Diputación Foral, órgano ejecutivo permanente y los Fueros formaban el ordenamiento jurídico y político.

Los historiadores nacionalistas reconocen y critican que los guipuzcoanos desde su unión a la Corona "tomaron más interés por las empresas y la prosperidad de Castilla que por la nación vasca". Tampoco mostraron el menor interés en unirse o entenderse con las otras regiones vascas y, en el caso de Navarra, llegaron incluso a enfrentamientos y discordias.

Las luchas entre Guipúzcoa y Navarra son calificadas por los historiadores vascos de horribles y duraderas. Una difícil vecindad en la que la topografía del terreno favorecía los ataques a mano armada. La inhibición de los poderes públicos y la escasez de recursos económicos llevaban al fácil robo de ganado, seguido de sangrientas luchas, asesinatos e incendios. Por ejemplo, solamente en dos años, 1429 y 1430, los guipuzcoanos quemaron veintitrés pueblos de Navarra.

El límite entre Navarra y Guipúzcoa era llamado en los documentos antiguos "frontera de malhechores". En esos documentos se llamaba castellanos a los guipuzcoanos, y estos lo tenían en honra, vanagloriándose de su hidalguía y de sus privilegios fiscales.

Dos familias destacaron en estas discordias: los Lazcano y los Oñaz, que tenían muchos servidores y castillos fronterizos, siendo el más odiado de los navarros el de Gorriti, que dio lugar al sangriento encuentro de Beotibar, con incendio de Berástegui seguido de derrota de los navarros en el valle de tal nombre (Beotibarko Zalaia), en el año 1321. Dicho encuentro debió ser importante ya que el poema de Alfonso el Onceno se refiere a él y se enorgullece de la victoria de los "lepuzcanos", considerados como gentes de Castilla.

Otra batalla famosa entre los odiados vecinos tuvo lugar muchos años después en el puente de Belate. En ella los guipuzcoanos, como fuerzas de Castilla, hicieron gran matanza en el Ejército franco-navarro y se apoderaron de doce cañones, que doña Juana de Castilla incorporó como un honor al escudo de Guipúzcoa.

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ESCUDO PROVINCIAL CON 12 CAÑONES DE BELATE Y REY DE CASTILLA

Navarra, durante muchos años, se vio asolada por las guerras entre bandos de agramonteses y beamonteses. Lo mismo ocurrió en Guipúzcoa entre gamboínos y oñacinos. La familia Gamboa procedía de Álava y la Oñaz de Guipúzcoa. Ellas agruparon en sus bandos a muchas gentes de las tres provincias. Era una época que comenzaba a estar dominada por los grandes señores con torres-fortaleza, los llamados parientes mayores (Aide Nagusiak) y "jauntxos" rurales. Algunos de ellos se distinguieron en la Reconquista contra los sarracenos y fueron recompensados por los reyes de Castilla con títulos nobiliarios. Estos últimos no debían tener denominación que aludiese a territorios vascos, pues los usos y costumbres de estos no eran compatibles con señoríos feudales, no admitían el dominio nominal de un noble en una población o comarca, lo que no dejaba de ser una ficción, porque el poder efectivo, como consentimiento del rey, estaba en manos de los tales parientes mayores, más o menos ennoblecidos.

El único modo de enfrentarse a este poder fue fortalecer los centros de población y agrupados en Hermandades, en apoyo también a la autoridad de las Juntas Generales y del rey. De igual manera empezaba a ocurrir en Castilla y el máximo exponente se dio en el reinado de los Reyes Católicos.

Enrique IV fue a Guipúzcoa en 1461, y puede decirse que esta unión, tan castellana y tan vasca, entre rey y pueblo (Juntas y villas) acabó con el poder territorial de los parientes mayores, que, en adelante, tuvieron que incorporarse a los ejércitos reales para luchar, y lo hicieron con gran valentía y fidelidad, en tierras de Al-Ándalus.

Con razón pudo escribir años después el historiador guipuzcoano Esteban de Garibai:
"Ya en nuestros tiempos, por la misericordia de Dios, está tan olvidado todo (las luchas civiles en tierras de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya) como si tal cosa nunca hubiera pasado."
Unos cuantos hechos históricos más, en general, que sirven para completar la presencia de Guipúzcoa en la Historia de España durante la Baja Edad Media.

La primera redacción legal del Fuero de Guipúzcoa se hizo en 1375 en la Junta General de Tolosa, siendo protector de la provincia (que es la primera de España en ser llamada así) el rey Enrique II de Trastamara. Su sucesor, Enrique III, nombró a Gonzalo Moro como representante en la Junta que se celebró en la iglesia de Getaria en julio de 1397, en la que se tomaron 64 acuerdos con aprobación real, la mayor parte para terminar con el poder de los parientes mayores.

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JUNTAS PARTICULARES DE GUIPÚZCOA

Enrique IV asistió en 1463 a la Junta General celebrada en Mondragón. En ella y en las celebradas después se utilizaron el euskera y el castellano indistintamente, aunque de las tres provincias vascas las juntas guipuzcoanas fueron las que más y mejor conservaron el euskera. El corregidor era recibido solemnemente bajo mazas, con música de los txistularis, y la soberanía real se hacía perfectamente compatible con los acuerdos de las Juntas. Los junteros eran llamados procuradores. Al disolverse las reuniones, delegaba en una Diputación Foral. Su presidente era el diputado general.

Con grado inferior al corregidor estaban los alcaldes de Hermandad, con poder local absoluto. Fueron ocho los elegidos por Segura, Tolosa, San Sebastián, Mondragón, Elgoibar, Guetaria, Azpeitia y Oyarzun. La Constitución foral consideraba nobles a todos los guipuzcoanos, con limpieza de sangre no adquirida sino de nacimiento. Se prohibía vivir en la provincia a moros, judíos, conversos y agotes. Esta última era una etnia extraña procedente del valle del Baztán, de origen ignoto y rechazada por todos, considerandos leprosos.

Por último, la Junta General de 1468, ejerciendo su soberanía, hizo jurar a Enrique IV "que jamás enajenaría de su Corona las villas, pueblos, etc…, ni Guipúzcoa entera", antes se comprometía a no disponer de la suerte de Guipúzcoa apartándola de la unión con la Corona de Castilla. Ni aun con la dispensa papal podía el rey de Castilla incumplir este juramento, que obligaban a todos los sucesores de Enrique IV.

En otro orden de cosas, la historia eclesiástica, no sólo de Álava sino también de Vizcaya, apunta de igual forma a la vinculación con Castilla. Desde finales del siglo XI, Álava pertenecía enteramente a la ya castellana diócesis de Calahorra; Vizcaya quedaba subdividida en dos sectores de influencia, con Las Encartaciones, al oeste del río Nervión, incluidas en la diócesis de Burgos, y el resto en la de Calahorra. El caso de Guipúzcoa es en este aspecto ciertamente más complejo, reflejando la disputa política entre las monarquías de Navarra y Castilla. Mientras que su borde occidental, limítrofe con Vizcaya, pertenecía a Calahorra, los demás territorios estaban adscritos a la sede episcopal de Pamplona, salvo las tierras delimitadas por los ríos Bidasoa y Oyarzun que dependían de la diócesis francesa de Bayona. Esta situación se mantuvo durante toda la Edad Media.

En 1508 y 1510, Fernando el Católico, a petición de los naturales de la provincia, intentó sin éxito conseguir un vicario general que diera independencia con respecto a las diócesis de Bayona y de Pamplona. En 1566, Pío V concedió la desmembración del obispado de Bayona y la incorporación al de Pamplona de estos territorios. Pero la pertenencia de Guipúzcoa a uno u otro obispado carecía de la trascendencia política anterior, pues hacía tiempo que Navarra había sido incorporada a la Monarquía española.

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PARROQUIA DE SAN JUAN BAUTISTA DE MONDRAGÓN