El recinto fortificado que las tropas atacantes francesas contemplaron en el verano de 1638, previo a su sitio, había sido levantado en su mayor parte hacía ya un siglo.
A pesar de tan gran lapso de tiempo transcurrido, de los progresos en la potencia, alcance y precisión de la artillería y de la endémica falta de dinero de la hacienda real para las adecuaciones y mantenimientos necesarios, la plaza poseía un sólidos muros.
El apoyo francés a la causa de Juana la Beltraneja frente a Isabel la Católica en la Guerra de Sucesión de Enrique IV supuso el fin de la tradicional alianza castellano-francesa en la baja Edad Media. Desde entonces, Guipúzcoa se convertía en tierra de frontera frente a un estado que estuvo en guerra con la Monarquía hispánica durante buena parte de la Edad Moderna por la supremacía en Europa. El sitio puesto por los franceses a Fuenterrabía en 1476 en el marco de aquella guerra sucesoria señaló el comienzo de una época de gran transcendencia en la historia de la ciudad por lo que suponía su consideración de plaza fuerte y primer bastión en la defensa del reino castellano ante las acometidas desde el otro lado del Bidasoa.
A pesar de tan gran lapso de tiempo transcurrido, de los progresos en la potencia, alcance y precisión de la artillería y de la endémica falta de dinero de la hacienda real para las adecuaciones y mantenimientos necesarios, la plaza poseía un sólidos muros.
El apoyo francés a la causa de Juana la Beltraneja frente a Isabel la Católica en la Guerra de Sucesión de Enrique IV supuso el fin de la tradicional alianza castellano-francesa en la baja Edad Media. Desde entonces, Guipúzcoa se convertía en tierra de frontera frente a un estado que estuvo en guerra con la Monarquía hispánica durante buena parte de la Edad Moderna por la supremacía en Europa. El sitio puesto por los franceses a Fuenterrabía en 1476 en el marco de aquella guerra sucesoria señaló el comienzo de una época de gran transcendencia en la historia de la ciudad por lo que suponía su consideración de plaza fuerte y primer bastión en la defensa del reino castellano ante las acometidas desde el otro lado del Bidasoa.
Los progresos experimentados paralelamente en el manejo de la pólvora y las armas de fuego trajeron como consecuencia nuevos modos de fortificar las poblaciones para hacer frente al creciente poder del cañón, provocando en Fuenterrabía un cambio muy importante en su fisonomía urbana que perdura hasta la actualidad como uno de los rasgos característicos de la población.
PLANO DE LA PLAZA CON AMPLIACIONES POSTERIORES AL SITIO DE 1638 EN SOMBREADO |
Inmediatamente después del sitio de 1476, se acometieron importantes obras en las defensas de la plaza que desembocaron, antes de que finalizase el siglo, en la construcción de un nuevo recinto formado por una barrera en la que se levantan cubos de planta circular en los frentes oeste y sur, todo ello al exterior de una muralla medieval que continuaba en pie y mantenía toda su funcionalidad, especialmente en los otros frentes.
Durante los primeros años del siglo XVI continuaron las obras en las fortificaciones pero fue a partir de la conquista castellana de Navarra en 1512, el incremento de la tensión bélica y el inicio de enfrentamientos armados en este sector de la frontera cuando las autoridades militares impulsaron con especial relieve los trabajos de fortificación de la plaza.
En el cuarto de siglo que va del período de ocupación francesa de la plaza (1521-1524) a mediados de siglo, se hizo levantar, en una primera fase, dos nuevos cubos de planta circular, por los arquitectos Leiva y Santa María, y buena parte de los lienzos de las murallas adyacentes. Pero fue especialmente en una segunda fase, desde 1530, cuando se produjeron los cambios más importantes con la erección de los dos baluartes "clásicos" de San Nicolás y la Reina, la finalización de las cortinas y la conversión del antiguo castillo en una auténtica plataforma artillera en lo alto de la población desde la que dominar el contorno. Un fortuito derrumbe de un tramo de muro en el ángulo sureste de la plaza en 1572 propició la construcción del baluarte de San Felipe para la defensa de este sector, siendo éste el último gran elemento de las fortificaciones construido antes del sitio de 1638.
A pesar del gran esfuerzo económico que había cambiado la fisonomía de las defensas de la ciudad, éstas presentaban importantes carencias según el experto arquitecto Tiburcio Espanochi ya a finales del mismo siglo XVI. Y su valoración cobró especial sentido tras los sucesos de 1638 y las reformas propuestas con posterioridad. Espanochi consideraba necesario engrandecer los baluartes de San Nicolás y la Reina para obtener mayor y más cómoda capacidad artillera y levantar otro baluarte por delante del cubo de la Magdalena. Aunque apreciaba la consistencia de la fábrica de las murallas, calificándola de "eterna" y "bonsissima", llamó la atención el dominio que sobre la plaza tienen las colinas del frente oeste y el cómodo alojamiento cubierto de los fuegos de la plaza que ofrecían a los atacantes los vallecillos existentes entre ellas, permitiéndoles batir directamente el recinto magistral de la plaza sin tener que vencer otros obstáculos previos.
Durante los primeros años del siglo XVI continuaron las obras en las fortificaciones pero fue a partir de la conquista castellana de Navarra en 1512, el incremento de la tensión bélica y el inicio de enfrentamientos armados en este sector de la frontera cuando las autoridades militares impulsaron con especial relieve los trabajos de fortificación de la plaza.
En el cuarto de siglo que va del período de ocupación francesa de la plaza (1521-1524) a mediados de siglo, se hizo levantar, en una primera fase, dos nuevos cubos de planta circular, por los arquitectos Leiva y Santa María, y buena parte de los lienzos de las murallas adyacentes. Pero fue especialmente en una segunda fase, desde 1530, cuando se produjeron los cambios más importantes con la erección de los dos baluartes "clásicos" de San Nicolás y la Reina, la finalización de las cortinas y la conversión del antiguo castillo en una auténtica plataforma artillera en lo alto de la población desde la que dominar el contorno. Un fortuito derrumbe de un tramo de muro en el ángulo sureste de la plaza en 1572 propició la construcción del baluarte de San Felipe para la defensa de este sector, siendo éste el último gran elemento de las fortificaciones construido antes del sitio de 1638.
A pesar del gran esfuerzo económico que había cambiado la fisonomía de las defensas de la ciudad, éstas presentaban importantes carencias según el experto arquitecto Tiburcio Espanochi ya a finales del mismo siglo XVI. Y su valoración cobró especial sentido tras los sucesos de 1638 y las reformas propuestas con posterioridad. Espanochi consideraba necesario engrandecer los baluartes de San Nicolás y la Reina para obtener mayor y más cómoda capacidad artillera y levantar otro baluarte por delante del cubo de la Magdalena. Aunque apreciaba la consistencia de la fábrica de las murallas, calificándola de "eterna" y "bonsissima", llamó la atención el dominio que sobre la plaza tienen las colinas del frente oeste y el cómodo alojamiento cubierto de los fuegos de la plaza que ofrecían a los atacantes los vallecillos existentes entre ellas, permitiéndoles batir directamente el recinto magistral de la plaza sin tener que vencer otros obstáculos previos.
FUENTERRABÍA SIGLO XVII |
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