BALA DE CAÑÓN BRITÁNICO DE HIERRO FUNDIDO INCRUSTADA
EN UN SILLAR DURANTE EL SITIO DE TOLÓN EN 1709
Fue durante el transcurso del combate de Vélez-Málaga de la Guerra de Sucesión, en verano de 1704, cuando el guardiamarina Blas de Lezo fue alcanzado por una bala de cañón en su pierna izquierda. Se encontraba en su puesto asegurando que el fuego de la artillería fuese constante y gracias al control de su sufrimiento pudo continuar en su puesto de combate. La bala le produjo tan graves destrozos que, según relató el propio Lezo, "de un tiro de cañón perdió del todo una pierna que se la hubieron de cortar, recuperándose de herida tan considerable a costa de crecidos gastos".
La capacidad destructiva de este tipo de proyectiles de hierro fundido sobre un edificio, y en mayor media sobre una persona, podía ser demoledora. Tras la amputación, a pesar de que tuvo que acostumbrarse a su pérdida además de aprender a andar con una prótesis, se reintegró al servicio naval al año siguiente.
Además de la pierna, perdió la visión del ojo izquierdo durante el sitio del castillo de Santa Catalina de Tolón producido por el impacto de una esquirla que le reventó dicho ojo. Finalmente, un balazo de mosquete le hizo perder la movilidad del brazo derecho en el segundo sitio de Barcelona. Como él mismo llegó a escribir "ostilizando a los enemigos... recibo diferentes eridas".
A los 25 años ya se había quedado cojo, tuerto y manco; "Mediohombre" le llamaron. Pero dando pruebas de su capacidad de superación ante la discapacidad física llegó a ser uno de los grandes marinos de la historia de la Armada española.
SIERRA DE AMPUTAR DE MADERA DE NOGAL DE 1748, POR FRANCISCO MAURO
La sierra de amputar fue un instrumento muy utilizado por los cirujanos destinados a los navíos de guerra. Era difícil de manejar y producía cortes poco definidos y graves destrozos en las intervenciones. Seguramente, un utensilio de parecidas características sirvió para amputar la pierna de Blas de Lezo, cercenada por una bala de cañón en el combate de Vélez-Málaga.
A lo largo del siglo XVIII, los médicos y cirujanos del ejército lograron un mayor reconocimiento. En 1721, Felipe V promulgó el Reglamento sobre servicios sanitarios del ejército y, en 1728, fundó el Cuerpo de Cirujanos de la Armada, preludio de una sanidad naval diferenciada. Aunque fue a mediados de siglo cuando se inauguraron los primeros Reales Colegios de Cirugía y la profesión se especializó definitivamente.
EXTRACTOR DE BALAS DE ACERO, SIGLO XVIII
El extractor de balas fue, junto a la sierra de amputar, uno de los instrumentos más utilizados por los cirujanos militares en el siglo XVIII. Durante el procedimiento, el paciente debía de soportar un gran dolor y la recuperación no estaba exenta de posteriores infecciones. Sin embargo, la fabricación de estos útiles resultó de gran ayuda a los médicos cirujanos.
Los extractores de balas debían ser ligeros y delgados, pero con la solidez suficiente para soportar la aplicación de la fuerza necesaria para la extracción. El giro del tornillo situado en un extremo permitía que los brazos se abrieran en función del tamaño de la bala.
LÁMINAS DEL TRATADO DE VENDAGES Y APOSITOS PARA EL USO
DE LOS REALES COLEGIOS DE CIRUGÍA, POR FRANCISCO CANIVELL
Blas de Lezo demostró una gran fortaleza psicológica y anímica ante la adversidad a lo largo de toda su vida. Evidentemente, estaba hecho de una pasta especial. Tuvo una naturaleza privilegiada y una enorme resistencia a la fatiga para aguantar, cuando se encontraba al mando de la Escuadra del Mar del Sur, ya que el clima insano, el hambre, la falta de agua y las enfermedades y epidemias causaron numerosas bajas en las dotaciones de tripulación y guarnición.
Años más tarde, estando al mando de la Escuadra del Mediterráneo, se desencadenó una epidemia de tifus exantemático que ocasionó más de 500 muertos. Lezo, a pesar de encontrase entre los muchos enfermos, logró recuperarse.
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