Siguiendo la tradición familiar, el capitán vizcaíno Pedro de Zubiaur se había dedicado a las armas marítimas desde joven. En 1568, a los veintiocho años de edad, realizó su primer servicio a la Monarquía de Felipe II poniéndose a disposición de la Real Armada española. Estaba al mando de dos zabras que había construido él mismo, pequeñas naos ligeras y maniobrables, entre mercantes y pesqueros de altura, muy bien artilladas, utilizadas en las escuadras como buques exploradores y mensajeros.
Su primera misión estuvo basada en el transporte de caudales a Flandes, pagas para las tropas del duque de Alba, el general Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, entonces en plena rebelión. La asignación de Zubiaur para esta misión de alto riesgo demuestra la confianza que el Real Consejo de Guerra había puesto en él por sus antecedentes familiares, así como por su experiencia en recorrer aguas del Atlántico norte.
A los pocos días de haber zarpado desde Bilbao, Zubiaur fue sorprendido por una armada de 40 navíos de hugonotes procedentes del puerto de La Rochelle, protestantes franceses con los que España estaba en conflicto por la Guerra de los Ochenta Años. Ante el riesgo de perder su valioso cargamento, pudo esquivarlos poniendo rubo a Inglaterra, país neutral en la contienda en aquel momento. Una vez a salvo en algún puerto inglés, estableció contacto con el embajador español en Londres, Guerán de Espés, quien le advirtió del peligro de salir a la mar a la primera ocasión favorable.
Sin embargo, no serían los navíos franceses su peor amenaza, sino la orden de Isabel I de Tudor de embargar todos los navíos españoles y portugueses atracados en sus puertos y arrestar a sus tripulantes. Trataba de compensar las pérdidas que habían sufrido los mercaderes ingleses que fueron capturados en Flandes por el duque de Alba y que apoyaban o colaboraban con los rebeldes flamencos mediante el comercio. Esta decisión afectó a decenas embarcaciones y cerca de 500 hombres, el resto o pudieron escapar o se declararon en rebeldía con Felipe II.
Durante un año, Zubiaur sufrió cautiverio, hasta que consiguió pagar el correspondiente rescate que lo liberó junto a otros 350 prisioneros españoles. Pero en esta desafortunada experiencia aprendió dos cosas: a fiarse únicamente de su propio juicio y el idioma inglés, lo que le posibilitaría futuras misiones.
Recuperó sus dos zabras sin los cargamentos monetarios, y llegó a Flandes, donde se puso a las órdenes del duque de Alba y le informó de lo sucedido. Este le envío de vuelta a España con la correspondencia a la Corte. Así terminó su primera misión al servicio de la Monarquía hispánica de Felipe II.
La segunda misión de Pedro de Zubiaur ocurrió durante aquella guerra no declarada por el Reino de Inglaterra, durante su incursión por las costas del Virreinato de la Nueva España, el pirata Francis Drake había interceptado una caravana de mulas cargadas de plata en el río Chagres, en el tránsito desde Panamá hasta Nombre de Dios. Este acto de piratería inglesa sobre el territorio americano había cogido desprevenida a las autoridades virreinales, pues no se había dotado de una guarnición militar que respaldarse el valioso Tesoro del Perú, siendo capturado por Drake con 23 hombres en un solo barco.
Como ambos países estaban en paz y con relaciones diplomáticas normales, la Corte consideró que debía exigir una compensación por el expolio sufrido. Así, en 1573, la Casa de Contratación de Sevilla comisionó a Zubiaur para que viajase a Londres y reclamase la compensación oportuna ante la Corte. Esta acción debía realizarla con el nuevo embajador Bernardino de Mendoza, un veterano de la Guerra de Flandes y organizador de los servicios secretos españoles en Inglaterra. Pero, tras varias gestiones de todo tipo, no se obtuvieron resultados frente a contundente negativa de Isabel I. Aseguraba no saber nada de las aventuras de su corsario Drake, mientras se beneficiaba personalmente del producto de sus saqueos.



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