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16/03/2024

Guerra de la Navarrería


La ciudad de Pamplona fue el centro neurálgico y Corte Real desde la fundación del reino por Íñigo Arista, continuando con esta saga de los Íñigo y con los primeros reyes de la dinastía Jimeno. En el siglo X, Sancho II Garcés donó la custodia de Pamplona al obispo y a los canónigos de la catedral, hecho que fue ratificado por Sancho Ramírez en 1087. El sometimiento de la ciudad a la jurisdicción eclesiástica suponía que los reyes no percibían renta alguna y apenas ejerció como Corte y sede real. Incluso, el Palacio Real perteneció durante más tiempo a los obispos que a los reyes. En 1319, bajo el Concordato de París, la Iglesia cedió al rey de Navarra el señorío y las rentas de Pamplona.

Esta población autóctona y en dominio del obispo fue llamada Navarrería. Frente a ella, los reyes navarros optaron por organizar sus propios núcleos de población. En 1129, Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona, concedió el Fuero de Jaca al Burgo de San Cernin. Este era un barrio formado por extranjeros francos, burgueses y comerciantes ya establecidos desde 1090, en el que estaba prohibido el asentamiento de navarros.

Otro asentamiento fue el Burgo de San Nicolás, que era más heterogénea. También existieron barrios más efímeros como La Pobla Nova del Mercat, el Burgo de San Miguel y la Judería. Por tanto, no hubo una Pamplona, sino tres, cada una con una población diferenciada en lengua y origen, desiguales privilegios, separadas por murallas y torres, con sus propios regidores, y con sus propias rivalidades.

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BURGOS MEDIEVALES DE PAMPLONA

Los primeros enfrentamientos violentos tuvieron lugar en 1213, y el incendio de la iglesia de San Nicolás en 1222. Pero estos enfrentamientos se transformaron la conocida como Guerra de la Navarrería, o Guerra de los Burgos de Pamplona, en 1276.

Los burgos de San Cernin y San Nicolás arrasaron por completo la Navarrería, por tanto, fue una reyerta de los francos y burgueses privilegiados contra los autóctonos. Además, el obispado pretendía extender su dominio a toda la ciudad, frente a la soberanía del rey en los burgos. Todo comenzó cuando en 1274, el barrio de la Navarrería consiguió que el rey Enrique I les permitiera la construcción de murallas y torres defensivas a cambio de 30.000 sanchetes, que eran unas monedas navarras de plata.

Pero tuvo un trasfondo más a nivel de reino que de ciudad. Aquel año de 1274, fallecía Enrique I, y en la sucesión al trono del Reino de Navarra tomaron parte tres potencias vecinas: Francia, Aragón y Castilla. Por derecho de sucesión, Juana sería la legítima heredera al trono por ser hija de Enrique de Champaña y de Blanca de Artois. Pero tenía dos años de edad, por lo que reinaría bajo la tutela de su madre. Juana pasaría el resto de su vida en Francia, no regresando a Navarra desde que Blanca se la llevó a sus señoríos de aquel reino. Desde allí, luchó para que su hija obtuviera el título real navarro.

Ya que el Reino de Navarra dejaría de estar vinculado el entorno español para pasar a la órbita de influencia francesa, Aragón y Castilla trataron de hacerse con el trono.

En el Reino de Castilla, Alfonso X el Sabio también presentó la candidatura de su primogénito, el infante Fernando. Tenía los apoyos del obispado de Pamplona y del rico hombre García de Almoravid. Para afianzarla, en septiembre de 1274, Alfonso X sitió a Viana sin conseguir su rendición. Y volvió ha fracasar en otro intento cuando supo la decisión de las Cortes de Olite.

En el Reino de Aragón, Jaime I el Conquistador presentó la candidatura al trono para su hijo Pedro, si era esa la voluntad de los señores del reino. Este ofrecimiento, se consumó tras negociaciones en las Cortes de Olite, reunidas el 1 de noviembre de 1274, cuya resolución aceptaba a Pedro de Aragón como rey de Navarra en futuro matrimonio con Juana. Los señores prestarían juramento a este pretendiente tan pronto como llegase. Navarra ya tenía el precedente de unión dinástica con Aragón bajo los reinados de Sancho Ramírez, Pedro I y Alfonso I el Batallador unas décadas atrás.

Blanca consiguió el apoyo del concejo de Estella y del rico hombre Juan Sánchez de Monteagudo, junto a la influyente judería, a los que convenció por legitimidad dinástica de Juana, frente al principio electivo de las Cortes de Olite. Aquellos confederados proclamaron de forma unilateral guardar el castillo de Estella para la princesa en diciembre de 1274. Acto seguido, nombró a Pedro Sánchez de Monteagudo como regente del reino para mantener la unidad en defensa de los derechos sucesorios de Juana. La Junta de los infantes de Obanos se sumó a la lucha.

Fue el inicio de una larga estrategia que estaba tramando Blanca de Artois en calidad de regente. A inicios de 1275, se trasladó a París, y allí entregó la regencia de Navarra a su primo Felipe III el Atrevido. Ambos acordaron el matrimonio con el futuro rey francés Felipe IV el Hermoso.

El rey de Francia exigió a los ricos hombres y caballeros navarros cuáles eran las condiciones que debería asumir un gobernador nombrado por él. La respuesta, fechada el 8 de julio de 1275, fue el respeto a los fueros del reino y a los privilegios de los ricos hombres, infanzones y buenas villas y encomiendas.

Sin embargo, el reino estaba dividido: el gobernador Sánchez de Monteagudo tenía preferencia por el aragonés Pedro; otros ricos hombres, como García de Almoravid, se inclinaban por la candidatura castellana de Fernando. Ante este bloqueo, el rey francés reaccionó nombrado nuevo gobernador a Eustaquio de Beaumarchais, quien juró los fueros del Reino en Pamplona y exigió juramentos a los ricos hombres y buenas villas. Este gobernador ganó el apoyo de los infanzones y la enemistad de los ricos hombres, que le acusaron de establecer contrafueros.

La tensión reactivó los enfrentamientos violentos de los barrios de Pamplona debido también a la construcción de murallas y torres defensivas en la Navarrería, en desacuerdo con San Cernin y San Nicolás. La Navarrería recibió el apoyo de los ricos hombres así como del obispo y el cabildo catedralicio. Se estaba fortificando y construyendo máquinas de guerra, encargando su defensa a García de Almoravid.

El conflicto primero fue interno entre los burgos, con escaramuzas, algún enfrentamiento directo y constantes lanzamientos de flechas y piedras desde las torres y murallas que causaron cuantiosos muertos y destrozos. El gobernador Beaumarchis se refugió en los burgos de francos y pidió refuerzos al rey de Francia. El obispo Armingot acudió a Castilla para requerir el apoyo armado del Alfonso X. Además, el exgobernador Sánchez de Monteagudo fue asesinado por un complot encabezado por su enemigo García de Almoravid.

Y este enfrentamiento político-social de una ciudad se convirtió en una guerra militar entre reinos y entre estamentos navarros.

En septiembre de 1276, el ya proclamado rey regente Felipe el Atrevido envió un poderoso ejército que cruzó los Pirineos, sometió a toda Pamplona, saqueó y destruyó del barrio de la Navarrería y ejecutó penas de muerte a muchos resistentes. Los caballeros que la defendía huyeron de noche cuando ya se vieron vencidos. Las tropas castellanas habían llegado algo tarde, se encontraban en el monte El Perdón, a pocos kilómetros al sur de la ciudad. Todo estaba perdido para ellos cuando vieron las columnas de humo.

Así lo relató el cronista y poeta Guillermo Anelier:
"Allí verías abrir y destrozar féretros, y derramar cerebros y despedazar cabezas, y maltratar a damas y doncellas, y robar la corona al santo crucifijo y coger las lámparas de plata, y robar las reliquias, los cálices, las cruces y los altares... Y veríais a la Navarrería tan abatida que en un mes no podríais estar bajo techo, al contrario podríais hacer hierba o sembrar trigo."

La catedral sufrió una amplia destrucción y hasta el sarcófago de Enrique I fue profanado. El obispado sólo pudo pactar con el gobernador francés mediante la cesión de control temporal de la mitad de Pamplona. Además, los rebeldes debían indemnizar los destrozos causados a los barrios de San Cernin y San Nicolás. Años después, el papa de Roma sancionó los castigos impuestos a la sede episcopal pamplonesa.

La Navarrería no fue reconstruida hasta cinco décadas después, en 1324, bajo el reinado de Carlos III el Noble. Un año antes, dictó el Privilegio de la Unión, que unificaba la ciudad, levantó el Ayuntamiento en terreno de extra-barrios y dotó con las mismas leyes a los tres burgos.

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PLANO DE LOS BURGOS DE PAMPLONA

29/01/2023

Armadas vascas en la Guerra de Sucesión de Castilla


Tras la muerte de Enrique IV en 1471, los vascos defendieron los intereses de la princesa Isabel I de Trastamara en la sucesión al trono del Reino de Castilla, y en contra de los de Juana la Beltraneja. Esta última estaba vinculada al Reino de Portugal porque era sobrina del rey luso. En cambio, Isabel I vinculó el Reino de Castilla a la Corona de Aragón, mediante su matrimonio con Fernando, príncipe de Aragón y rey de Sicilia. Se produjo, entonces, la Guerra de Sucesión castellana entre los años 1475 y 1479, que se convirtió en un conflicto internacional en el cual Isabel y Fernando lucharon contra los aliados Portugal y Francia.

Para ganar, los Católicos pidieron a Bilbao que aparejase naos; y a Bilbao, Bermeo, Portugalete y Laredo, que recogiesen lombardas, serbatones y truenos de naos, carabelas y fustas que hubiese en sus puertos a condición de devolver y pagar lo que valieren.

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ISABEL LA CATÓLICA

Ese mismo año de 1471, el duque de Medina Sidonia organizó la defensa de Sevilla contra el bloqueo realizado por la Armada del marqués de Cádiz, que intentaba impedir la llegada de mantenimientos a la ciudad hispalense. Para ello, contó con una flota compuesta de dos galeras y dos naos vizcaínas, que estaban al servicio de Castilla. Las embarcaciones vascas estaban mandadas por Juan Beltrán y Juan Pérez de Urioste.

La nao de Beltrán embarcaba a 96 hombres y ganaba de flete 25.000 maravedís mensuales. Sus 58 hombres de armas percibían 600 maravedís al mes, los 23 ballesteros 400, los 7 grumetes 300 y los 6 pajes 200. El piloto ganaba 2.500 y el maestre 3.000. A los gastos de personal se sumaban los de material (7 docenas de tablas para el tillado, 3 quintales de sebo y candelas, 20 varas de lienzo para manteles) y los de mantenimientos (120 quintales de bizcocho, más pan, vino y carne en algunos días).

Ya en 1475, el doctor Lillo armó la nao de Juan de Bermeo, en la que gastó 53.560 maravedís, más 26.000 maravedís en 20 botas de vino, 20.560 maravedís en bizcocho y 3.000 maravedís en pólvora.

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MAPA PENINSULAR DURANTE EL REINADO DE LOS CATÓLICOS

Mediante la Pragmática del 20 de marzo de 1576, el rey Fernando concedía ventajas a quienes construyan naos de más de 600 toneladas, medida que activó el desarrollo naval en los puertos y astilleros vascos, incitando a mercaderes, maestres y armadores.

En 1476, se reunió una flota defensora de la causa de Isabel la Católica formada por naves castellanas y aragonesas. Entre estas estaban las naos vascas de Salazar y Ortún Pérez de Gaviola, junto a la nao Zumaya, de la misma procedencia y capitaneada por Juan Martínez de Mendaro. Esta armada combatió en aguas del Estrecho contra la escuadra luso-genovesa. El resultado fue la captura y destrucción de varias embarcaciones enemigas por parte de la flota castellana.

Antes de su partida en abril o mayo de 1476, dos de las naos vascas contratadas para la misma (las de Salazar y Ortún Pérez de Gaviola) participaron, en unión de su coterránea la nao Zumaya, en el combate del Estrecho que se efectuó contra ciertas naves portuguesas, capitaneadas por La Borralla.

Este episodio está recogido en las crónicas de Palencia y Valera. El primero calificó a la Zumaya de Juan Martínez de Mendaro, como de igual tamaño que La Borralla y que embarcaba 300 hombres. De las otras 2 naos vizcaínas señaló que eran más pequeñas, pero de gran velocidad, destacando la capacidad de fuego de sus bombardas. En el combate hizo intervenir a 4 o 5 galeras portuguesas, auxiliadas por algunas pequeñas carabelas de este origen; frente a las 6 galeras, 3 naos y 5 carabelas del lado castellano (aunque en el relato del enfrentamiento su número parece ser menor). El resultado fue, según este autor, la captura de 2 embarcaciones portuguesas (más otra genovesa) y la destrucción 2 más.

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NAOS DE JUAN MARTÍNEZ DE MENDARO

En este mismo año actuó en Andalucía la flota mandada por Ladrón de Guevara, cuya misión era perseguir a la escuadra portuguesa que conducía a su rey a Marsella. Se trataba de una parte de la flota de 30 naves organizada para combatir la amenaza del corsario Coulón contra Fuenterrabía y los ataques corsarios en aguas gallegas, que había sido desmovilizada tras alcanzar sus objetivos.

Según Las bienandanzas e fortunas del banderizo Lope García de Salazar, en la Guerra de Portugal participaron nobles banderizos de su misma condición estamental como Gonzalo Gómez de Butrón, principal responsable de la Batalla de Munguía, al mando del almirante Diego Hurtado de Mendoza; Juan Iñiguez de Retuerto, Iñigo Sánchez, Sancho García Cardo de Muñatones.

Por último, Salazar incluyó a Sancho de la Sierra, Martín Pérez de Poveña, Pedro Estantado, Sánchez Viejo, y Pedro San Lorenzo, todos ellos vecinos de Las Encartaciones.

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RÉPLICAS DE NAO CASTELLANA Y DE CARABELA PORTUGUESA

Los Reyes Católicos hicieron construir la fortificación de San Sebastián, parte de cuyos muros occidentales se conservan en el muelle de la Lasta de la capital donostiarra. La placa que lo conmemora en alguna ocasión sufrió actos vandálicos por parte de los independentistas, ante la evidencia de los hechos históricos.

En 1476, el Reino de Castilla preparó la llamada Flota naval de Guinea, para luchar contra los barcos portugueses que traían oro y esclavos desde sus posesiones en la Guinea. Esta acción estuvo englobada en las estrategias que efectuaron Isabel y Fernando con el objetivo de ganar la Guerra contra Portugal, reino que reclamaba la legitimidad al trono de Castilla para Juana la Beltraneja, vinculada al reino luso.

La flota estuvo capitaneada por Charles de Valera, y compuesta por 12 embarcaciones: 3 naos vizcaínas y 9 carabelas andaluzas; todas con capitanes andaluces expertos en la navegación a dicha región. En su camino hacia la costa africana, la flota atacó las islas de Cabo Verde. Una vez en su destino, capturó dos carabelas del marqués de Cádiz.

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DESEMBARCO DE LA FLOTA CASTELLANA EN LAS ISLAS CANARIAS

En 1477, de forma simultánea, se organizaron dos flotas: una para la conquista de Gran Canaria y otra para Guinea. La coincidencia temporal buscaba confundir a los portugueses y contar en Gran Canaria con un punto de apoyo en las navegaciones a Guinea.

La llegada de los navíos portugueses derrotó y apresó a los navíos castellanos. Los lusitanos habían atacado previamente el archipiélago canario, donde capturaron a quienes se hallaban salteando las islas en busca de botín, pero fracasaron en su intento de desembarcar en Gran Canaria para impedir su incorporación a la Corona castellana.

En cuanto a la pequeña Flota a Guinea, participaron la nao Salazar y la carabela Santa María Magdalena, propiedad de Iñigo Ibáñez de Artieta y patroneada por Antón Martínez Nieto. También consta el viaje de la nao Barbera, cuyo patrón era Juan Ochoa de Elguero, vecino de Bilbao.

La nao Barbera participó tres años más tarde en el transporte de tropas militares a Gran Canaria. En aquella expedición de 1480 llegó Pedro de Vera, general de la conquista de la Gran Canaria, acompañado de Miguel de Muxica, receptor de los Quintos Reales, y de su primo Juan Civerio Muxica, naturales de Villafranca de Ordizia.

Miguel de Muxica murió durante el ataque de Ajódar, tras haber traído hasta 300 hombres de refuerzos provenientes de Guipúzcoa y de las montañas de Burgos. Por eso, fueron también conquistadores Alonso de Navarrete, García de Vergara, Juan Pérez de Aguirre, Juan Martin Arteaga, Panucio de Bilbao, Alonso de San Juan, los Lezcanos, los Bachicaos, etc., todos vascongados. Precisamente, la noticia de la conquista de la Gran Canaria la tuvieron los Reyes Católicos en Vitoria, en 1483.

Estos enfrentamientos entre Castilla y Portugal no sólo decidieron la sucesión al trono castellano, también el control de las rutas comerciales hacia África. La actuación de ésta flota contra los intereses de Portugal en Guinea fue decisiva en la firma del Tratado de Alcaçovas en 1479, por lo cual se ponía fin a la Guerra de Sucesión al trono de Castilla y se repartieron los territorios del Atlántico entre los dos reinos de la siguiente manera: para Portugal la posesiones de Guinea, Madeira, Azores, Cabo Verde y para Castilla la soberanía sobre las islas Canarias.

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TRATADOS DE ALCAÇOVAS Y TORDESILLAS

19/07/2021

Conquista de Vitoria por Alfonso VIII de Castilla


La política urbana de los reyes navarros Sancho VI el Sabio y Sancho VII el Fuerte, conscientes en aumentar el número de villas de realengo, producía recelos en los caballeros alaveses, que veían disminuir sus tierras y el número de sus campesinos. Esta reducción del régimen señorial, resultado de su progreso socio-político, no gustaba nada a los señores vascongados. A su vez, se correspondía con la desconfianza creciente, observable desde tiempos de Sancho VI, de los reyes navarros respecto de los señores alaveses. Poco a poco, los dos Sanchos fueron quitándoles las tenencias de las principales fortalezas y sus tierras para encomendárselas a navarros nativos. Así, pierden las suyas el último de los Vela, Pedro Ladrón e Íñigo López de Mendoza, que fueron encomendadas a navarros.

La reorganización del territorio vascongado en aquellos años sentó las bases de su posterior inclinación hacia Castilla, en 1200.

ESTATUA DE SANCHO VII EN TUDELA

Ya, en marzo de 1199, previendo un posible ataque castellano, Sancho VII confió la tenencia de San Sebastián al navarro Juan de Vidaurre. Correspondían a la misma los castillos de Beloaga y Arzorocia.

En el curso de la guerra, Pedro Ladrón no había dudado en pasarse al rey castellano cuando éste, en 1198, y en su marcha hacia Treviño, comenzó a ocupar tierras alavesas. La Cofradía de Álava jugó un papel importante en la secesión respecto de Navarra y en la adhesión de gran parte de los territorios vascos al rey castellano. La cofradía representaba en algún grado la institucionalización de la vida político-social alavesa, ya que existía desde 1110. Dentro de un marco feudal, era lógico que los señores vascos calculasen lo que podrían beneficiarse del gran porvenir que se auguraba para Castilla en la mitad sur de la península.

En 1199, Alfonso VIII se dirigió contra Miranda, cruzó su puente sobre el río Ebro y avanzó sobre Álava y hacia San Sebastián. El avance castellano no fue un paseo, pues las guarniciones y tenentes navarros opusieron cerrada resistencia, notablemente los de Portilla y Treviño, que no se entregaron. Pero la población del territorio, desde luego, no opuso resistencia conocida a la conquista castellana. Posiblemente fuese por la vieja y larga unión con Castilla, antes de la efímera adhesión de los estamentos señoriales al rey de Navarra.

Pero no fue así con respecto a Vitoria, donde si que hubo una fuerte resistencia a la conquista castellana, ya que había sido fundada por Sancho VI el Sabio.

MURALLA DE VITORIA

El sitio de Vitoria por las tropas castellanas comenzó en junio de 1199. Alfonso VIII se unió a él en agosto, permaneciendo varios meses ante sus muros. Vitoria poseía un reformado sistema de murallas y muy bien emplazadas, y estaba defendida por un buen tenente, Martín Chipia. No obstante, dada la pequeñez de la plaza y la escasez de recursos humanos propia del Reino de Navarra, además de la creciente carencia de vituallas, los defensores vieron la situación objetivamente perdida, por lo que Chipia envió mensajeros al rey Sancho VII, que estaba en tierra de moros, para pedirle la venia de capitulación. Uno de ellos fue el obispo de Pamplona. Los comisionados regresaron con el beneplácito real, y Vitoria fue entregada antes del final de enero de 1200.

No había en el resto de Álava y Guipúzcoa fortificación comparable a la de Vitoria. Con su caída, el resto de Álava, Guipúzcoa y la Burunda (Navarra) se entregaron sin más dilaciones. Al menos seis tenentes navarros de castillo o fortaleza conservaron la reputación, a pesar de haber perdido las plazas por rendición o capitulación, como demuestra el hecho de que siguieron al servicio del rey navarro con otras encomiendas, como el propio Martín Chipia y Vidaurre. Tan solo uno de ellos, Martín Ruiz, falleció durante la defensa de Portilla (Álava).

ESTATUA DE ALFONSO VIII DE CASTILLA

Sancho VII se hallaba en Sevilla esperando la llegada de los embajadores del sultán, que estaba en Marruecos. Pero al estar en guerra con otras partes de su Imperio norteafricano, no pudo aliarse con el rey navarro. Regresó a Tudela a inicios del 1201. Había perdido el poder de los territorios de Álav y Guipúzcoa, incluidas las ciudades Vitoria y San Sebastián. Esta ciudad aún no pertenecía a la provincia, y además a ella estaban unidas Pasajes y Fuenterrabía, lo que hizo que Navarra perdiera territorio al mar para siempre.

Su intento de neutralización a Castilla tratando de tejer una alianza con los almohades había fracasado. En la tregua, intervino el papa Todo, en marzo de 1201. También tomaron parte de las negociaciones los señores de las tenencias de las comarcas mayores; ninguna otra institución tuvo influencia en la toma de posiciones ya que todas eran muy débiles en esas zonas del territorio vasco al carecer de obispado y de ciudades importantes. La Crónica de los Once Reyes dice que Alfonso VIII ganó veinticinco lugares y castillos, de los cuales retuvo catorce y devolvió once. Adquirió Treviño y Portilla, en Álava, y a cambio retornó Inzura, Miranda, Mendavia y Larraga, en Navarra.

Un caso de afiliación en sentido contrario al de la mayoría de los nobles vascos fue el de Diego II López de Haro, señor de Vizcaya, el hombre más influyente de la Corte castellana y alférez mayor de Castilla, cargo por el que alzaba el pendón real en las aclamaciones al rey. En mayo de 1199, estaba en Pancorbo (Burgos), dispuesto a la empresa militar. Pero en agosto había sido desplazado como alférez mayor por un hombre de la familia Lara, y aunque Diego siguió en la Corte hasta septiembre de 1201, poco después, según noticias del arzobispo Jiménez de Rada, se desvinculó de Alfonso VIII y se puso al servicio de Sancho VII. En una de sus incursiones contra los dominios del rey castellano, incendió Vitoria; era el Jueves Santo de 1202. En septiembre, los dos Alfonsos, el VIII de Castilla y el IX de León, le cercaron en Estella, ciudad que el de Haro había recibido como tenente de manos de Sancho. Desde luego, el cerco no dio resultado alguno, pero la desvinculación de Diego II López de Haro facilitó al rey de Castilla su total dominio del Señorío de Vizcaya.

Años más tarde, Diego II López de Haro regresaría a la Corte de Alfonso VIII, llegando a ser la vanguardia del ataque castellano en la batalla de las Navas de Tolosa.

MURALLA DE VITORIA

13/05/2021

Guerra de los Tres Sanchos


Todo comenzó con Sancho III Garcés el Mayor, el gran monarca navarro que repartió sus posesiones reales entre sus cuatro hijos, el mayor reino hispánico hasta del primer tercio del siglo XI. Pero aquel reparto desigual generó una serie de conflictos entre los cuatro reyes hermanos.

La batalla de Atapuerca de 1054 enfrentó al primogénito García III Sánchez de Navarra y a Fernando I de León y Castilla. En la lucha murió García III el de Nájera, y allí mismo fue coronado su hijo Sancho IV Garcés, de catorce años de edad, todavía incrédulo por lo acontecido.

BATALLA DE ATAPUERCA

Esta lucha familiar fue prologada durante su reinado. La Guerra de los Tres Sanchos enfrentó a Sancho IV de Navarra, a Sancho Ramírez de Aragón y a Sancho I de Castilla, durante los años 1065 y 1067. Terminó con la pérdida de las plazas de La Bureba, Pancorbo y los Montes de Oca, tierras burgalesas que pertenecían al Reino de Navarra y que pasaron al poder de Sancho I de Castilla.

Sancho IV terminó su reinado de una forma tan violenta como la inició, el 4 de junio de 1074, mediante una conjura tramada por sus hermanos Ermesinda y Ramón para arrebatarle el trono. Funes es una villa navarra de la ribera del río Ebro, en cuyo término se encuentra el barranco de Peñalén. Este rey se encontraba en una cacería cuando su hermano Ramón le empujó por aquel barranco, muriendo despeñado. Motivo por el que pasó a la historio con el nombre de Sancho IV el de Peñalén. Este hecho fue escenificado por Félix Lope de Vega en la obra El Príncipe Despeñado.

Las Cortes de Navarra tenían capacidad de proclamar o rechazar a un príncipe que pretendiera su corona. Ante aquel hecho, rechazaron al heredero fratricida y eligieron a su primo Sancho Ramírez, rey de Aragón, quien unificó ambos reinos.

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MUERTE DE SANCHO IV EL DE PEÑALÉN

16/10/2017

Vascos y navarros en la Guerra de Civil de Castilla


La Guerra Civil de Castilla fue la que enfrentó al rey legítimo Pedro I el Cruel (o el Justiciero) contra las pretensiones de su hermano bastardo, Enrique II el Fraticida (o el de las Mercedes). Este último conspiró con sus otros hermanos contra su hermano rey desde aproximadamente la fecha de 1352.

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PEDRO I EL CRUEL Y ENRIQUE II EL FRATICIDA

En aquellos años, el rey de Navarra era Carlos II el Malo, nacido en la villa de Évreux, en el noreste de Francia. Carlos II apoyó fundamentalmente a Pedro I el Cruel. Por eso, los puertos guipuzcoanos de Fuenterrabía y Oyarzun, por mandato de Pedro I, en el año 1365, fueron puestos a disposición del rey navarro Carlos II con el fin de apoyarle en la guerra civil. Además, la propia Navarra debía servir de territorio de paso para las tropas inglesas que, desde la Gascuña, fueron enviadas a Castilla. Por tanto, Navarra y los puertos vascos jugaban en apoyo de la Castilla de Pedro I el Cruel un papel de vital importancia.

De esta forma, al año siguiente, en 1366, se firmó en Libourne, suroeste de Francia, un importante tratado entre Pedro I de Castilla, Carlos II de Navarra, y el príncipe de Gales, Eduardo de Woodstock, hijo del rey inglés Eduardo III. En dicho tratado de Libourne, Navarra e Inglaterra se comprometían a asegurar el trono de Castilla a Pedro I, y a cambio Navarra recibía los territorios de Guipúzcoa, Álava y parte de La Rioja, mientras los ingleses recibían entero nada menos que el Señoríos de Vizcaya. Pero, sabedores los vascos de dicho tratado, montaron en cólera y decidieron apoyar desde entonces al candidato rival, Enrique de Trastámara.

Tras vencer el rey Pedro I de Castilla a los aliados del Trastámara en 1367, consecuentemente a lo pactado, Carlos II el Malo invadió al año siguiente las tierras de Álava, Guipúzcoa y parte de La Rioja. De hecho, para realizar tan invasión el rey recaudó por toda Navarra los abundantes dineros que para ello se necesitaban y recibió el apoyo completo de la población navarra. Además, en la entrada de Guipúzcoa hubo un número considerable de señores guipuzcoanos que reconocieron como "señor natural" a Carlos II. 

Sin embargo, después de realizar la ocupación, el rey navarro tuvo que dedicar considerables esfuerzos para mantener estas tierras vascas bajo su dominio, ya sea pagando a los merinos, que gobernaban en nombre del rey estas tierras, como sosteniendo tropas que mantuvieran el orden y la sujeción. Y, además de estas ayudas, consta que fue vital en esta invasión el apoyo decisivo que los oñacinos le dieron al rey navarro.

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BATALLA DE NÁJERA

En las terribles Guerra de Banderizos que asolaban las tierras vascas, más o menos se llegaron a delimitar con claridad dos bandos enfrentados. Por una parte, los partidarios de la familia de Oñaz, oriunda de Guipúzcoa, llamados oñacinos, y los partidarios de la familia de Gamboa, oriunda de Álava, y que formaba a los gamboínos.

El cronista principal de estas guerras de clanes fue Lope García de Salazar, el cual en
Las Bienandanzas y Fortunas narró con detalles todas estas interminables luchas entre oñacinos y gamboínos por espacio de cientos de años. Salazar cuenta que en la localidad guipuzcoana de Usúrbil se enfrentaron un día a muerte ambos bandos, con la desgracia de que el señor principal de los Oñaz cayó muerto de su caballo por el impacto de un flechazo en la cabeza. Y, a partir de entonces, las guerras entre ambos clanes continuaron prácticamente sin solución de continuidad. Otra explicación que dio Salazar sobre el origen de estas luchas es la más simple, primitiva y humana: la envidia, la soberbia y la ambición de poder para decidir y marcar "cuál valía más". Salazar calificaba a estos banderizos como "hombres muy soberbios", que muchas veces peleaban simplemente por pelear, y que carecían del más elemental amor o consideración ya sea a los habitantes como las tierras, puesto que les daba igual encharcarlas de sangre y caos durante años sin fin.

INTERVENCIÓN EXTERNA EN LA GUERRA CIVIL DE CASTILLA