Hasta
el siglo XX, el País Vasco apenas contaba con testimonios sobre su
lejano pasado. Estos fueron apareciendo por la curiosidad de los espeleólogos o
por pura casualidad, como es el caso de la mayoría de las cuevas rupestres
localizadas a lo largo del corredor costero. Si sorprendente y tardía ha sido su
localización, más lo es su belleza y la calidad de su conservación.
Hay
muestras de todo, por ejemplo en la Venta Lapena de Carranza, en Vizcaya. En
Santimamiñe, las cuevas de Cortézubi parecen salas de exposición de
bellísimos ejemplares de caballos y bisontes, diseñados con una perfección
majestuosa; en Goikolan, Berriatúa; en Altxerri, Aya, hay grabados y pinturas
admirables, como lo son los caballos y bisontes de Ekain, en Deva, y las
muestras de Arenaza en San Pedro de Galdames.
CUEVAS
DE SANTIMAMIÑE, CORTÉZUBI
Los
romanos, caracterizados por exhibir sus aportaciones, dejaron en
estos territorios pocas huellas, excepto en las calzadas y oppidums que
aún se conservan en Álava.
Sin
embargo, resulta sorprendente la profusión de cuevas trogloditas en toda la
franja limítrofe del sur de Álava, que sirvió de refugio a los introductores
del Cristianismo en España. Ermitaños, santones practicantes de la vida
monástica, benedictinos, etc., construían sus oratorios en las excavaciones
rocosas y hasta sus propias tumbas, como pueden verse en el valle de
Valdegovía, en el Condado de Treviño, en San Fernando.
Del
visigodo, las muestras supervivientes son tan escasas como delicadas. San Pedro
de Abrisqueta, en Arrigorriaga (Vizcaya), Astigarribia (Guipúzcoa) y San Julián
de Zalduendo en Álava aportan ejemplos de arte religioso de esta época.
Sobre
el Románico se debe anotar un hecho fundamental. Las iglesias y los edificios
relevantes se levantaban en madera, el material de construcción más común, pero
también el más frágil a la acción del tiempo. Ese es el motivo de que en
Guipúzcoa y Vizcaya apenas queden huellas de esta manifestación artística
medieval. En Álava y Navarra, el medio natural es diferente, de la misma manera
que su situación geográfica era paso obligado a las peregrinaciones hacia
Santiago de Compostela, en cuyo camino quedó un reguero de maravillosas obras
románicas.
BASÍLICA DE SAN PRUDENCIO DE ARMENTIA
En
Álava son testimonios del arte románico las iglesias de San Prudencio de Armentia,
Estíbaliz y San Juan de Marquínez, construidas según el canon del ábside en
forma de tambor. Las muestras de arte mayor alavés se concentran en los
magníficos ejemplares con ribetes góticos del centro de Vitoria: la antigua
colegiata y la actual catedral de Santa María y la preciosa parroquia de San
Pedro. Es destacable el sorprendente pantocrátor y la bóveda de la iglesia de
Gaceo, el modesto ejemplar de San Martín de Avendaño y la iglesia de Tuesta.
En
Guipúzcoa son destacables las escasas portadas supervivientes al derribo de
edificios frágiles, que apenas superan la docena y media de ejemplares. Es el
caso de la portada de la iglesia de las Agustinas en Hernani, el cementerio de
Pasajes de San Pedro, el presbítero de Igueldo, San Miguel de Urnieta, la
iglesia de Idiazábal, con 79 motivos, la de Ugarte, la de Abalcisqueta y la
puerta de la entrada al baptisterio en la iglesia de San María de Tolosa,
además de pequeños detalles dispersos en la cuenca alta del Deva y muestras de Andra
Maris (en Icíar y Juncal) y Cristos.
CONVENTO DE LAS AGUSTINAS DE HERNANI
Guipúzcoa
no está tan escasa de arte Gótico como en románico. La causa principal es
encuentra en que la mayoría de las poblaciones adquirieron naturaleza jurídica
de villa durante esa época. La iglesia de San Salvador, en Guetaria, de tres
naves y con planta adaptada al terreno, es un buen ejemplar. A dos pasos se
encuentra la iglesia de Azquizu y, siguiendo la costa, San Pedro de Zumaya, que
destaca su torre defensiva por encima del resto de los edificios. Santa María
de Deva sobresale por su conjunto de variantes góticas mientras, ya en el
interior de la provincia, hay que mencionar San Juan de Mondragón y San Miguel
de Oñate, si se contempla desbrozando sus añadidos posteriores.
No
es el caso de los edificios civiles de la costa, como el palacio de los Lili en
Cestona, la Torre Lucea en Zarauz y la Casa Echeveste de Fuenterrabía, en
Guipúzcoa, y el Portalón y la casa del Cordón, ambas en Vitoria.
En
Vitoria se encuentran dos ejemplares singulares de gótico: la catedral de Santa
María, concluida a finales del XIV, con un triple pórtico donde sobresale una
bellísima virgen de ese siglo, y la iglesia de San Miguel, en el ángulo de la
Plaza de la Independencia, y en cuyo exterior está expuesta una imagen
policromada, también bellísima, de la patrona de Vitoria. Ya en la Rioja, son
de obligado reconocimiento la portada de Nuestra Señora de los Reyes y la
iglesia de San Juan Bautista, en Laguardia.
CATEDRAL DE SANTA MARÍA DE VITORIA
En
escultura y aunque sólo sea porque les hicieron sin barba, quedan anotados los
Cristos de Lezo y Azitain.
La
pintura gótica que se conserva en Álava y Guipúzcoa responde a las huellas que
dejó el intenso comercio que se mantenía con Flandes. De ella hay buenas
muestras en el Museo de Vitoria y grupos escultóricos o trípticos en las
capillas de San Bernabé en Zumaya, Aizarna, Vergara, Elgueta, Zarauz, Loyola y
Lezo.
El
mudéjar pasó de largo porque nunca llegaron hasta aquí quienes lo trabajaban y
se expresaban en este estilo, de profunda influencia árabe; pero resulta curioso
que las contadas muestras labradas y ornamentadas con ladrillo, según esta
tendencia, fueron ordenadas por vascos que habían conocido el estilo durante su
prestación de servicios a la Corona española. Es el caso de la torre de Loyola,
elevada por un Pariente mayor exiliado en Jimena de la Frontera, y la Casa de
Antxieta de Azpeitia, construida por el músico de Isabel la Católica. Otro
tanto cabe atribuir a los artesonados de la Universidad de Oñate, realizados en
1552.
UNIVERSIDAD DE OÑATE
Frente
a la divulgada imagen de sobriedad que caracteriza a los vascos, el
Renacimiento arraigó aquí con más profusión que otras corrientes. La causa de
este arraigo puede atribuirse a la coincidencia de un desarrollo económico de la región, fruto del Descubrimiento de América, y en el momento en que esta
manifestación se producía. Es el caso de la villa artística por excelencia de
Oñate, cuyo valedor, Rodrigo Mercado de Zuazola, estuvo tentado de emular a su
coetáneo el cardenal Jiménez de Cisneros, construyendo una Universidad en su
villa natal. Esta muestra del arte plateresco en el corazón de Guipúzcoa forma
todo un conjunto en el que todos los elementos responden a una concepción
global: la del humanismo renacentista, que profesaba su mecenas, el cual llegó
a ocupar el obispado de Ávila.
A
esta misma línea responde el museo de San Telmo de San Sebastián, edificado por
el dominico fray Martín de Santisteban, formado en Salamanca. En Eibar,
Azpeitia, Anguiozar y Aizama se mantienen restos de portadas de este primer
Renacimiento, al que también pertenecen el coro de Santa María de Salvatierra,
en Álava, y el Palacio Episcopal de Vitoria.
Su versión escultórica se refleja en el retablo y en el mausoleo del prócer oñacino, en la parroquia de San Miguel, y en el retablo de la capilla de la Universidad, lo mismo que en los de San Pedro de Vergara, Icíar, Ezquioga, Garagarza, los de San Bartolomé de Oiquiná y los grupos de la Piedad y el Descendimiento de Azpeitia y Hernani, esculpidos por Araoz (discípulo de Berruguete), que también dejó su impronta en Elgueta y Elvillar, ambas en Álava.
MUSEO DE SAN TELMO DE SAN SEBASTIÁN
El
estallido del Barroco llegó al País Vasco cuando todavía se concluían las obras
iniciadas durante el Renacimiento y comenzaban a sentirse los primeros síntomas
de crisis que aquejaron a la época barroca en España. Lo más notable es la
serie de monasterios que se levantaron en las tres provincias vascas, como resultado
de la reforma de Trento, y cuyo baluarte fueron los jesuitas. La Basílica de
San Ignacio es buena prueba de ello. La rama franciscana, impulsada por fray
Miguel de Aramburu, echó sus raíces en Aránzazu, Mondragón y Tolosa, mientras
las mujeres se establecieron en Azcoitia, Azpeitia, Eibar, Elgóibar, Segura,
Mondragón, Tolosa y Zarauz. Los capuchinos, por su parte, se asentaron en
Rentería y Fuenterrabía; los carmelitas en Zumaya y San Sebastián; las brígidas
en Lasarte y Azcoitia, y las bernardas o cistercienses en Lazcano-Oquendo.
La
basílica de Santa María, de San Sebastián, y las parroquias de San Bartolomé de
Olaso en Elgóibar, San Martín de Andoáin y San Pedro de Pasajes, como el
pórtico de Placencia de Armas, se levantaron en este mismo periodo,
caracterizado también por la construcción de torres-campanarios en excelentes
sillerías que daban gran presencia a los templos. Es el caso de Ibarra, Santa
María y San Pedro de Vergara, Elgóibar, Escoriaza, Fuenterrabía, Andoáin,
Usúrbil, Hernani, y las de Usarte, Orbiso, Bernedo, Bujanda, Arrieta, Oyón, San
Pedro de Treviño, Mendata, Argote, Páriza y Antoñana.
BASÍLICA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA
Sin
duda, lo más destacado del barroco fue la contrapartida civil de la
contrarreforma, auspiciada por las Cortes de Toledo, de donde partió el
ordenamiento para que todas las villas y ciudades que no tuvieran edificio
propio para albergar los consejos municipales, lo habilitaran en el plazo de
dos años.
Esta
iniciativa, tomada con cierta relajación en el País Vasco, se plasmó con cierto
retraso, sin perjuicio de su profusión y calidad o la menor o mayor importancia
de los ayuntamientos. En casi todos ellos, excepto en el caso de San Sebastián,
se nota una influencia del barroco afrancesado como en Oñate, Mondragón o
Elgóibar. Entre los municipios menos poblados merecen destacarse los de
Anzuola, Legazpia, Asteasu, Albistur y Ataun.
En
su faceta escultórica destacan, además de los señalados, los retablos de
Laguardia, Oyón, Lapuebla, Elciego, Navaridas, Barriobusto, Moreda y Baños, en
Álava.
RETABLO PRINCIPAL DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LOS REYES EN LAGUARDIA
De los siglos XVIII y XIX sobresalen los arquitectos Ventura Rodríguez, Silvestre Pérez
y Olaguíbel, a quienes les fue encomendada la reordenación urbana de San Sebastián
y Vitoria, respectivamente. Los primeros, y a causa del incendio que había
destruido San Sebastián, dejaron su firma en San María y en la plaza de la
Constitución; Olaguíbel lo hizo en la célebre solución de los Arquillos, el
Ayuntamiento y la plaza Nueva de Vitoria.
En
el siglo XX y, en particular, a partir del vencimiento de su primera mitad, es
cuando el arte vasco muestra sus rasgos propiamente autóctonos, que cuajan en
la creación de la Escuela de Arquitectura de San Sebastián, impulsada por Peña
Ganchegui.
Anteriores
a esta materialización, figuran las obras de los Cortázar y Aizpurúa; las
iglesias de la Coronación, de Fisac y García de Paredes, y la Casa de la
Cultura, de Fernández Alba, en Vitoria, donde Peña Ganchegui ha levantado la
iglesia de San Francisco, y las casas frente a la catedral nueva, en la calle
Dato y la plaza de los Fueros, en colaboración con Chillida. Sus realizaciones
guipuzcoanas pertenecen a Motrico, Oyarzun y Ataun y las de Oriol Ibarra a la
sede de los Estudios Universitarios y Técnicos de Guipúzcoa, en San Sebastián.
La
escultura, como la arquitectura, adquiere en este siglo una identidad vasca
fulgurante, cuyos primeros embates proceden del desastre de la Guerra Civil.
Beobide no pudo alcanzarlo, pero sí la llamada generación rebelde, encabezada
por Oteiza (Arántzazu), Chillida (El Peine del Viento, Plaza de los Fueros), y
el vizcaíno Néstor Basterrechea (Fuente de Irún, Iztueta, Baroja, Pasajes).