En Cebú, Urdaneta anunció un sensacional descubrimiento para elevar la moral de la expedición, y sobre todo del propio Legazpi: el marinero bermeano Juan Camuz había hallado en una choza una figura de un Niño Jesús, perfectamente revestido y adornado, que algún marino de expediciones anteriores habría dejado, y que los nativos guardaban cuidadosamente. La figura fue conservada con el nombre de
y objeto de una enorme veneración por los filipinos.
En aquellas playas de Cebú fundó la base principal, a la que llama Villa del Santísimo Nombre de Jesús y la Villa de San Miguel.
El método de colonización que ejercía Legazpi era el mismo en todas partes: desembarco, compra de alimentos a los nativos, acuerdo de algún tipo de pacto con los caciques locales y toma de posesión de la tierra en nombre del rey. Supo sacar partido de las luchas entre tribus enemigas y de la hostilidad que los nativos profesaban a los portugueses. Y es que, frente al tipo de dominación portugués, bastante depredador, los españoles ofrecían protección y un trato más tolerante y respetuoso con los nativos.
Impuso disciplina a la tripulación, especialmente en dos aspectos: guerra a los piratas y respeto a los nativos. Mediante sus procedimientos de atracción pacífica, logró la convivencia con los cebuanos, permaneciendo en Cebú cinco años. Construyó un fuerte y varias fragatas que convirtieron la isla en base de operaciones y de defensa.
Desde Cebú, fue organizando la expansión territorial, imponiendo su autoridad sobre una revuelta de sus propios hombres y rechazando dos ataques de la escuadra portuguesa.
Debió desbaratar la rebeldía de unos expedicionarios cansados de marinar islas sin rumbo concreto, que pretendían escapar con una nave y barrenar el resto. Surgió un motín encabezado por unos tripulantes extranjeros: un francés, un veneciano y un griego. Tras juzgar y ahorcar a estos tres conspiradores, Legazpi perdonó a los demás después de una confesión detallada de lo ocurrido y de los planes que habían trazado para el futuro.
El líder guipuzcoano había decidido quedarse a poblar y colonizar las islas, pero para asegurar el establecimiento permanente en Filipinas debía trazarse una ruta de vuelta directa a Nueva España, misión del gran cosmógrafo Urdaneta.
Así, el 1 de junio de 1565, la expedición de tornaviaje partía desde Villa de San Miguel. La nao
San Pedro estaba al mando del capitán
Felipe de Salcedo, nieto de Legazpi, pero con Urdaneta como cosmógrafo director del rumbo. Tras cuatro meses de navegación, la nao fondeó en Acapulco el 8 de octubre. El éxito del tornaviaje salvó la empresa de Legazpi en Filipinas, permitiendo el envío de refuerzos desde Méjico para consolidar su definitiva colonización.
Mientras tanto, Legazpi ordenó construir barcos de pequeño calado para navegar con más habilidad por las islas del archipiélago. En
Mactán levantaron una gran cruz de madera en homenaje a Magallanes, muerto en esa isla cuatro décadas antes, tras atravesar el océano Pacífico desde el cabo de Hornos.
Al visitar la isla de
Panay, el 25 de julio de 1566, las fragatas de Legazpi encontraron inesperadamente un barco español, el
San Jerónimo, enviado por el virrey novohispano Enríquez de Almansa desde México el 1 de mayo. Se trataba de uno de los tres galeones cargados de víveres, soldados, colonos y misioneros al mando de Juan de Isla.
Llevaba la gran noticia de la llegada de Urdaneta a México y que, por tanto, la expedición de tornaviaje había sido completada con éxito, según el trazado que él mismo había planeado.
Pero la gran alegría de Legazpi fue la arribada en agosto de los otros dos galeones al mando de Felipe de Salcedo y
Juan de Salcedo, su otro nieto y hermano menor de 18 años del primero. Traían con ellos a 200 hombres de refuerzo, tropas veteranas, a los que se sumarían otros 2.100 expedicionarios a lo largo del año. Entre los recién llegados la mayor parte seguían siendo novohispanos de nacimiento, muchos de ellos mestizos y otros indios puros. Casi todos tenían experiencia en las guerras de la frontera de la Nueva España, disponían de un armamento muy adecuado para el tipo de guerra que pronto conocerían, e iban junto a trabajadores auxiliadores enviados por órdenes del virrey. Con ellos se reforzaría la
fortaleza de San Pedro, que se convirtió en el puesto avanzado para el comercio con México y la protección contra las rebeliones nativas hostiles.
Los dos enormes galeones, cargados de cañones, dejaron anonadados a los nativos, que jamás habían visto nada semejante. Eso animó a los españoles, conscientes de que sus barcos eran el ejemplo más notable de su poder, pero lo hizo mucho más las herramientas, armas portátiles, municiones y víveres que habían traído, lo que permitió apuntalar de forma definitiva la base española en Cebú. Sin embargo, rodeada de las muchas incertidumbres generadas por la indecisión que tenía la corona al respecto, no llegó la esperada autorización real para conquistar las islas, que era lo que esperaba Legazpi.
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CARTA HYDROGRÁFICA DE LAS FILIPINAS POR PEDRO MURILLO VELARDE |
En junio de 1567, con un puñado de hombres, Martín de Goiti fue enviado a reconocer la isla de
Leyte. Alcanzó la ciudad principal, Colasi, después de una ardua marcha por la selva y de un contacto violento con algunos indígenas, indispensable para lograr las provisiones necesarias para mantener a la expedición.
Martín de Goiti había ascendido a maestre de campo, quedando como jefe de todas las fuerzas después de Legazpi. Llegó a ser el explorador más experimentado del archipiélago gracias a sus continuas expediciones de reconocimiento y a sus salidas en busca de abastecimientos.
En una de sus expediciones de avituallamiento, en noviembre de 1566, al mando de la nao
San Juan, alcanzó la costa de
Mindanao. Allí se encontró con una fusta tripulada por portugueses al mando del comandante López de Sequeira , con la misión de advertir a Legazpi que estaban invadiendo dominios lusos y que deberían retirarse. La respuesta de Legazpi fue la de reforzar el puerto y la ciudad de San Miguel para una mejor defensa.
Tras una tensa entrevista en la que intervino como técnico el religioso navarro Rada, los portugueses se retiraron a sus bases de las Molucas, pues el campo fortificado de Legazpi les auguraba un desembarco desastroso.
Mientras tanto, enviaba una nave a Nueva España en busca de refuerzos, al tiempo que llegaba otra desde allí cargada de hombres, pertrechos, alimentos, armas y municiones. El tráfico entre las dos costas del Pacífico comenzaba a normalizarse.
No acabaría en este encuentro aquel conflicto hispano-luso por la legitimidad de las islas Filipinas. Así, dos años después, el día 17 de setiembre de 1568, Gonzalo de Pereyra se presentó ante Legazpi en la bahía de San Miguel, en Cebú, con una potente escuadra de diez barcos. Pretendía la retirada total de la expedición y asentamientos españoles del archipiélago, evacuando a sus hombres a bordo de naves portuguesas. Esta vez no hubo parlamento y, directamente, el objetivo fue atacar a los españoles.
La fortaleza resistió, y los sitiadores fueron repelidos gracias a la presencia de los cañones en las baterías del puerto y el abastecimiento que desde tierra hacía el régulo Tupas, aliado de Legazpi. Era una buena noticia para los padres agustinos que acompañaban a la expedición y comenzaban a establecerse en la región, que lograron que el rajá Tupas y sus hombres aceptaran el bautismo. Mala a su vez para los jesuitas que solían ir con los portugueses, que presionaban con todas sus fuerzas al superior general de la Compañía de Jesús, el valenciano Francisco de Borja, por las alianzas que mantenía Legazpi con los herejes musulmanes.
Por entonces, los expedicionarios de Legazpi ya habían tomado contacto con los musulmanes de las islas de Joló y Mindanao, al sur de las Filipinas. Eran formidables combatientes, duros y correosos, que no estaban dispuestos a someterse a los extranjeros. A primeros de 1569, el sultán de Joló envió a 20 de sus embarcaciones contra los "castilas". Comenzaba una guerra, por la cual a la idea de convertir con la cruz, se iba a sumar la necesidad de conquistar con la espada.
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LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES A FILIPINAS |
Una vez producidos los primeros choques con los islámicos de Joló, Legazpi resolvió actuar al mejor estilo castellano de la época: el uso de la habilidad y experiencia de combate de sus hombres con una eficacia demoledora. Sus tropas no eran un ejército al estilo europeo, sino que iban a actuar y combatir como las unidades empleadas en Nueva España, grupos disciplinados de hombres armados, con capacidad de adaptarse al terreno y a la forma de combatir de sus enemigos.
Los islámicos atacaron San Miguel, pero el buen uso de la artillería por parte de los defensores desbarató su asalto sin grandes dificultades.
Bien asentado en Cebú, Legazpi preparó la ocupación de Luzón, territorio principal de las Filipinas. A mediados de 1569, dejaba Cebú fuertemente guarnecido y ponía rumbo a
Panay que sometió fácilmente, interviniendo los capitanes Haya y Juan de Salcedo. Allí se edificó un fuerte que quedó con una pequeña guarnición. Obtuvieron en la isla alimentos y fray Juan de Alba logró conversiones masivas. El capitán Andrés de Ibarra a su vez tomaba la isla de
Marbate.
Después ocuparon Mindoro, llave para la conquista de Luzón. En
Mindoro rescató a los esclavos chinos con intención de establecer relaciones de amistad, una iniciativa que terminó por desplegar el comercio con China. Además limpió la costa de piratas islámicos que hostigaban a los indígenas, al tiempo que dejaba sellados con el rito de sangre pactos de vasallaje con los caciques locales. La fama de Legazpi, su empeño pacificador, llegaba a los últimos rincones del archipiélago.
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ESTATUA DE MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI |
A finales de la primavera de 1569, desde Acapulco, con órdenes del virrey, arribaban en Cebú tres pataches:
San Juan,
Sancti Spiritus y
San Lucas, de 80 a 40 toneladas de desplazamiento, al mando de
Juan López de Aguirre. El
San Lucas, el menor de ellos, llegó a hacer cuatro viajes para quedar luego al servicio de Legazpi, en el archipiélago. Estos cruceros continuos fueron perfeccionando el conocimiento del inmenso “lago español” en que estaba convirtiendo el océano. Por ejemplo, en los viajes de regreso a Acapulco, entre 1567 y 1571, se confirmó el itinerario por el norte, con aproximación a Japón, para navegar luego al este por los paralelos 37º a 40º, en función del estado de la mar y de la estación en la que se hicieses la ruta.
Esta pequeña flotilla llevaba a
Diego de Legazpi, sobrino de Miguel López de Legazpi, otros parientes y la familia del maestre de campo Martín de Goiti, un número mayor de frailes agustinos y, como siempre, herramientas, armas y municiones. Solo que esta vez se incluían por primera vez, útiles de labranza. Los españoles estaban decididos a establecerse de forma permanente.
También traían documentos importantes: despachos reales que aprobaban sus acciones y un pliego de órdenes que le facultaban para ocupar todo el archipiélago y le dotaban de los títulos adecuados. Estos documentos nombraban a Miguel López de Legazpi como
gobernador y capitán general de las islas Filipinas y adelantado de las islas de los Ladrones. Las razones de tardar casi cuatro años en sancionar la ocupación eran lógicas.
Los informes de preliminares facilitados por Urdaneta no parecían presentar una tierra muy rica. Además, por tratarse de miles de islas, arrecifes y atolones era complicado de ocupar y someter y, por último, podía suponer un coste administrativo y de gestión muy alto, ya que no se habían encontrado especias en cantidad y calidad como para merecer el esfuerzo de sostenerlas. Eso sin contar que parecían estar en la zona de demarcación portuguesa.
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FUNDACIÓN DE MANILA |
Sin embargo, aunque las razones que movieron al rey a decidirse por la ocupación fueron muy diversas, primaron las de orden meramente religioso, pues al monarca le repugnaba abandonar la posibilidad de convertir a miles de nativos. El rey Felipe II consideró el asunto de la forma siguiente:
"¿Qué dirían los enemigos de España si, por no rendir metales ni riquezas, se privara a esas islas de la luz y de ministros que la prediquen?"
Aprovechando su experiencia en México, Legazpi organizó el sistema de encomiendas como en América, dispuso metódicamente la ocupación isla a isla de todo el archipiélago filipino, fundando bases y asentamientos, rehuyendo del uso de la fuerza en general, y solo apelando a ella en caso estrictamente necesario.
Gestionó una buena administración, disponiendo de un sistema de organización política basado en las instrucciones generales de Felipe II. Cada ciudad sería doble: una, intramuros, habitada por españoles; otra, extramuros, formada por indígenas; que se gobernarían por dos alcaldes, doce concejales y un secretario.
Solo quedaba el gran bastión de la isla de
Luzón. Legazpi daba una gran importancia a Luzón como base, no sólo para la dominación del archipiélago, sino para una ulterior expansión comercial hacia China. Por eso, encomendó la conquista de Manila al capitán Juan de Salcedo y al maestre de campo Martín de Goiti.
Al mayor de los Salcedo, Felipe de Salcedo se le encargó una misión distinta: explorar al detalle el archipiélago de los Ladrones. Allí descubrió muy a su pesar las tormentas giratorias conocidas como "vaguíos", que le hicieron naufragar en Guam. Pero con el ingenio y la habilidad de los españoles de la época, los náufragos compraron unas piraguas a los nativos y con ellas regresaron a Cebú. Solo el capitán Andrés de Ibarra y su fragata, con 23 tripulantes a bordo, se perdieron en estos años de intensa actividad exploradora.
Para acabar con la flota del sultanato, era necesario provocar un combate naval donde los barcos españoles pudieran desplegar toda su fuerza artillera. Para ello, Legazpi logró reunir 20 galeotas ligeras, ideales para operar en el laberinto de islas al sur de Luzón, con las que los españoles pudieran sorprender a los islámicos en mar abierto. Poseían varios cañones pesados y mucha artillería menor, formada por versos y falconetes, armas giratorias devastadoras en los choques con el enemigo. Más rápidas y poderosas, las embarcaciones españolas alcanzaron a sus enemigos y, mediante el uso de la artillería y gracias a su superioridad en el cuerpo a cuerpo, 80 españoles barrieron a los musulmanes, que tuvieron 300 muertos y perdieron 10 caracoas.
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FUERTE DE SAN PEDRO, EN MANILA |
La fama de los españoles creció gracias a estas acciones, y el respeto a los "castilas" avanzó de isla en isla. En enero de 1570, Legazpi atacó con sus barcos la base pirata mora de Maburao, en Mindoro, que arrasó a cañonazos. Los supervivientes fueron alcanzados en Labang, donde capturó todas sus embarcaciones, utilizadas luego para reforzar la escuadra de patrulla con sede en Capiz. Entre ellos figuraban algunos notables por los que pidió rescate pagable solo en oro, lo que le permitió además conseguir buenos beneficios.
La guerra "corsaria" de Legazpi, basada en el poder de la artillería de sus barcos estaba literalmente barriendo de piratas en el mar de las Filipinas.
La búsqueda de un lugar más seguro que Cebú y Panay, donde existía una posible amenaza portuguesa y muy cerca de las rutas marítimas sarracenas, hizo que Legazpi a enviase a Goiti y Salacedo al puerto de Manila. Su misión era la evaluación del puerto como posible base comercial y militar, así como el grado de hostilidad de los nativos del Sultanato de Luzón.
La expedición para la conquista se componía de una potente flota de 17 barcos, la mayoría construidos ya en las Filipinas: una fragata, un junco, y quince paraos. Contaba con la participación de pequeños grupos de arcabuceros, los indios mejicanos y los auxiliares filipinos enemigos de los islámicos que les servían de guías y exploradores. En total, las fuerzas de Goiti se componían de 280 hombres que eran tanto arcabuceros o marinos, la mayor parte criollos novohispanos, un poderoso núcleo de guerreros tlaxcaltecas y de auxiliares indígenas.
En las cercanías de la isla de Mindoro, un junco de la flota de Goiti fue atacado por dos embarcaciones de piratas chinos de guerra, eran champanes poco artillados. Estos fueron rendidos por los disparos de los cañones y sus tripulantes capturados. En el breve combate, Goiti se apoderó de las naves con su cargamento de sedas, algodón, hierro, acero, cobre y porcelana. Cumpliendo las normas de Legazpi, los capturados fueron trasladados a Cebú para ser juzgados. Finalmente, fueron perdonados y puestos en libertad, y se les dejó marchar en uno de sus dos barcos para que llevasen las noticias del poder español a su tierra.
Uno tras otro, todos los asentamientos y puestos costeros fortificados fueron tomados. Sus defensores ejecutados o puestos en fuga. Las naves de pequeño calado rastrearon a fondo las ensenadas, bocas de los ríos y puertos del sur de Luzón. La armada de Goiti siguió hacia Manila agregando también a su flota un parao de nativos de Batangas, en la península sur de Manila.
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ESCUDO DE ARMAS DE MANILA Y GRABADO DE MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI |
El 8 de mayo de 1570, la expedición fondeó en la
bahía de Manila, en la parte de Cavite. Allí acamparon unas semanas con la intención de formar una alianza con los jefes musulmanes, así como la de mostrar a los residentes y a comerciantes de Borneo, China o Japón, sus deseos de colaboración.
Goiti marchó con sus soldados al interior de la isla, hacia Tondo, donde encontraron miles de defensores natales a las órdenes de tres régulos notables: Matandá (rajá de Manila), Solimán (rajá de Pampanga) y Lacandola (rajá de Tondo).
La principal fortaleza estaba protegida por 12 cañones. En ella consiguió entrar Goiti, acompañado de un intérprete.
Los ofrecimientos de paz fueron aceptados por el primero de estos rajás, realizando el pacto de sangre acostumbrado, pero no por los otros dos caciques locales, más jóvenes y vehementes.
En la bahía de Cavite, sin embargo, Goiti tenía otras intenciones y engañó a los habitantes del territorio al creer que sólo se quedaban durante un período corto.
El día 24 de mayo, estalló un virulento combate que duró tres horas y que terminó con una victoria rotunda de los españoles frente a los tagalos. La fortaleza fue tomada por solo 120 hombres en un audaz ataque por sorpresa, apoderándose de las piezas de artillería que inmediatamente fueron utilizadas contra los fugitivos. Luego, las embarcaciones que atacaban a la armada de Goiti fueron dispersadas a cañonazos. Lo mismo en las posiciones enemigas en la isla de Mindoro, que también fueron destruidas, y todas las barcas incendiadas. Goiti ejecutó a los prisioneros que no guardasen servidumbre al Reino de España y a Felipe II. El cacique local Matandá quedó en Manila como gobernador delegado de España, mientras Goiti y Salcedo continuaron su expedición a través del río Pasig.
Los combates junto al río Pasig fueron duros, pero la batalla definitiva se libró en la bahía de Bangkusay, frente al puerto de Tondo, donde los rajás rebeldes Solimán lograron reunir un fuerte contingente de nativos tagalos, que condujeron río abajo por el Pampanga.
Los barcos españoles, dirigidos por Martín de Goiti, recibieron la orden de ser fijados de dos en dos. Estos dio lugar a la formación de una masa sólida que parecía ser un blanco fácil, pero las canoas y praos nativos iban derechos a una trampa. Cuando las naves españolas, ya con el enemigo encima, estaban rodeadas y parecían atrapadas, Goiti ordenó abrir fuego casi a bocajarro. La brutal descarga acabó con el ataque de la débil flota indígena, desbaratando sus naves y poniendo a sus tripulantes en fuga. Durante la lucha murió uno de los rajás, el otro escapó a Pampanga. El 6 de junio de 1570, Manila estaba bajo control español.
Pero esta toma de la ciudad de Manila consiguió un levantamiento de tribus nativas en las islas adyacentes, generando una guerra de guerrillas durante los próximos diez meses. La expedición se fortificó en el área y erigió la
fortaleza de Santiago.
Cuando la lucha se puso intensa, forzaron algunos españoles a buscar refugio en su flota, anclada en la bahía de Manila.
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LANZAS Y CORAZA DE GUERRERO FILIPINO |
Los españoles libraron una campaña brutal y sistemática destinada a acabar con cualquier resistencia indígena. Las operaciones navales de la flota de Martín de Goiti estaban combinadas por la incursión terrestre de la pequeña infantería de Juan de Salcedo, formada por arcabuceros que desembarcaban en la costa y se adentraban en el interior para someter a los nativos a la soberanía española.
Así conseguían controlar la costa con las naves, y destruir con su artillería cualquier fortificación que impidiese a las naves artilladas entrar en los ríos y ensenadas.
En los desembarcos, la superioridad de las tropas de Goiti se impuso sobre las de los nativos, debido al hábil uso de las armas blancas en los combates a corta distancia, donde el armamento euroamericano se mostró muy superior. Arrasaron sembrados y campos y concentraron a los indígenas en pueblos bajo su control directo, o más fáciles de vigilar.
En algunas zonas la forma de combatir era demasiado extraña para las costumbres europeas, como en la región de la laguna Bombín, en Mindoro, donde al asaltar un poblado encontraron los restos desollados de medio centenar de chinos despellejados vivos por los nativos de una forma brutal. Para castigar por su acción a los habitantes, cuando unos meses después la isla fue sometida a la Corona, se les impuso un fuerte tributo.
En enero de 1571, Legazpi llegaba a Manila. Varios meses más tarde, el 24 de junio de 1571 conseguía sofocar la rebelión y establecer un acuerdo de paz y colaboración con las autoridades nativas de Luzón. Los régulos y Legazpi celebraron un solemne pacto de sangre, cuyas celebraciones se prolongaron durante tres días.
Durante este tiempo, el régulo Matandá estableció una eficaz labor con los otros régulos, y la fama pacificadora de Legazpi hicieron que todos los rajás aceptasen igualmente el vasallaje español, que les permitía seguir gobernando bajo la condición de jefes súbditos.
Una escultura en piedra sita en Luzón representa el ritual, donde beben de una copa de oro la sangre vertida tras un corte en las manos. Este sería el último episodio importante de la conquista española de Filipinas.
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MUSEO DE LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN DE MANILA |
En agosto de 1572, moría repentinamente en esta ciudad el gobernador y general de las islas de Oriente,
Miguel López de Legazpi y Gurruchategui. En su cofre particular solo se hallaban unas monedas, murió casi pobre porque toda su riqueza acumulada en Nueva España la había invertido en el proyecto de asentar la soberanía hispánica en el Oriente, una arriesgada aventura con la que pasó a la historia universal.
Entró en la gobernación de forma interina el alférez real Guido de Labezarri, quien preparó el terreno para el establecimiento de Manila como capital de Filipinas según los planes de Legazpi y confirmó las encomiendas creadas dicho el fundador, de las que muchas eran detentadas por vascos. La capitanía general de las islas de Oriente pasó a Martín de Goiti, que emprendió la conquista y colonización del resto de la isla de Luzón, ayudado por unos 300 hombres.
Entre los años 1571 y 1573, la zona de Manila no presentó grandes dificultades para Goiti, que exploró Pampanga y Pangasinan, y fundó varias ciudades. Solo Mindanao y Joló, islas del sur, quedaron fuera de la dependencia de la Monarquía hispánica.
Mientras tanto, Juan de Salcedo, demostró sus dotes militares en la toma de Cainta y Taytay. Llevaba a su servicio 80 soldados y alguna artillería. Unos doscientos pueblos del interior fueron ocupados casi todos después de fructuosas negociaciones. Tres meses antes de la muerte de su abuelo, comenzó la conquista de Bocos y Cagayán, las regiones más septentrionales de Luzón. En la parte de Pangasinán sorprendió a un junco chino cargado de esclavos nativos a los que concedió la libertad. Estos actos, norma permanente de Legazpi, dieron buenos frutos. El joven Salcedo supo sortear emboscadas de toda índole y luchar con valentía.
Para consolidar la ocupación de aquella extensa región estableció una base de apoyo, al norte, en Vigan, demarcación de Bocos. Previamente había convencido a los indígenas de la necesidad de su protección. Construyó un sólido fuerte donde dejó una guarnición bien armada con 27 soldados al mando del alférez Hurtado. Exploró las costas del norte de Luzón con sólo 17 soldados.
El 21 de agosto de 1572, regresaba a Manila después de haber naufragado y haberlo salvado los nativos. Fue cuando conoció la muerte de su abuelo.
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MONUMENTO A LEGAZPI Y SU TROPA, EN TAGBILARAN (BARANGAY BOOL) |
A comienzo de 1574, Manila sufrió el ataque de 3.000 piratas chinos y guerreros liderados por corsario Lim ah Hong, que sitió el Fuerte de Santiago. La defensa estaba liderada por el gobernador Labezarri y el general Goiti.
En la lucha murió el general
Martín Goiti, también el alférez
Pedro de Gamboa, muriendo además una parte de los españoles en la ciudad. Tuvo importante actuación el alférez real
Amador Arriarán.
Las escasas fuerzas de Labezarri resistieron heroicamente hasta la llegada de algunos refuerzos llegados principalmente desde Vigan y Cebú.
Salcedo, tras explorar la zona ade Ilocos Sur, se trasladó a Manila donde descubrió que había caído en manos del invasor. Las fuerzas de Salcedo atacaron y redujeron a los piratas de Manila. Pero Lim ah Hong y sus supervivientes se retiraron a Pangasinan donde se fortificó en una isleta.
En 1575, el ejército de Salcedo marchó al norte a Pangasinan en la búsqueda de los piratas y los sitió durante tres meses. Vengó la pérdida de Goiti y resto de españoles dando muerte a Lim ah Hong y sus guerreros en el río de Pangasinan, quemándolos vivos, con sus barcos.
Dos embarcaciones chinas enviadas por el virrey de Fo-Kien en busca del pirata mencionado habían llegado a Pangasinan, al mando del capitán y embajador Pescung Aumón. La delegación china fue bienvenida por Salcedo primero y luego por Labezarri en Manila. Labezarri entregó al capitán Aumón 52 prisioneros apresados por los piratas en las costas de China, entre los que se contaban algunas mujeres principales por las que se interesaba el virrey de Fo-Kien. Este gesto del gobernador y los agasajos y regalos otorgados abrieron las puertas de China a la Gobernación española de Manila.
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EL PACTO DE SANGRE |
Aumón conduciría a la delegación diplomática española, nombrada por Labezarri, con el objetivo de entablar relaciones comerciales con China. Ya se conocían los preciosos artículos del Celeste Imperio por pequeñas embarcaciones apresadas años atrás en aguas filipinas. Esta delegación filipina estaba encabezada por el navarro Martín de Rada, continuada por Jerónimo Marín, Miguel de Loarca, Pedro Sarmiento y un intérprete chino llamado Sinsay. Se contaba también con el aprendizaje de esta lengua que ya había emprendido Rada, siendo obispo de Cebú, con la intención de misionar en China.
Conocida la noticia de la pacificación de Manila y de toda la isla Luzón por la Corte española, Felipe II dictaba la real orden desde el Monasterio de San Lorenzo del Escorial el 3 de julio de 1573, por la cual solicitaba la edificación de la nueva ciudad conforme al estilo español de la época. El propio Juan de Herrera diseñó un proyecto defensivo novedoso y original. La ciudad quedó dividida en dos partes: Intramuros, que sería una ciudad española, y Extramuros, que se convirtió en el hogar de los asiáticos.
La fundación de la nueva Manila desde la bahía del mismo nombre y el control de Luzón dieron nacimiento al Nuevo Reyno de Castilla, nombre adoptado por Legazpi.