Las Vascongadas y la conquista de Navarra


Claves de la participación de las provincias Vascongadas en la conquista de Navarra de 1512, que no fue ni ocasional, ni tan irrelevante como quiere transmitir el mundo abertzale.

Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez (1460-1531), II duque de Alba, mando supremo del ejército castellano -compuesto por un elevado porcentaje de vascongados-, que invadió el reino de Navarra en 1512. 

Por Javier Aliaga. Blog El Espejo de la Historia. Navarra.com


Según expusimos en el artículo anterior, para los cronistas de la conquista de Navarra de 1512, los verdaderos vascos eran los navarros de Ultrapuertos; por eso, para evitar equívocos, lo más apropiado es referirse a las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, como Vascongadas. Término que no es franquista –como dice Arzalluz- puesto que ya se utilizaba siglos antes y cuyo significado, como explicamos, es que fueron hechas vasconas o “vasconizadas”.

Es bien conocido que el ejército castellano que invadió Navarra en 1512 estaba formado por unos 16.000 hombres, de los cuales unos 7.000 eran vascongados. Sobre esta participación, nada desdeñable (43,75%): unos la enfatizan y otros, los abertzales, la minimizan. Contra todo lo que pueda parecer, la tropa no fue la contribución vascongada más importante, sino el apoyo estratégico. Para aclarar esta idea es recomendable leer el libro “Aspectos militares de la anexión de Navarra (1512-1521)”, del pamplonés Ruiz Vidondo, en el que encontramos un tratamiento novedoso que contrasta con la copiosa bibliografía publicada sobre el tema.

Desde el punto de vista castrense, apunta 4 necesidades “olvidadas” por los historiadores: intendencia, abastecimientos, vituallas y logística. De entre ellas, esta última es la más importante conforme a la cita de Van Creveld incluida en el libro: «la logística constituye los nueve décimos de la guerra». Efectivamente, en una operación de tal envergadura, con un ejército de 16.000 hombres, el apoyo logístico que brindaron la Provincia de Guipúzcoa, el Señorío de Vizcaya y las Hermandades de Álava fue primordial. Sin él, lo acontecido, a buen seguro, hubiera sido distinto.

La preparación de la campaña de 1512 -oficialmente el objetivo era la Guyena (Aquitania)-, duró varios meses, durante los cuales Guipúzcoa, según Azcona, se convirtió «en cabeza y puente de todos los preparativos, sea requisados, sea trasportados a ella», mientras que Álava fue el punto de reunión de las tropas castellanasLa gran aportación logística de las provincias Vascongadas fueron los puertos de San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes, y Bilbao. A ellos llegó la artillería tanto de Málaga como de la defensa del litoral, y grandes cantidades de bastimentos y vituallas procedentes de diversos puntos de la península: miles de botas de vino, miles de fanegas de trigo y cebada, miles de arrobas de harina. Todo este trasiego, según Azcona, convirtió a Guipúzcoa, «por aquellos años en el mayor mercado cerealista de todo el norte de la corona de Castilla», «y los molinos no daban abasto»
A todo ello hay que sumar la colecta de animales: la mesta ofreció 32.000 carneros y 2.000 vacas, consta otra partida de 40.000 carneros, así como la compra de mulas. Los encargos de bastimentos y vituallas están documentados a través de continos, contadores y pagadores, reflejados en la obra de Azcona. Según este autor, «se debe ponderar el crecimiento de la industria armera» guipuzcoana, de Placencia de Armas (Soraluze) y Eibar, que fabricaron armas cortas (escopetas) y armaduras. Los hornos de Fuenterrabía fabricaron herramientas y pertrechos, convirtiéndose «en el principal centro de fundición de todo el norte». Además, es de destacar que las ferrerías vascongadas trabajaron intensamente para suministrar hierro y pólvora, así como la fabricación de la artillería pesada. La conquista de Navarra, según Azcona, «convirtió a Guipúzcoa en un impensado y gigantesco mercado, revolucionó su comercio y su hacienda y marcó su sociedad».

Pero no hay que olvidar que el colaboracionismo vascongado en la Conquista de Navarra, no fue esporádico. En lo que respecta a Álava, a lo largo de los siglos XIV y XV, encontramos múltiples antecedentes en los que siempre se alineó a favor de Castilla: en 1348, participó apoyando a castellanos en la batalla del Salado; cuatro años más tarde en la toma de Algeciras; durante el reinado de Juan II de Castilla defendió a éste en la contienda contra el infante de Aragón en la que «guipuzcoanos, vizcaínos, alaveses y riojanos entraron en Navarra, cada uno por su parte, causando grandes talas, quemas y robos». Nuevamente, en 1461 los alaveses apoyaron a las tropas castellanas, defendiendo a Carlos príncipe de Viana en la guerra contra su padre Juan II por haberle usurpado el trono navarro.

La incuestionable fidelidad de las Hermandades alavesas a Castilla fue premiada, en 1476, por los Reyes Católicos con cierto nivel de autogobierno y la potestad de elegir a su diputado general. Aquel año, los alaveses entraron en guerra con motivo del asedio de las villas navarras por tropas francesas y al socorro de las villas de San Sebastián y Fuenterrabía; posteriormente, Álava contribuyó con hombres, armas y dinero a la conquista de Granada en 1492. Ya en los albores del XVI, en 1503, las Juntas Generales aprobaron la movilización de 1.200 hombres para enfrentarse contra los franceses.

La contribución alavesa para la campaña de 1512 fue: en mayo, 400 hombres para artillería; en julio, 1.500 peones, 400 carretas y todas las acémilas para transportar la artillería; en octubre, 2.200 hombres y 300 azadoneros; en diciembre, 2.000 peones para Juan de Silva y 70 fanegas de cebada para abastecer a Pamplona. Incorporada Navarra a Castilla, Álava continuó aportando en las distintas confrontaciones (1516, 1521, 1522, 1523, 1524 y 1526) para la defensa de Navarra, un total de 6.500 hombres, así como suministros: 250 pares de bueyes, vino y hasta 12.500 fanegas de trigo o cebada.

Todos estos datos están perfectamente documentados en las Actas de las Juntas Generales de Álava, que fueron estudiados hace años por Cierbide. En dichas Actas, las Juntas Generales muestran su fidelidad absoluta a la Corona de Castilla y tan sólo hay discrepancias reclamando a la corona los pagos de las tropas y pertrechos por los servicios prestados fuera de la provincia.

Uno de los argumentos esgrimidos por abertzales para justificar la presencia de tropas vascongadas en el ejército castellano fue, según ellos, el euskera. Sobre esta idea Pescador llega a la peregrina idea de que podrían «tranquilizar a viejos conocidos y apaciguar en su propia lengua a aquellos que pretendían organizar la resistencia». Este panorama, pacificador e idílico, basado en el batúa actual, difiere: por un lado, al encontrado por el filólogo francés Louis Lucien Bonaparte en el siglo XIX, que llegó a clasificar 7 dialectos del vascuence; y por otro, con la realidad del siglo XX, cuando, por ejemplo, vascoparlantes de Navarra apenas podían entenderse con los de Guipúzcoa. Precisamente, este maremágnum dialectal propició el invento del batúa.

Otra constante en la literatura abertzale, acerca de la participación vascongada fue «una obligatoriedad no relatada y en una proporción muy inferior a la exaltada». Ahondando en esta línea, Asirón desamabiliza la historia: «en ocasiones se produjo entre intimidaciones y amenazas que dejaría tras de sí un reguero de endeudamiento endémico, carestía de precios y escasez de cereal y de otros alimentos en las villas vascongadas…la conquista de Navarra, al margen del beneficio personal obtenido por algunos arribistas, trajo consecuencias funestas a ambos lados de la antigua “frontera de los malhechores”» (la documentación bajomedieval denominaba así a la frontera entre Álava, Guipúzcoa y el reino Navarra). Precisaremos dos puntos que desarbolan el argumentario abertzale.

En primer lugar, a pesar de que la población ha rechazado, desde siempre, el reclutamiento obligatorio para la guerra; al final, en todas las guerras, las filas han sido engrosadas con hombres que no han podido eludir el llamamiento. La industria cinematográfica nos muestra múltiples ejemplos sobre la Guerra de Secesión norteamericana y la cruel búsqueda de desertores. En ese sentido, probablemente el reclutamiento en 1512 no fue una excepción, como tampoco lo fue en la incivil guerra de 1936. En este caso -tratado por James Matthews en “Soldados a la Fuerza”-, ambos bandos hicieron llamamientos obligatorios: en el republicano, con 28 reemplazos movilizó 1,7 millones de hombres; mientras que los rebeldes movilizaron 15 reemplazos con un total de 1,26 millones de hombres.

En segundo lugar, el desolador escenario económico descrito por Asirón contrasta enormemente con el aumento de la producción de las armeras y las ferrerías, así como del comercio por el trasiego de bastimentos y vituallas, descrito por Azcona y que «supuso –según él- una elevada operación económica que enriqueció» a las Vascongadas. Ruiz Vidondo coincide también: «AI final, las provincias vascongadas fueron las provincias que más ganaron económicamente con la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla. Además, en algunos casos, supuso una gran mejora de sus ferrerías y sus comercios».





La participación en la conquista de Navarra del Señorío de Vizcaya y de la Provincia de Guipúzcoa, y la especial intervención de ésta en la batalla de Velate.

Grabados de Daniel Hopfer representando lansquenetes con sus mujeres. Un millar de ellos sucumbieron en la batalla de Velate de diciembre de 1512.

El Señorío de Vizcaya, al igual que la Provincia de Guipúzcoa y las Hermandades de Álava, también participó activamente en la conquista, incorporando 2.000 hombres -capitaneados por Martín Ruíz de Abendaño- al ejército del duque de Alba que invadió Navarra en julio de 1512.
Aquella contribución no tenía nada de excepcional, pues las milicias vizcaínas siempre habían acudido a la llamada de la corona castellana; caso de la campaña contra Portugal y Francia en 1475, o de la guerra y conquista de Granada de 1492. La fidelidad del Señorío a la Corona de Castilla era, por tanto, innegable; no en vano los Reyes Católicos, ya habían concedido en 1475 el título de noble a la villa de Bilbao y el de “muy noble y muy leal” al Señorío de Vizcaya.

De todos modos, la implicación del Señorío en 1512 no fue circunstancial, puesto que a partir de aquel año, los vizcaínos continuaron aliándose con Castilla en diversas campañas, como por ejemplo: en la armada de Oran en 1516; y en la defensa de Navarra en 1521, en este caso los vizcaínos -al mando de Gonzalo de Butrón- formaron parte del ejército del duque de Nájera, que repelió el último intento de reconquistar el pequeño reino.


En lo que respecta a la Provincia de Guipúzcoa, su territorio constituyó la encrucijada de las tropas inglesas, que al mando del marqués de Dorset, arribaron a Pasajes el 8 de junio de 1512. Los 10.000 ingleses tenían como misión invadir la Guyana (Aquitania) en coalición con Castilla, conforme al acuerdo de la Santa Liga entre Enrique VIII y su suegro Fernando el Católico.

A pesar de que los ingleses no entraron en combate, su mera acampada próxima a Irún fue decisiva en la conquista de Navarra; Guipúzcoa, de este modo, se convirtió en una tenaza estratégica que paralizaba una posible incursión francesa, al mismo tiempo que actuaba como cabeza de puente de todos los suministros. Sin embargo, los ingleses al ver que los castellanos estaban enfrascados en Navarra y daban largas a la invasión de la Guyana, dieron por finalizada la campaña y tras un ultimátum, el 15 de octubre zarparon para Inglaterra.

Además de su contribución logística y estratégica, la Provincia participó activamente con sus milicias en las tres fases de la guerra de Navarra. En la primera fase de 1512, las distintas capitanías aportaron al ejército del duque de Alba un contingente de 2.500 a 3.000 hombres, sin olvidar los 3.500 hombres que acudieron a Velate en diciembre; a lo habría que sumar otros 2.000 que custodiaban las fortalezas de Fuenterrabía y San Sebastián, así como los marineros de la armada que transportó el ejército de Dorset a Inglaterra.
En la segunda, 1516-1517, los guipuzcoanos tuvieron una actuación destacada, como la de Juan López de Idoyaga, en la detención del mariscal Pedro de Navarra en el Roncal. En la tercera, en 1521, al menos, 2.000 guipuzcoanos -al mando de Pérez de Ainziondo- junto con otros vascongados engrosaron ejército del duque de Nájera que derrotó y apresó a Asparros en la batalla de Noain.

La ausencia de los ingleses, liberó la tenaza descrita, permitiendo a los estrategas del rey francés, Luis XII, poner en marcha una contraofensiva con tres cuerpos de ejército, distribuidos en tres frentes: el primero, comandado por el rey navarro Juan de Albert y el señor de La Palice, compuesto por unos 13.500 hombres -entre ellos una parte de fieles agramonteses-, que penetró el 15 de octubre por los valles de Salazar y Roncal; el segundo, 5 días más tarde que accedió por San Juan de Pie de Puerto y Roncesvalles, con unos 10.500 hombres al frente del cual estaba el delfín, Francisco de Angulema; y el tercero, comandado por los señores de Lautrec y Borbón, que el 15 de noviembre cruzó el Bidasoa para penetrar en Guipúzcoa.
Este tercer ejército desestimó atacar la bien protegida fortaleza de Fuenterrabía, optando por dirigirse a San Sebastián. Sus 10.400 hombres, a su paso por Oyarzun, Rentería y Hernani, con enorme virulencia, saquearon y quemaron todo lo que pillaron. Así, el 17 de noviembre iniciaron el asedió a San Sebastián que aguantó numantinamente 8 asaltos, hasta ser liberados por la llegada de tres naves con destino a Flandes.

Estratégicamente, parece claro que el ataque francés a Guipúzcoa era una maniobra de distracción para obligar a los castellanos a sacar tropas de Navarra, pero ello no llegó a producirse. Los guipuzcoanos tuvieron que sacarse las castañas del fuego. A pesar de la dureza de las acciones francesas, la Provincia siguió demostrando ampliamente su fidelidad a la Corona de Castilla.

Sin embargo, de todas las acciones bélicas que participaron los guipuzcoanos, la más relevante fue la batalla de Velate del 7 de diciembre. Días antes, el 30 de noviembre, a pesar de la oposición de Juan de Albret, el general La Palice, por la proximidad de tropas de auxilio, había decido dar por finalizado el asedio de Pamplona y replegar las tropas a Francia.

Al conocer la retirada del ejército franco-navarro, Fernando el Católico había escrito una carta a la Provincia de Guipúzcoa -descrita en la Recopilación de los Fueros de Guipúzcoa del siglo XVII- urgiéndoles «para que atajandolos los passos por los montes procurasse la gente de ella hazerles todo el mal possible en desagravio de los que poco antes avia recibido del Duque de Borbon, y de sus tropas». Apresuradamente 3.500 guipuscuanos al mando de López de Ayala, alcaide de Fuenterrabía, acudieron a la llamada de su rey para vengar las fechorías que había perpetrado el francés.

Al llegar al Baztán, la retaguardia del grueso del ejército en retirada, fue primeramente hostigada por los navarros beaumonteses, provocando múltiples bajas, tal y como describe Boissonnade «el 4 de diciembre perdía 200 bearneses, con su capitán Coloma, y todo un escuadrón de gascones, con 400 hombres, muertos o apresados por Góngora y sus colaboradores». Los capitanes navarros, incluyendo Góngora, son calificados en las versiones abertzales como «traidores beaumonteses»

Boissonnade continúa describiendo que los montañeses habían «cavado fosas disimuladas por ramas, donde caían los hombres y los caballos», los guipuzcoanos a las órdenes de López de Ayala «ocuparon los pasos de todos los arroyos», al tiempo que los hombres de Pérez de Leizaur cubrían los flancos. La artillería estaba salvaguardada por los mercenarios alemanes o «lansquenetes, situados en la retaguardia, respondían valientemente al enemigo y se abrían camino entre los asaltantes, pero dejaron un millar de muertos o heridos que aparecían en el valle azotados por el frío, o agonizantes en medio de la nieve. Tuvieron que abandonar toda la artillería».

Correa en su crónica, hace protagonista del suceso al guipuscuano Pérez de Leizaur «viendo el artillería sola, arremetió á ella con gran alegría diciendo España, España. Los suyos á las voces abajáron á él y cabalgaron en el artillería». Seguidamente llegó el guipuscuano Berástegui con sus hombres, éstos se quedaron custodiando la artillería, mientras Pérez de Leizaur continuaba la persecución de los lansquenetes «Y aunque todos estaban en salvo, algunos con la gran hambre, no pudiendo caminar, fueron alanzados y muertos. Otros muchos fallaron abrazados con los troncones de los arboles, en ellos los dientes fincados y muertos de hambre. Otros mordiendo en la tierra ya espirando. Fasta mil alemanes se supo ser muertos de hambre, y de hierro en solo aquel dia y de frío».

La artillería capturada se transportó a Pamplona, donde entró con un cortejo triunfal, aclamado por los soldados del duque de Alba, tal como describe Correa: «Venían en la delantera quinientos lacayos guipuscuanos que tomaron el artillería. Luego venia doce piezas ocho sacres y dos cañones y dos culebrinas…Tras el artillería venían otros quinientos vizcainos».

El nacionalismo vasco que reescribe la historia a su conveniencia, ha inventado batallas (Arrigorriaga en 888), niega que hubo una en Velate: Esarte la califica de “tergiversación histórica”; Monteano “mito de la historia guipuzcoana”; Pescador “la literatura posterior, no la historia, consiguió convertir en un mito”. Asirón categoriza: «aquel 7 de diciembre de 1512 no se produjo, en modo alguno la legendaria batalla… exagerada y engrandecida hasta niveles absolutamente ridículos».

Todas estas afirmaciones, producto de la visceralidad política, contrastan con el resumen de los hechos que hace el historiador francés Labau: «Los franceses… obligados a batirse en retirada…hostigados por los guipuzcoanos perdieron su artillería y dejaron miles de muertos a la salida del valle del Baztán…fue una humillante derrota, porque mejor gestionada, la expedición militar habría podido triunfar».

¿Qué hizo fracasar la contraofensiva? Indudablemente, hubo dos errores: por un lado, la logística de un ejército de 16.000 hombres y 3.000 caballos, sin nada con qué alimentarlos; por otro, la entrada del crudo invierno. Errores que se han repetido en la historia de las guerras y que hicieron sucumbir a los ejércitos más poderosos; sin que por ello, sus oponentes hayan renunciado a la victoria.

Para comprender mejor lo ocurrido, hay dos aspectos que sería preciso aclarar. Primero, los lansquenetes eran mercenarios alemanes con armadura que constituían una infantería medio-pesada, calificados como los mejores soldados de EuropaPor su envergadura eran temibles, formaban un cuerpo de élite, excepcionalmente más caro que el resto de mercenarios.

Segundo, la artillería para los ejércitos de la época era un elemento valiosísimo en lo crematístico, como en lo estratégico. Adicionalmente Correa nos desvela que las piezas de gran calibre (cañones y culebrinas) «estaban llenas de cruces de Jerusalén»; habían pertenecido al rey francés Carlos VIII (cuñado de Luis XII) y participado en la campaña de Italia. Por ello, el cronista se refiere a ella como «la mejor parte del ejército francés». No es de extrañar, por tanto, que los lansquenetes, la tropa más eficaz y cualificada, la defendiese.

A buen seguro, cada pieza de artillería estaría salvaguardada, con al menos, 60-70 hombres, lo que hace un contingente de 800 hombres, -coincidente con las crónicas-. No tiene ningún sentido que algo tan valioso fuese abandonado por los lansquenetes -muy efectivos en un terreno llano, pero no así en el abrupto Velate- sin haber tenido una confrontación armada o combate; es decir, una batalla según el DRAE.

Mal que le pese a la órbita abertzale, hay argumentos sólidos que indican que sí hubo una batalla en Velate el 7 de diciembre de 1512.




Las repercusiones de la batalla de Velate y la concesión de la Corona de Castilla a Guipúzcoa del privilegio de incorporar los cañones en su escudo de armas.

4 siglos y medio separan a estos dos blasones. El de la derecha es producto de la intervención iconoclasta del fundamentalismo vasco.


En los dos artículos anteriores hemos visto cómo las Vascongadas se involucraron en la Conquista de Navarra debido a su inquebrantable lealtad a la Corona de Castilla. En comparación con el Señorío de Vizcaya y las Hermandades de Álava, la Provincia de Guipúzcoa, en lo comercial e industrial, fue la que más se benefició. Asimismo en los periodos de paz, la Provincia también obtuvo réditos aportando mano de obra, canteros y contratistas tanto para la reconstrucción de fortalezas y edificios navarros, como para la destrucción de torres y fortalezas siguiendo las órdenes del Cardenal Cisneros.

El catedrático de Historia Luis Orella extiende esta lealtad y sus beneficios a lo largo de los siglos: «Los guipuzcoanos de estos siglos… colaboraron estrechamente, primero con la Corona de Castilla y luego con la Corona de España. Como descubridores, navegantes, transportistas, ferrones, escribanos, secretarios de Estado, políticos o misioneros, los guipuzcoanos sirvieron fielmente a los reyes de Castilla y se beneficiaron personal y colectivamente de estos servicios».

Ahora bien, sería injusto no reconocer que Guipúzcoa es la provincia que más padeció los efectos de la conquista de Navarra, viviendo una docena de años en estado de guerra: los propios de la guerra de 1512 a 1522, y dos años posteriores hasta la rendición de Fuenterrabía en 1524. De este periodo, la situación más dolorosa se vivió en otoño de 1512, por la despiadada incursión del ejército que, en apoyo de la monarquía Foix-Albert, sitió San Sebastián y arrasó Oyarzun, Rentería y Hernani.


Estos sucesos en vez de deteriorar la fidelidad de Guipúzcoa a la Corona de Castilla, estimuló su deseo de venganza; razón por la cual 3.500 guipuzcoanos acudiendo a la llamada de su rey, Fernando el Católico, para hostigar al ejército franco-navarro en retirada. El desquite guipuzcoano se materializó en Velate, al atacar la retaguardia de aquel ejército, provocándole una humillante derrota con un millar de bajas y la captura del tren de artillería.  

Es obvio que el ejército francés salió trasquilado del primer intento de reconquistar Navarra en 1512. Quedó por los suelos su orgueil français: dos asedios frustrados, el de San Sebastián con 8 asaltos y el de Pamplona con 2 asaltos; y el calamitoso repliegue de las tropas con el mencionado descalabro de Velate y la pérdida de varias compañías gasconas en el Valle de Aoiz.
Todos estos infortunios indujeron a Luis XII a tomar la iniciativa de pactar con Fernando el Católico la tregua de Urtubia del 1 de abril de 1513. El francés, haciendo caso omiso del tratado de Blois que había firmado con los reyes navarros en julio de 1512, se comprometió a no apoyar a éstos, ni a su causa durante un año; el Católico, a su vez, renunciaba a los derechos sucesorios de los Foix que le correspondían a su segunda esposa Germana de Foix. Esta tregua fue renovada en Orleans antes de su vencimiento; de esta forma, el astuto rey Católico supo sacar partido de la fracasada contraofensiva, asegurando el status quo de Castilla en Navarra y la no intervención francesa durante unos años.

Todo indica que si no se hubiesen producido esa serie de derrotas y muy especialmente la de Velate –que niega el nacionalismo vasco-, Luis XII no habría promovido y pactado la tregua de Urtubia, clave para la consolidación de la conquista de Navarra. De aquel maquiavélico cambalache los chivos expiatorios fueron Catalina de Foix y Juan de Albret.
A su vez, los guipuzcoanos, orgullosos de la captura de la artillería en Velate, suplicaron a sus reyes la incorporación de los 12 cañones en el escudo de armas de la Provincia. La ratificación de ese privilegio fue firmado por la reina Juana I de Castilla mediante Real Cédula del 28 de febrero 1513. Este documento describe cómo sucedieron los hechos: «…los dichos Franceses, é los fallarô en el Lugar llamado Velate, é Leizondo… donde varonilmente pelearon con ellos, é desbaratándolos, é matando muchos de ellos, les tomaron por fuerza de armas toda el artilleria que llevavâ, que erâ doce piezas». El documento finaliza con la concesión del privilegio solicitado: «quede perpetua memoria de ello… Doy por armas á la dicha Provincia las dichas doce piezas de artilleria»

El primer blasón de Guipúzcoa del que tenemos conocimiento data del año 1466, está compuesto de dos cuarteles partidos en faja. En el superior, aparece un rey castellano sentado enarbolando una espada en la mano derecha, conforme a la interpretación más moderna se trata de Enrique IV quien gobernaba aquel año; también se especula que pueda ser Alfonso VIII que incorporó Guipúzcoa a Castilla en 1200, según Jimeno Jurío «Vizcaya y Guipúzcoa hasta el Bidasoa pasan voluntariamente a Castilla». En el inferior, representa tres arboles, que pudieran ser tilos o tejos, sobres las ondas del mar. Como fruto del privilegio otorgado por la reina Juana el escudo se dividió en tres secciones, la inferior quedó intacta y la superior se dividió en dos: a la izquierda el rey y a la derecha los 12 cañones. El blasón se completa con dos salvajes que custodian el escudo a los lados, y se timbra con una corona real superior que no pertenece al escudo.

La paranoia del nacionalismo vasco por los cañones del escudo no nace con Sabino Arana, puesto que los hermanos Arana diseñaron en 1896 un emblema para Euzkadi (Zazpiak bat), en el que no se atrevieron a modificar el escudo de Guipúzcoa, figurando éste con sus cañones. Años más tarde, el tradicionalista Pradera en 1922 denunció la intención de sustituirlos por círculos: «aunque los nacionalistas, que quieren borrar el recuerdo de su origen, lo han falsificado burdamente, sustituyéndolos por doce círculos que ninguna significación tienen. Pero los cañones siguen apuntando al corazón del nacionalismo, porque son el testimonio de que la raza vasca laboró por la incorporación de un territorio vasco a España».

Con la II República española en 1931, en las asambleas de ayuntamientos guipuzcoanos surgen propuestas nacionalistas sobre los cañones, no para sustituirlos por círculos, sino para eliminarlos como gesto de fraternidad hacía Navarra. Cinco años más tarde, en plena guerra, cuando Guipúzcoa había sido ocupada por los rebeldes, se oficializó la primera mutilación del histórico blasón guipuzcoano. Efectivamente, a los pocos días de constituirse el primer Gobierno Vasco, se decreta sobre el emblema –publicado el 21/10/1936- eliminando los dos cuarteles incómodos para el nacionalismo vasco, el del rey y el de los cañones; aduciendo era para eliminar «los atributos de institución monárquica o señorial y de luchas fratricidas entre vascos, y agregando los símbolos de su primitiva libertad»

Con la democracia, las Juntas Generales de Guipúzcoa, en su reunión itinerante de Oyarzun del 2 de julio de 1979, consumaron la amputación definitiva del escudo. José Antonio Ayestarán propuso una moción para quitar los cañones y adoptar el escudo aprobado en 1936, así como «Enviar un mensaje de hermandad al Parlamento Foral de Navarra». La propuesta fue aprobada por unanimidad.

Evocar a la fraternidad y a la hermandad con Navarra es una burda maniobra para tergiversar la historia y ocultar que Guipúzcoa actuó con total lealtad a Castilla. Al fin al cabo, según Correa, los cañones no eran navarros, sino franceses, tan franceses como los soldados que habían arrasado Guipúzcoa y asediado San Sebastián. En cualquier caso, eso no justifica la anulación del cuartel del rey.

Difícilmente podría haber imaginado la infeliz reina Juana -hubiese enloquecido de verdad- que la «perpetua memoria» del privilegio, se malograría como consecuencia de tanta impostura del fundamentalismo vasco, que niega la existencia de la batalla de Velate en la que sus súbditos «guypuzcoanos pelearon varonilmente».

A pesar de las amputaciones al escudo, todavía queda un elemento en el blasón que delata, por sí mismo, la verdadera historia de Guipúzcoa y su relación con la Corona de Castilla. Se trata de la leyenda o mote que figura en su parte inferior “FIDELISSIMA VARDULIA NUMQUAM SUPERAT”. La Norma Foral en 1990, cambió la V de Vardulia por una B, acorde con la ortografía batúa.

Su traducción del latín es “LA FIDELÍSIMA B/VARDULIA, NUNCA CONQUISTADA”. Analicemos la frase, porque encierra tres verdades históricas opuestas al doctrinario del nacionalismo vasco: 1) “fidelísima” ¿a quién?, a Castilla, pone de relieve la superlativa fidelidad de la Provincia de Guipúzcoa a los reyes castellanos; 2) “Vardulia” o tierra de várdulos, éstos no eran vascones, fueron vasconizados, de ahí que se denominen vascongados; 3) “nunca conquistada”, porque en 1200 Guipúzcoa se incorporó libremente a Castilla.

Sospecho que esta leyenda con el tiempo, para mejor escribir la historia del imaginario estado de Euskal Herriaserá fulminada, al más puro estilo talibán, al igual que han hecho con los cuarteles del rey y de los cañones.

Fuente: Las Vascongadas y la conquista de Navarra (III)

No hay comentarios:

Publicar un comentario