El PNV y la II República


El PNV y la II República


Desaparecido el fundador, durante las primeras décadas del siglo XX, el PNV fue desarrollando su actividad en colaboración muchas veces con otros partidos de la derecha y de la extrema derecha.

El principal enemigo del nacionalismo vasco durante el primer tercio del siglo fue el PSOE, con el cual se enfrentó en las elecciones, en la prensa y en la calle, no siempre pacíficamente.

La voz oficial del nacionalismo, Bizkaitarra, declaraba en julio de 1911:
El socialismo no hace más que hablar de libertad, siendo el partido más tirano.

Uno de los fundadores del socialismo vasco, Felipe Carretero, radical opositor al nacionalismo, defendió en numerosas ocasiones la necesidad de oponerse al ¡Gora Euskadi! de los nacionalistas con el ¡Viva España! de los socialistas.

El histórico dirigente socialista vasco Ramón Rubial recordaba que el grito de ¡Gora Euskadi! ofendía a los socialistas y les impelía a lanzarse al ataque contra los nacionalistas.

En 1902 escribió Carretero:
Los socialistas hemos combatido en todo tiempo el nacionalismo de Arana por considerado inhumano, insolidario, pobre de concepción y de espíritu, fundado en el odio injusto hacia el resto de los españoles y por ser altamente in civilizador y reaccionario.

Tanto durante la Monarquía como durante la República, el PNV acudió en numerosas ocasiones en coalición con otros partidos de derechas, algunos de ellos abiertamente clericales y reaccionarios, como los carlistas.

En los primeros años de la República estuvieron alineados en las Cortes, con el nombre de Minoría vasconavarra, en la que se fundían el PNV, los carlistas y otras fuerzas de la derecha monárquica.

Dirigentes del PNV participaron en varias conspiraciones dirigidas a derrocar la República mediante un golpe de Estado, llevadas adelante por militares como el general Orgaz y que no llegaron a fraguar porque, según el propio Aguirre, -no les daban garantías para sus aspiraciones-.

El enemigo mortal del PNV durante los años de la II República continuó siéndolo el PSOE de lndalecio Prieto. A los enfrentamientos electorales hubo que añadir un creciente número de enfrentamientos vilentos, que causaron varios muertos por ambos lados.

La política de euskaldunización promovida por los nacionalistas se encontró con la particularmente férrea oposición del PSOE. Por ejemplo, Enrique de Francisco, diputado socialista guipuzcoano, opinaba en 1931 que la enseñanza del eusquera en Vasconia es de un perjuicio notorio. Sólo servirá para robustecer a las fuerzas reaccionarias de la extrema derecha.

El enfrentamiento ideológico con el nacionalismo causó la resistencia por parte del gobierno de Azaña a conceder el estatuto de autonomía al País Vasco, a diferencia de la Cataluña de la Esquerra, pues se temía la constitución de un Gibraltar vaticanista (palabras de Prieto) en estas tierras si se entregaba el poder regional a un partido caracterizado por su ideología reaccionaria y su integrismo religioso.

En 1934, con las derechas en el poder, según se iba definiendo la antipatía que en ellas causaba el discurso antiespañolista del PNV, éste fue oscilando gradualmente en sus fidelidades, llegando a colaborar con la izquierda, su tradicional enemigo, en la labor de desestabilización del gobierno derechista.

Llegó 1936 y, ante los preparativos de golpe militar, de nuevo importantes sectores del PNV se inclinaron del lado de los conspiradores contra la República. Pero el dirigente de Renovación Española, José Calvo Sotelo, en un acto celebrado en el frontón Urumea de San Sebastián pronuncia su célebre frase:-antes una España roja que una España rota-, lo que hace ver a los peneuvistas que, a pesar de lo mucho que les unía ideológicamente con los partidos de derecha no nacionalistas, sus aspiraciones independentistas y, en su defecto, autonomistas, no obtendrían buenas perspectivas en el caso de una victoria derechista.

Aquel mismo día los jefes peneuvistas que hasta ese momento habían estado en conversaciones para renovar la coalición con las fuerzas derechistas y católicas no nacionalistas (Renovación Española, Unión Regionalista Guipuzcoana), vieron claro que con personas como Calvo Sotelo no podía caber entendimiento alguno.

Y advirtieron a sus posibles socios derechistas que obtendrían de la izquierda lo que la derecha les negaba, es decir, el estatuto de autonomía.

Así, en el último momento, y no sin grandes dudas y resistencias, la postura oficial del PNV fue la de apoyar a un gobierno republicano que, al fin y al cabo, les garantizaba la concesión del estatuto a cambio de que no se uniese a la rebelión.

Ésta fue la postura oficial, si bien muchos de sus miembros optaron por unirse a los sublevados, como la dirección del PNV en Álava y en Navarra. El Napar Buru Batzar, mediante comunicado del 20 de julio, desautorizó contundentemente la declaración de adhesión a la República emitida por el Euzkadi Buru Batzar en Bilbao dos días antes.

La mayoría de los militantes peneuvistas de Álava y Navarra se adhirieron al alzamiento y se alistaron al ejército franquista.

En Guipúzcoa el apoyo a la República se decidió sólo tras tensísimos debates. Tres hechos esenciales acabaron por hacer inclinar la balanza peneuvista del lado de la República: en primer lugar, el que Bilbao y San Sebastián quedasen el 18 de julio del lado republicano; en segundo, el fracaso del alzamiento en Madrid, Barcelona, Valencia y la mayor parte de España, lo que hizo parecer segura una rápida derrota del bando alzado en armas; y en tercero, la seguridad de que, de haber optado por sumarse al alzamiento, las masas obreras de la industria vizcaína, mayoritariamente socialistas y comunistas, habrían hecho de los peneuvistas su objetivo.

Muchos dirigentes peneuvistas admitirían posteriormente que el 18 de julio estuvieron esperando que se confirmase que uno de los dos bandos se había alzado definitivamente con la victoria, para así no tener que elegir.

Por ejemplo, el entonces presidente del Bizkai Buru Batzar, Juan Ajuriaguerra, explicó al respecto:
Tenía la esperanza de escuchar alguna noticia que nos ahorrase el tener que tomar una decisión: que uno u otro bando ya hubiese ganado la partida (oo.) A las seis de la mañana, tras una noche en blanco, tomamos una decisión unánime. Promulgamos una declaración dando nuestro apoyo al gobierno republicano. Tomamos esa decisión sin mucho entusiasmo, pero convencidos de haber elegido el bando más favorable para los intereses del pueblo vasco.

Cuando se decantaron a favor del gobierno republicano, todos confesarían haberlo hecho sin ningún entusiasmo y teniendo la seguridad de que, de llegar una victoria republicana, las izquierdas arremeterían acto seguido contra el derechista PNV.

Varios dirigentes nacionalistas han dejado testimonio sobre su actitud hacia el bando escogido a regañadientes. Por ejemplo, Juan Manuel Epalza, vicepresidente de los mendigoizales, recordaba:
Hasta la noche antes, nuestro verdadero enemigo había sido la izquierda. No porque fuese la izquierda, sino porque era española y, como tal, intransigente. Vacilamos durante dos semanas o más, titubeando sobre si aliamos con nuestros anteriores enemigos. De haber sido posible, nos hubiéramos mantenido neutrales. Estábamos entre la espada y la pared. Era algo absurdo, trágico: teníamos más cosas en común con los carlistas que nos atacaban que con la gente con la que de pronto nos encontramos aliados.

Pedro Basabilotra, secretario de la milicia del PNV, opinaba a su vez:
De todos modos, la izquierda siguió siendo para nosotros un peligro tan grande como los fascistas. Sabíamos que en caso de ganar la guerra habría que librar un segundo asalto.

Tan incierto fue el alineamiento del PNV con uno u otro bando que no se decidió hasta la misma noche del 18 de julio de 1936.

En la página web de la sede del PNV, Sabin Etxea, se explica de este modo:
El 17 de julio de 1936 en la redacción del Euzkadi sita en la bilbaína calle Correo, siendo director del diario Pantaleón Ramírez Olano, se empiezan a recibir a través del teletipo noticias preocupantes del alzamiento militar. En la misma redacción del periódico se organiza una reunión informal en la que participan José Antonio Agirre, Esteban Urkiaga 'Lauaxeta', de la Torre, José Luis Irisarri, Ruiz Anibarro, etc. Varios de ellos acuden esa misma noche a hablar con el Gobernador Civil, Echevarría Novoa, para que les informe de la situación. Al regresar a la redacción del Euzkadi ya se encontraban más miembros del B.B.B. y deciden convocar para el día siguiente en Sabin Etxea una reunión del Consejo Nacional del EA/PNV. El 18 de julio, tras agotadores debates en las oficinas del nº 16 de Ibáñez de Bilbao, el EAJIPNV decide apoyar a la República y la ciudadanía en la lucha que mantienen contra el fascismo y la Monarquía.

José María de Areilza, vecino, coparroquiano y amigo de José Antonio Aguirre -y futuro primer alcalde franquista de Bilbao-, lo explica así:
En las ajetreadas negociaciones y contactos entre militares y civiles que precedieron al Alzamiento, el tema del nacionalismo vasco y de su posible actitud siguieron vigentes hasta el último momento.

No faltaron enlaces, propuestas y generosos intentos para lograr su adhesión, o al menos su neutralidad pasiva ante el eventual y esperado golpe de Estado. Al regresar yo de Madrid, del entierro de Calvo Sotelo, comprendiendo la inminencia del estallido, pensé en hacer el día 17 una última gestión directa cerca de las dos personas que me parecieron más asequibles al intento: José Horn, al que me unían lazos de cercano parentesco, y don Ignacio de Rotaeche.

Me encontré con que el primero se hallaba gravemente enfermo (falleció a los pocos días) y el segundo, encamado también, no podría verme hasta el lunes 20 de julio.
Me recomendó que viera a José Antonio Aguirre.

No lo encontré durante todo el día por hallarse ausente de Bilbao, adonde según me dijeron regresaría al anochecer. Comprendí que ya era tarde porque la radio francesa había dado la noticia del levantamiento de Melilla. El sábado 18 de julio lo pasé en casa de unos amigos en contacto cercano con el núcleo militar comprometido que daría la señal de la intentona en Vizcaya.

El domingo amaneció espléndido, y para disponer bien del día, pensé en oír misa lo antes posible. A poco de empezar el sacrificio, entraron en la iglesia por la puerta lateral una serie de hombres con señales evidentes de insomnio y rostros contraídos y sombríos que parecían venir de alguna reunión.

Eran los directivos del BBB, órgano superior del partido nacionalista en Vizcaya, que habían estado deliberando toda la noche en la sede del partido. Salí de la iglesia y compré El Liberal y Euzkadi, órganos respectivos del socialismo y del nacionalismo. Lo que publicaba el diario nacionalista me interesó más. Allí aparecía, en efecto, en recuadro y en primera página, una declaración oficial.

El partido, al parecer después de una larga y tensa discusión, tomaba la posición de solidarizarse con el Gobierno de la República y de combatir a su lado. Era un compromiso cerrado, sin salida, que significaba para la derecha católica, en el país vasco, la guerra fratricida con todas las consecuencias.

Leí y releí el texto, parado ante las escaleras del templo, sintiendo un escalofrío de emoción al comprender que algo se desgarraba en aquellos momentos en las entrañas de nuestro pueblo.

En esto observé que muy cerca, en un grupo, los directivos del nacionalismo también leían la prensa con ansiedad. José Antonio Aguirre me vio y comprendió sin duda mi pesadumbre al ver que la suerte estaba definitivamente echada. Me saludó de lejos sin que hiciéramos nada por conversar ni el uno ni el otro. Las palabras habían dejado paso a las armas.

Sin embargo, la fidelidad del nacionalismo vasco a la República fue siempre cuestionada por numerosos dirigentes republicanos, que desconfiaban de un partido tan de derechas y clerical como el PNV, cuyo doble juego, sus contactos para firmar una paz por separado con Franco, y sus deserciones hacia el bando nacional, entorpecieron muy gravemente el esfuerzo militar republicano en el frente Norte.

Durante la guerra las tensiones con el gobierno republicano fueron continuas, como puede leerse con detalle, por ejemplo, en los diarios de Azaña, temiéndose continuamente el paso al enemigo de las fuerzas dependientes del PNV. Por ejemplo, el 31 de mayo de 1937 escribió Azaña:
Temo que Bilbao no se defienda cuando el enemigo esté a sus puertas. No me refiero sólo a las razones de índole militar (...), sino a los motivos de orden moral y político que tal vez produzcan el abandono de la villa (...) Cuando esté vencida la defensa en el campo, la villa no resistirá. Y temo aun otra cosa: caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la República ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semiindependencia.

La actitud perpetuamente protestona y desleal del gobierno de Aguirre exasperaría a los socios izquierdistas, que se lamentaron de ella durante todo el conflicto. Éstas son palabras del presidente del Gobierno, Juan Negrín:
Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga pedir dinero, y más dinero.

Ante el avance de las tropas franquistas, el PNV buscó en repetidas ocasiones y a espaldas del gobierno una paz por separado con Franco y sus aliados italianos, desentendiéndose de la común tarea de defensa del régimen republicano.

Ya en diciembre de 1936 empezaron los contactos del PNV con el bando franquista a través del Vaticano y de la Italia Fascista. Las gestiones se sucedieron durante los primeros meses de 1937, participando en ellas el entonces cardenal Pacelli -posteriormente Pío XII-, el cardenal Maglione, el cardenal Gomá, el nuncio en España Antoniutti, el cónsul italiano Pietro Marchi, el arzobispo de París, el canónigo Alberto Onaindía, Pantaleón Ramírez Olano, el delegado vasco en París, lturzaeta, Francisco Horn, Julio Jáuregui, Andrés lrujo, Juan Ajuriaguerra y probablemente el propio lehendakari Aguirre.

Su intención era, dada la inminente derrota en el frente Norte, desentenderse de continuar la lucha por la causa republicana.

En mayo de 1937 el Gobierno republicano interceptó un cable procedente del Vaticano dirigido a Bilbao en el que se establecían los términos acordados por Franco y Mola para la rendición del ejército dependiente del Gobierno vasco.

Y se ejecutó en el llamado Pacto de Santoña, en cuya virtud tanto Aguirre, Ajuariaguerra, Landaburu como los demás jefes del PNV quedaron libres de persecución alguna por parte de Franco.

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