Los feroces vascos del Duque de Alba que conquistaron Navarra para Castilla
Por ELMUNICIPIO.ES, jun 22, 2016
Fadrique Álvarez de Toledo
Pese a todo el afecto que sentía hacia Isabel «La Católica», retratado en la frase «su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me podría venir…», lo cierto es que Fernando no esperó mucho tiempo para volver casarse. El aragonés provocó la indignación generalizada en Castilla al contraer matrimonio con una jovencita francesa llamada Úrsula Germana de Foix; si bien, lo que ningún castellano sospechó en ese momento es que el matrimonio acabaría desencadenando la anexión de Navarra a Castilla.
Durante siglos Navarra fue un territorio en disputa entre la Corona de Aragón y Francia. El padre de Fernando «El Católico», Juan II, se casó con Blanca I de Navarra a mediados del siglo XV, pero no consiguió anexionar plenamente este reino, que se sumergió en una guerra civil durante el estéril reinado de Carlos de Viana. Los Beaumonteses, alineados con Enrique IV de Castilla, se enfrentaron a los agramonteses, partidarios de Aragón, hasta que la unión dinástica de los Reyes Católicos trajo cierta paz a Navarra. Entre 1495 y 1500, los reyes navarros, Juan de Albret y Catalina de Foix, supeditaron su poder a los Reyes Católicos y el reino quedó ocupado por tropas castellanas.
Fernando y los derechos de su segunda esposa
Juan III de Albret había logrado esta corona en virtud de su unión matrimonial con Catalina de Foix en 1484. Vinculada a Francia, la casa de Foix mantenía desde hace generaciones su candidatura al trono navarro y aprovechó la incertidumbre provocada por la guerra civil para ocuparlo. Reinaban, pero eran los Reyes Católicos los que manejaban los hilos. La situación se mantuvo en este estado hasta que, en 1505, Fernando se casó con Germana, también de la casa Foix. Su padre era Juan de Foix, un infante de Navarra casado con la hermana del Rey de Francia. De forma disimulada, el aragonés movía las piezas en silencio y se acercaba al sueño de su padre: anexionar Navarra.
Tras pasarse un año visitando sus posesiones italianas, Fernando «El Católico» regresó en 1506 a Castilla ante las noticias que le llegaban sobre la locura de su hija Juana, quien había perdido completamente el juicio tras la muerte de su marido, Felipe I de Castilla. Su regreso trajo pocas novedades al reino que le había expulsado de malas formas en pro de un soberano extranjero, adquiriendo un perfil discreto como Gobernador de Castilla, salvo en lo que se refirió a Navarra.
La noticia que sirvió de detonante para iniciar la carrera por hacerse con Navarra fue la muerte del primogénito de la familia Foix, pretendiente al trono y hermano de Germana: el gallardo Gastón de Foix. Apuesto, temerario e inteligente, Gastón era conocido por sus contemporáneos como «El Rayo de Italia» y superaba por mucho al resto de generales franceses del periodo. Sin la presencia del Gran Capitán en Italia, Gastón condujo a sus tropas hasta la victoria en la batalla de Rávena (1512), una vez que la guerra en Italia se había reactivado. A pesar de la resistencia de la infantería española, los franceses se impusieron con estruendo al ejército coaligado del Papa, España y el Imperio.
Pero mientras perseguía a los soldados más rezagados, Gastón de Foix se empeñó en desalojar de un camino elevado a una compañía de españoles que formaba un erizo de picas y arcabuces. Sus hombres le desaconsejaron cargar, mas el Duque de Nemours desdeñó sus voces y se abalanzó contra los españoles, que, bien situados, descabalgaron al francés y le llenaron de puñaladas. Luis XII de Francia lloró la muerte de su sobrino y la victoria agridulce, sin sospechar aún que los beneficios que Fernando «El Católico» sacaba de su muerte iban más allá de las fronteras italianas.
13.000 vascos para conquistar Navarrra
Amparado en una bula del Papa Julio II, Fernando convenció a su joven esposa para que reclamara el trono navarro retomando los argumentos empleados por el fallecido Gastón de Foix, al que, paradójicamente, Castilla y Aragón llevaban años torpedeando en sus pretensiones. Una vez reclamado por la vía legal, el primo del Rey, Fadrique Álvarez de Toledo, II Duque de Alba, se puso al mando de un ejército castellano que debía materializar la voluntad del Papa.
Francia envió al instante ayuda a los reyes navarros, pero no pudo neutralizar al numeroso ejército castellano, en su mayoría formado por soldados vascos. El 19 de julio de 1512, el ejército del Duque de Alba cruzó la frontera a la altura de Salvatierra y se reunió con fuerzas del bando beamontés (procastellanos), así como algunas tropas agromontesas. Entre las fuerzas reunidas por Castilla había cerca de 13.000 vascos, además de una pequeña fuerza de navarros dirigida por Luis de Beaumont, Conde de Lerín. Aragón, por su parte, participó en la conquista con un ejército encabezado por el hijo ilegítimo de Fernando, Alfonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza.
Curtido en la guerra de Granada, el II Duque de Alba era un experto en lo que hoy se llamaría guerra contrainsurgencia y uno de los castellanos en los que más confiaba el Rey. Tras conquistar Pamplona en un rápido golpe de mano, Fadrique dirigió a sus vascos contra Tudela. Ante la atenta mirada de Fernando «El Católico», la ciudad cayó en manos castellanas con la ayuda de las tropas del Arzobispo de Zaragoza el 9 de septiembre.
No en vano, el Rey aragonés aceptó restituir en el trono navarro a Juan de Albret, aunque las tropas castellanas siguieran ocupando el reino, ante el temor de que la entrada de fuerzas francesas pudiera enquistar el conflicto. En tanto, cuando el embajador del Rey estaba a punto de cerrar el acuerdo, fue Juan de Albret quien cambió de opinión y detuvo al enviado castellano. Fernando, preso de la furia, rompió el acuerdo y se preparó en esas fechas para guerrear contra los reyes depuestos y las tropas francesas. En otoño de 1512, Juan y Catalina trataron de recuperar su reino a través de tres ofensivas simultáneas: una en Guipuzcoa, otra en la Baja Navarra y otra en el Valle del Roncal. Las tres iban a fracasar.
¿Por qué Castilla y no Aragón?
El Duque de Alba resistió tres asaltos en Pamplona a manos de tropas francesas, navarras y mercenarios albaneses y franceses. Como narra Fernando Martínez Laínez en su reciente biografía «Fernando El Católico: crónica de un reinado» (EDAF), Juan de Albret estaba convencido tal vez por inexperiencia militar de que los gigantes lansquenetes alemanes que formaban parte de su ejército derrotarían con facilidad a los jóvenes defensores de la plaza, mucho más bajos de estatura. «Sé mejor que vos el esfuerzo de los mancebos españoles. No os engañéis con la gran estatura de cuerpo de los alemanes. En Rávena murieron el triple que los españoles», le advirtió el jefe francés La Palisse, veterano de las guerras de Italia.
Una vez fracasó el intento por tomar Pamplona, Fernando participó desde Logroño de la persecución de las tropas francesas, que, en su huida, arrasaron Irún, Oyarzun, Rentería y Hernani y finalmente se estrellaron en San Sebastián.
En julio de ese mismo año, el Rey de la Corona de Aragón y gobernador de Castilla anunció ante las Cortes castellanas reunidas en Burgos que Navarra quedaría a partir de entonces anexionada a este reino. Pero, ¿por qué se integró Navarra a la Corona de Castilla en vez de a la de Aragón? Para empezar porque la relación económica de Navarra con Castilla era mayor. Y sobre todo porque este reino presentaba menos obstáculos legales que en caso de vincularlo con la Corona de Aragón, que estaba formado por un entramado de reinos e intereses nobiliarios demasiaddo complejo.
A sus 63 años, Fernando no estaba ya para pelearse con las cortes de su reino, ni siquiera en un asunto que hubiera ampliado sus fronteras. Además, a la vista de que no tendría herederos con su segunda esposa, ¿qué más daba dónde cayera Navarra si todo España iba a ir a parar a su nieto Carlos de Gante?
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