Similitudes y diferencias en situaciones coloniales
Manuel Morillo; Diario Ya
La situación colonial de Irlanda del Norte hay que compararla con la de Gibraltar, no con la de Vascongadas.
Muchas personas y casi todos los media han caído en la trampa que usan los separatistas de comparar la situación de Vascongadas con la de Irlanda del Norte, para recoger la simpatía que despierta esa lucha entre los españoles. Y los líderes marxistas de algunos partidos irlandeses han sido cómplices en ese engaño.
Como fruto de esa falsa relación, pero cuya percepción se ha generalizado, unas veces de forma interesada y, otras, fruto de la ignorancia, muchas personas que ven la injusticia, la mentira y la violencia intrínsecos que conlleva el nacionalismo de inspiración sabiniana (sea cual sea su plasmación política) rechazan la lucha de los irlandeses por su completa libertad. Craso error.
La causa de la liberación de Irlanda es justa.
Es más, dado el componente religioso que históricamente ha tenido es una causa con la que simpatizamos todos los católicos, y con la que, tradicionalmente, España ha estado comprometida, por solidaridad con la razón que le asistía y por los intereses geopolíticos que favorecía.
Que es el terrorismo de inspiración marxista haya pretendido usar y monopolizar la causa, usando procedimientos criminales no la descalifica.
Lo mismo ha ocurrido con las justas revindicaciones sociales de los trabajadores frente a la explotación capitalista, las cuales fueron usadas por la Izquierda, no para defender los derechos laborales y la justicia social sino como instrumento para extender la Revolución y destruir el orden natural.
Pero al igual que la manipulación de la causa obrera por el marxismo no elimina el deber, incluso moral, de luchar por la Justicia Social, la utilización por parte del terrorismo marxista no descalifica las razones para la reivindicación de la total liberación de Irlanda.
El auténtico paralelismo entre la situación colonial de Irlanda del Norte, no debemos buscarlo con Vascongadas sino con Gibraltar. Este paralelismo abarca la identidad en la potencia invasora, el origen de la intervención invasora, la traición, el intento de eliminación de las poblaciones originarias, la persecución religiosa, la explotación colonial de los territorios invadidos, etc. Mostramos, a modo de ejemplo, algunos de esos paralelismos.
El origen de la invasión de Irlanda hay que buscarlo en el marco de las luchas civiles entre irlandeses.
Los ingleses acudieron a la isla reclamados por Dermot MacMurrough, rey de Leinster, desterrado por Rory O´Connor, sumo rey de Irlanda (siglo XII), para "ayudarle". Y con esa excusa comenzaron la conquista que culmina en 1170, con la caída de Dublín en manos del inglés conde Pembroke.
Es decir, se supone que los ingleses entran para ayudar una facción irlandesa frente a otra. De igual forma sucede con la invasión de Gibraltar. La ocasión propicia era, nada menos, que la Guerra de Sucesión al trono de España, que provocó la muerte sin descendencia de Carlos II, el Hechizado.
Uno de los pretendientes, Carlos III, carecía de flota, y la flota inglesa se puso a su servicio, ayudada por barcos holandeses. La fuerza invasora instó a la rendición a la guarnición de Gibraltar, haciendo llegar a los defensores la carta del archiduque de Austria, Carlos III de España, fechada en Lisboa el 5 de mayo de 1704. En esa carta se promete a cuantos quieran quedarse en la ciudad los mismos privilegios que tenían en tiempo de Carlos II, permaneciendo intactos la religión y los tribunales. La guarnición de Gibraltar contestó que seguía a Felipe V.
Reiterada y desobedecida de nuevo la orden de rendición de la plaza, a las cinco de la mañana del 3 de agosto comenzó el bombardeo naval. Duró cinco horas, y 900 cañones hicieron 3.600 disparos. Las mujeres y los niños se refugiaron en el Santuario de Nuestra Señora de Europa. El día 4 se negoció la capitulación, y la plaza fue ocupada en nombre de Carlos III, rey de España (el archiduque Carlos).
Después vino lo peor. Rooke, el almirante inglés, tomó la bandera inglesa, arrancó de cuajo la que antes había izado el Landgrave Jorge, príncipe de Hesse Darmstadt (en nombre del pretendiente español) y colocó la suya, haciéndola tremolar tres veces y tomando posesión de la ciudad en nombre de Ana, reina de Inglaterra.
Es decir, tanto la invasión de Irlanda, como la de Gibraltar se hizo con el engaño previo, aprovechando una situación de guerra civil, entre los irlandeses y entre los españoles, respectivamente, en un supuesto apoyo a una de las facciones locales contendientes.
Una vez ocupado el territorio, también en ambos casos, se quiso sustituir las poblaciones originarias por otras trasplantadas, para cambiar la identidad del territorio. Así, en Irlanda se pretende exterminar las poblaciones originarias galaicas, a través de la represión y del hambre generada por la ocupación de la tierra y la nueva estructura social impuesta, a través de las "plantaciones," cuando no por el asesinato directo. Y esa población autóctona se pretendió sustituir por nuevos contingentes, que sistemáticamente estaban compuestos por grupos de calvinistas, especialmente de extracción metodista.
De igual forma, en Gibraltar toda la población aborigen, tras la toma traidora de la ciudad por el inglés Rooke y su la destrucción del santuario por los anglicanos, enemigos del catolicismo, la violación de las mujeres y el asesinato indiscriminado de sus habitantes, se produjo en masa el traslado a la ermita de San Roque, fundando en su contorno una ciudad en la que reside la muy noble y más leal ciudad de Gibraltar, donde se conservan y guardan (en una espera que ya se torna impaciente) la llave de la fortaleza y el pendón bordado en Tordesillas por doña Juana la Loca.
Y esa población natural de Gibraltar fue, progresivamente y vulnerando, como era de esperar, el tratado de Utrecht, sustituida por personas de extracción musulmana y judía, así como de protestantes de nacionalidades no hispanas con la finalidad de que no tuviera ninguna vinculación sentimental con España, sino al contrario, una aversión especial.
Las persecuciones religiosas en Irlanda se repitieron periódicamente.
Ya desde Enrique VIII, pero especialmente desde la dictadura de Oliverio Cromwell que quiso exterminar a todos los católicos.
También en Gibraltar, y desde el primer momento, se procede a atacar todo símbolo del catolicismo. Los historiadores narran como el Santuario de Nuestra Señora de Europa fue objeto de una refinada destrucción; la imagen de la Virgen, brutalmente profanada y el Niño degollado. Ello ocurría a principios de agosto de 1704. El antiguo deseo de Cronwell, el Lord protector de Inglaterra, formulado en 1656, apoderarse de Gibraltar y hacer a España, desde la Roca, una guerra de corsarios, se iba a convertir para nosotros, ahora, en desventurada realidad.
Con estos paralelismos a modo de ejemplo vemos la falacia que suponía la comparación que buscan los separatistas sabinianos y como la realidad une las situaciones de Irlanda y Gibraltar
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