Los vascos del Siglo XV, por Julián Marías


Los vascos del Siglo XV
Julián Marías, de la Real Academia Española, ABC


La historia es deliciosa y aleccionadora. La contó hace medio milenio Fernando del Pulgar, en su Crónica de los Reyes Católicos, y la recordé en "España inteligible", sin que nadie haya parecido enterarse. En 1481 llegaron noticias de que los turcos preparaban una gran expedición para conquistar el reino de Sicilia, del que era titular Fernando el Católico como parte del Reino de Aragón. Para defender este reino, los Reyes Católicos ordenan organizar una gran armada, con dos flotas, una gallega y otra andaluza. Y sus comisarios van a Vizcaya y Guipúzcoa, para pedir que organicen otra armada que se uniría a las otras dos.

Explican a los vascos que «son gente sabida en el arte de navegar, y esforzados en las batallas marinas, e tenían naves e aparejos para ello". Dice Pulgar: "Los moradores de aquellas tierras son gente sospechosa" y ponen muchas dificultades económicas y también "diciendo ser contra sus privilegios, e contra sus grandes libertades, de que los de aquella tierra gozan, e les fueron guardadas por los reyes de España, antecesores del Rey e de la Reyna".Hay alborotos, los comisarios están en peligro, pero les explican "con palabras dulces", que no vienen a "quebrantar sus franquezas" sino a guardárselas mejor, y que estaban más obligados a hacerlo "quanto eran más sabios en el arte de navegar, e esforçados en las batallas marinas", "e vosotros castellanos, más en número, más esforçados, e mucho más diestros en el arte de navegar, acordáys quedar holgando en vuestras casas, quedad, señores, enhorabuena."

Los pueblos se aplacaron, la sospecha se mudó en orgullo y diligencia presurosa. "E en aquellas dos provinçias de Vizcaya e de Guipuscua se armaron çincuenta naos... E juntáronse con esta flota de los puertos de Galicia e del Andalucía fasta veynte naos de manera que en toda el armada yvan setenta naos." Reténgase lo que esta historia encierra. Se trata del reino de Sicilia, es decir, de la Corona de Aragón. Para defenderlo se movilizan armadas de Galicia y Andalucía, es decir, del reino de Castilla. Se pide la colaboración de los vascos, igualmente castellanos, incorporados al reino de Castilla desde el siglo XIV, y al final la armada tiene un contingente principal vasco.

Los recelos se han convertido en orgullo y entusiasmo. España funciona como una nación coherente y solidaria. No se olvide la participación conjunta en la reconquista de Granada, y el hecho de que la defensa del reino de Nápoles, de la Corona aragonesa, se hace sobre todo con tropas castellanas, al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Todo esto en los años finales del siglo XV.

Los intentos actuales de negar todo esto, de sustituirlo por una serie de ficciones recién inventadas, son simplemente ridículos y lo incomprensible es que no sean tomados como tales, en particular por las innumerables personas cuerdas que residen en las comarcas afectadas, a quienes se intenta despojar de su realidad. Cómo lo toleran, lo permiten, en algunos casos participan de ello, es algo que escapa a la comprensión.

Un factor de explicación es la vergonzosa ignorancia histórica que padecen muchas personas, acentuada en las promociones más jóvenes: carecen de recursos para descubrir y rechazar lo falso, están dispuestas a admitir lo que se les dice, por inverosímil que sea. Añádase el talante imperativo y totalitario con que se presentan tales ficciones, lo que ejerce fuerte coacción sobre los espíritus débiles. Y la enorme difusión de los medios de comunicación partidistas o serviles, la reiteración incansable de lo falso, hace posible la sumisión a ello, la falta de resistencia.

Hay otro aspecto de la cuestión, que hay que tener en cuenta. Hace muchos años descubrí una extraña propensión: la de envidiar los males ajenos. Hay algunas regiones en que ciertos factores han hecho posible la existencia de esos grupos dedicados a la general falsificación y suplantación de lo real. Pues bien, por extraño que parezca, hay otras en que esas condiciones no se dan, y se pensaría que están libres de esas anomalías. El mimetismo, la imitación, hacen que se produzca una especie de "contagio" y se simulen actitudes que llegan a lo grotesco.

En todas partes hay pequeños grupos de resentidos, convencidos de su carencia de importancia, que han descubierto la posibilidad de alcanzar algún poder y una participación en los presupuestos, al menos locales.

Creo que es un error hablar de todo esto más allá de lo indispensable. Se le da una resonancia que por supuesto no merece, y que no alcanzaría nunca sin ayuda ajena. El que los nombres y los rostros de personas sin el menor interés aparezcan constantemente en las publicaciones o en las pantallas no tiene la menor justificación y sirve para que logren un influjo que por sí mismas nunca alcanzarían.

¿Quiere esto decir que frente a todos estos fenómenos se debe guardar silencio? Creo que es menester señalar, lo más concisamente posible, la falsedad de lo falso, la desfiguración de lo real, con las pruebas pertinentes. Y nada más. los que no tienen el menor respeto a la realidad ni a las reglas del juego.

Otra cosa es cuando pasan a los hechos, desde la negación o la violación de las normas vigentes, es decir, de la legalidad. Esto no se puede aceptar, y hay que poner en marcha los mecanismos previstos por las leyes para que éstas se cumplan. Lo grave es que se pueda faltar impunemente a ellas, que sean desvirtuadas, a veces por los mismos que fingen aplicarlas. Y digo «fingen» porque se dan los casos de que decisiones importantes son alteradas y desvirtuadas por los mismos que las han tomado. El espectador ingenuo se pregunta cómo es esto posible: si una sentencia era justa, ¿cómo se la puede invalidar apenas pronunciada? Y si era injusta, ¿por qué se la promulgó en lugar de la nueva decisión?

Y no digamos si se trata de la violencia, la coacción, el atropello o el terrorismo. Con esto no se puede transigir con ningún pretexto; hay que tomarlo absolutamente en serio. Ante los números de circo es aconsejable desentenderse de ellos y no prestarles atención y resonancia, esto es, la realidad de que carecen. Frente a las conductas delictivas no es lícito encogerse de hombros, menos aún ser cómplices de ellas.

Los comisarios de los Reyes Católicos hablaron con «palabras dulces», como dice Fernando del Pulgar, con seguridades y buenas razones a aquellos vascos de fines del siglo XV, dispuestos a dejarse convencer, a los que se podía contentar. Hay que distinguir entre la buena y la mala fe; entre los que se pueden contentar y los que nunca se van a contentar, porque eso es precisamente lo que descartan desde el principio. Lo que era claro hace cinco siglos parece que ha dejado de serlo al cabo de tan largo tiempo.

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