La traición de Santoña
Pío Moa, LibertadDigital.com
No se conmemora por estos días la traición de Santoña. Es una lástima, porque conviene mucho a la memoria histórica. Para entender bien lo que sucedió debemos recordar que, en julio de 1937, la batalla de Brunete le dio un respiro al ejército del norte, a cargo de Gámir Ulíbarri, lo que le permitió reorganizar sus fuerzas, todavía muy nutridas y bastante bien armadas: 100.000 hombres, 30.000 de ellos nacionalistas e izquierdistas vascos, con una respetable masa artillera y de carros, aunque siempre inferiores en el aire.
No podían contar con vencer, pero sí con resistir unos meses hasta que el mal tiempo y las nieves de otoño frenasen las operaciones. Eso exigía la máxima lealtad de los grupos políticos, pero el PNV pronto se mostraría muy poco fiable. En un momento de euforia, Ulíbarri se sintió capaz de lanzar dos contraofensivas, una hacia Oviedo y otra hacia Vizcaya, esta a cargo sobre todo de los nacionalistas. La segunda comenzó el 26 de julio, por el macizo de la Nevera y la Ermita. El PNV la saboteó, como consta en los informes de los comisarios nacionalistas Víctor Lejarcegui e Ignacio Ugarte: "La operación se inició, pero, preparados oportunamente nuestros batallones de hacer que hacían y no hacer nada, fracasó (...) Al día siguiente se pretendió seguir la operación, pero nosotros nos opusimos a ello decididamente, y pasara lo que pasara dimos orden a nuestros batallones para que no actuasen cumpliéndose la misma y haciendo fracasar totalmente los intentos de lucha."
El sabotaje peneuvista exasperó al mando izquierdista, que colocó ametralladoras detrás de los batallones separatistas y les obligó a avanzar en un ataque casi suicida, en el que tuvieron gran número de muertos sin que consiguieran la victoria.
Para entonces, los nacionalistas habían acordado ya entregarse a los italianos el 31 de julio, indicándoles por dónde debían ser atacados sus aliados: "El ejército de Franco y las tropas legionarias para tomar Santander no atacarán por el frente de Euzkadi (...) Su ofensiva [irá] por Reinosa y el Escudo para ocupar Torrelavega y Solares, los dos puntos estratégicos de las comunicaciones con Santander y Asturias, y de esta manera copar al ejército de Euzkadi en su demarcación territorial".
Aguirre había señalado a Azaña: "Si los rebeldes consiguen dar un corte, por ejemplo hacia Reinosa, se producirá un desastre incalculable." ¿Una inocente casualidad? Es difícil creerlo porque, en efecto, los batallones nacionalistas habían pedido ocupar, y ocupaban, el frente oriental desde la costa al interior, mirando a Vizcaya. Así podrían abrir una enorme brecha en el frente de sus aliados y disimular su responsabilidad si un ataque franquista desde el sur y el oeste, a sus espaldas, les dejaba "copados", según ellos mismos habían indicado, obligándoles a una rendición en apariencia inevitable. Sus aliados, entonces, no podrían estar seguros de haber sido traicionados, e incluso podrían ser culpados por el PNV de la derrota, por no haber impedido el envolvimiento. Naturalmente, los revolucionarios percibían en los nacionalistas muchos actos sospechosos, pero ignoraban el alcance de sus acuerdos con el enemigo.
Como siguiendo aquellas sugerencias, la ofensiva franquista, iniciada el 12 de agosto, avanzó hacia Santander desde el sur, por Reinosa y el puerto del Escudo, derrotando a los izquierdistas y copando a los nacionalistas, cuyo frente permanecía pasivo. El 14 los italianos avanzaban en el frente oriental, sin resistencia pero sin rendición de su amable enemigo peneuvista, que no acababa de cumplir su palabra.
Y el 18, conforme iban siendo efectivamente "copados", los nacionalistas recibieron de los italianos la promesa de vía libre marítima entre los días 21 y 24. Pero, por ineficacia de las gestiones emprendidas desde Francia por el PNV, los barcos de rescate no llegaban. Entonces, el 23, varios batallones nacionalistas (también izquierdistas, ajenos a los tratos con los italianos), replegados en Santoña, Laredo y otras pequeñas localidades, se sublevaron y declararon allí la "República de Euzkadi". La misma jornada huían Aguirre, Telesforo Monzón y otros, quedando Ajuriaguerra para firmar la rendición a los italianos.
Las explicaciones que dieron los sublevados peneuvistas son realmente típicas. Afirmaron haberse rebelado "1) Porque entienden que meterlos en Santander sin salida hacia Asturias es un caso de traición combinado con el enemigo. 2) Que eso parece dirigido contra los vascos, que son los destinados a sufrir las consecuencias de la confusión (...) Que confían, en vista de que todo está perdido, en que se envíen barcos que les recojan para llevarlos a Francia. De lo contrario, se impone la capitulación". Así, quienes estaban realmente en connivencia con el enemigo, y resueltos a no replegarse hacia Asturias y a promover la confusión, acusaban de todo ello a sus víctimas.
No menos típica fue la falsa información que Aguirre, una vez llegado a Francia, comunicó a su correligionario Irujo, ministro de Justicia en Valencia: "No hubo sublevación, sino resistencia a evacuar a Asturias porque no se podía llegar a tiempo como la realidad ha demostrado y varios jefes militares afirmaban lo mismo [en realidad la salida a Asturias no se había cortado hasta el día 24]. Envíame copia de cuantos informes lleguen porque no estoy dispuesto a tolerar que los insignes fracasados intenten manchar nuestro nombre, respetado por todos". Aguirre, sabiendo que las izquierdas ignoraban sus negocios con los fascistas y los nacionales por más que barruntaran algo, intentaba convertir al PNV en la víctima ofendida de los manejos y la inepcia de sus traicionados aliados.
¿Por qué no se limitó el PNV a romper definitivamente un pacto tan extraño? Solo puede entenderse recordando que, al fin y al cabo, habían elegido al Frente Popular y su suerte dependía del triunfo izquierdista. Creían en él cada vez menos, pero no perdían nada manteniendo una alianza aparente que les permitiera beneficiarse de la victoria, si llegaba, dejando a los revolucionarios el peso de la lucha. A su vez, la permanencia del PNV en el Gobierno convenía a las izquierdas por razones de imagen ante el exterior. Irujo, por supuesto, continuó en su ministerio en Valencia. Y ya en el exilio, el PNV aprovechará los lazos con los compañeros de lucha "republicanos" para espiarlos por cuenta del FBI y la CIA.
Al no llegar los barcos, se acordó la rendición el día 25 al amanecer. Pero la entrega de las tropas no se efectuó, pues los nacionalistas esperaban todavía poder escapar por mar, y se apoderaron de todos los pesqueros y otras embarcaciones en el puerto. Franco, harto de dilaciones, y a la vista de que los tratos no le habían ahorrado la ofensiva, ordenó cesar todo contacto. Pese a ello los italianos, que entraron ese día en Laredo, siguieron negociando. A medianoche se entrevistaron Ajuriaguerra y Roatta, jefe militar fascista. El segundo recordó el incumplimiento de lo pactado y Ajuriaguerra alegó la "nobleza" con que habían actuado sus batallones –se habían rendido ya diez de ellos– y pidió una prórroga. El 26 los italianos ocuparon Santoña y obtuvieron la rendición de los batallones peneuvistas e izquierdistas, dándoles garantías de que no habría represalias, que serían presos exclusivamente de los italianos y que se permitiría embarcar a muchos de ellos en los pesqueros y en dos barcos ingleses que habían llegado por fin. El 27 comenzó el embarque, supervisado por los fascistas, mientras los pesqueros se colmaban de prófugos. Pero enterado Franco de esa desobediencia, ordenó que desembarcaran, como efectivamente se hizo, pese a la indignación de los italianos.
Significativamente, la literatura del PNV ha querido crear el mito de la traición de los italianos, centrando la atención en si los mussolinianos cumplieron su palabra o no, al permitir que Franco desembarcara a los nacionalistas y se hiciera cargo de ellos como prisioneros. Pero la cuestión de fondo, claro está, nada tiene que ver con la conducta de los italianos hacia el PNV, sino con la de este hacia sus aliados del Frente Popular, que les habían concedido la autonomía, tolerado sus vulneraciones de ésta y defendido Vizcaya a un alto coste, incluida la sangre de muchos izquierdistas vascos, santanderinos y asturianos. Todo para ser finalmente víctimas de una traición que permitió a los franquistas la primera victoria por embolsamiento, cayendo en su poder grandes masas de tropas y material de guerra.
Fuente: Libertaddigital.com
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