Los guipuzcoanos y la monarquía hispánica en la época de Felipe II, por Juan Madariaga Orbea

Los guipuzcoanos y la monarquía hispánica en la época de Felipe II


Juan Madariaga Orbea

Resumen de la intervención en el acto académico, titulado Lope de Aguirre y su época celebrado el pasado 29 de agosto de 1998, en el Aula Magna de la antigua Universidad de Oñati, organizado por Eusko Ikaskuntza e integrado en la 59 edición de la Quincena Musical de Donostia.

Esta breve exposición quiere situar el contexto en el que se produce la participación en las empresas imperiales de cientos de guipuzcoanos, que, como Lope de Aguirre, se esforzaban en doradas quimeras, pero también fundaban ciudades, guerreaban, misionaban y, sobre todo, llevaban cuentas y levantaban escrituras.

La Monarquía hispánica, en la fase de madurez, afrontaba entre otros varios problemas, tres que destacaría como esenciales: el cuidado y vigilancia de ciertos puntos geográficos estratégicamente vitales; la provisión de ciertos productos igualmente estratégicos y la necesidad de cubrir con personal capaz los puestos de una creciente (en número y complejidad) administración.

Por su parte Gipuzkoa se ha reconstruido sobre las cenizas de la vieja sociedad banderiza, sustituyendo paulatinamente la vieja solidaridad de sangre por la solidaridad jurídica que contempla el nuevo marco político de la Provincia, basado en el complejo: Monarquía, Fuero, Hidalguía universal. Los cimientos económicos sobre los que este complejo se asienta intentan resolver un problema simple pero importante: como mantener a una población muy crecida (unos 60 ó 65.000 habitantes) sobre un pequeño territorio, reputado de "estéril" (es decir, poco triguero), cuando la supervivencia descansa precisamente en la tríada: trigo, manzana, ganado. La respuesta es varia y múltiple; de una parte, la migración; de otra, la diversificación funcional y profesional y la especialización. Así, sobre la renovada red urbana, cuajada en las últimas centurias medievales, se yergue a lo largo del siglo XVI una poderosa industria que se articula sobre dos polos nodales: la construcción naval y el hierro. De Gipuzkoa, como de otros territorios vascos, saldrán barcos, clavos, herramientas, armas, etc. Igualmente, se potenciará la actividad comercial y portuaria. Pero además, los guipuzcoanos destinarán buena parte de su potencial laboral a los servicios administrativos. Es precisamente esta última faceta la que nos ocupa y trataré ahora más extensamente.

En resumen, Gipuzkoa y Euskal Herria en general, van a poder ofrecer a la Monarquía algunos de los elementos estratégicos de los que está necesitada: defensa de un territorio fronterizo con el reino de Francia; barcos, armas, hierro y funcionarios. La Monarquía, por su parte, ofrece a Gipuzkoa un vasto campo de participación económico-laboral: mercados para sus productos, puestos en la administración, plazas de soldados, expediciones, ¼ Se va a fraguar ahora un estereotipo clásico a lo largo de toda la Edad Moderna: el del "vizcaíno" (vasco) productor de hierro y secretario.

En Castilla se manifiesta la ausencia de una clase media, sólida, respetable y trabajadora. Se menosprecia el comercio. Se cae en el señuelo del dinero fácil de juros y censos. La burguesía se traiciona como clase codiciando títulos de nobleza. Mientras que en Gipuzkoa se forja una cierta burguesía funcionarial, alejada de las rentas y del trabajo de la tierra, compuesta por lo general de hidalgos segundones, marginados de los mayorazgos, que buscan otras formas de inserción socio-laboral.

La Corte, con su progresivo aumento, se convierte desde Felipe II y sobre todo a partir de Felipe III en un auténtico imán para la nobleza endeudada o para los segundones con necesidad de medro. La Casa Real, acoge a bastantes empleados y cargos. Por una parte hay que considerar que son pocos para un imperio tan vasto, pero por otra son bastantes, si tenemos en cuenta que la mayor parte se nutrían de sectores sociales y procedencias geográficas reducidas, especialmente Castilla y la fachada atlántica. En 1623, justo al inicio del reinado de Felipe IV, los funcionarios de la Casa Real, es decir los responsables de las necesidades materiales de la familia real, sobre todo rey y reina, eran unos 1.700 cortesanos: mayordomo mayor (alimentación y alojamiento); camarero mayor y luego sumiller de corps (servicio personal); caballerizo mayor (transporte); guardia real (300 soldados de protección y 175 oficiales y criados para actividades de caza); confesores, damas, meninas y desde luego, cronistas y escritores para redactar textos laudatorios y construir la historia nacional. Algunos de estos cargos tienen gran importancia política, por la proximidad cotidiana al rey y poder tener ascendiente personal: confesor, sumiller, caza,¼ Los validos (Lerma, Olivares) eran simultáneamente sumilleres. Además de administrar estaba el otro ámbito que se considera característico de la monarquía: juzgar. Así, se produce a lo largo del siglo XVI un importante ascenso social de los letrados.

Ahora bien, para poder insertarse en la administración era imprescindible una base cultural. Para ser funcionario se precisaba formación, lo que implicaba varios problemas: una inversión económica bastante elevada; una predisposición mental y en el caso guipuzcoano, un salto lingüístico. Sin desdeñar el esfuerzo suplementario que supone el aprendizaje de dos nuevas lenguas (el latín y el castellano) para los vascos que pretenden profesionalizarse en el mundo de las letras y las cuentas, el mayor problema lo constituiría la disponibilidad de una adecuada infraestructura educativa en toda la cadena: primaria, secundaria, universidad. En el caso de Gipuzkoa, tienen importancia: la red de maestros de primeras letras, pagados por ayuntamientos y particulares. Las escuelas de gramática, con papel preponderante de franciscanos y sobre todo de jesuitas. Algunos centros especialmente relevantes: la Universidad de Oñati (fundada en 1545) y los Colegios de Jesuitas de Bergara (en 1593) y Azkoitia (1599). Por parte de los franciscanos se enseña latín y humanidades en los de Arantzazu, Mondragón y Tolosa, aunque con menor eficacia. Preceptores en Bergara y San Sebastián. Con todo, a pesar del importante papel jugado por estos centros, especialmente por la Universidad de Oñati, los guipuzcoanos se van a ver precisados a buscar formación en otros lugares, con preceptores vitorianos o burgaleses y desde luego acudiendo a las universidades de Alcalá, Salamanca o Bolonia.

La lista de "plumíferos" y covachuelistas de origen vasco en Madrid, Toledo, Valladolid, Sevilla, Perú o México, empieza a hacerse interminable. Además, la fuerte solidaridad familiar y de paisanaje, las redes clientelares establecidas entre los vascos, provocan la transmisión de los cargos y oficios entre parientes y paisanos con notable reiteración. Así, desde los Secretarios reales (de 12 Secretarios del Consejo 5 son guipuzcoanos (los cuatro Idiaquez y Antonio de Aroztegui) hasta los Regentes, Oidores, Corregidores, Fiscales en Audiencias y Chancillerias, Criados del Rey, Contadores, Tesoreros, Veedores generales ¼ amén de los considerados del servicio personal del Rey: Cancilleres mayores, Factores de S.M., Intérpretes, Administradores de rentas, Pajes, Ayudas de Cámara, ¼ En la relación de guipuzcoanos al servicio de la Corona ofrecida por Lope de Isasti (completada por Floranes) y que se refiere a los reinados de Carlos V, Felipe II y Felipe III (hasta 1626), podemos contar hasta 332 funcionarios guipuzcoanos entre los que destacan 50 abogados ("entre otros muchos que no ocurren á la memoria"), sin citar, desde luego, los innumerables eclesiásticos y militares.

Conviene fijarse en la procedencia de estos guipuzcoanos. Me parece destacable que de los 332 solamente figuran 22 de San Sebastián, mientras que aparecen muchísimos de Bergara, Tolosa y Azpeitia. Puede influir el que siendo Donostia una ciudad esencialmente comercial se dedicasen sus naturales más a esta salida profesional que a la burocracia, dejando ésta a los linajes de la Provincia. El mayor peso de algunas villas debería producirse, entre otras cosas, por el hecho de una mejor infraestructura docente local.

Muchos de estos guipuzcoanos al servicio de la Corona ocuparon cargos humildes y de poco brillo, pero una representación bastante nutrida de ellos alcanzó puestos de consideración: los citados Idiaquez, Martín de Arrese (de Bergara) al servicio de Felipe II como virrey de Sicilia; Sancho López de Otalora, Oidor del Consejo Real y su hermano Miguel, Presidente del Consejo de Indias. Esteban de Garibay, cronista de Felipe II e historiador; que elabora lo que sería una historia nacional de los reinos de España: "Los 40 libros del compendio historial." 1571; los calígrafos, impulsores de una "letra nacional" (junto a los vizcainos Joanes de Yciar y Pedro de Madariaga) hermanos Felipe y Tomás de Zavala (naturales de Marín, Valle de Leniz). Los intérpretes; como Francisco de Garmendi (de Zarautz) intérprete de arábigo, turqueso y persiano y Juan Cruzate (de San Sebastián), que sabía las lenguas tudesca, polaca, rutena, italiana, flamenca, francesa, inglesa, latina, vasca y otras.

Dada la solidaridad familiar, ya citada, como es fácil de suponer, aparecen sagas de servidores a la Corona, grupos de familiares desempeñando cargos destacados; como por ejemplo: Domingo Martínez de Orbea, Caballero de Santiago, Tesorero General del Emperador. Su hermano Juan, Regente y Tesorero General de Aragón; su hija Dª Ana casa con el Conde de Oñate, D. Pero López de Guevara. El tercer hermano, Martín, teniente del General de las Galeras de España, D. Bernardino de Mendoza. O el linaje bergarés de Olalde del que D. Martín Martínez de Olalde fue Registrador y Chanciller de Carlos V; sus hijos fueron: D. Andrés, Paje del Condestable de Castilla D. Iñigo Fernández de Velasco. D. Jorge: Canciller y Registrador de Felipe II. El Dr. D. Juan: Catedrático de Prima en la Universidad de Oñate, beneficiado de Bergara y chantre de Guadix y Dª Maria: casada con otro miembro de un rancio linaje bergarés: D. Miguel Ibañez de Recalde.

Entre la pléyade de guipuzcoanos afanados en desempeñar cargos y empleos de a monarquía, hubo, como no podía ser de otra forma, de todo: desde los que, como Lope de Aguirre, se sintieron incómodos, engañados o utilizados en el papel que les había tocado jugar y reaccionaron de formar más o menos crítica, hasta los apologistas y constructores del sistema monárquico ("intelectuales orgánicos" se les podría llamar en el siglo XX), como el caso paradigmático de Esteban de Garibay.


Fuente: Euskonews.com

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