20/12/2020

Juan Álvarez de Eulate y Ladrón de Cegama


Gobernador y capitán general de Nuevo México entre 1618 y 1625, gobernador de Margarita entre 1630 y 1638, castellano del Castillo de Pamplona y maestre de campo en 1640, y gobernador de las islas Canarias en 1655

ESCUDO DE ARMAS DE ÁLVAREZ DE EULATE EN SALVATIERRA

Juan Álvarez de Eulate y Ladrón de Cegama nació en 1583 en Eulate, Navarra. Era hijo segundón de un linaje nobiliario cuyos padres eran Juan Álvarez de Eulate y Juana Ladrón de cegama y Alciturry. Poseían el Palacio del cabo de Armería de los Álvarez de Eulate.

Inició su carrera de las armas enrolado en 1602, enrolado en los Reales Tercios de Infantería del archiduque Alberto de Austria, en la compañía de Rodrigo Flores, perteneciente al Tercio de Íñigo de Borja. Allí tomó parte de los conflictos desarrollados en la Guerra de los Treinta Años, como el sitio de Ostende o la reconquista del dique del cuartel de Breda. Tras ser herido en dos ocasiones, fue ascendido a alférez de una compañía, al servicio del general Ambrosio de Spínola. Con participó en varios enfrentamientos, destacando en dos expediciones a Frisia.

En 1608, Eulate regresó a España, siendo capitán de flota hasta 1617. Durante estos años, casó con María de Albizu y Diaz de Jáuregui y recibió de su hermano los derechos del Palacio de Eulate. El 13 de noviembre de 1616, recibió un acostamiento por valor de 25.000 maravedíes anuales por los servicios prestados a la Monarquía hispánica.

En 1617, fue nombrado capitán de artillería de la misma flota, y tuvo que embarcarse con destino al Virreinato de la Nueva España.

A finales del mismo año ya estaba en México. Fue nombrado gobernador y capitán general de Nuevo México, por el virrey Diego Fernández de Córdoba, cargo administrativo que desempeñó durante más de siete años.

En diciembre de 1618, llegó a Nuevo México junto a un grupo de soldados y eclesiásticos. En Santa Fe hizo levantar un edificio para funciones gubernamentales ante la inexistencia del mismo, financiado a su costa y disponiendo de indios en régimen de encomienda.

En cuanto a política exterior, consiguió pacificar a los indios jumanos, a los jemez, a los picuris y al pueblo Zuni. A los indios acoma los derrotó destruyendo la fortaleza que estaban utilizando como base durante décadas. Al final de su gobierno, el territorio estaba pacificado como nunca antes.

Emprendió dos expediciones para capturar búfalos americanos, cuya carne, pieles y sebo eran superiores al ganado español, y que no pudo vender en la España peninsular. Por el contrario, Eulate estuvo enfrentado con los misioneros de la Orden de San Francisco, cuyo líder era Esteban de Perea. Acusaban al navarro de explotar a los indios, entre otras estaba la concesión de licencias para el servicio doméstico de niños huérfanos.

En 1620, el virrey de Nueva España escuchó las quejas de los indios sobre los abusos de poder y dictó órdenes sobre cómo debían ser tratados los indios para Perea y Eulate.

En 1622, los misioneros franciscanos llegaron a plantearse abandonar Nuevo México, pues Juan de Eulate protegía la idolatría y la brujería de los indios a cambio de venderle pieles curtidas. Fray Pedro Zambrano Ortiz, culpó a Eulate de la situación en Galisteo, afirmando que era más un comerciante que un burócrata, y un mal ejemplo para los colonos.

En diciembre de 1625, Eulate fue relevado del cargo por el almirante Felipe de Sotelo Osorio. Tras dejar el cargo, algunos de los líderes indios testificaron que les había defendido y también apoyado frente a los frailes que demandaban trabajadores a su servicio. Incluso, los indios cumanas escribieron varias cartas al rey proponiendo a Eulate "como la persona más a propósito para su gobierno", fundándose "en el respeto y particular amor en que le tenían los caciques y principales por el apacible modo con que los trató".

JUAN ÁLVAREZ DE EULATE E ISLAS ANTILLAS

Cuando regresó a México, en otoño de 1626, fue arrestado acusado de usar la expedición de retorno para llevar sus mercancías e indios para vender como esclavos en Nueva España. Se le dejó libre cuando pagó el trasporte de su mercancía y dejó volver a los indios a su tierra.

En 1630, fue enviado como gobernador de la Provincia de Margarita, con sede en la isla Margarita, perteneciente a la actual República de Venezuela. Durante ocho años sirvió a su rey en este cargo, reforzando sus defensas con cinco nuevos fuertes, y guarneciendo otros once, y apoyando la defensa de las Tortuga y Tobago frente a los piratas holandeses.

El 12 de mayo de 1633, el hijo de Eulate, Julián de Eulate, salió de Margarita hacia la cercana Trinidad en tres grandes piraguas que transportaban tres destacamentos militares y cincuenta nativos de auxilio. Capturó a once colonos ingleses y veinte indios, que formaban parte de una expedición más grande dirigida por Henry Colt.

En diciembre de 1636, Eulate participó en una expedición de castigo al mando de Martín de Mendoza a las islas Trinidad y Tobago, que habían caído en poder de piratas de diferentes nacionalidades.

En el plano económico, Eulate fomentó el cultivo y comercio perlífero.

SITIO DE OSTENDE

Tras regresar a la España peninsular en 1638, fue requerido por el rey Felipe IV. En 1640, fue nombrado castellano del Castillo de Pamplona, además obtuvo el hábito de caballero de la Orden de Santiago y la graduación militar de maestre de campo.

Durante algún tiempo vivió en Pamplona, mientras se distinguía como señor y pariente mayor de los Palacios de Cabo de Armería de Eulate.

En abril de 1641, se le concedió la merced de otros 25.000 maravedíes de acostamiento anuales.

En febrero de 1642, se le concede la merced de llamamiento a las Cortes Generales del Reyno de Navarra, por el Brazo Militar de los Caballeros.

De Pamplona se le trasladó a las islas Canarias como gobernador y capitán general de las Canarias. Este cargo fue desempeñado hasta su muerte, en 1655. Fue enterrado en la iglesia parroquial de San Martín.

El historiador France V. Scholes describió a Eulate como un petulante, sin tacto, soldado irreverente cuyas acciones fueron inspiradas por el abierto desprecio hacia la Iglesia y sus ministros y por una concepción exagerada de su propia autoridad como representante de la Corona.

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