La
política urbana de los reyes navarros Sancho VI el Sabio y Sancho VII el Fuerte,
conscientes en aumentar el número de villas de realengo, producía recelos en
los caballeros alaveses, que veían disminuir sus tierras y el número de sus campesinos.
Esta reducción del régimen señorial, resultado de su progreso socio-político,
no gustaba nada a los señores vascongados. A su vez, se correspondía con la
desconfianza creciente, observable desde tiempos de Sancho VI, de los reyes navarros
respecto de los señores alaveses. Poco a poco, los dos Sanchos fueron
quitándoles las tenencias de las principales fortalezas y sus tierras para
encomendárselas a navarros nativos. Así, pierden las suyas el último de los
Vela, Pedro Ladrón e Íñigo López de Mendoza, que fueron encomendadas a navarros.
La
reorganización del territorio vascongado en aquellos años sentó las bases de su
posterior inclinación hacia Castilla, en 1200.
Ya,
en marzo de 1199, previendo un posible ataque castellano, Sancho VII confió la tenencia de
San Sebastián al navarro Juan de Vidaurre. Correspondían a la misma los castillos de Beloaga y Arzorocia.
En
el curso de la guerra, Pedro Ladrón no había dudado en pasarse al rey
castellano cuando éste, en 1198, y en su marcha hacia Treviño, comenzó a ocupar
tierras alavesas. La Cofradía de Álava jugó un papel importante en la secesión
respecto de Navarra y en la adhesión de gran parte de los territorios vascos al rey
castellano. La cofradía representaba en algún grado la institucionalización de
la vida político-social alavesa, ya que existía desde 1110. Dentro de un marco
feudal, era lógico que los señores vascos calculasen lo que podrían
beneficiarse del gran porvenir que se auguraba para Castilla en la mitad sur de
la península.
En
1199, Alfonso VIII se dirigió contra Miranda, cruzó su puente sobre el río Ebro
y avanzó sobre Álava y hacia San Sebastián. El avance castellano no fue un
paseo, pues las guarniciones y tenentes navarros opusieron cerrada resistencia,
notablemente los de Portilla y Treviño, que no se entregaron. Pero la población
del territorio, desde luego, no opuso resistencia conocida a la conquista
castellana. Posiblemente fuese por la vieja y larga unión con Castilla, antes de la efímera adhesión de los estamentos señoriales al rey de
Navarra.
Pero
no fue así con respecto a Vitoria, donde si que hubo una fuerte resistencia a
la conquista castellana, ya que había sido fundada por Sancho VI el Sabio.
MURALLA DE VITORIA
El
sitio de Vitoria por las tropas castellanas comenzó en junio de 1199. Alfonso
VIII se unió a él en agosto, permaneciendo varios meses ante sus muros. Vitoria
poseía un reformado sistema de murallas y muy bien emplazadas, y estaba
defendida por un buen tenente, Martín Chipia. No obstante, dada la pequeñez de
la plaza y la escasez de recursos humanos propia del Reino de Navarra, además
de la creciente carencia de vituallas, los defensores vieron la situación
objetivamente perdida, por lo que Chipia envió mensajeros al rey Sancho VII, que estaba en
tierra de moros, para pedirle la venia de capitulación. Uno de ellos fue el
obispo de Pamplona. Los comisionados regresaron con el beneplácito real, y
Vitoria fue entregada antes del final de enero de 1200.
No
había en el resto de Álava y Guipúzcoa fortificación comparable a la de
Vitoria. Con su caída, el resto de Álava, Guipúzcoa y la Burunda (Navarra) se
entregaron sin más dilaciones. Al menos seis tenentes navarros de castillo o
fortaleza conservaron la reputación, a pesar de haber perdido las plazas por
rendición o capitulación, como demuestra el hecho de que siguieron al servicio
del rey navarro con otras encomiendas, como el propio Martín Chipia y Vidaurre.
Tan solo uno de ellos, Martín Ruiz, falleció durante la defensa de Portilla (Álava).
ESTATUA DE ALFONSO VIII DE CASTILLA
Sancho VII se hallaba en Sevilla esperando la llegada de los embajadores del sultán, que estaba en Marruecos. Pero al estar en guerra con otras partes de su Imperio norteafricano, no pudo aliarse con el rey navarro. Regresó a Tudela a inicios del 1201. Había perdido el poder de los territorios de Álav y Guipúzcoa, incluidas las ciudades Vitoria y San Sebastián. Esta ciudad aún no pertenecía a la provincia, y además a ella estaban unidas Pasajes y Fuenterrabía, lo que hizo que Navarra perdiera territorio al mar para siempre.
Su intento de neutralización a Castilla tratando de tejer una alianza con los almohades había fracasado. En la tregua, intervino el papa Todo, en marzo de 1201. También tomaron parte de las negociaciones los señores de las tenencias de las comarcas mayores; ninguna otra institución tuvo influencia en la toma de posiciones ya que todas eran muy débiles en esas zonas del territorio vasco al carecer de obispado y de ciudades importantes. La Crónica de los Once Reyes dice que Alfonso VIII ganó veinticinco lugares y castillos, de los cuales retuvo catorce y devolvió once. Adquirió Treviño y Portilla, en Álava, y a cambio retornó Inzura, Miranda, Mendavia y Larraga, en Navarra.
Un caso de afiliación en sentido contrario al de la mayoría de los nobles vascos fue el de Diego II López de Haro, señor de Vizcaya, el hombre más influyente de la Corte castellana y alférez mayor de Castilla, cargo por el que alzaba el pendón real en las aclamaciones al rey. En mayo de 1199, estaba en Pancorbo (Burgos), dispuesto a la empresa militar. Pero en agosto había sido desplazado como alférez mayor por un hombre de la familia Lara, y aunque Diego siguió en la Corte hasta septiembre de 1201, poco después, según noticias del arzobispo Jiménez de Rada, se desvinculó de Alfonso VIII y se puso al servicio de Sancho VII. En una de sus incursiones contra los dominios del rey castellano, incendió Vitoria; era el Jueves Santo de 1202. En septiembre, los dos Alfonsos, el VIII de Castilla y el IX de León, le cercaron en Estella, ciudad que el de Haro había recibido como tenente de manos de Sancho. Desde luego, el cerco no dio resultado alguno, pero la desvinculación de Diego II López de Haro facilitó al rey de Castilla su total dominio del Señorío de Vizcaya.
Años más tarde, Diego II López de Haro regresaría a la Corte de Alfonso VIII, llegando a ser la vanguardia del ataque castellano en la batalla de las Navas de Tolosa.
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