Vascos y navarros en América
Juan B. Amores Carredano, profesor titular de Historia de América en la Universidad del País Vasco
Aunque parezca ya un tópico decirlo, por reiterado, hay que seguir afirmando que la participación de vascos y navarros en la empresa colonizadora y civilizadora de América, como parte integrante que eran de la corona de Castilla, fue no sólo vasta y multiforme sino particularmente intensa, de modo que se encuentran sin duda entre los pueblos de España que más han contribuido a la formación y consolidación de la cultura y civilización de que hoy son los países hispanoamericanos.
En efecto, las especiales características de su pronta incorporación a la corona de Castilla -a la que fueron agregadas las tierras americanas- les permitió estar presentes, desde el primer momento, en todas y cada una de las facetas de la gran empresa americana, a diferencia, por ejemplo, de que ocurrió con los habitantes de los reinos orientales de la península. Por otro lado, el disfrute de la hidalguía cuasi universal, respetada por Castilla en aquella incorporación, les facilitó su incorporación desde los inicios en los puestos de Ía administración americana, con las ventajas que conllevaba por la peculiar relación que se dio en el Antiguo Régimen entre una administración cada vezmás compleja y centralizada, una economía de base mercantilista y corporativista, y las posibilidades de ascenso social. De aquí se deriva un tercer fenómeno que caracteriza la presencia de vascos y navarros en la empresa americana, el que se refiere al elevado porcentaje de ellos alcanzan una posición relevante en el conjunto de la empresa colonizadora, si comparamos al que se da entre otros grupos nacionales.
En todo caso, América fue sin duda una salida y una oportunidad providencial para la vitalidad y potencialidad de estos pueblos, especialmente para los habitantes de las áreas o comarcas donde se daba tradicionalmente un desajuste mayor entre población y, recursos. Fue en América donde muchos de ellos consiguieron los bienes que las limitaciones naturales de su tierra les negaban; y junto con los bienes, también en muchos casos, los honores, sobre todo en el servicio a la monarquía.
Otros muchos quizá no consiguieron tanto, pero entre los americanistas existe la convicción fundada de que, encontrarse o hablar de vascos o navarros en Indias, es lo mismo que hablar de emprendimiento, de progreso en cualquiera de las facetas en que se les encuentre, de ascenso social y también, salvo casos aislados, de buenas o incluso privilegiadas relaciones con los centros de poder, tanto en la metrópoli como en América. Por eso se suele decir que la empresa colonial pareció hecha a la medida de la idiosincrasia socio-profesional vasca y de su espíritu emprendedor.
Una última característica singular suele señalarse siempre al hablar de la participación de vascos y navarros en empresas que, como la americana, implica para ellos la emigración y el trasplante a otras tierras. Me refiero a la conservación de los vínculos de solidaridad étnica o regional: mantienen la relación con sus pueblos de origen, tienden a asociarse con paisanos para sus empresas profesionales, a constituir agrupaciones o sociedades que preserven su unión y aseguren la ayuda mutua, e, incluso, practican un cierto grado de endogamia. Esta afinidad natural entre vascos y navarros fuera de sus tierras de origen fue siempre tan evidente, que llegó a ser percibida por el resto de la población como uno de los rasgos que les singularizaban; y a veces también como un rasgo negativo, en el sentido de que, en situaciones concretas, podía ser interpretado como signo de exclusivismo, o de un sentimiento de superioridad o incluso de rechazo hacia los demás: no es que esto se diera necesariamente de forma objetiva, pero en las relaciones entre los grupos sociales tan importante es el ser como el parecer, las razones más o menos objetivas como las imaginadas o subjetivas (que de todas formas nunca lo son del todo).
En los últimos quince años se ha avanzado mucho en el conocimiento del grado. y forma en que realizó la participación de los vascos y navarros en la formación del Nuevo Mundo. La mayor parte de los estudios atienden a los aspectos más significativos, como el de la participación en el comercio americano; otros han estudiado el fenómeno emigratorio desde las fuentes de las tierras de origen, lo que ofrece un panorama distinto, al poner de manifiesto que los casos singulares son eso, singulares, y que la mayor parte de los que hicieron las Américas, o lo intentaron, no acabaron precisamente de virreyes, mineros o grandes comerciantes.
En esta breve exposición vamos a dar por supuesto esa realidad y, debido sobre todo a la escasez del tiempo para un tema tan amplio, me voy a dedicar exclusivamente a señalar algunos de los aspectos que ejemplifican mejor la aportación de las gentes de estas tierras a la formación de la sociedad hispanoamericana. No voy a referirme, de todas formas, al proceso de evangelización, ya que la aportación vasca y navarra fue tan extensa que requeriría otra intervención como ésta sólo para ofrecer los rasgos más generales.
En los inicios de la empresa descubridora y colonizadora
La presencia de los vizcaínos -como se llamó hasta el siglo XVIII a todos los procedentes de estas tierras- en lo que van a ser los puntos de partida del descubrimiento, Sevilla y Cádiz, está datada desde el mismo momento en que las ricas tierras del valle del Guadalquivir son reconquistadas por Fernando III y sus inmediatos sucesores. Ya en el siglo XIV existe en Cádiz el Colegio de Pilotos Vizcaínos, cuyos estatutos confirman los Reyes Católicos a fines de esa centuria de paso que se le concede la exclusividad en el suministro de prácticos de la navegación para los buques que acudían al puerto. En el siglo siguiente encontramos una calle de los vizcaínos en Sevilla, ubicada justamente junto a la salida de la muralla al río y próxima también a las gradas de la catedral donde solían negociar mercaderes y banqueros.
Las gentes vascas participan por tanto desde el primer momento en la nueva economía y comercio atlánticos, desde las costas andaluzas hasta el Cantábrico y el mar del Norte, sobre todo como maestres y capitanes de barcos, suministrando fletes, como pilotos y demás oficios relacionados con el mar, y también implicándose en el comercio, en primer lugar el que lleva el hierro vascongado hacia el sur a cambio de productos de la tierra.
E inevitablemente participaron por ello también en las primeras navegaciones hacia el sur y suroeste oceánicos, a menudo compitiendo con el avance portugués por la costa occidental africana. Así, a finales del siglo XIV, navíos vascos y andaluces llevaron a cabo una operación conjunta sobre la abandonada isla de Lanzarote; y en la guerra castellano-portuguesa, al inicio del reinado de los Reyes Católicos, naves vascas combaten con las lusitanas en las costas andaluzas y en las de África.
En ese contexto, resulta completamente natural que encontramos a un buen número de "vizcaínos" ya en el trascendental viaje del descubrimiento. De acuerdo a las investigaciones más seguras, al menos 9 de unos 90 tripulantes conocidos de ese primer viaje eran vascos. Así, la nao Santa María, capitana del descubrimiento, era propiedad de Juan de la Cosa, también llamado Juan o Juancho Vizcaíno, y en su dotación llevaba al menos a otros cinco vizcaínos, como el propio Colón atestigua. Los otros "vizcaínos" enrolados viajaban en la carabela Niña, propiedad de Juan Niño y capitaneada por Vicente Yáñez Pinzón.
Y es dudosa, pero igualmente probable, la presencia de otros vascos en la misma expedición. Al parecer, fueron estos vascos los que decidieron quedarse en el fuerte Navidad y los que luego generaron el conflicto interno que llevó a la dispersión del grupo y su liquidación por parte de los indígenas.
Los vascos, y en primer lugar el propio Juan de la Cosa o Vizcaíno, también participaron en el segundo viaje colombino, como sabemos por su aparición en el documento que Colón hizo firmar a todos los tripulantes certificando la continentalidad de Cuba. Tenemos también la certeza de la participación vasca en el cuarto viaje, realizado en 1502-04. En esta última expedición colombina participó la nao Vizcaína, propiedad del vecino de Guetaria Juan de Orquiva o Urquina y de la que era maestre y capitán el tolosano Juan Pérez de Balda. En su tripulación viajaba Pedro de Ledesma, que había participado en el primero y tercero de los viajes colombinos, y aparece como piloto real en 1513, cuando era ya vecino de Sevilla. Además de esos viajaban en la expedición otros quince marineros vascos, la mayor parte de los cuales fallecieron en el curso de aquella accidentada travesía.
Desde el primer momento por tanto, la participación vasca, con naves y hombres, en la navegación atlántica fue intensa y proporcionalmente alta en relación con los procedentes de otras regiones peninsulares, como correspondía a la tradición de este pueblo. Esto fue sólo el inicio.
En la fase siguiente, la de conquista y colonización de las Antillas y área de Panamá, que será la primera frontera americana durante más de veinte años, vascos y navarros van a sumar, sólo en lo que a emigración registrada o legal se refiere, casi el siete por ciento de los primeros pobladores europeos. En La Española, centro político de esta primera colonización antillana, los vascos representaban un 8,5 por ciento de los vecinos; en Puerto Rico más del 16 por ciento; en Panamá o Tierra Firme un 10 por ciento. Unas proporciones claramente superiores al porcentaje de la población vasco-navarra en el conjunto de la población peninsular. Y como para certificar ya desde ahora la especificidad de esa presencia en relación con otros grupos nacionales, vascos eran casi el 10 por ciento de todos los capitanes, maestres y marineros de las expediciones navales que salen de Sevilla hasta 1520; por otro lado, entre esos primeros pobladores se encuentran más de 20 mercaderes de procedencia vasca para un total de 110, lo que supone un 18 por ciento, una proporción también mucho mayor que la de los comerciantes de otras comunidades regionales.
También entre los primeros comerciantes banqueros, residentes en Sevilla, que van a sacar buen partido de los inicios del comercio atlántico encontramos a gentes vascas. Pedro de Morga o Domingo de Lizarrazas, por citar sólo a dos de los más señalados, hicieron las primeras grandes fortunas en ese comercio. Pero fueron otros muchos los que aventuraron sus escasos medios en el tráfico con las Antillas y los primeros asentamientos en Tierra Firme: así, Sancho Ortiz de Urrutia y Juan de Urrutia están entre los primeros que organizan viajes de rescate o trueque a las costas venezolanas de Cumaná, en 1519; con la isla de Cubagua y el negocio perlífero en la década de 1520 tienen que ver.
Domingo de Zubizarreta, Sancho de Lizaur, Juan Lopez de Arrechulueta y Martín de Ochandiano, los dos últimos con los empleos de veedor y tesorero, aunque con seguridad también comerciantes.
Especificidad de la aportación vasca en la conquista del continente
En la etapa siguiente, la de la expansión descubridora y la conquista continental, hasta finales del siglo XVI, se va a producir un fenómeno que podríamos llamar de especialización regional por parte de la presencia vasca en América, y tiene relación directa con la distinta composición de las huestes conquistadoras que sometieron a cada uno de los dos grandes imperios prehispánicos, el azteca y el inca.
En efecto, la hueste de Cortés partió de las Antillas, donde hemos visto que la presencia vasca era ya importante, y por ello lo será también en la conquista de México; por el contrario, la de Pizarro estará formada sobre todo por gentes de su entorno extremeño y andaluz, y sólo más tarde encontraremos vascos y navarros en la conquista del sur continental. Además, tanto en la expansión hacia el norte y sur de México como en la que, más tarde, se hará hacia el interior de la América del sur, se observa un fenómeno peculiar y es que los vascos y navarros van a ser protagonistas de las exploraciones y asentamientos colonizadores más extremos.
En el México postcortesiano, los hermanos Cristóbal y Juan de Oñate van a tener un papel muy destacado en la expedición de Nuño de Guzmán que conquista todo el territorio de la Nueva Galicia, siendo Cristóbal de Oñate el que funda la villa de Guadalajara, que desde muy pronto se convirtió en la segunda ciudad de México. Al ser destituido de su cargo Nuño de Guzmán, precisamente por las fuertes denuncias que lanzó contra él otro vasco famoso, el primer arzobispo de México fray Juan de Zumárraga, dejó el mando de la tierra recién conquistada a Cristóbal de Oñate. Éste se encontró con una rebelión general de los indios de la zona, que a duras penas pudo resistir durante más de un año; un ejército enviado desde la capital, a cuyo frente iba el luego famoso Andrés de Urdaneta, fue decisivo para acabar con la resistencia indígena y pacificar la tierra, en 1541.
En la conquista y pacificación de Nueva Galicia tuvo un papel destacado también Diego de lbarra, un hidalgo guipuzcoano que ya entonces tenía buenas relaciones con el poder. Los Oñate y los lbarra son los que descubren e inician la explotación de las minas de plata de Zacatecas que, juntoa las vecinas de Guanajuato, tanta importancia van a tener para el futuro del imperio colonial y para la economía mundial. Como sugiere Céspedes del Castillo, de no haberse producido ese descubrimiento, casi al mismo tiempo que las de Potosí en Perú, el futuro de la presencia española en América hubiera sido sin duda otro muy distinto, pues ya en esa época se dudaba en la metrópoli de la conveniencia de continuar con la empresa americana ante la falta de resultados prácticos.
Diego de lbarra, convertido ya en persona influyente, consiguió licencia para la conquista de tierras situadas más allá de Zacatecas, la región noroeste de México. La expedición descubridora se llevó a cabo en dos fases. Durante la primera, dirigida por Diego de lbarra y Juan de Tolosa, se pacificó y ocupó el actual estado de Durango. En la siguiente, dirigida por el sobrino de Diego, Francisco, recorrió durante tres años todo el territorio que ocupan actualmente los Estados de Chihuahua, Sonora y Sinaloa fundando ciudades y misiones. Con todo ese territorio del noroeste quedó fundada la provincia de Nueva Vizcaya, de la que Francisco de lbarra fue el primer gobernador y capitán general.
La expedición de Francisco de lbarra respondió en realidad al temor de la corona respecto a una posible intromisión francesa e inglesa en el norte continental que podría amenazar al virreinato. En la última década del siglo, los franceses hicieron acto de presencia en el Canadá y Florida; el inglés Drake recorrió la costa del Pacífico y llegó a rumorearse la intención de Inglaterra de enviar expediciones al norte continental. Todo ello apresuró la expansión y poblamiento de Nuevo México y el sudeste de los actuales Estados Unidos. En 1595 se encargaba a Sebastián Vizcaíno la ocupación de California, cuyas costas navegó hasta la actual frontera norte de diCho Estado, en el paralelo 41, buscando entre otras cosas el paso del noroeste, el imaginado estrecho de Anián, que comunicaría por el norte los dos océanos.
Ese mismo año se encarga a otro Juan de Oñate, hijo del fundador de Zacatecas, convertido ya en un rico criollo minero de sangre vasca, la ocupación de Nuevo México. La expedición de Oñate, una de las más fantásticas de toda la epopeya americana, recorrió los actuales estados de Nuevo México, Arizona, el norte de Texas, Kansas, Nebraska, Oklahoma, Iowa, Missouri, regresando a México por Colorado. El escaso nivel cultural de las naciones indias de la zona, aún en el estado de cazadores recolectores, impidió que los expedicionarios se percataran de la existencia de minas de oro y plata, por ejemplo en Arizona, que, en todo caso, hubiera sido muy difícil explotar rentablemente debido a las distancias y a la escasez de.mano de obra en la zona.
La última fase de la expansión desde México es la que llevó a la ocupación y colonización de las Filipinas, en la que sobresalen otros dos vascos bien conocidos: Andrés de Urdaneta, fraile y marino que descubrió la ruta de regreso de Asia a la costa pacífica de México; y Miguel de Legazpi, del que este año celebramos el cuarto centenario de su muerte. Como una consecuencia natural, los vascos van a ser el grupo que mayor protagonismo y continuidad va a tener en las relaciones entre la península y la única provincia asiática del imperio.
Una epopeya parecida será la que protagonicen otros vascos en la ocupación del territorio de las actuales Argentina y Paraguay, que se va a llevar a cabo desde el interior andino. Francisco de Aguirre fue uno de los primeros en internarse en el noroeste argentino, en la zona de Tucumán; fundó la primera ciudad que prosperó, Santiago del Estero, en 1553. Diez años después será nombrado el primer gobernador del territorio y fundó la capital, San Miguel del Tucumán, tras dominar la dura resistencia indígena de los calchaquíes. Pero sus excesos y la envidia de sus enemigos le llevarán a ser acusado ante la Inquisición, y llevado preso a Lima por un paisano suyo, Pedro de Arana, justo cuando se disponía a continuar la colonización hasta el mismo estuario del Río de la Plata.
En la primera expedición hacia el famoso estuario, la de Pedro de Mendoza, iban Juan de Ayolas y Domingo Martínez de Irala. Las desgracias ocurridas en la misma llevarán a los expedicionarios a internarse por el río Paraguay, donde Ayolas, sucesor de Mendoza como líder de la expedición, fundará Santa María de la Asunción hacia 1540. En esa fiebre expansiva que caracteriza a los conquistadores, Ayolas se internó hacia el noroeste y dejó en su lugar a Martínez de Irala, el que fue primer gobernador efectivo de lo que hoyes el Paraguay, pacificando todo el territorio. Y de aquí saldrían Ortiz de Zárate, fundador de Santa Fe, en la confluencia del Paraná y el Paraguay, y Juan de Garay, el definitiva fundador de Buenos Aires en 1580.
Muchos paisanos acompañaron a estos fundadores de las primeras ciudades españolas en el Río de la Plata y, como han demostrado los historiadores argentinos César García Belsunce y Susana Frías, los vascos y navarros fueron una de las colonias españolas más importantes del Buenos Aires colonial. Por supuesto, hubo también vascos fracasados en la epopeya conquistadora, como tantos otros.
Quizás el ejemplo más dramático sea el del alavés Pascual de Andagoya, que tanto en Centroamérica como en Nueva Granada llegó siempre tarde y nunca pudo disfrutar de sus esfuerzos.
En las esferas del poder político y económico: indianos con los Austrias
El siglo y medio que va desde el inicio del reinado de Felipe II a la guerra de sucesión española es el periodo de consolidación del imperio ultramarino, que se realiza sobre tres ejes fundamentales:
1- de un lado, el afianzamiento de las instituciones de gobierno y administración indianas, tanto en la península como en ultrámar;
2- de otro, la economía de la plata y su consecuencia, la Carrera de Indias o osistema de comercio atlántico:
3- el tercer eje será el proceso de evangelización que, junto al mestizaje racial y el trasplante de la cultura hispánica del barroco, será también fundamental para la formación de las Américas.
Durante esta etapa, apenas encontramos a algunos navarros ocupando los más altos cargos de confianza real en América, los de virrey, presidente de Audiencia o arzobispo. Y es que, aunque vascos y navarros gozan ya de una posición privilegiada en el entorno más cercano del monarca, para los cargos de gobierno de más confianza se va a preferir a la alta nobleza castellano-andaluza, y también aragonesa, la que creció en torno a los reyes católicos y sus inmediatos sucesores.
Significativamente, las excepciones, en lo que a la alta administración americana se refiere, se dan sólo con algunos navarros, ligados a esa alta nobleza castellano-aragonesa.
El primer virrey americano procedente de estas tierras fue el navarro Gastón de Peralta, marqués de Falces, quien ocupó su cargo en México sólo un año, 1566-67, pero destacó por haber salvado la vida a los descendientes de Cortés, juzgados y condenados por la Audiencia por un supuesto complot independentista.
Hasta ochenta años después no encontramos otro virrey, nacido en Quito pero de origen navarro, don Pedro Díez de Aux y Armendáriz, marqués de Cadereita, que hizo su entrada en la capital mexicana en septiembre de 1635. En una época en que el más alto representante del rey en Indias había perdido el prestigio que tuvo durante el reinado de Felipe II, Cadereita destacó por su rectitud y laboriosidad; fue el creador de la Armada de Barlovento, que dio cierta tranquilidad a la navegación por el Caribe justo en la época de mayor auge de la piratería organizada y el contrabando.
El tercero es también de ascendencia navarro aragonesa, Melchor de Navarra y Rocafull, duque de la Palata, virrey del Perú entre 1681 y 1691, también conocido como uno de los gobernantes más trabajadores y eficaces del virreinato andino. Un siglo después del gran virrey Toledo, se dedicó, como aquél, a poner orden en muchos aspectos del virreinato. A él se debe la instalación de una Audiencia en Cuzco, la reforma de los estudios en la Universidad limeña de San Marcos, las ordenanzas de minas, una nueva Casa de Moneda y la construcción de las murallas del Callao, entre otras cosas.
También hubo navarros entre los presidentes-gobernadores de las Audiencias (auténticos virreyes sin título de tal) y capitanes generales de otros territorios estratégicos sin Audiencia.
El alavés Diego de Avendaño gobernó en Guatemala entre 1642 y 1649. Y el navarro Martín Carlos de Mencos fue quien más tiempo, y con más éxito, estuvo al frente de esa misma audiencia y capitanía general, de 1659 a 1667.
El primer presidente de la audiencia de Quito fue el vizcaíno Miguel de Ibarra, hermano del secretario real Juan de Ibarra. El presidente que fue de la de Charcas (Bolivia), Juan de Lizarazu, casado con Martina de Beaumont y Navarra, murió como presidente de la de Quito, en 1644. Otro vasco sustituyó a Lizarazu, el doctor Martín de Arriola. Otros dos vascos, oidores de la de Lima, serán presidentes de Quito hasta finales de siglo, Lope Antonio de Munive y Francisco López Dicastillo.
Un sobrino de Ignacio de Loyola, Martín García Oñez de Loyola, destacó como capitán general de Chile a fines del siglo XVI; Martín de Múgica y José de Garro (que venía de la gobernación de Buenos Aires), fueron dos de los mejores gobernadores de la difícil capitanía general (en guerra casi permanente con los mapuches y araucos) en la segunda mitad del XVII.
Podemos citar, por último, al navarro Juan Bitrián de Beaumonte capitán general de Cuba entre 1630 y 1634, que destacó por su honradez y firmeza en la lucha contra el fraude y el contrabando. El rey le elevó a la presidencia de la Audiencia de Santo Domingo, como una muestra de reconocimiento por su labor en Cuba.
Un campo en el que vascos y navarros parecían haberse especializado es el de la real hacienda indiana, como oficiales reales y, desde su establecimiento en América ya en el siglo XVII, en los tribunales mayores de cuentas. Sería casi interminable la lista de de los que habría que citar en este importantísimo ramo del gobierno indiano, como ocurría también en la corte peninsular. Sin duda tiene mucho que ver con la facilidad de estos hombres para las actividades económicas y comerciales.
Pero hay que reconocer, como una práctica por otro lado generalizada en la monarquía, que muchos de esos altos funcionarios utilizaron su cargo para enriquecerse. Es en el campo del comercio y la navegación donde los vascos van a ir tomando posiciones cada vez más sólidas, hasta llegar a constituir el grupo más poderoso dentro de los consulados de mercaderes indianos, a uno y otro lado del Atlántico.
Dos privilegios otorgados tempranamente por la Corona beneficiaron enormemente a los vascos en este sentido:
1. de una parte, se decidió que sólo los navíos construidos en el Cantábrico podían participar en la Carrera de Indias;
2. por otra, se ordenó que todo el hierro que se exportase a América debía ser vizcaíno. En razón de estas dos importantísimas concesiones, puede decirse que, después de Andalucía, ha sido el País Vasco la región de España más ligada material y económicamente a la empresa de colonización de América.
La demanda de buques que el crecimiento del comercio atlántico generaba dio vida durante siglos a los astilleros vascos y cantábricos. Y de ahí también que cientos de hombres de estas costas se emplearan en aquellas naves como marinos, desde capitanes y maestres de buques hasta marineros, pasando por toda la gama de oficios navales (carpinteros, calafates, toneleros, etc.).
El hierro, como los barcos, fue otra oportunidad que América brindó a los vascos, toda vez que en este continente, tan rico en metales preciosos, no existía aquel metal, necesario tanto para la agricultura y la minería, como para herrar las caballerías, levantar edificios o construir naves.
Esta gigantesca demanda va a ser satisfecha casi al cien por cien por el País Vasco, cuyas minas y herrerías va a experimentar una intensificación de sus actividades. El hierro de las Vascongadas se va a convertir así en uno de los instrumentos que más contribuyó a transformar el Nuevo Mundo.
Desde su participación como maestres y dueños de buques, lo que inevitablemente implica una participación en la misma actividad comercial, los vascos van a lograr poco a poco una posición preeminente en el conjunto de la Carrera de Indias, nervio del imperio colonial.
Ya desde sus inicios vemos como altos funcionarios en la Casa de Contratación a los Matienzo, Recalde, Isasagay, Zárate. En el XVII figuran al frente de las flotas indianas los Armendáriz, Oquendo, Ibarra, Zaldívar, Ursúa, Larraspuru, entre otros, que obtienen del cargo indudable provecho.
El consulado de Sevilla, depositario del monopolio comercial hispano con América desde 1543, será controlado en una primera época por genoveses y castellanos. Pero en las primeras décadas del XVII, tras la quiebra de la mayoría de aquellas casas a fines del siglo anterior, aparecen los vascos tomando posiciones de poder. El hombre de confianza de los cargadores sevillanos para negociar con la Corte en la década de 1630 es Adriano de Legaso, varias veces prior del consulado entre 1625 y 1646; tres de los cónsules más activos por esa época serán Miguel de Vergara, Pedro de Abendaño y Juan de Muníbe; éste, ascendiente del famoso conde de Peñaflorida, fue uno de los más poderosos mercaderes indianos y tenía a su hermano Andrés de contador de la Casa de Contratación; otros mercaderes influyentes serán el burgalés de origen vasco y judío Jerónimo de Orozco y Ayala, Juan de Olarte y Ayo, y Martín de Tirapu.
A partir de 1640-50 se puede hablar de un control casi total del consulado por parte de los vascos. Unos habían comenzado como maestres y dueños de navíos en la Carrera de Indias; otros son descendientes de alguno de los mencionados para la primera mitad del siglo. Se dedican tanto al comercio directo con América como a la compra de oro y plata, lo que les permite controlar también la financiación de la Carrera.
Como afirma el estudioso de este grupo, Fernando González, el comercio indiano fue literalmente monopolizado en esta segunda mitad del siglo XVII por media docena de vascos: Juan Ochoa de Yurretauría, Juan Cruz de Gainza, Pedro de Azpilcueta, Juan de Langarica, Juan de Alday y Miguel de Vergara. Todos estos mantuvieron su condición de grupo compacto e individualizado, que contaba con sus ámbitos de sociabilidad propios -la famosa Hermandad de los Vizcaínos-, sus propias instituciones de beneficencia e incluso su propia compañía de milicias; y esto lo hicieron compatible con su arraigo en la cúspide de la sociedad sevillana, invirtiendo en tierras, casando allí, a veces con mujeres de origen vasco, tomando hábitos de ordenes militares, etc., sin por otro lado perder en absoluto la relación de paisanaje con su tierra de origen, a donde enviaron importantes mandas y legados.
Forjadores de las primeras élites americanas
Por lo que respecta a la otra orilla del Atlántico, es fácil encontrar ya a fines del XVI un número llamativo de apellidos vascos entre los miembros de las primeras élites urbanas americanas. Muy a menudo son gentes que han hecho fortuna combinando el comercio con la adquisición de un empleo oficial, en la real hacienda, o un cargo de gobierno menor o como escribano público.
A finales del siglo XVI se inicia el proceso de la venta generalizada de oficios, que tan graves consecuencias tendrá para el conjunto de la monarquía. Aprovechando esta oportunidad, muchos vascos navarros ya residentes en Indias consolidarán sus posiciones de poder entre las élites indianas, y otros lo adquieren en la península, con la relativa preferencia o mayor facilidad para obtenerlos que les proporciona la hidalguía de la que gozan y también una mejor preparación escolar y profesional respecto de otros nacionales. Unos y otros nunca se limitan allí a "disfrutar" de su empleo: casi siempre lo convierten en una oportunidad para acceder a un matrimonio ventajoso -lo que les convierte en patricios y hacendados- y nunca abandonan del todo su vocación comercial. De esa manera, muchos de ellos se convertirán en tronco de poderosas familias patricias que encabezan las élites criollas desde finales del siglo XVII.
De esa manera se encumbró uno de esos vascos de la primera hora, el primer Simón Bolívar (1532-1612), un vizcaíno al que encontramos en 1589 como el primer regidor perpetuo del Cabildo de Caracas y su procurador general ante la corte; como tal fue el primero de la región en obtener licencias para adquirir esclavos africanos, poniendo así la base sobre la que se construirá la fortuna de los famosos mantuanos, los hacendados venezolanos del cacao. Pero el ancestro del Libertador fue también el fundador de la primera escuela de gramática castellana en tierra venezolana -de la que se van a encargar dos vascos sucesivamente, Juan de Arteaga y Simón de Basauri- que será la primera piedra de la futura Universidad de Caracas. Su fortuna y sus relaciones en la corte le permitirán adquirir, a finales del siglo, el empleo de oficial real contador general de la real hacienda.
Esta carrera desde el comercio, pasando por el matrimonio en Indias, la conversión en hacendado y miembro de la élite local, que termina en la adquisición de uno de los empleos más lucrativos de la administración indiana, será la de muchos vascos, padres de extensos y poderosos linajes americanos. Es el caso, entre muchos, de otro vizcaíno, Martín Calvo de la Puerta y Arrieta, que se estableció en La Habana tras haber adquirido el empleo real de escribano público y del cabildo de la ciudad hacia 1570. Martín Calvo supo sacar rendimiento a su lucrativo empleo de notario público de la isla, como lo demuestra el hecho de que veinte años más tarde aparece entre los hombres más ricos de la ciudad y uno de los que inició la industria azucarera en la región de La Habana; además se dedicó también al comercio. Calvo fundó una de las que serán primeras familias habaneras durante siglos, grandes hacendados y poseedoras de varios títulos de Castilla desde mediados del siglo XVIII.
El navarro Martín de Aróstegui, militar y vecino de La Habana a principios del siglo XVII, obtuvo la confianza del cabildo habanero que lo nombró su apoderado en la corte en 1638; su nieto Martín será uno de los fundadores de la Compañía de La Habana un siglo más tarde, y los Aróstegui formaron por mucho tiempo parte de la élite isleña.
Hay que advertir que si vascos y navarros, junto a los montañeses sobre todo, aprovechan más que otros nacionales esta oportunidad, no es sólo por su generalizada tendencia a salir de una tierra que, por causas conocidas, los expulsa más que a los de otras regiones; también hay que hablar de una mayor capacidad para el riesgo y para aprovechar eficazmente las oportunidades que se presentan. Esto sin duda facilitó el éxito de muchos de ellos en el comercio y en la minería, los dos nervios de la economía colonial, y la mejor prueba de ello es la envidia y enfrentamiento con otros grupos regionales que le disputan el control de los recursos y de los favores del poder. Es lo que sucedió en el famoso y conocido conflicto entre vicuñas y vascongados en la zona minera del virreinato peruano a mediados del siglo XVII, un conflicto que reflejó de forma inequívoca la tendencia de vascos y navarros a actuar como grupo solidario en la defensa de sus intereses.
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