Los vascos y Castilla, por Jesús Laínz

Los Vascos y Castilla


Extracto de libro Adiós, España de Jesús Laínz, páginas 51-58, publicado por Ediciones Encuentro.

Lamentablemente hay una gran escasez de información sobre la evolución de las provincias vascas en los primeros siglos tras el 711. Hay que esperar hasta el siglo X para empezar a contar con algo de información estimable.

Los documentos de esta época atestiguan la autoridad de Fernán González en extensas zonas de territorio vasco, aparte de aparecer en numerosos documentos con el título de conde de Castilla, Nájera y Álava (en la que probablemente estuviesen comprendidos los territorios actualmente guipuzcoanos).

Por informaciones salpicadas en diversas fuentes documentales podemos saber, por ejemplo, que Álava dependió de Navarra de 1029 a 1076, hasta la muerte de Sancho el de Peñalén. Por varias herencias y muertes de reyes y señores que la tuvieron en propiedad, Álava volvería a depender de Navara en los breves años de 1123 a 1134 y de 1179 a 1200. La desvinculación definitiva de Navarra llegaría en 1200, cuando el ejército castellano de Alfonso VIII y su adalid Diego López de Haro, señor de Vizcaya, Álava, Nájera y Bureba, arrebató Vitoria al rey navarro Sancho el Fuerte. En total, Álava habría estado intermitentemente vinculada a Navarra durante 79 años. A pesar de esta vinculación a Castilla, Álava siguió conservando la titularidad de su señorío hasta 1332, en que pasaría a ser parte directa del reino de Castilla, y de manera voluntaria y solemne. Una de las peticiones que los alaveses hicieron al rey fue que nunca la diese y permaneciese siempre en la corona de Castilla. No debe interpretarse, como habitualmente se hace sobre todo por motivos políticos, que, a pesar de la vinculación con Castilla, Álava fuera algo así como un Estado independiente asociado a aquel reino. Lo que sucedió entre 1200 y 1332 fue la coexistencia de dos jurisdicciones: la real en las villas y la de la Cofradía de Arriaga entre los señores. Y en 1332 la Cofradía se diluye y todo el territorio alavés pasa a la directa jurisdicción real.

Hacia el año 900 se cita por primera vez a Vizcaya (al igual que a Álava), en lo 'Crónica' de Alfonso III. Orduña, Sopuerta y las Encartaciones aparecen como entidades separadas del condado de Vizcaya (las Encartaciones tuvieron señores distintos de los de Viizcaya, en cuyo Señorío no se integraron completamente hasta finales del siglo XVIII). Empezará a parecer como Señorío (envidentemente otorgado por el rey) a partir de 1040, ostentado su titularidad la casa de Haro, pasando varias generaciones después a la de Lara. Terminó recayendo en 1371 en el infante Don Julián, hijo del rey castellano Enrique I. Cuando accedió al trono coincidieron en la misma persona ambos títulos, hasta hoy. Conviene aclarar que no es cierto, como suele repetirse a menudo, que Vizcaya se incorprase a Castilla en este momento, pues ya formaba parte muy principal de ella desde siglos atrás, al igual que había formado parte del reino astur-leonés desde el siglo VIII. Lo que sucedió en 1371 fue que el Señorío de Vizcaya se reintegró al dominio real directo al fundirse la figura del Señor con la del rey. El Duranguesado también tuvo señores propios, siendo agregado al Señorío de Vizcaya por Alfonso VIII; lo mismo acaeció con Orduña, cedida al señorío por Fernado III el Santo. Vizcaya, al igual que Álava y Castilla, pasó a depender de la corona pamplonesa en 1029 hasta 1076. Y algún tiempo después, los once años que van de 1123 a 1134. En total, cincuenta y ocho años.

El insigne historiador vizcaíno Gregorio Balparda escribió sobre el origen de Vizcaya:
"Desde que a principios del siglo XI empieza a tenerse alguna idea de Vizcaya (lo que se diga de tiempos anteriores es el mentir de las estrellas), no ha vivido jamás otra vida política, internacional, jurídica, artística, social, científica ni religiosa que la de Castilla, aun en épocas muy anteriores a la constitución de la unidad nacional."

La primera mención de Guipúzcoa, que hasta ese momento debió de ser considerada parte de Álava, cuyas instituciones debió compartir probablemente hasta 1200 (como opinó, entre otros, el primer historiador de Vizcaya, García de Salazar), surge algo más tarde, en 1025, y bajo la forma arcaica de 'Ipúzcoa'. Aparece como señorío del aragonés García Acenáriz, súbdito del monarca navarro, del que dependió hasta la muerte de Sancho el Mayor. Este señorío fue de menor rango que el vizcaíno, lo que se advierte, por ejemplo, en el hecho de que en Guipúzcoa quien otorgaba las cartas pueblas fundadoras de villas era directamente el rey y no el señor. Por ejemplo, la carta puebla fudacional de Fuenterrabía la concedió en 1203 Alfonso VIII de Castilla. Guipúzcoa dependió también de la corona pamplonesa en tiempos de Sancho el Mayor, probablemente hacia 1014. En 1076 volvió a la dependencia de Castilla. De nuevo se situó en la órbita navarra en 1123, bajo Alfonso el Batallador hasta su muerte en 1134. En 1179 se adjudicaron las tierras riojanas a Castilla y la guipuzcoanas y alavesas a Navarra por tratado suscrito entre Alfonso VIII y Sancho el Sabio, rey que concedió el fuero de San Sebastián según el modelo de los de Jaca y Estellla. Pero esta dependencia de Navarra duró poco. En 1200, durante la guerra entre Alfonso VIII de Castilla y Sancho el fuerte de Navarra, Guipúzcoa pasó a ser definitivamente parte de Castilla, no estando claro si en virtud de conquista o de entrega voluntaria. No existe documentación que aclare indubitablemente este punto. La tesis utilizada por los foralistas, defensores de una entrega voluntaria que explicaría la naturaleza paccionada de los fueros, es que aprovecharon los guipuzcoanos la ausencia del rey navarro para rebelarse contra su autoridad y entregar voluntariamente Guipúzcoa al rey de Castilla, de modo irrevocable y sin limitación de tiempo. Sin embargo las fuentes coetáneas narran el hecho como el resultado de una expedición de conquista. Por ejemplo, el navarro Jiménez de Rada, estricto contemporáneo de los hechos, los narró del siguiente modo:
"Por su parte el noble rey Alfonso de Castilla volvió a atacar el condado de Treviño y Álava y, después de largo asedio, inició el asalto de Vitoria (...) Y de esta forma conquistó el rey Alfonso Vitoria, el condado de Treviño, Álava y Guipúzcoa con las fortalezas y castillo de estas tierras, salvo la ciudad de Treviño, que la obtuvo más tarde a cambio de Inzura (...) Conquistó San Sebastián, Fuenterrabía, Belascoaga, Zaitegui, Aizcorroz, Arlucea, Arzorocia, Victoriano, Marañón, Auza, Ataun, Irurita y San Vicente."

En cualquier caso, fuese cual fuese el factor 'negociación' en la incorporación de Guipúzcoa, no se hay que olvidar que habría consistido en una entrega tratada con los señores feudales, no con las provincias o con institución provincial alguna, pues las provincias, como tales, no tenían existencia. Es absurdo, por lo tanto, imaginar una transmisión continuada a través de siete siglos de una potestad revocatoria de la unión cuyo titular fuesen hoy las instituciones provinciales vascas.

La pertenencia de las tres provincias al reino de Navarra durante unos pocos años en la Edad Media, ha sido utilizado intensamente por el nacionalismo para presentarlo como prueba de la existencia histórica de un Estado vasco que con el tiempo habría perdido la independencia que hoy es imprescindible recuperar. Pero no hubo nunca Estado vasco. Lo que hubo fue una anexión de dichos territorios por parte del reino de Navarra, y no al revés. Y los vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos se sacudieron el dominio navarro para volver con Castilla en cuanto tuvieron la menor oportunidad.

Según el guipuzcoano Esteban de Garibay, los guipuzcoanos deseaban volver a formar parte de Castilla "por desafueros que según tradición antigua se conserva entre las gentes hasta hoy día, habían recibido los años pasados de los reyes de Navarra".

La enemistad entre guipuzcoanos y navarros ensangrentó la frontera durante las Edades Media y Moderna. Los guipuzcoanos nunca manifestaron el menor interés en forma parte de Navarra, y ni siquiera de formar una entidad común con las otras dos provincias vascas de Vizcaya y Álava. Por el contrario, siempre manifestaron, con continuidad significativa, su fraternidad y deseo de unión con Castilla. Por algo a los guipuzcoanos siempre se los llamó en Navarra "los castellanos".

Cuando algún rey castellano por ejemplo, el propio Alfonso VIII años más tarde-- pretendió renunciar, como gesto de buena voluntad y amistad, a varios territorios guipuzcoanos muy codiciados por los reyes navarros por representar su única salida al mar, los guipuzcoanos y alaveses siempre se opusieron tenazmente a ello. A lo largo de los siglos de enfrentamiento entre navarros y, principalmente, guipuzcoanos fue permanente, como en 1321, cuando tuvo lugar la famosa batalla de Beotíbar; o en 1334, ocasión en la que los "lepuzcoanos aiuntáronse (...) e entraron por el regno de Navarra, é quebrataron algunos logares (...) é ficieron mucho mal é mucho dagno en regno de Navarra"; o en 1378, cuando tropas de las tres provincias entraron en Navarra mandadas por el infante Don Juan de Castilla, campaña en la que murió el adelantado mayor de Guipúzcoa, Ruy Díaz de Rojas. Este perpetuo enfrentamiento no terminaría hasta la conquista del reino de Navarra por Fernando el Católico en 1512, en la que participarían muy distinguidamente, una vez más, los vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos.

La participación entusiasta de los vascos en todos los enfrentamientos bélicos habidos en los reinos de Castilla y Navarra a lo largo de los siglos, es motivo de congoja para los nacionalistas de hoy, pues rompe por la mitad sus esquemas. Por ejemplo, yendo algo más atrás, en 1160 Sancho el Sabio atacó Castilla invadiendo la Rioja, la Bureba y Vizcaya, siendo rechazado por la férrea resistencia de los vizcaínos a las órdenes de su señor, Lope Díaz. En 1200 Álava fue unida definitivamente a Castilla tras la campaña contra Sancho el Fuerte realizada por Alfonso VIII con la esencial colaboración de su alférez regio, el señor Brava, al mando de tropas mayoritariamente vascongadas, tomó varios castillos a los navarros en 1230. En la guerra por la que Fernando el Católico conquistaría finalmente Navarra, los alaveses enviaron 1.200 hombres y solicitaron el honor de tomar Estella. El rey Fernando dirigió las siguientes palabra al diputado general de Álava:
"Ya sabéis que me escribisteis que esa provincia holgaría que se le diese la empresa de la toma de la fortaleza de Estella. E yo, con la confianza que tengo de los de esta tierra que harán en ello lo que siempre han hecho en las cosas de nuestro servicio, he acordado de darvos la dicha empresa."

En el ejército del Duque de Alba que conquistó Pamplona se hallaban 1.500 alaveses y 3.500 guipuzcoanos. La invasión francesa de ese mismo año en apoyo de la dinastía destronada fue repelida por un ejército del que formaban parte 2.000 alaveses. Cuatro años más tarde, siempre en defensa de la frontera contra los ejércitos franceses que pretendían reconquistar Navarra, volvieron los alaveses a las armas bajo el mando de su diputado general.

De esa misma conquista de Navarra en 1512 datan los cañones que los guipuzcoanos tomaron a los franco-navarros en Velate, solicitando al rey Fernando que les concediera el privilegio de añadirlos al escudo guipuzcoano para eterno recuerdo de la ocasión. Y los vizcaínos, igualmente, prestaron su entusiasta concurso en la campaña de conquista de Navarra.

Como este perpetuo enfrentamiento entre vascongados y navarros no encaja en el esquema nacionalista de unidad de destino en lo vasco, los autores nacionalistas han tenido que dar la espalda a los hechos históricos y encontrarles una explicación comprensible para su actual mentalidad. Un ejemplo de ello son las líneas que Bernardino de Estella dedicó a los enfrentamientos entre vasco y navarros, explicándolos mediante el razonamiento de que "habiéndose oscurecido la idea nacional, debían llegar aquellas divisiones".

Por otro lado, cuando a mediados del siglo XIV Pedro el Cruel y el Príncipe Negro intentaron acordar la cesión de Vizcaya y Guipúzcoa a la corona inglesa como pago de la ayuda recibida de aquel reino en la guerra civil contra su hermano Enrique II, los vascos reaccionaron enérgicamente y exigieron al rey que no fueran separados de Castilla.

Un siglo después, con ocasión de las negociaciones entre Enrique IV de Castilla y Luis XI sobre el matrimonio de la Beltraneja y el duque de Guiena, el citado rey también ceder la provincias vacongadas, momento en el que la Junta General de Guipúzcoa de 1468 le hizo jurar que "jamás enajenaría de su Corona la villa, pueblos, etc... ni Guipúzcoa entera". El rey juró dos veces, el 12 y el 18 de agosto de ese año, dando seguridad a los guipuzcoanos de no separarlos nunca de Castilla.

Ese mismo rey, en carta real dada a Guipúzcoa y Vizcaya en julio de 1470 a instancia de las delegaciones de ambos territorios, estableció:
"(que esta tierra) aia sido e sea desde aora e por siempre jamás indonable ni alienable e no aia sido ni pueda ser encomendada ni en elguna manera de enagenamiento apartada ni dada ni traspasada por mi ni por el Rei alguno de los que después de mi en estos mis dicho Reinos subcedieren (...) E ninguna ni algo de ellas lo puedan enagenar ni encomendar ni apartar de si de fecho ni de derecho por manera alguna ni en algún tiempo ni sazón, ni por alguna razón ni por necesidad e menester qobiere en todo ni en parte ni en cosa alguna."

Como dirían posteriormente con razón los autores nacionalistas, los vascos demostraron en esos momentos una indudable conciencia de su ser como pueblo. Frente a la concepción patrimonial de los monarcas castellanos, los vascos hicieron gala de un indudable patriotismo, de una indudable conciencia nacional... castellana.

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