La monarquía borbónica y el Señorío de Vizcaya en el siglo XVIII, por Fernando Martínez Rueda

La Monarquía borbónica y el Señor de Vizcaya en el siglo XVIII




Fernando Martínez Rueda es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco.

La historiografía política e institucional tradicional ha descrito las relaciones entre las provincias vascas y la Monarquía borbónica del siglo XVIII como un continuo enfrentamiento entre centro y periferia. En las últimas décadas esta interpretación ha sido profundamente revisada por la historiografía constitucional y por la nueva historia social.

Tomando esos renovadores planteamientos historiográficos como punto de partida, este artículo analiza las relaciones entre el Señorío de Vizcaya y la Corona durante la segunda mitad del siglo XVIII desde una nueva perspectiva como es el estudio de las figuras institucionales (Agentes y Diputados en Corte) y redes relacionales (patrones del Señorío de Vizcaya en la administración monárquica) que mediaban entre las elites provinciales y la Monarquía.Nuestra manera de entender el sistema político de la Edad Moderna ha cambiado profundamente en las últimas décadas. La nueva historiografía ha llevado a cabo un proceso de “deconstrucción” del concepto de Estado Moderno.

Abandonado el “paradigma estatalista”, la historiografía reciente ya no describe la Monarquía del Antiguo Régimen como un Estado burocratizado y centralizado. Por el contrario, caracteriza al orden político de la Edad Moderna como una Monarquía corporativa en la que los diferentes cuerpos que la componían estaban dotados de su propio derecho y disponían de capacidad para administrarse de manera autónoma.

El poder del Rey era, por lo tanto, limitado y estaba sometido al derecho en el marco de una concepción jurisdiccionalista del poder político. Sin embargo, el poder del monarca era fundamental en ese complejo entramado de poderes, jurisdicciones y derechos diversos, necesitados de una instancia armonizadora. El Rey era, en última instancia, el árbitro supremo del sistema, quien daba a cada cuerpo lo que le correspondía según su derecho, es decir, era la fuente superior de la justicia.

En aquella forma de gobernar, en la que no existía una administración desplegada por todo el territorio, los mecanismos informales no institucionalizados de poder, como las relaciones de patronazgo y clientela, eran de esencial importancia. También lo eran los vínculos de fidelidad que relacionaban recíprocamente al Rey, obligado a respetar las leyes del reino, con sus súbditos, encargados de obedecer y servir a su soberano cuando era necesario.

Al cambiar la manera en que interpretábamos el sistema político de la época moderna en general, también se ha modificado nuestra forma entender la Monarquía borbónica de  setecientos y el denominado Despotismo Ilustrado en particular. Frente a una visión que tendía a idealizar las realizaciones modernizadoras de la nueva dinastía, ahora domina una interpretación que cuestiona la profundidad y coherencia de las reformas borbónicas y subraya sus límites.

En cuanto a la administración de la Monarquía, hoy sabemos que durante el siglo XVIII, a pesar de los cambios políticos introducidos por la nueva dinastía, no se llegó a construir en España un Estado centralizado y uniforme en sus leyes e instituciones. El poder del Rey continuó actuando sobre un complejo entramado de privilegios y derechos particulares de diversa naturaleza que lo limitaban…


http://www.laaventuradelahistoria.es/2013/10/02/la-monarquia-borbonica-y-el-senorio-de-vizcaya-en-el-siglo-xviii.html

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