El integrismo vaticanista del PNV, por Bruno Zabala


El integrismo vaticanista del PNV
Bruno Zabala, Desdeelparedon.blogspot


El ultracatolicismo del nacionalismo vasco desde sus orígenes, su integrismo religioso, su fundamentalismo vaticanista bien pueden ser calificados como de paradigmáticos. Precisar qué fue primero, si el nacionalismo vasco parasitando a la Iglesia local o bien ésta instrumentalizando al nacionalismo naciente para defender sus propios intereses es cuestión harto difícil de establecer. Digamos que entre PNV e Iglesia Católica se produjo desde el principio un flechazo amoroso arrebatador en virtud del cual el nacionalismo vasco se convirtió en el ariete del vaticanismo más rencoroso y sedicente contra "el ansia insolente de libertades" (León XIII) de las masas populares inmigrantes y de la burguesía vasca ilustrada y neocapitalista de finales del siglo XIX; y que, a su vez, la Iglesia vasca representó el mejor altavoz y papel de correveidile de la ideología nacionalista desde sus albores. Intentar explicar estas cuestiones requiere efectuar un modesto recordatorio histórico del tipo de sociedad y de los parámetros y condicionantes ideológicos de la misma en que se fragua la tragedia nacionalista vasca que llega hasta nuestros días.

El sistema de organización social del País Vasco a comienzos del siglo XIX era típicamente feudal, con dos castas o clases sociales nítidamente separadas: la nobleza, representada por el clero y los propietarios rurales o jauntxos, y la plebe, constituida por pastores, comuneros y aparceros baserritarras sumidos en la explotación, la incultura y el temor reverencial por y hacia los primeros. La herencia de la propiedad de la tierra mediante el sistema de mayorazgo drenaba hacia la Iglesia y hacia las Instituciones del Estado absolutista- Ejército, Judicatura y Corona- el excedente demográfico de la nobleza vasca, reconocida sin discusión como tal en el resto de España en virtud de la vieja limpieza de sangre atribuida a los vascos desde el Medioevo.

Forzoso es insistir ya en el transcendental protagonismo de la Compañía de Jesús en la Historia vasca y española, y en sus antecedentes como quinta columna, es decir, como poderosa milicia paralela al servicio de la Iglesia de Roma antes que al Rey de España, por ejemplo a lo largo de toda la aventura americana española; y en como Sabino Arana gustaba recordar que "el amor a Jesucristo es indispensable para salvarse, pero el amor a la Compañía de Jesús es signo de predestinación". Y es que la admiración y sometimiento del fundador del PNV a los jesuitas llega hasta tal punto que considera que "si es cierto que no puede decirse a priori que esta Orden religiosa es infalible, sin embargo, prácticamente, resulta infalible". Seguir a pie juntillas las directrices de la Compañía se convierte, para los padres del PNV, poco menos que en un dogma de fe. No en vano Arana, que pretendió ingresar en 1888 como jesuita tras unos ejercicios espirituales, hizo coincidir la fundación del PNV con el día de San Ignacio de Loyola, el 31 de Julio.

Pero volvamos al País Vasco al inicio de la Edad contemporánea; la situación social tradicional antes apuntada, aderezada de pases forales, exenciones fiscales y de reclutamientos militares y proteccionismos comerciales fue brutalmente agredida con la llegada de las tropas napoleónicas difundiendo la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad revolucionarias. Unos principios modernos simplemente incompatibles con el estado de cosas en la vieja España foral.

Para comprender el fenómeno de la conversión del clero vasco en una fuerza de choque del nacionalismo sabiniano, así como la del PNV en uno de los brazos armados del Vaticano en España, es necesario remontarse al período anterior a la aparición del propio nacionalismo, al de las guerras carlistas, sobre las que luego volveremos, y aún antes.

En efecto, la expulsión de los jesuitas por el conde de Aranda en el último tercio del Siglo de las luces y la ulterior desamortización de Mendizábal, esto es, la expropiación y venta de las tierras de cultivo propiedad de las órdenes religiosas en toda España, son las razones de fondo de aquella conversión. Y la abolición del Tribunal de la Inquisición, el pretexto moral. Si bien el Vaticano y la jerarquía eclesiástica española mostraron su disconformidad con esas medidas, nunca llegaron a cerrar las puertas a las negociaciones con Madrid. Sin embargo, es en el seno del clero vasco donde la reacción fue más amplia y radical. Se ha invocado que posiblemente ello se debió a la tardía cristianización de las vascongadas, lo que, unido a la presencia omnipotente de las milicias jesuíticas, explicaría que allí la Iglesia se mantuviera todavía fuerte y pujante al inicio de la edad contemporánea, frente a la irreversible decadencia en que había entrado en el resto de España.

Lo cierto es que los curas rurales vascos se convirtieron en el arquetipo del "cura trabucaire" barojiano, fenómeno que perdurará durante muchas décadas, llegando hasta nuestros días. El grito de “¡Viva la Santa Inquisición!” de los primeros curas carlistas aún resuena en los rincones más cavernícolas de la España foral transformado en ese otro actual de de "¡ETA mátalos!".

En cierto modo, las Guerras Carlistas, aunque revestidas formalmente por el viejo problema de legitimación dinástica, tuvieron los mismos fundamentos, bandos y protagonistas que la contienda civil que hoy sacude al País Vasco: de un lado, una amalgama de párrocos integristas, siniestros jesuitas, burgueses intermedios y masas poco instruidas manipuladas emocionalmente hasta el paroxismo, y, de otro lado, liberales, clases urbanas cultivadas, inmigrantes, funcionarios estatales, alta burguesía y algún que otro europeísta inclasificable.

La crisis del Antiguo Régimen, que se saldó en toda Europa con el pacto de la rendida aristocracia terrateniente con la nueva alta burguesía capitalista (en España, como es bien sabido, el pacto se produjo específicamente durante el sistema de Gobierno de la Restauración al final de la tercera Guerra Carlista), tuvo en el País Vasco y Navarra una respuesta ultramontana, irredenta y rabiosa de los dos poderes fácticos por excelencia de la sociedad existente: la Iglesia, constituida en baluarte moral frente al liberalismo y las costumbres licenciosas de los obreros inmigrantes, y el fuerismo radical precursor del nacionalismo vasco, como representantes de la oligarquía rural y de aquella otra burguesía autóctona intermedia, que labró su bienestar al calor de los grandes capitales y empresas que fluyeron a Vasconia a partir de 1870, haciendo su parte del trabajo, como más adelante se expondrá.

Pues bien, tras el final de la última guerra carlista, las masas campesinas de la Vasconia profunda y de Cataluña, que habían levantado la bandera fuerista del carlismo como defensa de sus libertades y derechos de propiedad comunal frente al desarrollo del capitalismo en el campo, quedan desamparadas y desencuadradas políticamente. Otro tanto ocurre con el bajo clero rural y amplios sectores de la Iglesia. El integrismo católico de Sabino Arana vendrá a llenar este vacío.

Señala Beloki:

"Desde el primer momento, Arana entiende la importancia decisiva de ganarse a la Iglesia para el desarrollo del nacionalismo en Euskadi. Buena prueba de ello es la temprana e intensa actividad de propaganda hecha por el PNV entre los clérigos. Todos los periódicos y libros editados por Sabino y Luis Arana son enviados sistemática y gratuitamente a los superiores y casas de religiosos de cada rincón de Vizcaya. Al mismo tiempo, el Bizcaia Buru Batzar recoge información sobre los curas de toda la provincia. Pero este acercamiento a la Iglesia sólo es posible desde el integrismo más reaccionario, pues estamos hablando de una época en la que ya la burguesía triunfante y su nuevo Estado liberal -"y por tanto hereje" (S. Arana)- se impone en toda Europa liquidando los privilegios feudales de los que hasta entonces había disfrutado la Iglesia. Y como reacción, el Vaticano adopta una posición extremadamente reaccionaria, interviniendo y creando focos conspiratorios e insurrectos por doquier. El Papa León XIII, en su Letra Apostólica de 1881 exhorta a "poner respeto a los indomables instintos de los revoltosos."

"El nacionalismo sabiniano acepta desde el primer momento una posición de acatamiento y sumisión al Vaticano, del que espera obtener el reconocimiento necesario para que la influencia eclesiástica sobre la sociedad rural vasca actúe en su favor. La anteposición del término Jauingoikua (Dios) al de Lagizarra (Ley Vieja) en el lema nacionalista determina la supeditación y sumisión de lo político a lo religioso, del cuerpo al alma, del Estado a la Iglesia."

"Así pues, mientras a finales del siglo XIX toda España pugna por modernizarse, para lo que se hace necesario, entre otras cosas, librarse del omnímodo poder que la jerarquía eclesiástica mantiene en todas las esferas sociales (propiedad de la tierra, educación, etc), Sabino Arana levanta un proyecto nacionalista del que ha llegado a afirmarse que nació envuelto en la sotana del jesuita".

"Frente a los intentos de separación entre Iglesia y Estado, Arana proyectará para el futuro Estado vasco independiente la más íntima ligazón entre ambas instituciones, haciéndose el Estado cargo de sostener financieramente los gastos eclesiásticos, declarando la religión católica como la oficial, prohibiendo los otros cultos, otorgando a la Iglesia la instrucción pública, siguiendo sus enseñanzas y dictados en materia de moral y buenas costumbres, etcétera."

"Sabino Arana concibió siempre su Euzkadi entre todas las naciones del mundo como una República de Dios ("Nosotros para Euzkadi, y Euzkadi para Dios") al servicio de la Iglesia Única Verdadera de Roma. "La constitución de Bizkaya como Estado esencialmente católico-apostólico-romano (...) Bizkaya, pues, ha de acatar cuanto la Iglesia cristiana de Roma enseñe y ordene, y ha de rechazar cuanto ésta repruebe y condene" (carta a Chávarri, Llarrinaga y Astorgi). "Nosotros los vascos patriotas (...) no reconocemos Iglesia Española, Iglesia Francesa, ni Iglesia particular ninguna. Sólo reconocemos y acatamos a la Iglesia Cristiana Universal, que hoy tiene su Cabeza y Sede en Roma y por eso se llama Romana" (Junio 1903).

"Este acatamiento y sumisión al Vaticano, junto con la tenaz labor de propaganda entre el clero vasco, son, desde sus orígenes, una constante del nacionalismo sabiniano. Toda la obra de Arana, de hecho, está preñada de una invocación religiosa extrema. Según él, la independencia de Euskadi tiene como misión última apartarla del liberalismo dominante en los gobiernos de la nación española, que configuran un "sistema que pretende hallar la libertad fuera de Dios y siguiendo los preceptos de Satanás", y alejarla de un pueblo, el español, que "siempre ha permanecido irreligioso e inmoral". En fin, según lúcidamente resumió Indalecio Prieto unas décadas después del fallecimiento de Arana, "…éstos del PNV quieren convertirse en un Gibraltar vaticanista".

En esta Cruzada, Sabino Arana acabó encontrando el respaldo absoluto del Vaticano y de la Iglesia vasca a su proyecto de Euskadi. En adelante, el PNV, al igual que la Iglesia en su ámbito de púlpito y confesonario, se encargó de la misión de excluir despectivamente a los obreros y a los nuevos capitalistas y librepensadores que le habían arrebatado Gobiernos y Diputaciones; y combatió por igual al liberalismo, a la cultura, al socialismo y al laicismo, mixtificando una presunta raza vasca y exacerbando el odio antiespañol, codo con codo, pues, con la Iglesia, en una asociación perfecta de intereses concertados y coincidentes.

"Más adelante, el día de la aprobación del primer estatuto Vasco (1 de Octubre de 1936), el lehendakari Aguirre jurará fidelidad "a la religión y a la Iglesia, a la patria vasca y a su partido, en actitud de ofrenda ante una de la hostias consagradas", y en su polémica con el Cardenal Primado Gomá subrayará, incluso con más énfasis que su condición de “presidente de un pueblo libre”, su sincera profesión de fe católica y revestirá con sentido hondamente religioso sus deberes para con la patria vasca."

El democratismo cristiano del PNV de postguerra mundial tiene pues esta vieja raíz vaticanista que explica muchas conductas, biografías y amistades de los líderes políticos peneuvistas actuales. ¿Constituye lo anterior un delito? No, claro, pero enmarca todo un comportamiento político frente al que el Estado constitucional y aconfesional de 1978 no puede quedar impasible. En lo referente a la obediencia vaticana "de facto" del PNV, el Estado español debería apercibir seriamente a la Santa Sede, apretándole las clavijas en el asunto de las subvenciones económicas y en las concesiones en materia de Educación, acerca lo que se juega con la tradicional política de romance de la Iglesia vasca con el nacionalismo. Algo de eso tengo la impresión de que ya se está haciendo, y yo lo saludo.

Por lo demás, que cada cual saque sus conclusiones sobre la relación de la Iglesia con el PNV.
Yo sé dónde no he puesto la cruz en mi última Declaración del Renta.



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