El viaje alavés de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla


El viaje alavés de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla

  • En 1502, los archiduques de Austria y duques de Borgoña, herederos de las coronas de Castilla y Aragón, cruzaron el territorio parando en Salvatierra y Vitoria. No fue un viaje más: los alaveses se volcaron con sus príncipes
  • La pareja pasó por tierras vascas camino de Toledo, donde Juana iba a ser reconocida como reina de Castilla por las Cortes.

FRANCISCO GÓNGORA
Martes, 22 octubre 2019, 00:53

Las muertes sucesivas del infante Juan, el primogénito; de Isabel, la siguiente en la línea de sucesión; y de su hijo Miguel, posible heredero de la corona, dejaron una imprevista puerta abierta a la tercera hija de los Reyes Católicos, llamada Juana, para ser reina de Castilla y de Aragón. La nueva Princesa de Asturias vivía en Bruselas desde 1496 con Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, duque de Borgoña y candidato también al trono del Sacro Imperio Germánico, con quien se había casado y con quien ya había tenido el tercer vástago, Isabel, que nació el 18 de julio de 1501, motivo por el que el viaje a España se demoró.

Isabel y Fernando, desconfiados de la actitud del bello Habsburgo, forzaron que el juramento como heredera de Juana se hiciera ante las Cortes de Toledo. Aunque la idea inicial era un viaje por mar desde Flandes, el heredero imperial pidió que se hiciera por tierra francesa.

Los viajes de los príncipes, reyes y papas en aquella época eran un verdadero acontecimiento para las ciudades y villas por los que pasaban. Suponían una auténtica exhibición de lujo y poder, pero también una manera de establecer vínculos entre los monarcas y sus súbditos. El nuevo soberano se reafirmaba en su legitimidad y las ciudades conseguían que jurara fueros y prebendas, afianzando la relación. Todo el mundo se echaba a la calle y engalanaba las casas. Las crónicas de aquellos viajes relataban un ambiente festivo en el que cualquier ciudadano trataba de besar la mano de los viajeros y divertirse con las corridas de toros, los juegos y las fanfarrias que se organizaban en su honor.

El 4 de noviembre de 1501 se puso en marcha en Bruselas una impresionante comitiva que además de la escolta borgoñona se componía de cien carros para el equipaje real, otros numerosos carros para el equipaje de la corte -todos cargados de ropa, camas, mobiliario, vajillas, enseres de cocina, tapices, regalos­- los carruajes de los nobles, cinco carrozas reales. Por lo menos cien personas acompañaban al séquito real, entre las cuales había cuarenta damas de honor, además de los numerosos escuderos, lacayos, cocineros y personal de servicio...

No era un viaje sin más. Se establecían relaciones diplomáticas y una red de contactos y fieles súbditos que debían durar toda la vida. Los caminos eran muy malos, pero es que los 1.651 kilómetros entre Bruselas (Bélgica) y Toledo (España) costaron seis meses. En Francia, el rey Luis XII los recibe como verdaderos hijos y trata de potenciar la simpatía que Felipe sentía por el monarca francés. El galo le puso el sobrenombre de Hermoso al presentarlo como «un príncipe hermoso». Juana quiere salir pronto. No se encuentra a gusto en una corte que trata de despreciarla.

El 26 de enero de 1502 partían de Bayona en dirección a Fuenterrabía. El invierno hace duro el camino y los carruajes y carretas no pueden seguir. Los carros cargados se vuelven para Flandes y son sustituidos por mulas y caballos procedentes del País Vasco. Una comitiva presidida por dos grandes de España, Gutierre de Cárdenas, comendador de León y de la orden de Santiago y su yerno Francisco de Zúñiga, conde de Miranda del Castañar y miembro del consejo de Estado reciben a los huéspedes. Tras pasar por Hernani, Tolosa y Segura alcanzan Salvatierra el 1 de febrero de 1502 después de cruzar el túnel de San Adrián, que impresiona mucho a los viajeros en medio de la nieve.

Un completo relato de Antoine de Lalaing, acompañante de Felipe, describe los lugares y el ambiente. «La montaña de San Adrián, mala y peligrosa, siempre cubierta de nieves, en su cumbre hay un túnel por donde es obligatorio pasar para ir a Santiago, en cuyo honor existe en el interior de dicho túnel una capilla, por lo que se sabe que aquel es el camino. Con poca gente basta para guardar este paso, que es la llave principal de esta región contra el país de Gascuña».

Hay mucha gente en los caminos llegados de todos lados, que vitorea a los archiduques, vestidos con lujosos trajes. No hay que olvidar que la corte de Flandes era la más fastuosa de Europa. Los senderos estaban jalonados por miles de soldados «bizcaínos», dice la crónica, que no distingue entre vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos, armados con lanzas. Habían sido acondicionados y en ocasiones ensanchados y los puentes arreglados para el paso del doble cortejo, el que traían los príncipes desde Flandes y el que se añadió con nobles españoles en cuanto cruzaron la frontera francesa. Salvatierra recibe a los herederos con campanas trompetas y tambores, engalanada. Llegan por la noche del martes 1 de febrero, tras una dura travesía, que va a indisponer a Juana, motivo por el que pasarán también el jueves. Acuden a misa a la iglesia de Santa María, en cuyo sotocoro se conservan claves con el rostro de Juana y Felipe. Años más tarde, los vecinos de Salvatierra apostarán por el emperador Carlos frente al conde de Salvatierra, Pedro López de Ayala, su señor. El escudo imperial preside ese coro, el más bello del plateresco alavés, construido en homenaje al emperador. Sin duda, esa visita de los herederos removió también a los salvaterranos para quitarse el yugo del conde.

Debía ser impresionante contemplar a los 150 arqueros de Borgoña, que componían la escolta de los príncipes. Todos uniformados llevando estandartes blancos con el aspa de San Andrés en color rojo, una bandera que nosotros conocemos como la de los carlistas, que representó al imperio español y que coincide con la de Vitoria o Logroño y otras muchas ciudades y estados americanos de influencia hispana.

El viernes 4 de febrero de 1502 la comitiva alcanza Vitoria, entonces la ciudad más importante del País Vasco, como resaltan las crónicas. Se repiten las muestras de cariño y respeto. Los arqueros van delante, 23 pajes, mensajeros, trompeteros y tambores, los heraldos, los portadores del toisón de oro, los embajadores, la aristocracia flamenca, el arzobispo de Besançon entre ellos. El pueblo vitoriano se entrega completamente a Felipe y Juana. «Había tanta gente que no se podía pasar por las calles», dice la crónica oficial de Lalaing. Hasta las 8 de la noche no atraviesan el umbral de la Casa del Cordón el palacio de la calle Cuchillería, el más importante de la ciudad en ese momento y lugar de residencia.

El sábado, la futura reina se queda en sus aposentos a descansar, y Felipe es invitado por los vitorianos a dar una vuelta por los alrededores. La crónica señala que fue a «ver volar pájaros en compañía de algunos leñadores» y que «los alrededores eran muy agradables», un elogio de la naturaleza que la rodea. El domingo se celebra también un Tedeum en la iglesia de Santa María y se ofrece a los príncipes el palio doble que habían mandado hacer los reyes católicos. Toda la ciudad está engalanada. Se celebran ricos banquetes y una corrida con seis toros en homenaje a los reyes. El lunes partieron hacia Miranda de Ebro.

El 27 de mayo del año 1502, en la Catedral de Toledo, las Cortes reconocían a Juana como heredera legítima. Era la nueva princesa de Asturias, la futura soberana.


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