El hombre vasco
Bruno Zabala
No hay razas humanas sino que sólo hay una raza, Homo sapiens sapiens, que llegó a Europa hace unos 40 mil años y que se asentó y sustituyó en todo el continente al hombre de Neandertal, con el que, por cierto, nada indica que llegase a mezclarse -si es que la constitución genética de ambas subespecies hubiese hecho ello posible- si no de modo excepcional o anecdótico.
Esta colonización paleolítica europea seguramente se produjo en oleadas desde la encrucijada de los montes del Cáucaso con las áreas próximas del Oriente Medio, desde donde nuestra especie accedió, seguramente en número bien limitado, a vastas regiones europeas comprendidas entre las orillas del mar Negro y las estribaciones de las cordilleras Cantábrica y Pirenaica, y sin que se aventurara a ir mucho más al norte porque los hielos -o, cuando menos, el frío- ocupaban perennemente la mayor parte de esos territorios.
Nuestro antepasado paleolítico era todo un artistazo que recolectaba frutos y cazaba bisontes, caballos y renos (que dejó pintados en Lascaux y Altamira), probablemente tenía una expectación de vida y una demografía muy pobres -y por eso no se extendió por el resto de la península Ibérica- y, no repugna en absoluto pensarlo, hablaría un idioma con fonemas y palabras que podrían haber llegado casi intactas vehiculadas en el euskera hasta nuestros mismísimos días.
Estudios de la variabilidad genética efectuados con tecnología de RFLP de ciertos haplotipos -H, del DNA mitocondrial (heredado sólo por vía materna), y 15, del cromosoma Y (heredado sólo por vía paterna)- en diferentes poblaciones europeas abonan la idea de un sustrato genético común a toda Europa y norte de África, de origen caucasiano, extendiéndose, por tanto, del Atlas marroquí a Finlandia y de los Urales al Atlántico, seguramente en relación con sucesivas oleadas migratorias producidas hasta hace 20 a 25 mil años, en periodo Pleistocénico, y desde las referidas regiones caucásicas.
Hace entre 11.000 y 13.700 -la datación es muy exacta- aconteció en el hemisferio norte un cambio climático fundamental: el periodo de Bølling -Allerød, en el que las temperaturas ascendieron espectacularmente y los bosques boreales y el clima benigno sustituyeron en las planicies del centro y norte de Europa a la tundra y al hielo perenne.
Como consecuencia de ello nuestro hombre paleolítico asentado en los valles y las cuevas de las penínsulas europeas meridionales encontró un momento idóneo para expandirse en dirección septentrional, persiguiendo a las manadas de rumiantes que le servían de sustento, y ocupando así toda Europa, hasta Finlandia; y ello lo hizo, fundamentalmente, insisto, desde un área geográfica comprendida entre Cantabria y Cataluña y el Ebro y el Garona.
En 1998 se publicó (Am J Hum Gen 62: 1105-12) por miembros italianos de la escuela de Cavalli-Sforza (probablemente el antropólogo más reputado que existe) la teoría que acabo de enunciar, fundamentada en el estudio del haplotipo V del DNA mitocondrial de varias poblaciones europeas, según la cual, y resumiendo mucho, parecía deducirse que el hombre de Cromagnon se extendió por toda Europa a expensas de esta migración paleolítica al final del periodo de máxima glaciación y aprovechando ese otro periodo de 1.700 años de clima benigno.
Restos arqueológicos de la edad de Piedra tan alejados del suroeste europeo como los de Bélgica, Alemania y Polonia así lo acreditan.
Según Venneman y algunos lingüistas germánicos (véase, creo recordar, Revista de Investigación y Ciencia, número de Septiembre de 2002) esta expansión paleolítica tardía habría llevado un idioma protoeuskérico hasta los confines de Europa, de modo que algunas referencias toponímicas actuales en todo el continente con similitudes asombrosas entre sí tendrían esta explicación.
De modo muy interesante, el referido haplotipo V del DNA mitocondrial que marca esta probable migración paleolítica europea está también presente en altísima proporción entre las poblaciones vascas, catalano-levantinas y norteafricanas actuales; ello, unido a otros marcadores genéticos autosómicos (del complejo mayor de histocompatibilidad) también presentes en las poblaciones vascona y bereber y a algunas similitudes lingüísticas entre el euskera y el idioma imazigh de esta última etnia hacen plausible la idea de una relación o contacto genético y cultural muy estrecho entre los pueblos ibéricos y sudoccidentales franceses (vascoiberoaquitanos, si se quiere) con los norteafricanos ya desde el Paleolítico tardío.
En esta época prehistórica, paleolítica, cabe preguntarse: ¿el contacto se produjo desde Iberia (“Euskoiberoaquitania”, repito, si se quiere) al Atlas o desde el Atlas a Iberia?:
Bien. Dejábamos a nuestro pariente paleolítico chapurreando quizás en protoeuskera -o así- hace 13000 años por las campas de POLONIA cuando sobrevino una nueva putada: la moderna glaciación (youngest Dryas), que duró desde hace 13000 años hasta hace 11.600 años.
Es de suponer que nuestro antepasado europeo aguantó como pudo y pasándolas canutas pero, para entonces, ya debía dominar muy bien la técnica del fuego, la caza, la construcción, la confección de armas, utensilios y vestidos, y como resultado de ello pudo sobrevivir para que su huella genética nos llegara visible hasta hoy en día.
Ya en el Neolítico (Mesolítico), en periodo geológico del Holoceno, con clima cálido - más calentitos, por tanto- la especie humana prosperó bastante .
Hasta la península Ibérica y el Occidente de Europa debió de llegar una nueva oleada migratoria con cultura de la Edad de los Metales y, sobre todo, dominio del pastoreo y la agricultura.
No repugna pensar, desde luego, que Asia Menor (Turquía) y el continente europeo así como, de nuevo, el norte de África y el correspondiente brazo de mar Mediterráneo fueron los orígenes y las vías de acceso del hombre neolítico pastor y agricultor a Iberia.
Además, hace aproximadamente 8000 años aconteció otro fenómeno climático y ecológico transcendente: la desertización del otrora fértil en pastos y cultivos Sahara verde, con todos los monumentales movimientos migratorios que ello debió llevar aparejados.
Que en ese escenario las poblaciones norteafricanas se vieran cada vez más empujadas hacia el norte y que, progresiva e imparablemente, colonizaran con su cultura avanzada el sur de Europa (y las islas Canarias, por cierto) resulta completamente lógico.
Los iberos -ya coetáneos de los antiguos egipcios y griegos- tuvieron que ser forzosamente norteafricanos y "neolíticos avanzados". Y, para mí, las poblaciones más ancestrales preexistentes en Cataluña, los valles pirenaicos y la cabecera del Ebro hasta el País Vasco actual fueron colonizadas desde la costa mediterránea siguiendo el curso del "río Ibero" (Ebro) y de sus afluentes por estos pueblos pastores, morenos, mesocéfalos, hablantes de un idioma preindoeuropeo –un vascoibero rudimentario- y, por cierto, sexistas y taurófilos.
Es razonable pensar que la fusión de los primeros pobladores paleolíticos caucasianos con estos otros colonizadores neolíticos norteafricanos originaron la raíz étnica vascoibérica de la cuenca mediterránea de nuestra península, incluyendo la Euskal Herria de hoy, y de la actual Aquitania francesa.
Los pueblos celtas indoeuropeos vinieron a Vasconia y a la costa atlántica extendiéndose por buena parte de la España interior después. En el País Vasco actual, como en Salamanca o en Guadalajara, forzosamente hubieron de fusionarse con los pueblos iberos que les precedieron en su implantación dando lugar a una etnia -si es que eso existe- celtíbera.
Que esa mezcla fuera apenas existente en los angostos valles de las estribaciones pirenaicas de Navarra, de Aragón y del País Vasco interior explicaría la preservación de una población autóctona vasca genética y lingüísticamente más definida y singular -del origen que he intentado explicar aquí- hasta nuestros días.
Considérese, además, que la escasa romanización de ese País Vasco montañoso y rural y el escaso mutuo interés de los vascos con los visigodos, los moros y los judíos explican a la perfección la preservación del euskera y de los marcadores genéticos que aquí he señalado hasta ahora en las áreas más rurales del País Vasco.
Yo así veo las cosas, y de todo lo anterior no extraigo ninguna conclusión sociopolítica como no sea que cada ser humano, cada individuo es maravillosamente singular e irremplazable, y que no hay más genes ni más lenguas ni más atributos sagrados que los de la dignidad humana, y los de la libertad, la igualdad y el afán de justicia, belleza y verdad que nos son inherentes a nuestra condición humana, pese a ETA.
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