Breve Historia España, por Henry Kamen


LOS INICIOS
Para los habitantes de la Antigüedad, Hispania era el límite del mundo. El paso entre los Pilares de Hércules (conocido ahora como el Estrecho de Gibraltar), conducía según los poetas, hacia un impenetrable mar de tinieblas. La península Ibérica se convirtió, por lo tanto, en el destino último de todas las civilizaciones expansionistas.
Los orígenes de los primeros pobladores son inciertos. El hombre de Neandertal, como se le conocía en la península, fue rápidamente desplazado en la edad paleolítica por los inmigrantes del norte, que venían de África y del Mediterráneo del este. Estos primeros allegados dejaron ampliamente extendidas las huellas de su trabajo, mostrando así a los antiguos pobladores, que eran cazadores en activo e inteligentes constructores de armas. Todavía podemos contemplar su arte en los numerosos murales de la costa de Levante, especialmente en los magníficos murales de la cueva de Altamira (Santander.) A partir del año 3000 a.J.C. las primitivas prácticas de caza de los primeros pobladores dio lugar, bajo la influencia de los nuevos pobladores, a una cultura más sofisticada. El uso del cobre y del bronce, la doma de animales, y una reciente economía de base agrícola, fueron los elementos que caracterizaron la transición del periodo Neolítico a la edad de Bronce. Aproximadamente a partir del primer milenio antes de Cristo, podemos ya clasificar las razas que habitaban zonas específicas de la península, y que en su gran mayoría eran de origen Africano. Los Ligures (norte) y los Íberos (sur y este) se encontraban en mayoría. Más tarde, aproximadamente alrededor del siglo VII d.J.C., llegaron los Celtas a través de los Pirineos y se extendieron sobre una gran parte de la península. Su tendencia fue la de vincularse con las tribus autóctonas, por lo que ambos son comúnmente denominados Celtíberos.
Un nuevo periodo en la población de la península concluyó a lo largo de los siglos precristianos con la llegada de colonos provenientes de civilizaciones mediterráneas. Primero llegaron los Fenicios hacia el siglo VII a.J.C. Tenían un objetivo primordialmente comercial, pero acabaron asentándose en lo que hoy es Andalucía, donde fundaron Gadir (Cádiz), y otras colonias. Implantaron además una cultura altamente civilizada y pacífica en Tartessos, el Tarshish de la Biblia. Su ejemplo fue seguido un siglo más tarde por los Griegos, que se instalaron en el sur y a lo largo de la costa Mediterránea. El asentamiento griego principal fue el de Emporio, en la costa catalana, sin embargo tanto la cultura helénica como los intereses griegos se extendieron más ampliamente. Las primeras monedas de la península fueron acuñadas por los griegos, y también introdujeron dos de los cultivos que habrían de tener una importancia fundamental en la historia española, como el del viñedo y el del olivo. Han sido encontrados algunos restos de la cultura helénica, sobre todo obras escultóricas. A partir de la mezcla con influencias autóctonas, surgieron extraordinarias piezas de arte grecoibérico, de cuyo legado se destaca la enigmática figura de la Dama de Elche, como una de las más relevantes piezas que han quedado del arte levantino del siglo V a.J.C.
En esa misma época, la colonización fenicia de Cartago en el norte de África comenzó a expandirse hacia la península Ibérica. La tradición cuenta que los fenicios de Cádiz requirieron ayuda de Cartago para tomar Tartessos. Esta no sería la última vez que el destino de la península vería cambiar su curso gracias a la ayuda de tropas foráneas. Los cartagineses invadieron y explotaron con gran rapidez las áreas colonizadas por sus predecesores. Su control de la península iba a ser indispensable, ya que la creciente rivalidad entre Roma y Cartago, pronto les llevó a aprovechar los recursos del territorio ibérico. Por lo tanto, el mayor triunfo de los cartagineses parece haber sido el de inducir a los conquistadores romanos a penetrar también en España.
Cuáles fueron los elementos que atrajeron a los distintos pobladores hacia la península? Gran parte de la tierra es árida y poco atractiva. Los inmigrantes que venían desde los Pirineos encontraban ocasionalmente, si se dirigían hacia el oeste, regiones abruptas pero fértiles y por lo tanto provechosas para el cultivo y el pastoreo. Hacia el oeste, se encontraban con zonas más acogedoras donde abundaban los puertos para el comercio. Pero cuando se adentraban hacia el interior solo hallaban tierras áridas en las cuales se hacía imposible el asentamiento, y más allá, la tierra se elevaba abruptamente hasta convertirse en las áridas extensiones de la Meseta Central, poblada exclusivamente por las tribus primitivas de la península. Los nuevos pobladores preferían por tanto quedarse en la periferia, donde eran posibles tanto la agricultura como la minería. Los pobladores que venían del África y del este del Mediterráneo preferían el litoral del sur y los ricos valles costeros. Se sentían particularmente atraídos por las zonas costeras de bajura que rodeaban el mar Mediterráneo.
El conjunto de los vestigios de mayor importancia se encuentran en estas zonas periféricas. Estrabón, que se lamentaba de la falta de hospitalidad de la Meseta Central, hablaba por lo contrario del refinamiento y cultura de Tartessos, así como de su arte y poesía. Los griegos del Emporio eran también diligentes preservadores de la herencia artística de su raza, tal y como se puede deducir al contemplar las bellas estatuas clásicas encontradas en ese área. En adelante, los colonizadores se establecieron en estos territorios periféricos, eludiendo así las zonas interiores. Los cartagineses, que fueron los primeros conquistadores de la península, no fueron una excepción. Ocuparon las costas sureñas y del este, estableciéndose en ciudades como Cádiz y el Nuevo Cartago (ahora Cartagena). A pesar de poseer un organizado proyecto de asentamiento, los cartagineses continuaron sufriendo hostilidades por parte de los nativos del interior y de los romanos que extendían su área de influencia hasta el sur.
La segunda Guerra Púnica (siglo III a.J.C.) entre Cartago y Roma destruyó el poder de los cartagineses en la península Ibérica. El oficial cartaginés Hamilcar Barca empezó a usar la península sistemáticamente como base militar. Su hijo Aníbal conquistó las tierras costeras que bordean el Mediterráneo, cruzó el río Ebro que era la línea de demarcación entre la influencia romana y cartaginesa, establecida en el año 226 a.J.C. Finalmente tomó rumbo hacia las Galias para llegar a Italia. Sus exitosas campañas en Italia después del asombroso cruce de los Alpes forzó a los romanos a abrir un segundo frente en Hispania. Las fuerzas romanas se pusieron bajo la comandancia de la familia Escipión. Fue P. Cornelio Escipión el que finalmente derrotó a los cartagineses. Cartagena sucumbió en el año 209 a.J.C. y Cádiz tres años más tarde.
Los factores que impidieron que los cartagineses dominaran la península fueron los obstáculos geográficos que no permitieron que el territorio se constituyera de manera unitaria. La cordillera Cantábrica al norte, la elevada Meseta Central en el interior y la Sierra Morena al sur, sirvieron para dividir, más que para unir; y para impedir la conquista o la integración, en vez de facilitarlas. El agudo contraste entre la tierra agrícola fértil del litoral del nordeste y la sequedad de las tierras situadas en el sur e interior de la península, puso de relieve las divisiones económicas de la península. Los cartagineses fueron incapaces de superar estos factores, y mantuvieron esencialmente un poder costero. La única campaña importante de Aníbal en el interior, en Salamanca, acabó siendo un fracaso.
La inclusión de la península dentro del Imperio Romano dio lugar a uno de los periodos de mayor importancia cultural para Hispania. La dominación romana se extendió aproximadamente durante el periodo comprendido entre los siglos II a.J.C. y V d.J.C. En estos siete siglos de una calma y un orden relativos, Hispania, como la denominaban los romanos, sufrió una transformación fundamental. La conquista no fue fácil, y nunca fue total. La resistencia de Lusitania (Portugal) y de los celtíberos (Castilla) perturbó a las fuerzas romanas en el siglo II a.J.C. Los habitantes de Cataluña fueron tan obstinados durante la resistencia que Livio los describió como ferox genus, gente feroz. La caída de la ciudad celtíbera de Numancia en manos de Escipión Emiliano en el año 133 a.J.C. marca el final de la oposición formal a Roma. En el norte, los asturianos y los cántabros no fueron sometidos hasta la intervención personal del Cesar Augusto en el año 2919 a.J.C.
Los romanos dividieron el territorio en dos provincias distintas, Hispania Citerior e Hispania Ulterior, separadas al este y al oeste por el río Ebro. Más tarde estas divisiones se ampliaron. Al iniciarse las guerras civiles romanas, algunos generales se percataron de la gran posición estratégica que poseía Hispania. Por lo tanto, en el siglo I d.J.C., las fuerzas de Pompeyo y de Julio Cesar penetraron en la península. Cuando Augusto creó el imperio romano, Hispania se constituyó como una de las provincias vitales. A partir de entonces se llevó a cabo un intenso proceso de pacificación y de romanización.
Por primera vez, y según algunos también por última vez, se impusieron en le península un cierto tipo de unidad política y moral. Los habitantes de Iberia fueron denominados de manera colectiva como hispanos. Se podría pensar que la conquista romana no fue sino la imposición de una fuerza externa que se aplicó a los usos y costumbres culturales de las poblaciones autóctonas. Sin embargo, los pobladores originarios fueron llevados a identificarse de manera muy rápida con los hábitos de los conquistadores. Los frutos de la tierra y de la explotación minera trasformó a Hispania en una importante nación comercial, en la cual se construyeron nuevas vías (que sumaron un total de trece mil millas), y también se introdujo una nueva acuñación de las monedas.
Los grandes acueductos de Segovia, Tarragona y Mérida --tres ciudades separadas por una gran distancia-- constituyen, hoy todavía, un ejemplo del trabajo práctico de los conquistadores en su esfuerzo por construir ciudades y dotarlas de servicios esenciales. Tarragona, sobre todo, fue una importante capital de provincias, que Estrabón describió como una ciudad dotada con todo tipo de prestaciones, no menos frecuentada que Cartago y también como: una metrópolis de la parte más importante de España. Los intereses económicos romanos llevaron a la explotación de los ricos recursos naturales de la minería (oro, plata y plomo). Además, el aceite de oliva y el vino hispánico hicieron su entrada en el comercio del Mediterráneo. Gracias a la cooperación entre las clases rurales y las clases altas urbanas, la cultura y las costumbres romanas se extendieron con rapidez entre los hispanos. Algunos privilegios, como el de adquirir la ciudadanía romana, fue concedido a los patricios hispanorromanos. La división social romana entre esclavos y hombres libres fue adoptada. Se confirmó la posesión de grandes extensiones de tierra apta para ser cultivada por una clase altamente privilegiada de propietarios estatales, pertenecientes tanto a la aristocracia oriunda como a la romana. Estas grandes extensiones (latifundios), eran a veces aradas por esclavos, marcando así el inicio del sistema feudal de propiedad agraria. El latín se convirtió en la lengua de la población hispana. Lo más significante de todo fue sin embargo, el hecho de que el cristianismo se filtrara en última instancia a través del imperio.
El impacto socio-político de Roma fue quizás el más profundo. Las impresionantes ruinas de Itálica (Sevilla) y Mérida representan el triunfo de la civilización urbana en un contexto semi-bárbaro. Lo que Roma tenía que ofrecer venía principalmente de las ciudades que eran pocas y dispersas, aunque sin dejar de tener una fuerte tradición hispánica. Las propiedades rurales, tan apreciadas por los poetas jubilados o por los políticos, estaban también destinadas a ser uno de los elementos característicos, ya que iniciaron la tradición, seguida hasta hoy en día, de áreas rurales extensas e industrias, explotadas por una pequeña élite y aradas por un campesinado muy desfavorecido. El impacto cultural de la romanización, aunque importante, es menos notorio.
Hispania fue la cuna de algunos de los grandes nombres de la literatura latina, como Séneca o Lucano, Quintiliano y Marcial, Pomponio Mela el geógrafo o Marco Porcio Catón, tutor de Ovidio. También produjo cuatro emperadores, entre los cuales se encuentran Trajano y Adriano. Hubo sin embargo pocos escritores, ya que incluso aquellos que tenían sangre hispana como Marcial, tenían muy poco de hispánicos; en definitiva eran todos romanos. De momento, la península no habría de tener una contribución distintiva y permaneció por lo tanto como recipiente de culturas foráneas. Las esculturas romanas datadas no más tarde del siglo IV d.J.C. no muestran, a diferencia de las griegas, ninguna influencia de la cultura de las tribus indígenas. La Hispania que los romanos admiraban era una colonia, un lugar de retiro elegante, un proveedor de vinos y metales preciosos. Para Plinio, la costa de Levante era, después de Italia y las fabulosas Indias, el sitio más maravilloso del mundo por un ardor siempre constante, la energía de sus trabajadores, la resistencia física de sus gentes, y su espíritu vehemente.
La continuidad de la cultura romana en su época de decadencia fue asegurada por la aparición del Cristianismo. San Pablo plantó simientes en la península y éstas florecieron en la árida tierra de una cultura sin ideales místicos. El cristianismo fue perseguido esporádicamente por ser una religión minoritaria y divergente, y abundantes mártires hispánicos pasaron con premura a formar parte del santoral. Gracias a su aceptación entre los sectores no oficiales de la sociedad, la nueva religión se aseguró una existencia continua incluso cuando las bases de la autoridad imperial estaban siendo rechazadas. Paralelamente la Iglesia adoptó una organización diocesana que imitaba la estructura oficial y que por asociación, pasó a formar parte del orden secular. Alrededor del siglo IV, la cristiandad romana y cristiana estaban íntimamente ligadas. La península que anteriormente le había dado emperadores a Roma, le daba ahora papas, y uno de ellos es San Dámaso que ejerció del año 366 al 384 d.J.C., y que era además de origen catalán. Otros muchos cristianos se distinguieron por su función en la iglesia universal: Osio obispo de Córdoba, presidió el Concilio de Nicea, en Bitinia; Prisciliano, obispo de Ávila, tuvo la desdicha de ser incinerado por herejía. Entre los grandes creyentes del siglo IV se encontraba el gran poeta cristiano Prudencio, caballero hispano que a los cincuenta y siete años renunció a la vida secular para unirse al clero. En su retiro compuso algunos de las más intensos versos religiosos de la baja Cristiandad latina.
En el siglo III d.J.C. la península fue objeto de invasiones y ataques enemigos, en el norte por los Francos que penetraron en las provincias catalanas y en el sur por los moros que hicieron incursiones en Andalucía. Más tarde en el año 409 d.J.C., un año antes del saqueo de Roma protagonizado por el rey visigodo Alarico, algunas tribus germánicas arrasaron las Galias y llegaron hasta España, atravesando los Pirineos. Los altos y rubios bárbaros nómadas, que desdeñaban la urbanizada civilización de los romanos, estaban compuestos por Suevos, Vándalos y Alanos. Del año 415 en adelante los visigodos también extendieron su poder por la península. Bajo el mandato de Teodorico II (453-66) la oposición de los bárbaros dentro de España fue obliterada en su mayor parte y los visigodos empezaron a controlar la península sin depender del poder romano.
El control visigodo de la península continuó hasta la invasión musulmana a principios del siglo VIII. En estos tres siglos la sociedad hispánica sufrió importantes cambios. La población hispanorromana, aunque todavía en mayoría, se disolvió y se fragmentó. Esto tuvo consecuencias para las ciudades de mayor importancia que habiendo sido el núcleo de la cultura romana, empezaron a decaer. La población germánica se constituyó como minoría no asimilada que se recluía en asentamientos rurales más que urbanos. Las divisiones entre los visigodos y los hispanorromanos se volvieron muy profundas. Estos últimos eran patricios con cultura, de origen urbano, propietarios de tierras y que profesaban una religión católica. Los otros pertenecían a una raza nómada y guerrera compuesta por una estructura tribal. En su gran mayoría eran analfabetos, poco proclives a lo urbano y de religión cristiana aria. Estas importantes diferencias se veían agravadas por una mayor, de tipo religioso: la existencia de una importante comunidad judía ampliamente perseguida durante el periodo visigodo. La falta de unidad religiosa entre los cristianos fue oficialmente eliminada con la conversión del rey Recaredo al cristianismo en una ceremonia pública que tuvo lugar durante el Tercer Concilio de Toledo (589). Sin embargo, la falta de unidad racial y social, no se solucionó con tanta facilidad, y los problemas políticos causados por el principio visigodo de monarquía electiva condujo eventualmente hacia un mayor desorden que propició la entrada de los musulmanes en Hispania.

El triunfo visigodo tuvo pocas repercusiones. Los visigodos dejaron pocas marcas de su arte o arquitectura, ya que su nivel cultural era relativamente primitivo. El poder intelectual era suplido por la élite hispánica y la clase eclesiástica católica. Se dice que eran los que formaron la legislación, la vida espiritual, y el relativo esplendor económico de la monarquía visigótica durante el siglo VII. San Isidoro de Sevilla (560-636) fue el gran rector espiritual de esa era. Los visigodos no crearon una fuerte estructura política, pero aprobaron un importante códice legal, el Liber Judiciorum (654), que sirvió de guía para las generaciones sucesivas de legisladores cristianos de Hispania. En estas leyes ya se vislumbra un atisbo del sistema de relaciones sociales que inauguraron el feudalismo.

En 711 una armada Arábigo-Bereber penetró en la península como aliada del pretendiente al trono visigodo. Hay varias versiones de este hecho histórico y todas relatan la amarga rivalidad que surgió entre los cristianos. Las tropas invasoras desembarcaron en un lugar que tomaría su nombre de uno de los generales, Jabal-Tariq (Gibraltar) o la Montaña de Tariq. Las tropas del último rey visigodo, Rodrigo, fueron derrotadas en la Batalla de Guadalete en la que murió también el rey. A lo largo de los siete años sucesivos gran parte de la península cayó bajo control Árabe, a medida que los aliados foráneos se convertían paulatinamente en conquistadores. El rápido triunfo se debió en parte a la buena acogida que recibieron de los oponentes a la monarquía visigoda, pero también a la debilidad del estado visigodo. El dominio islámico de Hispania, que alcanzó su zenit al final del siglo X, había empezado.
La resistencia continuó en el noroeste, principalmente en la región de Asturias. El núcleo de la oposición lo protagonizó un oficial cristiano llamado Pelayo, cuyo primer enclave fue la cueva de Covadonga en las montañas asturianas, y que proclamó ser descendiente de la monarquía visigoda. La incapacidad musulmana para reducir la resistencia tuvo consecuencias nefastas. El reino cristiano de Asturias que se extendía a lo largo de las costas gallegas y cántabras (una región de difícil acceso para los invasores), mantuvo una existencia independiente, y recibió a los refugiados de las tierras dominadas por los musulmanes, asumiendo el papel de defensor de la civilización cristiana en la península. La leyenda de Santiago contribuyó a consolidar las pretensiones de liderazgo cristiano sobre esta región. En el siglo nueve los cristianos gallegos estaban convencidos de que habían descubierto el cuerpo del apóstol Santiago. Se erigió un santuario, y el santo fue elegido como símbolo que representaba la lucha contra los moros. A medida que se extendía su fama, el sepulcro de Santiago de Compostela se convirtió en el centro del peregrinaje de Europa occidental. Los soldados encargados de derrotar a los musulmanes juraban una y otra vez que habían visto al Santo cabalgando ante sus ojos en un caballo blanco, y cantando victoria.
Bajo el control de los mandatarios visigodos, los asturianos establecieron un poderoso, aunque pequeño enclave que intentaron extender gradualmente, penetrando en la tierra de nadie que les separaba de los territorios dominados por los moros. Además de Asturias, los Pirineos fueron la morada de algunos de los principiados que reconocieron la soberanía de las tropas de los Francos en el siglo VIII. Desde que los Francos paralizaron la expansión musulmana en el norte, con la derrota de Poitiers en 732, tomaron también la defensa de los Pirineos. Los intentos del monarca Franco Carlomagno de penetrar en la península se vieron frustrados por la derrota de sus fuerzas en Zaragoza. Cuando se retiraron cruzando los Pirineos, la retaguardia fue atacada en el paso de Roncesvalles, un episodio que fue inmortalizado y reelaborado en la legendaria Chanson de Roland (Canción de Rolando.) A pesar del incidente, Carlomagno consiguió consolidar el control de los Francos sobre las provincias del norte, hecho que se conoce como la Marcha Hispánica.
Los primeros trescientos años de conquista militar imprimió en Hispania un carácter único en Europa occidental. La península entera, con la excepción del territorio situado al norte del río Duero (que en realidad era el reino de Asturias), fue conquistada por los musulmanes cuya civilización dejó su huella cultural en Hispania. Tres siglos de indiscutible poder musulmán le confirió a España sus indelebles características árabes.
El pasado musulmán de España es tan fácilmente aceptado por el viajero moderno que es necesario algún esfuerzo para darse cuenta del tipo de revolución cultural que supuso para la península. Una raza radicalmente foránea que profesaba una religión fuertemente hostil, invadió el país; un idioma nuevo se convirtió en lengua oficial, y una cultura completamente nueva le fue impuesta a la población. Secciones enteras del campesinado y de la élite urbana abandonaron la religión católica y abrazaron el islamismo. Alrededor del siglo X, el territorio llamado Al-Andalus era una región con una sólida mayoría musulmana, y se había convertido en el estado más civilizado y poderoso de toda Europa. El estado islámico nunca estuvo tan integrado o unificado como para aplastar a las culturas que le habían precedido. Sin embargo, la cultura islámica se integró tanto en la mentalidad hispánica, que dejó de ser distinta y se convirtió en parte imborrable y auténtica de la historia peninsular.
La población cristiana subyugada fue usualmente tratada con la limitada tolerancia religiosa propia del Islam. Las persecuciones ocasionales fueron contrarrestadas por estallidos de devoción religiosa por parte de los conquistados. Aquellos que no abandonaron su fe fueron llamados mozárabes, de religión cristiana pero con una lengua y una cultura árabe. Sin embargo, el número de mozárabes disminuyó, y su fe se disolvió con nuevas creencias y herejías. El alto nivel cultural del Islam atrajo a muchos de ellos. Por desgracia, se lamentaba un cordobés del siglo IX, todos los jóvenes cristianos que brillaron por sus talentos solo conocen la lengua y la cultura árabe, leen y estudian libros árabes con entusiasmo, y proclaman por doquier que su literatura es digna de admiración. La sede episcopal principal, Toledo, la que fuera capital visigoda, quedó aislada ya que las diócesis del norte se liberaron de su jurisdicción. A pesar de estos inconvenientes, el fenómeno mozárabe fue de gran importancia. Representaba una profunda situación de diálogo entre las civilizaciones musulmanas y cristianas, y conservó su idiosincrasia lo que permitió eventualmente la reconversión de las tierras que los musulmanes habían hecho suyas.
Para los árabes, Al-Andalus era solo una de las provincias del gran imperio de los califas Omeyas de Damasco. Abd-ar-Rahman (756-88), miembro de la familia de los Omeyas, escapó de los califas Abasíes cuando destronaron a los Omeyas en el año 750, y se proclamó finalmente como el nuevo califa de Al-Andalus. Abd-ar-Rahman fue el que estableció el Emirato de Córdoba y lo declaró independiente del poder de los Abasíes de Damasco. Sus sucesores en el Emirato se preocuparon sobre todo por fortalecer su poder. Esto se hacía a veces de manera despótica, como en 818, cuando una revuelta en Córdoba fue seguida por la ejecución de cientos de rebeldes. El Emirato solo alcanzó lo que se conoce comúnmente como el zenit de su esplendor durante el mandato de Abd-ar-Rahman III (912-61). Después de lidiar con algunas facciones de disidentes este rey se sintió lo suficientemente fuerte como para autoproclamarse Califa y Soberano de los Creyentes, estableciendo así su igualdad e independencia con respecto a otros soberanos islámicos.
El Califato de los Omeyas en España fue indudablemente el mejor periodo de Al-Andalus. Era una civilización basada principalmente en el mundo urbano, ya que los musulmanes tenían un espíritu urbano, como lo habían tenido los hispanorromanos. El gran triunfo de Al-Andalus en los ámbitos de la política administrativa y de la educación cívica estuvo basado en el crecimiento de grandes ciudades como Córdoba y Granada, que contrastaba fuertemente con el mundo rural y pastoril de los reinos hispano-cristianos del norte. Las ciudades también actuaban como prósperos centros para el dinámico comercio desarrollado por los moros, con productos como las naranjas, los higos, el arroz o el azúcar de caña, y tantos otros, que fueron introducidos en la península por primera vez. Explotaban los ricos depósitos minerales del sur y construyeron florecientes industrias de lana, seda, cristal, papel, armas y cuero, entre otros. Los barcos mercantes comerciaban con estos productos que se vendían hasta en Asia occidental. El desarrollo agrícola se vio propiciado por la implantación de sofisticados sistemas de irrigación. El modo de ser musulmán dejó también su huella en el vocabulario castellano y europeo, ya que las palabras que designaban objetos o profesiones que se podían identificar con la cultura árabe pasaron a ser de uso común. Palabras españolas como alcázar, aduana, alcalde, arroz, sandía son ejemplos de algunos de los miles de vocablos derivados del árabe. Palabras como álgebra, alcohol, naranja, alquimia, azúcar, limón o berenjena pasaron a ser de uso común en la lengua inglesa.
El último gran gobernante del imperio cordobés fue Al-Mansur, primer ministro y mandatario virtual en el periodo de los años 981 a 1002. Al-Mansur dirigió las últimas y agresivas campañas contra los príncipes hispano-cristianos del norte, con inigualable ferocidad. Saqueó Barcelona, atacó León y Coimbra, destruyó numerosos monasterios, entre los cuales se encontraba la iglesia de Santiago de Compostela, y consiguió un total de cincuenta y siete victorias en contra de los indefensos hispano-cristianos. A Córdoba, escribe un historiador contemporáneo, llegaron, como trofeo de las campañas del norte, grupos de prisioneros y numerosos carros llenos con las cabezas de los derrotados, o con cruces, vasos sagrados y otros tesoros de igual valor. Los cristianos cautivos trabajaban en los caminos que conducían hacia la gran Mezquita. Los reyes cristianos enviaban a sus hijas como esposas e incluso como esclavas. Pero aunque los triunfos establecían la supremacía del califato hasta los Pirineos, éstos no alteraron la frontera cristiano-musulmana, e incluso contribuyeron a debilitar la estabilidad financiera de Córdoba. Después de la muerte de Al-Mansur el califato se sumió en el caos y la confusión, y algunas rivalidades rompieron la unidad del reino. En 1031 el califato dejó de existir formalmente. Un grupo de reyes locales, los reyes de taifas tomaron el poder.
A principios del siglo XI Al-Andalus se había dividido en veintitrés zonas con independencia política, algunas se constituyeron por regiones y otras fueron el resultado de la rivalidad racial entre los musulmanes hispánicos y los beréberes inmigrantes. Algunos de estos reinos eran tan precarios que se convirtieron en protectorados de sus fuertes vecinos hispano-cristianos. Uno de los más capacitados monarcas cristianos, Alfonso VI de León y Castilla (1065-1109), cobraba tributos del reino de taifas de Sevilla, y conquistó Toledo para los cristianos en 1085. Durante el proceso, se fortalecieron los vínculos políticos entre los hispano-cristianos y los musulmanes, y se superaron barreras de tipo religioso. El héroe militar más celebrado de esta época, el Cid (del árabe sayyid, señor,) sirvió tanto a los gobernantes hispano-cristianos como a los musulmanes. Su historia fue reelaborada en uno de los romances medievales más famosos, el Poema del Mío Cid (1140). Su nombre real era Rodrigo Díaz de Vivar, un noble castellano que transfirió los servicios que le rendía a Alfonso VI al rey musulmán de Zaragoza en el año 1081. Después de varias campañas, el Cid acabó su carrera como gobernador independiente de la ciudad musulmana de Valencia, que conquistó en 1094. A pesar de su identificación con los musulmanes, fue considerado por los cristianos como uno de los guerreros paradigmáticos de las cruzadas. No existe un ejemplo más ilustrativo de la mezcla de dos civilizaciones, y de su comprensión mutua, incluso en casos de guerra.




Los gobernantes cristianos del norte habían depuesto por entonces su actitud defensiva y agresiva. Eclipsados durante mucho tiempo por el brillo de Al-Andalus, solo consiguieron salir de las sombras de una manera gradual. El reino de Asturias y León había sido el primer núcleo cristiano. Durante su declive, el liderazgo lo protagonizó el reino de Navarra, gobernado en su época dorada por el rey Sancho III el Grande (1000-35.) Sancho eventualmente extendió sus dominios que llegaron a incluir toda Castilla y tomó las tierras del oeste hasta que llegó a Barcelona. Dominó León, y disfrutó de los vínculos con el resto de la Europa cristiana, sobre todo gracias a la privilegiada situación de Navarra con respecto al gran camino de peregrinaje internacional hacia la tumba de Santiago de Compostela. Lo que indica la debilidad de los príncipes cristianos de este periodo, es que estaban más preocupados por luchar entre sí mismos, que por luchar en contra de los musulmanes. Sin embargo, la frontera cristiana adquirió importancia cuando el hijo de Sancho III, Fernando (1035-65) le sucedió en el trono de Castilla. Las campañas del victorioso soldado Fernando I permitieron la conquista y la subordinación de León y Navarra respectivamente, con lo cual Castilla quedó al frente del poder cristiano en Hispania. Sus campañas militares llegaron hasta Valencia y Coimbra en ambos extremos de la península. Bajo su hijo, Alfonso VI, Castilla estableció un liderazgo incuestionable en la lucha por la causa cristiana.
Alfonso unió los reinos de Castilla y León recibió el juramento de fidelidad de Navarra y Aragón y coronó su victoria con la reconquista de Toledo, la vieja capital visigoda. La nueva Castilla estaba formada por resueltos hombres de fronteras que vivían fuera de las tierras que habían ganado o que les habían sido concedidas por el rey. Alfonso, que después de la captura de Toledo era gobernador de una minoría musulmana y que recibía los tributos de los reyes árabes de Al-Andalus, se llamaba a sí mismo Emperador de dos religiones e incluso Emperador de España. Al mismo tiempo, hizo que sus reinos se situaran a la altura del resto de Europa. Luchó para erradicar la inseguridad del famoso camino de peregrinaje hacia el sepulcro de Santiago y gracias a él, el sistema monástico de Cluny fue introducido en la península desde Francia. La influencia papal, cuya importancia aumentaba, condujo hacia un cambio trascendental comparable al ocurrido en el sínodo de Whitby en 663. El rito mozárabe, al uso en la Iglesia de Hispania desde la era post-romana, fue abandonado en favor del rito latino de la iglesia romana. El cambio tuvo lugar a pesar de una gran oposición, y se dice que solo un milagro persuadió a la corte para que se adaptara al nuevo rito. Se mandaron quemar los misales de las dos liturgias. El misal romano quedó intacto en las llamas. El misal mozárabe saltó de las llamas, pero el rey lo arrojó de nuevo al fuego, pronunciándose a favor del rito romano.
Los triunfos de los hispano-cristianos sumieron a los gobernadores del sur en el más profundo desconsuelo. Pidieron repetidas veces ayuda a África. En respuesta, los fanáticos Almorávides del Sahara, triunfantes después de la conquista de Marruecos, cruzaron el Estrecho, penetraron en la península y derrotaron a Alfonso en Sagrajas, cerca de Badajoz (1806). Retornaron a África después de la campaña, pero volvieron en 1090, y esta vez fue para quedares. A finales del siglo habían subyugado y unido a la mayoría de los reinos de taifas, que iniciaron un periodo de tolerancia religiosa. La vida para las minorías judías y cristianas se volvió intolerable a causa de la intensa rigidez religiosa impuesta por los Almorávides. Su mandato en Al-Andalus duró hasta el año 1145. Después los Almorávides fueron derrocados por la invasión de otra tribu fanática de los beréberes de Marruecos, los Almohades. A partir del año1170, estos musulmanes que eran incluso más intolerantes, asumieron el liderazgo en Al-Andalus y prosiguieron la lucha en contra de los cristianos con más vigor que los Almorávides. Pero el esplendor de los principiados árabes llegaba ahora a su fin. En el mes de Julio de 1212, un grupo de cristianos que combinaron sus fuerzas venció a los Almohades en Las Navas de Tolosa y quebró el poder que estos tenían en la península.
Los edificios más sobresalientes del legado árabe son grandes monumentos públicos, entre los cuales se destaca la Mezquita de Córdoba como uno de los primeros y más sorprendentes ejemplos. La mayoría de las obras datan del último periodo del gobierno árabe. La magnífica Torre de la Giralda de Sevilla fue en su origen el minarete de una mezquita y posteriormente se convirtió en la torre de la catedral, y data de la época de los Almohades, así como la Torre del Oro situada al borde del río de la ciudad. La obra maestra de los artistas árabes, la Alhambra de Granada, adquirió sus edificios más bellos bajo el mandato de los Reyes Nazaríes al final del siglo XIV. La cultura musulmana adquirió por lo tanto su esplendor únicamente en los años del declive. Lo que fue cierto para la arquitectura pública ocurrió también en los ámbitos de la escritura y del pensamiento, porque los reyes de taifas ofrecían más oportunidades para el mecenazgo y más espacio para la expresión. La lengua de Al-Andalus era el árabe, razón por la cual su cultura escrita es poco conocida fuera del mundo islámico. Es una lástima, ya que los poetas andalusíes, gracias a su interés por el este, escribieron y pensaron en un entorno que era muy peculiar. El siglo XI fue el periodo más importante de producción literaria, con figuras como la del estudioso y poeta Ibn-Hazm. El siglo XII se caracterizó por los escritos de Averroes (Ibn-Rushd, 1198.) La sabiduría de los griegos, aunque a veces ligeramente distorsionada, fue transmitida a través de los escritos de Averroes y otros filósofos y científicos. Fue en el siglo XII también cuando los eruditos judíos fueron más activos. El rabino Ben Ezra (1139) viajó a través de los países cristianos. El filósofo más grande de los tiempos Maimónides (1204) escribió sus tratados en lengua árabe durante estos años. Considerando que la cultura de Al-Andalus se extendía hacia el Norte de África, podríamos también incluir como parte de la tradición hispánica, el trabajo del distinguido historiador Ibn-Khaldun (1332-1406), que vivió algunos años en Granada.
La cultura material de Al-Andalus sobrevivió: las ciudades, los sistemas de irrigación, la maquinaría administrativa, la lengua, las canciones populares; pero fueron adaptadas y absorbidas por los usos cristianos. La cultura islámica tardía también absorbió muchos elementos cristianos, y siendo substancialmente más híbrida, ha de ser estudiada en un contexto distinto.




EL AUGE DE CASTILLA Y ARAGÓN

La Reconquista fue el hecho histórico más relevante del siglo XIII. La victoria de las Navas de Tolosa que acabó con Almohades en el año 1212 se llevó a cabo gracias a la colaboración entre los poderes cristianos. El avance de las fuerzas cristianas se haría de forma irremediable a lo largo del siglo XIII. Córdoba cayó en 1236 y en 1246 cayó Jaén que fue seguida por Sevilla en 1248. En los territorios del este, fueron tomadas la isla de Mallorca en 1229 y la ciudad de Valencia en 1238. Murcia cayó por fin en 1244. En la primera mitad del siglo XIII, los musulmanes sólo ejercían su influencia en la parte más meridional de Al-Andalus, en Granada.
La reconquista duró varios siglos y ocupa un lugar fundamental en la historia de España, aunque no es fácilmente definible. Parece que los cristianos pensaron que la reconquista fue una lucha justa para recuperar unas tierras que eran suyas. Esta visión se puede relativizar, ya que los árabes habían permanecido en la península durante casi siete siglos. Sin embargo, el factor religioso tuvo también un importante papel: los príncipes cristianos deseaban indudablemente defender su fe en contra de la de los Almorávides y los Almohades. Paralelamente, la actividad militar se convirtió en una de las fuerzas más importantes de la sociedad. Los pastores de la frontera castellana eran la delantera de la avanzada que venía del norte, y jugaban así un papel similar al de los vaqueros del oeste americano. Los honores de guerra se retribuían con recompensas y con títulos de nobleza, y por lo tanto los frutos de la conquista fueron a parar a estos pastores. Obtuvieron tierras además de derechos para recibir tributos y servicios agrícolas de la población musulmana que fue subyugada por los cristianos. La noción de cruzada contra el infiel, fue creencia constante aunque no predominante y permaneció durante siglos en la mentalidad española. La fusión de las mentalidades militares y religiosas se ejemplificó de una manera muy ilustrativa con la creación de las órdenes monásticas de caballeros: las órdenes de Calatrava, de Alcántara y de Santiago, cuya labor era la de defender las tropas que bordeaban el territorio musulmán.
En el curso de la expansión gradual de la frontera en contra del Islam, los reinos cristianos adquirieron ya la forma que iban a tener a principios del periodo moderno. A mediados del siglo XV, Portugal, Castilla, y Aragón, tres de los estados mayores, se estaban formando. Portugal cerró sus fronteras en 1238, cuando conquisto el Algarve, que es su punto más meridional. A partir de este momento, dejó de formar parte de nuestra historia, aunque siguió influyendo en el destino de la península.
La unidad impuesta en Castilla por Alfonso VI no tuvo una larga vida. Su derrota a manos de los Almorávides inició la división del reino. Un movimiento separatista gallego trató de que esta región pasara a formar parte del reino inglés bajo la soberanía de Guillermo el Conquistador. La idea de unidad se perdió bajo los reinados de los sucesores del rey Alfonso. A su muerte en 1157, el rey Alfonso VII dividió el reino dejando Castilla al mayor de sus hijos, Sancho y León a su hijo menor Fernando. A esta división le siguieron conflictos internos y guerras civiles. Sin embargo y a pesar de ello, Castilla estaba intentando establecer alianzas externas, como evidenciaron los acuerdos con los mandatarios de Barcelona, a través de los cuales, unieron sus fuerzas para luchar en contra de los moros y definieron así sus respectivas áreas de expansión. Gracias a estos acuerdos, Aragón contribuyó en las campañas para recuperar Cuenca (1177) y Murcia, pero estas dos ciudades fueron incorporadas a Castilla. En compensación por esto, Valencia se unió a los cragoneses y a los catalanes. A pesar de que las luchas internas seguían mermando la unidad de Castilla, los distintos reinos colaboraban para luchar contra el Islam. Castilla tuvo su edad dorada durante el reino de Fernando III (1217-52,) que luego sería canonizado como San Fernando. Inició el periodo más victorioso de la conquista de Andalucía, y bajo su mandato el reino se expandió hasta incluir Murcia al este, y Sevilla y Cádiz al sur. Castilla se había extendido así hasta el Mediterráneo y hasta el Atlántico, y con la excepción del reino de Granada, la reconquista llegaba a su fin. En 1230, Fernando también se convirtió en rey de León, cuando los dos reinos se unieron finalmente bajo una misma corona. Castilla se preparaba para penetrar en África, ahora que poseía una pequeña flota, pero la muerte de Fernando puso fin a la empresa expansionista de Castilla.
Cuando el principiado de Asturias y León pasó a formar parte de una unidad distinta llamada Castilla, los condados pirenaicos se unieron para formar Aragón. El avance aragonés hacia territorio musulmán tuvo sus más importantes victorias en el siglo XII bajo el mandato de Alfonso I el Batallador (1104-34). La captura de Zaragoza en 1118 le dio a la naciente Castilla su capital histórica. Tanto Castilla desde el oeste, como Cataluña desde el este, buscaron mayores alianzas con los aragoneses. En 1135, Alfonso VII de Castilla entró en Zaragoza donde recibió los honores de una ciudad recelosa. Los aragoneses respondieron con la formación de una alianza dinástica con los catalanes después de aceptar que el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, se convirtiera en el mandatario supremo de Aragón. Así comenzó el fenómeno de la Corona de Aragón, que establecía que Cataluña y Aragón conservaran sus respectivas instituciones, pero que estas fueran supervisadas por un gobernador común. La casa reinante era la de los Condes de Barcelona, que tras la muerte del conde de Berenguer, tomo para sí títulos reales. La alianza entre Cataluña y Aragón fue muy fructífera. Los catalanes respetaban las costumbres y la lengua de los aragoneses, y este ejercicio de gobierno liberal fue muy productivo, cuando un siglo después, Valencia se unió a la Corona.
Los límites geográficos de la península estaban ya aproximadamente trazados en el siglo XIII. Los musulmanes quedaban confinados en el reino de Granada: casi dos siglos habían de pasar hasta que Castilla, gobernada por el hijo de Fernando que menos capacidades militares tenía, Alfonso el Sabio (1252-84), acabara con la Reconquista. Se inició entonces una época de consolidaciones: Alfonso se distinguió como el gran codificador de la ley castellana, en particular del Códice de las Siete Partidas (1265). La predominancia castellana se hizo patente entonces. El reino se componía de casi media península y de la mayoría de sus habitantes. La lengua hablada en la mayoría de estos territorios era el castellano. Los catalanes marcarían el ritmo en la Corona de Aragón. A través de la anexión de las tierras valencianas pobladas por los musulmanes, Valencia se convirtió en una región que ha sido hasta nuestros días catalana por sus costumbres y su lengua.
Aunque el objetivo de la reconquista era la neutralización del poder musulmán, esto no implicaba necesariamente la eliminación de la población árabe. Ningún estado podría haber combatido adecuadamente la huida repentina de todos los musulmanes de España. El lento progreso de la conquista permitió a la sociedad cristiana adaptarse a las nuevas condiciones políticas. Así, los cristianos colonizaron aquellas regiones en las que se encontraron con una población predominantemente agrícola. Algunas concesiones reales les permitieron apropiarse de las tierras del sur que estaban controladas por los moros. Continuaron a explotarlas con la ayuda de los campesinos musulmanes, que fueron subyugados y tratados como siervos. En aquellas zonas en las que había pocos campesinos nativos, los cristianos de las tierras fronterizas se establecieron en las tierras por medios de contratos. A causa de la inestabilidad de la frontera, los nuevos propietarios cristianos se interesaban menos por la agricultura que por el pastoreo. En Valencia, la frontera estaba ya fijada, puesto que no había más espacio para la expansión. Allí, la economía agraria de los señores cristianos y de los campesinos musulmanes (llamados moriscos tras la conversión) continuó de manera provechosa hasta el siglo XVII.
Los nobles guerreros de la Reconquista fueron recompensados con tierras y títulos de los que sus familias se han beneficiado hasta hoy. Los reyes de Castilla no repartieron estas gratificaciones por mera gratitud, ya que era obvio que la frontera no se establecía de una manera segura solo por permitir que los señores que lo merecieran tuvieran, gracias a la tierra fronteriza, una inversión. Esto ni siquiera era un afidávit para evitar que caballeros tan ambiciosos como el Cid quisieran seguir su camino, creando sus propios principados, aliándose incluso con los moros en contra de su propio rey. Por lo tanto, la Reconquista generó el mito del gran noble. En Castilla, el sistema feudal de obligaciones mutuas entre señor y vasallo nunca tuvo lugar. Esto se debió en parte al carácter informal que tomaron las obligaciones personales y de la tierra, en una sociedad que se encontraba en guerra permanente, y que permitía que el noble se convirtiera en un rey menor. En Aragón que estaba mucho más influenciada por la legislación europea y sus hábitos sociales, un feudalismo formal parecía estar reservado para los nobles ambiciosos; también se creó una clase de campesinos explotados en Cataluña (los payeses de remensa) que tomaron parte en el gran levantamiento que tuvo lugar a finales del siglo XV. La clase de los militares aventureros era siempre abundante en una sociedad en la que la agresión contra los moros se hizo norma. Por eso, surgió un gran sector de nobles desclasados, los hidalgos (hijos de algo, por lo general terratenientes), cuyas acciones le dio a la Reconquista su dimensión caballeresca. Los hidalgos fueron los nobles a los que las llamadas chansons de geste francesas o cantares de gesta, rendían homenaje. Eran baladas o romances como el Poema del Mío Cid o La Canción de Rolando.
La actividad de la sociedad española durante la Reconquista generó un clima de gran libertad. Al igual que los nobles eran recompensados por su comportamiento temerario en la frontera, se favoreció el asentamiento del campesinado en tierras que habían sido musulmanas, bajo un régimen más favorecedor. Las cartas de asentamiento concedidas a las nuevas ciudades de frontera muestran el otorgamiento de numerosos derechos, que sirvieron para reforzar el gran orgullo de tener privilegios locales, que marca el carácter español. Las concesiones dadas a los individuos que quisieran asentarse en tierras fronterizas poco seguras, fueron muy ventajosas. Las municipalidades que así lo desearan, podían obtener una confirmación de sus fueros (o derechos) por parte de la Corona. Por lo tanto, las ciudades tuvieron un papel destacado en la repoblación, al igual que lo tendrían durante la conquista de América. Ciudades más pequeñas de Castilla tuvieron la oportunidad de elegir su propio señor, convirtiéndose así en behetrías. Paralelamente, los campesinos o pastores fronterizos, en particular los castellanos, gozaron de una libertad personal, que se distinguió del servilismo que se dio en el noroeste de España, y sobre todo en Europa occidental, pero también se beneficiaron de privilegios comunes como los derechos de pastoreo y los derechos sobre el corte de leña.
En estas circunstancias la Reconquista produjo una clase baja independiente y con un empuje suficiente, pero también creo una clase aristocrática de terratenientes, altamente privilegiada. Este contexto cuasi democrático se iniciaron, una serie de instituciones representativas muy significativas y por primera vez en Europa. En la segunda mitad del siglo XII los habitantes las ciudades y las poblaciones de León y Aragón habían empezado a participar en asambleas representativas, lo que no sucedió en Castilla hasta mediados del siglo XIII. Las primeras cortes españolas se formaron casi un siglo antes que el primer Parlamento inglés. La herencia constitucional de la España medieval es una parte importante de la historia peninsular que conviene tener en cuenta cuando se habla de la naturaleza autoritaria de las instituciones españolas.
Mientras que la península se recomponía en para favorecer el cristianismo, los catalanes había comenzado una política expansionista con otro tipo de ambiciones. El deseo de los aragoneses por cruzar los Pirineos perduró durante largo tiempo. En la segunda mitad del siglo XII, la autoridad de los condes catalanes se extendía desde Béarn en los Pirineos hasta la región provenzal en el Mediterráneo, pasando por Toulouse. Esto parecía ser el inicio de un gran imperio, pero una derrota militar en 1213 puso fin a cualquier otro deseo expansionista que transgrediera la frontera pirenaica. En 1258 Jaime I de Aragón (1213-76), conocido como Jaime el Conquistador, cedió todos estos territorios a St. Louis de Francia. En realidad, la pérdida de los territorios trans-pirenaicos fue un mal menor, ya que Aragón pondría ahora todas sus energías en la conquista del Mediterráneo.
Jaime I dio el primer impulso a la expansión del este con la conquista de Mallorca en 1229. En 1235 todas las Islas Baleares habían sido anexionadas. El resultado fue el rápido crecimiento de la actividad marítima de Barcelona, y la producción del primer código marítimo catalán, el famoso Llibre del Consulat de Mar. La Corona de Aragón se convirtió en la fuerza más vigorosa de la península, y en la fundadora del primer imperio de ultramar. El sucesor de Jaime I, Pedro el Grande, anexionó Sicilia en 1282; y conquistó Sardinia finalmente en 1327. A principios del siglo XIV el decadente Imperio Bizantino pidió ayuda en contra de los turcos. Una armada catalana de ocho mil soldados, llamada la Gran Compañía de Catalanes al mando del aventurero alemán, Roger de Flor, se embarcó rumbo a Sicilia. En Grecia, lucharon contra los turcos, fueron traicionados por los bizantinos, a raíz de lo cual la venganza catalana se hizo proverbial, y establecieron un ducado catalán en Atenas. El catalán se convirtió en el idioma oficial de Tebas y Atenas, y los aventureros catalanes aquellos hijos de la perdición, educados en la iniquidad como decía de ellos un papa, oían misa en el Panteón. Fue uno de los grandes momentos de la historia catalana y española.
El vigor de la sociedad española de aquella época, se reflejó en sus artes y humanidades. La literatura tomó contacto con las letras de la Europa cristiana. El aprendizaje se promovió en las universidades y Palencia fue la primera en ofrecer enseñanzas en 1212. Salamanca, la más eminente de las universidades castellanas fue fundada por San Fernando en 1242. La primera institución universitaria de Cataluña fue la de Lérida, en 1300. Uno de los humanistas más distinguido de esta época fue Ramón Llull (1315), natural de Mallorca. Llull que era poeta, filósofo y místico y escribía en árabe, catalán, y latín; fue uno de los creadores más sorprendentes de la compleja civilización hispánica. En Castilla, el Arcipreste de Hita fue uno de los poetas más famosos del siglo XIV, cuyo Libro de Buen Amor, presenta como el de Chaucer, un retrato tragicómico de la realidad.



En los siglos XIV y XV, durante los cuales, la Reconquista pasó a un segundo plano, se intensificó la tensión entre las dinastías cristianas y proliferaron las luchas internas. En la primera mitad del siglo XIV, Castilla, gobernada por el rey Pedro (1350-69), muy acertadamente apodado Pedro el Cruel, entró en guerra contra Aragón, entonces gobernada por Pedro el Ceremonioso. Esta guerra duró catorce años. En este mismo periodo, Pedro el Cruel tuvo que refrenar una revuelta interna en contra de algunos nobles disidentes al frente de su hermanastro Enrique de Trastámara. Estos desagradables conflictos por conservar la supremacía peninsular se volvieron todavía más complicados a causa del apoyo que ambas partes buscaron en sus aliados extranjeros, enfrentados por aquel entonces en la Guerra de los Cien Años. Mientras que los franceses apoyaban a Aragón, los ingleses capitaneados por el Príncipe Negro, ayudaron a Pedro el Cruel. Las guerras acabaron con la captura de Pedro y su muerte en 1369 a manos de su hermanastro Enrique de Trastámara, que entonces se convirtió en rey de Castilla como Enrique II (1369-79). La casa de Trastámara obtuvo mayores victorias cuando una sentencia papal puso fin a la disputa acerca de la sucesión al trono de Aragón a principios del siglo XV. La sentencia de Caspe, que así se llamó la disposición papal, determinaba que el nieto de Fernando de Antequera, Enrique II, fuera elegido rey de Aragón. De esta manera, los Trastámara reinaron en ambas coronas, la de Aragón y la de Castilla, hasta que la casa de los Habsburgo los sucedió en el trono. Se dio así un gran paso hacia la unidad de la península, aunque el impacto inmediato fuera muy limitado. Los catalanes dirigieron su interés hacia el imperio del Mediterráneo, que llego a su punto culminante bajo Alfonso el Magnánimo (1416-58), hijo de Fernando. Fue Alfonso el que aseguró el reino de Nápoles a lo largo del siglo XV y se convirtió en lord supremo de Albania.
Los reinos cristianos modificaron sus límites a lo largo de su expansión. En el centro de un naciente imperio marítimo, Barcelona llegó a rivalizar con Génova por el control del comercio de Mediterráneo occidental. El crecimiento industrial de la provincia catalana produjo el auge del comercio de la ciudad, y a partir del siglo XIII en adelante, una próspera élite de catalanes independientes expandieron sus intereses comerciales hacia el exterior. El corazón del imperio del Mediterráneo era el comercio. Sicilia fue una adquisición vital porque era la proveedora del grano del que carecía Cataluña. Los productos y tintes recibidos de Levante también contribuyeron a agilizar el comercio. El éxito comercial favoreció a la burguesía catalano-aragonesa que empezó a tener un papel prominente en la vida política y en el sector urbano. Paralelamente, los reyes empezaron a despojar a los nobles de su gran poder. Por lo tanto, la aristocracia catalano-aragonesa, no adquirió la importancia política que tuvieron los nobles castellanos. El poder de Castilla no se midió nunca por su economía. A pesar de la extensión de su territorio y de su gran variedad de productos agrícolas, su población realizaba más bien un cultivo de subsistencia. Durante su expansión, Castilla adquirió las tierras de secano de Castilla la Nueva y Extremadura, así como los arduos terrenos de Andalucía. Muchos castellanos se dedicaron al pastoreo, en vez de sobrevivir con dificultad de la tierra. Los privilegios concedidos a los ganaderos en el siglo XII por Alfonso X y Alfonso XI contribuyeron a la formación de corporaciones de ganaderos, la Mesta, que iba a tener un papel preponderante en la economía castellana. Los rebaños de ovejas, tenían derechos garantizados para pastar en el campo, y ser así los proveedores de lana, que se convirtió en el pilar de las exportaciones de Castilla.
Uno de los peores resultados del éxito militar de la lucha por el cristianismo universal, fue el empeoramiento de las relaciones dentro comunales en España. En tiempos de paz, fue habitual que los dos contendientes se relacionaran, comerciaran e incluso se casaran entre ellos. Cuando los miembros de las familias nobles se casaban entre ellos, no era inusual que una mujer cristiana abdicara de su religión y se hiciera musulmana. Los hombres de frontera anhelaban tanto la conquista de nuevas tierras, como la cruzada religiosa, que estaba también muy presente en sus mentes. El ejemplo del Cid muestra claramente que las lealtades podían cambiarse sin mayores prejuicios. El historiador hispano-árabe Reinhard Dozy ha sugerido que un caballero medieval no luchaba ni por su país ni por su religión; luchaba, como el Cid, para conseguir comida, ya fuese bajo un príncipe musulmán o cristiano. Un escritor castellano del siglo XIII observó que hay una guerra entre los cristianos y los moros, y la habrá hasta que los cristianos conquisten las tierras que les fueron arrebatadas por la fuerza; pero nunca lucharían por causa de la ley (fe) o por causa de secta alguna. Los cristianos, los musulmanes y los judíos se vieron obligados a coexistir, y este sentimiento existió incluso durante el apogeo de la Reconquista, cuando todavía era posible que Ramón Llull escribiera un diálogo en árabe, en el cual cada uno de los tres personajes pertenecía a una religión diferente. San Fernando de Castilla, el rey más famoso de la Reconquista se hizo llamar Rey de tres religiones.
Esta actitud tolerante, nacida de la necesidad de la coexistencia, desapareció progresivamente durante el reinado de los Almorávides, los Almohades y los cristianos de la Reconquista. Los musulmanes de Al-Andalus tuvieron que adaptarse a las costumbres impuestas por los cristianos. Los que permanecieron bajo dominio cristiano fueron conocidos como mudéjares, y les fue permitido conservar su propia religión y sus costumbres, tal y como las conservaron los mozárabes bajo el mandato de los musulmanes. La cultura musulmana se filtró a través de los mudéjares y desplazó a la cristiana durante la peor época de derrotas políticas y militares que los musulmanes sufrieron. Después de ser reconquistada por los cristianos, Toledo se convirtió inmediatamente en la capital intelectual de Castilla, gracias a la transmisión de los saberes musulmanes y judíos. Se tradujeron al latín los grandes tratados semíticos de filosofía, medicina, matemáticas y alquimia, en la Escuela de Traductores de Toledo. Nombres como los de Avicena (Ibn-Sina,) Al-Ghazali y Ibn-Masarra se dieron a conocer entre los lectores europeos. Al mismo tiempo, las obras de Averroes o de Maimónides se difundieron a través de los eruditos cristianos. Sin embargo, el legado musulmán que dejaron los mudéjares se hizo patente sobre todo en el terreno del arte. El ejemplo más ilustrativo de arte mudéjar del siglo XIV es el de los Reales Alcázares o palacio real que se hizo construir Pedro el Cruel en Sevilla alrededor de 1364. Su construcción y decoración árabe, son buena prueba de la admiración que los castellanos sintieron por el arte islámico. La construcción del castillo de Coca (Segovia) que la familia Fonseca mandó hacer en un estilo puramente mudéjar muestra la incesante popularidad del arte musulmán. A pesar de esto, los mudéjares fueron tratados con desprecio. Los derechos de los ciudadanos fueron legalmente restringidos, y los habitantes rurales fueron sometidos y explotados hasta que se sublevaron, y fueron expulsados del país, como por ejemplo en Andalucía en 1263.
La minoría judía fue la que más sufrió. Las persecuciones más tempranas tuvieron lugar durante la época de los visigodos, sobre todo tras la conversión de estos últimos al catolicismo. Unas leyes implacables los redujo literalmente a la esclavitud. Bajo mandato musulmán, la situación de los judíos mejoró, y llegaron incluso a aliarse con los musulmanes en contra de sus opresores los visigodos. Al ser gente del libro y no tener ambiciones territoriales como los cristianos, los judíos fueron aceptados en los reinos musulmanes y se convirtieron en valiosos artesanos y comerciantes. La cultura judía, transmitida en lengua árabe, floreció en Al-Andalus. Fue muy significante que la formación de Maimónides, por ejemplo, se hiciera en Córdoba y no en el norte cristiano.
Cuando Toledo fue tomada por los cristianos, los judíos, cuya mayoría había poblado Toledo, añadieron sus talentos, para promover la cultura latina, y su papel en la Escuela de Traductores fue fundamental. Tanto en Aragón como en Castilla, los reyes recibieron de los judíos una valiosa ayuda financiera: en el siglo XIV, Alfonso III de Aragón argumentó que nuestros predecesores han tolerado a los judíos en sus territorios porque esos judíos son la caja de caudales y la tesorería de los reyes. Eran también excepcionales sus cualidades para ciertas profesiones y para el comercio; tenían, además, el monopolio virtual de la práctica de la medicina. El siglo XIII fue el último periodo durante el cual la comunidad judía pudo gozar de cierta libertad. Monarcas como Alfonso X de Castilla y Jaime I de Aragón siguieron concediéndoles favores substanciosos, pero las victorias cristianas alteraban permanentemente las relaciones entre los tres grupos religiosos. La hostilidad popular y clerical se agravó durante los periodos de depresión económica y de epidemias. Algunos miembros de la élite judía se convirtieron al cristianismo y así siguieron manteniendo sus altos cargos como obispos de la Iglesia o como ministros de estado. Pero la gran mayoría de la comunidad sufría crecientemente a causa de los pogromos, que fueron devastadores y que fueron numerosos sobre todo en 1391. La conversión masiva a la que se vieron forzados los judíos en 1391, engrosó las filas de los poco convencidos conversos semíticos, llamados también cristianos nuevos.
Los brotes violentos antisemíticos del siglo XIV ocurrieron tanto en Castilla como en Aragón, lo que indicó la confluencia de sus problemas. Durante el siglo XV, los dos reinos tuvieron que enfrentarse a otro tipo de problemas conjuntos. En Castilla, los grandes magnates pretendían proteger sus ganancias de la corona, y hundieron al reino en una guerra civil. En Cataluña, donde el poder de la nobleza era más débil, los protagonistas de la revuelta fueron los campesinos y las clases urbanas. Esta peturbación no fue tan disruptiva de la unidad peninsular como lo había sido en siglos anteriores, sobre todo porque ambos reinos eran gobernados por una dinastía común. El intercambio popular también se hizo habitual, ya que los escritores aragoneses, por ejemplo, escribían sus obras indistintamente en catalán o castellano.


A finales del siglo XV, las largas décadas de revueltas y guerra civil, dieron paso a un deseo generalizado de paz. Las controversias políticas bajo el rey Enrique IV de Castilla, el Impotente, giraron en torno a la legitimidad de su hija y heredera Juana. Los oponentes de Juana, apoyaban los derechos de Isabel, la hermana del rey, que en 1469 había contraído matrimonio con Fernando, heredero al trono de Aragón. La consiguiente guerra civil puso fin a la disputa y el trono le fue concedido a Isabel en 1479. Desde entonces Fernando e Isabel gobernaron conjuntamente los dos reinos: la era de los conflictos dinásticos llegó a su fin, y así empezó una nueva época. El impulso de la reconquista castellana y el vigor expansionista de Cataluña se unieron para formar una política nacional común.
El reino de Fernando e Isabel marcó el principio de la historia moderna en España. Durante los años de su mandato (Isabel murió en 1504, y Fernando en 1516) se inculcó firmemente un hábito de la obediencia a la corona. España --usaremos este término en su sentido moderno que denomina a la península Ibérica sin Portugal-- no era sino una aspiración, ya que la verdadera unidad estaba lejos de alcanzarse; pero la colaboración activa entre sus dos reinos principales constituyó una fuerte base a partir de la cual España pudo cosechar algunos triunfos. Al mismo tiempo, quedaba claro que Castilla, por ser el reino más fuerte, iba a imprimir a la nueva España con su carácter. Castilla era una nación que se definía más por el espíritu militar y de cruzada que había inspirado la reconquista, que por el espíritu comercial con el que se había creado el imperio catalán. Para finalizar la Reconquista los reinos unidos cristianos volvieron la vista hacia Granada. A lo largo del año 1480, las ciudades árabes caían ante un avance lento y costoso. Ronda fue tomada en 1485, y Málaga en 1487. Finalmente, Granada cayó bajo su último rey Boabdil, que se rindió después de un año y medio de asaltos. En el mes de Enero de 1492, Fernando e Isabel penetraron en la Alhambra, el más bello palacio musulmán de la península y último edificio de este arte. Los términos de la derrota, que incluían la tolerancia al islamismo, fueron respetados durante algunos años, para ser después abiertamente infringidos. Cuando los granadinos se rebelaron en 1501, fueron obligados a convertirse o de lo contrario eran expulsados. Los moros fueron la última gran minoría que sufrió de esta manera. Una década antes, en 1492, los judíos habían sido tratados del mismo modo.
La actividad política llevada a cabo por los Reyes Católicos --título que les fue dado por el Papa-- ha sido tradicionalmente asociada con un impulso unificador de la península bajo la fe católica. Algunos movimientos políticos modernos han considerado a los Reyes Católicos como los antecesores de sus propios deseos de gobernar la nación mediante una fuerte política conservadora. Por lo tanto, los estudios acerca de la política llevada a cabo por Isabel y Fernando, tienen una relevancia contemporánea. Sin embargo, parece que en aquel tiempo no se hicieron actos políticos cuyo fin fuera la unidad de la península. La conquista de Granada y la expulsión de los judíos vinieron a completar el desarrollo de un largo proceso histórico.
La unión de Castilla y Aragón vino dada por el matrimonio de sus respectivos monarcas, pero funcionaron de manera autónoma en otros respectos, y no se hizo ningún esfuerzo para unir ambos reinos. Cada reino mantuvo sus instituciones con extremo celo. Sin embargo, los monarcas actuaron conjuntamente siempre que fue posible. Isabel insistió tanto para que las actividades de ambos fuesen siempre relatadas en conjunto, que un crónico de la corte satirizó su actitud con una supuesta crónica que decía que en tal día, el rey y la reina dieron a luz a una niña. La política que siguieron fue distinta para cada reino. Aragón, con su estructura federal, sus tres parlamentos separados (el de Argón, el de Valencia y el de Cataluña) y sus fueros locales, gozaron de un grado de autonomía que le puso un límite a los poderes monárquicos. Por otra parte, la tradición constitucional en Castilla nunca había sido fuerte, y por lo tanto la Corona gozó de mayores poderes. Muchas de las nuevas leyes de política interior fueron aplicadas a Castilla, cuya reconstrucción se hacía necesaria después de las cruentas guerras. La consolidación interna de Castilla se llevó a cabo mediante una inevitable mezcla de fuerza y compromiso. Isabel viajó por sus reinos, intentando así restablecer el orden: se arrestó a los nobles disidentes, sus castillos fueron demolidos y sus propiedades fueron confiscadas. Ella tenía mucho sentido de la justicia, dice uno de los crónicos de la época, tanto, que se dijo de ella, que seguía más el camino de la rectitud que el de la compasión. Pero ningún monarca podía permitir que la clase gobernante no los apoyara. Isabel, castigó a los disidentes, pero recompensó muy justamente a los nobles leales a la corona, hasta el punto de que se mantuvo su apoyo al estado y a la economía de Castilla durante siglos. Las medidas que más famosa le hicieron estuvieron destinadas a asegurar la posición de la Corona. La pacificación rural se puso en manos de las hermandades de las autoridades policiales locales; a los nobles se les prohibió hacer guerras privadas; las tres grandes órdenes militares se subordinaron a la Corona e invirtieron en la corona. En 1480, se revocaron unas concesiones de tierra que la Corona hizo a los nobles sin justificación suficiente. Pero las pocas tierras que perdieron los nobles en 1480 se compensaron gracias a las tierras que adquirieron a través de la conquista de Granada, cuando la mayor parte del reino fue a parar a la aristocracia. Además, conservaron todos sus privilegios, como la exención de impuestos y la inmunidad a la tortura o al encarcelamiento por deudas. Paralelamente, les fueron asignados los puestos principales en los nuevos consejos de estado que la Corona instituyó para centralizar el sistema financiero y el administrativo.
Las reformas administrativas proporcionaron la base sobre la cual Castilla se iba a apoyar durante su recorrido como potencia mundial. Se impuso un control más férreo sobre el estado tanto en el centro como en los municipios (donde Fernando e Isabel instituyeron el puesto de corregidor o gobernador civil) lo que impulsó una estructura política muy bien organizada, que los castellanos, después de décadas de disrupción civil, parecieron aceptar sin problemas. En este proceso, se perdió alguna libertad constitucional, y Castilla nunca consiguió un gobierno parlamentario como el que existía en Aragón.
En Aragón, Fernando resolvió sus problemas de una manera más constitucional. La sentencia de Guadalupe de 1486 ofreció una solución de compromiso a la dificultosa situación de los campesinos de Cataluña. Se les dio a las municipalidades un cierto grado de autonomía. Se confirmaron los derechos de las cortes. En Cataluña el papel del monarca fue esencialmente el mismo que había sido en los tiempos del medievo: un rey supremo, pero con limitaciones en su poder. Por ejemplo, ninguna ley podía ser enmendada sin la aprobación de las cortes. Mientras en Castilla el rey estaba en la posición de ejercer un poder absoluto, en Cataluña (y en todo Aragón) su poder se limitaba por la tradicional relación contractual. Este contraste, iba a ser muy importante para la historia posterior de las dos Coronas, y estuvo en la raíz de las mayores rebeliones --en 1591, 1640 y 1750 -- que los aragoneses iban a protagonizar en contra de Castilla. También esta diferencia entre ambas Coronas supuso que Castilla iba a ser responsable de las decisiones más arbitrarias que se tomaron en nombre de España.
Los duros métodos de Castilla se pueden ver de manera clara en la historia de los judíos. Aunque el antisemitismo se dio en toda la península, como lo demostraron los pogromos de 1391, su institucionalización ocurrió solo en Castilla. La rivalidad y el resentimiento que produjeron los éxitos de los judíos y de los conversos intensificó el sentimiento antisemita. En una controversia de 1488 se decía que de todos los conversos solo algunos eran verdaderos cristianos, como se demostró en España. Las presiones que recibió Isabel llevaron a la creación de la Inquisición española en 1478, sobre la que la Corona, gracias al Papa, tuvo poderes absolutos. Aragón tuvo su propia inquisición de origen medieval, pero la recién creada Inquisición española fue introducida en el reino aragonés por orden del rey Fernando, a pesar de una larga y difícil oposición de las autoridades públicas. Cuando el primer inquisidor general, Tomás de Torquemada, fue elegido, éste ejerció su jurisdicción sobre los dos reinos y así se convirtió en la única persona en España cuyas leyes no fueron cuestionadas en ninguno de los dos reinos. La Inquisición fue creada para resolver un problema específico: el régimen religioso y político de los conversos. Los judíos no bautizados no estaban sometidos por dicha jurisdicción. Los primeros procesos fueron sanguinarios: un historiador contemporáneo estimó que en Sevilla solo el tribunal había quemado y castigado a miles de personas entre 1480 y 1488. Un historiador más tardío, el jesuita Juan de Mariana, admitió que algunos aspectos de la Inquisición habían sido muy duros para los españoles. Pero, como el tribunal era un núcleo de prejuicios largamente enquistados, aquellos que lo dirigían pudieron convertirlo en una terrible arma social que contribuyó a moldear el pensamiento de los españoles durante varios siglos. Era una de las fuerzas más poderosas que influían en la vida cotidiana de la España de los siglos XVI y XVII. El hecho de que hubiera pocos protestantes significó que la Inquisición se ocupó mucho menos de las herejías de lo que se tiene por costumbre pensar. Los conversos acusados de practicar la religión judía se convirtieron en el mayor enemigo de la Inquisición, pero aquellos casos tendían a darse solo en periodos específicos y muchas veces fueron asuntos de tipo político y no religioso. En aquellos lugares en los que no había ni protestantes ni judíos, la Inquisición seguía entrometiéndose en la vida cotidiana de la población. Así se proclamaron como defensores de la ortodoxia y la moralidad y se concedieron a si mismos grandes poderes para castigar las expresiones subversivas o poco respetuosas, los pensamientos y los escritos, el comportamiento sexual indebido, la bigamia, la usura, las prácticas supersticiosas, y otras penas leves o graves. Poco a poco, la nación aprendió a asociar la inquisición con la fe católica, una identificación que fue mayoritariamente aceptada en la España del siglo XVI, pero que en el siglo XVII produjo, como comentaba un ministro de la Corona, el aumento del odio no solo hacia la inquisición sino hacia la religión también. El tribunal se impuso un objetivo que tenía más que ver con las cuestiones de raza que con las religiosas: purificar el catolicismo peninsular mediante la eliminación de todo rastro de sangre judía o mora entre los miembros de la Iglesia. El objetivo fue llevado a cabo con una eficiencia que ha dejado una profunda huella en la historia española. Incluso en los tiempos modernos la desconfianza hacia los árabes y los judíos ha jugado un papel muy importante en la política española.
El triunfo de la Inquisición consistió en dotar a España de una ideología nacional, pero esta victoria no se puede cuantificar como tal a causa del desequilibrio que esta institución introdujo en el país. La imposición de una conformidad con ciertas normas que debían acatarse, supusieron el sacrificio del desarrollo del acerbo cultural que tanto prometía el periodo de los Reyes Católicos durante el siglo XVI.
Las acciones de la Inquisición se ejecutaron a la vez que una campaña sistemática en contra de los judíos no convertidos. Los Reyes Católicos aprobaron una legislación para hacerles llevar un distintivo, como era ya práctica en la época medieval, y sancionaron las expulsiones de judíos de zonas particulares. El oro judío contribuyó de manera muy importante a financiar la campaña que acabó con la caída de Granada. Una vez que la ciudad había caído, se decidió sin embargo expulsar a todos los judíos, y en el mes de Marzo de 1492 se promulgó un edicto que les daba a elegir entre la conversión o la expulsión. Se estima que alrededor de 165.000 judíos fueron expulsados. Probablemente unos 50.000 judíos se quedaron y optaron por la conversión. Las consecuencias de la expulsión son difíciles de evaluar. Se dice que el sultán de Turquía exclamó que estaba encantado por la expulsión de los judíos de España, ya que eso significaba también que España se deshiciera de su riqueza. El ataque a los conversos y a los judíos minó indudablemente la economía del país. Pero Isabel, como secretaria dijo que su economía solo se vio mínimamente dañada, pero que en cambio sus tierras habían adquirido el valor de la pureza. A largo plazo, la desaparición de los judíos fue negativa para la evolución de la clase media capitalista y por lo tanto perjudicó el desarrollo económico del futuro de España. Expulsar a una minoría que producía desasosiego, pero que era económicamente productiva es un acto que se volvería a repetir en el siglo XVII. El desprecio por el dinero fue una de las características del código de la reconquista en Castilla. Así lo expresó un sacerdote burgalés en una reunión: los españoles no valoran las grandes fortunas, sino la virtud; ni tampoco miden el honor de un hombre por su bolsillo, sino por la cualidad de sus bellos actos.



La sociedad castellana del siglo XV que era vigorosa y guerrera, fue el caldo de cultivo para una literatura floreciente. Las influencias foráneas que venían de Francia e Italia cumplieron un importante papel en el refinamiento y el perfeccionamiento del estilo literario. A principios de siglo, se produjeron obras en los sectores de la aristocracia, que era una élite literaria representada por el Marqués de Santillana (1458) o Jorge Manrique (1479.) También cabe mencionar la importante contribución del poeta valenciano Auxías March (1459.) Al mismo tiempo, los ideales caballerescos de la Reconquista fueron trasladados al mundo de la ficción, en forma de literatura popular de caballeros errantes. Dos de las obras en prosa que mayor relevancia tuvieron en su época son Tirant lo Blanch (1460), escrita en catalán; y el Amadis de Gaula (1508) que fue escrita en castellano. Quizás la obra en prosa más conocida de esta época sea La Celestina, una tragicomedia escrita por un converso, Fernando de Rojas, y publicada en 1499.
La Celestina se produjo bajo el reinado de los Reyes Católicos, y es un testimonio del renacimiento cultural que empezaba a florecer en España. Las nuevas influencias fueron traídas por los eruditos italianos. El gran humanista Antonio de Nebrija fue a Bolonia y volvió como encargado de la ornamentación de la nueva universidad de Alcalá, fundada en 1508 por el arzobispo de Toledo, el Cardenal Cisneros. Fue precisamente en Toledo donde se creó una de las maravillas de aquellos tiempos: una gran biblia políglota producida bajo los auspicios del Cardenal Cisneros, con escritos originales en hebreo, arameo y griego impresos en columnas paralelas a la versión latina. La escuela valenciana produjo en esta época su más prolífico escritor -- el filósofo Juan Luis Vives (1540,) que se iba a convertir en un exiliado permanente de su tierra natal a causa de su sangre judía. El destino de Vives anunció el de otros discípulos del humanismo renacentista. La temprana promesa intelectual del reino, su simpatía hacia el pensamiento del gran erudito holandés Erasmo, fueron aplastadas por la Inquisición.
A la estructuración interna de España le siguieron otros desarrollos externos. Uno de los eventos de aquel año de 1492 es inolvidable. Aquel otoño Cristóbal Colón, con tres pequeños barcos, arribaba por primera vez a tierras americanas en la Bahamas. Junto con la caída de Granada, y la expulsión de los judíos, el descubrimiento de América hizo de 1492 el año fundamental de la historia española.
Es complejo analizar las causas que llevan a un país a convertirse en imperio, y el caso de España no es una excepción. Castilla era relativamente pobre y no poseía una industria o una agricultura capaces de enriquecer al país (bajo el mandato de Isabel, la importación de trigo para consumo doméstico se convirtió en una práctica habitual.) En el siglo XV la economía de Aragón estaba en declive. Sin embargo, ambos reinos decidieron embarcarse en la construcción de un imperio precisamente en este periodo de inestabilidad que tan mal augurio tenía. La paz interna permitió a los caballeros proseguir sus campañas en el exterior. Tras 1495, Fernando luchó a favor de los intereses catalanes en territorio italiano, pero las tropas que allí combatieron estaban lideradas por un general castellano, Gonzalo de Córdoba, el gran capitán, con reciente experiencia en la guerra de Granada. La política exterior de Fernando implicó a las dos Coronas directamente en la política europea, y con la anexión del reino de Nápoles en 1504 se inició la política de expansión en Italia y en el Mediterráneo occidental. En 1512, con la conquista de Navarra se completó la unificación del territorio peninsular de España, ahora ya sin Portugal.
La expansión de España en las Américas fue uno de los factores fundamentales para que Castilla adquiriera su liderazgo. La conquista de las Islas Canarias, las Islas Afortunadas, situadas por los escritores clásicos en los confines del mundo, fue el primer paso hacia la explotación las Indias. En un principio, Portugal donó estas islas a Castilla en el año 1477. El descubrimiento de las tierras situadas al oeste de estas islas fue el siguiente paso, y durante los veinte años posteriores se prosiguió con la colonización de las Indias. Los españoles no descubrieron las inmensas riquezas del Nuevo Mundo y el alto grado de civilización que allí existía, hasta el año 1519, fecha de la expedición de Cortés a México. Tras la caída del imperio Azteca a manos de Cortés, los aventureros invadieron el territorio, y en el transcurso de una generación, habían cambiado la historia de las Américas.
Las Indias tal y como fueron denominadas en Castilla las Américas, eran propiedad exclusiva de Castilla, puesto que Colón había recibido el encargo solo de Isabel. Todos los aragoneses estaban en teoría excluidos del nuevo mundo. Tanto la lengua como la administración que se introdujeron en América fueron castellanas. La herencia de un continente tan vasto como aquel provocó una respuesta positiva por parte de los castellanos, que más tarde dominaron cada uno de los periodos de crecimiento del imperio español. Los numerosos grupos de hombres que partieron hacia las Américas, reflejaban tanto lo mejor como lo peor de la reconquista de Castilla: lo peor, por su brutalidad y ansia de riquezas, características ambas presentes en Cortés, el caballeroso conquistador de México, o en Pizarro, el conquistador iletrado del Perú; lo mejor, por la labor de los misioneros, el generoso trabajo evangelizador de los primeros franciscanos y la pasión por la justicia del franciscano Bartolomé de las Casas. Los crímenes que España cometió en América fueron muchos y variados. Se masacró a la población indígena y se esclavizo a la población negra. Sin embargo, hubo una preocupación constante por hacer justicia, por cumplir con las leyes de las naciones, y permitir un cierto margen de disensión, que no se dio en otros imperios. En ningún otro sitio podían haberse suspendido todas las conquistas posteriores, como consecuencia del debate que mantuvieron dos teólogos acerca de la justicia de la postura de España en las Indias.
Fue mucho lo conseguido durante el mandato de Fernando e Isabel. Sin embargo, parte de ello ha de ser atribuido al Cardenal Cisneros. El cardenal puso en marcha la Inquisición, promovió la cultura y el aprendizaje, y además le dio el primer gran impulso al imperialismo español gracias a la captura del fuerte norteafricano de Orán en 1509, en una campaña que el mismo dirigió. Por sus reformas de la iglesia española, Cisneros llevó a cabo una reforma institucional que precedió a la reforma protestante europea. Cuando Fernando murió en 1516, España estaba sólo iniciando su carrera como potencia mundial, pero ya se habían establecido en esta época las bases futuras sobre las que se asentaría la España moderna, su conservadurismo social y religioso, sus grandes ambiciones imperialistas, y su futuro auge literario y artístico. Los escritores del siglo posterior no vacilaron en calificar el reino de los Reyes Católicos como el pináculo del éxito español. Había sido el periodo de la edad dorada de la historia española. El escritor Fernández de Oviedo dijo entonces del periodo isabelino que había sido una edad dorada y un época de justicia. Nebrija, uno de los grandes humanistas del reino, escribió que aunque el título del imperio viniera de Alemania, su realidad reposaba sobre la capacidad de los monarcas españoles, que reinaron sobre una gran parte de Italia y de las islas del Mediterráneo, le hicieron le guerra a África, y mandaron sus navíos, siguiendo el curso de las estrellas, a las islas de las Indias y del nuevo mundo, uniendo así el Oriente con la frontera occidental de España y África.



EL PERIODO DE LOS HABSBURGO
Los Habsburgo reinaron durante dos siglos durante los cuales los españoles fueron testigos del auge y de la decadencia del imperio español. Como otras veces, lo que aconteció fue resultado de un accidente dinástico. Juana, la hija de Fernando e Isabel, se casó con un Habsburgo, y su hijo, Carlos de Borgoña, se educó en los Países Bajos. Juana se convirtió en reina de Castilla a la muerte de su madre en 1504, pero fue declarada incapacitada para gobernar, y Fernando fue nombrado heredero al trono. En 1516, Fernando murió después de nombrar sucesor a Carlos. Entonces Carlos se convirtió en rey de Castilla y Aragón. En el plazo de dos años sucedió a su otro abuelo como Emperador del sacro imperio romano germánico. En 1519, a los diecinueve años, Carlos (primero de Castilla, pero último emperador con ese nombre) tenía en sus manos el imperio y los reinos anexionados, los Países Bajos, y España con su imperio mundial. Fue entonces el monarca más poderoso del mundo. Los españoles nunca participaron con mucho agrado de dicha monarquía universal, por sentir que sus propios intereses peninsulares eran subordinados a otros interese mayores. Los primeros años del mandato del nuevo rey, justificaron dichos miedos.
Carlos, con su gran mandíbula cuadrada, y una labios que colgaban de una boca que parecía siempre abierta, no era atractivo, y lo que era peor, no hablaba castellano. Pero lo que más preocupó a los castellanos fue su corte, compuesta en su mayoría por borgoñeses que pronto pasaron a ocupar los puestos más relevantes del gobierno. El rey había llegado a la península en 1517. Tres años después, la explotación extranjera provocó la indignación y la consiguiente sublevación de las ciudades más importantes de Castilla. La revuelta de las ciudades o de los comuneros se inició en el mes de Mayo de 1520. En Valencia también hubo algunos levantamientos conocidos como germanías. Pero la victoria de las fuerzas reales en la batalla de Villalar un año después, acabó con cualquier intento de resistencia en contra de la nueva dinastía. Esta fue la última disidencia seria que se dio en Castilla en los dos siglos posteriores. A pesar de la resistencia inicial, los castellanos y los españoles pasaron a identificarse en seguida con las aspiraciones imperialistas de Carlos V y sus sucesores.
Gracias al nuevo destino de España, se requirieron los servicios del intrépido soldado castellano en toda Europa y también en los territorios situados tras las fronteras europeas. Cuando en 1519, Cortés y sus hombres tuvieron por primera vez el México azteca ante sus ojos, uno de los soldados allí presentes narró luego en sus memorias que se habían quedado increíblemente sorprendidos, a pesar de que muchos de nosotros habíamos estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla, en Roma, y por toda Italia. Se emplearon cada vez más españoles al servicio del emperador, para que así se familiarizaran cada vez más con la idea de una monarquía universal. El mismo Carlos era un rey ausente que no pasó más de dieciséis años de sus cuarenta años de mandato, en la península. Esto no le impidió apoyarse en los impuestos españoles para pagar (sobre todo con lingotes de oro) sus deudas en el imperio. También mantuvo una relación afectuosa con respecto a España. A pesar de que el francés era su lengua materna, aprendió el castellano y en años sucesivos no habló ninguna otra lengua. En una ocasión memorable a lo largo del año 1536, cuando hablaba castellano con una asamblea de prelados castellanos en el vaticano, fue interrumpido por un obispo francés que no podía entenderle. No espere usted oír de mi boca otro idioma que el español, que es tan noble que merece ser conocido y entendido por todas las gentes cristianas, le dijo el monarca al obispo. Cuando se retiró y abandonó sus obligaciones imperiales y sus numerosos cargos, dejando la corona imperial en manos de su hermano Fernando, y la corona de España y de los Países Bajos a su hijo Felipe; se dirigió a España. Allí murió también, en un refugio situado cerca del monasterio de Yuste en Extremadura.
España tomó un trayectoria asombrosa bajo el mandato de Carlos. La ideología imperial no había formado parte de la filosofía política aplicada por los Reyes Católicos. En este sentido, los Habsburgo estaban trazando un nuevo camino para España: defenderse en contra de la herejía, y salvaguardar a España de la influencia turca. Pero en muchos sentidos, la evolución política del país siguió el curso del anterior mandato. Las ausencias del emperador impidieron la consecución de ciertas innovaciones fundamentales en el seno del gobierno. Aquellos administradores de gran eficacia, como Los Cobos, que gobernaron mientras que Carlos permanecía en Alemania, hacían simplemente una política de sostenimiento. Se limitaron a consolidar la autoridad de la corona, fortaleciendo la burocracia, y asegurando que hubiese un continuo ingreso de subsidios financieros. Aunque Carlos fue el primer monarca que reinó sobre Castilla y Aragón, no se hizo ningún progreso para vigorizar la unión entre ambos reinos. El fracaso de la unificación se dio simultáneamente al inusual fortalecimiento de la posición de liderazgo de Castilla en lo relacionado a las cuestiones monárquicas.
El castellano de a pie fue quizás menos consciente del rol que el país estaba cumpliendo en Europa que de los hallazgos del nuevo mundo. La aventura americana no tuvo mucho impacto en un principio, pero eventualmente ocupó una posición preponderante a principios del siglo XVI. Sevilla, la nueva Babilonia, se convirtió en reducto de soldados de fortuna, de aventureros codiciosos y de inadaptados sociales que se embarcaban por centenas con rumbo hacia el nuevo mundo. Pasado el año 1520, cuando se abrió el paso hacia América, y Méjico, con toda sus riquezas, hubo caído en manos de Cortés, la necesidad por descubrir se hizo inminente. Una década más tarde, cuando Pizarro se hizo con los fabulosos tesoros del Perú, el ansía por explorar se volvió incontrolable. Los conquistadores se encaminaron hacia el norte en dirección a los modernos Estados Unidos, en busca de las legendarias Siete Ciudades del Oro, la Fuente de la Juventud o la isla de las Amazonas; y se dirigieron también hacia el sur en dirección a Venezuela en busca de El Dorado. Cuando se analizan las trágicas consecuencias que la invasión española tuvo para el continente americano, es necesario considerar que se trataba de la primera aventura de ultramar, y que tanto los errores, como los triunfos, fueron inevitables en una escala heroica. Casi inintencionadamente, España llevó a cabo la destrucción de las civilizaciones más sofisticadas de América, aniquiló parte de la población nativa e implantó una nueva cultura, que fue en muchos sentidos más brutal y salvaje que aquellas a las que sustituyó. Sin embargo, también fue la aventura americana lo que permitió que los españoles penetraran, como lo expresó un habitante de la época, por aquellas tierras indómitas, aquellas frondosos bosques, aquellas altas montañas y vastos desiertos, y a través de esos anchos ríos. Pizarro, con solo 37 caballos y 180 hombres, venció a uno de los más grandes imperios del Perú, lo cual no deja de ser asombroso. En América fueron testigos también del inmenso esfuerzo hecho por frailes como Las Casas y de sus intentos por hacer justicia a favor de las poblaciones indígenas, o del servicio de por vida que el jesuita catalán Pedro Claver le hizo a la esclavitud de la población negra.
El dominio de España se extendía más allá del nuevo mundo. Alrededor del siglo XVI ya habían sido anexionadas las Islas Filipinas. La riqueza llegaba hasta España por la costa Pacífica, y por el Atlántico. El resto de Europa lo admiraba con envidia. Los tesoros, venidos de México y del Perú, y los metales preciosos, sobre todo la plata de las minas del norte de México y de Bolivia central, enriquecían las arcas reales. Otros productos, como el cuero y los tintes, eran también codiciados; pero era sobre todo el oro lo que atraía la llegada a Sevilla de los hombres de finanzas europeos. España se convirtió en un El Dorado. Carlos V había empezado a contar con el oro de la península (en 1540 escribió, solo puedo ser mantenido por mis reinos de España,) y las casas europeas de bancos, capitaneadas por la empresa Habsburgo de Fugger, abrieron sucursales en España, a causa de las deudas imperiales de los reinos españoles. Los fondos que llegaban de América fueron usados para cubrir los gastos de política exterior.
La maquinaria política de España durante el mandato de los Habsburgo ha sido frecuentemente, aunque equivocadamente, calificado de absolutista. Se hicieron grandes esfuerzos para centralizar la administración, y fueron pocas las restricciones constitucionales que se le hicieron a la corona. Pero el centralismo de los Habsburgo no provenía de una filosofía de un poder real ilimitado y no restringido. Muchos estudiosos de las ciencias políticas, como el jesuita Mariana, creían que la autoridad del rey provenía del pueblo. Los reyes españoles tomaban medidas arbitrarias en las dependencias foráneas, pero en la península tenían un comportamiento político más prudente: en Castilla tenían que aplacar a la aristocracia. En Aragón, se protegían los privilegios de las ciudades y de las cortes de una excesiva intromisión de la corona. Había un centralismo monárquico en Castilla, donde prosperaba a pesar del gobierno parlamentario. Se practicó de manera extrema en América, que era gobernada directamente por Madrid a través del Consejo de las Indias, el único cuerpo político con autorización para decretar leyes. Todos los órganos administrativos de España estaban dominados por los castellanos. Éstos dirigían los principales virreinatos en Italia y en América. Lo más significativo de todo fue que el castellano se convirtiera en lengua oficial de España y de Latinoamérica. No sin razón, Nebrija había observado al entregar su copia de la gramática castellana a la reina Isabel que la lengua es siempre compañera del imperio.
La derrota de las municipalidades tras la revuelta de los comuneros auguraba el deterioro de las libertades urbanas en Castilla. Las cortes, representadas en la práctica por representantes de la nobleza y de algunos municipios elegidos, fueron designadas por Carlos V principalmente para imponer impuestos. Bajo Felipe II, las cortes fueron consultadas con muy poca frecuencia, y durante el reino del último Habsburgo, Carlos II, no fueron tomadas en cuenta. Esto no significaba que el poder de la Corona hubiera incrementado, sino todo lo contrario, ya que los Habsburgo les cedían cada vez más poder a los miembros de la nobleza, encomendándoles el gobierno del estado. Carlos V instituyó el rango de grande. Hubo veinticinco grandes en 1520; y durante el mandato de Felipe IV eran ya una centena. Los consejos de gobierno estaban compuestos por nobles en su gran mayoría, y éstos ejercían un gran poder sobre la armada, la burocracia y la vida social. La estructura de la propiedad sobre la tierra establecida por la Reconquista, cuando las tierras eran concedidas a los nobles a cambio de servicios, se redujo a una situación por la cual la gran mayoría de las ciudades del siglo XVII y de los estados con propiedades agrarias estaban bajo control aristocrático.
La agresiva política racista de este periodo se inició principalmente en Castilla. La persecución activa de las minorías de judíos y de moros, incluso tras su conversión en conversos y en moriscos respectivamente, se institucionalizó desde el estado y desde la Inquisición. El proceso de la eliminación de todo residuo islámico se completó en un periodo de un siglo. A la persecución de los musulmanes de Granada llevada a cabo por Cisneros en 1502, le siguió la prohibición formal del islamismo en Granada. Bajo Carlos V, los rebeldes de la germanía de la Corona de Aragón forzaron a los musulmanes a convertirse en cristianos. Pero los moriscos no fueron acogidos como sujetos ni siquiera cuando se convirtieron. La gran rebelión del reino de Granada en 1570 acarreó la supresión y la expulsión de los moros. Finalmente, en 1609, el gobierno castellano decidió (tras las protestas de los señores de Valencia que se arriesgaron a perder sus trabajadores) expulsar de Aragón y de Castilla virtualmente a todos los moriscos, unos 375.000 en total. La acción fue condenada por el Cardenal Richelieu de Francia como el golpe más bárbaro registrado en los anales de la historia. La pérdida económica causada por la expulsión de los moros parece haber sido mínima, a excepción de Valencia, donde los moriscos habían sido el soporte de la agricultura.
El ascenso de España como potencia mundial coincidió con la apertura de sus horizontes culturales. El renacimiento cultural que se dio bajo los Reyes Católicos continuó su florecimiento. Las últimas grandes catedrales góticas, en particular la de Segovia y la de Salamanca, se erigieron bajo el periodo inicial de los Habsburgo. La catedral de Granada, construida en esta misma época, marca el movimiento hacia un estilo más ornamental, llamado plateresco. Tanto la corona como la iglesia invirtieron dinero en la construcción de unos nuevos e imponentes edificios como palacios, hospitales e iglesias. El terreno de las letras también prometía mucho. Como dijo un escritor del siglo XVI, nuestra España, antaño considerada bárbara y cruenta en el uso de su lenguaje, supera hoy a la más floreciente cultura de los griegos y de los romanos. Pero el desarrollo del genio español sufrió un cambio considerable bajo el reinado de Carlos V. En el periodo inicial de su mandato, la influencia cultural más respaldada fue la de Erasmo, cortejado a la vez por Cisneros y por el inquisidor general. En 1527, Carlos V le aseguró que siempre le honraremos y tendremos en la más alta estima. Pero con la reforma, el humanismo erasmista cayó bajo sospecha, y muy pronto sus libros empezaron a aparecer en el índice de libros prohibidos por la inquisición. Los humanistas liberales empezaron a ser perseguidos y expulsados. Algunos como Luis Vives se exiliaron por motivos raciales.


Los problemas religiosos cobraron importancia durante el periodo comprendido entre los mandatos de Carlos V (1516-56) y de Felipe II. Se puede decir que el protestantismo en España acababa de nacer. Solo tenía una centena de partidarios, sobre todo en Valladolid y en Sevilla, e incluso éstos fueron erradicados con una serie de autos de fe que la inquisición promulgó a partir de 1559 en adelante. Parece ser que Felipe II, estando presente en uno de estos juicios, le dijo a uno de los condenados: si mi hijo se opusiera a la iglesia católica, yo mismo haría una hoguera para quemarle. En estos mismo años se tomaron medidas para imponer una rígida censura en los libros y para prohibirle a los españoles que estudiasen en el extranjero. Estos pasos sirvieron para sentar las bases de un control sobre la producción intelectual que tuvo paralelismos en otros países, pero que en España se llevó a cabo con eficiencia extrema a través de la inquisición. Muchos españoles se afligieron al ver que su libertad intelectual quedaba mermada, y hay indiscutibles evidencias de que muchos de ellos sufrieron. Pero la influencia adversa de la inquisición ha de ser contrapuesta a los grandes éxitos que la cultura española obtuvo en la edad de la grandeza imperial.
Después de 1559 España estaba viviendo en la era posterasmista. Los supervivientes más destacados de la tradición erasmista como Juan de Valdés, que fue forzado a partir a Italia, eran demasiado liberales para ser tolerados. Pero la contrareforma peninsular no era exclusivamente reaccionaria. Se podrían poner como ejemplo las reformas hechas por el Cardenal Cisneros para renovar la Iglesia, lo cual produjo un movimiento sin igual en Europa en la escuela mística del siglo XVI. El genio poético y contemplativo de Fray Luis de León, el verso místico de San Juan de la Cruz, fueron superados solo por la obra de Santa Teresa de Jesús, cuya contribución como reformista, mística y mujer de letras (fue posteriormente adoptada como santa patrona de España) le dio una popularidad universal.

Solo algunos atisbos de erasmismo sobrevivieron en el siglo XVII, notablemente en los escritos de Cervantes. Miguel de Cervantes (1547-1616) cuya primera parte del Quijote fue publicada en 1605, dominó la escena literaria de la época. El Quijote es una novela profundamente española, pero también relata la parte jugada por España en Europa y la relevancia de la situación española para la condición universal humana. La popularidad de su autor se extendió más allá de la península: en los Países Bajos, por ejemplo, se publicaron diecinueve ediciones de sus trabajos entre 1607 y 1670. Cervantes fue un crítico de su época: el Quijote refleja las debilidades y las infamias cometidas en la sociedad española del Siglo de Oro. Pero los escritores seguían siendo conscientes del papel jugado por su país. Uno de ellos escribió en 1584 que bajo Felipe ya llegará el día en que el mundo admita a un solo pastor y a una única monarquía. Otros se enorgullecieron a causa del triunfo de un grupo de distinguidos autores y dramaturgos --Lope de Vega, Luis de Góngora, Tirso de Molina --que iban a consagrarse como los grandes escritores de este gran periodo de la literatura castellana. Sin embargo, estas obras literarias mostraban también otra faceta más pesimista. La toma de conciencia acerca de las deficiencias de la condición humana crearon en Castilla un nuevo género, el de la novela picaresca, que adquirió gran popularidad en otros países también. Estas obras están caracterizadas por una combinación de sátira y de realismo social, cualidades que se encuentran igualmente en el Quijote. De entre las novelas picarescas más destacadas de esta época se encuentran el Lazarillo de Tormes (1554), anónimo, y el Guzmán de Alfarache (1559), de Mateo Alemán.
Como en literatura, España se vio influida por Italia en el arte, en la escultura y en la arquitectura. En un principio, las formas arquitectónicas reprodujeron las formas italianas pero luego evolucionaron hasta adquirir un estilo propio. La transformación arquitectónica hacia un estilo más puramente castellano fue hecha por Juan de Herrera (1597), creador del palacio monasterio del Escorial situado en la sierra de Madrid. Herrera tuvo una educación italiana, pero fue el iniciador de una escuela española que dominó la arquitectura castellana hasta medio siglo después de su muerte. En arquitectura, los mandatos de Felipe II y de su hijo, coincidieron con el cambio de un manierismo imaginativo, pero muy rígido, a un estilo más evocador y popular; estos dos estilos eran italianos en origen, pero también reflejaban el cambio del temperamento cultural y religioso de España. Bajo Felipe III, la escultura reflejó un modo de ser religioso más ferviente y popular, un síntoma quizás de la creciente preocupación por los problemas internos.
En pintura, El Greco (1541-1614) caracterizó el periodo como contemporáneo de Cervantes y de igual importancia que él. Llegó a España solo en el año 1570, y siendo un convencido adepto de la escuela veneciana de pintura. A pesar de su origen italiano y de su adhesión al manierismo, el arte del Greco era muy personal y español, particularmente en sus cuadros religiosos, que dominan ampliamente su obra. Puede ser considerado como el último manierista español, previo al advenimiento del barroco a principios del siglo XVII. El barroco, bajo Felipe III y bajo su hijo, siguió cultivando el misticismo asociado con El Greco. Pero también se hizo eco de un realismo secular que se hizo común en todos los pintores del barroco. Ribera, fue uno de los primeros pintores que combinó estos dos temas aparentemente opuestos; Velázquez fue el más grande. Aunque es más conocido por sus retratos cortesanos, Velázquez (1660) representó en su obra a toda la sociedad de su época, con una perfección técnica y un humanismo, que le sitúan en la cumbre del arte español del periodo de los Habsburgo. Es irónico, sin embargo, que este cenit se alcanzara en un periodo de decadencia política y psicológica. El colapso moral de España, que se inició en la época de la guerra de los Treinta Años, se inició casi medio siglo antes que el ocaso de su florecimiento cultural.
Los paradigmas de esta gran época de grandeza cultural se reflejan claramente en sus obras de teatro y obras pictóricas; la fe espiritual, el honor personal y el heroísmo militar. Éstos fueron los ideales del espíritu castellano.
El reino de Felipe II (1556-98) supuso el punto más álgido de las fortunas españolas, pero los problemas del imperio también empezaban a amenazar. Felipe heredó de su padre la rivalidad con Francia, el recelo a la autoridad papal, y una hostilidad hacia el mundo islámico y hacia el protestantismo; en el curso de su mandato también tuvo que lidiar con una rebelión en los Países Bajos. Todos estos compromisos significaron que tuvo que hacerle la guerra a la mayoría de los países restantes durante el periodo de su dominio. Por lo tanto, se ejerció un imperialismo español en Europa, casi en un aislamiento virtual. Fue una monarquía universal cuyos enemigos no se limitaban a ser de una sola nación ni de pertenecer a una única religión. La Francia católica, la Inglaterra protestante, y la Turquía musulmana fueron sus más fervientes enemigos. España se vio en la obligación de explotar todos los recursos de la península así como los de ultramar, en una laboriosa batalla para mantener su puesto en Europa. En su mayoría, el periodo de años que culminó en 1570, fue exitoso. A pesar de sus ocasionales diferencias con el Papa, Felipe demostró ser un gran defensor del catolicismo por su apoyo al Concilio de Trento (cuya última sesión se celebró en 1563.)
Las tropas españolas obtuvieron una victoria moderada en los Países Bajos; en 1570 aplacaron el levantamiento de los moriscos en Granada; y se hicieron con la mayor fuerza naval que derrotó a los turcos en Lepanto (1571.) Cervantes que fue herido en esta famosa batalla naval, la describió como el hecho más grande de épocas pasadas y recientes, o que se dar pueda nunca en años futuros. En aquel mismo año, un conquistador español fundó la ciudad de Manila en las Islas Filipinas. España se había hecho dueña ahora de los tres mares principales del mundo: el Mediterráneo, el Pacífico y el Atlántico. La década terminó con la conquista de Portugal en 1580, después de rivalizar por el trono. Éste se había quedado vacante tras la muerte del infortunado rey Sebastián en su expedición a Marruecos en 1578. Con la unificación de toda la península Ibérica bajo una misma corona, Felipe había alcanzado el punto culminante de su grandeza.
Después de estos años, el declive tras el apogeo fue tan espectacular e inexorable, que los historiadores se han fascinado por este tema. Las dificultades imperiales fueron una de las causas principales de la crisis, aunque no fueron las únicas. A causa de sus numerosos compromisos, la maquinaria de guerra se vio destinada a la bancarrota en numerosas ocasiones. Primero en 1557, y luego cada veinte años aproximadamente, el estado repudiaba sus deudas. La guerra en contra de los rebeldes holandeses fue la que más costó en hombres y en dinero. La guerra en los Países Bajos, se quejaba un ministro en el año 1623, ha sido la ruina de esta monarquía. Pero aunque éste fue el gasto económico más importante, no fue el único. La gran empresa de Inglaterra, por ejemplo, gracias a la cual, Felipe había esperado neutralizar la amenaza naval inglesa, de una vez y a través de una sola invasión, fue una catástrofe con la derrota de la Armada Invencible en 1588. Atacados por los navíos ingleses en el Canal y hostigados por el mal tiempo, solo la mitad de los navíos españoles consiguieron poner rumbo de vuelta hacia España después de un viaje terrorífico alrededor del norte de las Islas Británicas y de la costa irlandesa. Se impuso un nuevo impuesto en Castilla con la intención de paliar el gasto económico del desastre: los millones, que se iba a convertir en el impuesto más odiado de todos los tributos que ya pesaban sobre la población. Las obligaciones con el exterior se multiplicaban al mismo ritmo que el déficit interno; esta fue la triste lógica del imperialismo de un país que era esencialmente pobre.



Uno de los mayores problemas era que gran parte del dinero empleado en política externa venía de Castilla o de América. Lo poco que se producía en Aragón o en Italia se gastaba ahí mismo. La autonomía política y financiera de Aragón y de los otros reinos que no eran castellanos fue un impedimento para que Castilla recaudara dinero. Felipe II, el rey prudente, como se le llamaba, no intentó cambiar la constitución de Aragón cuando se sublevó en 1591, gracias al consejo de su antiguo secretario Antonio Pérez. El Conde Duque de Olivares que fue primer ministro bajo el mandato de Felipe IV, fue el primer alto cargo del estado que tuvo el valor de proponer que otros reinos de la monarquía contribuyeran a costear los gastos generales del estado.
El imperialismo no fue solo costoso en términos monetarios sino también en bajas humanas. El soldado español partía hacia las guarniciones del frente de batalla de Europa, y también se establecía en las guarniciones de Marruecos, de América y de las Islas Filipinas. La península no podía suplir tantos hombres, a pesar de que la mayoría de las tropas que servían bajo la bandera española eran tropas mercenarias. Los hombres partían a América o se hacían religiosos, lo que provocaba una grave escasez de arsenal humano para combatir. Esto se intentó paliar imponiendo una serie de restricciones a la emigración y limitando las posibilidades de formar parte de una orden religiosa. El campo en Castilla se despobló cada vez más a causa de los fuertes impuestos y del endeudamiento progresivo de los campesinos. Esto los condujo a huir del campo para buscar refugio en las ciudades. Después, alrededor del año 1599, unas fuertes plagas epidémicas diezmaron la población todavía más. Como consecuencia hubo un descenso agudo de la población de Castilla a comienzos del siglo XVII, que se agravó todavía más con la expulsión de los moriscos en 1609.
La posición militar de España sufrió un deterioro paralelo. La derrota de la armada fue terrible ya que en aguas europeas, España les había dado a los protestantes, vía libre para navegar en aguas europeas. De esta manera las provincias holandesas obtuvieron su independencia. En el siglo XVII los capitanes holandeses empezaron a asaltar las colonias portuguesas y españolas en Asia y en América, y Amsterdam se convirtió en el nuevo centro comercial de Europa, reemplazando así el dominio de las ciudades católicas. Los bucaneros ingleses se establecieron con creciente libertad en el Caribe. Así Francis Drake se convirtió para los americanos en el Draco, (el dragón). Sin embargo, España seguía siendo el país más poderoso en tierra. Felipe IV así lo declaró en 1626: Hemos tenido a toda Europa en nuestra contra, pero no hemos sido derrotados, y tampoco han perdido nuestros aliados, mientras que nuestros enemigos han suplicado por obtener la paz. Desafortunadamente, dos años después ocurrió el desastre naval de 1628 cuando, por primera vez, después del descubrimiento de América, una flota entera cargada con tesoros fue capturada y el cargamento fue trasladado a Holanda.
América jugó un papel equívoco en la historia de España: le proporcionó riquezas, pero esto también le trajo malas consecuencias. Felipe II pudo explotar las riquezas mineras hasta un punto insospechado en los tiempos de su padre. En los años cincuenta cuando las importaciones de plata alcanzaron su apogeo, el oro recibido por la corona ascendió a un quinto de los ingresos totales de la tesorería. Esta riqueza fue desperdiciada en el intento por cubrir el pozo sin fondo de las deudas militares, y a mediados del siglo XVII, el suministro de plata decrecía. Las importaciones de plata también tuvieron un efecto desfavorable en la economía de la nación. Los rápidos beneficios conseguidos a través del comercio americano impidieron que se invirtiera en industria o en la tierra. El flujo de oro empezó a influir en la subida de los precios, y la inflación restringió el nivel de vida y los costes de la administración. La subida más pronunciada se dio en el siglo XVI, cuando los precios subieron un setenta por ciento. Después, a partir del siglo XVII, la moneda se devaluaba periódicamente, y fue seguida por un siglo de inflación monetaria. Las consecuencias que esto trajo para el valor de una unidad de dinero, el real, fueron analizadas de la manera siguiente por Francisco de Quevedo, un poeta del siglo XVII: El real de plata dice, que valía por cuatro reales de cobre en los tiempos de Don Fernando el Católico; y que llegó el gloriosos emperador Carlos V, y las emergencias, o las subidas, o el desorden (no estaba seguro de cual de estos factores era,) se llevaron un real, y que se quedó solo con un valor de tres. Llegó Felipe II, y se llevó otro, y entonces solo valió dos. Después vino el rey Don Felipe III, y se arrebató otro de los reales, y el real de plata pasó a valer solo un real de cobre.
Incapaces de atender a todos los compromisos en el extranjero, los ministros de Felipe III, encabezados por el Duque de Lerma, optaron por hacer una política pacífica. Se firmó la paz con los ingleses y una tregua con los holandeses, en 1604 y en 1609 respectivamente. Parecía como si España fuese a desligarse de Europa. Cuando los acontecimientos en Alemania empezaron a ser amenazantes, los ministros decidieron no considerar una intervención española. Pero el advenimiento de Felipe IV en 1621, y de un nuevo primer ministro, el Conde Duque de Olivares, cambió las cosas. Olivares volvió a una política exterior antigua y apoyó la participación de España en lo que se iba a convertir en la guerra de los Treinta Años. Fue, como muchos ministros argumentaron, un error muy costoso. El ministerio de Olivares fue muy destacado, a causa notablemente, de algunos intentos serios de reforma; pero nunca resolvió las dificultades financieras.



El plan de Olivares para una Unión de Armas se encaminaba a disminuir el peso financiero y militar del estado. Las previsiones militares de dicho plan sugerían que cada estado podría requerir la ayuda de otros estados para ser asistido en caso de emergencia. Al mismo tiempo, el plan de Olivares estaba dirigido a neutralizar el provincialismo permitiendo a las diferentes naciones una mayor participación en el gobierno del imperio. Pero el intento de llevar a cabo este plan se vio frustrado en Cataluña, donde hubo una revuelta en 1640. No fue el único desastre de este periodo. En 1638 los franceses habían capturado la fortaleza clave de Breisach, situada en el Rin, que controlaba la ruta de suministro a los Países Bajos. En 1693, una flota holandesa había derrotado a la fuerza naval española en el canal. Un año más tarde, en 1640, no llegó ninguna flota a América, y esto fue un duro golpe para la tesorería de guerra. Finalmente, en los albores del levantamiento catalán y del asesinato del gobernador de Barcelona, llegaron noticias de Portugal de una revuelta que iba a ser destinada a liberar a la nación del control español. Este año, dijo Olivares lúgubremente en el mes de Septiembre de 1640, puede ser considerado como el año más desafortunado que esta monarquía haya experimentado nunca.
Olivares fue destituido de su cargo como ministro a principios del año 1643 y se murió dos años después. Cuatro meses después de su marcha llegaron noticias de la derrota de los españoles a manos de las fuerzas francesas en la batalla de Rocroi. La estabilidad política y militar de España parecía estar derrumbándose. Los relevantes años del periodo comprendido entre los años 1647 y1648, contribuyeron a incrementar fatalidad. En 1647, Sicilia y Nápoles se sublevaron en contra de España, y en 1648 un complot secesionista fue descubierto en Aragón. En 1647, una terrible epidemia de plaga bubónica barrió las ciudades más importantes de Andalucía y Valencia, y en esta misma época se dio una ola de revueltas populares en contra de los impuestos. En el extranjero, en las conferencias de paz de 1648 que se celebraron al final de la guerra de los Treinta Años, España reconoció por fin la independencia de las provincias unidas. Se recuperó Cataluña en 1652, pero Portugal había ganado su libertad finalmente, un hecho reconocido (de nuevo, y solo después de mucha tardanza y un gran gasto militar,) con un tratado en 1668.
El periodo se destacó por el gran florecimiento de la cultura y el arte del Siglo de Oro. Esto no era una paradoja, puesto que el arte dependía exclusivamente del mecenazgo, y los años de declive político fueron por excelencia los años de los ricos y privilegiados mecenas de la aristocracia, que ahora dirigían su atención hacia el arte de la paz y se olvidaban del arte de guerrear. El último gran pintor fue Velázquez. Las escuelas menores que existieron después, sobre todo las de Valencia y las de Sevilla, tenían una visión y una inspiración más localista. El reino de Felipe IV fue la gran época de los dramaturgos, particularmente de Lope, Tirso y Alarcón; hay pocos escritores de su altura en el mandato siguiente. La muerte de Calderón (1681) marca el final de la gran época del teatro español.
Una figura típica pero inusual de la escena literaria fue el poeta Francisco de Quevedo (1645), un prolífico escritor que a su muerte repudió la mayoría de sus obras. Fue un ejemplar satirista a través de cuyos ojos podemos percibir la desilusión que muchos de los españoles tenían con sus gobernantes y con la sociedad en la cual vivían. En nuestro país, escribió en 1604 a uno de sus corresponsales de los Países Bajos, malgastamos nuestros hombres y derrochamos nuestro dinero; aquí nos dilapidamos a nosotros mismos. Quevedo representaba el modo de ser de la época. Los españoles, asustados por el destino que iban a correr en el extranjero, se volvieron introvertidos y adoptaron opiniones muy conservadoras y muy nacionalistas. La decadencia de España estaba causada, según Quevedo y escritores como él, por la subversión de los extranjeros, de los judíos y de los heréticos. La salvación de España reposaba en las virtudes tradicionales de la sangre cristiana intacta y en una religión católica pura. Se ha dicho en numerosas ocasiones que el declive artístico español a lo largo del siglo XVII, fue producto de este tipo de pensamiento regresivo. Pero, la regresión cultural es quizás más destacable que el desequilibrio cultural. Se le dio mucho énfasis a la fe y al sentimiento, y menos a la razón. Cuando en España abundaban los teólogos y los pintores, como Loyola y Velázquez, Inglaterra había engendrado a Harvey e Italia a Galileo; en Holanda se encontraba Huyghens y en Francia Pascal. La ciencia y la filosofía parecían florecer en todo el mundo, menos en España. Esto no era enteramente cierto sin embargo, puesto que había varios expertos en las ciencias humanas y en tecnología, y la escuela médica de Valencia se podía comparar con las de otros países. Pero los nombres no fueron tan relevantes, como tampoco lo fue la contribución española a la ciencia moderna europea. Las universidades españolas en la época de Felipe IV se habían vuelto decadentes y ya no tenían distinción académica. Habría que contraponer los logros culturales del periodo de los Habsburgo, con la imposibilidad de evolucionar intelectualmente hacia una nueva edad.
Los escritores españoles de este periodo tenían distintas opiniones acerca de las causas de la decadencia. En 1600, Cellórigo, argumentaba que las riquezas acumuladas de una manera tan rápida habían minado la capacidad industrial. En 1626, Navarrete hacía notar las enormes obligaciones foráneas de la corona y el raro hecho de que Castilla, a diferencia de otros imperios, no se hubiera beneficiado de la posesión de un imperio. Salazar y Castro se lamentaban en 1687 de la pérdida de vidas y de dinero de Castilla: el cortejo de Roma, los subsidios a Alemania, el mantenimiento de Flandes, las guerras de Milán y Cataluña, succionan la sangre de este cuerpo a través de todas sus venas. Lo que realmente produjo la crisis fue la mirada de España hacia el exterior y la pobreza interna de Castilla. En el extranjero los reyes debían pagar sus deudas con plata, pero en casa tenían que vivir con una moneda de cobre devaluada. Las injusticias del sistema social sirvieron para intensificar y para perpetuar las dificultades internas. La mala distribución de las riquezas fue tan flagrante, que un escritor observó a principios del siglo XVII que la gente abandona el campo por la ciudad, los pobres se vuelven esclavos de los ricos, y los ricos prosiguen en su búsqueda de placeres y lujos. Las ciudades y los municipios crecieron rápidamente bajo el mandato de los Habsburgo: en el curso del siglo XVI Sevilla y Toledo redoblaron su población, y Madrid creció diez veces más. Los nobles se retiraron a la capital, abandonando sus tierras, en busca de mejoras; los empobrecidos campesinos también partieron a las ciudades en busca de sustento. Las diferencias entre ricos y pobres eran, como lo transmitían los viajeros extranjeros, el hecho más sobresaliente de la sociedad en las ciudades.
Gran parte de la debilidad de España residía en la incapacidad de sus líderes. Las decrecientes habilidades de los Habsburgo, agravada por los matrimonios consanguíneos, se veía compensada únicamente por la aparición de los primeros ministros (validos) y sus funciones de control del estado. Virtualmente, todos los validos del siglo XVII, con la prominente excepción de Olivares, dependían del apoyo de una facción nobiliaria. La tan poco edificante historia de estas facciones juega un papel importante en la evolución del estado español. Bajo Carlos II (1665-1700), un inválido permanente sin ninguna voluntad propia y presa de las supersticiones, el poder de las facciones alcanzó su apogeo. El gobierno de Madrid se desacreditó antes los ojos de las élites de las provincias periféricas. Esta fue la razón principal por la cual el hermanastro rebelde del rey, Don Juan de Austria, fue capaz de atraer tanto apoyo a su favor en la Corona de Aragón, durante la primera etapa del reinado. Al mismo tiempo, en Barcelona, un grupo activo de comerciantes y de nobles decidieron dejar el destino en sus propias manos. El renacimiento y la subversión de la periferia fue uno de los peores síntomas del paso de España al periodo moderno de la historia.


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