29/07/2019

Fortificaciones modernas de la Capitanía General de Guipúzcoa


El relieve llano que experimenta la frontera franco-española en la desembocadura del río Bidasoa junto al mar Cantábrico y alejada de la cordillera de montes Pirineos siempre supuso un riesgo de ser aprovechado por el Ejército francés con la intención de invadir España. Esta amenaza aumentó en las primeras décadas de la Edad Moderna, en el marco de las Guerras de Italia, la invasión del Reino de Navarra o la Guerra Civil castellana entre Isabel la Católica y Juana la Beltraneja aliada de Francia y Portugal.

La fortificación de un edificio o un núcleo urbano consistía entonces en establecer estructuras arquitectónicas de carácter defensivo al objeto de resistir cualquier ataque de un ejército invasor. A lo largo de los siglos, las fortificaciones fueron tomando diversos emplazamientos y formas en función de la tecnología, de los recursos disponibles y de las necesidades geopolíticas.

Durante la Edad Media, el territorio de la Capitanía General de Guipúzcoa experimentó la construcción de varios tipos de fortificaciones que van desde decenas de casas-torre nobiliarias, recintos amurallados de poblaciones, hasta castillos. Estos últimos fueron los de Fuenterrabía, San Sebastián, Mendikute (Albiztur), Beloaga (Oyartzun), Ausa-Gaztelu (Zaldibia), Jentilbaratza (Ataun), Aitzorrotz (Eskoriatza), Goikobalu (Mondragón) y Elosua (Bergara).

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PLANO DE LA FORTIFICACIÓN DE FUENTERRABÍA EN 1705

La arquitectura militar medieval se caracterizó en términos generales por incorporar muros de piedra (por tanto incombustibles) de 2 o 2,5 metros de grueso (suficientes para detener flechas y proyectiles de catapulta) y gran altura (para dificultar su escalada). De trecho en trecho poseían torres más altas que la muralla y avanzadas con relación a ella. Un estrecho adarve limitado hacia el exterior por un parapeto almenado permitía a los defensores instalarse en la parte superior de la muralla para cooperar en la defensa. Las puertas de acceso estaban protegidas por una barbacana (recinto fortificado que envolvía exteriormente la entrada), puente levadizo sobre un foso y matacanes (obras ligeramente voladizas con suelo aspillerado).

Los recintos murados medievales de las villas no sólo poseían una función militar, sino que delimitaban también ámbitos jurídicos diferenciados. En el mismo sentido, las casas-torre contribuyeron también a la articulación del medio rural en el que muchas de ellas se insertaban y al realce del prestigio social y económico de sus propietarios.

La progresiva difusión de las armas de fuego provocó que entre los siglos XIV y XV las fortificaciones medievales perdieran efectividad. La respuesta inicial que el arte de la fortificación utilizó ante la aparición de la artillería fue el aumento del grosor de los muros.

De esta época de transición entre la fortificación medieval y la moderna existieron en la Capitanía General de Guipúzcoa algunos ejemplos de características muy diferentes: Gazteluzar en Irún, el castillo de Santa Isabel y la torre en Pasajes, los castillos de Carlos V y de San Telmo en Fuenterrabía y el castillo de Santa Cruz de la Mota en San Sebastián.

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PLANO DE LAS FORTIFICACIONES DE SAN SEBASTIÁN EN 1721

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