La letra vasca. Etnicidad y cultura tipográfica
por Eduardo Herrera Fernández, RevistasCulturales.com
La proliferación en el uso y reconocimiento de este carácter tipográfico específico constituye, en cualquier caso, testimonio de la vitalidad de la “letra vasca” en este entorno. En los diferentes soportes tipográficos donde se aplica, este carácter se independiza del lenguaje, y en su calidad de significante se ve dotado de un contenido simbólico reconocido y socialmente compartido. En la interpretación de estos mensajes, la lectura deja paso a la visión, o más exactamente, lectura y visión forman un todo interpretable. En este caso, el contenido formal del lenguaje es ponderado desde un criterio nacionalista vasco, nostálgico de la tradición, en una referencia consciente al carácter rural, pre-moderno de los mitos locales.
Tipo y arquetipo vasco
En el País Vasco la utilización de este carácter tipográfico se ha convertido en mecanismo y parte de la retórica visual de la ideología nacionalista, lo que ha llegado a transformarse en uno de los símbolos visuales de la voluntad político nacionalista. Evidentemente, la utilización de la “letra vasca” supone un intento real, por parte de un sector de la voluntad social y política, de crear una “marca” visual particular del espíritu nacionalista vasco a fin de construir una entidad cultural propia, específica y diferenciada, afianzando el anhelo hacia la normalización y establecimiento de un Estado diferenciado.
Así podemos observar cómo en diversos símbolos gráficos de identidad corporativa en el País Vasco, de carácter público y privado, o de otro tipo de organizaciones de carácter nacionalista, más o menos radical, la letra vasca se constituye en la personificación visual de una visión particular de la identidad nacional vasca, aplicándose más por egolatría de una parte de la sociedad vasca que por el interés por expresar las necesidades y aspiraciones sociales abiertas y plurales de la sociedad vasca actual.
La aplicación sistemática de este carácter tipográfico, que recorre toda la escala de manifestaciones, formalizado a partir de un planteamiento tribal sobre la base de apreciaciones históricas frívolas e insustanciales, implica supeditar cualquier expresión política, cultural, reivindicativa... a una ideología muy determinada y particular, restringiendo todas las posibles manifestaciones de la voluntad colectiva que, afortunadamente, es heterogénea. La mayor parte de la ciudadanía vasca reconoce y acepta este carácter tipográfico sin mayores reflexiones sobre su aspecto transmisor de ideología nacionalista.
Una gran parte de los “usuarios” del tipo vasco no son forzosamente seguidores devotos del nacionalismo vasco, sino que, en un porcentaje alto, son simples emisores de un sentido épico, romántico o folklórico de “lo vasco”, poseedores de ideas abstractas sobre la cultura y desprovistos de una identidad nacionalista.
Aún así, no podemos ni debemos olvidar que también son los detalles del entorno visual los que, en un proceso de acumulación, pueden acabar ayudando a conformar una cultura y una identidad nacional que los doctrinarios pueden manipular y transfigurar en un tótem del poder. La definición de identidad nacional desde un fundamento étnico, planteando los hechos culturales como instrumento ideológico, conlleva la adopción de una escenografía visual en que la letra vasca, por ejemplo, resulta otro símbolo más de reivindicación del nacionalismo vasco.
Diversos mensajes en los que la "letra vasca" se configura como código identitario étnico, de carácter reivindicativo nacionalista En un proceso de desarrollo político tan complejo como el que se vive actualmente en el País Vasco, este aspecto de atribución nacionalista de la letra manifiesta una politización de la escritura que falsea la realidad social cotidiana. Así, la letra vasca implica la justificación del valor de la resistencia rural frente al cosmopolitismo, del romanticismo frente a la racionalidad, de la reacción contra el progreso. Habiéndose conformado en un verdadero símbolo, hoy en día, el carácter tipográfico vasco supone una de las manifestaciones visuales más acérrimas de una reivindicación del conservadurismo y provincialismo más recalcitrante.
Antecedentes de una cultura tipográfica local
Evidentemente, los elementos que ratifican un hecho como el que consideramos, no surge ni aparece por generación espontánea. Hay que reconocer que todo proceso, por más singular que parezca, tiene sus antecedentes y referencias.
La cuestión sobre la existencia de un carácter tipográfico vasco tiene sus orígenes a principios del siglo XX, coincidiendo con el movimiento denominado Euzko Pizkundea (“Renacimiento Vasco”) desarrollado hasta la Guerra Civil española. Tras esta confrontación y sus consecuencias de silencio y represión, comenzará un periodo de reivindicación por la preservación y exaltación de la identidad nacional y de la conciencia lingüística del País Vasco. Es por ello que los agentes sociales y de la cultura contribuyeron, con sentido práctico, a certificar una aspiración colectiva de recuperación. Se desarrollaron un conjunto de actividades creativas basadas en formas de uso y de expresión cultural.
Con respecto a la rotulación escrita vasca este movimiento se inspiró principalmente en los signos alfabéticos de las tumbas vascas. En una aproximación epigráfica hacia las inscripciones en estelas funerarias, lápidas, dinteles... que podemos encontrar concentradas, principalmente en los cementerios del País Vasco ultra-pirenaico y aún en los de la montaña de Navarra, pueden apreciarse una serie de constantes formales a lo largo de los últimos siglos en lo que a configuración de signos alfanuméricos se refiere.
Estas inscripciones paleográficas nos ofrecen una fuente directa que nos permite una clasificación de signos alfabéticos particulares unidos, cuya estructura y detalles básicos peculiares es posible identificar y reconocer como un patrimonio cultural colectivamente reconocido y compartido, y que nos lleva a considerar como de un “estilo vasco”. En estos restos epigráficos los textos aparecen acomodados a las exigencias sintácticas latinas, siendo los atributos formales de los signos alfabéticos fuertemente recalcados, en una degeneración del carácter de la capital romana.
El soporte más extendido de estas inscripciones es la estela discoidal, pieza glíptica que se encuentra prácticamente siempre sobre el lugar de un enterramiento, o donde ocurrió un óbito. Destinadas a perpetuar la presencia del difunto, su uso estuvo muy extendido en los cementerios de algunas zonas del País Vasco en los siglos XVII y XVIII, aunque su antigüedad se remonta, documentalmente, por lo menos al siglo IX. El contenido del texto inscrito es puramente funcional-explicativo, suponiendo un simple recuerdo intelectual, empleando letras o guarismos directamente ligados al mensaje que se desea transmitir: nombre del difunto, explicación de un acontecimiento, exposición de una máxima, monogramas, la fecha de una efemérides…
Es evidente que la tradición gráfica de origen popular siempre ha tomado elementos funcionales a la hora de expresarse, así como ha utilizado signos alfabéticos donde el aspecto de adorno era más sensible. Estos recursos son más evidentes allá donde mayor es la tradición de una cultura local. Ahora bien, en todas las civilizaciones humanas es sensible el hecho del interés o pretensión de rescatar al objeto funcional del anonimato, de la pura asepsia, intentado dotarle de rasgos “artísticos”. Esta característica ha dado origen a ciertas formas que responden, más o menos, a exigencias estéticas.
El contexto antropológico en el que surgen las estelas está íntimamente asociado al culto mortuorio, participando de un origen etnográfico común, es decir, son producciones colectivas cuyos rasgos esenciales o característicos, inspirados en un ambiente de concepciones y sentimientos colectivos, se repiten en diversos objetos, costumbres o ritos. No se trata de obras individuales efímeras en el tiempo, sino de obras populares y anónimas, cuyo estilo se transmite generacionalmente, en un proceso mimético.
Estas estelas fueron realizadas por cuadrillas de canteros ambulantes, pero no exclusivamente, pues también los artesanos locales, pastores y agricultores analfabetos, en ausencia de aquellos o simplemente por ahorrar costes, fabricaban sus propias piezas o las de sus vecinos, reproduciendo rasgos que habían visto antes en soportes análogos, rasgos que responden a un ambiente, es decir, a concepciones y gustos ya popularizados. Estos creadores de formas alfabéticas renovaron constantemente los diseño barrocos iniciales, derivándose multitud de variaciones y características formales híbridas.
Lejos de limitarse a perfeccionar los aspectos ergonómicos de lectura de los signos de escritura grabados en piedra, el artesano cantero decide elevar la categoría de humilde objeto, dotándole de atributos plásticos, fuertemente elaborados y de aspecto aguirnaldado y pendolista, sin que, por ello, perdiera nada de su utilidad original. En muchos casos, podemos apreciar el deseo auto satisfactorio de configuración personal en la inscripción de los signos alfabéticos, buscando una ornamentación formal, frecuentemente exagerada. Esto obedecía también a un afán de demostración de destreza y rivalidad en la exhibición de virtuosismo en el trazado de la escritura, lo cual les llevó a configurar formas alfabéticas cada vez más elaboradas, en un empeño de auto publicidad. Esta introducción de elementos ornamentales añadidos a la configuración formal, supone en muchas ocasiones, un valor gráfico prevalente al de las formas alfabéticas.
Ejemplo de "persistencia de las formas alfabéticas" reflejada en variantes de la inscripción de la letra A en diferentes esquelas y lápidas funerarias En otros casos, los atributos morfológicos de los diferentes caracteres son el resultado de una serie de juegos formales para así obtener ligaduras y compresiones, en función de un mejor aprovechamiento de la superficie disponible. Un ejemplo del resultado de estas manipulaciones de las letras, para su adaptación al espacio lapidario limitado, son los atributos característicos de la letra A, en la que el trazado horizontal que la corona, así como la triangularidad descendente de su asta transversal, es el resultado de la síntesis en una sola letra de los trazos esenciales de la superposición de varias letras (TA – MA). Otro ejemplo sería la diferencia de cuerpo de algunos signos (caso evidente de la O) con respecto al resto del sistema alfabético, para su intercalado en otros signos abiertos (K, L, R, T...).
Persistencia de las formas alfabéticas en el tipo vasco
En cualquier caso, la definición de un “tipo vasco” resulta imprecisa, y al que en el mejor de los casos tendríamos que catalogarle como ecléctico. Sin embargo, a pesar de las grandes diferencias morfológicas existentes entre las letras en diversos soportes, sí podemos observar algunos criterios formales que permiten apreciar un fenómeno al que podría catalogarse como “persistencia de las formas alfabéticas” o, cuando menos, la repetición de externas apariencias o similitudes. Esto ha llevado al reconocimiento de un “estilo vasco de letra”, con un carácter definido. A modo de ejemplo, podemos apreciar resultados de una A mayúscula, en toda una serie de variantes recogidas a lo largo de diferentes zonas del País Vasco, en inscripciones de antigüedad probada. Debemos de tener en cuenta que existe una gran diversidad de tipos de grafía, variantes, estabilizaciones y deformaciones a partir de una misma tipología gráfica que, en cualquier caso, son portadoras de una clara tradición, intención y determinación formal, más o menos evolucionada.
Esta recurrencia formal y consolidación de líneas estilísticas y formales, que pueden ser el resultado de convergencias más o menos fortuitas, son reconocidas popularmente, perseverando, en su implantación en el panorama gráfico-visual del País Vasco. Esta proliferación de la “letra vasca” ha hecho que alguna institución pública y empresas relacionadas con la edición gráfica, hayan intentado normalizar este carácter tipográfico, afanándose en sintetizar en un tipo de letra todas las formas transitorias del pasado.
"Alfabeto Bilbao", diseñado por Alberto Corazón Así por ejemplo, el Ayuntamiento de Bilbao patrocinó el diseño de un nuevo tipo de letra basado en la “letra vasca” con la intención de utilizarla en el nuevo sistema de señalización urbana de la ciudad. Este proyecto tipográfico, al que se ha denominado “Alfabeto Bilbao”, independientemente de la valoración de la intención del encargo por parte de la Institución y del resultado gráfico final aportado por el diseñador, supone, al menos, una buena oportunidad para ejercitar una reflexión sobre algún aspecto de la ética en la labor del diseñador gráfico y del nivel cultural de nuestros gestores.
Otras propuestas de empresas de preimpresión y diseño y digitalización de fuentes tipográficas ofrecen un catálogo con multitud de variaciones del tipo vasco (“Euskara”, “Classic”, “Modern”, “Old”, “Etxeak”, “Gernika”, “Oñati”, “Karako”, “Zubizarreta toska”...) que de alguna forma luchan por imponerse comercialmente.
Portadas de cabeceras de diarios y publicaciones de difusión cultural vasca Estos esfuerzos de normalización de la “letra vasca”, surgidos de intereses políticos y comerciales, no han contribuido a una adopción oficial uniforma de la letra vasca. Compartiendo la opinión de Hinrichs Sachs, evidentemente, la propiedad cultural, aquella que no es exclusivamente material, visible e incapaz de reproducirse por sí misma, debe ser constantemente hecha realidad para que exista verdaderamente (al igual que la escritura necesita ser leída y el discurso ser oído).
... lo que nosotros, el público en general, hemos heredado y ahora poseemos, no puede ser vendido, comprado y utilizado. .
Fuente: Revistasculturales.com
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