La tribu atribulada. El Nacionalismo vasco
explicado a mi padre
Jon Juaristi, Editorial Espasa Calpe, (2002)
Este ensayo de Jon Juaristi, premio
nacional de Literatura en 1998, es admirable por su honestidad intelectual,
inteligencia y coraje cívico. Está construido como un diálogo
intergeneracional, con el padre, símbolo de la generación que vivió la Guerra
Civil y sus consecuencias inmediatas en el País Vasco, e intrageneracional, con
la propia cohorte del autor, la de aquellos que combatieron desde el
nacionalismo revolucionario durante el franquismo.
La tribu atribulada es una reflexión
libre, sin pretensiones académicas, sobre el nacionalismo vasco y sus raíces
integristas, sobre el terrorismo de ETA y las estrategias de la exclusión
étnica, pero es también un análisis crítico de los mitos de la Resistencia y de
las contradicciones del pacifismo y de los movimientos cívicos que enfrentaron al
totalitarismo abertzale.
La obra aparece dividida en dos tratados. El primero, dedicado a la relación
entre la tribu nacionalista y la Iglesia, analiza el proceso que convirtió la
religión en un elemento central para la división entre los católicos vascos. A
partir de una metáfora nacionalista, Iglesia
vasca, representación de la comunidad
nacionalista, se erige el pilar de lo que Juaristi denomina etnocristianismo, la mezcla entre
religión y política que permite la transferencia de la sacralidad del
catolicismo a la religión de la tribu. La segunda parte examina de la relación
entre la tribu y el Estado. Lo fundamental es la indagación acerca de la
actuación de una izquierda que se mantiene instalada en la cultura de la
resistencia heredada de los tiempos del antifranquismo.
Esta tradición resistencialista conlleva dos fenómenos. Por un lado, la mitificación de la resistencia vasca por la contestación armada contra el régimen (realmente contra España), marcada por los hitos de Burgos (1970) y el asesinato de Carrero (1973), la única aparentemente capaz de hacer daño, singular y fácil de asociar con que era así por vasca. Durante ese periodo, ETA y PNV mantuvieron una relación simbiótica. Tras la muerte del dictador (1975), cuyo régimen estaba aislado por los fusilamientos, debido a que la organización terrorista estaba maltrecha y dividida y el PNV en plena efervescencia, fue éste quien capitalizó los dividendos del mito resistencial. De ahí que, pese a sus constantes deslealtades, el PNV todavía sea considerado por la izquierda como el componente imprescindible para alcanzar la paz. El otro fenómeno tiene que ver con la naturaleza de la progresía, que afecta a la negación de los símbolos constitucionales como la bandera. Si a esto unimos que en el imaginario resistencialista de la izquierda pervive la identificación del PP como franquista, se comprende la esquizofrenia que gravita sobre los movimientos cívicos vascos, que no alcanzan cohesión completa por la ausencia de una simbología compartida.
En el País Vasco, según sostuvo Juaristi, se estaba jugando la defensa de un orden democrático frente a un proyecto secesionista de signo etnicista y excluyente. Esa defensa implicaba abandonar los reflejos resistencialistas. La concepción de progresía del profesor arroja mucha luz para el estudio del comportamiento de la izquierda en toda España, tanto durante el franquismo y la transición como en la actualidad de aquel momento.
Esta tradición resistencialista conlleva dos fenómenos. Por un lado, la mitificación de la resistencia vasca por la contestación armada contra el régimen (realmente contra España), marcada por los hitos de Burgos (1970) y el asesinato de Carrero (1973), la única aparentemente capaz de hacer daño, singular y fácil de asociar con que era así por vasca. Durante ese periodo, ETA y PNV mantuvieron una relación simbiótica. Tras la muerte del dictador (1975), cuyo régimen estaba aislado por los fusilamientos, debido a que la organización terrorista estaba maltrecha y dividida y el PNV en plena efervescencia, fue éste quien capitalizó los dividendos del mito resistencial. De ahí que, pese a sus constantes deslealtades, el PNV todavía sea considerado por la izquierda como el componente imprescindible para alcanzar la paz. El otro fenómeno tiene que ver con la naturaleza de la progresía, que afecta a la negación de los símbolos constitucionales como la bandera. Si a esto unimos que en el imaginario resistencialista de la izquierda pervive la identificación del PP como franquista, se comprende la esquizofrenia que gravita sobre los movimientos cívicos vascos, que no alcanzan cohesión completa por la ausencia de una simbología compartida.
En el País Vasco, según sostuvo Juaristi, se estaba jugando la defensa de un orden democrático frente a un proyecto secesionista de signo etnicista y excluyente. Esa defensa implicaba abandonar los reflejos resistencialistas. La concepción de progresía del profesor arroja mucha luz para el estudio del comportamiento de la izquierda en toda España, tanto durante el franquismo y la transición como en la actualidad de aquel momento.
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