29/07/2021

Primera vuelta al Mundo por Magallanes y Elcano (1519-1522)


Entre las muchas aportaciones que España ha realizado a la ciencia universal, hay una que en su momento fue decisiva: la primera demostración empírica de que la tierra es redonda. El deseo de llegar por las rutas de Occidente a las islas de las Especias, que acababan de descubrir los portugueses navegando por las rutas de Oriente, significó la oportunidad de dar, por primera vez, la vuelta al mundo. Y aquella hazaña contó con la participación y el liderazgo de un vascongado de relevancia universal: Juan Sebastián de Elcano.

Eso es lo que logró el viaje de Elcano alrededor del mundo. Después de tres años de calamitosa travesía, el 6 de septiembre de 1522, Juan Sebastián de Elcano junto con 17 hombres desnutridos y enfermos desembarcó de la nao Victoria en el puerto gaditano de Sanlúcar de Barrameda, tras recorrer unos 80.000 kilómetros.


JUAN SEBASTIÁN DE ELCANO

La primera vuelta al mundo partió de la idea de Fernando Magallanes, un marino portugués nacido en 1480, experto en las artes de navegar e intrépido aventurero. Había realizado unos primeros viajes por la India y Malaca entre 1505 y 1511, regresando a Portugal sabedor de la enorme riqueza que generaba la importación a Europa de las especias asiáticas. Los portugueses tenían colonias por las costas de África y Asia, controlaban las rutas a las islas de las especias en dirección este.

Su proyecto trataba de buscar una ruta alternativa a la ya establecida por la corona portuguesa, en dirección oeste buscando un estrecho marítimo en América que permitiera pasar al mar del Sur, el mismo que la expedición de Vasco Núñez de Balboa llamó también Pacífico. Pero su proyecto fue rechazado por el monarca luso Manuel I el Afortunado.

Sólo España estaba en condiciones de aunar la experiencia marinera, el conocimiento geográfico y cartográfico, la audacia humana, la voluntad política y los recursos económicos para emprender tal aventura marítima. Por eso, en 1517, Fernando de Magallanes viaja hasta Sevilla, donde se puso en contacto con Juan de Aranda, factor de la Casa de Contratación. Ambos consiguieron que, en 1519, llegase su proyecto expedicionario a manos de Carlos I, quien recibió al portugués en Valladolid, la capital de España.



TRATADO DE TORDESILLAS

Su objetivo consistía en llegar a las islas Molucas para obtener especias permitiendo que España se convirtiese en la principal suministradora de pimienta, clavo, nuez moscada y otras especias tan codicias en Europa. El plan consistía en abrir una ruta por el oeste, rodeando el continente americano por su extremo sur, y pasando sólo por dominios españoles. Surgió una dificultad diplomática, ya que según el Tratado de Tordesillas firmado en 1494 entre Castilla y Portugal, ambos países se habían repartido el mundo en dos mitades. Por tanto, si las islas Molucas quedaban del lado luso, Carlos I quebrantaría las relaciones diplomáticas con Portugal. Magallanes, basándose en los mapas de su tiempo, creyó que el camino occidental es viable y que las primeras islas asiáticas están cerca de la barrera americana.

Se trató, a posteriori, de un error de cálculo, pero el rey de España confió en la empresa y puso al portugués al frente de 265 hombres y 5 barcos: la capitana Trinidad, la Concepción, la Victoria, la Santiago y la San Antonio, cargadas de provisiones previstas para dos años (galletas, sardinas arenques, higos y siete vacas que les proporcionaban leche fresca). Era la llamada Flota de las Molucas.

Juan Sebastián Elcano tuvo conocimiento del proyecto y tomó partida en él como contramaestre de la nave Concepción. Marino guipuzcoano con amplios conocimientos náuticos, nació en Getaria en 1476. Participó en la expedición del cardenal Cisneros a Argel de 1509, y en las campañas de Italia del Gran Capitán. Elcano, arruinado, perseguido por la justicia por haber entregado la nave que mandaba a sus acreedores extranjeros, estaba en Sevilla, tratando de embarcarse en alguna de esas expediciones descubridoras que le supondría un empleo conforme a su capacidad y el indulto subsiguiente. Para ello debió recurrir a un alto empleado de la Casa de Contratación, Ibarrola, pariente suyo.


Durante la preparación de la armada magallánica, la Casa de Contratación contaba con bastantes administradores y funcionarios de origen vascongados. Uno de ellos era el vizcaíno Sancho de MatienzoEn el libro de gastos de la expedición consta el envío de una alta suma de ducados de oro al capitán de Lequeitio Nicolás de Artieta, con fecha de 19 de agosto de 1518. Durante el otoño e invierno Artieta, acompañado del cuñado de Magallanes, Duarte de Barbosa, y de Cormeño, polvorista de la Casa de la Contratación, trabajaban en la costa vasca preparando el abastecimiento necesario para la expedición. El capitán Artieta compraba la Trinidad en Bilbao. Juan de Aranda, oficial de la Casa de Contratación de Sevilla, estuvo también implicado en la compra de las naves, siendo probable la procedencia zarauztarra de la nao VictoriaJuan López de Recalde cumplía funciones de contador. Los Isasaga, Equino, Munibe-Alberro, Isasti, Urquiza, Oña, Iturriza, Berrozpe e Ibarrola ocupaban también otros elevados cargos.

La calidad y precio de los pertrechos y de la artillería habían determinado que se adquirieran en ferrerías de armas y herramientas de Vascongadas. En la época de los descubrimientos la costa vasca jugaba un papel de primer orden en la construcción de naos y pertrechos de marinar.

JUAN SEBASTIÁN ELCANO Y FERNANDO MAGALLANES

La organización de la expedición contaba con tripulación de origen vascaDe los 265 hombres que comenzaron la expedición, alrededor de 30 eran vizcaínos o guipuzcoanos, cuya distribución en las 5 naves fue la siguiente:

En la Trinidad: mandada por Magallanes, el escribano León de Espeleta, el marinero de Lequeitio Domingo de Urrutia, y el escribano Juan de Elorriaga.

En la San Antonio: el maestre guipuzcoano Juan de Elorriaga y el marinero de Segura Juan de Segura; los 11 vascos restantes volvieron a España al fugarse la nao cuando abandonó la expedición desde el estrecho de Magallanes.

En la Concepción: el maestre de Guetaria Juan Sebastián de Elcano, el contramaestre de Bermeo Juan Acurio y Berriz, el calafate de Bermeo Antonio de Basozabal, el carpintero de Deva Domingo Icaza, los grumetes de Bermeo Juan Aguirre y Martín de Iraurraga, el marinero de Soravilla Lorenzo de Iruña, el grumete de Pamplona Joan Navarro, el grumete de la merindad de Marquina Pedro de Muguertegui, y el paje de Bermeo Pedro de Chindurza. Elcano y Acurio terminaron la expedición en la nave Victoria

En la Victoria: el carpintero de Deva Martin de Gárate, el grumete de Somorrostro Juanico el Vizcaíno, el grumete de Bilbao Juan de Arratia, el grumete de Bilbao Ochoa de Erandio, el grumete de Tolosa Pedro de Tolosa, el paje de Baracaldo Juan de Zubileta, y el marino de Tudela Lope Navarro.

Como servidores del contador Antonio Coca estaban enrolados el ballestero de Bilbao Juan de Menchaca, el barbero de Galdácano Pedro Olabarrieta, el grumete de Somorrostro Juan de Santelices. Además, tomaron parte en la expedición Juan de ArocaPeruchoRodrigo de HurriraMartín de Barrena y Pedro Santúa.

DESCUBRIMIENTO DEL ESTRECHO DE MAGALLANES

La expedición partió del puerto de Sevilla el 10 de agosto de 1519. El primer tramo de la expedición es relativamente tranquilo. Toda la armada cruzó el océano Atlántico y se dirigió a Sudamérica. Tocan Río de Janeiro, bordean la costa de Brasil, hacen un breve descanso en Río de Janeiro, exploran la gran boca del Río de la Plata y el litoral de la Patagonia. Pero empiezan a surgir los problemas y las desconfianzas de la tripulación con respecto a Magallanes debido a varios motivos: primero, Magallanes mantiene en secreto el objetivo de su viaje, lo cual inquieta al resto de capitanes; segundo, los capitanes españoles desconfían de Magallanes, en buena parte por las discusiones establecidas en Sanlúcar con agentes portugueses; y tercero, la costa suramericana parece interminable, no aparece ningún paso hacia el otro lado y, además, a bordo hace un frío insoportable.

La armada navega por el hemisferio sur, donde en invierno empieza en marzo, las temperaturas son tan bajas que deciden invernar en la bahía de San Julián, en la Patagonia, donde hubo un intento de sublevación. El inspector de la expedición, Juan de Cartagena, secundado por otros tripulantes, Luis de Mendoza, tesorero, Antonio Coca, contador, y Gaspar de Quesada, se niega a seguir adelante. Magallanes resuelve el problema con astucia, pero fue severo con los cuatro cabecillas del complot. Más bien prefirió contemporizar con unos marineros muy necesarios para continuar el viaje. Uno de los más beneficiados por aquella indulgencia fue Elcano, subordinado de Gaspar de Quesada, que estaba entre los cabecillas del motín. Elcano se vio atrapado en un conflicto de fidelidades: o seguir al capitán de su barco, o seguir al jefe de la expedición. Primero se amotinó, pero luego contribuyó a sofocar el motín, ganándose la confianza de Magallanes. No tuvo la misma suerte
 el guipuzcoano Juan de Elorriaga, quien murió durante el conflicto.

En la bahía de San Julián sobreviven durante cinco meses bajo el frío, cazando animales como avestruces, zorros y moluscos y derritiendo el agua de bloques de hielo. La nao Santiago, durante un reconocimiento, se estrella contra la costa por un temporal, sin consecuencias. Y toman contacto con los indios tehuelches, los "patagones" por las enormes huellas que sus abarcas dejan en la nieve.

El 21 de octubre de 1520, se adentraron en el deseado paso al que Magallanes bautizó como estrecho de Todos los Santos y de las Once Mil Vírgenes. El 28 de noviembre salieron al mar del Sur, al que denominaron con el nombre de mar Pacífico o mar de las Damas por los suaves vientos alisios que soplaban. Por él navegaron durante tres meses en condiciones calamitosas, los marineros mueren a mansalva al carecer la tripulación de agua y provisiones frescas y, en consecuencia, padecieron de escorbuto. Cuando los víveres se agotaron, llegaron a alimentarse de cuero, ratas, cucarachas y todo lo que encontraban.

Durante la etapa transpacífica, la San Antonio, al mando del portugués Esteban Gómez, abandona la flota por falta de víveres para volver a España.





El 24 de enero de 1521 llegaron a la isla de Guam, perteneciente a las islas Marianas, también conocidas como islas de los Ladrones, que las llamaron así porque los indígenas entraban en los barcos y robaban todo cuanto encontraban. Continuaron hacia el oeste en dirección Cebú.

El 16 de marzo llegaron a la playa de San Lázaro, en Cebú, isla perteneciente al archipiélago de Filipinas, donde establecieron buenas relaciones con los nativos. Las tripulaciones se abastecen, descansan y se recuperan. No así para los vascos Juan de Aroca y Martín Barrena, que fueron los primeros enterrados en Filipinas.

En la isla de Mactán, el 27 de abril, surgieron las complicaciones. Magallanes desembarcó con 60 hombres armados para obtener la soberanía española sobre todas aquellas islas. Contaba el portugués con el apoyo del rey de Cebú y sus soldados. Pero, mientras entraban en amigables tratos con los aborígenes, el jefe cacique local Lapu-Lapu se niega a reconocer a Magallanes como su señor, y unos 1.500 isleños rebeldes cayeron sobre ellos.

Durante la emboscada, los soldados españoles atacaban con fuego de mosquetón y tiros de ballesta, mientras que los indios se protegían con escudos de madera y contraatacaban con flechas envenenadas.

Magallanes participó durante su juventud, en 1511, en una expedición para conquistar Malaca, en la India portuguesa. Sus compatriotas se impusieron a los nativos en gracias a la ventaja que les proporcionaba la artillería. Ahora, a la vista de unos indígenas filipinos técnicamente incapaces de hacer frente a los europeos, el portugués cometió el error de infravalorarlos y no tomar las debidas precauciones, costándole la vida y la de algunos de sus compañeros. También fue un error el haberse implicado en una contienda de jefes locales. 
Allí cayeron los vascongados León de Espeleta, Rodrigo de Hurrira y Sancho de Heredia.

Sobrevivieron 114 hombres para tres barcos. La expedición quedó al mando, sucesivamente, de varios de sus capitanes que se disputaban el poder, mientras continuaban explorando las islas, entablando relaciones con los jefes locales y buscando la ruta de las Molucas. Duarte de Barbosa, el capitán, fue asesinado junto con 24 soldados en otra emboscada. El mando superior pasó a Juan Carbajo. Entonces, decidieron hundir la nao Concepción, debido a una plaga de moluscos que había carcomido el casco. La cada vez más mermada tripulación se repartió entre las dos únicas naves efectivas. Gonzalo Gómez de Espinosa mandaba la Trinidad, y Juan Sebastián de Elcano recibía la Victoria.

Desde Cebú, la expedición buscó las tan deseadas Molucas, haciendo una aventurada travesía. Primero pasando por Mindanao, y tras hacer escala en Bohol y Panilongo, llegaron a Cimbonbon. Finalmente, un triunvirato encabezado por Elcano se hizo con el mando de lo que quedaba de la flota, argumentando que los jefes portugueses colaboradores de Magallanes habían eludido a propósito las Molucas para no perjudicar a Portugal, que poseía el lucrativo monopolio del comercio de las especias.

Elcano, al mando de la expedición, puso rumbos suroeste, atravesó los archipiélagos de Basilán y Joló, desembarcó en las islas de Batuán, Calagán y Monolipa, donde encontraron una canela de gran calidad. Llegaron a su destino, las Molucas, el archipiélago de las ricas especias, a finales de 1521.

Allí, en la isla de Tidore, establecieron tratados con los príncipes nativos y cargaron un importante cargamento de especias, con lo que se cumplió el objetivo del viaje.

El 21 de diciembre, la expedición se dividió. La Trinidad, dirigida por Gómez Espinosa, sufría una avería, por lo que se acordó su permanencia en las Molucas hasta su adecuada reparación. El viaje de regreso se efectuaría con rumbo al Darién, entre Panamá y Colombia. Pero el plan fracasó, no consiguieron encontrar una travesía de vientos que les retorne a América, el torno-viaje que medio siglos más tarde hallaría Urdaneta, y sus hombres terminaron presos de los portugueses, dueños comerciales de la zona. Domingo de Urrutia quedó prisionero en Borneo y Antonio de Basozabal en Tidore.

La proximidad de los portugueses, hizo que Elcano al frente de la Victoria pusiese rumbo al oeste. Allí se gestó el proyecto de dar la vuelta al mundo. Regresar a España por el océano Índico suponía la violación del Tratado de Tordesillas. Acompañado de 47 españoles y 13 naturales, arribó a la isla de Timor, ya en 1522, donde supo de la existencia de otras tierras e islas, las actuales China, Java e Indonesia.


ESTATUA A ELCANO EN GETARIA

La expedición de Elcano cruzó el océano Índico por una ruta lo más meridional posible, pasando un calvario de hambre, sed y enfermedades. Por otra parte, el rey Juan de Portugal se propuso sabotear la nueva ruta, por eso, ordena a todos los puertos portugueses que negaran cualquier ayuda a las expediciones españolas.

Elcano consiguió dominar la impaciencia de la tripulación, ansiosa de bajar a tierra desde que pasaran ante las costas de Mozambique y el 19 de mayo de 1522, doblaron el cabo de Buena Esperanza.

En Cabo Verde, en el África occidental, Elcano decidió enviar a trece hombres en una pequeña embarcación, un esquife, para conseguir víveres sin revelar su identidad. La colonia era de dominio portugués, y su gobernador se ofreció a comerciar. Cuando consiguieron agua y comida, cometieron el error de pagar en especias, descubriendo su ilegal procedencia, por lo que los marineros fueron apresados. 
Entre ellos, estaban Pedro de Chindurza y Pedro de Tolosa, aunque después fueron repatriados. Fue en este lugar donde supieron que llevaban un día de retraso como consecuencia de haber navegado de este a oeste, dando la vuelta a la Tierra. Un descubrimiento más, comprobado empíricamente por la expedición. Elcano comprendió la situación, nadie puede aportarles ayuda, y puso rumbo final por la costa oeste del Atlántico hacia España. 

En el Atlántico, la carencia de alimentos se hizo sentir de nuevo. Durante días y días, los supervivientes navegaron sin probar alimento fresco. El escorbuto se cebó en los hombres, a los enfermos se les hinchaban las encías y se les caían los dientes, muchos murieron completamente extenuados entre grandes dolores. Sólo el indomable tesón de Elcano mantuvo la moral de sus hombres para hacer frente a tanta adversidad.

Cuando ya estaban cerca, una enorme tormenta desvía la nao Victoria hacia las portuguesas islas Azores.

Por fin, después de tres años menos catorce días de navegación, el 6 de septiembre de 1522 la expedición al mando de Magallanes-Elcano, tras recorrer 14.000 leguas, entraba en el puerto gaditano de Sanlúcar de Barrameda. Llegó con sólo 18 supervivientes, exhaustos, hambrientos y enfermos, a bordo de la nave Victoria, la única que quedaba de las cinco que partieron, eso sí, con las bodegas cargadas de especias. Misión cumplida.


PLACA HOMENAJE A LOS SUPERVIVIENTES DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO

Los 18 supervivientes que llegaron a Sevilla eran trece españoles, tres italianos, un portugués y un alemán: Juan Sebastián de Elcano, de Getaria, capitán; Miguel de Rodas, piloto; Juan de Acurio, de Bermeo, piloto; Antonio Lombardo (Pigafeta), de Vicenza, cronista; Juan de Arratia, de Bilbao, grumete; Juan de Zubileta, de Baracaldo, paje; Martín de Yudícibus, de Génova, marinero; Francisco Albo, de Axila, piloto; Hernando de Bustamante, de Alcántara, marinero y barbero; Nicolás el Griego, de Nápoles, marinero; Miguel Sánchez, de Rodas, marinero; Antonio Hernández Colmenero, de Huelva, marinero; Francisco Rodrígues, portugués de Sevilla, marinero; Juan Rodríguez, de Huelva, marinero; Diego Carmena, marinero; Hans de Aquisgrán, cañonero; Vasco Gómez Gallego, el "portugués", de Bayona, grumete; Juan de Santandrés, de Cueto, grumete.

De los 13 españoles, 4 eran vascos: Juan Sebastián de Elcano, de Getaria, capitán; Juan de Acurio, de Bermeo, piloto; Juan de Arratia, de Bilbao, grumete; y Juan de Zubileta, de Baracaldo, paje.


Elcano y la tripulación superviviente fueron socorridos en Sevilla por la rápida intervención, entre otros, del tesorero de la Casa de Contratación Domingo de Ochandiano y del escribano real Juan de Eguibar. Más tarde, marcharon para Valladolid ante la corte del emperador Carlos V. Allí presentaron a los indios que traían de aquellas remotas islas, los regalos de sus reyes, pájaros raros, producciones exquisitas, y las preciosas especias adquiridas. El cargamento traído en la nao Victoria era de 381 sacos de especias, con un peso de 524 quintales. Su venta en el mercado español y europeo cubrió los gastos de la expedición y arrojó un beneficio de 346.220 maravedíes.

El emperador llenó de honores a los héroes de tal hazaña, recibió personalmente a todos los supervivientes y, además, se preocupó de que fueran liberados los marineros apresados por los portugueses tanto en Filipinas como en Cavo Verde. Elcano recibió una cuantiosa renta anual y un escudo de armas cuya cimera, un globo terráqueo, lleva la leyenda Primus circumdedisti me (El primero que me diste la vuelta).

Tras el hallazgo, las Cortes de Castilla y de Portugal trataron de aclarar las diferencias contraídas sobre la pertenencia de las Molucas por medio de jueces instruidos, reunidos entre Yelves y Badajoz. El emperador convocó a Elcano, el gran testigo ocular de la verdadera situación de aquellas islas. Su voto y manifiesto fue razón de mucho peso y autoridad en las conferencias. Con su ayuda los castellanos impusieron sus argumentos sofocando la razón de los lusitanos, y en 1524, sentenciaron la titularidad de las Molucas a favor del emperador.

Apenas cuatro años después Elcano regresa al mar, se enrola en la expedición marinera de García Jofre de Loaysa para conquistar las Molucas. Muere el 4 de agosto de 1526 mientras atravesaba el Pacífico al mando del Espíritu Santo.

Hay un viejo dicho latino que Plutarco atribuye a Pompeyo y que la Liga Hanseática adoptó como lema: Navigare necesse este, vivere non est necesse (Navegar es necesario, vivir no es necesario).

REGRESO DE JUAN SEBASTIÁN ELCANO A SEVILLA,
POR ELÍAS SALAVARRÍA INCHAURRANDIETA (1919)

26/07/2021

Anselmo de Gomendio


Jefe de Escuadra participante en el sitio de Gibraltar de 1781, en el combate del cabo Espartel de 1782, en las expediciones a Argel de 1783 y 1784, en el combate de Trafalgar de 1805 en el San Ildefonso, y en la Guerra de la Independencia española de 1808-1814

ANSELMO DE GOMENDIO

Anselmo de Gomendio y Castillobeitia era natural de Oñate, donde nació en 1760.

En julio de 1776, sentó plaza de cadete en la Academia de Guardiamarinas del Departamento Naval de Ferrol. Ascendió a alférez de fragata dos años después, tras formarse en las ciencias náuticas de forma teórica en la academia como práctica a bordo de algunas expediciones marítimas.

Su bautismo de fuego tuvo lugar en el marco de la Guerra de la Independencia de las provincias norteamericanas, donde España apoyó a los sublevados junto a Francia frente a la Corona británica, entre loa años 1779 y 1783. Entonces, Gomendio participó en varios enfrentamientos "de cabotaje" contra los ingleses.

Estuvo en el sitio de Gibraltar de 1781 y la defensa de las baterías flotantes, al igual que la mayoría de los almirantes navales de su generación, como Cosme Damián de Churruca. Tras esta acción, Gomendio fue ascendido a alférez de navío.

En 1782, formaba parte de la flota combinada hispano-francesa compuesta por 46 navíos de línea que se enfrentó a un armada británica de 34 navíos en el combate del cabo Espartel. Aunque el teniente general era Luis de Córdoba en el Santísima Trinidad, estaba bajo la autoridad de Juan de Lángara, al igual que otros marinos vascos como Ignacio María de Álava o Tomás de Ayalde.

Participó en las segundas expediciones de Argel en 1783 y 1784, embarcado respectivamente en los buques Carmen y San Fermín, a las órdenes del almirante Antonio Barceló. Sobresalió en nueve ataques sobre el enclave, con gran acierto en sus decisiones, defendiendo al navío San Fernando. Al final de la campaña, fue ascendido a teniente de fragata y asumió el mando una bombarda, que le permitió cubrir con gran arrojo la retirada de las tropas, frente a un número superior de militares berberiscos. No obstante, resultaría gravemente herido.

BOMBARDEO DE ARGEL DE 1783

Durante la segunda mitad de la década de los 80, Gomendio formó parte de las flotas que protegían a los barcos mercantes de la Carrera de Indias en la ruta atlántica, su firme comportamiento para traer caudales le valió el grado de teniente de navío en 1790.

Entre 1792 y 1797, estuvo alternando acciones navales en el Mediterráneo, junto al almirante Lángara, y el Atlántico en la Guerra de la Primera Coalición que enfrentaba a la Monarquía española contra la Convención republicana francesa.

La Paz de Basilea y el Pacto de San Ildefonso de 1796 formalizaba una alianza política y militar con la Convención francesa, enfrentando a España otra vez contra Gran Bretaña, en la Guerra de la Segunda Coalición. Gomendio participó en la defensa de Cádiz de 1797, a las órdenes del almirante bilbaíno José de Mazarredo. Estaba al mando de las lanchas bombarderas de asalto pertenecientes al navío Concepción, con la que contuvo a los navíos británicos de Horatio Nelson en la entrada del puerto. El estrepitoso fracaso de Nelson en tal refriega determinó con el tiempo la estrategia británica de dar una batalla de aniquilamiento cercana a la costa, pero no en los puertos, como sucedería años más tarde en aguas cercanas al cabo de Trafalgar.

En esta escuadra que defendía el Departamento Naval de Cádiz se encontraban otros almirantes de renombre como Gravina, Escaño y Valdés, y otros vascongados que ya estaban alcanzando un prestigio como José Ramón de Gardoqui, Ignacio de Olaeta y José Justo de Salcedo. Los lugares de estos marinos volvían a ser comunes; cuando no se interrelacionaban sus servicios en expediciones de límites, hidrográficas o científicas, las relaciones personales se trababan en la defensa militar de costas y puertos.

COMBATE DE TRAFALGAR

En 1804, Gomendio obtuvo el grado de segundo comandante del navío San Ildefonso. Pronto estallaría la Guerra de la Tercera Coalición, la Francia de Napoleón volvía a enfrentar a España contra Gran Bretaña.

El 21 de octubre de 1805, tomó parte del combate de Trafalgar, embarcado en el San Ildefonso, de 2 puentes, 74 cañones y 716 marinos, bajo las órdenes de su maestro y amigo el comandante José Ramón de Vargas.

Comenzó el combate hacia el extremo sur de la línea que formaba la flota combinada hispano-francesa que dirigía con muy mal acierto el vicealmirante galo Villeneuve. Tenía por encima de la línea al Santa Ana, de 3 puentes y 120 cañones, al mando de Ignacio María de Álava y José de Gardoqui, y por debajo cubría con su eslora al Príncipe de Asturias del general de la escuadra española Federico Gravina, con 112 cañones. El navío San Ildefonso tenía como objetivo servir de escudo al navío capitana Príncipe de Asturias de Gravina. El propio Gomendio tuvo un papel fundamental en los hechos, así como en la narración posterior de lo acontecido.

A las 12 de la tarde, los buques británicos Defiance y Revenge atacaron por igual al Príncipe y al San Ildefonso desde el principio. Ante el tamaño del Príncipe, se sumaron al enfrentamiento el Thunderer y el Polyphemus. A la 1 y cuarto del mediodía fue herido el comandante José de Vargas, trasfiriendo el mando a Anselmo de Gomendio. Sobre las 1 y media salió del combate el Defiance completamente destrozado. Entonces, otros dos navíos entraron en batalla contra ambos españoles, el Swiftsure y el Defence, dando así paso a una acción escalonada por intervalos.

Sobre las 3 y cuarto de la tarde el Príncipe de Asturias logró virar y apartarse de los enemigos, que han quedado en muy mal estado. Ante la maniobra del navío de Gravina, los barcos ingleses, incapaces de seguirle, se retiraron también del combate. Todos ellos menos el Defence, que sobre las 4 de la tarde volvió a caer sobre el maltrecho San Ildefonso. El buque de Gomendio se hallaba ya desarbolado, con muchos balazos a flor de agua y sin gente para atender las baterías como consecuencia del número de heridos, es decir, sin capacidad alguna de lucha, mientras que la nave inglesa se encontraba en mucho mejor estado.

Gomendio intentó resistir al Defence algunos minutos más, no obstante, ante la desproporcionada cantidad de bajas, decidió rendir la nave a las 4 y cuarto, evitando así una mayor matanza. La rendición quedó verificada por el capitán George Hope del Defence y por el herido José de Vargas en presencia del agotado Gomendio, pues del buque capturado solo se sostenía el casco y el palo de trinquete. De los 716 marinos iniciales, 34 resultaron muertos y 126 heridos.

El drama y heroicidad demostrado por Gomendio se puede leer en su Parte del navío San Ildefonso:
"Parte complementario de Anselmo de Gomendio, segundo del San Ildefonso

En cumplimiento a la orden de V.S. de participarle por escrito las ocurrencias del combate del 21 del presente, después que V.S. se vio en la dura precisión de retirarse a causa de su herida, debo decirle; que los dos navíos que, a su retirada, batían a éste a tiro de pistola, conservaron la posición hasta la 1 y 1/2 de la tarde (el Defiance y el Revenge, el primero para apartarse luego definitivamente del combate tras otra andanada del Príncipe, y el segundo para proseguir la acción contra el buque de Gravina), a cuya hora fueron relevados por otros dos (el Thunderer y el Polyphemus, o bien el Thunderer y el Swiftsure, que si estaban atacando ya al Príncipe iniciarían ahora sus fuegos contra el San Ildefonso), los cuales me destruyeron considerablemente el aparejo e introdujeron muchas balas a la lumbre del agua, obligándome a poner en uso las bombas, y me metieron dentro muchos tacos incendiados, por los cuales se prendía fuego el alcázar y toldilla, cuya extinción conseguí con mucho trabajo; desarbolé del palo del trinquete a uno de estos dos navíos que me causaron tantas averías, y se retiraron del combate; a las 3 de la tarde, viendo que se dirigía para mí el navío Defence, que aún no había combatido (se refiere a no haber combatido contra el San Ildefonso), situándose por mi aleta de estribor, con un fuego muy vivo y sostenido, concluyó la obra que tanto avanzaron los otros cuatro anteriores, acabando de desarbolarme enteramente, matándome e hiriéndome mucha gente..."

Tanto José de Vargas como Anselmo de Gomendio fueron hechos prisioneros, siendo liberados semanas después, el 9 de noviembre.

El marino guipuzcoano ascendió a capitán de navío. De todas formas, desde la derrota de Trafalgar, sería testigo directo de la decadencia y destrucción del resto de la Armada de Carlos III con la Guerra de Independencia, los procesos de emancipación hispanoamericanos y la Primera Guerra Carlista. Había conocido el esplendor de la Armada ilustrada del siglo XVIII y sufriría las tragedias del XIX.

VISTA GENERAL DE COMBATE DE TRAFALGAR, POR JOSÉ MARÍA HALCÓN Y MENDOZA

Como otros marinos vascos, Gomendio defendió a España de la invasión francesa que supuso la Guerra de la Independencia entre 1808 y 18014. Entre los días 9 y 14 de junio de 1808, participó activamente de la captura de la Flota del almirante Rosilly Mesros, atracada en el puerto de Cádiz. En 1809, obtuvo el mando del navío Príncipe de Asturias, encargándose luego de la Mayoría General de la Escuadra del almirante Villavicencio hasta 1810.

En 1812, fue al puerto de Veracruz, en el Virreinato de la Nueva España, junto a Tomás de Ayalde, escoltando un convoy de tropas y regresando desde La Habana a Cádiz al año siguiente.

Después de hallarse sin destino en Cádiz, Madrid y Oñate, el brigadier Anselmo de Gomendio fue puesto al mando de la Comandancia de Marina de San Sebastián, en 1820, de la Capitanía del puerto de Pasajes, en 1821.

Por la defensa de sus ideas progresistas y liberales en el Trienio Liberal de 1820-1823, fue apartado de la Armada de Fernando VII durante la Década Ominosa. Tras el advenimiento del Estado Liberal por Isabel II, en 1833, obtuvo el alto grado de jefe de Escuadra y fue homenajeado recibiendo la Gran Cruz de San Hermenegildo.

En 1841, Anselmo de Gomendio falleció en su villa natal de Oñate.

ESCUDO DE ARMAS DE GOMENDIOCO

22/07/2021

Judíos medievales de Tudela


Se tiene constancia de que
comunidades judías ya estaban asentadas en las actuales tierras vascas y navarras desde la Hispania romana. En la Edad Media, su presencia fue importante en Vitoria-Gasteiz, La Bastida y Salvatierra-Agurain, así como en Segura, Orduña y Balmaseda.

En la Edad Media, las mayores comunidades judías estaban establecidas en Pamplona, en Estella y, sobre todo, en Tudela. En la aljama de esta última ciudad convivió más tarde un tercio de los judíos del Reino de Navarra. Pero siendo aún una taifa musulmana en poder de los Banu-Qasi, la cultura hebraica de Navarra experimentó un gran auge durante los siglos XI y XII.

Las mejores muestras literarias escritas en el Reino de Pamplona de aquel tiempo fueron hebraicas. La ciudad de Tudela, y en concreto su judería, la más importante de Navarra, fue el lugar de origen de tres judíos navarros ilustres y universales: Yehudah Ben Samuel Halevi, Abraham Ibn Ezra y Benjamín de Tudela. Estos tres sefarditas nacieron en Tudela, en una franja temporal de unos cincuenta años entre los siglo XI y XII, en un momento que es considerado como la Edad de Oro de la comunidad judía. Eran herederos de otros eruditos hebreos y contemporáneos de Maimónides y representantes de la poesía, la ciencia y los libros de viajes, siendo su conjunto una singular aportación a la cultura de ese momento.

FILÓSOFOS DE LA JUDERÍA DE TUDELA

Muchos fueron prestamistas, pero bajo restricciones que les prohibían, por ejemplo, los préstamos con intereses superiores al 25% o préstamos entre católicos. En el siglo XI, Ezmel de Ablitas fundó el primer banco navarro, en Tudela. Uno de los reyes de Navarra y Aragón era deudor de este rico comerciante que cobraba un 20% de interés; no pudiendo pagar su deuda dio en matrimonio a su hija con una gran dote.

En Tudela también se mantuvo una comunidad de musulmanes a los que se les llamaba moros o sarracenos, tras la reconquista por Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona, en 1119. No es de extrañar, porque esta villa ribereña fue fundada por ellos sobre la romana de Muskaria, en el siglo IX. Eran descendientes de los que conquistaron esas tierras y vivían en el barrio de la morería. Pagaban una tasa por su libertad, como el resto de súbditos por otros conceptos, y tenían autonomía para realizar sus actividades económicas o para la práctica religiosa.


Estos judíos y mudéjares eran parte esencial del tejido social del reino. Eran súbditos del rey, con excepción de unos pocos moros que lo eran de la Orden Templaria. Unos y otros vivían en barrios separados y tenían derecho a la práctica de sus ritos religiosos. Quizás los moros tuvieran un mayor nivel de estimación social que los judíos, por estar garantizados por capitulaciones de Alfonso I, mientras que los judíos podían contar con el amparo real. Aún así, este rey navarro-aragonés aprobó el Estatuto de los Judíos Najerenses.

Tudela se convirtió en un modelo de convivencia entre las tres culturas: Cristianismo, Islamismo y Judaismo. Las iglesias, mezquitas y sinagogas se mantuvieron junto a sus fieles en un ambiente de respeto y tolerancia.

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CALLE DE LA JUDERÍA DE TUDELA

Escuela de Traductores de Tudela contaba con una importante actividad cultural, sin bien no tanto como la Escuela de Traductores de Toledo, la más importante de toda la España medieval. Tudela y Toledo tenían relación antes y después de ser reconquistadas. La escuela tudelense se ocupaba de traducir al latín o al romance navarro-aragonés textos clásicos de la herencia greco-romana escritos en árabe o en hebreo, en materias como álgebra, alquimia, astronomía, biología, medicina, geografía, filosofía, etc.

Esta institución tuvo uno de los traductores del Corán al latín llamado Roberto de Ketton y que durante el reinado de Sancho VI presentó varias versiones de libros árabes sobre álgebra, astronomía y alquimia. Una de las obras más famosas fueron los comentarios a las tablas astronómicas del matemático Al-Jwarizmi, un científico formado en Bagdag. El traductor fue arcediano del cabildo pamplonés y, al final de su estancia en España y tras pasar por Toledo, estuvo trabajando en Tudela, como se documenta en la schola catedralicia de esta ciudad. Dicha schola poseía una importante biblioteca en la que trabajaban judíos y árabes que permanecieron en Tudela.

JUDERÍA DE TUDELA

El Reino de Navarra reconoció a los judíos como súbditos: poseían su propio fuero concedido en los municipios que residían y estaban asentados en sus propios barrios, como ocurría en el resto de reinos cristianos. El Fuero General de Navarra contenía disposiciones cuyos objetivos eran los de salvaguardar sus derechos en materia de religión, propiedad y justicia.

Sancho VI el Sabio renovó el Estatuto de los Judíos Najerenses para Tudela, donde había establecido su Corte Real, y lo extendió a otras juderías como la de Funes, en 1171. En Pamplona, autorizó la instalación de una comunidad de judíos, dotada con un estatuto similar al de Estella, en 1154.

Sancho VII el Fuerte trató muy bien a los judíos de Tudela, llegando a ponerlos bajo la protección directa de los muros del castillo.

A partir del siglo XIII, esta convivencia pacífica fue cambiando. En 1234, el papa Gregorio IX ordenó a Teobaldo I, primer rey de Navarra de la dinastía de Champaña, que impusiera a los judíos a llevar distinta vestimenta que los cristianos, según lo establecido en el Concilio General, lo cual no se practicaba en Navarra. Y es que la casa de los Champaña trató a los judíos benignamente.

En estos años de 1234 y 1235, Tudela sufrió unos disturbios contra los judíos, en los que habían muerto algunos de ellos, siempre bajo la tópica acusación de usura. Teobaldo I puso en marcha su sistema judicial para encontrar y encausar a los culpables. En febrero de 1235, el senescal del reino Ponce Dumey, jefe de la nobleza navarra, ordenó a los veinte jurados de Tudela la elección de cinco jueces. La sentencia se demoró hasta 1237, continuando los tumultos. Pero, los crímenes no fueron castigados ni los daños resarcidos.

Durante el reinado de Teobaldo II, Tudela era la ciudad más poblada de Navarra, con algo más de 7.000 habitantes, y a su vez la comunidad judía más numerosa, con cerca de 1.000. También Tudela era la población morisca por excelencia, con unos 2.500. Y de las 1.400 familias, 300 eran judías y 150 mudéjares. Tenían derecho a mercado y feria, y una feria anual de quince días desde 1251.

Pero con la llegada de la dinastía de los Capetos, fueron muy maltratados. Entonces, la judería de Pamplona fue destruida en 1276, y los Évreux les dieron cierta protección.

Muchos judíos habían llegado expulsados de Francia, convirtiéndose así en un grupo importante e influyente. Entonces, se produjeron revueltas contra judíos en Estella en 1328, año en el que también se incendió la judería de Tudela, y continuaron en Pamplona en 1355, y en Tudela en 1361.

Estos disturbios coincidieron con el antisemitismo clerical, la peste y hambruna de la que fueron chivos expiatorios. En este siglo se decretó su primera expulsión, que fue aprobada en Balmaseda.

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PASADIZO DE LA JUDERÍA DE TUDELA

En la provincia de Álava, aplicando las leyes castellanas, tomaron medidas de discriminación contra los judíos en 1428 y 1487, como la de no salir de sus barrios o la de vestir con distintivos.

Pero la primera gran expulsión fue la de 1492, mediante edicto papal que fue confirmado después por los Reyes Católicos: los judíos que no se convirtieran al Catolicismo serían expulsados. Aquellos judíos que se convirtieron al Cristianismo fueron llamados marranos de forma despectiva por los cristianos, aunque hubo conversos que mantuvieron su poder económico y que llegaron a ser consejeros y financistas de los Reyes Católicos.

Entonces, Tudela se convirtió en una ciudad de refugio para muchos sefarditas llegados de otros territorios de España. Llegaron a residir en Tudela unos 2.500 judíos, de los cuales 1.000 procedían de Castilla y de Aragón.

Pero esta expulsión generalizada se produjo también en el Reino de Navarra, en 1498, seis años después que la de Castilla. Unos 160 tudelanos de adscripción judía (no refugiados) se convirtieron al Cristianismo. Pero por desconfianza, se anotó el nombre de estos cristianos nuevos en un lienzo que se colgó en la catedral con el texto: "para que la limpieza de sangre se conservase y se pueda distinguir la calidad de los hombres nobles". Los tudelanos la denominaron "la manta", de la que tiraban o descolgaban para demostrar un origen converso. Allí permaneció hasta 1783, cuando fue retirada ya raída e ilegible. Y este hecho generó la vigente expresión "tirar de la manta" para delatar a alguien.

CATEDRAL DE TUDELA

En 1516, la Corona castellana ejecutó la expulsión de los ciudadanos de confesión musulmana de todo su reino. Se expulsó a los últimos musulmanes que vivían en Tudela, a excepción de que se convirtieran al Cristianismo, quedando unas 200 casas abandonadas. Poco tiempo después, todas las propiedades de los musulmanes fueron donadas gratuitamente a la Iglesia católica. La mezquita de Valtierra fue convertida en iglesia.

En cambio, en época renacentista nunca estuvo bien vista la persecución religiosa de la Santa Inquisición. En 1485, Tudela fue el lugar de refugio de los perseguidos de Aragón, negándose la población a que el Tribunal de la Santa Inquisición investigase el asesinato de Pedro de Arbués, primer inquisidor general del reino aragonés, mientras rezaba en la catedral de Zaragoza.

Poco después, en 1492, los tudelanos protegieron a unos herejes huidos de Aragón, incluso amenazando a los oficiales de la Inquisición con arrojarles al río Ebro.

En 1510, la ciudad encargó a sus procuradores en Cortes "que nos quiten de aquí a ese fraile que se dice inquisidor". Y es que la Inquisición se fundó en Castilla y Aragón en 1480, pero carecía de jurisdicción en Navarra.

Tras la anexión castellano-aragonesa, en 1513 se instaló un tribunal del santo oficio en Pamplona, aunque trasladó su sede a Calahorra en 1521, y luego a Logroño.

A pesar de que los Reyes Católicos decretasen las expulsiones de judíos y de musulmanes por cuestiones religiosas, eso no sucedió con la etnia de los gitanos, pues estos llevaban ya tiempo viviendo en territorio peninsular con cultura y credo cristiano. Los primeros apellidos de gitanos que aparecen en documentos del siglo XVI en Navarra son los de Bustamante, Hernández, Aragonés, Zamora, Malla, Heredia, Cortés, Campo, Ribera, Iturbide, Gaiferos, García, Navarro, Moyno y Moreno. En los siglos siguientes aparecen entre los gitanos los apellidos Barrutia, Echeberria y Aguirre.

En las Cortes de Tudela de 1549 se acordó que no entraran los gitanos en Navarra y que a quienes lo permitieran se les diese cien azotes. Dos años más tarde, las Cortes reunidas en Pamplona matizaron los azotes: solo serían castigados quienes tuvieran entre 14 y 60 años.

CASA-TORRE SEÑORIAL EN LA JUDERÍA DE TUDELA

19/07/2021

Conquista de Vitoria por Alfonso VIII de Castilla


La política urbana de los reyes navarros Sancho VI el Sabio y Sancho VII el Fuerte, conscientes en aumentar el número de villas de realengo, producía recelos en los caballeros alaveses, que veían disminuir sus tierras y el número de sus campesinos. Esta reducción del régimen señorial, resultado de su progreso socio-político, no gustaba nada a los señores vascongados. A su vez, se correspondía con la desconfianza creciente, observable desde tiempos de Sancho VI, de los reyes navarros respecto de los señores alaveses. Poco a poco, los dos Sanchos fueron quitándoles las tenencias de las principales fortalezas y sus tierras para encomendárselas a navarros nativos. Así, pierden las suyas el último de los Vela, Pedro Ladrón e Íñigo López de Mendoza, que fueron encomendadas a navarros.

La reorganización del territorio vascongado en aquellos años sentó las bases de su posterior inclinación hacia Castilla, en 1200.

ESTATUA DE SANCHO VII EN TUDELA

Ya, en marzo de 1199, previendo un posible ataque castellano, Sancho VII confió la tenencia de San Sebastián al navarro Juan de Vidaurre. Correspondían a la misma los castillos de Beloaga y Arzorocia.

En el curso de la guerra, Pedro Ladrón no había dudado en pasarse al rey castellano cuando éste, en 1198, y en su marcha hacia Treviño, comenzó a ocupar tierras alavesas. La Cofradía de Álava jugó un papel importante en la secesión respecto de Navarra y en la adhesión de gran parte de los territorios vascos al rey castellano. La cofradía representaba en algún grado la institucionalización de la vida político-social alavesa, ya que existía desde 1110. Dentro de un marco feudal, era lógico que los señores vascos calculasen lo que podrían beneficiarse del gran porvenir que se auguraba para Castilla en la mitad sur de la península.

En 1199, Alfonso VIII se dirigió contra Miranda, cruzó su puente sobre el río Ebro y avanzó sobre Álava y hacia San Sebastián. El avance castellano no fue un paseo, pues las guarniciones y tenentes navarros opusieron cerrada resistencia, notablemente los de Portilla y Treviño, que no se entregaron. Pero la población del territorio, desde luego, no opuso resistencia conocida a la conquista castellana. Posiblemente fuese por la vieja y larga unión con Castilla, antes de la efímera adhesión de los estamentos señoriales al rey de Navarra.

Pero no fue así con respecto a Vitoria, donde si que hubo una fuerte resistencia a la conquista castellana, ya que había sido fundada por Sancho VI el Sabio.

MURALLA DE VITORIA

El sitio de Vitoria por las tropas castellanas comenzó en junio de 1199. Alfonso VIII se unió a él en agosto, permaneciendo varios meses ante sus muros. Vitoria poseía un reformado sistema de murallas y muy bien emplazadas, y estaba defendida por un buen tenente, Martín Chipia. No obstante, dada la pequeñez de la plaza y la escasez de recursos humanos propia del Reino de Navarra, además de la creciente carencia de vituallas, los defensores vieron la situación objetivamente perdida, por lo que Chipia envió mensajeros al rey Sancho VII, que estaba en tierra de moros, para pedirle la venia de capitulación. Uno de ellos fue el obispo de Pamplona. Los comisionados regresaron con el beneplácito real, y Vitoria fue entregada antes del final de enero de 1200.

No había en el resto de Álava y Guipúzcoa fortificación comparable a la de Vitoria. Con su caída, el resto de Álava, Guipúzcoa y la Burunda (Navarra) se entregaron sin más dilaciones. Al menos seis tenentes navarros de castillo o fortaleza conservaron la reputación, a pesar de haber perdido las plazas por rendición o capitulación, como demuestra el hecho de que siguieron al servicio del rey navarro con otras encomiendas, como el propio Martín Chipia y Vidaurre. Tan solo uno de ellos, Martín Ruiz, falleció durante la defensa de Portilla (Álava).

ESTATUA DE ALFONSO VIII DE CASTILLA

Sancho VII se hallaba en Sevilla esperando la llegada de los embajadores del sultán, que estaba en Marruecos. Pero al estar en guerra con otras partes de su Imperio norteafricano, no pudo aliarse con el rey navarro. Regresó a Tudela a inicios del 1201. Había perdido el poder de los territorios de Álav y Guipúzcoa, incluidas las ciudades Vitoria y San Sebastián. Esta ciudad aún no pertenecía a la provincia, y además a ella estaban unidas Pasajes y Fuenterrabía, lo que hizo que Navarra perdiera territorio al mar para siempre.

Su intento de neutralización a Castilla tratando de tejer una alianza con los almohades había fracasado. En la tregua, intervino el papa Todo, en marzo de 1201. También tomaron parte de las negociaciones los señores de las tenencias de las comarcas mayores; ninguna otra institución tuvo influencia en la toma de posiciones ya que todas eran muy débiles en esas zonas del territorio vasco al carecer de obispado y de ciudades importantes. La Crónica de los Once Reyes dice que Alfonso VIII ganó veinticinco lugares y castillos, de los cuales retuvo catorce y devolvió once. Adquirió Treviño y Portilla, en Álava, y a cambio retornó Inzura, Miranda, Mendavia y Larraga, en Navarra.

Un caso de afiliación en sentido contrario al de la mayoría de los nobles vascos fue el de Diego II López de Haro, señor de Vizcaya, el hombre más influyente de la Corte castellana y alférez mayor de Castilla, cargo por el que alzaba el pendón real en las aclamaciones al rey. En mayo de 1199, estaba en Pancorbo (Burgos), dispuesto a la empresa militar. Pero en agosto había sido desplazado como alférez mayor por un hombre de la familia Lara, y aunque Diego siguió en la Corte hasta septiembre de 1201, poco después, según noticias del arzobispo Jiménez de Rada, se desvinculó de Alfonso VIII y se puso al servicio de Sancho VII. En una de sus incursiones contra los dominios del rey castellano, incendió Vitoria; era el Jueves Santo de 1202. En septiembre, los dos Alfonsos, el VIII de Castilla y el IX de León, le cercaron en Estella, ciudad que el de Haro había recibido como tenente de manos de Sancho. Desde luego, el cerco no dio resultado alguno, pero la desvinculación de Diego II López de Haro facilitó al rey de Castilla su total dominio del Señorío de Vizcaya.

Años más tarde, Diego II López de Haro regresaría a la Corte de Alfonso VIII, llegando a ser la vanguardia del ataque castellano en la batalla de las Navas de Tolosa.

MURALLA DE VITORIA

14/07/2021

Literatura juglaresca y clerical del Reino de Navarra


En los siglos de la Alta Edad Media del Reino de Navarra, se desarrollaron tres corrientes literarias entre el clero y el pueblo llano: el cantar juglaría, el mester de juglaría y el mester de clerecía.


1. CANTAR DE JUGLARÍA

El siglo XIII transformó los principios de la sociedad feudal y trajo el desarrollo de la poesía vernácula. En el caso de Navarra, es importante la influencia del Camino de Santiago como vía de introducción de nuevas ideas y corrientes. Por este camino iban y venían los juglares, que recitaban las poesías compuestas por los trovadores. A veces el trovador (compositor) hacía a la vez de juglar (recitante).

Algunos juglares navarros fueron Juan de Navarra, Sancho de Echalecu, Arnant Guillén de Ursúa, García de Churri... Pero también existieron juglaresas, como por ejemplo, una tal Graziosa, que recitaba en la Corte de Carlos III el Noble.

En el siglo XV, trovadores navarros que frecuentaron la Corte del Príncipe de Viana fueron Francesch de Mescua (Francisco de Amescua o de Amézcoa) y Juan de Valtierra.

En este contexto de la poesía cancioneril, destaca el famoso Cancionero de Herberay des Essarts, compuesto entre 1461 y 1464 en torno a la Corte olitense de la regente doña Leonor, infanta de Navarra, probablemente en el mismo Olite. En este cancionero escriben importantes poetas castellanos (Mena, Santillana, Macías, Alfonso de la Torre...) y también el navarro Carlos de Arellano, que está representando con dos poemas.

Hay que recordar unas coplas escritas en este siglo, devotas e ingenuas, que Carlos Idoate publicó en 1982, en la revista Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, cuyo tema es el elogio de la Eucaristía y la Virgen.



2. MESTER DE JUGLARÍA

La aportación navarra al mester de juglaría es más determinante. Su principal obra es el Cantar de Roncesvalles (o Roncesvalles navarro), que, en una copia con posible datación en 1310, constituye uno de los pocos restos conservados de la épica juglaresa peninsular. El hallazgo de este fragmento del Cantar de Roncesvalles confirma la existencia de cantares de gesta en suelo hispánico y en lengua vernácula, y fue publicado por Menéndez Pidal, el patriarca de las investigaciones sobre los cantares de gesta.

Sólo se conservan dos hojas escritas por las dos caras, con un total de cien versos, que entronca con el tema carolingio de la batalla de Roncesvalles y la derrota de Roldán y de los demás pares de Francia en los desfiladeros pirenaicos. El texto conservado describe la lamentación del emperador Carlo Magno ante los cadáveres de sus paladines, episodio recogido también en la célebre Chanson de Roland; pero destaca la ausencia de determinados detalles de la materia rolandina francesa. Estos versos corresponden a ese paisaje en que el emperador encuentra los cadáveres de los Pares
:
"Sacat al arçobispo d´esta mortaldade.
Levémosle a su terra, a Flánderes la ciudade.
El enperador andava catando por la mortaldade,
vido en la plaça Oliveros o jaze,
el escudero crebando por medio del braçale..."

En ese momento se escribieron otras composiciones inspiradas en hechos históricos, pero escritas en provenzal. Uno de los más famosos trovadores de ese momento fue Guillermo de Tudela, autor de la Cansó de la Crozada contra los erejes de Albergés (La canción de la Cruzada contra los albigenses).

Guilhem Anelier de Toulouse es autor de Las guerras civiles en Pamplona, poema también en provenzal de más de cinco mil versos dodecasílabos, repartidos en 104 tiradas, que incluye varios vocablos navarros, y cuyo valor es más histórico que literario.

El conde Teobaldo de Champagne, quién reinaría en Navarra en el periodo 1234-1253 como Teobaldo I, fue trovero más que trovador, es autor de unas cincuenta canciones (pastorales, serventesios, chansones, descorts o lamentaciones).



3. MESTER DE CLERECÍA

El mester de clerecía aportó a la literatura medieval navarra obras importantes como la Vida de Santo Domingo de Silos o los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, y también el Libro de Alexandre y el Poema de Fernán González.

Pertenecen al mester autores cultos que empleaban la cuaderna vía, es decir, escribir "a sílabas cuntadas, ca es gran maestría". En Navarra se dispone del poema llamado Roncesvalles latino, enmarcado en esta culta corriente literaria, pero cuya composición está escrita en latín y no en romance.

El Roncesvalles latino data de finales del siglo XII o principios del XIII, y es una composición de 42 estrofas en elogio del Hospital de Roncesvalles. Se conserva en los folios 89v-90v del Códice La Pretiosa de la Real Colegiata de Roncesvalles y fue publicado en 1884 por el padre Fita. Empieza así:
"Domus venarabilis, domus gloriosa,
domus admirabilis, domus fructuosa,
Pirineis montibus, floret sicut rosa,
universis gentibus, valde gratiosa"


GONZALO DE BERCEO