09/03/2017

Patrimonio artístico de las provincias Álava y Guipúzcoa


Hasta el siglo XX, el País Vasco apenas contaba con testimonios sobre su lejano pasado. Estos fueron apareciendo por la curiosidad de los espeleólogos o por pura casualidad, como es el caso de la mayoría de las cuevas rupestres localizadas a lo largo del corredor costero. Si sorprendente y tardía ha sido su localización, más lo es su belleza y la calidad de su conservación.

Hay muestras de todo, por ejemplo en la Venta Lapena de Carranza, en Vizcaya. En Santimamiñe, las cuevas de Cortézubi parecen salas de exposición de bellísimos ejemplares de caballos y bisontes, diseñados con una perfección majestuosa; en Goikolan, Berriatúa; en Altxerri, Aya, hay grabados y pinturas admirables, como lo son los caballos y bisontes de Ekain, en Deva, y las muestras de Arenaza en San Pedro de Galdames.


CUEVAS DE SANTIMAMIÑE, CORTÉZUBI


Los romanos, caracterizados por exhibir sus aportaciones, dejaron en estos territorios pocas huellas, excepto en las calzadas y oppidums que aún se conservan en Álava.

Sin embargo, resulta sorprendente la profusión de cuevas trogloditas en toda la franja limítrofe del sur de Álava, que sirvió de refugio a los introductores del Cristianismo en España. Ermitaños, santones practicantes de la vida monástica, benedictinos, etc., construían sus oratorios en las excavaciones rocosas y hasta sus propias tumbas, como pueden verse en el valle de Valdegovía, en el Condado de Treviño, en San Fernando.

Del visigodo, las muestras supervivientes son tan escasas como delicadas. San Pedro de Abrisqueta, en Arrigorriaga (Vizcaya), Astigarribia (Guipúzcoa) y San Julián de Zalduendo en Álava aportan ejemplos de arte religioso de esta época.

Sobre el Románico se debe anotar un hecho fundamental. Las iglesias y los edificios relevantes se levantaban en madera, el material de construcción más común, pero también el más frágil a la acción del tiempo. Ese es el motivo de que en Guipúzcoa y Vizcaya apenas queden huellas de esta manifestación artística medieval. En Álava y Navarra, el medio natural es diferente, de la misma manera que su situación geográfica era paso obligado a las peregrinaciones hacia Santiago de Compostela, en cuyo camino quedó un reguero de maravillosas obras románicas.


BASÍLICA DE SAN PRUDENCIO DE ARMENTIA


En Álava son testimonios del arte románico las iglesias de San Prudencio de Armentia, Estíbaliz y San Juan de Marquínez, construidas según el canon del ábside en forma de tambor. Las muestras de arte mayor alavés se concentran en los magníficos ejemplares con ribetes góticos del centro de Vitoria: la antigua colegiata y la actual catedral de Santa María y la preciosa parroquia de San Pedro. Es destacable el sorprendente pantocrátor y la bóveda de la iglesia de Gaceo, el modesto ejemplar de San Martín de Avendaño y la iglesia de Tuesta.

En Guipúzcoa son destacables las escasas portadas supervivientes al derribo de edificios frágiles, que apenas superan la docena y media de ejemplares. Es el caso de la portada de la iglesia de las Agustinas en Hernani, el cementerio de Pasajes de San Pedro, el presbítero de Igueldo, San Miguel de Urnieta, la iglesia de Idiazábal, con 79 motivos, la de Ugarte, la de Abalcisqueta y la puerta de la entrada al baptisterio en la iglesia de San María de Tolosa, además de pequeños detalles dispersos en la cuenca alta del Deva y muestras de Andra Maris (en Icíar y Juncal) y Cristos.


CONVENTO DE LAS AGUSTINAS DE HERNANI


Guipúzcoa no está tan escasa de arte Gótico como en románico. La causa principal es encuentra en que la mayoría de las poblaciones adquirieron naturaleza jurídica de villa durante esa época. La iglesia de San Salvador, en Guetaria, de tres naves y con planta adaptada al terreno, es un buen ejemplar. A dos pasos se encuentra la iglesia de Azquizu y, siguiendo la costa, San Pedro de Zumaya, que destaca su torre defensiva por encima del resto de los edificios. Santa María de Deva sobresale por su conjunto de variantes góticas mientras, ya en el interior de la provincia, hay que mencionar San Juan de Mondragón y San Miguel de Oñate, si se contempla desbrozando sus añadidos posteriores.

No es el caso de los edificios civiles de la costa, como el palacio de los Lili en Cestona, la Torre Lucea en Zarauz y la Casa Echeveste de Fuenterrabía, en Guipúzcoa, y el Portalón y la casa del Cordón, ambas en Vitoria.

En Vitoria se encuentran dos ejemplares singulares de gótico: la catedral de Santa María, concluida a finales del XIV, con un triple pórtico donde sobresale una bellísima virgen de ese siglo, y la iglesia de San Miguel, en el ángulo de la Plaza de la Independencia, y en cuyo exterior está expuesta una imagen policromada, también bellísima, de la patrona de Vitoria. Ya en la Rioja, son de obligado reconocimiento la portada de Nuestra Señora de los Reyes y la iglesia de San Juan Bautista, en Laguardia.


CATEDRAL DE SANTA MARÍA DE VITORIA


En escultura y aunque sólo sea porque les hicieron sin barba, quedan anotados los Cristos de Lezo y Azitain.

La pintura gótica que se conserva en Álava y Guipúzcoa responde a las huellas que dejó el intenso comercio que se mantenía con Flandes. De ella hay buenas muestras en el Museo de Vitoria y grupos escultóricos o trípticos en las capillas de San Bernabé en Zumaya, Aizarna, Vergara, Elgueta, Zarauz, Loyola y Lezo.

El mudéjar pasó de largo porque nunca llegaron hasta aquí quienes lo trabajaban y se expresaban en este estilo, de profunda influencia árabe; pero resulta curioso que las contadas muestras labradas y ornamentadas con ladrillo, según esta tendencia, fueron ordenadas por vascos que habían conocido el estilo durante su prestación de servicios a la Corona española. Es el caso de la torre de Loyola, elevada por un Pariente mayor exiliado en Jimena de la Frontera, y la Casa de Antxieta de Azpeitia, construida por el músico de Isabel la Católica. Otro tanto cabe atribuir a los artesonados de la Universidad de Oñate, realizados en 1552.


UNIVERSIDAD DE OÑATE


Frente a la divulgada imagen de sobriedad que caracteriza a los vascos, el Renacimiento arraigó aquí con más profusión que otras corrientes. La causa de este arraigo puede atribuirse a la coincidencia de un desarrollo económico de la región, fruto del Descubrimiento de América, y en el momento en que esta manifestación se producía. Es el caso de la villa artística por excelencia de Oñate, cuyo valedor, Rodrigo Mercado de Zuazola, estuvo tentado de emular a su coetáneo el cardenal Jiménez de Cisneros, construyendo una Universidad en su villa natal. Esta muestra del arte plateresco en el corazón de Guipúzcoa forma todo un conjunto en el que todos los elementos responden a una concepción global: la del humanismo renacentista, que profesaba su mecenas, el cual llegó a ocupar el obispado de Ávila.

A esta misma línea responde el museo de San Telmo de San Sebastián, edificado por el dominico fray Martín de Santisteban, formado en Salamanca. En Eibar, Azpeitia, Anguiozar y Aizama se mantienen restos de portadas de este primer Renacimiento, al que también pertenecen el coro de Santa María de Salvatierra, en Álava, y el Palacio Episcopal de Vitoria.

Su versión escultórica se refleja en el retablo y en el mausoleo del prócer oñacino, en la parroquia de San Miguel, y en el retablo de la capilla de la Universidad, lo mismo que en los de San Pedro de Vergara, Icíar, Ezquioga, Garagarza, los de San Bartolomé de Oiquiná y los grupos de la Piedad y el Descendimiento de Azpeitia y Hernani, esculpidos por Araoz (discípulo de Berruguete), que también dejó su impronta en Elgueta y Elvillar, ambas en Álava.



MUSEO DE SAN TELMO DE SAN SEBASTIÁN


El estallido del Barroco llegó al País Vasco cuando todavía se concluían las obras iniciadas durante el Renacimiento y comenzaban a sentirse los primeros síntomas de crisis que aquejaron a la época barroca en España. Lo más notable es la serie de monasterios que se levantaron en las tres provincias vascas, como resultado de la reforma de Trento, y cuyo baluarte fueron los jesuitas. La Basílica de San Ignacio es buena prueba de ello. La rama franciscana, impulsada por fray Miguel de Aramburu, echó sus raíces en Aránzazu, Mondragón y Tolosa, mientras las mujeres se establecieron en Azcoitia, Azpeitia, Eibar, Elgóibar, Segura, Mondragón, Tolosa y Zarauz. Los capuchinos, por su parte, se asentaron en Rentería y Fuenterrabía; los carmelitas en Zumaya y San Sebastián; las brígidas en Lasarte y Azcoitia, y las bernardas o cistercienses en Lazcano-Oquendo.

La basílica de Santa María, de San Sebastián, y las parroquias de San Bartolomé de Olaso en Elgóibar, San Martín de Andoáin y San Pedro de Pasajes, como el pórtico de Placencia de Armas, se levantaron en este mismo periodo, caracterizado también por la construcción de torres-campanarios en excelentes sillerías que daban gran presencia a los templos. Es el caso de Ibarra, Santa María y San Pedro de Vergara, Elgóibar, Escoriaza, Fuenterrabía, Andoáin, Usúrbil, Hernani, y las de Usarte, Orbiso, Bernedo, Bujanda, Arrieta, Oyón, San Pedro de Treviño, Mendata, Argote, Páriza y Antoñana.



BASÍLICA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


Sin duda, lo más destacado del barroco fue la contrapartida civil de la contrarreforma, auspiciada por las Cortes de Toledo, de donde partió el ordenamiento para que todas las villas y ciudades que no tuvieran edificio propio para albergar los consejos municipales, lo habilitaran en el plazo de dos años.

Esta iniciativa, tomada con cierta relajación en el País Vasco, se plasmó con cierto retraso, sin perjuicio de su profusión y calidad o la menor o mayor importancia de los ayuntamientos. En casi todos ellos, excepto en el caso de San Sebastián, se nota una influencia del barroco afrancesado como en Oñate, Mondragón o Elgóibar. Entre los municipios menos poblados merecen destacarse los de Anzuola, Legazpia, Asteasu, Albistur y Ataun.

En su faceta escultórica destacan, además de los señalados, los retablos de Laguardia, Oyón, Lapuebla, Elciego, Navaridas, Barriobusto, Moreda y Baños, en Álava.



RETABLO PRINCIPAL DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LOS REYES EN LAGUARDIA


De los siglos XVIII y XIX sobresalen los arquitectos Ventura Rodríguez, Silvestre Pérez y Olaguíbel, a quienes les fue encomendada la reordenación urbana de San Sebastián y Vitoria, respectivamente. Los primeros, y a causa del incendio que había destruido San Sebastián, dejaron su firma en San María y en la plaza de la Constitución; Olaguíbel lo hizo en la célebre solución de los Arquillos, el Ayuntamiento y la plaza Nueva de Vitoria.

En el siglo XX y, en particular, a partir del vencimiento de su primera mitad, es cuando el arte vasco muestra sus rasgos propiamente autóctonos, que cuajan en la creación de la Escuela de Arquitectura de San Sebastián, impulsada por Peña Ganchegui.

Anteriores a esta materialización, figuran las obras de los Cortázar y Aizpurúa; las iglesias de la Coronación, de Fisac y García de Paredes, y la Casa de la Cultura, de Fernández Alba, en Vitoria, donde Peña Ganchegui ha levantado la iglesia de San Francisco, y las casas frente a la catedral nueva, en la calle Dato y la plaza de los Fueros, en colaboración con Chillida. Sus realizaciones guipuzcoanas pertenecen a Motrico, Oyarzun y Ataun y las de Oriol Ibarra a la sede de los Estudios Universitarios y Técnicos de Guipúzcoa, en San Sebastián.

La escultura, como la arquitectura, adquiere en este siglo una identidad vasca fulgurante, cuyos primeros embates proceden del desastre de la Guerra Civil. Beobide no pudo alcanzarlo, pero sí la llamada generación rebelde, encabezada por Oteiza (Arántzazu), Chillida (El Peine del Viento, Plaza de los Fueros), y el vizcaíno Néstor Basterrechea (Fuente de Irún, Iztueta, Baroja, Pasajes).



PEINE DEL VIENTO

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