07/05/2016

Obispos foraneos en Navarra y obispos navarros fuera del Reino


La designación de obispo de Pamplona era un asunto de vital importancia para la Corona española, que a través del obispo se aseguraba el control y la fidelidad de la Iglesia navarra. Esta cuestión fue muy importante durante el siglo XVI. A la vez, los reyes pretendían reformar la Iglesia navarra, antes incluso del Concilio de Trento y mucho más después de él, de la misma forma que habían hecho con las Iglesias del resto de España.

A partir de 1538 los reyes españoles designaron a obispos castellanos para ocupar la sede episcopal de Pamplona, que sobre todo en el siglo XVI se distinguieron por su actividad reformadora. Ningún navarro se volvió a asentar en ella hasta 1735-1742, en que lo que hizo Francisco de Añoa y Busto, natural de Viana. Un cuarto de siglo más tarde el cargo recayó en otro navarro, el baztanés Juan Lorenzo de Irigoyen y Dutari (1768-1778).

Mientras tanto las peticiones del reino se sucedieron para lograr que el cargo de obispo de Pamplona recayera en un navarro. En 1538, el chantre pedía que se nombrara entre los canónigos del cabildo. Pronto la protesta se trasladó a las Cortes del reino, donde el obispo presidía el brazo eclesiástico. En 1550, las Cortes protestaron porque sus miembros tenían que ser navarros y el obispo Álvaro Moscoso no había querido naturalizarse como navarro, porque creía que el empleo del cargo convertía de facto en naturales del reino a los obispos. La protesta se reiteró en varias ocasiones. A partir del 1580 los obispos solicitaban, no obstante, su naturalización como navarros, a los que accedían las Cortes.

IGLESIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA EN ROMA

A partir de 1638 y 1642, la Diputación y las Cortes dieron un paso más, pues pidieron al monarca Felipe IV que el nombramiento de obispo se hiciera alternativamente entre naturales del reino y extranjeros, sistema vigente en Aragón desde 1626. Las peticiones se repitieron en sucesivas vacantes episcopales hasta 1664. El asunto volvió a tratarse en las Cortes de 1757, pero entonces un memorial anónimo atribuido al prior de la catedral, Fermín de Lubián y Sos, demostró que el sistema vigente beneficiaba a los navarros, que disfrutaban en el resto de España de mayores y mejores cargos eclesiásticos que los atribuidos a extranjeros en Navarra. 

Desde 1513, los cargos de obispo de Pamplona, prior de Roncesvalles y deán de Tudela habían sido ocupados casi siempre por castellanos y, en raras ocasiones, por clérigos de la Corona de Aragón. A su vez los cargos eclesiásticos que gozaban los navarros en Castilla excedían a estos en número, renta y esplendor. En aquellos momentos, por ejemplo, había canónigos navarros en once catedrales y una colegiata castellanas.

En efecto, la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla no supuso una relegación del clero navarro, sino más bien lo contrario, puesto que los navarros fueron promovidos a los más altos cargos de la Iglesia española. Y ello temporalmente, a mediados del siglo XVI, como ejemplo de la superación de los prejuicios derivados de la conquista y de las reticencias hacia los navarros. Ya entonces dos navarros fueron elegidos para gobernar simultáneamente la sede primada de Toledo y el arzobispado de Valencia. El primero fue el dominico fray Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo (1557-1576). El segundo era Francisco de Navarra, agramontés opuesto a la conquista castellana, que ocupó los cargos de obispo de Ciudad Rodrigo y Badajoz y arzobispo de Valencia (1542-1563). Con todo, el siglo XVI sólo aportó 3 obispos navarros y su episcopado se prolongó durante 46 años.

BARTOLOMÉ DE CARRANZA, OBISPO DE TOLEDO

El siglo XVII triplicó o duplicó ampliamente estas cifras, pues se cuentan 11 navarros es sedes españolas y su gobierno se extendió durante 107 años. Como es lógico, son más frecuentes en sedes vecinas como Calahorra y las de Aragón (Jaca, Tarazona, Huesca, Barbastro y Teruel), a pesar de que desde 1533 estaban expresamente vetadas a los navarros por decisión de sus cortes. Pero también se hicieron presentes en Galicia (Orense, Tuy y Mondoñedo) y otras sedes lejanas como Badajoz, Salamanca o Cartagena. Conforme más se pedía el nombramiento de navarros para Pamplona, con resultado infructuoso, más eran designados los navarros para otras sedes, de tal forma que en esta centuria el balance temporal se inclina levemente hacia la segunda realidad.

El balance del siglo XVIII es netamente favorable a los navarros, que además de ocupar en dos ocasiones y durante 17 años la sede propia (1735-1742, Francisco de Añoa y Busto, y 1768-1778, Juan Lorenzo de Irigoyen y Dutari), proporcionaron 17 obispos a las sedes españolas y 9 a las hispanoamericanas. 12 de ellos fueron promovidos por Felipe V, que quiso premiar de esta forma la fidelidad de los navarros a la causa borbónica en la Guerra de Sucesión. En conjunto gobernaron sus diócesis 184 años, tiempo que duplicaba ampliamente los 83 años en que la diócesis de Pamplona estuvo gobernada por obispos no navarros. Las tornas han cambiado respecto al siglo XVI y ahora los navarros inclinan a su favor la balanza.

Para percibir el calado de la presencia de obispos y arzobispos navarros en las restantes diócesis españolas conviene reproducir su listado:

Astorga
Matías Escalzo y Acedo (1747-1748)

Ávila
Rafael de Múzquiz y Aldunate (1799-1801)

Badajoz
Francisco de Navarra (1546-1556)
Diego del Castillo y Artiga (1658-1658)
Gabriel de Esparza (1659-1662)

Barcelona
Bernardo Jiménez de Cascante (1725-1730)

Burgos
José Javier Rodríguez de Arellano (1764-1791)

Cádiz
José Cipriano Escalzo y Miguel (1783-1790)

Calahorra
Juan Juaniz Echániz de Muruzábal (1647-1656)
José de la Peña (1663-1667)
Gabriel de Esparza (1670-1686)
Pedro Luis de Ozta y Muzquiz (1785-1789)

Cartagena
Martín Francisco Juaniz de Echálaz (1695-1695)

Ciudad Real
Francisco de Navarra (1542-1545)

Gerona
Juan Agapito Ramírez de Arellano (1798-1810)

Huesca
Francisco Navarro de Eugui (1628-1641)

Jaca
Tomás Cortés de Sangüesa (1607-1614)
Luis Diez de Aux Armendáriz (1617-1622)

León
Martín de Celayeta y Lizarza (1720-1728)

Lérida
Jerónimo María de Torres (1783-1816)

Lugo
Juan Sáenz de Buruaga y Ortiz de Landaluce (1762-1768)

Mondoñedo
Juan Juaniz de Echálaz (1645-1647)

Orense
José de la Peña (1659-1664)
Juan de Arteaga y Dicastillo (1707-1707)

Osma
Juan de Palafox y Mendoza (1653-1659)

Salamanca
Gabriel de Esparza (1662-1670)

Segovia
Juan José Martínez Escalzo (1765-1773)

Urgel
Luis Díez de Aux Armendáriz (1622-1627)
Simeón Guinda y Apeztegui (1714-1735)

Tarazona
Juan Redín y Cruzat (1577-1584)

Teruel
Tomás Cortés de Sangüesa (1614-1624)

Toledo
Bartolomé Carranza de Miranda (1557-1576)
Juan Antonio Pérez de Arellano, auxiliar de Madrid (1739-1756)

Tuy
Miguel Ferrer (1656-1659)
José Larumbe Malli (1745-1751)

Valencia
Francisco de Navarra (1556-1563)
Francisco Yanguas y Velandía, ob. Gobernador (1720-1726)

Zaragoza
Juan Sáenz de Buruaga y Ortiz de Landaluce (1768-1777)
Francisco Añoa y Busto (1742-1764)

JUAN DE REDÍN Y CRUZAT, OBISPO DE TARAZONA

A mediados del siglo XVIII, se había llegado a una situación de plena integración de los navarros en la Iglesia española, de tal forma que extraños al reino regían la diócesis de Pamplona, mientras que navarros estaban repartidos por varias diócesis españolas. Desde que en 1538, los reyes españoles comenzaron a nombrar los obispos de Pamplona y hasta el año 1800 la diócesis estuvo gobernada por dos navarros durante 17 años, mientras que durante 255 años la rigieron obispos nacidos fuera de Navarra. Durante este mismo período de tiempo 29 navarros se habían repartido por 25 sedes episcopales de toda España y las habían gobernado durante 289 años. El saldo era netamente favorable a los navarros. Si se tiene en cuenta que la diócesis de Tudela se creó en 1783 y su primer obispo durante 12 años fue un navarro (Francisco Ramón de Larumbe, 1784-1796), las cifras apenas cambian, pues sólo se elevan a 259 años la cifra de obispos ajenos en sedes navarras, que sigue siendo inferior en tres décadas a las de navarros en sedes españolas.

Las diferencias a favor de los navarros se incrementan en una docena de obispos y casi un siglo y medio de gobierno, si se atienden los datos provenientes de las diócesis de Hispanoamérica y alguna de Europa.

La consideración del origen de los obispos no debe olvidar, por otra parte, que en la esencia de su misión ocupa un lugar muy importante la identificación con sus diócesis y con su población, lo cual matiza el peso específico de sus orígenes, cuestión que es válida tanto para los no navarros que rigieron las diócesis de Pamplona como para los navarros que estuvieron al frente de otras diócesis españolas. El deseo de la monarquía de intercambiar las personas de los obispos y sus lugares de origen se identifica con la univesalidad de la Iglesia, trasciende fronteras y ámbitos locales, aunque durante la Edad Moderna estén caso siempre cerradas las fronteras nacionales, de acuerdo con los principios de las monarquías absolutas.

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