Han sido varios los autores que a lo largo de la historia de la villa guipuzcoana de Arrasate-Mondragón han dejado por escrito esta actividad, desde el cronista Esteban de Garibay en su Compendio historial en el siglo XVI, hasta Baltasar Melchor de Jovellanos y Santiago Palomares en la Ilustración. En época reciente, y realizando una historiografía más científica y moderna, destacan Julio Caro Baroja, Genaro Rosado Rosado y José Ángel Barrutiabengoa. Son destacables las publicaciones de José Antonio Azpiazu en El acero de Mondragón en la época de Garibay, y Ramiro Larrañaga en Espaderos vascos en Toledo.
Desde la Edad Media, la economía de Mondragón ha girado en torno a la metalurgia, generando una época de esplendor en el siglo XVI. Según el cronista real dejó escrito en su Compendio historial: "…, como por ser pueblo de mucha contratación, donde se labrava grande abundancia de acero y hierro, y otras mercadurías…"
La primera causa de esta revolución metalúrgica fue la cercanía de la peña de Udalaitz, al norte de la villa, con 1.092 metros en su cima, límite de Vizcaya y Guipúzcoa, y en cuyo subsuelo se formaron las venas de mineral de hierro.
Además, el rey castellano Alfonso X el Sabio, al poco tiempo de fundar la villa aforada en 1260, ordenó que las "venas de la ferrería de Mondragón se labren en la villa". Es decir, "que las aizeolas bajen al núcleo urbano para transformarse en agorrolas que emplean la fuerza hidráulica". Así es como aquellas primeras ferrerías de montaña se ubicaron en las calles de Olarte y de Ferrerías, junto al río Deva.
En las primeras ordenanzas de la Cofradía de San Valerio quedó patente que la mayor parte de los casi 1.900 mondragoneses vivían entonces a la extracción y laboreo del mineral de hierro para la obtención del acero y su transformación artesanal en la "cal de las ferrerías".
INDUSTRIA ARMERA DE MONDRAGÓN |
La actividad metalúrgica tenía tres fases: de extracción, de base y de transformación final.
La extracción del mineral se realizaba por los venaqueros en el monte Udalaitz, del que se tienen indicios de que había acero natural.
La segunda fase del proceso se realizaba en las ferrerías masuqueras. En ellas se fundía el hierro, consiguiendo que las impurezas fluyeran formándose una capa líquida que impide que el Dióxido de Carbono fuese expulsado al exterior. Ese CO2 y, por lo tanto, parte del carbono quedaba diluido en la masa, el hierro se enriquecía y obtenían la raya.
La última fase correspondía a las ferrerías tiraderas, que introducían la raya en el horno con el carbón y mineral o trozos de hierro, y así obtener el acero. Después llegaba la prueba de la fractura para comprobar la calidad de acero. Se hacía necesaria la cercanía del cauce de un río, en este caso el Aramayona. Mediante unas tenazas, el tirador introducía la barra caliente en el agua para templar la punta, la enfriaba y rompía, y observaba si tenía suficiente calidad. El ensayo decidía si el grano era fino, y se consideraba apto; pero si el grano era basto, tenía que seguir afinándolo.
Según José Antonio Azpiazu, en el siglo XVI "eran cuatro las ferrerías masuqueras que funcionaban en la villa: Zalgibar, Zubiate, Legarra e Ibarreta". Las ferrerías tiraderas se contaban entre 60 y 70, y la mayoría se localizaban en la calle Olarte.
MONTE UDALAITZ |
Este proceso metalúrgico de dos fases de transformación era característico y exclusivo de Mondragón, así como el método de forja que empleaban sus espaderos. Así lo dejó escrito uno de los principales políticos de la Ilustración española, Baltasar Melchor de Jovellanos. Según este, los espaderos mondragoneses alternaban barras cuadrados de acero y hierro de manera que se conjugaban las características de la tenacidad del hierro y la dureza del acero.
Según Genaro Rosado, una buena espada mondragonesa debía:
"tener dureza, tenacidad (resistencia a los golpes), flexibilidad, actitud para pinchar y cortar, y sobre todo, aptitud para adquirir temple otra vez después de reparar y amolar. Si era una espada de acero de Mondragón se podía volver a templar, pero las que se fabricaban por ejemplo en Solingen (Alemania), no. Una vez que habían pasado por la piedra esmeril se había acabado el acero. Porque solamente estaban carburadas, es decir, aceradas, en la superficie."Este experto ha comprobado que los métodos de forja eran distintos en Mondragón y en Toledo. En la capital del Tajo consistía en un "alma de hierro puro y dos tejas de acero de Mondragón".
"La operación más delicada era la puntada, que consistía en unir el alma y las dos tejas un punto, y a partir de ahí desarrolla la forja en distintas fases que correspondían a 3 caldas sucesivas. Era un sandwich. Es lo que veríamos si seccionamos una espada."A continuación venía el templado. El acero forjado, "que es dúctil y maleable, lo metemos en el horno, lo calentamos y lo enfriamos rápidamente para obtener un acero templado, que es duro y frágil. Por lo tanto hay que ablandarlo de alguna manera y se le da un revenido a baja temperatura (unos 300 grados). Y así obtenemos un material duro, tenaz, flexible y templable."
Era una técnica refinada de soldadura de barras de acero, a "la calda", a martillo sobre yunque, difícil de realizar correctamente y dominada por aquellos maestros espaderos.
FORJA DE ESPADAS EN FRAGUA DE MONDRAGÓN |
En 1775, el rey Carlos III comisionó al técnico Santiago Palomares para la organización de la Real Fábrica de Espadas de Toledo. Entonces, elaboró una detallada relación de todos los espaderos que habían labrado espadas hasta el siglo XVIII. En la llamada Nómina de Palomares, Santiago dejó escrito que:
"El acero que gastaban en la fabricación de espadas en Toledo, desde sus principios era el de la fábrica antigua de Mondragón, única en España por aquellos tiempos, celebrada casi por todo el mundo por rica y abundante y cuya espadas después de algunos siglos subsisten hoy de calidad tan sobresaliente que son apreciadas por las mayor parte de las naciones del mundo por su fortaleza, hermosura y finísimo temple."Estas alabanzas al acero de Mondragón eran coincidentes con las descripciones tan favorables que, dos siglos antes, hizo sobre la industria de su villa natal Esteban de Garibay. Según su Compendio historial de la Historia de España:
"También se labra hazerro, pero en sola la villa de Mondragon, siendo el mas fuerte, que se sabe hacer en parte alguna, en tanto grado, que aunque de espada, o otra cualquiera arma, labrada d'este metal, se tornen a hacer cinco y seis cosas, en cada una tornando al fuego, nunca pierde su rigor y fortaleza, lo que el hazero de Milan y otros hazeros no hanian; porque tornando segunda vez en el fuego, se convierten en hierro, perdiendo la fortaleza que como hazero devrian tener. A esta causa los herreros de Castilla quieren mas el hazero de Milan, porque con ser tan blando, que casi es hierro, gastan menos carbon, tiempo y trabajo, y como después lo hecho es hecho, no tiene cuenta con mas, de que una vez se venda la cosa y allá se avengan el dueño, y lo que lleva. D'este hazero se gasta en Navarra, y mucho mas en Francia, y poco en Castilla. Abunda esta tierra de diversos géneros de armas, assi offensivas, como defensivas, que en ella se labran, especialmente arcabuzes, moxquetes versos, y otros instrumentos de fuego, que mas que en otra parte se labran en Mondragon y Vergara, y mucho mas en Plazencia. Armas de bastas, con sus hierros, picas, lanças, medias lanças, dardos y dardes, azcones, y en Portugal chuças, y otras armas y herramientas sotiles de cuchillos y cosas a ello adherentes en Tolosa y Vergara…"
Como dejó constancia Garibay, los arcabuces, mosquetes y otras armas de fuego llegaron a ser de tal extraordinaria calidad y fama que se comercializaron por gran parte de Europa y a los Virreinatos del Imperio español.
ARCABUCEROS DE LOS REALES TERCIOS |
Análisis metalográficos e investigaciones documentales ratifican la excelencia del acero de Mondragón y mineral de Udalaitz y lo complejo de la elaboración, demostrando una absoluta coincidencia entre los procesos descritos por los archivos y los datos obtenidos por análisis científicos modernos.
Cuando Garibay escribió que "nunca pierde su rigor y fortaleza, lo que el hazero de Milan y otros hazeros no hanian" no se trata de un invento del cronista vasco. Existieron pleitos de la época que trataban de defender la calidad del acero mondragonés de la de otros mercados extranjeros. Los fabricantes de Solingen en Alemania y de Milán en Italia frecuentemente marcaban sus productos, de inferior calidad, con la marca de conocidos maestros espaderos vascos, para hacerlos pasar como productos fabricados por ellos.
La dimensión del fraude debía ser importante, pues se adoptaron medidas para evitar confusiones o mezclas con otros aceros menos competitivos. Así, en 1553, las Juntas Generales de la Provincia de Guipúzcoa trataron el asunto y prohibieron su importación por el daño que se causaba a sus forjadores.
Según el historiador José Antonio de Azpiazu en su obra El acero de Mondragón en la época de Garibay, la calidad de este acero era muy considerado en los Reales Tercios de Infantería españoles, y los administradores y veedores reales imponían una serie de condiciones a los fabricantes. Entre las condiciones para la construcción de los arcabuces y mosquetes, había una especialmente clara: las llaves de las armas de fuego habían de ser construidas con acero de Mondragón.
ARCO DEL PORTAL DE ABAJO EN ARRASATE - MONDRAGÓN |
Toda una población de más de dos mil habitantes "nada labradoriegos", en palabras de Garibay, vivía en torno a una industria metalúrgica con gran presencia en los mercados más importantes de la época, incluido Toledo. Y, desde Sevilla, se embarcaban las espadas y otras armas con destino a los virreinatos del Imperio español.
Según otro historiador vasco, Ramiro Larrañaga, para la fabricación de armas blancas en Toledo, se empleaba el acero de Mondragón. La villa guipuzcoana era la única que por aquellos tiempos disponía de materia prima de tan excelentes cualidades y de la misma "procedían los hermosos aceros donde tuvieron origen las inimitables espadas toledanas".
Quienes apreciaron este acero fueron los franceses. Compañías mercantiles mondragonesas comerciaban con las principales ciudades portuarias del Atlántico francés. A su vez, comerciantes franceses compraban directamente en Arrasate a través de sus factores establecidos en San Sebastián y Bilbao.
Pero las venas del mineral férrico del monte Udalaitz comenzaron a escasear, coincidiendo en el tiempo con el declive de la industria militar espadera que marcó la derrota de los Reales Tercios de Flandes en la batalla de Rocroi en 1643. Ahí comenzaba la decadencia que pondría fin a uno de los capítulos más gloriosos de la historia de Mondragón.
MONUMENTO A LA INDUSTRIA EN ARRASATE - MONDRAGÓN |
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