El Romanticismo fue un movimiento político y cultural de la Europa del siglo XIX basado en la mixtificación de algunas realidades históricas, proyectadas en contra de la pluralidad y complejidad de los hechos históricos mismos. Apareció allí donde unos hombres sienten la imposibilidad de continuar la realidad, y asumirla, o de combatirla. En este sentido es una actitud arcaizante, signo de decadencia de una civilización.
Consiste esencialmente en la sublimación de un fracaso no asumido. Se da preferentemente en aquellos pueblos que sienten la humillación de su decaimiento sin ser capaces de someterse o de rebelarse, y en aquellas personas que añoraban el antiguo orden de cosas, pero que estaban socialmente demasiado situados para querer, con voluntad firme, una auténtica restauración.
La rebeldía romántica tiende a crear mitos de grandeza con aquellos hechos históricos que no se han asimilado. Muchas fantasías retrospectivas sobre las Provincias Vascongadas y Navarra buscaron su justificación y hasta su supremacía en lo más remoto, ya que no pudieron encontrarlas en los datos históricos y científicos. Menos todavía si se tiene un idioma que carecía de literatura escrita hasta el siglo XVI, en pleno Siglo de Oro de las Letras Españolas.
FIESTA VASCA, POR JOSÉ ARRUE |
El Movimiento Romántico vasco-navarro estuvo formado por literatos, editores y artistas de origen vasco, navarro y vascofrancés, que definieron la nueva identidad étnica decimonónica, pero desde un punto de vista cultural, y no tan político o religioso. Para ello, inventaron un conjunto de ideas, mitos y símbolos sobre el País Vasco y Navarra y sus gentes que ensalzaban también su diferencia y singularidad.
Entres los poetas estaban Eusebio María Azkue, Jean Baptiste Elissamburu, Felipe Arrese Beitia, autor de piezas elegíacas sobre la agonía de las libertades vascas, y José María Iparraguirre. Este último fue autor en los años cincuenta de la composición musical, Gerniko Arbola (El árbol de Guernica), que expresaba la inquietud de los vascos por la conservación de sus Fueros, y que hizo pública en su café de Madrid y luego cantó en teatros, plazas y romerías de todo el País Vasco despertando entusiasmo.
Hubo publicaciones culturales en las capitales provinciales: en San Sebastián la Euskal-Erría; en Bilbao la Revista de Vizcaya; en Vitoria la Revista de las Provincias Vascongadas; y en Pamplona la Revista Euskara. Los principales editores del movimiento fueron Juan Eustaquio Delmas o Eusebio López. Estas publicaciones dieron cabida a leyendas y reseñas de las novelas fueristas, así como a farragosos artículos sobre temas históricos.
Los pintores románticos desarrollaron una pintura histórica, académica, que recurría a la temática legendaria de las viejas crónicas y de sus recreaciones románticas. Sus máximos representantes fueron Anselmo de Guinea, Mamerto Seguí y Antonio Lecuona. También estudiosos del folclore, antropólogos, mecenas, etc.
AURRESKU, POR VICENTE ANSOLEAGA |
Entre los literatos de la primera generación destacaron Antonio Trueba, Francisco Navarro Villoslada, Joseph Augustin Chaho, José María Goizueta, Juan Venancio Araquistáin, Sotero Manteli o Juan Eustaquio Delmas.
El vascofrancés Joseph Augustin Chaho está considera como el iniciador de este Movimiento romántico, con delirantes e inexistentes fundamentos en sus teorías que tanta influencia aportaron tanto al Fuerismo como más tarde al Nacionalismo. Destacó por su Iluminismo: la idea de una revelación original común a toda la humanidad; y por crear numerosas leyendas y mitos que trataban de generar elementos de convicción que no pudo encontrar en la historia.
Sus obras más destacadas en la exposición de sus tesis fueron escritas en francés y no en vascuence: Voyage en Navarre pendant l’insurrection des basques (Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos), escrita en 1836 y Aitor. Légende Cantabre (Aitor. Leyenda cántabra), en 1843.
Su fábula de Aitor fue la creencia mitológica más exitosa entre los literatos románticos. Se trataba de un nuevo patriarca originario de Babel antes del diluvio universal, Aitor fue el verdadero poblador de Euskal Herria, de raza aria, y diferente al clásico Túbal, que fue el poblador de España, de raza hebrea. Creó el nombre Aitor a partir de la expresión aitoren seme, que significa "hijo de buen padre", una expresión similar al castellano "hidalgo", empleada para designar la baja nobleza. Este mito fue un elemento más en la diferenciación con respecto a los españoles, consiguiendo aportar mayor verosimilitud en su locura ideológica y peculiar identidad vascongada. Y el nombre generó una polémica sobre su etimología, ya que la literatura romántica lo convirtió en un personaje legendario.
ATANDO BOYA, POR IGNACIO UGARTE |
El navarro Francisco Navarro Villoslada fue el creador de la mayor obra literaria-histórica del Romanticismo euskaro y que mejor definió el pensamiento de este movimiento filosófico-político: Amaya o los vascos en el siglo VIII. Esta obra fue continuista del mito ario de Aitor, inventado por Chaho, pero, Villoslasda llegó más allá en la demencia y locura de su creador, afirmando que los siete hijos de Aitor poblaron cada una de las siete provincias o herrialdes que conforman Euskal Herria. Afirmaba también que el pueblo vasco era superior y estaba predestinado a ser centro mundial.
A partir de la década de los cincuenta, esta literatura eclosionó definitivamente en las Provincias Vascongadas. La publicación de Leyendas Vascongadas en 1851, por José María de Goizueta, inauguró lo que con el tiempo se denominó como Literatura fuerista histórico-legendaria. Esta literatura difundió en exitosas novelas el estereotipo de un pueblo vasco de costumbres patriarcales, cuna y refugio de libertades ancestrales, celoso defensor de su secular régimen político, no sometido a dominación extranjera alguna.
En sus Leyendas, Goizueta idealizaba la identidad el pueblo vasco:
"... con su idioma magnífico, original, a ningún otro parecido; con su imaginación brillante y poética; con sus costumbres sencillas, patriarcales; con su amor idólatra hacia sus montañas; con sus creencias profundamente arraigadas; con sus asombrosos adelantos; sus virtudes innegables; con su admirable administración digna de ser imitada."
Lo mismo había escrito en 1849 el ruralista por excelencia, Antonio Trueba en su obra El Señor de Bertedo.
Además aparecieron varias leyendas breves como Jentil Zubi de Juan Eustaquio Delmas publicada en el Semanario Pintoresco Español en 1849.
La segunda generación de literatos románticos nació en el segundo tercio del siglo XIX, y escribió durante la Restauración borbónica. Sus más claros representantes fueron Arturo Campión, Juan Iturralde y Suit, Nicasio Landa, Vicente Arana, Ricardo Becerro de Bengoa, etc. Todos ellos se sumergieron de lleno en lo que se ha dado a llamar en Renacimiento Éuskaro, un importante movimiento literario que tuvo lugar en el último tercio del siglo XIX, desarrollado tras la abolición foral de 1876 y la consiguiente reacción fuerista. Lo característico de este Renacimiento es que se desarrolló casi todo en lengua castellana, salvo contadas colaboraciones de escritores guipuzcoanos publicadas en Euskalerría y los lore-jokoak (Juegos Florales) de las fiestas éuskaras.
Durante este periodo destacaron las obras:
Capítulos de un libro sentidos y pensados viajando por las Provincias Vascongadas, de 1864, y el Bosquejo de la organización social de Vizcaya, de 1879, de Antonio de Trueba
Tradiciones Vasco-Cántabras, de 1866, y El Basojaun de Etumeta, de 1889, de Juan Venancio Araquistáin, autor continuista de las teorías vascocantabristas
La dama de Amboto, de 1869, y Aránzazu. Leyenda escrita sobre tradiciones vascongadas, en 1872, del vitoriano Sotero Manteli
Los últimos iberos. Leyendas de Euskaria, en 1882, y Jaun Zuría o el Caudillo Blanco, en 1887, de Vicente de Arana
Don García Almorabid, en 1889, Arturo Campión.
JUEGO DE BOLOS, POR JOSÉ ARRUE |
En 1877, se reunían Juan Iturralde, Arturo Campión, Esteban Obanos, Nicasio Landa, Aniceto Lagarde, Florencio de Ansoleaga, Antero de Irazoqui, Fermín Iñarra, Salvador Echaide, Estanislao Aranzadi y Hermilio de Olóriz con la finalidad de establecer una sociedad para fomentar el Fuerismo. Entre los literatos de esta escuela se repitieron machaconamente los tópicos raciales, cristianos e identitarios, mitos y leyendas fueristas tan característicos de su movimiento romántico. Sin embargo, en ningún caso hablaron de ruptura con España.
Y en 1878, Juan de Iturralde y Arturo Campión fundaban en Pamplona la Asociación Euskara de Navarra con el objeto de conservar y propagar la lengua, literatura, legislación e historia vascas y navarra. Esta sociedad fue la materialización del Movimiento fuerista y del Romanticismo literario en Navarra. Juan Iturralde y Suit era nombrado secretario, presidente de la sección de etnografía, historia, arte y legislación, y director de la Revista Euskara. Más tarde entraría a formar parte posiblemente su literato más influyente, Francisco Navarro Villoslada.
El otro fundador fue el historiador pamplonés Arturo Campión, que además fue presidente honorario de la Sociedad de Estudios Vascos. Defendiendo la idea del viejo Reino de Navarra como un territorio identitario basado en la raza vasca y el euskera. De esta idea derivó hacia el Nacionalismo navarrista pero no independentista. Fue precursor del Navarrismo vascófilo, aunque su particular ideología política proponía una España federal. Incorporó otra idea nueva más tarde utilizada por Sabino Arana: la bajeza de la raza castellana frente a la raza vasca.
En su obra de carácter narrativo e histórico Euskarianas, publicada en 1896, regresaba al mito de Aitor, patriarca de la raza étnica de los vascones, propuesto por Chaho. Son narraciones breves, escritas algunas en euskera, rebosantes en ocasiones ternura e imaginación, aunque destacan otros ingredientes como el fuerte sentimiento de la naturaleza, la preocupación de la fidelidad geográfico-histórica, la minuciosa pintura de los personajes vasconavarros, arquetipos de la idiosincrasia del país, etc.
Otro que también ensalzó la defensa de la ley foral navarra, así como del uso del euskera en Pamplona fue el militar, escritor, historiador y geógrafo Julio Altadill nacido en 1895. Insistía en la pureza primigenia del pueblo navarro, la cual se iba deteriorando por el contacto con sus vecinos, desgracia que habría que evitar. Encontró en el Ruralismo aldeanista la esencia de la vida pura, mientras que en las ciudades se concentraba toda la maldad. Esta idea campesina también fue desarrollada por Arturo Campión.
Para Altadill, el Baserri, la vida en el campo, el mundo aldeano era la esencia de la sociedad vasca, frente a la contaminación de costumbres que traían los inmigrantes o "maketos". Esta idea de Altadill también fue adoptada por Sabino Arana.
Ataldill, junto a Iturralde y Campión, creó el mito de Amayur como defensa a ultranza de Navarra frente a la invasión castellana de 1512-1515, que tanta influencia tendría en el Nacionalismo aranista así como en el Navarrismo más puro.
CORDELEROS VASCOS, POR AURELIO ARTETA |
El más notable poeta de la Asociación Euskara fue Herminio de Olóriz, nacido en Pamplona en 1854, que definió Navarra como Basconia y a los navarros como bascones. Defendió la patria navarra siendo el generador de un Nacionalismo navarrista, una ideología localista, instituyendo un himno foral además de una cartilla foral. Aunque en otro tipo de consideraciones se asemeja bastante al Dogmatismo aranista, tampoco propuso una ruptura con España.
Gregorio de Iribar y Sánchez, nacido en Estella en 1854, introdujo el sofisma basado en la unidad de vascos y navarros para defender sus señas de identidad y fueros frente al gobierno español del signo que fuese. Esta idea estuvo muy presente en Sabino Arana. Al igual que Serafín Olave, reivindicó el carácter navarro de La Rioja.
Serafín Olave y Díez aportó la incorporación de la Baja Navarra francesa al viejo Reino. Es curioso que el sofisma de este andaluz, nacido en Sevilla en 1831, pasara como préstamo tomado por Sabino Arana, una vez más.
Otro que volvió a proponer la unidad política, territorial y cultural vasco-navarra fue militante carlista Gervasio Etayo y Eraso, nacido en Sesma en 1855. Pero este foralista insistía además en la idea de la raza euskara y la historia comunes a vascos y navarros. Añadió que los fueros eran pactos entre Navarra y el estado, formando parte de la legislación peculiar del viejo Reyno de Navarra.
En cambio, Arturo Cayuela Pellizari, nacido en Pamplona en 1851, supo renovar el sentimiento patriótico navarrista, pero también el amor patrio hacia toda España.
Juan Mañé y Falquer, nacido en Torredembarra en 1834, publicó su influyente obra El Oasis. Viaje al País de los Fueros en 1878. Se trata de una apoteósica e idílica descripción del País Vasco y Navarra, calificando a ambos territorios en de verdaderos oasis de valores positivos frente a la sequía del resto de España. En su dogmatismo fuerista resaltaba la espiritualidad y valores del Cristianismo, mucho más practicados por los vascos que por el resto de los habitantes de la nación. Su Fuerismo entroncaba del Catolicismo tradicional español y en la idea de la sana sociedad euskalduna que adopta los valores cristianos, frete a la enferma sociedad del resto de los españoles ateos y liberales. Sabino Arana se apropió de esta idea descabellada, fundamentando su nacionalismo en el dogma católico apostólico y romano.
Por último, el sacerdote Evangelista de Ibero, natural de esta villa que le vio nacer en 1873, publicó el famoso A mi vasco, en 1906, dedicado a Sabino Arana. En esta obra llegó a afirmar que "el nacionalismo vasco es el sistema político que defiende el derecho de la raza vasca a vivir con independencia de otra raza". En De Ibero se confluyeron las mixtificaciones forales de los fueristas que le precedieron con los postulados nacionalistas de Sabino Arana. El resultado no pudo haber sido otro.
ROMERÍA VASCA, POR JOSÉ ARRUE |
Pío Baroja parodió a esta literatura y sus implicaciones. Para contrarrestarla, propuso con ironía su alternativa que fue la creación de una República del Bidasoa como "un país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes y sin carabineros", junto a su casa de Vera de Bidasoa, en la frontera entre Francia y España.
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