En el siglo XVI, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa eran parte integrante del Reino de Castilla, aunque cada una se gobernase de un modo particular. Cada uno de estos tres territorios se constituía en su interior de espacios jurisdiccionales complejos y heterogéneos, que articularon su unidad entre los siglos XVI-XVIII.
El Señorío de Vizcaya, con derechos distintos en la tierra llana y en las villas, se distinguía de las Encartaciones y del Duranguesado. La provincia de Guipúzcoa no contenía al condado de Oñate o el valle de Leniz, formada a partir de una Hermanad de villas, como ocurrió con la Hermandad de Álava. Se gobernaban por Juntas generales y una Diputación general, además de por un corregidor (Vizcaya y Guipúzcoa) o alcalde mayor (Álava) enviado por un rey.
A todos los efectos, los originarios de estos territorios eran castellanos, sin diferencias esenciales, por ejemplo, con respecto a los gallegos, asturianos o burgaleses. Como a estos últimos, se les gobernaba desde el Consejo de Castilla y se les juzgaba en la Chancillería de Valladolid. Se regían por leyes o fueros distintos, que no tenían representación en las Cortes, contribuían fiscalmente de un modo particular, y su régimen aduanero no era el más común, pero se hacían excepciones semejantes con Asturias, Galicia o las Canarias, por ejemplo.
ALAVESES MEDIEVALES |
Los vizcaínos del siglo XVI, no habían sufrido conquista alguna por los castellanos durante los siglos anteriores, tampoco concibieron otra realeza que la castellana, ni tenían una dinastía propia a la que apoyar. Les importó siempre encontrar un soporte jurídico-legal que favoreciese la integración de sus naturales en la nueva y potente Monarquía española en condiciones ventajosas.
Los privilegios forales vascongados, gestados y materializados fundamentalmente en la Baja Edad Media, constituyeron una suerte de contrato implícito entre el Rey y los naturales del Señorío y las provincias, en virtud de los cuales premiaban con el derecho de ventajas fiscales y mercantiles dentro de los territorios de la Corona imperial, así como a organizarse administrativamente con cierta autonomía. A cambio tenían el deber de constituirse como barrera defensiva frente a las amenazas militares, dinásticas (de Valois y Borbones) e ideológicas (de la Reforma y, más tarde, la Revolución) que acechaban a la Monarquía española desde Francia e Inglaterra.
Este statu quo, en cierto modo característico de las regiones ultra-periféricas de los estados en cualquier época y latitud, garantizó durante siglos un gran equilibrio social y territorial, poniendo fin a los abusos de los Parientes Mayores, protegiendo los gremios artesanales y comerciales de las villas y ciudades, eximiendo del pago de ciertos tributos, beneficiándose del establecimiento de aduanas interiores en cada provincia, y ordenando la sociedad a nivel municipal y provincial (Diputaciones y Juntas), bajo una jurisdicción superior representada por el Corregidor real, la Chancillería de Valladolid y el Consejo de Castilla.
En un momento, en el cual la sociedad española canonizaba determinados valores, los vizcaínos se presentaron como hombres nobles, limpios de sangre y de linajes antiguos, ya que ser origen noble, de pureza de sangre y perteneciente a un antiguo linaje familiar eran tres requisitos muy relacionados entre sí y que resultaba una adecuada carta de presentación para triunfar en la nueva Monarquía española.
El Fuero Viejo de Vizcaya (1452), y con mayor claridad, el Fuero Nuevo (1526) recogían la afirmación de que todos los vecinos del Señorío eran "hidalgos", esto es, nobles. En realidad, lo que no existía, al igual que en Guipúzcoa y en algunos valles de Álava y de Navarra, era una distinción entre "plebeyos" y "nobles" del modo que era común en gran parte del resto de España y en Europa. Sus peculiaridades fiscales y jurídicas y, sobre todo, ciertos mitos sobre su origen, apuntaban más bien a que no eran "plebeyos", a diferencia de los "pecheros", no pagaban los servicios ordinarios de las Cortes, dependían de una sala propia en la Chancillería de Valladolid y, sobre todo, se consideraban que procedían de linajes antiguos y de solar conocido.
Como todos los habitantes de la cornisa Cantábrica y de los Pirineos, jugaba a su favor que en aquellas montañas se habían refugiado los godos y, más importante, no se habían contaminado con sangre musulmana y que por su valor militar iniciaron la Reconquista. Además, los vascongados contaban con una ventaja adicional, la de hablar una lengua prehistórica, servía de argumento para probar su antigüedad y la pureza de su sangre.
Vizcaínos y guipuzcoanos lograron que los tribunales de Castilla reconocieran su hidalguía universal, propios de una nobleza de sangre, de origen inmemorial y que se incorporasen libremente a Castilla. El Fuero Nuevo, sancionado por Carlos V, habría reconocido los méritos de los que son acreedores.
VASCONGADOS MEDIEVALES |
A principios del siglo XVII, la hidalguía universal de los guipuzcoanos y vizcaínos se convirtió en inatacable, cuando el rey terminó por sancionar esta interpretación. Entonces, la hidalguía era presentada como "originaria" y no otorgada como un privilegio, y que se basaba en la convicción de que sus naturales habían permanecido incontaminados de razas impuras.
Las razones se basaban en dos argumentos:
Por un lado, desde finales del siglo XV, los simples "habitantes" o "moradores" no tenían los mismos derechos que los vecinos; las solicitudes de avecinamiento se examinaban con rigor, exigiendo certificados de hidalguía y limpieza de sangre, evitando judíos, moros y gitanos.
Por otro, fueron muy influyentes las interpretaciones de algunos escritores, en algunos casos asalariados de las autoridades provinciales de Vizcaya y de Guipúzcoa, como son los casos del bachiller Juan Martínez de Zaldibia o el licenciado Andrés de Poza.
La Suma de las cosas cantábricas y guipuzcoanas (1564), del mondragonés Zaldibia, es una de las tantas "corografías" que se escribieron por toda España en el siglo XVI. La del guipuzcoano es una descripción de la provincia y un elogio de sus hombres, privilegios, valor militar, limpieza de sangre y fidelidad que avalaban a toda nobleza de origen, sirviéndose en la descripción de dos elementos no estrictamente guipuzcoanos: Túbal y Cantabria.
Las tesis del Vasco-tubalismo que narraron Zaldibia y otros, habían reconocido a Túbal, nieto de Noé, como el patriarca y el primitivo poblador de España y muchas ciudades se gloriaban de haber sido fundadas por él, siendo las tierras guipuzcoanas las primeras pobladas por Túbal y sus hijos. Partían de la convicción de que en "Cantabria" se había preservado la lengua de los primeros habitantes que la poblaron después del diluvio, que era el vascuence (o euskera), y con ella la sabiduría primigenia y las buenas costumbres originarias de los "túbalos". En el resto de España, también poblada por los hijos de Túbal, se habría perdido el vascuence por las conquistas y colonizaciones de civilizaciones exteriores. Para Zaldibia, Guipúzcoa sería la Cantabria, cuya localización disputaban cronistas de la baja Edad Media: un territorio que defendió su libertad.
El ambiente sociológico de la España de la Contrarreforma, caracterizado por la obsesión con cuestiones relativas a la honra y el linaje, influyó en la psicología colectiva de los vizcaínos de la época, más aún, viendo reconocida su hidalguía universal.
Los vizcaínos se vieron encumbrados así a la categoría de auténtico grupo de influencia político-militar, detentando secretarías reales, capitanías y puestos en la curia judicial y la jerarquía eclesiástica, de tal modo que las tesis de Hiperespañolismo tubalista o de acendrado hispanismo tomaron carta de naturaleza en cronistas como Zaldibia, Poza, Echave, Garibay y otras gentes de letras del siglo XVI y XVII.
VASCOS CONTEMPORÁNEOS |
Estos escritores formularon una ideología solariega que publicitaba la calidad particular de los "vizcaínos" y que sirvió para sustentar carreras en la corte de la Monarquía hispánica, y ocupar cargos destacados y relevantes en las instituciones militares, económicas, financieras y administrativas. Según Jon Juaristi, estos vascos de la Corte patrocinaron la idea de que eran los "primeros españoles", descendientes de Túbal, que no habían sido conquistados, sino que guardaban el idioma y las esencias de los primeros pobladores, siendo nobles y limpios de sangre desde los orígenes.
Estas ideas habrían servido a aquella "clase escriba vizcaína" para conquistar posiciones en la Corte, desplazando a los judeoconversos que ocupaban hasta entonces aquellos cargos y para rivalizar con los otros "cántabros", los hidalgos montañeses (actual Cantabria), que seguían una dinámica paralela.
La competencia a lo largo de los siglos XVI y XVII entre "vizcaínos" y "montañeses" por espacios de poder en la Corte y en los virreinatos americanos, o por el control de las fuentes de riqueza al servicio de la Corona, como la construcción naval o el transporte marítimo, dieron lugar a una producción de tratados o escritos propagandísticos que pugnaban por la primacía de unos u otros.
Esta dinámica al servicio del rey estuvo muy relacionada con prácticas literarias y elaboraciones de discursos que tuvieron un gran significado para la construcción de una identidad y la escritura de determinada historia provincial y local.
En este proceso de "producción de sentido" participaron, desde el siglo XVI, literatos como el bachiller Juan Martínez de Zaldivia, Esteban de Garibay, Andrés de Poza, Baltasar de Echave o Lope Martínez de Isasti, cuyas familias o ellos mismos participaban en este fenómeno, escribieron sobre la historia de España y contribuyeron a formular una ideología que impuso en la Monarquía hispánica el concepto de superioridad particular de los vascos: el Cantabrismo vizcaíno.