Un suceso mitológico fue el detonante de la toma de Calahorra por parte del rey pamplonés García III Sánchez. La leyenda se remonta al año 1044 y sostiene que durante una partida de cetrería en la que el rey había cruzado el río Najerilla, encontró dentro de una cueva una imagen de la virgen sobre una piedra. El hallazgo impulsó al rey levantar el Monasterio de Santa María la Real y fundar la Orden de la Terraza. Parece que este suceso está en el origen de la decisión de García III de tomar la ciudad de Calahorra, en la actual Rioja.
Pero, además, la conquista fue precedida por dos golpes militares de García contra territorios islámicos con el apoyo de la taifa de Toledo. El primero, devastando tierras y cosechas en Zaragoza en el verano de 1044. El segundo, siete meses después, saqueando amplias zonas próximas a Tudela.
En noviembre del año 1044, acudieron a una convocatoria del rey García, su hermano Fernando y su hermanastro Ramiro. Junto a ellos asistieron seis obispos: Álava, Nájera, Pamplona, Urgel, Oca y Palencia, además de los grandes magnates de los reinos. Llegaron a un acuerdo para lanzar estrategias de los ejércitos y buscar el momento propicio para el asalto.
Durante cinco meses antes del ataque, se hicieron grandes talas de árboles en los montes de San Millán y Cameros; después se fueron aprovechando los de Nájera y Viguera para la fabricación de ingenios de guerra como catapultas, arietas y trabucos, que también se obtenían de la madera de la sierra de Isasa, sobre el Arnedo y Peralta, donde se trabajaban estas armas necesarias para el combate. Otras armas defensivas y ofensivas como casquetes, lorigas, cotas de malla, escudos, adargas, espadas, dardos, arcos y útiles de zapador eran fabricados por los herreros del Pirineo navarro y Vizcaya, y la artillería por los armeros de Álava, Nájera y Pamplona.
Se preparó una numerosa hueste con recluta en todas las provincias de la corona, bajo los senescales (jefes de la nobleza), señores de las villas, oficiales y emisarios del rey, sus príncipes y sus prelados. Todas las milicias se fueron concentrando en la gran meseta del camino de Nájera y ciñeron la ciudad en atacar por la parte de Nájera y cortar así los posibles socorros por la parte de Tudela.
Las murallas de Calahorra descendían en fuertes pendientes hacía el río Cidacos y la vega del Ebro. En el recinto amurallado, la puerta de poniente embocaba con el camino de Nájera.
El inicio de la contienda tuvo lugar el 30 de abril de 1045. No se dispone de una crónica fiel de la batalla, y algunos relatos que se conservaron tienen un carácter más o menos literario, e incluso son una exaltación hiperbólica.
Los historiadores convienen en paralelismos y contrastes existentes en la reconquista de ciudades tan importantes como Calahorra o Barbastro. Esta última fue también reconquistada varias veces, la primera en el año 1063 por un ejército cristiano con tropas llegadas desde otros reinos de Europa con la indulgencia papal. Y, aunque perdida en el 1064, con dura lucha las dos veces, fue definitivamente rescatada del islam en 1100. Aunque la diferencia esencial con Calahorra es que esta había sido ya una ciudad cristiana a finales del siglo X. Desde el año 923, conquistada por Sancho I Garcés y con la ayuda del rey asturiano Ordoño II, se mantuvo cristiana hasta el 966. También esto explica porque en 1045 no hubo una resistencia feroz de musulmanes puros, pues la numerosa presencia de cristianos mozárabes desde el interior de la ciudad siempre podía operar como una columna de ataque desde dentro.
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