La Guerra de Flandes enfrentó a la Monarquía española con las diecisiete Provincias de Unidas de los Países Bajos, con el fin de conseguir la independencia. La sublevación contra el monarca hispánico se inició en 1568 y terminó en 1648 con la firma del Tratado de Westfalia y el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas que hoy forman Holanda. Las provincias que hoy forman los estados de Bélgica y Luxemburgo permanecieron leales a la Corona española. Tras un periodo de alto el fuego entre las potencias enemigas conocido como Pax Hispanica, el conflicto se reactivó desde 1618 hasta 1648, cuya denominación recibe el nombre de Guerra de los Treinta Años.
Durante el transcurso de esta guerra tuvo lugar la batalla naval de las Dunas, entre las armadas española y holandesa, tuvo lugar el 21 de octubre de 1639 en la rada de las Dunas (The Downs), cerca de la costa del condado de Kent, en Inglaterra.
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ANTONIO DE OQUENDO EN EL COMBATE DE LAS DUNAS |
En agosto de 1639, se formó en Cádiz una escuadra de 23 barcos y 1.679 hombres de mar para operar contra Francia y Holanda al mando del donostiarra Antonio de Oquendo y Zandategui, hijo del heroico Miguel de Oquendo y Segura. Junto a Oquendo estaban los almirantes Tomás de Echaburu, Martín Ladrón de Guevara, Lope de Hoces, Pedro Vélez de Medrano, Jerónimo Masibriadi y Mateo Ulajani. Esta flota estaba formada por el sistema mixto de contrata y embargo, llevando barcos de España, Ragusa, Nápoles, Dinamarca y Alemania.
Salieron hacia Flandes, uniéndose en La Coruña a la escuadra de Dunquerque. Acompañaban a la escuadra 12 transportes ingleses que llevaban tropas. La misión principal era llevar tropas y dinero a Flandes.
A finales de agosto, llegaban a La Coruña los navíos de Antonio de Oquendo, fondeando fuera del puerto para permitir la salida del resto de la flota. Se reunían así las escuadras de los almirantes Andrés de Castro, Francisco Feijó, Miguel de Horna, Matías Rombau y Francisco Sánchez Guadalupe. Estas eran naves de asiento y embargadas, se calcula que eran 29 y que provenían de Vizcaya, la Hermandad de las Cuatro Villas, Galicia, Portugal y Flandes. Además, les acompañan 12 navíos ingleses fletados como transporte de tropas.
Entre todas llevaban, según las versiones extranjeras, 27.000 hombres. Algunas versiones españolas los reducen a 6.000. La realidad debió ser unos 14.000, de los que 8.000 eran hombres de mar y guerra y el resto, infantería.
Para el conde duque de Olivares los buques y dotaciones estaban en un estado excelente de preparación y adiestramiento, ya que según él "no había salido armada como esta desde la jornada de Inglaterra". Para el almirante Feijó, de la escuadra de Galicia, estaban faltos de todo, la gente era forzada, no había bastantes artilleros y tenían poca experiencia, etc.
El 31 de agosto, se hacían a la mar, yendo Oquendo en vanguardia, en su galeón Santiago, seguido por dicha escuadra de Dunquerque. Dejaban atrás los transportes ingleses que quedaban sueltos, lo que fue un error, ya que los holandeses apresaron al menos a tres, con 1.070 infantes.
En el Canal se encontraba a la espera una Armada holandesa. Según instrucciones del príncipe de Orange, habían dividido sus fuerzas en dos escuadras: una de 50 galeones y 10 brulotes, mandada personalmente por Maarten Harpertszoon Tromp, general en jefe, y otra de 40 buques y 10 brulotes, a las órdenes del almirante Johan Evertsen.
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COMBATE DE LAS DUNAS |
La flota española avistó las escuadras holandesas en el paso de Calais el 15 de septiembre al anochecer. Y, al amanecer del 16, Oquendo intentó abordar a la capitana holandesa, no consiguiéndolo y recibiendo a cambio numerosos cañonazos, que dejaron su nave casi desaparejada y con 43 muertos y otros tantos heridos. A lo largo del día se entablaron escaramuzas, con el único resultado de la voladura de una nave holandesa. El combate siguió el 17, entre escaramuzas y combate artillero, sin permitir los holandeses que los españoles se acerquen a tiro de arcabuz.
El 18 del mismo mes, se le unieron a Tromp 16 naves, pero se mantuvo la misma táctica. Cayeron en el combate los almirantes Guadalupe y Ulajani, estando a punto de ser apresado el galeón de éste. En estos tres días de combate, los contendientes agotaron toda la pólvora y municiones. Tromp entró en Calais, donde el gobernador le facilitó 500 toneladas de pólvora, le permitió reparar sus buques, desembarcar a los heridos y, en 20 horas, estaba de nuevo en la mar listo para el combate.
Oquendo podría haber hecho lo mismo en los puertos amigos de Mardique (Fort-Mardyck, a 10 km al este de Dunquerque) o Dunquerque. Pero, dudando del calado de sus galeones grandes, así como dada la proximidad de la rada de Las Dunas en la costa del condado de Kent de Inglaterra, y considerando que los ingleses eran neutrales, decidió refugiarse allí, para intentar aprovisionarse y reparar sus barcos.
Después de conseguir que los ingleses cediesen el fondeadero interior a los barcos españoles, Oquendo intentaba aprovisionarse de pertrechos de guerra, informando de su presencia al embajador de España en Londres y al gobernador de los Países Bajos, consiguiendo así refuerzo de marineros y soldados desde Dunquerque. Organizó transportes en buque ligeros para llevar a Flandes el dinero y los soldados que transportaba con ese destino.
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COMBATE DE LAS DUNAS |
El 27 de septiembre, aprovechando una espesa niebla, Oquendo organizó un convoy con 13 pataches y fragatas que acompañarían a 56 embarcaciones costeras (la mayoría pesqueros venidos de Dunquerque), y que llegó sin novedad a Flandes, pese a estar Tromp bloqueando la salida de la rada.
Tromp mantuvo una escuadra fondeada en la salida de la rada y otra navegando por el Canal. Disponía de entre 114 a 120 naves, entre ellas 17 brulotes. Algunos relatos cuentan que permitió el paso de buques de apoyo españoles con jarcias y arboladuras, para que Oquendo pueda reparar antes sus naves y así poder entablar combate.
El 20 de octubre, Oquendo llevaba un mes fondeado en la rada de Las Dunas, cuando llegaba el primer suministro de pólvora. Era escaso, pero lo repartió entre los galeones.
El general holandés tuvo noticias de ello, y decidió atacar antes de que los españoles se hubiesen rearmado completamente. Tras lanzar sus brulotes sobre la escuadra fondeada, los españoles picaban amarras y se hacían a la mar. Entre la confusión producida por los brulotes y una espesa neblina, solo consiguieron salir de la rada 21 buques para enfrentarse a más de 100 holandeses. Los demás caían en los bancos de arena y la costa de los Downs.
Tromp lanzaba tres brulotes contra la capitana de Oquendo. Este consiguió esquivarlos, pero uno de ellos se enganchó en la proa del galeón Santa Teresa, de Lope de Hoces, que se perdió envuelto en llamas.
La batalla se entabló con los galeones españoles peleando aislados contra fuerzas cinco veces superiores. Al anochecer, aprovechando la oscuridad, algunos españoles conseguían dejar atrás a sus atacantes dirigiéndose a Mardique, llegando la nave de Oquendo, la de Masibriadi y siete buques más de la Escuadra de Dunquerque.
Del resto de los barcos, nueve se rindieron, estando en tan mal estado que tres se hundieron cuando eran llevados a puerto holandés, y los demás embarrancaron en las costas francesas o flamencas para no entregarse al enemigo.
De los que habían varado en The Downs, nueve pudieron llegar a Dunquerque. Las perdidas españolas fueron estimadas por los holandeses en 43 buques y 6.000 hombres y las holandesas estimadas por los españoles en 10 buques y unos 1.000 hombres.
El resultado de toda esta expedición fue la derrota de la flota española, que perdió 43 buques. A pesar de eso, desde España se vio la acción de Oquendo como una gran hazaña, ya que había conseguido llevar los refuerzos y los caudales al Ejército de Flandes, y salvó a la capitana y al estandarte real ante fuerzas abrumadoramente superiores.
Olvidan que, si en lugar de encerrase en la rada de Downs, se hubiese dirigido a los puertos de Flandes, no hubiese perdido casi toda su flota.
Según el historiador y almirante portugués Costa Quintella, Oquendo se "portó más como comandante de buque que como general y almirante, ya que, sin más que poner en línea sus navíos en el primer encuentro, pudo aniquilar a sus enemigos".
Oquendo hecho a pique a varios buques enemigos, y cuando entró en puerto pudieron contarse en ella 1.700 balazos de cañón, de diferentes calibres. Durante muchos días hubo que estar dando a las bombas de achique y tapando boquetes, pero al fin fue salvado el galeón Santiago. Cuando se reprochó al almirante holandés de no haberlo apresado, respondió "La capitana Real de España con don Antonio de Oquendo dentro, es invencible".
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COMBATE DE LAS DUNAS |
Volviendo a España, en marzo de 1640, al verle tan enfermo, le aconsejaron que marchase hacia el puerto de Pasajes, donde estaba su casa, y que se pusiese en cura. Llevaba más de cuarenta días sin desnudarse y la alta fiebre le devoraba. Contestó:
"Ya no me falta más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte. La orden que tengo es de volver a La Coruña; nunca podré mirar mejor por mí que cuando acredite mi obediencia con la muerte."
No pudo recuperarse por completo y falleció en La Coruña a los pocos días de llegar. En esta ciudad el rey le hizo vizconde y caballero de Santiago. Su arenga en dicha batalla ha pasado a la historia:
"¿Qué humor helado es, o soldados y compañeros míos, el que vilmente discurre por vuestras venas? ¿Acaso habéis olvidado que aún no ha ocho días que este enemigo, estos mesmos bajeles y este General que vemos delante, habiéndole embestido con sola esta capitana, teniendo él diez y siete navíos, nos volvió infamemente las espaldas, y no atreviéndose a esperar la carga que le quise dar, se amparó de otro navío suyo, poniéndose por su sotavento, y el siguiente día con mucho número, jamás quiso hacernos frente? ¡Repasad el empeño en que nos encontramos y considerad que no tenemos más remedio que pelear, porque retirarnos no puede ser viviendo yo! Rendirnos y perder la vida es de bestias; dejar que nos la quiten, de cobardes. Quien por vivir queda sin reputación es esclavo, y no sabe que la esclavitud no merece nombre de vida, y se deja morir de miedo de no dejarse matar. ¿Tenemos por honesto morir de enfermedad y rehusamos morir por nuestro crédito? Quien no ve la hermosura que tiene el perder la vida por no perder la honra, no tiene honra ni vida. Si Dios fuese servido que en esta ocasión la perdonamos, moriremos en defensa de ella, por el crédito de nuestro rey y por la reputación de nuestra nación. Espero que saldremos bien de este empeño, y así no os espante el número, que cuantos más fuesen tendremos más testigos de nuestra gloria. ¡Santiago y a ellos!"
San Sebastián homenajea su figura y hechos mediante una hermosa estatua erigida en 1894, en la cual puede leerse en castellano y euskera:
AL GRAN ALMIRANTE DON ANTONIO DE OQUENDO.
EXPERTO MARINO, HEROICO SOLDADO, CRISTIANO PIADOSO,
QUE AL DECLINAR EL PODERÍO DE ESPAÑA
SUPO MANTENER EN CIEN COMBATES
EL HONOR DE LA PATRIA
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