PATRIOTAS VASCONGADOS Y NAVARROS

TERRITORIO

ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL

19/11/2024

Renovación de la industria férrea por la Real Sociedad Económica Bascongada en la Ilustración


La Real Sociedad Económica Bascongada de Amigos del País fue fundada en 1765 en Azcoitia con la intención de fomentar la industria en las tres Provincias Vascongadas, orientando sus estudios hacia el desarrollo de la metalurgia. Y es que durante el siglo XVIII, la tradicional industria ferrona vasca, sector económico estratégico, estaba sufriendo un proceso de decadencia frente a las innovaciones tecnológicas de Europa.

Los contratos con la Corona española, a fin de proveer a la Real Armada de armas, anclas, clavazón y pertrechos de marinería, aseguraba en ocasiones la pervivencia de un método que estaba llamado a desaparecer, ya que las innovaciones técnicas en otros reinos desplazaban progresivamente a los productos férreos vascos de los mercados europeos.

Por si fuera poco, una serie de revueltas sociales se fueron desarrollado durante este siglo conocidas como Machinadas. Campesinos y ferrones se alzaron contra las reformas fiscales y económicas de los jaunchos, aristócratas rurales y grandes comerciantes, que fueron aprobadas en las Juntas Provinciales.

SÍMBOLO Y FUNDADOR DE LA SOCIEDAD BASCONGADA

En las instalaciones de la Sociedad Bascongada probaron la reconversión de sus antiguas estructuras para encontrar la eficacia del proceso industrial mediante innovaciones en técnicas de laminación, estirado y afinado del hierro y otros metales a través de cilindros hidráulicos, denominados fanderías.

Con respecto a las tradicionales ferrerías, la Sociedad Bascongada realizó investigaciones y emitió informes y proyectos, pero con resultados poco exitosos, carentes del necesario respaldo económico y social.

Entre sus propias iniciativas estuvieron la técnica de la labra de acero en la ferrería de Aramburu en Mondragón o en la de Zavalo en Vergara, la botonería de esta última villa, el intento de creación de una fábrica de hojalata y alambres, o el diseñó de programas de aprovechamiento e incentivos en la economía de materias primas. Algunas de las medidas correctoras propuestas que funcionaron en otros lugares fueron la creación de una asociación de ferrones para perfeccionar las técnicas de fundición y maleación del hierro, la promoción de nuevas fábricas al estilo de las suecas, o la difusión del uso del carbón de piedra.

Todas estas soluciones chocaron con la desconfianza de los ferrones y operarios tradicionales, que se negaban a implantarlas y se resistían a abandonar su anticuado sistema. Además, tampoco suponían una reconversión íntegra del proceso productivo. La Sociedad Bascongada había acertado en el diagnóstico, que era el retraso tecnológico, pero falló en la solución.

La llegada de productos férreos de empresas extranjeras competidoras de las vascas hizo que, durante el reinado de Carlos III, se consiguiese una limitación a la importación mediante algunas leyes proteccionistas tanto en el mercado peninsular como en los territorios virreinales del Imperio español.

Los altos costos por unidad de producto en hierro y carbón vegetal, y la baja productividad y la estacionalidad de la ferrería vasca, justificaban la baja competitividad frente al producto de importación.

FANDERÍA DE RENTERÍA

Ante este inmovilismo de las tradicionales ferrerías de montaña y río, la solución final tendría que ser la implantación de las novedosas fanderías.

La primera factoría fundada fue la Fandería de Rentería por el marqués de Iranda, en 1771. Aprovechando las instalaciones de la Ferrería de Renteriola, implantó una revolucionaria maquinaria que cortaba el hierro sin la acción del hombre, tras haber sido calentado carbón mineral en hornos de reverbero. Posteriormente, una serie de cilindros hacía la función de estiramiento, ensanchamiento o adelgazamiento del metal. De forma mecánica, las actividades del forjado y maleación de productos como herraje o clavazón se realizaban más rápida y eficazmente, reduciendo la aportación de un experimentado técnico ferrón. Tras su destrucción durante la Guerra de la Convención francesa se empleó a producir harinas industriales con el nuevo sistema austrohúngaro.

La segunda factoría fundada fue la Fandería de Iraeta, en Cestoa, por el duque de Granada de Ega, en 1774, sustituyendo a la anterior Ferrería de Iraeta. Se empleó en la fabricación de tarros de hierro para el transporte del mercurio que se extraía de las minas de los Virreinatos de la Nueva España y del Perú, también llamado azogue.

La tercera factoría fundada en Guipúzcoa fue la Fandería de Oñate, en sustitución de la anterior Ferrería de Zubillaga, por el con de Oñate y la colaboración del almirante de marina Anselmo de Gomendio. Sufrió muchas dificultades derivadas de la invasión napoleónica en la Guerra de la Independencia española y la I Guerra Carlista.

FANDERÍA DE RENTERÍA

14/11/2024

La construcción naval en el País Vasco, siglos XVI-XIX, por Lourdes Odriozola Oyarbide


LA CONSTRUCCIÓN NAVAL EN EL PAÍS VASCO, LOURDES ODRIOZOLA

La construcción naval en el País Vasco, siglos XVI-XIX. Evolución y análisis comparativo
Lourdes Odriozola Oyarbide, Diputación Foral de Gipuzkoa, San Sebastián (2002), 517 páginas


El presente trabajo se ha realizado con la Beca de investigación Ángel Apraiz 1996, que al Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza concede con carácter anual con el objeto de fomentar la investigación en el campo de las Ciencias Humanas.

Esta investigación se ha centrado en el estudio de una de las actividades manufactureras quizá más relevantes de la economía vasca de los siglos XVI-XIX. La importancia de este ramo productivo viene constatad cuando menos desde la Edad Media. Sin embargo, la trayectoria del sector no ha sido ni creciente ni constante, sino que ha experimentado variaciones a lo largo de la historia. Por ello, este estudio pretende analizar cuál ha sido esa evolución en nuestro período de estudio, y una vez tratadas las líneas maestras, examinar las posibles peculiaridades del sector naval en cada uno de los dos Territorios Históricos.

Dada la naturaleza de los objetivos fundamentales del trabajo, Lourdes Odriozola Oyarbide presenta en cuatro bloques de estructura lineal: los centros navales; los aspectos técnicos de la construcción naval y su regulación; la producción; y la mano de obra.

En cuanto al primero de los aspectos, los centros navales, Lourdes Odriozola trata de identificar todos los astilleros de hubo en el País Vasco en este período, así como determinar su infraestructura, características y evolución a través del tiempo.

En el segundo de los capítulos, aborda el estudio de las cuestiones técnicas de la construcción naval, pero desde una perspectiva más bien general, dado que el cometido de este trabajo es un análisis de tipo económico y no de ingeniería naval. Por ello, estructura este capítulo en dos grandes apartados. El primero trata de explicar y definir los rasgos que caracterizan a cada uno de los tipos de barcos fabricados en los establecimientos navales vascos. En el segundo, repasa de forma breve las reglamentaciones, tratados y sistemas de construcción que estuvieron vigentes entre los siglos XVI-XVIII.

En el capítulo tercero, se ocupa del estudio de la producción que tuvo la industria naval vasca en general y la vizcaína y guipuzcoana, en particular.

El último capítulo está dedicado a analizar a los protagonistas de todas estas fábricas. Con esta intención, se ha hecho es estudio de los constructores navales que trabajaron en los astilleros vascos y la aportación de estos hombres a la arquitectura naval.

Finalmente, y a modo de reflexión general, se ha redactado un capítulo de conclusiones en donde aparecen los resultados a los que lleva el trabajo.

La metodología empleada en el tratamiento y estudio de los temas indicados ha tenido dos fases claramente diferenciadas: la primera, la de un acercamiento al tema y la problemática del sector de la construcción de navíos a través de la recopilación bibliográfica. La segunda etapa, la más importante del trabajo, ha consistido en la búsqueda de fuentes originales (manuscritas o impresas) que aporten datos concretos y novedosos del sector; y que permite llegar a la determinación de los objetivos propuestos.

Por todo ello, este trabajo no pretende ser una investigación cerrada, sino el comienzo de otras investigaciones que permitan conocer la realidad de la industria de la construcción naval, y por extensión, la economía y sociedad del País Vasco.

11/11/2024

Nazario de Eguía y Sáenz de Buruaga


Militar que combatió en la Guerra de la Independencia española de 1808-1814 y en la primera Guerra Carlista de 1833-1836 como general en jefe del Ejército del Norte, fue I Conde de la Casa Eguía

NAZARIO DE EGUÍA

Nazario de Eguía y Sáenz de Buruaga nació en Durango, en 1777. Estudió Filosofía en el monasterio de la Orden dominicana de Vitoria, y después Teología en el Seminario conciliar de Pamplona durante dos años. De ahí pasó a la Universidad de Valladolid, también otros dos años, licenciándose en Logroño.

A los 18 años, abandonó de forma momentánea sus estudios eclesiásticos para incorporarse a una de las compañías levantadas por el Señorío de Vizcaya. Había estallado la Guerra de la Convención francesa en 1893, España se preparaba para la defensa y Eguía formó parte de las tropas que mandaba su tío, el general Francisco Ramon Eguía.

Al término del conflicto decidió permanecer en el Ejército. En 1796, era cadete del Regimiento de Extremadura, y un año después de la Real Academia Militar de Zamora, Escuela Superior de Ingenieros Militares de Madrid. En 1799, era subteniente del Real Cuerpo de Ingenieros.

En 1801, tomó parte en la Guerra de las Naranjas, contra Portugal, formando parte de la División de Vanguardia, interviniendo en el sitio de Campo Mayor, en las misiones sobre las plazas de Elvas y Marvão y en la acción de Arronches.

En 1802, fue ascendido a teniente, obteniendo en 1804 los empleos de segundo capitán y primer capitán. Finalizadas las operaciones, recibió los ascensos de teniente, en 1802, y capitán, en 1804, del Real Cuerpo de Ingenieros. En 1805, contrajo matrimonio con Isabel de Vargas y de la Fuente.

En septiembre de 1807, tomó parte de las operaciones de invasión a Portugal por el Ejército combinado hispano-galo, al mando del general Junot, integrado en las fuerzas españolas que mandaba Juan Carrafa.

GUERRA DE LAS NARANJAS

Al estallar la Guerra de la Independencia en mayo de 1808, Eguía fue hecho prisionero del Ejército francés, cuando estaba en Lisboa. Dos meses después, consiguió escapar, presentándose a la Junta de Sevilla para unirse a la resistencia. Entonces, recibió el grado de teniente coronel del Ejército español de la II División de Andalucía que dirigía Pedro Grimarest, tomando parte de la retirada de Lerín, en las sucesivas batallas de Tudela, Calahorra y Cascante, y en las acción de Santa Cruz de la Zarza.

Después combatió en Tarancón y Uclés en la División de Vanguardia. Tras la derrota de esta última ciudad, le fue encomendada la misión de integrar la II División en la de La Mancha, tomando acciones bélicas en Mora y Consuegra, a las órdenes del duque de Alburquerque.

En 1809, fue ascendido a coronel de Ejército de Extremadura, al mando de Gregorio de la Cuesta. Participó en las batallas de Medellín y Talavera de la Reina, siendo recompensada su destacada actuación con el grado de brigadier de ingenieros. Pasaba a estar a las órdenes del duque de Wellington a mediados de aquel año, pero tras la retirada de las tropas inglesas a territorio portugués, Eguía regresó al Ejército de Extremadura. Estuvo integrado en las tropas destacadas en La Mancha por general en jefe, Francisco Eguía, y acompañó a éste cuando fue nombrado inspector general de Infantería.

BATALLA DE OCAÑA

A finales 1809, sufrió la derrota de Ocaña, siendo entonces nombrado cuartel-maestre del Ejército de Extremadura, un grado parecido al de mariscal de campo. Desde allí, organizó la retirada hasta Cádiz, en cuya defensa colaboró durante todo el sitio. También organizó la defensa de la isla de León y la inspección de diversas armadas con destino a los virreinatos americanos.

En junio de 1810, fue nombrado fue nombrado ayudante general y 2º jefe del Estado Mayor del 4º Ejército, ubicado en la isla de León, y un mes después, jefe de Estado Mayor. Una vez levantado el sitio de Cádiz, en diciembre de 1812, fue comandante militar del cantón de la isla de León.

En junio de 1813, eliminando la invasión francesa sobre el sur peninsular, a Eguía se le encomendó la Subinspección de Tropas de Ultramar, siendo en octubre del año siguiente ascendido a mariscal de campo.

Al finalizar la Guerra de la Independencia fue ascendido a mariscal de campo, abandonando el Cuerpo de Ingenieros, a mediados de 18014. Permaneció en Madrid como miembro del Consejo de Guerra de oficiales generales. La fuga de Napoleón Bonaparte desde la isla de Elba puso en alerta a las Cortes europeas ante una posible amenaza. Por eso, entre mayo de 1815 y diciembre de 1816, Eguía estuvo reforzando los cantones de Roncesvalles e Irún, al mando de la 1ª División de Infantería del Ejército de Observación de los Pirineos Occidentales.

PROMULGACIÓN DE LAS CORTES DE CÁDIZ EN 1812

Al finalizar la alarma en febrero de 1816, Eguía fue destinado a sucesivos altos cargos en diferentes destinos: jefe de la Plana Mayor del Ejército de Castilla la Vieja, jefe de la Plana Mayor del Ejército de Castilla la Nueva, fiscal de la Asamblea de la Real y Militar Orden de San Fernando, y comandante general del Cordón Sanitario de la Sierra Morena y el Tajo. Este último destino fue encomendado en septiembre de 2019, y ya había recibido un año antes la Cruz de San Fernando de 3ª Clase por los servicios ofrecidos en el Ejército español.

En marzo de 1820, se produjo el levantamiento militar del general Rafael Riego en Las Cabezas de San Juan contra el Régimen absolutista. Eguía se destacó como un ferviente absolutista y defensor a ultranza de la figura de Fernando VII. Tras llegar a Madrid desde su destino en Santa Cruz de Mudela, se le encomendó la Jefatura de la Plana Mayor del Ejército de Galicia. El triunfo del alzamiento y la jura de la Constitución liberal por Fernando VII cambió los planes y fue relegado a la fiscalía de San Fernando durante todo el Trienio Liberal de 1820-1823.

Tras la vuelta del Régimen absolutista por los Cien Mil Hijos de San Luis, la Regencia de Fernando VII le asignó mantener las relaciones diplomáticas con el duque de Angulema, intendente de aquel Ejército francés.

Entonces, el rey le nombró comandante general político y militar de Tuy. Fue el inicio de otra oleada de sucesivos cargos y destinos desde finales del 1823: subdelegado de rentas y subdelegado especial de Policía de Vigo, la jefatura de la Capitanía General de Galicia, la capitanía general de las Provincias Vascongadas, y de nuevo de Galicia unida la Presidencia de la Real Audiencia. Allí organizó dos expediciones hacia Cuba.

LEVANATAMIENTO MILITAR DE RAFAEL DE RIEGO

Durante su mandato, Eguía dirigió las tropas desplegadas en la Frontera de Portugal, como consecuencia de los levantamientos políticos que se estaban produciendo en verano de 1827. Se dedicó a perseguir a los bandoleros del territorio de Lugo, especialmente a detener a los liberales, junto con los Voluntarios Realistas. También, concentró en Santiago todas las instituciones de la Capitanía general de La Coruña, por orden del rey.

Estas medidas hicieron ganarse la confianza de Fernando VII, pero también le ocasionó el enfrentamiento con liberales. Durante aquellos años Galicia, pudo conocer a otros defensores absolutistas:
Tomás de Zumalacárregui era gobernador de la plaza de El Ferrol y futuro caudillo del Ejército carlista.
Rafael de Vélez era arzobispo de Santiago y autor de numerosas obras políticas contra el liberalismo, como Apología del Altar y el Trono, o Preservativo contra la irreligión.
Francisco López Borricón era obispo de Mondoñedo y futuro vicario general castrense del Ejército carlista.

PALACIO DE SANTA CRUZ

El 29 de octubre de 1829, Eguía sufrió el primer atentado político mediante paquete bomba que estaba abriendo en su despacho del palacio de Santa Cruz, en Santiago de Compostela. La explosión le produjo la amputación la mano derecha y de dos dedos de la izquierda, y daños en la visión y diversas heridas en el cuerpo.

A pesar de un realizar una intensa actividad de investigación por parte de las autoridades, no se encontró a los responsables. Pero siempre se supo que eran revolucionarios liberales, en sus intentos de asesinar a los más leales y fervientes defensores del Régimen tradicionalista. Este atentado consiguió que Eguía se enfatizara aún más en sus ideales absolutistas.

En noviembre de 1829, Fernando VII recompensó al militar vizcaíno con el ascenso a teniente general.

En mayo de 1830, regresaba al mando de la Capitanía General y concedía el título de conde de Casa-Eguía. Tras enfermar el rey, en septiembre de 1832, la reina María Cristina se hizo cargo del gobierno. Eguía fue destinado al cuartel de Valladolid, a medio camino entre la Corte y su ciudad natal, y en agosto de 1833 le fue permitido asentarse en Vitoria, más cerca de sus familiares.

Muerto Fernando VII, Eguía se alineó en favor del pretendiente al trono Carlos María de Isidro, al que sirvió en su Cuartel General, en contra de las aspiraciones de los liberales que respaldaban a su sobrina Isabel II. Estallaba la primera Guerra Carlista.

Desde su exilio en Francia, concretamente en Bagnéres, Eguía esperaba la llamada del líder carlista Zumalacárregui y trasladarse a las filas que defendía el Trono y el Altar. Tras la muerte de Zumalacárregui, Eguía se presentaba en Estella ante Carlos V, en julio de 1835. Este le nombró virrey de Navarra y general en jefe del Ejército Vasco-navarro en noviembre, en sustitución del fracasado Vicente González Moreno, sucesor de Zumalacárregui. Se dedicó a reorganizar las tropas mediante la formación de divisiones operativas y brigadas reservistas, y a fortalecer las líneas defensivas estables. Durante su mandato tuvo importantes roces con la Junta Gubernativa de Navarra y el general Maroto le acusó de crueldad.

TOMÁS DE ZUMALACÁRREGUI Y VICENTE GONZÁLEZ MORENO

En octubre de ese año, Eguía se enfrentó al general Fernández de Córdoba en territorio alavés, cerca del castillo de Guevara, y al siguiente a los liberales en la acción de Montejurra. En noviembre lideró la recuperación de Estella, y al mes siguiente se batió en Guetaria.

En los primeros meses de 1836, Eguía tuvo enfrentamientos militares en las provincias vascas: en enero, cerca de la alavesa villa de Arlaban; en febrero se apoderó de las vizcaínas Valmaseda, Plencia y Lequeitio; en marzo en Orduña; en abril en Orrantia y en la burgalesa El Berrón. Tras este último encuentro, fue nombrado vocal de la Junta Consultiva del Ministerio de la Guerra. Pero después de tomar parte en la acción de Arlaban, en junio, abandonó su cargo en la Jefatura del Ejército Vasco Navarro.

El motivo de su cese fue la incapacidad de desarrollar su plan estratégico. Este consistía en extender el teatro de operaciones a ciudades del centro-norte de España, como Santander, San Sebastián o Pamplona, las cuales deberían resistir a los sitios que el Ejército liberal realizase sobre ellas. De esta manera, el general Espartero obligaría a movilizar sus guarniciones, impidiendo la concentración de efectivos en el entorno rural del País Vasco y Navarra, generándole más gasto de recursos y efectivos militares.

Aun así, fue requerido para el Consejo de generales que preparaban el sitio de Bilbao por Bruno Villarreal, en octubre de 1836. El pretendiente Carlos le transfirió el mando, encontrándose en todas las acciones que tuvieron lugar hasta su levantamiento el 24 de diciembre. Como consecuencia de un nuevo fracaso, fue apartado del cargo y relegado al cuartel de Durango.

En abril de 1837, Carlos le solicitó para encabezar una comisión diplomática a la Corte de Turín. Su cansancio y deterioro físico, además de la falta de recursos, le impidieron obedecer la misión. Por este hecho, Eguía fue arrestado y encarcelado en el castillo de San Gregorio, en Navarra, durante dos años.

Los fusilamientos de Estalle mermaron el número de altos cargos militares con experiencia en combate del Ejército carlista. Esta situación ocasionó la perdonanza del pretendiente Carlos y su restauración al Ejército, nombrándole decano del Consejo Supremo de la Guerra, en marzo de 1839. Además del restablecimiento de este órgano de jefatura, tomó el mando de las tropas vasco-navarras, con las que se internó en Francia, en septiembre. La guerra estaba perdida, y se instauraba un Régimen constitucional de la reina Isabel II de forma definitiva en España y las provincias de ultramar.

Desde entonces y hasta julio de 1849, Eguía permaneció en Francia, lejos de Carlos, con residencia primero en Clermont-Ferrand, y después en Libourne y Burdeos.

Acogiéndose a la amnistía del junio de 1849, pudo regresar a España en libertad de cargos, con la colaboración del cónsul español en Burdeos. Aceptó el Convenio de Vergara, por lo que se le permitió recuperar su cargo de teniente general, así como todos sus honores y condecoraciones.
De la Guerra de la Independencia recibió las cruces de Talavera, de Chiclana, la del Tercer Ejército, la de retirada de la Isla de León, en 1815, la del Ejército que estaba en Portugal, en 1815, las de Mora del Rey y Consuegra, y la declaración de benemérito de la patria.

Además, por méritos a toda su extensa carrera fue recibiendo la cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, en 1816; y la de tercera y cuarta clase de la cruz de la Orden de San Fernando, en 1818 y 1834; la gran cruz de la Real Orden Americana de Isabella Católica, en 1831; la gran cruz de la Real Orden Española de Carlos III y la cruz de la Real Orden de San Hermenegildo, que fueron concedidas por Carlos María de Isidro, en 1836, y revalidadas por Isabel II en 1850.

Por último, se le permitió afincarse en el cuartel en Vitoria, posteriormente en San Sebastián, en 1851. Dos años después, fue nombrado senador vitalicio del reino. En 1860, se trasladó a Tolosa, donde murió en 1865.

07/11/2024

Batalla de San Marcial de Irún de 1522


La batalla de San Marcial se realizó en el término municipal de Irún, el 30 de junio de 1522. Fue el tercer intento de Enrique II el Sangüesino por recuperar el Reino de Navarra, un conflicto desarrollado entre España y Francia en los años 1521-1524.

El Reino de Navarra subsistió en el norte, al otro lado de los pirineos en el actual territorio francés, un reino además protestante que posteriormente daría los reyes Borbones a Francia y a España. Los intentos de los reyes navarros por recuperar su territorio peninsular desde el continente fueron englobados en las Guerras Italianas que el rey de Francia, Francisco I, y el emperador de España, Carlos V, efectuaron durante buena parte del siglo XVI.

El primer intento de recuperación del trono navarro fue en la batalla de Belate en 1512, en el que un grupo de voluntarios guipuzcoanos participó en la defensa de Pamplona frente a los navarro-franceses, recibiendo 12 cañones como botín capturado al enemigo durante su huida en el puerto de Belate.

El segundo intento fallido fue en la victoria de Isaba en 1516, contextualizado en la Guerra de las Comunidades de Castilla y la rivalidad entre los Reinos de España y Francia.

El tercer intento de recuperación del reino de Navarra se realizó entre 1521 y 1524. Este conflicto también estuvo englobado en la Guerra de las Comunidades de Castilla, donde surgió una rivalidad hispano-francesa. A las tropas navarras y bearnesas de Enrique II de Navarra el Sangüesino, se unió un ejército del rey de Francia, Francisco I, al mando del señor de Esparros, formando un montante de 12.000 militares.

BATALLA DE SAN MARCIAL DE IRÚN

Los guipuzcoanos llevaban más de 300 años unificados a la Corona de Castilla y formaban parte sustancial de su dispositivo defensivo, por eso lucharon a favor de la Monarquía hispánica.

Según el relato del cronista Esteban de Garibay, los franceses, en cuyo poder se encontraba Fuenterrabía, deseaban tomar el castillo de Behobia porque "sentían a oprobio que teniendo ellos a Fuenterrabía, hubiese tornado a poder de españoles esta fortaleza a media legua de aquella villa".

Unos cinco mil soldados atravesaron el río Bidasoa por Biriatou, en silencio y de noche para no ser apercibidos. Los dos capitanes que organizaron la vanguardia española fueron Miguel de Ambulodi, de Oyarzun, y Juan Pérez de Azcue, de Fuenterrabía. De este último escribió Garibay que era "de los más animosos y arriesgados capitanes que en este tiempo había en la nación española".

Cuando estos dos capitanes supieron de la entrada de las tropas invasoras, decidieron impedirles tomar la fortaleza de Behobia seguros como estaban de que, de conseguirlo, lo utilizarían como trampolín para continuar el avance. Pero no quisieron tomar ninguna iniciativa sin acordarla con el capitán general de la provincia, Beltrán de la Cueva, por lo que fueron a comunicárselo a San Sebastián. Éste, pareciéndole difícil empresa debido a la poca tropa de la que disponía y considerando que su tarea habría de ser más bien defender la ciudad de San Sebastián que la tierra llana, se mostró reacio a salir:
"Entonces los capitanes replicando, después de largas persuasiones que le hicieron, que si él no lo quería hacer, que ellos por servir a su Príncipe, y defender sus mujeres e hijos y patria, lo harían."
El capitán general, viendo su valeroso ánimo, salió a Rentería con la mayor parte de sus soldados.

batalla san marcial irún oñativia
BATALLA DE SAN MARCIAL POR GREGORIO HOMBRADOS OÑATIVIA

En la noche del 30 de junio las milicias forales de Guipúzcoa iniciaron una maniobra de distracción: mujeres, ancianos y niños agitaron antorchas encendidas, llamando la atención de la tropa enemiga, que pensaba era atacada por un lado. Pero en realidad se trataba de un ataque sorpresa por la retaguardia. La victoria fue completa y resonada, causando gran mortalidad entre las tropas invasoras y entrando en tierras francesas en su persecución.
"Los naturales de la tierra, no contentos de victoria tan señalada y necesaria, alcanzada sin efusión de sangre propia, quisieron entrar en Francia, especialmente un vecino de la misma tierra, llamado Juan Pérez del Puerto, dueño de la casa de Aguirre."
Este Juan Pérez del Puerto, persiguiendo a los franceses más allá del Bidasoa, quiso continuar el avance "pretendiendo pasar con más gentes a la ruina de la tierra", por lo que comenzó a incitar a los suyos a avanzar sobre la tierra francesa gritando a grandes voces:
"¡Santiago, Santiago, España, España, victoria, victoria!"

Ante lo cual todos quisieron pasar a la otra parte, prohibiéndolo el capitán general para evitar los posibles daños que tal imprudencia pudiese causar.

BATALLA DE SAN MARCIAL DE IRÚN

03/11/2024

Características de la literatura moderna del Reino de Navarra


El siglo XV fue un periodo de transición entre la Edad Media y el Renacimiento, dominado ya por las corrientes humanistas de origen italiano. En Navarra, tras el reinado de Carlos III (1397-1425), etapa de paz y prosperidad, llegó una época conflictiva: divisiones del reino que derivaron en cruentas guerras de bandería, en el contexto de las luchas entre Carlos, Príncipe de Viana, y su padre Juan II de Aragón, quien usurpó el trono que correspondía a su hijo por derecho legítimo. A este conflicto se sumaron las luchas nobiliarias, motivadas por intereses económicos, entre los beamonteses y agramonteses.

Esta situación de crisis y división interna hizo de Navarra un reino apetecible por sus vecinos. Podía ser absorbido por Francia, territorio con el que estaban vinculas las últimas dinastías reinantes, o bien por Castilla o por Aragón, reinos con los que había mantenido a lo largo de la historia importantes relaciones. Este proceso culminó con la conquista por parte del Reini de Castilla en 1512 y la anexión a dicha Corona en 1515. Los sucesivos intentos de recuperación del viejo reino por parte de los reyes privativos de Navarra, los Albret o Labrit, resultarían infructuosos.

Todos estos hechos históricos determinaron unas consideraciones culturales. A partir de este momento, el idioma castellano se fue convirtiendo en el vehículo privilegiado para la expresión literaria. El romance navarro había conocido un profundo proceso de castellanización, hasta el punto de terminar identificándose ambos idiomas, y ya no se puede hablar de un romance navarro con rasgos diferenciales. La pujanza del castellano se extendió a todo el ámbito peninsular y, desde 1492, al americano.

LITERATURA MODERNA DEL REINO DE NAVARRA

Durante el siglo XV, el vascuence o eusquera siguió siendo el idioma mayoritariamente hablando por el pueblo navarro en algunos territorios, y lo seguiría siendo hasta entrado el siglo XIX, pero se trataba de un idioma con escasa consideración social y todavía no había llegado a convertirse en vehículo de cultura escrita.

También en este siglo, han desaparecido aquellas minorías lingüísticas de la Edad Media, poblaciones que empleaban el occitano, el árabe o el hebreo. Por lo tanto, apenas hay ya aportaciones de estas lenguas a la literatura.

Un hecho clave para la difusión de la cultura que se produjo en el siglo XV fue la invención de la imprenta, que permitió la difusión de cientos de ejemplares de las obras que antes sólo podían circular en número muy reducido a través de copias manuscritas. La imprenta permitió el conocimiento de los textos de los grandes clásicos griegos y latinos, que desde entonces se difundieron gracias a las investigaciones de los humanistas del Renacimiento. Existían libros impresos en Navarra desde fechas muy tempranas, por imprentas que funcionaban en Pamplona, Estella, Irache y Tudela.

OBRAS DE LA LITERATURA MODERNA NAVARRA

Los siglos XVI y XVII corresponden al momento histórico en que la Monarquía hispánica alcanzó su máximo esplendor. Carlos V y Felipe II ejercieron su hegemonía sobre medio mundo: Europa, norte de África, América, Filipinas... Fue el momento, como dice el tópico, en el que en los territorios del Imperio español no se pone el sol. Sin embargo, con los reinados de los Austrias menores llegaría la decadencia. En lo cultural, estas dos centurias constituyeron los dos Siglos de Oro de las artes y las letras españolas, y se sucedieron dos grandes movimientos artísticos: el Renacimiento y el Barroco; cuyas características generales resultan bien conocidas.

La literatura navarra alcanzó una extensa nómina de autores, algunos con una considerable producción literaria y de gran calidad. Hubo un predominio de corrientes con contenido religioso (ascética y mística) y didáctica, que de igual manera ocurrió en la literatura que se producía en las Provincias vascas. Pero por lo general, los autores navarros cultivan todos los géneros de la época, por lo menos en narrativa y lírica. Apenas existieron dramaturgos, aunque hay constancia de una intensa vida teatral en ciudades como Pamplona y Tudela.

Entre las principales abras literarias y sus autores, son destables los siguientes: los Annales del Reyno de Navarra, de Francisco de Alesón; el Tratado sobre la virtud de la justicia, de Bartolomé de Carranza y Miranda; los Comentarios resolutorios, de Martín de Azpilcueta Jaureguizar; las Resoluciones morales y doctrinales, de Pedro Aingo de Ezpeleta; y el Examen de ingenio para las ciencias, de Juan Huarte de San Juan. También son destacables las obras de Cipriano Barace Mainz y de Juan de Palafox y Mendoza.

OBRAS DE LA LITERATURA MODERNA NAVARRA

28/10/2024

Conquista y colonización de las islas Filipinas por Miguel López de Legazpi en 1565


El 15 de febrero de 1565, la expedición liderada por el guipuzcoano Miguel López de Legazpi llegaba al archipiélago de Villalobos, que había sido bautizado como Filipinas, en honor al rey Felipe II. Junto a él, viaja un experimentado cosmógrafo Andrés de Urdaneta.

Legazpi encomendó a Urdaneta la búsqueda de un buen puerto o una ría y la puesta en comunicación con los nativos de la isla Samar.

Con Urdaneta iba el capitán Martín de Goiti. Encontraron dificultades con los naturales en algunos lugares, ya que los portugueses habían asolado y robado en las tierras, y capturado y matado nativos, anunciándose como "castellanos del Maluco". Legazpi intentó abastecer a la tripulación y convencer a los naturales acerca de sus pacíficas intenciones y de los obsequios repartidos.

ANDRÉS DE URDANETA EN CEBÚ, POR TELESFORO SUCGANCG

Pero ante la enconada resistencia en una ocasión, muy a su pesar, tuvo que utilizar la fuerza, mandando quemar un centenar de chozas de paja y madera.

El alférez mayor Andrés de Ibarra tomó posesión de la isla, previo acuerdo con un indígena principal y usando los rituales de rigor.Ante la reacción de los nativos, la escuadra zarpó el 20 de febrero de 1565 y al día siguiente llegaba a la isla de Leyte.

La hostilidad de los naturales se manifestó inmediatamente, pero Legazpi tomó posesión de la tierra con toda solemnidad. A pesar del informe positivo que traía el capitán Goiti de sus exploraciones, la expedición tomó rumbo sur, hacia un núcleo poblado llamado Carballán, a donde llegaron el día 5 de marzo. La Relación anónima que describe estos lugares, se supone fue del secretario de Legazpi apellidado Lazcano.

El problema del abastecimiento era grave, pues los isleños huían llevándose al interior sus alimentos. El capitán Goiti, el capitán Isla y el alférez Ibarra, con el cosmógrafo Urdaneta eran generalmente los que exploraban aquel grupo de islas, iniciando relaciones amistosas con los nativos. La política pacifica daría sus primeros frutos en Bohol.

Habían recorrido ya las islas de Ibabao, Samar, Leyte, Limasawa, Camiguín y Bohol, en busca de provisiones y de lugares para el asentamiento estable. Continuarían explorando por las islas de Mindanao, Siquijor y Negros, hasta llegar a Cebú en mayo de 1566.

En la isla de Cebú la labor de Legazpi y sus expedicionarios sería difícil debido a la matanza en aquel banquete-trampa contra los hombres de Fernando de Magallanes. Ante la oposición de los cebuanos, temerosos de una represalia, los hombres de Legazpi debieron tener mucha prudencia. Sin embargo, fue asesinado Pedro de Arana que se había aventurado a dar un paseo sin protección. Legazpi, después de una asamblea consultiva ordenó el desembarco y la construcción de una base permanente para futuras operaciones y como prevención ante un posible ataque portugués desde las Molucas.

Desde un principio, Legazpi pretendió establecer un acuerdo pacífico con el cacique local Tupas, rey de Cebú, y su aliado, Tamuñán. Legazpi consiguió un pacto con un empleo limitando de la fuerza, tan solo le bastó un ruidoso pero poco preciso cañoneo desde los barcos. Pero la estricta ecuanimidad de justicia empleada por Legazpi empezó a calar en la percepción de los nativos cuando un soldado español fue ejecutado tras causar un incendio intencionado.

LEGAZPI Y URDANETA EN FILIPINAS

En Cebú, Urdaneta anunció un sensacional descubrimiento para elevar la moral de la expedición, y sobre todo del propio Legazpi: el marinero bermeano Juan Camuz había hallado en una choza una figura de un Niño Jesús, perfectamente revestido y adornado, que algún marino de expediciones anteriores habría dejado, y que los nativos guardaban cuidadosamente. La figura fue conservada con el nombre de Santo Niño en la isla de Cebú, puesta al mando del tesorero y alférez real Guido de Labezarri y objeto de una enorme veneración por los filipinos.

En aquellas playas de Cebú fundó la base principal, a la que llama Villa del Santísimo Nombre de Jesús y la Villa de San Miguel.

El método de colonización que ejercía Legazpi era el mismo en todas partes: desembarco, compra de alimentos a los nativos, acuerdo de algún tipo de pacto con los caciques locales y toma de posesión de la tierra en nombre del rey. Supo sacar partido de las luchas entre tribus enemigas y de la hostilidad que los nativos profesaban a los portugueses. Y es que, frente al tipo de dominación portugués, bastante depredador, los españoles ofrecían protección y un trato más tolerante y respetuoso con los nativos.

Impuso disciplina a la tripulación, especialmente en dos aspectos: guerra a los piratas y respeto a los nativos. Mediante sus procedimientos de atracción pacífica, logró la convivencia con los cebuanos, permaneciendo en Cebú cinco años. Construyó un fuerte y varias fragatas que convirtieron la isla en base de operaciones y de defensa.

Desde Cebú, fue organizando la expansión territorial, imponiendo su autoridad sobre una revuelta de sus propios hombres y rechazando dos ataques de la escuadra portuguesa.

Debió desbaratar la rebeldía de unos expedicionarios cansados de marinar islas sin rumbo concreto, que pretendían escapar con una nave y barrenar el resto. Surgió un motín encabezado por unos tripulantes extranjeros: un francés, un veneciano y un griego. Tras juzgar y ahorcar a estos tres conspiradores, Legazpi perdonó a los demás después de una confesión detallada de lo ocurrido y de los planes que habían trazado para el futuro.

ASENTAMIENTO ESPAÑOL EN FILIPINAS

El líder guipuzcoano había decidido quedarse a poblar y colonizar las islas, pero para asegurar el establecimiento permanente en Filipinas debía trazarse una ruta de vuelta directa a Nueva España, misión del gran cosmógrafo Urdaneta.

Así, el 1 de junio de 1565, la expedición de tornaviaje partía desde Villa de San Miguel. La nao San Pedro estaba al mando del capitán Felipe de Salcedo, nieto de Legazpi, pero con Urdaneta como cosmógrafo director del rumbo. Tras cuatro meses de navegación, la nao fondeó en Acapulco el 8 de octubre. El éxito del tornaviaje salvó la empresa de Legazpi en Filipinas, permitiendo el envío de refuerzos desde Méjico para consolidar su definitiva colonización.

Mientras tanto, Legazpi ordenó construir barcos de pequeño calado para navegar con más habilidad por las islas del archipiélago. En Mactán levantaron una gran cruz de madera en homenaje a Magallanes, muerto en esa isla cuatro décadas antes, tras atravesar el océano Pacífico desde el cabo de Hornos.

Al visitar la isla de Panay, el 25 de julio de 1566, las fragatas de Legazpi encontraron inesperadamente un barco español, el San Jerónimo, enviado por el virrey novohispano Enríquez de Almansa desde México el 1 de mayo. Se trataba de uno de los tres galeones cargados de víveres, soldados, colonos y misioneros al mando de Juan de Isla.

Llevaba la gran noticia de la llegada de Urdaneta a México y que, por tanto, la expedición de tornaviaje había sido completada con éxito, según el trazado que él mismo había planeado.

Pero la gran alegría de Legazpi fue la arribada en agosto de los otros dos galeones al mando de Felipe de Salcedo y Juan de Salcedo, su otro nieto y hermano menor de 18 años del primero. Traían con ellos a 200 hombres de refuerzo, tropas veteranas, a los que se sumarían otros 2.100 expedicionarios a lo largo del año. Entre los recién llegados la mayor parte seguían siendo novohispanos de nacimiento, muchos de ellos mestizos y otros indios puros. Casi todos tenían experiencia en las guerras de la frontera de la Nueva España, disponían de un armamento muy adecuado para el tipo de guerra que pronto conocerían, e iban junto a trabajadores auxiliadores enviados por órdenes del virrey. Con ellos se reforzaría la fortaleza de San Pedro, que se convirtió en el puesto avanzado para el comercio con México y la protección contra las rebeliones nativas hostiles.

Los dos enormes galeones, cargados de cañones, dejaron anonadados a los nativos, que jamás habían visto nada semejante. Eso animó a los españoles, conscientes de que sus barcos eran el ejemplo más notable de su poder, pero lo hizo mucho más las herramientas, armas portátiles, municiones y víveres que habían traído, lo que permitió apuntalar de forma definitiva la base española en Cebú. Sin embargo, rodeada de las muchas incertidumbres generadas por la indecisión que tenía la corona al respecto, no llegó la esperada autorización real para conquistar las islas, que era lo que esperaba Legazpi.

CARTA HYDROGRÁFICA DE LAS FILIPINAS POR PEDRO MURILLO VELARDE

En junio de 1567, con un puñado de hombres, Martín de Goiti fue enviado a reconocer la isla de Leyte. Alcanzó la ciudad principal, Colasi, después de una ardua marcha por la selva y de un contacto violento con algunos indígenas, indispensable para lograr las provisiones necesarias para mantener a la expedición.

Martín de Goiti había ascendido a maestre de campo, quedando como jefe de todas las fuerzas después de Legazpi. Llegó a ser el explorador más experimentado del archipiélago gracias a sus continuas expediciones de reconocimiento y a sus salidas en busca de abastecimientos.

En una de sus expediciones de avituallamiento, en noviembre de 1566, al mando de la nao San Juan, alcanzó la costa de Mindanao. Allí se encontró con una fusta tripulada por portugueses al mando del comandante López de Sequeira , con la misión de advertir a Legazpi que estaban invadiendo dominios lusos y que deberían retirarse. La respuesta de Legazpi fue la de reforzar el puerto y la ciudad de San Miguel para una mejor defensa.

Tras una tensa entrevista en la que intervino como técnico el religioso navarro Rada, los portugueses se retiraron a sus bases de las Molucas, pues el campo fortificado de Legazpi les auguraba un desembarco desastroso.

Mientras tanto, enviaba una nave a Nueva España en busca de refuerzos, al tiempo que llegaba otra desde allí cargada de hombres, pertrechos, alimentos, armas y municiones. El tráfico entre las dos costas del Pacífico comenzaba a normalizarse.

No acabaría en este encuentro aquel conflicto hispano-luso por la legitimidad de las islas Filipinas. Así, dos años después, el día 17 de setiembre de 1568, Gonzalo de Pereyra se presentó ante Legazpi en la bahía de San Miguel, en Cebú, con una potente escuadra de diez barcos. Pretendía la retirada total de la expedición y asentamientos españoles del archipiélago, evacuando a sus hombres a bordo de naves portuguesas. Esta vez no hubo parlamento y, directamente, el objetivo fue atacar a los españoles.

La fortaleza resistió, y los sitiadores fueron repelidos gracias a la presencia de los cañones en las baterías del puerto y el abastecimiento que desde tierra hacía el régulo Tupas, aliado de Legazpi. Era una buena noticia para los padres agustinos que acompañaban a la expedición y comenzaban a establecerse en la región, que lograron que el rajá Tupas y sus hombres aceptaran el bautismo. Mala a su vez para los jesuitas que solían ir con los portugueses, que presionaban con todas sus fuerzas al superior general de la Compañía de Jesús, el valenciano Francisco de Borja, por las alianzas que mantenía Legazpi con los herejes musulmanes.

Por entonces, los expedicionarios de Legazpi ya habían tomado contacto con los musulmanes de las islas de Joló y Mindanao, al sur de las Filipinas. Eran formidables combatientes, duros y correosos, que no estaban dispuestos a someterse a los extranjeros. A primeros de 1569, el sultán de Joló envió a 20 de sus embarcaciones contra los "castilas". Comenzaba una guerra, por la cual a la idea de convertir con la cruz, se iba a sumar la necesidad de conquistar con la espada.

LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES A FILIPINAS

Una vez producidos los primeros choques con los islámicos de Joló, Legazpi resolvió actuar al mejor estilo castellano de la época: el uso de la habilidad y experiencia de combate de sus hombres con una eficacia demoledora. Sus tropas no eran un ejército al estilo europeo, sino que iban a actuar y combatir como las unidades empleadas en Nueva España, grupos disciplinados de hombres armados, con capacidad de adaptarse al terreno y a la forma de combatir de sus enemigos.

Los islámicos atacaron San Miguel, pero el buen uso de la artillería por parte de los defensores desbarató su asalto sin grandes dificultades.

Bien asentado en Cebú, Legazpi preparó la ocupación de Luzón, territorio principal de las Filipinas. A mediados de 1569, dejaba Cebú fuertemente guarnecido y ponía rumbo a Panay que sometió fácilmente, interviniendo los capitanes Haya y Juan de Salcedo. Allí se edificó un fuerte que quedó con una pequeña guarnición. Obtuvieron en la isla alimentos y fray Juan de Alba logró conversiones masivas. El capitán Andrés de Ibarra a su vez tomaba la isla de Marbate.

Después ocuparon Mindoro, llave para la conquista de Luzón. En Mindoro rescató a los esclavos chinos con intención de establecer relaciones de amistad, una iniciativa que terminó por desplegar el comercio con China. Además limpió la costa de piratas islámicos que hostigaban a los indígenas, al tiempo que dejaba sellados con el rito de sangre pactos de vasallaje con los caciques locales. La fama de Legazpi, su empeño pacificador, llegaba a los últimos rincones del archipiélago.

ESTATUA DE MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI

A finales de la primavera de 1569, desde Acapulco, con órdenes del virrey, arribaban en Cebú tres pataches: San Juan, Sancti Spiritus y San Lucas, de 80 a 40 toneladas de desplazamiento, al mando de Juan López de Aguirre. El San Lucas, el menor de ellos, llegó a hacer cuatro viajes para quedar luego al servicio de Legazpi, en el archipiélago. Estos cruceros continuos fueron perfeccionando el conocimiento del inmenso “lago español” en que estaba convirtiendo el océano. Por ejemplo, en los viajes de regreso a Acapulco, entre 1567 y 1571, se confirmó el itinerario por el norte, con aproximación a Japón, para navegar luego al este por los paralelos 37º a 40º, en función del estado de la mar y de la estación en la que se hicieses la ruta.

Esta pequeña flotilla llevaba a Diego de Legazpi, sobrino de Miguel López de Legazpi, otros parientes y la familia del maestre de campo Martín de Goiti, un número mayor de frailes agustinos y, como siempre, herramientas, armas y municiones. Solo que esta vez se incluían por primera vez, útiles de labranza. Los españoles estaban decididos a establecerse de forma permanente.

También traían documentos importantes: despachos reales que aprobaban sus acciones y un pliego de órdenes que le facultaban para ocupar todo el archipiélago y le dotaban de los títulos adecuados. Estos documentos nombraban a Miguel López de Legazpi como gobernador y capitán general de las islas Filipinas y adelantado de las islas de los Ladrones. Las razones de tardar casi cuatro años en sancionar la ocupación eran lógicas.

Los informes de preliminares facilitados por Urdaneta no parecían presentar una tierra muy rica. Además, por tratarse de miles de islas, arrecifes y atolones era complicado de ocupar y someter y, por último, podía suponer un coste administrativo y de gestión muy alto, ya que no se habían encontrado especias en cantidad y calidad como para merecer el esfuerzo de sostenerlas. Eso sin contar que parecían estar en la zona de demarcación portuguesa.

FUNDACIÓN DE MANILA

Sin embargo, aunque las razones que movieron al rey a decidirse por la ocupación fueron muy diversas, primaron las de orden meramente religioso, pues al monarca le repugnaba abandonar la posibilidad de convertir a miles de nativos. El rey Felipe II consideró el asunto de la forma siguiente: "¿Qué dirían los enemigos de España si, por no rendir metales ni riquezas, se privara a esas islas de la luz y de ministros que la prediquen?"

Aprovechando su experiencia en México, Legazpi organizó el sistema de encomiendas como en América, dispuso metódicamente la ocupación isla a isla de todo el archipiélago filipino, fundando bases y asentamientos, rehuyendo del uso de la fuerza en general, y solo apelando a ella en caso estrictamente necesario.

Gestionó una buena administración, disponiendo de un sistema de organización política basado en las instrucciones generales de Felipe II. Cada ciudad sería doble: una, intramuros, habitada por españoles; otra, extramuros, formada por indígenas; que se gobernarían por dos alcaldes, doce concejales y un secretario.

Solo quedaba el gran bastión de la isla de Luzón. Legazpi daba una gran importancia a Luzón como base, no sólo para la dominación del archipiélago, sino para una ulterior expansión comercial hacia China. Por eso, encomendó la conquista de Manila al capitán Juan de Salcedo y al maestre de campo Martín de Goiti.

Al mayor de los Salcedo, Felipe de Salcedo se le encargó una misión distinta: explorar al detalle el archipiélago de los Ladrones. Allí descubrió muy a su pesar las tormentas giratorias conocidas como "vaguíos", que le hicieron naufragar en Guam. Pero con el ingenio y la habilidad de los españoles de la época, los náufragos compraron unas piraguas a los nativos y con ellas regresaron a Cebú. Solo el capitán Andrés de Ibarra y su fragata, con 23 tripulantes a bordo, se perdieron en estos años de intensa actividad exploradora.

Para acabar con la flota del sultanato, era necesario provocar un combate naval donde los barcos españoles pudieran desplegar toda su fuerza artillera. Para ello, Legazpi logró reunir 20 galeotas ligeras, ideales para operar en el laberinto de islas al sur de Luzón, con las que los españoles pudieran sorprender a los islámicos en mar abierto. Poseían varios cañones pesados y mucha artillería menor, formada por versos y falconetes, armas giratorias devastadoras en los choques con el enemigo. Más rápidas y poderosas, las embarcaciones españolas alcanzaron a sus enemigos y, mediante el uso de la artillería y gracias a su superioridad en el cuerpo a cuerpo, 80 españoles barrieron a los musulmanes, que tuvieron 300 muertos y perdieron 10 caracoas.

FUERTE DE SAN PEDRO, EN MANILA

La fama de los españoles creció gracias a estas acciones, y el respeto a los "castilas" avanzó de isla en isla. En enero de 1570, Legazpi atacó con sus barcos la base pirata mora de Maburao, en Mindoro, que arrasó a cañonazos. Los supervivientes fueron alcanzados en Labang, donde capturó todas sus embarcaciones, utilizadas luego para reforzar la escuadra de patrulla con sede en Capiz. Entre ellos figuraban algunos notables por los que pidió rescate pagable solo en oro, lo que le permitió además conseguir buenos beneficios.

La guerra "corsaria" de Legazpi, basada en el poder de la artillería de sus barcos estaba literalmente barriendo de piratas en el mar de las Filipinas.

La búsqueda de un lugar más seguro que Cebú y Panay, donde existía una posible amenaza portuguesa y muy cerca de las rutas marítimas sarracenas, hizo que Legazpi a enviase a Goiti y Salacedo al puerto de Manila. Su misión era la evaluación del puerto como posible base comercial y militar, así como el grado de hostilidad de los nativos del Sultanato de Luzón.

La expedición para la conquista se componía de una potente flota de 17 barcos, la mayoría construidos ya en las Filipinas: una fragata, un junco, y quince paraos. Contaba con la participación de pequeños grupos de arcabuceros, los indios mejicanos y los auxiliares filipinos enemigos de los islámicos que les servían de guías y exploradores. En total, las fuerzas de Goiti se componían de 280 hombres que eran tanto arcabuceros o marinos, la mayor parte criollos novohispanos, un poderoso núcleo de guerreros tlaxcaltecas y de auxiliares indígenas.

En las cercanías de la isla de Mindoro, un junco de la flota de Goiti fue atacado por dos embarcaciones de piratas chinos de guerra, eran champanes poco artillados. Estos fueron rendidos por los disparos de los cañones y sus tripulantes capturados. En el breve combate, Goiti se apoderó de las naves con su cargamento de sedas, algodón, hierro, acero, cobre y porcelana. Cumpliendo las normas de Legazpi, los capturados fueron trasladados a Cebú para ser juzgados. Finalmente, fueron perdonados y puestos en libertad, y se les dejó marchar en uno de sus dos barcos para que llevasen las noticias del poder español a su tierra.

Uno tras otro, todos los asentamientos y puestos costeros fortificados fueron tomados. Sus defensores ejecutados o puestos en fuga. Las naves de pequeño calado rastrearon a fondo las ensenadas, bocas de los ríos y puertos del sur de Luzón. La armada de Goiti siguió hacia Manila agregando también a su flota un parao de nativos de Batangas, en la península sur de Manila.

manila filipinas escudo urdaneta legazpi grabado
ESCUDO DE ARMAS DE MANILA Y GRABADO DE MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI

El 8 de mayo de 1570, la expedición fondeó en la bahía de Manila, en la parte de Cavite. Allí acamparon unas semanas con la intención de formar una alianza con los jefes musulmanes, así como la de mostrar a los residentes y a comerciantes de Borneo, China o Japón, sus deseos de colaboración.

Goiti marchó con sus soldados al interior de la isla, hacia Tondo, donde encontraron miles de defensores natales a las órdenes de tres régulos notables: Matandá (rajá de Manila), Solimán (rajá de Pampanga) y Lacandola (rajá de Tondo).

La principal fortaleza estaba protegida por 12 cañones. En ella consiguió entrar Goiti, acompañado de un intérprete.

Los ofrecimientos de paz fueron aceptados por el primero de estos rajás, realizando el pacto de sangre acostumbrado, pero no por los otros dos caciques locales, más jóvenes y vehementes.

En la bahía de Cavite, sin embargo, Goiti tenía otras intenciones y engañó a los habitantes del territorio al creer que sólo se quedaban durante un período corto.

El día 24 de mayo, estalló un virulento combate que duró tres horas y que terminó con una victoria rotunda de los españoles frente a los tagalos. La fortaleza fue tomada por solo 120 hombres en un audaz ataque por sorpresa, apoderándose de las piezas de artillería que inmediatamente fueron utilizadas contra los fugitivos. Luego, las embarcaciones que atacaban a la armada de Goiti fueron dispersadas a cañonazos. Lo mismo en las posiciones enemigas en la isla de Mindoro, que también fueron destruidas, y todas las barcas incendiadas. Goiti ejecutó a los prisioneros que no guardasen servidumbre al Reino de España y a Felipe II. El cacique local Matandá quedó en Manila como gobernador delegado de España, mientras Goiti y Salcedo continuaron su expedición a través del río Pasig.

Los combates junto al río Pasig fueron duros, pero la batalla definitiva se libró en la bahía de Bangkusay, frente al puerto de Tondo, donde los rajás rebeldes Solimán lograron reunir un fuerte contingente de nativos tagalos, que condujeron río abajo por el Pampanga.

Los barcos españoles, dirigidos por Martín de Goiti, recibieron la orden de ser fijados de dos en dos. Estos dio lugar a la formación de una masa sólida que parecía ser un blanco fácil, pero las canoas y praos nativos iban derechos a una trampa. Cuando las naves españolas, ya con el enemigo encima, estaban rodeadas y parecían atrapadas, Goiti ordenó abrir fuego casi a bocajarro. La brutal descarga acabó con el ataque de la débil flota indígena, desbaratando sus naves y poniendo a sus tripulantes en fuga. Durante la lucha murió uno de los rajás, el otro escapó a Pampanga. El 6 de junio de 1570, Manila estaba bajo control español.

Pero esta toma de la ciudad de Manila consiguió un levantamiento de tribus nativas en las islas adyacentes, generando una guerra de guerrillas durante los próximos diez meses. La expedición se fortificó en el área y erigió la fortaleza de Santiago.

Cuando la lucha se puso intensa, forzaron algunos españoles a buscar refugio en su flota, anclada en la bahía de Manila.

LANZAS Y CORAZA DE GUERRERO FILIPINO

Los españoles libraron una campaña brutal y sistemática destinada a acabar con cualquier resistencia indígena. Las operaciones navales de la flota de Martín de Goiti estaban combinadas por la incursión terrestre de la pequeña infantería de Juan de Salcedo, formada por arcabuceros que desembarcaban en la costa y se adentraban en el interior para someter a los nativos a la soberanía española.

Así conseguían controlar la costa con las naves, y destruir con su artillería cualquier fortificación que impidiese a las naves artilladas entrar en los ríos y ensenadas.

En los desembarcos, la superioridad de las tropas de Goiti se impuso sobre las de los nativos, debido al hábil uso de las armas blancas en los combates a corta distancia, donde el armamento euroamericano se mostró muy superior. Arrasaron sembrados y campos y concentraron a los indígenas en pueblos bajo su control directo, o más fáciles de vigilar.

En algunas zonas la forma de combatir era demasiado extraña para las costumbres europeas, como en la región de la laguna Bombín, en Mindoro, donde al asaltar un poblado encontraron los restos desollados de medio centenar de chinos despellejados vivos por los nativos de una forma brutal. Para castigar por su acción a los habitantes, cuando unos meses después la isla fue sometida a la Corona, se les impuso un fuerte tributo.

En enero de 1571, Legazpi llegaba a Manila. Varios meses más tarde, el 24 de junio de 1571 conseguía sofocar la rebelión y establecer un acuerdo de paz y colaboración con las autoridades nativas de Luzón. Los régulos y Legazpi celebraron un solemne pacto de sangre, cuyas celebraciones se prolongaron durante tres días.

Durante este tiempo, el régulo Matandá estableció una eficaz labor con los otros régulos, y la fama pacificadora de Legazpi hicieron que todos los rajás aceptasen igualmente el vasallaje español, que les permitía seguir gobernando bajo la condición de jefes súbditos.

Una escultura en piedra sita en Luzón representa el ritual, donde beben de una copa de oro la sangre vertida tras un corte en las manos. Este sería el último episodio importante de la conquista española de Filipinas.

MUSEO DE LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN DE MANILA

En agosto de 1572, moría repentinamente en esta ciudad el gobernador y general de las islas de Oriente, Miguel López de Legazpi y Gurruchategui. En su cofre particular solo se hallaban unas monedas, murió casi pobre porque toda su riqueza acumulada en Nueva España la había invertido en el proyecto de asentar la soberanía hispánica en el Oriente, una arriesgada aventura con la que pasó a la historia universal.

Entró en la gobernación de forma interina el alférez real Guido de Labezarri, quien preparó el terreno para el establecimiento de Manila como capital de Filipinas según los planes de Legazpi y confirmó las encomiendas creadas dicho el fundador, de las que muchas eran detentadas por vascos. La capitanía general de las islas de Oriente pasó a Martín de Goiti, que emprendió la conquista y colonización del resto de la isla de Luzón, ayudado por unos 300 hombres.

Entre los años 1571 y 1573, la zona de Manila no presentó grandes dificultades para Goiti, que exploró Pampanga y Pangasinan, y fundó varias ciudades. Solo Mindanao y Joló, islas del sur, quedaron fuera de la dependencia de la Monarquía hispánica.

Mientras tanto, Juan de Salcedo, demostró sus dotes militares en la toma de Cainta y Taytay. Llevaba a su servicio 80 soldados y alguna artillería. Unos doscientos pueblos del interior fueron ocupados casi todos después de fructuosas negociaciones. Tres meses antes de la muerte de su abuelo, comenzó la conquista de Bocos y Cagayán, las regiones más septentrionales de Luzón. En la parte de Pangasinán sorprendió a un junco chino cargado de esclavos nativos a los que concedió la libertad. Estos actos, norma permanente de Legazpi, dieron buenos frutos. El joven Salcedo supo sortear emboscadas de toda índole y luchar con valentía.

Para consolidar la ocupación de aquella extensa región estableció una base de apoyo, al norte, en Vigan, demarcación de Bocos. Previamente había convencido a los indígenas de la necesidad de su protección. Construyó un sólido fuerte donde dejó una guarnición bien armada con 27 soldados al mando del alférez Hurtado. Exploró las costas del norte de Luzón con sólo 17 soldados.

El 21 de agosto de 1572, regresaba a Manila después de haber naufragado y haberlo salvado los nativos. Fue cuando conoció la muerte de su abuelo.

MONUMENTO A LEGAZPI Y SU TROPA, EN TAGBILARAN (BARANGAY BOOL)

A comienzo de 1574, Manila sufrió el ataque de 3.000 piratas chinos y guerreros liderados por corsario Lim ah Hong, que sitió el Fuerte de Santiago. La defensa estaba liderada por el gobernador Labezarri y el general Goiti.

En la lucha murió el general Martín Goiti, también el alférez Pedro de Gamboa, muriendo además una parte de los españoles en la ciudad. Tuvo importante actuación el alférez real Amador Arriarán.

Las escasas fuerzas de Labezarri resistieron heroicamente hasta la llegada de algunos refuerzos llegados principalmente desde Vigan y Cebú.

Salcedo, tras explorar la zona ade Ilocos Sur, se trasladó a Manila donde descubrió que había caído en manos del invasor. Las fuerzas de Salcedo atacaron y redujeron a los piratas de Manila. Pero Lim ah Hong y sus supervivientes se retiraron a Pangasinan donde se fortificó en una isleta.

En 1575, el ejército de Salcedo marchó al norte a Pangasinan en la búsqueda de los piratas y los sitió durante tres meses. Vengó la pérdida de Goiti y resto de españoles dando muerte a Lim ah Hong y sus guerreros en el río de Pangasinan, quemándolos vivos, con sus barcos.

Dos embarcaciones chinas enviadas por el virrey de Fo-Kien en busca del pirata mencionado habían llegado a Pangasinan, al mando del capitán y embajador Pescung Aumón. La delegación china fue bienvenida por Salcedo primero y luego por Labezarri en Manila. Labezarri entregó al capitán Aumón 52 prisioneros apresados por los piratas en las costas de China, entre los que se contaban algunas mujeres principales por las que se interesaba el virrey de Fo-Kien. Este gesto del gobernador y los agasajos y regalos otorgados abrieron las puertas de China a la Gobernación española de Manila.

EL PACTO DE SANGRE

Aumón conduciría a la delegación diplomática española, nombrada por Labezarri, con el objetivo de entablar relaciones comerciales con China. Ya se conocían los preciosos artículos del Celeste Imperio por pequeñas embarcaciones apresadas años atrás en aguas filipinas. Esta delegación filipina estaba encabezada por el navarro Martín de Rada, continuada por Jerónimo Marín, Miguel de Loarca, Pedro Sarmiento y un intérprete chino llamado Sinsay. Se contaba también con el aprendizaje de esta lengua que ya había emprendido Rada, siendo obispo de Cebú, con la intención de misionar en China.

Conocida la noticia de la pacificación de Manila y de toda la isla Luzón por la Corte española, Felipe II dictaba la real orden desde el Monasterio de San Lorenzo del Escorial el 3 de julio de 1573, por la cual solicitaba la edificación de la nueva ciudad conforme al estilo español de la época. El propio Juan de Herrera diseñó un proyecto defensivo novedoso y original. La ciudad quedó dividida en dos partes: Intramuros, que sería una ciudad española, y Extramuros, que se convirtió en el hogar de los asiáticos.

La fundación de la nueva Manila desde la bahía del mismo nombre y el control de Luzón dieron nacimiento al Nuevo Reyno de Castilla, nombre adoptado por Legazpi.