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ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL

04/11/2022

Reinado de Juana I de Navarra: la reina ausente


En de 1274, fallecía Enrique I, y en la sucesión al trono del Reino de Navarra tomaron parte tres potencias vecinas: Francia, Aragón y Castilla.

Por derecho de sucesión, Juana sería la legítima heredera al trono por ser hija de Enrique de Champaña y de Blanca de Artois. Pero tenía dos años de edad, por lo que reinaría bajo la tutela de su madre. Juana pasaría el resto de su vida en Francia, no regresando a Navarra desde que Blanca se la llevó a sus señoríos de aquel reino. Desde Francia, luchó para que su hija obtuviera el título real navarro.

Ya que el Reino de Navarra dejaría de estar vinculado al entorno español para pasar a la órbita de influencia francesa, Aragón y Castilla trataron de hacerse con el trono.

JUANA I DE NAVARRA

En el Reino de Castilla, Alfonso X el Sabio también presentó la candidatura de su primogénito, el infante Fernando. Tenía los apoyos del obispado de Pamplona y del rico hombre García de Almoravid. Para afianzarla, en septiembre de 1274, Alfonso X sitió a Viana sin conseguir su rendición. Y volvió a fracasar en otro intento, cuando supo la decisión de las Cortes de Olite.

En el Reino de Aragón, Jaime I el Conquistador presentó la candidatura al trono para su hijo Pedro, si era esa la voluntad de los señores del reino. Este ofrecimiento, se consumó tras negociaciones en las Cortes de Olite, reunidas el 1 de noviembre de 1274, cuya resolución aceptaba a Pedro de Aragón como rey de Navarra en futuro matrimonio con Juana. Los señores prestarían juramento a este pretendiente tan pronto como llegase a Navarra. Este reino ya tenía el precedente de unión dinástica con Aragón con Sancho Ramírez, Pedro I y Alfonso I el Batallador unas décadas atrás.

Blanca de Artois consiguió el apoyo del concejo de Estella y del rico hombre Juan Sánchez de Monteagudo, junto a la influyente judería, a los que convenció que por legitimidad dinástica convenía más al reino el principio electivo de Juana. Aquellos confederados proclamaron de forma unilateral guardar el castillo de Estella para la princesa en diciembre de 1274. Acto seguido, nombró a Pedro Sánchez de Monteagudo como regente del reino para mantener la unidad en defensa de los derechos sucesorios de Juana. La Junta de los infantes de Obanos se sumó a la lucha.

Fue el inicio de una larga estrategia que estaba tramando Blanca en calidad de regente. A inicios de 1275, se trasladó a París, y allí entregó la regencia de Navarra a su primo Felipe III el Atrevido. Ambos acordaron el matrimonio con el futuro rey francés Felipe IV el Hermoso.

El rey de Francia exigió a los ricos hombres y caballeros navarros cuáles eran las condiciones que debería asumir un gobernador nombrado por él. La respuesta, fechada el 8 de julio de 1275, fue el respeto a los fueros del reino y a los privilegios de los ricos hombres, infanzones y buenas villas y encomiendas.

Sin embargo, el reino estaba dividido: el gobernador Sánchez de Monteagudo tenía preferencia por el aragonés Pedro; otros ricos hombres, como García de Almoravid, se inclinaban por la candidatura castellana de Fernando. Ante este bloqueo, el rey francés reaccionó nombrado nuevo gobernador a Eustaquio de Beaumarchais. Este juró los fueros del Reino en Pamplona, y exigió juramentos a los ricos hombres y buenas villas. Ganó el apoyo de los infanzones y la enemistad de los ricos hombres.

Esta tensión reactivó los enfrentamientos violentos de los barrios de Pamplona debido también a la construcción de murallas y torres defensivas en la Navarrería, en desacuerdo con San Cernin y San Nicolás. Los ricos hombres apoyaron a la Navarrería, así como el obispo y el cabildo catedralicio. Los encuentros fueron tan crueles que el gobernador tuvo que refugiarse en los burgos de francos. Además, el exgobernador Sánchez de Monteagudo fue asesinado por un complot encabezado por su enemigo García de Almoravid. Y este enfrentamiento político-social llegó a una lucha militar.

JUANA I DE NAVARRA Y EL REINO DE NAVARRA

En septiembre de 1276, el ya proclamado rey regente Felipe el Atrevido envió un poderoso ejército que cruzó los Pirineos y sometió a toda Pamplona: saqueó y destruyó todo el barrio de la Navarrería y ejecutó penas de muerte a muchos resistentes. Este enfrentamiento es conocido como la Guerra de la Navarrería.

La Navarrería no fue reconstruida hasta cinco décadas después bajo el reinado de Carlos III el Noble. La catedral sufrió una amplia destrucción y hasta el sarcófago de Enrique I fue profanado. El obispado sólo pudo pactar con el gobernador francés mediante la cesión de control temporal de la mitad de Pamplona. Además, los rebeldes debían indemnizar los destrozos causados a los barrios de San Cernin y San Nicolás. Años después, el papa de Roma sancionó los castigos impuestos a la sede episcopal pamplonesa.

El 7 de noviembre de 1276, el rey castellano Alfonso X firmó una tregua con el francés, que se renovó en 1280. Viendo los problemas sucesorios que se presentaban en su reino prefirió acabar con la presión diplomática y militar sobre el reino pirenaico. La paz entre Castilla y Navarra fue definitiva durante mucho tiempo gracias al acuerdo firmado en Vitoria en 1301, entre el gobernador Alphonse de Robray y la reina regente María de Molina, negociación en la que solucionaron quejas y reclamaciones mutuas.

Las relaciones entre Francia y Aragón no fueron tan pacíficas ya que ambas entidades estaban disputando la sucesión al trono del Reino de Sicilia. Y, en 1284, los aragoneses atacaron Tudela y su vega.

El 16 de agosto de ese mismo año de 1284, la reina titular de Navarra, Juana I, y el delfín de Francia, Felipe IV, contrajeron matrimonio según lo pactado. Un año después, pudieron ejercer labores reales por la muerte de Felipe III el Atrevido, tanto en Francia como en Navarra.

Durante su reinado, ni Juana I ni Felipe IV llegaron a visitar Navarra, y a duras penas se atrevieron a jurar los Fueros del Reino una década y media después y tras un intento de rebelión de todos los estamentos sociales. Felipe IV el Hermoso, rey de Francia y de Navarra, fue la autoridad suprema en este último territorio y gobernó con mano firme. Al menos, Navarra había ganado un dominio pacífico sobre casi todos los señoríos del otro lado de los Pirineos occidentales.

Nunca existió una buena relación entre ambos reyes con los diferentes estamentos navarros. Una de las medidas a las que se opusieron fue la circulación de los torneses, monedas de plata francesa, junto a los sanchetes, monedas de plata navarras, ya que suponía la devaluación de su sistema monetario.

En 1297, la Junta de Infanzones de Obanos y la Junta de Buenas Villas firmaron un manifiesto por el cual si alguna entidad política superior quisiera dañarles se opondrían con la fuerza de las armas. La tensión fue incrementándose hasta que los doce ricos hombres, las buenas villas, los delegados de los valles, el obispo de Pamplona, y el de Calahorra, que poseía dominios en Navarra, se alzaron en defensa de los fueros del Reino en Pamplona.

El alzamiento resultó infructuoso ya que la administración del reino estaba controlada por gobernadores franceses: Beaumarchais, Reinault de Rouray, Clemente de Launey, Simón de Melun, etc. Además, casi todos los castillos estaban en poder de señores franceses, así como la alferecía mayor, apoyados por una guarnición militar permanente de unos 400 efectivos.

Para calmar la tensión, en agosto de 1299, se convocaron Cortes Generales en las que los navarros expusieron sus agravios. Entre las demandas estaban el juramento de los reyes, que finalmente se hizo en París, y el reconocimiento de Felipe IV como un rey extranjero de Navarra, admitiendo solo a Juana I como reina titular y legítima por ser hija de Enrique I. Además, reconocían a Luis, hijo de Juana, como titular directo de Navarra al cumplir los veintiún años de edad, o si esta moría antes que su esposo. Si por cualquier causa fallecía el heredero a la corona navarra, Felipe IV permitiría que los tres estados (nobleza, clero, villas) acordasen un príncipe bajo el principio electivo. Fue una estrategia para evitar que el Reino se convirtiese en una provincia de Francia, y que al final un rey francés alcanzase el título real.

El 4 de abril de 1305, moría Juana I, la última representante de la dinastía de Champaña en el trono navarro, tras su abuelo Teobaldo I, su tío Teobaldo II, y su padre Enrique I.

Dos años después, en 1307, el joven Luis hacía el juramento como su heredero al trono. Felipe IV se mantuvo como rey regente hasta el 29 de noviembre de 1314, momento en el que su hijo Luis X le Huntin de Francia fue proclamado rey de Navarra, Luis I el Obstinado.

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