PATRIOTAS VASCONGADOS Y NAVARROS

TERRITORIO

ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL

16/06/2019

Reinado de Alfonso I: la reconquista de Zaragoza


Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Pamplona, pasó a la historia por reconquistar Zaragoza en 1118 y organizar una audaz expedición a Andalucía en los años 1125 y 1126. Sus éxitos militares contra los musulmanes le valieron el sobre nombre de "el Batallador". En 1104, proyectaba su soberanía sobre unos 24.000 kilómetros cuadrados, al término de su reinado, en 1134, había duplicado sus dominios conquistando otros 24.000 kilómetros cuadrados, de los que unos 20.000 fueron arrebatados a los almorávides en el valle del Ebro y unos 8.000 se pueden considerar recuperados para la Monarquía pamplonesa, que los había perdido desde 1054 y 1076 ante Castilla.

Gracias a su matrimonio con Urraca de Castilla, gobernó los reinos de León, Castilla, Navarra y Aragón de forma temporal, haciéndose llamar entre 1109 y 1114 imperator totius Hispaniae "emperador de España", producto de la tradición imperial de León.

ESTATUA DE ALFONSO I EL BATALLADOR EN ZARAGOZA

Alfonso I nació en 1074 y reinó en Aragón y Navarra entre 1104 y 1134, año de su muerte en Poleñino (Huesca). Fue hijo de Sancho Ramírez, rey de Aragón y de Pamplona entre 1063 y 1094, y de Felicia de Roucy. Durante el reinado de su hermano, Pedro I, pasó sus primeros años de formación en letras y arte militar en el monasterio de Siresa (Pirineos de Huesca), donde tuvo como tutor a Lope Garcés. Siendo infante, adquirió experiencia en política como señor de Biel, Luna, Ardanés y Bailo, pertenecientes a las Cinco Villas y la Jacetania.

También participó en la batalla de Alcoraz (1096) que recuperaba Huesca, y la batalla de Bairén (1097) junto a Rodrigo Díaz de Vivar en tierras de Valencia, donde venció al Ejército almorávide de Yusuf ibn Tasufin. Una serie de muertes consecutivas de sus antecesores hizo que la Corona de Aragón y de Navarra recayeran en su persona: la muerte de su padre Sancho Ramírez en 1094 en la toma de Huesca; su primogénito Fernando el mismo año; y su hermano Pedro I en 1104.

En un documento de 1108, ya aparecía Alfonso I como rey en Aragón, Pamplona, Sobrarbe, Ribagorza, Pallás y Arán, siendo los condados de Sobrarbe y Ribagorza antiguos condados unidos al Reino de Aragón con Ramiro I.

Cuando en 1104, Alfonso comenzaba su reinado en Aragón y Navarra, no existía entre cristianos y musulmanes una frontera continua. La gran separación de las posiciones de ambos bandos y la dificultad de vigilar el extenso territorio heredado facilitarían las expediciones e incursiones moras evitando los castillos y las plazas fuertes conquistadas. Dentro de este clima de inseguridad, la actitud ofensiva que Alfonso mostró desde el primer momento en sus acciones frente al Islam respondía, sin duda, al ideal de servir a la Cristiandad.

ALFONSO I DE ARAGÓN-PAMPLONA, POR MANUEL AGUIRRE Y MONSALBE

Durante el primer lustro de su reinado, se limitó a proseguir la labor de sus antecesores, en un frágil reino que asistía a la desmembración de la dinastía taifa yemení de los Banu-Hud, a la pujanza de los señores de Urgel y los condes de Toulouse, y a la fortaleza inapelable de Castilla. La política exterior de Alfonso se dirigió hacia Zaragoza y Lérida, puntos clave para llegar a Tortosa y Valencia.

En 1106, tomaba Ejea de los Caballeros, dotándola de un fuero que permitía a sus vecinos convertirse en caballeros, además de Tauste y Sábada, reforzando sus posiciones por el oeste del valle de Ebro.

Entre 1105 y 1106, hizo reforzar varios castillos cercanos a la Zaragoza de Al-Musta´in II y que habían sido construidos por sus antecesores Sancho Ramírez y Pedro I, como los de Juslibol, Miranda y El Castellar en la desembocadura del río Jalón en el Ebro a veinte kilómetros de Zaragoza. Además se construyeron torres de vigilancia como la Torre de Candespina en Sobradiel.

Esta estrategia de acorralar Zaragoza hizo que terminara de dominar la Hoya de Huesca y el desierto de los Monegros mediante la presencia en el sur de la Sierra de Alcubierre, además aseguró el territorio de Barbastro y Monzón y conquistó Tamarite de Litera y San Esteban de Litera, en 1107. Tras estas empresas, dejaba libre el camino para avanzar sobre Tudela, Zaragoza y Lérida.

ALFONSO I DE ARAGÓN-PAMPLONA Y URRACA DE LEÓN

En 1109, el rey de León Alfonso VI decidió el matrimonio entre Alfonso I y su hija heredera Urraca, con la intención de reunir un apoyo militar en su lucha contra los almorávides. Los acuerdos matrimoniales quedaron patentes en la carta de arras entregada por Alfonso I y por la dote firmada por la reina Urraca, en los cuales se asignaban potestad mutua de las posesiones de ambos. La clave del éxito del matrimonio se aseguraba por conseguir la descendencia de un hijo heredero y la ruptura del matrimonio. Entre las cláusulas del contrato estaba la separación y posible sanción por culpabilidad del otro cónyuge con liberación del reino propio y retener la anexión del reino consorte.

Demasiado difícil para funcionar, aun sin ruptura, ya que permitía, por ejemplo, volver sobre contenciosos de las últimas décadas entre castellanos y pamploneses. Por otra parte, Castilla no pretendía renunciar a sus aspiraciones de expansión por el valle del Ebro. Además, si surgiese una descendencia común, el primogénito del anterior matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña, Alfonso VII Raimúndez, perdía sus derechos hereditarios al trono de León, algo que no gustaba a la nobleza gallega.

Urraca y Alfonso contrajeron matrimonio en septiembre de 1109. Entre octubre de 1109 y marzo de 1110, la relación entre los dos reinos fue muy favorable y cordial, y alguna documentación se refiere a Alfonso I como rey de Huesca, Aragón, Pamplona, León, Castilla y Toledo, comenzando a utilizar el título de "Emperador de España" como lo hizo su suegro Alfonso VI. En una donación conjunta de Urraca y Alfonso al monasterio de Valvanera (La Rioja), se declara que los reyes gobernaban desde los Pirineos a la costa del océano.

La acción política de Alfonso en los reinos de León, Castilla y Galicia fue muy dificultosa, a pesar de apoyarse en la primitiva burguesía de las poblaciones a las que ofreció fueros y privilegios parecidos a los que otorgó a las que repobló en Aragón. Así, Alfonso I apoyó el establecimiento de villas francas y estimuló el comercio en el todo el Camino de Santiago. Estas garantías, libertades y exenciones creaban un sector social franco o libre, en detrimento de la recaudación de impuestos, que eran la fuente del poder de la aristocracia feudal, lo que concitó su impopularidad entre la nobleza. Urraca se apoyó en estos estamentos privilegiados cuando se desató la lucha entre facciones enfrentadas y entre partidarios de uno u otro cónyuge del matrimonio real.

EXTENSIÓN TERRITORIAL DE ARAGÓN-PAMPLONA CON ALFONSO I

Alfonso I continuó con su política de dar la tenencia de castillos y plazas fuertes a sus leales: nobles aragoneses y navarros, y veteranos compañeros de batallas y caballeros fieles de su hueste, lo que fue incrementando la enemistad que provocaba en León y Castilla. Comprobando que perdían poder en la corte, comenzaron a conspirar contra el rey.

Los primeros indicios de ruptura matrimonial se abrieron en verano de 1110 cuando el conde de Candespina, Gómez González, que había sido pretendiente a casarse con Urraca, consiguió los favores de la reina. Todo indica que mantenía relaciones amorosas con ella. Gómez González reunió partidarios y comenzó un levantamiento armado contra Alfonso I. Otros condes siguieron al primero, como el conde Rodrigo Muñoz y el conde Fruela Díaz, Alvar Háñez y García de Hita en diversos territorios castellanos del norte a sur.

Alfonso VI recibió airado la noticia, al comprobar la oposición de una parte de la nobleza castellana a los planes que había diseñado de casar a su hija con el experimentado rey aragonés.

La respuesta de Alfonso, veterano guerrero curtido en muchas batallas, fue rápida y enérgica. Con sus huestes navarro-aragonesas marchó contra los sublevados y les infligió una dura derrota en el Castillo de Monterroso (Lugo), ese mismo año. El mensaje transmitido a los descontentos fue que el Batallador estaba resuelto a aplastar militarmente cualquier intento de rebelión en su contra, lo que implicaba que la oposición tuvo que reorganizarse.

Los siguientes años transcurrieron en un continuo estado de tensión militar. Un intento musulmán de aprovechar esta distracción fue desbaratado con la victoria de Alfonso sobre al-Mustain I, rey de la taifa de Zaragoza, en la Batalla de Valtierra en 1110.

Entre el 1110 y el 1111, Gómez González trató de convencer a la reina de que el príncipe Alfonso debía convertirse en el rey legítimo de Castilla como hijo biológico de la reina de Castilla y León, para que apoyase el levantamiento de la nobleza contra Alfonso. Este hecho convirtió el conflicto político en una guerra abierta entre el monarca aragonés y facciones de la nobleza leonesa, castellana y gallega. El fuerte carácter de Alfonso I y el choque con la personalidad de su mujer llevaron al fracaso del matrimonio. Alfonso temía que la proximidad entre el conde de Candespina y su mujer fuera sinónimo de infidelidad de ésta, razón por la que podría haberla repudiado.

La nobleza gallega, encabezados por el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, y el tutor del infante Pedro Froilaz, conde de Traba, se rebelaron proclamando en la catedral de Santiago al joven príncipe Alfonso Raimúndez con siete años de edad "rey de Galicia" el 17 de septiembre de 1111. Lo más probable es que esta maniobra política tan solo pretendiese otorgarle la categoría de correinante con un grado de igualdad al de su madre Urraca. A ellos también se unió el arzobispo de Toledo, Bernardo de Sedirac, también contrario al aragonés, poniendo como pretexto irregularidades canónicas en el enlace matrimonial por razón de parentesco, ya que ambos reyes eran bisnietos de Sancho III el Mayor, y solicitó la nulidad al Papa.

Otra importante facción contraria a Alfonso I de Aragón fueron los eclesiásticos de la Orden de Cluny, pertenecientes a la Casa de Borgoña. Se habían establecido en el Camino de Santiago durante el reinado de Alfonso VI, bajo la protección del primer marido de Urraca, Raimundo de Borgoña en 1090, quien falleció en 1107 y de cuyo enlace había nacido Alfonso Ramírez. Los eclesiásticos eran también señores de muchos territorios, por lo que se oponían además a las políticas proburguesas del rey aragonés que, de triunfar, verían considerablemente reducido su poder. Se trataba de una peligrosa oposición pues su contacto con el papa Pascual II podría poner en peligro la legalidad del matrimonio. Por el contrario, la burguesía de las ciudades apoyaba al Batallador.

Sea como fuere, esta alianza entre ambos reinos hispano-cristianos terminó quebrantándose, con guerras civiles, pactos violados y repudios que dejaron a Alfonso I preocupado por los asuntos de Castilla en lugar de dedicarse a otros designios más ambiciosos y urgentes.

Declarada la guerra civil entre los partidarios favorables a Urraca o a Alfonso, este último intervino para restablecer el orden, actuando en Galicia, pues estaba incorporada de derecho a su reino por las capitulaciones matrimoniales, que establecían que el hijo de Alfonso y Urraca podrían reinar en la mayoría de los territorios de la España cristiana: Aragón, Pamplona, León y Castilla; a excepción sólo del condado de Barcelona y otros condados del Pirineo, como el de Urgel.

Lo primero que hizo Alfonso I fue apresar a Urraca en El Castellar, en Aragón, alegando incapacidad para gobernar y pretextando la planificación de una conspiración con los tenentes de fortalezas castellano-leoneses.

Después, emprendió una expedición militar sobre Castilla con tropas navarras y aragonesas, para someter a los altos prelados Bernardo de Sedirac de Toledo y Diego Gelmírez de Santiago de Compostela, y la nobleza aristocrática acaudillada por Pedro Froilaz y Gómez González.

Aún sin la participación de las fuerzas de León y Castilla, en pocas semanas sometió las ciudades rebeldes de Palencia, Burgos, Osma, Sahagún, Astorga, Orense, con una velocidad que le ganó reputación de invencible entre sus enemigos.

Aprovechando esta distracción en Occidente, el conde Gómez González lanzó una incursión sobre El Castellar, liberando a la reina Urraca y llevándola a Sahagún. Las noticias de la incursión provocaron que Alfonso marchase con su ejército al sur castellano en una expedición punitiva contra el conde. La ciudad de Toledo cayó en la primera mitad de 1111 y Alfonso sustituyó al arzobispo hostil Bernardo de Sedirac.

En la batalla de Candespina del 26 de octubre de 1111, sita en el actual municipio segoviano de Fresno de Cantespino, obtuvo otra victoria. Se enfrentaron las huestes navarro-aragonesas de Alfonso y las del conde Enrique I de Portugal, tío de Alfonso VII, contra las tropas fieles a Urraca y Candespina, con derrota de los segundos y muerte del conde levantisco. Este desenlace dejó a la reina en muy mala situación y forzó una reconciliación en falso con su marido.

ALFONSO I EL BATALLADOR EN EL COMPENDIO DE CRÓNICAS DE REYES

En el otoño de 1111, Alfonso I derrotó una vez más a los partidarios de Alfonso Raimúndez en la batalla de Viadangos, capturando a Pedro Froilaz (que sería liberado poco después) y debilitando a sus oponentes. Sin embargo, Gelmírez y Alfonso Raimúndez consiguieron huir. Pero esta victoria definitiva aplastaba los intereses políticos del obispo de Santiago y sus partidarios.

En 1112, el papa Pascual II hizo oficial la de nulidad del matrimonio entre ambos reyes, amenazándolos de excomunión si permanecían juntos, tal y como pretendía la aristocracia castellano-leonesa. El motivo fue que ambos cónyuges eran bisnietos de Sanco III Garcés el Mayor, gran rey de Pamplona de principios de siglo, y por tanto se consideraba un matrimonio incestuoso. Hasta los cronistas castellanos lo llamaron "las malhadadas bodas". Alfonso, profundamente religioso, la repudió definitivamente.

Después de seis largos años de enfrentamiento entre Alfonso y Urraca, con innumerables alianza, rupturas, batallas, reconciliaciones, revueltas y juegos de intereses tanto en la vía política como en la eclesiástica, se fue pacificando el conflicto.

La situación se consolidó de manera oficial mediante un concilio celebrado en Palencia en 1114. Alfonso pasaba a ser únicamente rey de Aragón y Pamplona. Este nuevo escenario político produjo un movimiento de fronteras entre los dos reinos de Aragón y de Castilla. Como las batallas se habían librado en territorios castellanos y sobre plazas del Reino de Castilla, Aragón consiguió ganar territorios en La Rioja y en tierras burgalesas.

No obstante, Alfonso I siguió utilizando el título de rey de Castilla y el de imperator totius Hispaniae producto de la tradición imperial de León y no renunció, hasta su muerte, a los enclaves por él repoblados, fortificados y gobernados por sus tenentes en los actuales País Vasco, La Rioja, Burgos, Soria y Guadalajara. Algunas de estas plazas, como Sigüenza o Medinaceli serían devueltas a Alfonso VII tras la muerte de Urraca en las Paces de Támara a partir de 1127, otras fueron conquistadas más tarde por el leonés, como Castrojeriz, perdida en 1131; el resto las conservaría el rey de Aragón hasta su muerte.

Mientras en Castilla los nobles habían tratado de poner a Alfonso Ramírez en el poder, en Aragón los Banu-Hud sucumbían al impulso militar de los almorávides, una dinastía beréber que tomó Zaragoza en 1110 y amenazó Barcelona en 1114. Fundada por dos hermanos de la tribu lamtuna y predecesora de los tuareg, esta dinastía se expandió tras el paréntesis abierto por los taifas del siglo XI y fue devorada por los almohades en la segunda mitad del XII. Los almohades eran capaces de acorralar al mismísimo suegro de Alfonso I en Sagrajas en 1086, y presumían de contar sus batallas por victorias hasta que en el horizonte se definió la figura regia del hijo de Sancho Ramírez y bisnieto de Sancho III el Mayor.

Tras haber intervenido en la Reconquista únicamente en 1110 defendiéndose de Al Mustain en Valtierra en 1110, Alfonso I el Batallador volvía a establecer sobre el valle del Ebro el eje principal de la política aragonesa, emprendiendo campañas de reconquista contra los invasores almorávides a partir de 1117.

Alfonso comenzó una nueva etapa acometiendo la conquista de Zaragoza. Los primeros movimientos de su avance fueron la conquista de la Comarca de Tudela en 1117, haciéndose con Fitero, Corella, Murchante, Cascante, Monteagudo y Cintruénigo ese año, que habían sido perdidas contra los musulmanes en ese ataque. Les otorgó el disfrute de los montes colindantes en régimen de facerías (uso compartido).

En busca de nuevas estrategias, se entrevistó con Gastón IV de Bearn, estableciendo lo que sería una alianza clave transpirenaica. Gastón era un veterano occitano de las Cruzadas en Tierra Santa, de costumbres guerreras y religiosas similares al aragonés y señor de un vizcondado de fuerzas parejas a Aragón. Era además experto en armas de asedio como había demostrado en la toma de Jerusalén de 1099, cuando luchaba bajo Raimundo IV de Tolosa, con lo que acumulaba una experiencia en sitios de ciudades que podía ser vital para el rey Alfonso. Entre 1117 y 1118 en un concilio en Bearne se firmó un compromiso de colaboración con

MONEDAS ACUÑADAS POR ALFONSO I CON EL ÁRBOL DE SOBRARBE Y EL LEMA ANFUS-REX-ARA-GON

El Concilio de Tolosa de 1118, con presencia de obispos de Pamplona y Barbastro entre otros, convirtió la conquista de Zaragoza en cruzada gracias a la bula papal de Calixto II con los correspondientes beneficios religiosos asociados.

La Saraqusta islámica era una de las principales ciudades de al-Ándalus y, fruto de su capitalidad de fronteras, uno de los principales reinos taifas musulmanes. En su mayor esplendor abarcaba desde Tudela hasta Tortosa, dependiendo de ella Tudela, Huesca, Lérida, Tarragona y Calatayud y recibiendo vasallaje de Valencia y Denia. Su fortaleza, frente a los vastos territorios despoblados en la frontera de Castilla y León había sido la causa de la menor expansión del Reino de Aragón. A principios del siglo XII la gobernaban los hudíes. La derrota de Valtierra les había llevado a pagar parias a Urraca para granjearse la protección castellana contra Alfonso, tras suceder a Al Mustain su hijo Abdelmalik. Sin embargo su situación se fue haciendo más comprometida a medida que el rey Alfonso demostraba su poderío en el norte y los almorávides en el sur. Las parias pagadas a los castellanos enojaron a los más soberanos, que hicieron caer la ciudad en manos almorávides, huyendo el rey a Rueda de Jalón, donde creó un pequeño reino sobre el Valle del Jalón. Su odio a los almorávides le llevaría a aliarse con Alfonso posteriormente contra aquellos que le habían destronado. El gobierno almorávide vino personificado por Muhammad ibn al-Hayy, que había retomado Valencia tras su captura por el Cid, (1110 - 1115) e Ibn Tifilwit, cuyo gobierno vino marcado por sus desavenencias con el filósofo y visir Avempace (1115 - 1117). Su único avance contra Alfonso fue la toma de la fortaleza de Juslibol. En 1117 la ciudad quedó, tras la muerte del gobernador, en manos del rey de Murcia.

A pesar del recuerdo vivo de la derrota de Roncesvalles en 778 de Carlomagno, presente a través del Cantar de Roldán, en marzo de 1118 muchos gascones y aquitanos se congregaron en Ayerbe, bajo el mando de Alfonso I. Como estaba pactado, el vizconde Gastón de Bearne y su hermano Céntulo, conde de Bigorre, apoyaron al aragonés, con lo que el dispositivo de los sitiadores aumentaba su capacidad de bloqueo.

También se sumaron fuerzas militares del condado de Urgel y, probablemente, también de Pallars, ya que el conde Arnal Mir de Pallars Jussà fue feudatario de Alfonso I de Aragón. Y con todos ellos, el bloque principal estaba formado por aragoneses y pamploneses, y por hombres provenientes de la Guipúzcoa, Álava y el Señorío de Vizcaya.

La expedición marchó al sur, conquistando Almudévar, Gurrea de Gállego y Zuera, y sitiado a finales de mayo Zaragoza. Se pactó un primer objetivo militar consistente en tomar la fortaleza de la Aljafería, que cayó en poder cristiano el 11 de junio de 1118, y mediante la ayuda de torres sobre ruedas y almajeneques para el lanzamiento de piedras.

Se sabe poco de como se desarrolló el asedio. Varios historiadores consideran que se cortó el suministro de agua, que entraba por el canal de la Romareda para acelerar la caída de la ciudad. Los nueve meses que duró el asedio significaron una gran prueba para la moral y salud de las tropas cristianas, significando probablemente el invierno una retirada temporal, pues los hombres dormían a la intemperie. Zaragoza finalmente cayó el 18 de diciembre de 1118. Se suele indicar como hito de la caída la toma del Torreón de la Zuda, sede del gobierno musulmán y fortificación del recinto amurallado.

Poco antes de la rendición y capitulación de la ciudad, Tabit, el cadí, había reclamado auxilio al hermano del emir almorávide Abu-Tamin. Tan solo se trataba de una explicación oficial tratando de justificar su derrota. Algunos fragmentos de las fuentes sobre este hecho son indicativas de la importancia que Zaragoza tenía para todo Al-Andalus, ya que son las fuentes musulmanas las que enfatizan la relación entre la derrota de Zaragoza y la pérdida del resto de Al-Andalus.

Alfonso otorgó concesiones a los benedictinos para que fundasen un monasterio en el Palacio de la Aljafería, edificio que se constituyó en residencia real de los reyes de Aragón. A la ciudad Alfonso le ofreció en fuero Totum per totum, que confiaba la protección de los intereses particulares a los cuerpos armados seculares que se pudiesen formar, garantizando la autodefensa, y un sistema de aljamas que garantizaban el respeto entre comunidades religiosas.

Las capitulaciones de la ciudad reconocía a los musulmanes el derecho a quedarse en Zaragoza, con la condición de habitar en los arrabales en el plazo de un año, durante el cual las mezquitas seguirían cumpliendo su función; a pagar los mismos impuestos que hasta la conquista, a mantener sus propiedades rurales y a practicar su religión y ser juzgados por sus propias leyes. Se reconocía el derecho de marchar libremente a los que lo desearan. Con estas condiciones ventajosas, Alfonso trataba así de evitar la despoblación de la ciudad, especialmente conservando a los artesanos y comerciantes, asimilando a los mudéjares, lo que marcaría el arte de la ciudad.

Tras todo ello, la medina o ciudad vieja fue repoblada con cristianos que habían participado en la toma de la ciudad. Se estima que de los cerca de 20.000 musulmanes, muchos permanecieron, y con la llegada de nuevos habitantes la población creció y la ciudad se expandió extramuros. Gastón IV de Bearne recibió el señorío de la ciudad en recompensa a sus esfuerzos.

Esta rendición supuso la sumisión de gran parte de las poblaciones cercanas que habían estado bajo dominio de los Banu Hud. No obstante fue necesario atacar las plazas fuertes que habían caído en manos de los almorávides, proyectando la reconquista del Bajo Aragón y el valle del Ebro, por eso el siguiente objetivo fue la toma de Tudela.

A partir del siglo IX, Tudela, la Tutila islámica, fue creciendo hasta que llegó a convertirse en una medina y desplazó a Tarazona, de la cual dependió en un primer momento. Tenía una estructura defensiva que la hacía casi en inexpugnable. Las tentativas por recuperar Tudela comenzaron en 1084, cuando Sancho Ramírez recuperó Arguedas. El rey Pedro I aumentó la presión, consolidando Arguedas y recuperando y repoblando Milagro, en la Ribera navarra en 1098-1099. Alfonso I siguió el cerco de la ciudad, desde Santa Quiteria, un monte próximo donde se asentaba el Pueyo de Sancho.

Entre los nobles de origen navarro durante el asedio de Tudela figuraron Fortún Garcés Cajal y el obispo Guillermo de Pamplona, así como Aznar Aznárez de Funes. Y entre los nobles vascos destacó el señor de Vizcaya Diego I López.

Tras la rendición de la ciudad el 25 de febrero de 1119, Alfonso I negoció las capitulaciones que regularían las condiciones de convivencia de los musulmanes sometidos a los nuevos pobladores cristianos. El rey Batallador supo mantener a los judíos bajo su protección y mediante el fuero del que gozaban ya sus correligionarios en Nájera. La tenencia de Tudela la compartieron Fortún Garcés y Aznar Aznárez, dos magnates leales al rey cuyas carreras siguieron en ascenso. Se escrito muchas veces que la conquista de Tudela, capital de la Ribera, completaba el mapa de la Navarra actual.

No sólo recuperó Tudela, en ese mismo año de 1119 conquistó Fitero, Borja, Fuentes de Ebro, Alfajarín, y toda la dehesa del Moncayo, incluyendo Tarazona y su comarca, el valle del río Alhama (en La Rioja) con Cervera del Río Alhama en cabeza, Tudején y Castillón (fortalezas en Navarra, hoy en ruinas), Novallas, Ágreda, Magallón, Alberite de San Juan, Borja, Alagón, Novillas, Épila, etc. Sometió también a vasallaje el reino hudí de Rueda de Jalón.

En 1119, también reconstruyó la ciudad abandonada de Soria y repobló su comarca, aunque los cronistas castellanos muchas veces lo atribuyen a Alfonso VII de Castilla, hijo de Urraca. Modernamente se conocen documentos que atestiguan que la ciudad castellana permaneció en poder de Alfonso hasta su muerte en 1134, cuando el rey castellano pudo retomarla.

En 1120, mientras sitiaba Calatayud, recibió noticias de que una expedición musulmana enviada por el emperador almorávide Alí ben Yusuf, receloso de los éxitos del aragonés los almorávides, marchaban para intentar reconquistar Zaragoza desde sus bases en Valencia. Levantó el asedio y apoyado por Guillermo IX de Aquitania, noble gascón, marchó a interceptarlos. El avance musulmán por un antiguo camino romano en la cuenca del río Turia y del Guadalaviar, pasaba por lo que hoy es Teruel. Alfonso los encontró en Cutanda, en el valle del río Jiloca. A pesar de ser inferiores en número, las fuerzas aragonesas aplastaron a las musulmanas obteniendo su victoria y forzando su retirada de Zaragoza ya de forma definitiva. Alfonso recuperaba las ciudades de Calatayud y Daroca, así como la totalidad de las cuencas del Jalón y del Jiloca, quedando abierta la ruta hacia Levante. La batalla de Cutanda, que tuvo lugar en Cutanda el 17 de junio, se recuerda como la mayor victoria de Alfonso: en el siglo XIV aún se decía "peor fue Cutanda" para referirse a logros que parecen imposibles.

Tras esta proeza, su ejército ocupó Calamocha y Monreal del Campo, donde fundó la actual ciudad, antes de retomar la conquista de Calatayud, que supuso la toma final del valle del Jalón y del Jiloca. Las tierras de las actuales Bubierca, Alhama de Aragón, Daroca y Ariza fueron también tomadas tras la victoria de Cutanda.

Casi a mitad de camino entre Pamplona y Estella se estaba asentando otro enclave en la ruta jacobea conocido como Puente del Arga, por la proximidad al río. El rey quiso impulsar este asentamiento concediendo a sus vecinos el Fuero de Estella. Los fueros, usos y costumbres de esta villa próxima a la futura Puente la Reina quedaron firmados mediante carta de población en Milagro en 1122.

Este mismo año de 1122, fundó en Belchite una orden militar, la Cofradía de Belchite, primera de estas características en la península Ibérica y fundada a semejanza de la Milicia de Jerusalén y de las establecidas en las Cruzadas, recibiendo los cofrades y sus bienhechores beneficios de cruzada no sólo para la conquista de una ciudad como hasta entonces había sucedido. Posteriormente, estableció en 1124 en Monreal del Campo la Militia Christi de Monreal, Militia Caesaraugustana u Orden de Monreal, que tuvo su base en la recién fundada ciudad de Monreal, recibiendo una zona de influencia en el área del Jiloca y Teruel, y su término adjudicado hasta Segorbe. Su objetivo era dirigir la reconquista con vistas a la toma de Tortosa y con ello a dar al reino una salida al Mediterráneo.

El objetivo de ocupar Lérida, que había sido aplazado en 1104, fue retomado en 1123 por el Batallador que se estableció en los castros de Gardeny y de Achón ante Lérida y Fraga respectivamente. Alfonso I se enfrentó con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, por la ciudad de Lérida, que ambos ambicionaban tomar. En 1120, su gobernador había pactado con Berenguer Ramón III, la cesión de algunas plazas y su apoyo contra Tortosa, irritando a Alfonso, que sitió Lérida en 1123, tomando el castillo de Gardeny. Según Zurita, la intervención de diversos prelados y barones catalanes y aragoneses puso fin al conflicto entre Alfonso y el conde, al llegar al compromiso mutuo de abstenerse de emprender ninguna acción contra Lérida. De todos modos, poco después, en 1124, un ejército almorávide derrotó a Ramón Berenguer III en la batalla de Corbins, lo que obligó al conde barcelonés a renunciar al objetivo de Lérida.

De todas maneras, la reacción almorávide le hizo desistir nuevamente de sus propósitos para preparar una expedición hacia Al-Ándalus, empresa que le mantendrá al margen de las acciones ofensivas durante algunos años.

La gran extensión de los nuevos territorios incorporados al Reino de Aragón obligaba al Batallador a atraer gran cantidad de población para repoblar campos y villas y mantener la economía del país. Conociendo la insatisfacción de la numerosa población mozárabe en territorio musulmán ante el aumento del fanatismo religioso de la nueva corriente religiosa norteafricana almorávide, y alentado por los mozárabes de Granada, que le ofrecían su apoyo para rebelarse en esta ciudad del sur de Al-Ándalus, Alfonso inició una expedición militar por tierras musulmanas.

En 1124, con cincuenta años de edad, el monarca emprendió esta arriesgada incursión en el interior de Al-Ándalus encabezando un ejército que se adentró en el Reino de Valencia, llegando hasta Benicadell. El año 1125 fue clave: avanzando hacia el sur por Valencia, en un año lanzó una ofensiva contra la ciudad almorávide de Granada con la pretensión de crear un principado cristiano en mitad del corazón de Al-Ándalus. Cercó Granada, pero la población mozárabe del interior de la ciudad no quiso o no pudo abrirle las puertas. Entonces decidió emprender una operación de saqueo por las fértiles tierras del Valle del Guadalquivir.

Mientras el rey de Aragón saqueaba el sur de la actual provincia de Córdoba, Abu Bakr, hijo del emir Ali ibn Yusuf, había salido con tropas de Sevilla al encuentro del Batallador, y lo alcanzó en Anzul (Puente Genil), cerca de Lucena. Allí se entabló la batalla de Anzul (en Puente Genil), a campo abierto, el 10 de marzo de 1126, con el resultado de victoria decisiva para los aragoneses.

Recorrió importantes poblaciones del sur de Córdoba y llegó a la costa en Motril o Vélez-Málaga, donde de acuerdo a las crónicas mandó que le pescaran un pez antes de emprender el retorno cargado de botín y acompañado de numerosos mozárabes. Se estima que más de 10.000 le siguieron con la intención de asentarse en el reino cristiano. Quizá la cifra sea exagerada, pero lo cierto es que el Batallador declaró a estos mozárabes hombres libres a su regreso, otorgándoles privilegios y ventajas judiciales, fiscales, económicas y militares. Perseguido por las fuerzas almorávides, Alfonso logró sin embargo culminar el regreso a través de Cuenca y Albarracín en 1126.

El 8 de marzo de 1126 murió la que fue su mujer, Urraca I de Castilla, dejando a su hijo Alfonso Raimúndez de 21 años como heredero de las coronas conjuntas de Castilla y León, convirtiéndose en Alfonso VII. Las tensiones entre ambos Alfonsos, heredadas de la antigua guerra civil, se liberaron ante el intento del rey castellano de recuperar las villas que el aragonés tenía desde su victoria en Candespina. Un año después de su coronación, Alfonso VII ocupó militarmente Carrión (Palencia) y Villafranca de Montes de Oca (Burgos), donde las guarniciones aragonesas cedieron las plazas sin prestar batalla. Con la pérdida de estas plazas, Castrojeriz (Burgos) quedaba en el punto de mira del rey Alfonso VII. La reacción del aragonés fue la de desplazar sus ejércitos por la Bureba para alcanzar Briviesca (Burgos) en el mes de junio. Entonces, cerca de Isar, a orillas del río Hormazuela, afluente del Arlanzón, detuvo su expedición militar. Enfrente, y cortando la vía hacia Castrojeriz, estaba el ejército de Alfonso VII.

Al terminar el verano de 1127, la Bureba y posiciones aragonesas al oeste de esta comarca pasaron al Reino de Castilla y León, mientras que Belorado, Pancorbo, Álava y La Rioja se mantuvieron en el Reino de Aragón y Navarra. Mediante el Pacto de Támara, en 1128, ambos reyes establecían la paz y reconocían las tierras de frontera: Soria, Almazán, Ágreda y San Esteban de Gormaz se reconocían aragonesas hasta finales de 1135, mientras que las plazas de Atienza, Sigüenza y Medinaceli pasaban a domino castellano. Pero el Batallador renunciaba al título de emperador.

El mapa territorial de Castilla y de Aragón ya no era el mismo que en 1177, al concluir la guerra con Urraca, pero se parecía al mapa anterior al colapso del Reino de Pamplona tras la muerte del de Peñalén, ya que La Rioja y zonas de los territorios vascos volvían de nuevo con Aragón-Pamplona.

ESTATUA DE ALFONSO I DE ARAGÓN-PAMPLONA EN EL PARQUE DEL RETIRO DE MADRID

Desde septiembre de 1127 se ocupó de repoblar Cella, en cuyas operaciones debió participar Rotrou de Perche, que recibió en recompensa la villa de Corella (Navarra).

En noviembre de 1127 comenzó a asediar Molina de Aragón, en cuyas cercanías elevó la fortaleza de Castilnuevo, que estaba concluida en febrero de 1128 y en poder del rey en diciembre. Alfonso I pretendía delimitar las fronteras de las futuras expansiones de Castilla y Aragón.

A partir de mayo de ese año, mientras sus magnates continuaban el asedio de la importante plaza de Molina de Aragón, se desplazó más al sur y conquistó Traíd (Guadalajara). Después de cada conquista se preocupó de la repoblación de cada villa anexionada. Los fueros de Belchite (1119), Calatayud (1130) y Daroca (1129) constituyen un intento de atraer pobladores mediante una legislación especial que ofrecía grandes ventajas y trataba de asentar a unas gentes que vivirán fundamentalmente de la guerra contra el enemigo musulmán.

En las posiciones más avanzadas como Belchite y Monreal del Campo fundó cofradías religiosas, en 1124 y 1122 respectivamente, al estilo de pequeñas órdenes militares cuyos miembros servían a la Cristiandad defendiendo la frontera y luchando contra el Islam.

Constan en la documentación para ese año tenentes aragoneses nombrados para Ágreda (asignada a Jimeno Íñiguez) y Almenar de Soria, que fueron así dominadas y repobladas. Desde agosto hasta fines de 1128 Alfonso I se dedicó a poblar y así fortificar las villas de Almazán (renombrándola como Plasencia) y Berlanga de Duero. Tras esta campaña Alfaro, Corella, Soria, Almazán, San Esteban de Gormaz, Molina de Aragón, Traíd y Cella constituían las posiciones más avanzadas de Aragón en la frontera suroccidental.

Tras algunas injerencias ultrapirenaicas, en 1129, Alfonso I retomó el plan de conquistar Valencia, una vez libre de la presión castellana. Pero fue convocado un ejército almorávide para socorro, que fue derrotado sin paliativos en la batalla de Cullera. Sin embargo volvió al norte, quizá para auxiliar a sus aliados de Foix y Cominges. Por el camino tuvo que reconquistar Monzón, que había sido perdido por traición tres años antes a manos del conde de Barcelona Ramón Berenguer III.

ESCUDOS DE LOS REINOS DE PAMPLONA, ARAGÓN Y CERDEÑA

Este mismo año de 1129, Alfonso visitaba Pamplona como rey legítimo de los pamploneses que era gran expectación entre sus súbditos. Era una ciudad en pleno crecimiento demográfico y económico, reinada por el aragonés desde hacía veinticinco años, y desde entonces no había hecho más que acrecentar los territorios de su reino, ganándose un gran prestigio en el terreno militar. Los magnates que sabían arrimarse a su corte potenciaron sus carreras, como la de Fortún Garcés entre otros.

Enseguida pidieron audiencia al rey el obispo de pamplona y algunos magnates destacados, como por ejemplo el representante de los pobladores francos. Todos sabían que sus decisiones tenían fuerza en España e influencia en Europa. El rey de Pamplona pudo conocer el desarrollo que había experimentado el burgo nuevo, una población en torno a la iglesia de San Santurnino y junto al núcleo primitivo de la Navarrería. Con el paso de los años, los inmigrantes eran una comunidad diferenciada y con carácter propio que pretendían mantener una relación directa con el obispo y con el rey. Intentaban conseguir derechos frente a los infanzones, clérigos y campesinos de la cuenca de Pamplona y que el rey regulase sus pleitos. El rey escuchó las peticiones de estos artesanos, hosteleros, mercaderes y cambistas de origen franco que enriquecían al reino con su trabajo. Por ello, el rey no dudó en concederles carta foral en Tafalla a los pocos días.

Alfonso I también envió expediciones militares hacia el sur de Francia. Entre octubre de 1130 e inicios de 1131, atravesó el valle de Arán para socorrer a sus aliados del otro lado de los Pirineos a los que debía protección. Gastón de Bearn y los señores de Foix y Cominges mantenían un enfrentamiento con el duque de Aquitania. Ante el descontento con Guillermo X de Aquitania, que gobernaba sobre la Navarra continental, atacó sus tierras. El sitio de Bayona que hizo Alfonso I duró año y tras su toma concedió fuero.

El monarca decía reinar "desde Belorado hasta Pallars y desde Bayona hasta Monreal". Fue durante este asedio cuando dictó su testamento, luego muy polémico.

EL BARRANCO DE LA MUERTE, POR AGUSTÍN SALINAS TERUEL

En 1131, mientras el rey combatía en Gascuña, Gastón IV de Bearn y su lugarteniente, un caballero de nombre Esteban, combatieron en el sureste de Aragón contra los almorávides, que seguían acosando el reino. Tomaron el Maestrazgo y lo consolidaron, pero en uno de los últimos ataques musulmanes el vizconde fue muerto y la zona cayó en manos musulmanas. Los musulmanes lo decapitaron y llevaron su cabeza a Granada ensartada en lo alto de una lanza para que el rey de la ciudad se congratulase de la muerte del enemigo que unos años antes había amenazado la ciudad. El cuerpo fue recuperado a costa de un gran rescate y enterrado en la basílica del Pilar en Zaragoza. Tras la muerte de Gastón, el rey volvió a su reino dejando la política occitana en manos de sus caballeros.

A finales de 1133, se apoderaba de Mequinenza, uno de los últimos bastiones islámicos en territorio aragonés, aunque con un ejército menguado sin los bearneses y gascones de Gastón, que habían vuelto en masa a su tierra. Tras la caída de Mequinenza, el Batallador decide dirigirse hacia Lérida en vez de continuar hasta Tortosa.

En el mismo año conquistó Horta de San Juan, que constituyó junto con Escarp y Morella el confín oriental del Aragón de Alfonso I. Lograba someter la zona entre el Matarraña y el Ebro (Nonaspe, Agar, Batea, Fayón), llevando las fronteras aragonesas desde Gúdar hasta Horta de San Juan. El amplio territorio de la ribera derecha del Ebro apenas había sido fortificado por los almorávides por considerar que el Maestrazgo y la Sierra de Gúdar eran fronteras naturales en la ruta hacia Levante y los aragoneses aprovecharon esta situación para moverse por la zona con gran soltura antes, incluso, de la toma de Zaragoza.

En el verano de 1134, estaba el rey sitiando la fortaleza de Fraga con apenas quinientos caballeros. El prolongado asedio de la plaza permitió a los musulmanes disponer del tiempo suficiente para congregar un importante ejército que se enfrentó a las tropas aragonesas el 17 de julio de 1134 en los alrededores de Fraga, recibiendo el veterano monarca graves heridas. Aunque logró huir y salvarse en primera instancia, murió el 7 de septiembre de 1134. Había estado enfermo en Sariñena (Huesca), desde allí se dirigía hacia Montearagón y encontró la muerte en Poleñino, villa situada entre Sariñena y Grañén.

Tenía 61 años de edad y había reinado durante la mitad de ellos, sin dejar descendencia. Fue sepultado en el monasterio de San Pedro el Viejo, en Montearagón, cerca de Huesca. Sus fueron exhumados por dos veces: en 1920, durante un congreso de historia, y en 1985, para su estudio.

Los nuevos ataques almorávides de 1135-1136 y el repliegue cristiano motivado por la desaparición de la figura de Alfonso I supusieron la pérdida de una parte importante de las conquistas aragonesas (Mequinenza, Monzón y Pomar de Cinca) y el descontrol del espacio de la orilla derecha del Ebro. A pesar de todo ello, durante la época del Batallador se duplicó la extensión territorial del Reino de Aragón.

EXTENSIÓN TERRITORIAL DE ARAGÓN-PAMPLONA CON ALFONSO I

El testamento de Alfonso I es un documento que ofreció mucho debate en el siglo XII, ya que legó las posesiones de sus reinos a las órdenes militares. Estaba predestinado a ocasionar no pocos problemas y una auténtica crisis dinástica en el reino.

Comienza con la disposición de tres castillos y sus honores, el de Estella, el de Nájera y el de Belorado, que serían entregados a los monasterios: el castillo de Estella para la catedral de Santa María de Pamplona y el monasterio de Leyre, por mitades; el de Nájera para los monasterios de Santa María de Nájera y de San Millán de la Cogolla; y el de Belorado para el monasterio de San Salvador de Oña.

Continúa con la herencia de los bienes dotales de su madre: Biel, Baílo, Astorito, Sos, etc., que reparte por mitad entre los monasterios de San Juan de la Peña y de San Pedro de Siresa; mientras que el castillo de Sangüesa, en el límite oriental de Navarra, lo donó a Santo Domingo de Silos.

Al referirse al dominio que tiene sobre las tierras de su reino, instituye a título de herederos universales la Orden del Santo Sepulcro, la Orden de San Juan del Hospital y la Orden de los Templarios. Escribió: "para que posean todo mi reino y toda mi tierra entre partes justa e iguales".

Este testamento, único en la historia de los reyes, fue redactado en 1131, durante el asedio de Bayona, y ratificado en 1134, en Sariñena, poco antes de morir.
"En nombre del bien más grande e incomparable que es Dios. Yo Alfonso, rey de Aragón, de Pamplona [...] pensando en mi suerte y reflexionando que la naturaleza hace mortales a todos los hombres, me propuse, mientras tuviera vida y salud, distribuir el reino que Dios me concedió y mis posesiones y rentas de la manera más conveniente para después de mi existencia. Por consiguiente temiendo el juicio divino, para la salvación de mi alma y también la de mi padre y mi madre y la de todos mis familiares, hago testamento a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo y a todos sus santos. Y con buen ánimo y espontánea voluntad ofrezco a Dios, a la Virgen María de Pamplona y a San Salvador de Leyre, el castillo de Estella con toda la villa [...], dono a Santa María de Nájera y a San Millán [...], dono también a San Jaime de Galicia [...], dono también a San Juan de la Peña [...] y también para después de mi muerte dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del Señor que está en Jerusalén [...] todo esto lo hago para la salvación del alma de mi padre y de mi madre y la remisión de todos mis pecados y para merecer un lugar en la vida eterna..."
Pero su decisión causó el malestar de sus nobles y vasallos, ya que estas órdenes militares todavía no estaban lo suficiente integradas en el tejido social de la España cristiana medieval. La nobleza aragonesa eligió como rey a su hermano Ramiro, que pasaría a la historia como Ramiro II el Monje. La nobleza navarra lo hizo a favor de García Ramírez, hijo del infante Ramiro, que estaba casado con una hija de El Cid. Sería recordado como García Ramírez el Restaurador.

Se separaban así las coronas de Navarra y Aragón después de 50 años, quedando fijadas sus fronteras definitivas.

Durante cerca de dos décadas, entre 1118 y 1134, Alfonso I se ganó a pulso el apelativo con el que pasó a la Historia: el Batallador; y los ecos de sus victorias traspasaron fronteras. En la Crónica de San Juan de la Peña, escrita a iniciativa de Pedro IV el Ceremonioso en el siglo XIV, no escatimaba elogios a su persona: "Clamábanlo don Alfonso porque en Espayna no ovo tan buen caballero que veynte nueve batallas vençió."

Veintinueve batallas atribuidas: recuperó Zaragoza definitivamente para la Cristiandad en 1118, tomó en sucesivas campañas Tudela, Tarazona, Calatayud y Daroca, trazó el golpe militar de Cutanda (por el que las tropas navarro-aragonesas derrotaron a las fuerzas musulmanas que desde Valencia intentaban recuperar Zaragoza), organizó una expedición militar por tierras de Valencia, Murcia, Córdoba y Granada en 1125, llegando a dar un paseo por la costa de Vélez-Málaga, derrotó en varias ocasiones a los musulmanes en Valtierra, Cullera o Anzul.

EXPANSICÓN ARAGONSA POR EL VALLE DEL EBRO CON ALFONSO I (1104-1134)

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