La
familia del almirante Blas de Lezo formaba parte de la pequeña nobleza local de la villa de Pasajes. Su familia había ganado
expediente de nobleza en 1657 cuando se falló un juicio contradictorio contra
los Ayuntamientos de San Sebastián y Pasajes, que le negaban ciertos derechos.
Su tatarabuelo, Pedro de Lezo, había sido regidor alcalde de Pasajes a
principios del siglo XVII, y entre sus antepasados se encuentra el religioso Domingo de Lezo, catedrático de filosofía y obispo electo del Perú, y que murió
en Sevilla en 1574. Otro dato interesante, y que sin duda influiría en el
ambiente marino de la familia, es que su abuelo Francisco de Lezo y Pérez
de Vicente fuese capitán de mar y propietario del galeón Nuestra Señora de Almonte y
San Agustín. Estas credenciales demuestras que la familia Lezo-Olavarrieta
estaba bien situada socialmente en la villa de Pasaia de finales del siglo
XVII.
La
verificación de su pertenencia a una clase acomodada puede corroborarse con un
simple vistazo a la casa donde nació. Aunque no se trate de un edificio
esplendoroso por su arquitectura o dimensiones, el simple hecho de ubicarse
sobre el margen de la mar le otorga una preeminencia indudable que coloca a sus
dueños entre gente de posición.
Durante el Medievo, la nobleza había sido la vertebradora de toda la sociedad, pero se había anquilosado en la Modernidad hasta convertirse en lo que Gregorio Marañón calificaría como "instrumento inútil"; o en frase de Ramiro de Maeztu, la nobleza española había transformado "a los caballeros cristianos en señores, y en señoritos después". De toda esta capa de población sería la alta nobleza la que más beneficio lograría sacar al sistema aristocrático, construyendo su preeminencia sobre la debilidad real.
Hacía mucho tiempo que había caído en el olvido el sabio consejo de Carlos V a su hijo Felipe II de no permitir que nadie se engrandeciese demasiado a la sombra del rey. De esta manera, el rey había delegado el ejercicio de su poder en los validos, con lo que el clientelismo y la corrupción se extendieron por todo el reino. La nobleza media constituiría un serio grupo de presión repartiéndose los cargos públicos en torno al eje de la pertenencia a uno de los Colegios mayores de Salamanca, Valladolid o Alcalá. Mientras tanto, la pequeña nobleza local permanecía instalada en sus privilegios asentados sobre una estructura municipal corrupta. La decadencia había llegado a todas partes.
Del
carácter que Blas de Lezo más tarde manifestaría no parece deducirse que este
sentimiento de decadencia hubiera calado demasiado. A veces, las
muestras de excesivo celo en la defensa del honor han de interpretarse como
manifestación de inseguridad sobre la posición que se ocupa. No parece que
fuese el caso de Blas de Lezo, por una razón esencial. El origen remoto de la
nobleza se encuentra en su función con respecto a la totalidad de la sociedad.
Durante la Reconquista, eran los guerreros los que se ocupaban de garantizar la defensa
frente a toda amenaza exterior y precisamente ese servicio la comunidad era lo
que les otorgaba su posición de privilegio y nobleza. Ese fue exactamente el caso de Blas
de Lezo. El sentimiento de pertenencia a una clase llamada al servicio por los
demás fue un ideal que permaneció en su mente durante toda su vida.
Las
relaciones de la familia Lezo Olavarrieta con el resto de la nobleza local se
infiere de la misma partida de bautismo de Blas, en la que figuran como
padrinos Joseph de Lezcano y María teresa de Olavarrieta, siendo relevante del
primero que consta como caballero de la Orden de Santiago. De este último hecho
no hay que extraer consecuencias apresuradas, sino ponerlas en contexto. En
Guipúzcoa era ancestral la reivindicación de hidalguía para todos sus habitantes.
Vieja tradición que hace que todo hijo de esta tierra se considere hidalgo.
Mientras que en Castilla la separación total con el pueblo hacia que los nobles
no se relacionasen con sus inferiores, en el norte del Reino de España la
situación era diferente. De esta manera existía en Guipúzcoa un sentimiento de
comunidad, rasgo distintivo que no se encontraba en el resto del Reino.
Esta
idea de comunidad sería muy importante en una vida como marino. Dentro de un
barco de la Real Armada, todos dependen de todos, con el papel de cada uno
marcado por una férrea disciplina, la conciencia de pertenecer al grupo resulta
indispensable.
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