LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI, POR MIKEL AZURMENDI |
Las
Brujas de Zugarramurdi. La
Historia del Aquelarre y la Inquisición
Mikel Azurmendi, Editorial Almuzara, (2013), 224 páginas
Entre 1609 y 1612, docenas de aldeanos de las regiones
que hoy pertenecerían a Navarra y País Vasco murieron a causa de la
brujería. Pero, al contrario de lo que la leyenda y el desconocimiento
podrían afirmar, no fueron las artes oscuras de hechiceros o brujas lo que
acabó con sus vidas: todas ellas fueron víctimas de la justicia, que condujo al
ahorcamiento y quema pública de ochenta personas en el Labourd y ocho en
Logroño, donde se encontraba el Tribunal de la Inquisición y previamente
habían fallecido trece personas en las mazmorras.
¿Qué ocurrió para que en las cuencas del Bidasoa y el
Baztán tuviese lugar un proceso de criminalización vecinal y persecución que
llegó a marginar sectores enteros de la sociedad? Por una parte, la
intervención del monarca francés Henri IV, que acabó con la útil y
frecuente solución parroquial de las acusaciones de brujería, que solía
concluir de manera pacífica, e impuso la intervención externa de una Comisión
contraria a las directrices de la Inquisición, que no creía en brujas, pactos
diabólicos y la utilización de castigos.
La nueva situación condujo a "la incomprensión de las
nuevas acusaciones del tribunal por parte de los acusados; encierro nocturno de
los niños y adolescentes en las iglesias para que no les raptase el diablo;
aprovechamiento de ciertos vecinos para dar listas de acusados a niños a
trueque de incentivos económicos; amenazas, castigos y torturas de
vecinos por otros vecinos para que se autoacusasen", explica el profesor y
antropólogo Mikel Azurmendi a El Confidencial. "En fin, un querer
salvarse cada cual como fuere, aun recurriendo a la delación falsa".
Azurmendi ha expuesto en dos libros, el ensayo Las
brujas de Zugarramurdi (Almuzara) y la novela Las maléficas (Hiria)
lo acaecido en la aldea navarra y la comarca de Bidasoa durante aquellos años,
siguiendo la obra del historiador Julio Caro Baroja y
desmintiendo las visiones tópicas que sobre el proceso ha dado la cultura
popular, como es el caso de la reciente película de Álex de la Iglesia.
Se pregunta el escritor:
"¿Cree alguien que sea meramente sensato hacer aparecer en su film a una víctima de Zugarramurdi, Graciana de Barrenechea (septuagenaria muerta entre sufrimientos horribles en las mazmorras de Logroño) solazándose en rituales libertarios demoníaco-lúbricos?"
"¿Cree alguien que se premiaría hoy en Europa una película donde a una víctima de Auschwitz se la propusiera como personaje báquico proclamando la excelencia de ser cocinada en el horno junto a millones de compañeros judíos?"
La fecha de inicio de los luctuosos acontecimientos es
1608, cuando los señores de Urtubi-Alzate y Sant Per solicitan ayuda urgente al
monarca francés "para limpiar de brujas el país de Labourd" tras un conflicto
de facciones en San Juan de Luz. Ese mismo año es creada una comisión con
plenos poderes de represión que haría huir a la población labortana hacia
España y una mujer de Zugarramurdi acusa a varias vecinas de brujería, lo que
provoca que el abad de Urdax solicite ayuda a la Inquisición. Explica Azurmendi:
"La aldea quedó partida en dos pues un tercio de ella quedó acusada y lista para pasar a ser llevada ante el tribunal de Logroño."
Los inquisidores Becerra y Valle
Alvarado dieron pábulo a la teoría de la brujería y acuñaron el
término de aquelarre para nombrar las supuestas reuniones de
hechiceros y brujas en el bosque. Un proceso en el que el funcionamiento del
tribunal favorecía la delación del vecino: "La manipulación de los
niños/adolescentes por los párrocos de Vera de Bidasoa y de Lesaca fue infame;
el que esos chavales contasen a sus padres como si fuesen historias verdaderas
sus sueños y ensueños nocturnos ponía a los progenitores en el disparadero más
terrorífico", explica Azurmendi. "Si hacían confesar a su chaval que era brujo
pero que había sido captado por X, el chaval era perdonado y la familia no
tenía nada que temer."
En el Auto de Fe de Logroño, celebrado entre el 7 el 8 de
noviembre de 1610, 18 personas salvaron la vida al
confesar sus culpas, pero otras seis fueron pasto de las llamas. En los meses
siguientes, la situación degeneraría de tal modo que en abril de 1611, el
obispo de Pamplona escribiría una carta al inquisidor general en la que hablaba
del "deterioro" de la situación social provocada por los predicadores
enviados por Felipe III en la que se producía la tortura y
asesinato de vecinos.
Mucha ideología, menos religión
Hay que entender lo ocurrido como la consecuencia de
un proceso de cambio en la historia europea, que Azurmendi considera como el
momento en el que nace la ideología, es decir, "el abandono de tener que
legitimar el estado de cosas político-social de la monarquía mediante la pura
religión y su reemplazo por formas simbólicas y culturales de
legitimación mucho más complejas, como por ejemplo, el pacto con el diablo
considerado como crimen político de lesa majestad divina punible con la pena de
muerte".
La acumulación de poder (judicial, legislativo y
coercitivo) en manos de los monarcas absolutistas los empujó a buscar nuevas
coartadas para emplear mano dura con el pueblo con el objetivo de pugnar en
fronteras, como la del Bidasoa, la más antigua de Europa:
"Para levantar esa frontera hubo que construirla antes en la imaginación de los fronterizos: a base de amedrentar a la población fronteriza que ni hablaba francés ni español y que la traspasaba sin saber que pasaba una frontera. La persecución de una supuesta brujería echó el cemento para sedimentarla en la mente de la población."
Azurmendi compara repetidamente la situación vivida en
las aldeas con aquella que tuvieron que afrontar los internos de los campos de
concentración. Por una parte, "la situación de absoluta alienación de la
personalidad en la que quedaba el campesino acusado, arrancado de su familia,
llevado preso a cien kilómetros de su aldea, encerrado en una mazmorra, incomunicado
bestialmente durante meses o años y sometido a incomprensibles
interrogatorios hasta que se declarase culpable, si no quería ser sometido al
tormento o tortura". Aquellos que lograron sobrevivir a las acusaciones,
"quedaron como despojos humanos".
La persecución que se repite a lo largo de los siglos
Un círculo vicioso del terror que favorecía la
denuncia del vecino, y que el antropólogo considera parte del "lote humano de
nuestras sociedades". "Entre nosotros, los vascos, hasta ayer mismo un vecino siempre
podía decir ‘algo habrá hecho’ ante un asesinado de ETA para quedar
bien ante otros vecinos o hasta podía denunciar a alguien para congraciarse con
ellos", añade Azurmendi con conocimiento de causa, ya que ha sido víctima de
dos intentos de atentado por parte de ETA, lo que le hizo abandonar en 2002 su
plaza en la Universidad del País Vasco y marcharse a Estados Unidos.
La invención de enemigos ha sido, pues, un proceso
recurrente a lo largo de los siglos. "Si tú quieres volver independiente el
País Vasco, inventas que existe un conflicto político ancestral entre España y
el País Vasco, te inventas batallas inexistentes de los vascos contra
los españoles, borras de la memoria los hechos incontrovertibles de
vinculación económico-social entre la tierra vasca y la española", explica el
profesor. "A ese conflicto lo calificas de genocida y decides hacer una lucha
terrorista contra España –que llamas ‘frente militar’– para que parezca que hay
un conflicto armado entre España y País Vasco."
"Mutatis mutandis, con la brujería pasó
algo similar. Los teólogos forjaron para sí una imaginación demoníaca
completamente nueva y, persiguiendo a la gente y obligándola a confesar lo que
ellos querían, creyeron que era real aquello que habían imaginado", añade
Azurmendi, que asegura que ha escrito los dos volúmenes "pensando en las
víctimas, en los únicos perdedores de la historia".
Un héroe para la eternidad
La razón por la que lo ocurrido en Navarra es uno de
los procesos contra la brujería más conocidos de Europa es la localización en
el año 1968 por Gustav Henningsen de toda la documentación
inquisitorial, como explica Azurmendi, "pormenorizada hasta un extremo insólito
gracias a un inquisidor de aquel tribunal que, tras desconfiar del
procedimiento ilegal de sus dos colegas de tribunal, habló con más de
mil acusados y levantó miles de folios de testimonios de víctimas y testigos directos".
El justiciero se trataba de Alonso de Salazar y Frías,
que se opuso a las teorías sobre la brujería fomentadas por puro interés y que
consiguió, finalmente, que en 1614, que la Suprema de la Inquisición "se
excusase de su mala información y de graves errores en toda aquella
persecución, y adquiriera el compromiso de nunca más ajusticiar a nadie por
brujería tras haber concedido amnistía completa a los penados en el Auto de
Logroño de 1610".
En 1617, el justiciero inquisidor informó al Alto
Tribunal que la paz había retornado a la zona, lo que puso punto y final a uno
de los episodios más oscuros de la historia de Europa, pero también de aquellos
que mejor pueden ayudarnos a entender nuestro presente. Concluye Azurmendi:
"Para mí las víctimas del terrorismo etarra, del yihadismo musulmán, de las monarquías antiguas o modernas, de los nacionalismos nazifascistas o comunistas así como las de los inquisidores son igual de inocentes y la injusticia cometida contra ellas requiere nuestra mirada no sólo compasiva sino la que hagamos buscando la verdad."
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